Clara Burguez Fidelidad

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Clara Burguez
Fidelidad
Curso CVX Magis II
Asunción, Paraguay 2006
Índice
Índice
Introducción
1. Fidelidad de Dios
2. Fidelidad de Jesús
3. Fidelidad de la gente
4. Fidelidad al ser cristiano
5. Fidelidad del laico comprometido
Fidelidad a Cristo y la causa del Reino: los pobres.
Fidelidad al amor conyugal
Fidelidad a la amistad
Fidelidad en el trabajo
Fidelidad en la educación
Fidelidad al descanso debido
Fidelidad al “modo” de Ignacio de Loyola
Fidelidad a la vida apostólica
Conclusión
Bibliografía
1
Introducción
Me interesó profundizar este tema fundamental para nuestro ser
cristiano porque en mi vida he sentido constantemente el llamado
a la fidelidad, las tentaciones del espíritu del mundo y mis luchas
por mantenerme fiel. La presencia de la Gracia ha obrado en mí
maravillas, ya que a pesar de tanto, me he mantenido fiel a mí
misma.
En este vivir día a día la fidelidad de Dios, y al hacer memoria, me
doy cuenta que en mi juventud supe mantener mi esencia de amor
a los pobres, luchar con honestidad por mis pacientes en mi
profesión médica, en la que, más a menudo que en otras, la vida y
la muerte están muy cercanas, y el Señor fiel a mí, me ha hecho
optar por la vida. Él es vida.
En los momentos de amistad, quise ofrecerme siempre a las
personas, sobre todo mi tiempo, consuelo y aliento. Mi vida estuvo
siempre enriquecida por buenos amigos que supieron alegrarme,
siendo presencia de Dios en mi vida.
Puedo decir que fui feliz con mi marido, a pesar de una
enfermedad dolorosa y extenuante, pero pudimos sortear juntos
muchas dificultades, Julio, el Espíritu y yo, y llegar fieles al final
de su vida. Esta situación, me trae lindos y dolorosos recuerdos,
que todavía presentan sus secuelas.
Hoy me siento llamada a la fidelidad para con mis hijos y esta
búsqueda es la que marca profundamente la relación con mi Padre
que está ahí, todos los días, alentándome, dándome señales. Esta
es la hora de la fidelidad a mi búsqueda, en la que a pesar de
muchas vacilaciones, sigo siendo permanentemente amada y
acompañada por el Señor, acogida por el que ahora debe funcionar
como único padre de mis hijos.
Recordando mi trabajo apostólico, me sorprende el entusiasmo
que sentí por anunciar el verdadero rostro de mi Padre todo
amoroso. Ello se acentuó al hacer completos los Ejercicios
Espirituales en la vida corriente. Y más aun al acompañar a otros
en Ejercicios.
2
A medida que voy creciendo en la fe, la fidelidad aparece como
norte de este camino que nos lleva al Padre.
Cuando miramos en derredor vemos injusticias, pecado, intereses,
opciones que no son lo deseado por el Señor. Es la historia
marcada por las infidelidades que traen tantas privaciones,
sufrimientos y muertes.
En esta cultura de lo superficial, lo efímero, donde se respira
corrupción, me parece importante hablar de fidelidad, un cimiento
donde siento que podemos asentar una nueva civilización.
En la sociedad paraguaya, marcada por la corrupción: en el ámbito
privado; es decir en el comportamiento de las personas, en una
inmensa mayoría católicos sociales, donde se considera
despectivamente, “vyro” o tonto, a aquel que no miente, o roba o
se aprovecha de la situación, pudiendo hacerlo.
Las empresas privadas prácticamente todas llevan doble
contabilidad, hace pocas semanas se desencadenó una lucha
pública, al descubrirse que ¡el propio Banco Central tenía doble
contabilidad!
Los funcionarios estatales hacen gala de poder, ostentan bienes
mal habidos en instituciones pobrísimas, con sueldos escasos y
grandes mansiones, vehículos, estancias etc., producto de la
coima, el robo. Las mismas instituciones, incluyendo las cabezas
de los tres poderes del estado impiden que sus miembros sean
llevados a la “justicia”. La corrupción de los políticos es la regla,
se compran cargos, votos, documentos, alianzas, etc.
Tengo la seguridad de que la presencia de Dios a través de
personas semejantes a él, sobre todo en la fidelidad a las
personas, a los pobres, a la política como tarea noble que busca el
bien común y defienda los derechos de los más débiles, la
fidelidad en la educación, la fidelidad al trabajo, al apostolado, el
desarrollo de los talentos de los paraguayos, la protección del
medio ambiente y sus recursos pueden llevar a la concreción del
sueño del Paraguay que queremos.
3
La fidelidad y el amor son atributos de Dios presentes y eternos;
siempre nuevos, don y tarea nuestra; camino de paz, de felicidad,
de presencia de Dios.
Con estos pensamientos, fui hilvanando las ideas que surgían, a
partir de mis experiencias de vida, de libros leídos, compartir con
mis amigos, con mi comunidad, homilías, tantos temas rezados en
un tiempo de búsqueda de Dios, que va dando giros inesperados a
mi vida diaria.
Quisiera aportar respuestas sencillas desde la óptica de ama de
casa, profesional, que vive la vida familiar con intensidad, con
búsquedas, errores, y sobretodo conciente de la dignidad de hija
amada de Dios, al que lo siento en las mil y una circunstancias de
lo cotidiano.
Tengo deseos de aportar sobre la espiritualidad laical y decir que
Dios es más bueno de lo que podemos expresar y anunciar. Tanto
es lo que nos ama, que su presencia santifica toda la creación,
todo lo que nos concierne como hijos suyos.
En las siguientes páginas voy recorriendo lo que siento en el
corazón y en la mente acerca de mi Padre bueno.
Repasaré primero la fidelidad de Dios como atributo mayor que se
nos dona, luego la fidelidad de Jesús, la fidelidad del hombre y
mujer como creaturas a imagen y semejanza de Dios y finalmente
la fidelidad del cristiano y del laico en la vida cotidiana.
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1. Fidelidad de Dios
Conocemos por la fe la fidelidad de Dios. Su fidelidad a sí mismo
le hace ser totalmente fiel a la promesa de su alianza con el
género humano. Ello va estrechamente unido a su bondad paternal,
amor que en el lenguaje de Dios es sinónimo de justicia y opción
por los más pequeños. Su fidelidad para con el pueblo de la alianza
constituye su esencia misma. Amor y fidelidad son atributos
complementarios, no se puede dar uno sin el otro, ¿Es que, en el
fondo, no es la fidelidad signo del amor? ¿Puede el amor
manifestarse en la infidelidad? Ellos constituyen don gratuito y
vínculo cuya solidez resiste la prueba de los siglos (Sal 119, 8890). 1
¿Es posible que se rompa el canal de la gracia, la relación de
fidelidad desde Dios? Me enseñaron de niña que si yo cometía un
pecado mortal no le podía pedir nada a Dios porque él estaba
enojado conmigo, y sucedía algo así como que no escuchaba o no
atendía mi pedido. Pienso que esto no es verdad, pues creo que el
Señor está conmigo siempre, aun en los momentos de oscuridad y
pecado. Él siempre está ahí amándome y perdonándome. Incluso
me pregunto ¿será cierto que él me perdona? Quizá mi pequeñez y
su grandeza no alcance para que su creatura pueda ofenderlo. Lo
que sucede más bien, es que yo, en uso de mi libertad, me pierdo
la alegría de disfrutar de mi Señor. Mis faltas de amor creo que
sí ofenden gravemente a mis hermanos y esto le causa dolor a mi
Padre. Al mismo tiempo, él siente más amor hacia mí, porque me
hago más pequeña al reducirse mi humanidad.
Obviamente la fidelidad a su amor implica conocerlo; y
experimentarlo lleva a la alegría perfecta, signo de su presencia.
Así lo experimentamos ante la pérdida de alguien muy amado;
sentimos dolor, pero por la fe conseguimos paz interior y alegría,
pues creemos que por la misericordia de Dios ya ha llegado a su
plenitud.
1
Ver X. Léon Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica. Herder. Barcelona, 1975. Palabra
“Fidelidad”.
5
La fidelidad de Dios a través de la historia de salvación se
corrobora en las sagradas escrituras. En estos relatos, los
escritores van exponiendo desde su humanidad su concepción de
Dios, lo desconocido e inabarcable, traducido a nuestros limites
humanos, a nuestra realidad; en ella Dios expresa su fidelidad a la
alianza, a pesar de las infidelidades permanentes de su pueblo.
Por la fe sabemos que él mantiene su amor a pesar de nuestras
infidelidades. Así nos muestra el respeto absoluto por la libertad
de su creatura, hecha a imagen y semejanza suya.
Dios exige de su pueblo la fidelidad a la alianza que él renueva
permanente y libremente (Jos 24, 14). Él desea nuestra felicidad
y sabe que si no le somos fieles, no seremos fieles a nuestros
hermanos, y por ello cometeremos todo tipo de errores que
impedirán una convivencia fraterna y amorosa, llena de felicidad.
Los sacerdotes deben ser especialmente fieles (1 Sam 2,35).
¿Cómo podrían hablar en nombre del Señor si no lo conocen, ni se
fían de él y de su promesa? Abraham y Moisés son modelos de
fidelidad. El pueblo es infiel como en el desierto. “Y donde no se
es fiel a Dios desaparece la fidelidad para con los hombres;
entonces no se puede contar con nadie (Jer 9,2-8).” 2
Abraham es modelo de fidelidad a la promesa de Dios que le
bendice con lo que necesita para ser feliz: tierra y herencia, hijos
que puedan vivir dignamente. Dios es fiel a su promesa.
La historia la hacemos nosotros. Abraham debe conquistar la
tierra y con una vida de fidelidad a Dios consigue una familia y una
nación próspera que en la fe es el cimiento de esa nación grande y
bendita a la que pertenecemos hoy, el pueblo de Dios.
Dios bendice siempre, pero somos nosotros los mediadores de esa
bendición y la hacemos historia según nuestra fidelidad a esa
imagen a la que fuimos creados. Sin embargo, este pueblo que
hereda la fidelidad de Abraham, continuamente comete
infidelidades a la manera del pueblo de Israel en el desierto.
En nuestra vida personal, a pesar de que por el bautismo somos
consagrados sacerdotes, aún así, somos frecuentemente infieles.
2
Idem.
6
Nuestra historia está llena de ejemplos de la fidelidad de Dios y
de nuestras infidelidades.
7
2. Fidelidad de Jesús
Quiero reflexionar sobre la fidelidad en Jesús: “Este es mi hijo
muy amado, escúchenlo”. Esta expresión aparece en dos momentos
culminantes de la vida de Jesús: Bautismo y monte Tabor.
Es la confirmación de la complacencia de Abbá en la persona de
Jesús, perfecto hombre despojado de sí, fiel a la misión
encomendada por la Trinidad al principio de los tiempos. La cruz
es el final de una misión aparentemente fracasada, terminada en
una muerte vil. Sin embargo, “Dios lo resucitó”, es la confirmación
de su fidelidad y la complacencia del Padre en el Hijo que se
entrega, libre de sí mismo, totalmente habitado por el amor del
Padre, consiguiendo para nosotros, sus hermanos más pequeños, la
redención de toda la humanidad.
Cristo testigo fiel de la verdad (Jn 18, 37), comunica a los
hombres el don del que está lleno (Jn 1, 14.16) y nos hace capaces
de merecer la corona de la vida por la fidelidad hasta la muerte
(Ap 2, 10).
“El que me ve a mí, ve a mi Padre”. “Hago lo que me dice mi Padre”.
“Por el amor él permanece en mí y Yo en él”. “Como mi Padre me
envió a mí, yo les envió”. “El que cree en mí, cree en aquel que me
ha enviado”. Estas y otras frases de los evangelios ponen en boca
de Jesús la expresión misma de ese misterio de presencia, de
cohabitarse con el Padre como una manera de mostrarse el mismo
Dios en la persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
Para conocer la Verdad debemos conocer al Jesús de la historia,
al Dios encarnado que vivió y luchó en una sociedad concreta. Para
acercarnos a la Verdad debemos acercarnos a él.
¿Cómo era Jesús? Jesús fue buen hijo, creció en el seno de una
familia de campesinos pobres, con su madre la joven María y el
carpintero José. Ya de niño manifestó gran fidelidad e interés
por conocer el proyecto del Padre. Fue creciendo como todos los
niños y adolescentes de su época, pero sobre todo, en estatura y
gracia, sabiduría de Dios. Obediente y sometido a sus padres,
oraba con ellos, ayudaba en la casa y en las tareas de su padre,
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hacía mandados, jugaba con los niños de su edad, del vecindario y
con sus parientes…; acudía a las celebraciones en la sinagoga y ahí
aprendió las escrituras. Sobre todo asombraba su interés en el
conocimiento y en la verdadera interpretación de la Toráh.
Muchas veces habrá participado de las celebraciones familiares o
habrá sentido el dolor de la enfermedad, de la pobreza o la
muerte de José y de otros vecinos y amigos.
En su vida adulta tenemos datos bien concretos sobre sus afectos
a su madre María, a sus amigos y discípulos con quienes estableció
una amistad profunda, solo comprensible en la comunión con el
Padre. Esta relación era sincera, respetuosa y sobre todo llena de
invitación hacia lo que él sentía ser su misión: la de llevar a todos
la buena nueva del Reino.
Esta era su preocupación fundamental: que sus amigos abrieran
los ojos y vieran el camino, la verdad y la vida. No importaba que
estuvieran en una sociedad completamente diferente a la que él
soñaba. Por eso mismo, no tiene descanso en su esfuerzo por la
búsqueda de nuevas formas de relacionarse, nuevos valores. Este
es un nuevo concepto de la vida donde prima el amor incondicional,
hasta entregar la vida por su misión, por sus valores y principios,
por los que amaba, por nosotros.
El es el fiel compañero, ni va adelante, ni atrás de sus amigos, va
acompasando su caminar con firmeza, con delicadeza, dejándolos
ser a cada uno lo que era. Claro que los corrige, recreándolos de
nuevo permanentemente, con paciencia infinita. Apuesta al
corazón de las personas, comprendiendo sus deseos y necesidades
más profundas. Nada le era extraño a este verdadero hombre que
en todas las circunstancias es fiel a la esencia misma de Dios
Padre siendo él mismo.
Eligió ser pobre, solidarizándose con los marginados, haciéndose
uno de ellos, luchando por ellos, liberándolos de sus miserias con
amor infinito y desafiante. “Gracias Padre porque mostraste
estas cosas a los pequeños y las ocultaste a los sabios” (Mt 11,25).
Era un trabajador nato, y su trabajo era sobre todo de tipo
político en el sentido verdadero del término. Estaba involucrado
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en la construcción de una sociedad diferente, luchando del lado de
los marginados. Daba conciencia a los pequeños de que eran los
preferidos de Dios y desafiaba a las autoridades para que
abandonaran la injusticia, el abuso y la explotación a la que
sometían al pueblo. Sus convicciones fueron firmes y murió por
ellas. Enseñó una manera diferente de ejercer la autoridad y se
hizo servidor de todos.
Era alegre, participaba de las reuniones sociales de su época, fiel
a su condición de persona que necesitaba distraerse, estar a solas
consigo mismo y con su Padre. Necesitaba el aliento de sus amigos
y
seres
queridos,
necesitaba
descansar.
Todos
los
acontecimientos eran momento de mostrarnos cómo debíamos
involucrarnos en las cosas cotidianas, el trabajo, el matrimonio, el
amor, la celebración, las necesidades, las tensiones políticas, todo
lo vivía intensamente dejando siempre huellas de amor y servicio a
Dios y a sus hermanos.
Tenía el perfecto equilibrio entre su vida de oración, de donde
sacaba su fuerza, y la acción concreta. Combinaba su trabajo
político social con el acercamiento compasivo y misericordioso a
las personas que lo necesitaban: enfermos, pecadores,
marginados.
Amaba a las personas, sin discriminación, tenía una relación
respetuosa y dignificante para con la mujer, un desafío para su
época. Creía en el hombre, apuntaba a lo más íntimo de sus
hermanos y sacaba lo bueno de cada corazón.
Era activo, construía una sociedad diferente, con firmeza, sin
violencias, se entregó totalmente a cumplir el plan que su Padre le
iba revelando para mostrarnos el camino que nos redime y nos
lleva a Dios, esto es, el camino del amor, el camino de la felicidad.
Respetaba las leyes y luchó por mejorarlas para gloria de la
humanidad, con coherencia, libertad del que reconoce sólo a Dios
como absoluto y las creaturas, incluyendo su parte humana, su
corporeidad, como expresión y camino para llegar al Padre.
Jesús experimentó que somos capaces de contener a Dios, de
llenarnos de él, de manera a ir conformándonos en imagen y
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semejanza del Padre. Esto significa que somos llamados a ser todo
amor.
Jesús es el Verbo del Padre, el siervo fiel. Quiere cumplir la
voluntad de su Padre. Por él son mantenidas todas las promesas
del Padre (2 Cor 1,20). Por él son llamados los hombres a entrar
en comunión con el Padre. Por él somos hechos fieles a nuestra
vocación hasta el fin.
Jesús engendrado en su corporeidad, hecho hombre a imagen y
semejanza perfecta al Padre, comparte su esencia, es el
sacramento verdadero de Dios.
Sacramento lo es en su esencia, lo actualiza, lo hace presente,
hace visible al Dios invisible, hace finito al Dios infinito. Jesús es
la fidelidad misma, tiene el atributo mayor de Dios, junto al amor.
Porque Dios es amor y él lo hace presente, actual, lo hace historia,
lo hace visible e inteligible, lo hace abarcable para que en nuestra
pequeñez se nos muestre. Su lenguaje se hace comprensible a
toda criatura, así leemos en Juan 1,18: “A Dios nadie lo ha visto
jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es el que nos lo
dio a conocer”. Jesús es el Verbo encarnado. Jesús es la imagen
del Dios invisible (Col 1,15). “Quien me ve a mí está viendo al
Padre” (Jn 14, 9).
“El padre ama al hijo y le enseña todo lo que él hace, y le enseñará
cosas mucho más grandes que éstas, que a ustedes los dejarán
atónitos” (Jn 5, 20). “Si cumplen mis mandamientos,
permanecerán en mi amor, como yo he cumplido con los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 10).
En estos versículos está todo muy claro. Jesús, al compartir
nuestra humanidad, nos hace conocer cómo es Dios, qué siente
Dios, cómo ama Dios, cuáles son sus actitudes, sus intereses…
“Donde está tu tesoro ahí está tu corazón”, y su tesoro estaba en
su Padre; lo mismo debiera ser para nosotros, sus hermanos.
Él no juzga, sólo ama entrañablemente al pecador, expresa su
misericordia en las parábolas del Padre amoroso, o la del buen
Samaritano. “Hay más alegría en el cielo por un pecador que vuelve
a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de
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convertirse” (Lc 15,7).
Expresa su solidaridad con los enfermos, con los amigos, está ahí,
al alcance de la mano, incondicionalmente. Opta por los pequeños,
los impuros, las mujeres, los más débiles, los marginados. Lucha
contra la corrupción política y religiosa, contra los explotadores
de su pueblo. Le duelen las injusticias, el hambre, la desprotección
de los pequeños, huérfanos, viudas y forasteros.
Es fiel a su misión hasta la muerte, a una muerte indigna. Busca en
todo amar y servir por puro amor (Jn 13, 5.14). Servidor de todos
como el Padre. No hace discriminaciones, escoge a los pecadores y
come con ellos, se relaciona con amor y respeto con los enemigos
naturales de los judíos contraviniendo las leyes y se pone a hablar
con la samaritana junto a la fuente de Sicar.
Es un hombre absolutamente libre ante las leyes y la tradición,
cuando éstas no estaban de acuerdo con el deseo del Padre.
Fiel al Padre significa ser semejante a él: “Qué importa que
algunos hayan sido infieles. ¿Es que la infidelidad de éstos va a
anular la fidelidad de Dios? De ninguna manera, hay que dar por
descontado que Dios es fiel y que los hombres por su parte son
todos infieles” (Rom 3, 3-4). “Si le somos infieles, él permanece
fiel, porque negarse a sí mismo no puede” (2 Tim 2, 13).
Jesús nos cambia el concepto de familia: Dios es nuestro Padre; y
nuestra madre y hermanos, todos los que conociendo la palabra de
Dios, la viven. Para él no hay diferencia de personas, no puede
haber marginación alguna, ni por el pecado, ni por los crímenes.
Para la familia de Jesús no tiene sentido la pena de muerte, la
guerra y otros tantos males institucionalizados en nuestra
sociedad. ¿Acaso las flores no son diferentes? Nuestra
diversidad muestra la belleza de la creación y el rostro
inabarcable de nuestro Dios. Cualquier discriminación de lo
humano es negar la paternidad de Dios sobre la familia universal.
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3. Fidelidad de la gente
La fidelidad de la gente significa ir haciéndose personas a imagen
y semejanza de Dios, crecer en gracia ante Dios y los demás.
Una de las experiencias más impresionantes de la Biblia es
descubrir un Dios que nos quiere a su imagen y semejanza. Estoy
señalando que nos ha regalado las semillas de la fidelidad y del
amor. Desarrollar estas semillas significa crecer a lo largo de
nuestra existencia en ser semejantes en estos atributos de Dios.
Él apuesta por nosotros, porque nos sabe capaces de aspirar a la
fidelidad y al amor, a pesar de nuestra finitud, desde nuestra
corporeidad y en nuestra historia.
Y agregó Dios un piropo más… “Y vio que todo era bueno”. El
quiere y sueña con que desarrollemos esas semejanzas, entre
ellas, la creatividad, pues él crea permanentemente por amor. La
creación es el rebosarse del amor, y esa es su esencia. Por eso
estamos llamados a crear, a crear nuevas formas de amor, de
relación, en paz y armonía, a la manera de Dios.
Fuimos llamados a crear y dominar la tierra con amor, hacerlo en
armonía con todo el cosmos. Cuando hablamos del universo,
muchas veces olvidamos al ser más importante, la creada a imagen
y semejanza del creador: la persona humana, que es en su
individualidad gloria de Dios. Cuando discriminamos, impidiendo,
obstaculizando o no promoviendo el desarrollo de ese potencial
humano con capacidad de crecer infinitamente, somos infieles a
su creador.
Crear significa hacer algo nuevo en justicia, en solidaridad que
son otras formas de expresar amor.
Un amigo suele decir “el peor pecado del hombre es negarse a
crecer”. Eso sería desconfiar de la promesa de Dios que nos da la
capacidad de desarrollarnos sin límites porque él conoce y se fía
del hombre y de la mujer.
Estamos llamados a desarrollarnos en todos los ámbitos del
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quehacer humano: en el trabajo, en la administración y dominio de
la naturaleza, en la ciencia, en la tecnología. Crear en el arte. Dios
es belleza y también tenemos que ser fieles a ese atributo si
queremos crecer humanamente.
La fidelidad es don y tarea, que nos acerca e identifica más a Dios
cada día, conformándonos a su imagen junto a toda la naturaleza,
hasta que él sea todo en todos.
Imagen y semejanza de Dios significa libertad. Una de las tareas
más importantes en el crecimiento en la fidelidad, lo constituye el
ir liberándonos de los apegos a las creaturas; esa liberación es
signo de su presencia pues él es el Dios liberador; esa es la
primera manifestación a su pueblo cuando vivía esclavo en Egipto.
La libertad es fundamental para el “ser”; sin ella no podemos ser
personas, según el proyecto de Dios; por eso nos regala la
libertad, incluso, nos da la posibilidad de serle infieles, por el uso
inadecuado de ese don. Este es uno de los desafíos más grandes
para la humanidad: liberarnos y liberar a los hermanos de todo
tipo de yugo indigno de los hijos de Dios.
Él es el Dios de la vida. Por ello tenemos que amar la vida, generar
vida, luchar por la vida de todos y de toda la creación.
Implícitamente esto significa no a la violencia, trabajar por
mejorar la calidad de vida de cada semejante, desterrar todo tipo
de circunstancia que atente contra la vida de las personas, cuidar
la naturaleza.
Alcanzar las bendiciones prometidas a Abraham significa poner
todo el esfuerzo para realizar la tarea desde nuestra realidad. Él
es el Emmanuel que camina con su pueblo y está siempre con
nosotros haciendo posible nuestra felicidad.
El mérito de Abraham no es la obediencia, sino su total confianza
en Dios. El se fía de Dios, porque en su experiencia Dios es
fidelidad. Esto es una invitación para que al ser destinatarios de
este don y tarea nos fiemos, y lo dejemos trabajar con nosotros
para generar vida en plenitud como es su deseo.
La fidelidad del género humano se manifiesta en el fiel
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cumplimiento del decálogo, esas normas básicas de convivencia. En
la ley de Moisés, el creyente encuentra en los dos primeros
mandamientos el amor al Ser superior comprensible aún en las
diferentes ideas que se tenga de Dios, que en el fondo contiene
todas las demás actitudes positivas de relacionamiento con él. El
ateo, en el mismo primer mandamiento, tiene el amor al semejante
y el amor a sí mismo. Lo cual ya entra en la dinámica del
crecimiento humano afectivo y la promoción de la persona en
todas las facetas del pensamiento y actividad humanas.
Esta normativa instala en la sociedad la necesidad del respeto al
otro en su dignidad de persona y en sus derechos. Fija los límites
del derecho de unos donde comienza los derechos de otros.
Protege de manera indirecta al débil: no matarás, honrarás a tu
padre y a tu madre. Todas las demás normas si las profundizamos
un poco, por ejemplo, santificarás las fiestas, también significa el
derecho al descanso del esclavo, del asalariado o del que trabaja
en cualquier situación de dependencia; de esta manera todavía hoy
protege a la persona de caer en un régimen de esclavitud.
Más modernamente, la fidelidad a las personas está expresado en
la carta de los derechos humanos consensuada por todas las
naciones del mundo. Hoy día, se reconocen diversas generaciones
de los mismos.
Desafortunadamente debemos decir que estamos lejos de
cumplirlos totalmente. Incluso los grandes exponentes de la
democracia y de la libertad de nuestro tiempo asumen una
conducta totalmente hipócrita y cínica en referencia a los
derechos, sobre todo de los pueblos menos desarrollados
imponiendo todo tipo de discriminaciones: étnicas, sociales,
culturales, religiosas, políticas y especialmente económicas, en un
desmedido afán de lucro y dominación.
Hay circunstancias en las que la vida está limitada por la
dominación del hombre sobre el hombre como la explotación
laboral, opresión política, exclusión social. Hay marginación por
pobreza, en los diversos campos de educación, salud, laboral,
explotación y situaciones de violencia contra mujeres y niños;
lejos estamos aún de la fidelidad a la persona humana.
Sin embargo, ahí Dios está y es esperanza de libertad y
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liberación. En esas situaciones el soplo del Espíritu Santo, a
través de cualquier hombre o mujer de buena voluntad, que
trabaja por la promoción humana y la justicia social, va ayudando a
construir un mundo de paz, justicia, libertad y fraternidad.
Los avances de la ciencia y de la tecnología puestos al servicio de
todos, buscando una vida más digna y feliz, es un aporte para
cumplir el sueño de Dios: el de una familia unida en un hogar
común en la búsqueda de la redención de toda la creación.
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4. Fidelidad al ser cristiano
Ser cristiano significa seguir a Jesús, el Cristo. Es una manera de
experimentar la vida de Dios, es una manera de estar en el mundo,
vivir la esperanza de la resurrección. “En él vivimos, nos movemos
y existimos”.
Con el bautismo, recibimos la gracia para ser fieles a Cristo, el
Dios que conocemos, camino y puerta que nos conduce al Padre.
Fidelidad al bautismo implica un compromiso personal y social, un
verdadero seguimiento al Jesús histórico.
Ser cristiano significa ser fiel a la promesa que él nos dejara: El
que cree en mí, cree en mi Padre, y no morirá jamás. Tendrá vida
eterna, la vida de Dios. Significa ser fiel al sueño de Dios, fiel al
mandamiento del amor, expresado como coparticipación en la
construcción del Reino.
La Ley se dio por medio de Moisés; el amor y la fidelidad se
hicieron realidad en Jesús el Mesías (Jn 1, 14.16.17). El amor
viene de Jesús. Él es lo justo, es la belleza, lo bueno y lo santo.
Porque tiene la vida de Dios.
Es imperioso conocer a Jesús para conocer lo que es bueno y lo
que hay de bueno en nosotros, porque la Ley es perfectible a
través del amor. Si en ese discernimiento encontramos que la ley
es imperfecta podemos y debemos saltar a la etapa del amor de
Dios porque él es la verdad y la vida, la verdad es la fidelidad, es
el insumo para tener y generar vida; vida es la construcción del
Reino de Dios.
Las leyes las hacen los hombres, son imperfectas, finitas, son
nuestra medida, responden a nuestra idea de lo que es bueno, de
lo que es justo, de lo que es bello, definen nuestra medida como
individualidad, como grupo o como sociedad. Siempre estará
supeditado al perfeccionamiento en el amor, pues la medida es
Dios, el Absoluto, lo Bello, lo Santo, lo Bueno, lo Perfecto.
El cristiano será fiel en el trabajo, en la profesión: siervo fiel,
mientras los utilice tanto cuanto le ayude a conseguir la mayor
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gloria de Dios y de los hombres. Esto significa una serie de
responsabilidades no sólo éticas, sino de exigencia en cuanto a la
justicia social y propiamente en la construcción del reino. Es ahí,
lo cotidiano, uno de nuestros lugares de encuentro privilegiado
con Dios, ya que son muchas las horas dedicadas a los menesteres
ordinarios.
Nuestra fidelidad a los pobres, a los pequeños, a los adolescentes,
jóvenes, mujeres, niños consistirá en hacer un verdadero
santuario de cada persona, donde se contemple a Jesús
encarnado.
Trabajaremos por convertir cada ambiente en un templo donde se
adore al verdadero Dios de la vida. Para ello nuestro ser cristiano
debe actuar y evangelizar los espacios en los que nos toca
participar. Reflejaremos el ejemplo y las enseñanzas de la vida de
Jesús: el amor fraterno, la solidaridad y la justicia; ya sea en un
tren, un suburbio, la oficina, internet, el estudio o la familia, un
asentamiento, la ciudad o el campo.
Mi fidelidad será a la opción, al compromiso contraído: fidelidad a
mi vocación laical, formando Iglesia. Esto significa un No al
clericalismo como medida de mi santidad, sino el ser fiel a mi
vocación de “pueblo de Dios”, de bautizada y comprometida con el
crecimiento en la fe desde mi ubicación en el mundo y para Dios.
Esto demandará, a veces, un plantarse con firmeza, cariño
constructivo y respeto, ante el poder de la jerarquía, a menudo
convertida en clase sacerdotal de nuestro tiempo. Recordemos
que ella, el poder político y el pueblo manipulado por ellos, fueron
los que llevaron a Jesús a la cruz. Él asumió las consecuencia de
sus críticas a las autoridades, al uso de los dones que les fueron
dados para el servicio al pueblo.
Nuestra
fidelidad
consiste
en
trabajar
por
formar
corresponsablemente ese pueblo de Dios, ese cuerpo místico de
Cristo que camina por la historia y del que Cristo es la cabeza y
nosotros somos sus miembros, con distintas funciones, pero
igualmente importantes y necesarios.
Hay una gran necesidad de conversión hacia el interior de nuestra
propia Iglesia para ponerla al servicio fiel de Dios, que es ponerla
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al servicio de hombres y mujeres. El servicio a los más pobres, los
preferidos de Dios. Así la iglesia
expresará la verdadera
presencia sacramental de Cristo entre nosotros.
Encontraremos, sin embargo, tensión entre la fidelidad a la
Iglesia, que es Santa porque el Espíritu Santo trabaja en ella, y
fidelidad al propio Espíritu Santo que sopla donde quiere y cuando
quiere. Para enfrentar este desafío es necesario un
discernimiento continuo y una formación permanente en la
sabiduría de Dios, ya que la verdad nos hará libres. Así la libertad
de los hijos de Dios se expresará como libertad para amar y
hacer su voluntad invitándonos al amor a los hermanos, que es la
manera que él quiere que le demostremos nuestro amor.
El motor de la fidelidad es el amor, la otra cara de la misma
moneda, pues la demostración del amor sólo se puede manifestar
en la fidelidad. Ambos atributos mayores de Dios son
inseparables, inexistentes el uno sin el otro.
Las cartas a los Hebreos (11,17-19) y a los Romanos (4,18-22)
comentan la fe de Abraham que confió y esperó contra toda
esperanza. También esto nos invita a confiar y esperar contra
toda esperanza, pues el Señor tomará en cuenta nuestra fe para
hacernos justos.
Dios se aprovecha de las dificultades de la historia para enseñarnos. El es Padre y buen pedagogo. Nos enseña través de
nuestra propia experiencia, de nuestro propio lenguaje, lo que es
fidelidad.
Estamos llamados a ser fieles al crecimiento constante para así ir
conformándonos en otro Cristo, sacramento de Dios entre
nuestros hermanos.
Esta dinámica de cambio para asemejarnos cada vez más a Cristo
exige libertad interior; para lograrlo, San Ignacio nos propone los
ejercicios, para ir así reconociendo nuestras afecciones
desordenadas y liberarnos en el Señor.
Esta liberación irá dibujando nuestro yo interior, ese yo creado y
querido por Dios y en ese momento se impone otra forma de
19
fidelidad: la fidelidad a uno mismo.
Tenemos que aprender a escucharnos a nosotros mismos, a
nuestros valores, a nuestros deseos íntimos, pues allí habita el
Señor: en lo íntimo y sagrado donde él se encarna, nos habita, nos
contiene, nos recrea a cada instante. Allí vive la felicidad y la paz.
Allí encontramos sus sueños para cada uno de nosotros.
Los cristianos estamos permanentemente tentados por el mundo a
desteñir nuestra identidad de hijos de Dios y seguidores de
Jesús, el Cristo. Esta batalla tiene mil maneras de entablarse,
tales como el rehuir de nuestro compromiso de crecimiento en la
fe y el compromiso con el Reino, el exitismo o protagonismo, las
espiritualidades sedantes que nos alejan del verdadero rostro del
Jesús histórico. La religión como práctica social. El grupismo que
cuida intereses propios, excluyendo los de los demás hermanos,
inclusive, referido a intereses familiares. El egoísmo y la falta de
solidaridad, la falta de compromiso político para buscar una vida
más digna para los más pobres y los marginados, las formas de
esclavitud a la fama, el dinero, el placer o el poder llevando al
sometimiento a los más débiles. La falta de esperanza, la falta de
actitud profética frente a las injusticias que vemos, las faltas por
omisión de hacer este hogar común, más habitable. La falta de
compromiso en el cuidado de nuestro planeta, de sus recursos,
hogar de todos, incluyendo los hermanos que van a venir en el
futuro.
Debemos luchar contra la frivolidad, la cultura light, lo fugaz, lo
superficial, “el pare de sufrir”.
Significa entonces el comprometernos profundamente con los
hombres y mujeres de nuestro tiempo, manifestar una verdadera
encarnación a la manera que Cristo nos enseñó, asumiendo todas
sus consecuencias: Ser fiel a Cristo significa seguirlo en la vida,
en la muerte, con fe profunda en la resurrección.
Para concluir este segmento elijo este texto del libro de C. García
de Andoin que cita a la Carta de Diogneto que habla de cómo
vivían los cristianos de los siglos II y III como laicos, mostrando
una conducta admirable.
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“Los cristianos en efecto, no se distinguen de los demás
hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus
costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivamente
suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de
vida aparte de los demás…, sino que habitando ciudades
griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo,
y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a
los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un
tenor de peculiar conducta admirable y, por confesión de
todos, sorprendente. Habitan sus propias patrias, pero
como forasteros; toda tierra extraña es para ellos patria y
toda patria tierra extraña… Obedecen a las leyes
establecidas, pero con sus vidas sobrepasan las leyes. A
todos aman y por todos son perseguidos. Se les desconoce y
se les condena. Se los mata y en ello se les da la vida. Son
pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan
en todo…” 3
Carlos García de Andoin, Laicos Cristianos, Iglesia en el mundo, Ediciones
HOAC. Madrid, 2004, pág. 58.
3
21
5. Fidelidad del laico comprometido
El compromiso personal proviene de la sensibilidad trabajada por
la razón y afectada por la fe. Debiéramos entonces descubrir,
traer a la inteligencia, los afectos desordenados para corregirlos
con la voluntad. Recordemos siempre que el discernimiento se
realiza frente a otras libertades, que deben ser respetadas y
asumidas.
Como laico la primera comunidad es la familia. Si es la familia de
los padres será necesaria una convivencia armónica y solidaria.
Respetaremos los espacios de los otros y haremos respetar
nuestro espacio, pues lo necesitamos para la oración o relación
con el Padre, que en el fondo no es otra cosa que atender
nuestras propias necesidades en diálogo con el Padre. Ello irá
edificando esa paz interior que siempre estamos buscando.
Necesitamos tiempo y espacio para atender intereses como el
estudio, el trabajo, el amor, la distracción, los amigos, el
apostolado. Empeñémonos en no ser avasallados en nuestros
gustos y deseos así como también en la libertad para optar en ese
coloquio, primero con nuestro papá Dios y luego con la familia. En
caso de choque de intereses se tratará de armonizar mediante un
intercambio amoroso y constructivo, recordando siempre el “para
qué hemos sido creados”.
Si se trata ya de una familia propia establecida, la fidelidad
conyugal es la base fundamental de la relación en la pareja. Esa
fidelidad se irá demostrando en el esfuerzo permanente en
mantener vivo el amor, alimentar el enamoramiento, amar en
libertad, ofreciendo, al mismo tiempo, esa libertad necesaria para
el crecimiento permanente de cada uno de los esposos. Los hijos
no pueden desplazar en importancia a la atención de la pareja.
Para que ello sea posible, es indispensable que ambos colaboren en
la educación de los hijos, en la atención que requiere el desarrollo
y crecimiento de los mismos, así como también el cuidado del
hogar tanto en las tareas como también el sostenimiento
económico. Todo esto significará muchas veces renuncias a
comodidades o deseos personales.
22
Un discernimiento constante será la manera de hacer la voluntad
del Padre en cada instante, también ayudará en las opciones o
alternativas que se vayan tomando en las delicadas decisiones de
cada día. La iglesia doméstica es la primera maestra que
transmite la fe, los valores cristianos, los principios éticos; sobre
todo la solidaridad y la vida apostólica.
Ser cristiano significa fidelidad al ser hijo semejante al Padre.
Fidelidad en el compromiso de salvación de la familia biológica,
aunque teniendo siempre presente que para Jesús el concepto de
familia sobre todo se refiere a la relación filial con el Padre de
todos y la relación fraterna entre todas las personas.
Mi ruego se haga acción: que mi casa sea templo, yo ayude, y ellos
den gracias a Dios.
Y con Carlos de Andoin me gusta preguntar: ¿Anunciamos la fe
que tenemos? ¿Tenemos la fe que anunciamos?
Fidelidad a Cristo y la causa del Reino: los pobres.
Esto significa una fidelidad profunda a la justicia social. En ese
sentido tenemos que interpelarnos sobre nuestras conductas y
actitudes en relación con las personas que nos rodean.
En nuestra pareja: ¿hay rastros de machismo o explotación para
con la esposa/o? ¿Estoy tratando de dignificarlo/a? ¿Estoy
trabajando por su liberación y crecimiento? ¿Estoy atenta/o a su
cansancio, desánimo, a la calidad de nuestro diálogo, nuestra
comunión en la fe y el amor?
En relación con los hijos: ¿soy testimonio de respeto a los
derechos humanos, en el trato con los subordinados, en el ejemplo
de solidaridad para con los demás? ¿Hago explícita mi fe y mi
opción por los pobres? ¿Los aliento y acompaño en su conocimiento
y seguimiento de Cristo, Dios hecho hombre pobre, nacido en un
establo, que se ganó la vida trabajando como un pobre de su
tiempo, entregó su vida por sus hermanos y murió como un
delincuente?
23
Será necesario ir cultivando su fe: en el silencio, en el consuelo,
en sus sentimientos, en la gratitud, en la escucha, en la adoración
y en su vida interior, desafiándolos a percibir el misterio,
ensayando el lenguaje simbólico que facilitarán su experiencia de
Dios.
Con personas en relación de dependencia: ¿son justas las
condiciones de trabajo? ¿Son las relaciones dignificantes? ¿Son
el fin del trabajo y no sólo medios de producción? ¿Estoy yo como
el que sirve?
Tengo obligación, en la medida de mis posibilidades, de participar,
en alguna estructura que luche por la paz, la justicia, la
ciudadanía, la erradicación de la pobreza, la marginación, las
formas modernas de esclavitud.
Es necesario colaborar económicamente y / o con mi tiempo a la
construcción del Reino, hacer pública la manifestación de mi fe y
mi opción por la justicia.
Fidelidad al amor conyugal
La fidelidad de los esposos es básica para la vida de la pareja. Ella
debe ser sacramento de la presencia de Cristo unido a su Iglesia,
que la amó tanto hasta dar la vida por ella. En ese ambiente de
amor comprometido se generará vida plena, felicidad y todos los
valores necesarios para la educación y el crecimiento de los hijos.
Las dificultades aparecen cuando encontramos que la pareja no
responde a lo que hemos esperado o simplemente debido a la
rutina y sobre todo a la falta de cuidado del amor mutuo. Éstos y
otros muchos factores hacen que la relación se desgaste,
momento en que aparecen las tentaciones objetivables, sin
embargo la infidelidad al Amor ya estuvo antes, al descuidarse
ese lazo que Dios quiso que sólo la muerte separara, esa opción de
vida que se tomó libremente.
Siempre habrá tensión entre el tiempo destinado al crecimiento
personal, a los hijos, al trabajo o al desarrollo personal y el
tiempo destinado a la pareja. El amor generoso hará vibrar en la
24
misma frecuencia los corazones que se comprometen el uno con el
otro. Cuando esto no es posible se estará alerta ante las
posibilidades de afecciones desordenadas sobre todo estimuladas
por el entorno: juventud, belleza, sexo, placer, falta de
compromiso, poder, acaparar, éxito, etc., que a menudo desfiguran
nuestra naturaleza ya normalmente inquieta y permanentemente
insatisfecha.
El tiempo de oración matrimonial, el compartir la experiencia de
Dios, el crecer en compromiso profundo con el otro, es cimentar
en roca firme la relación. Eso hará posible enfrentar
positivamente los problemas que irán surgiendo a lo largo de
nuestras vidas.
Educar a nuestros hijos en el renunciamiento, el valor de la
familia, el discernimiento en la elección de la pareja, la libertad,
el auto conocimiento, el diálogo, el romanticismo, la transparencia
en las relaciones, la solidaridad, el compromiso profundo con el
otro, el saber reconocer los errores y asumir la corrección
fraterna, el compañerismo, el buen humor, serán elementos
óptimos para cuando llegado el momento puedan formar una
familia que sea plenamente un verdadero sacramento de la
Iglesia.
Fidelidad a la amistad
“Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que
aprendí de mi Padre” (Jn 15, 15)
Es un sentimiento noble que no conoce acepción de personas, que
nos vincula a través del tiempo y de la distancia, que nos dignifica
y nos eleva a los ojos del amigo a niveles que superan todo tipo de
barreras.
El amigo es el que conoce profundamente y acepta mis propias
limitaciones. Es el que confía, a veces a pesar de contrapruebas,
haciéndome sacar lo mejor que tengo dentro. Es el que me da sin
preguntar.
Es el que justifica mis errores y disfruta como suyos mis logros.
Es profundamente sincero conmigo y sabe corregir mis defectos
25
sin herirme.
Él esta siempre conmigo en las buenas y en la malas, es el que me
anima y perdona mis fallas. El que se juega por mí.
Cualquier semejanza con el Señor ¡es pura realidad! Esta
semblanza enseña lo que debemos ofrecer al amigo y lo que él
espera encontrar en nosotros. Eso es fidelidad en la amistad.
Fidelidad en el trabajo
El Señor nos llamó a dominar la tierra mediante el trabajo que
enaltece y dignifica a la persona. La fidelidad en este campo del
quehacer humano tiene relación con el respeto a la creación:
hogar y bienes de todos y cada una de las personas, el mantener y
mejorar nuestra casa grande, para que la vida sea digna de
verdaderos hijos de Dios.
Tiene también que ver con el respeto y la dignidad del trabajador
como destinatario de los bienes resultantes. En ese sentido el
respeto de sus derechos y del fin social del trabajo como forma
de cocreación de un mundo en constante renovación, son
indispensables para ser fieles.
Será también necesario asumir las obligaciones devenidas del
compromiso mutuo entre capital y trabajador, ya que ambos se
necesitan mutuamente. En caso de conflicto trataremos de
entablar un diálogo constructivo y nuestra opción será siempre
una opción radical por los más débiles.
La opción de Cristo es la opción por los pobres, léase obreros,
campesinos, pequeños productores, organizados y no organizados.
El cristiano será fiel a la causa de Cristo.
Es allí donde estamos llamados a empatizar, luchando por su
causa, desde cada uno de los lugares donde nos toca actuar.
Nuestra presencia y apoyo debe hacerse manifiesta y pública.
Nuestra actividad política debe ir encaminada a fortalecer y
trabajar por los derechos de los más pobres buscando una mayor
organización, mayor participación en la toma de decisiones que
competen sus vidas, las de sus familias, sus bienes y su dignidad.
26
La fidelidad al trabajo descarta a los intermediarios, que reducen
el margen de ganancia. El trabajador las necesita para que su vida
vaya siendo cada vez más digna proporcionándole los medios
económicos para que su familia esté segura y pueda proyectar un
futuro más feliz.
Fidelidad en la educación
Estamos llamados a desarrollar todo el potencial humano según los
talentos que cada uno posee. Siendo así, buscaremos las formas
para que cada persona tenga la oportunidad de adquirir formación
adecuada, en condiciones de libertad e igualdad.
La fidelidad responderá a las necesidades reales de la sociedad,
sin que sea el afán de lucro el factor decisivo en la elección del
oficio y de la profesión.
Una educación liberadora, profundamente enraizada en la
realidad, que busca responder a los desafíos de la historia, que
promueva el crecimiento integral de la persona, sólida en valores
cristianos, que sabe respetar la vida, la libertad, la solidaridad, el
compromiso con los demás, la participación igualitaria en las
decisiones, el respeto por la naturaleza, la opción por los pobres,
la paz, preparará un mundo más humano y más divino.
Fidelidad al descanso debido
El descanso es un momento querido por Dios que aparece ya en el
primer capítulo del Génesis, necesario para que el hijo de Dios
reponga sus fuerzas y pueda sentirse libre y
así poder
comunicarse con su Creador con dignidad de hijo.
Los momentos destinados a la distracción forman parte del plan
amoroso de Dios. Él conoce cómo estamos hechos y las
debilidades que tenemos, por ejemplo, el deseo de tener más, que
a menudo nos lleva a someter y explotar al débil haciendo abuso
de poder.
Es importante que el descanso no nos lleve a la evasión, si no más
bien, nos conduzca a cuidar nuestra integridad personal y a
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desarrollar otros talentos, mirando el horizonte de asemejarnos
cada vez más a Dios, pues ese es su querer.
Es importante que el descanso no nos lleve a la evasión, si no más
bien, nos conduzca a cuidar nuestra integridad personal y a
desarrollar otros talentos, mirando el horizonte de asemejarnos
cada vez más a Dios, pues ese es su querer.
Fidelidad al “modo” de Ignacio de Loyola
Somos fieles al Espíritu si somos fieles a las enseñanzas de Jesús.
Eso significa vivir en discernimiento permanente para conocer la
voluntad de Dios en cada momento y en todos los aspectos de
nuestras vidas.
Vivir la espiritualidad de la fidelidad, es vivir la vida de una
manera, es estar en el mundo de una manera, en nuestro caso, a la
manera de Jesús.
Esta espiritualidad va más allá del mero cumplimiento de ritos y
normas impuestas por la Iglesia. Incluso, en ciertos casos vivir a
la manera de Cristo significará desoír estos preceptos siguiendo
al Espíritu que sopla donde quiere y cuando quiere.
He leído no sé donde, pero me gustó esta frase que comparto: El
espíritu de Dios es para todos, y se reparte según su voluntad;
pero seguir a Cristo al modo de San Ignacio es una llamada para
aquellas personas que tienen deseos de seguir a Jesús mediante
un discernimiento permanente, uniendo nuestra fe y vida,
encarnados profundamente en nuestra historia y aprendiendo a
leer los signos de los tiempos.
La fidelidad en la vida de San Ignacio está en la búsqueda y el
cumplimiento constante de la voluntad de Dios en su vida, a pesar
de las muchas dificultades experimentadas. Vive Ignacio esa
voluntad de Dios en el “seguimiento de Jesús”, al que pide
conocerlo internamente para más amarle y seguirle.
En los Ejercicios Espirituales San Ignacio insiste en el
“conocimiento interno de Jesús”. Nadie ama lo que no conoce, y
¿cómo seguir tras lo desconocido? Cuando en los primeros días de
28
los Ejercicios nos lanza la pregunta: ¿qué puedo hacer por Cristo?
Ignacio está buscando una respuesta de “fidelidad a tanto amor
recibido”, y lo primero que nos pone por delante es el “llamado del
Señor a seguirle” en la tarea de la construcción del Reino.
Fidelidad a la vida apostólica
La vida apostólica es la característica esencial del bautizado, en
su carácter de ungido como sacerdote, profeta y rey, enviado
como discípulo de Jesús.
Fidelidad en este sentido implicará ser fiel a la vocación
particular que el Señor concede a cada uno según los talentos y
diversos ministerios.
No podemos renunciar a ser luz del mundo o sal de la tierra. No
podemos renunciar a la manifestación pública de nuestra fe. No
podemos dejar nuestro compromiso de hacer ciudadanía, de
santificar el ambiente con nuestro testimonio político en la opción
por los pobres, de evangelizar la economía, de cuidar de los
pequeños del Señor, de promover la paz, la justicia, la solidaridad,
la igualdad, la fraternidad, el respeto por las minorías, la
dignificación del hombre y la mujer sin discriminación alguna,
especialmente por los que piensan diferente a nosotros; no
debemos ausentarnos de la cultura, la ciencia, la tecnología y
luchar para que los frutos estén al alcance de todos.
Estamos llamados a testimoniar la verdadera imagen de nuestro
Padre, exigentemente amoroso, en las diversas formas de
evangelización, así como también a denunciar los pecados
estructurales y las diversas idolatrías de nuestro tiempo. Nuestra
evangelización debe ser inculturada, incluyente, respetuosa,
coherente, valiente, a tiempo y a destiempo.
Nuestro apostolado se alimentará del discernimiento en la oración
y de un estilo de vida sencilla a la manera de Jesús.
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Conclusión
Es importante asomarnos a la fidelidad de Dios a sí mismo y a sus
criaturas, pues es la llave que nos abre a la interiorización de
nuestro ser de creatura, imagen y semejanza suya. La fidelidad
del Padre es el espejo en el que debemos mirarnos para que
vivamos la realidad de hijos y hermanos; relaciones que sintetizan
el sueño del Padre y la buena nueva que trae Cristo.
Es impresionante adentrarnos en el Jesús histórico, verdadero
sacramento del Padre, porque realmente es la plenitud de la
revelación. Nos llena de sorpresa y gozo conocerlo y, como dice
Jesús, lo que le enseña el Padre nos deja atónitos. Efectivamente
el Verbo encarnado es el lenguaje inteligible de lo infinito.
Nuestro ser cristiano hoy consiste en hacernos sacramento de
Jesús, ir conformándonos en otros Cristos para nuestros
hermanos. Esto es lo que define nuestra fidelidad al bautismo.
Ser cristianos no es pertenecer a un “grupo eclesial”, ni practicar
unos ritos. Es una manera de estar en el mundo, de concebir la
vida, una manera de aproximarse al hermano, a Dios y a todas las
cosas. Fidelidad a Cristo y su Iglesia significa seguir a Jesús de
cerca, adoptando sus actitudes en todos los ambientes,
circunstancias y con todas las personas con las que nos toca
relacionarnos.
De ahí la necesidad de vivir en discernimiento permanente para
poder ordenar nuestros afectos y poder ser finalmente fieles a
nosotros mismos, pues Dios nos creó hombre y mujer, a imagen y
semejanza suya, y vio que todo era bueno.
30
Bibliografía
Biblia Latinoamericana. XIV edición. Verbo Divino. Madrid, 1995.
Carlos García de Andoin, Laicos Cristianos, Iglesia en el mundo,
Ediciones HOAC. Madrid, 2004
José Miguel Ortega sj., Apuntes de “Fe y Justicia en Jesús”.
Curso de formación para formadores en fe y justicia.
Barrero, Paraguay, 2004.
X. Léon Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica. Herder.
Barcelona, 1975.
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