Año II No. 4 Septiembre - Diciembre 2009 pp. 19 Sobre el quehacer traductológico. Una experiencia en el México novohispano Pilar Máynez Vidal • Resumen A partir de una breve referencia historiográfica sobre las diferentes formas de abordar la práctica traductológica, a continuación se expondrán las estrategias lingüísticas adoptadas por el franciscano Bernardino de Sahagún en la traducción al náhuatl de conceptos propios de la religión católica, en la Psalmodia christiana y Sermonario de los sanctos del año, en lengua mexicana (1583). En ese texto se podrá comprobar cómo el profundo conocimiento que el fraile llegó a obtener de la cosmovisión mexica y de su lengua le permitió asociar contenidos del nuevo culto que intentaba implantar con formas lingüísticas indígenas de honda raigambre y con ello llevar a cabo, con mayor eficacia, su labor evangelizadora. Palabras clave Cultura. Evangelización. Interpretación. Pensamiento. Traducción (literal y libre). Abstract Starting with a historiographic reference about the different ways to approach the practice of translation, this article will present the strategies used by Franciscan Bernardino de Sahagún in his translation of different concepts related to the Catholic religion into nahuatl, specifically in the Psalmodia Christiana y Sermonario de los sanctos del año, en lengua Mexicana (1583). In such a text, we can confirm how the monk’s deep understanding of Mexicas’ vision of the universe and of their language allowed him to associate contents of the new worship he was trying to implement with very deeply rooted native linguistic forms, thus favoring his evangelization purposes. Key words Culture. Evangelization. Interpretation. Thought. Translation (literal and free). 19 Revista Multidisciplina Tercera Época De esta forma el raciovitalismo orteguiano, concebido como la manera en la que la razón se va actualizando constantemente en la vida a la cual es inherente, se encuentra influido por la estilística vossleriana, fundados en la lucha que se establece entre la creación individual y el estatismo social, así como en el predominio de la expresión propia y única de cada hombre y de cada pueblo. Pero, a pesar de las dificultades advertidas en la mencionada experiencia lingüística, Ortega y Gasset llegó a aceptar que la traducción era viable, e incluso sostuvo que era necesario efectuar el transvase de una misma obra desde diferentes aristas, con el fin de poder abarcarla en toda su dimensión. Lo utópico, entonces, podría ser realizable con el auxilio de la “gramática y el uso”, aunque admitía, como reserva adicional, el hecho de que dos vocablos pertenecientes a lenguas diferentes y que los diccionarios bilingües proponían como equivalentes el uno del otro se pudieran referir al mismo objeto. “Formadas las lenguas en paisajes diferentes y en vista de experiencias distintas, es natural, su incongruencia”. Ortega no quiso simplificar el quehacer traductológico; lo mostró en toda su complejidad y, si al final llegó a aceptar su viabilidad, también planteó los límites de lograr un traslado absoluto de un código a otro. Hasta aquí hemos planteado la naturaleza del fenómeno que pretendemos desarrollar y ejemplificar desde la perspectiva historiográfica a continuación. Planteamiento del problema En una plática sostenida con profesores de El Colegio de Francia, José Ortega y Gasset (1883-1955) se refirió a la utopía de la comunicación entre hablantes de una misma lengua y a la improbable efectividad de la traducción entre lenguas diferentes. Las interrogantes expuestas al inicio de su intervención expresaban su pesimismo respecto a la posibilidad de lograr una fiel realización en el intercambio cotidiano y en el traslado preciso de significados entre diversas lenguas, y así sostenía en cuanto a la primera cuestión que “hablar unos con otros en nuestro idioma materno… se trata de un ejercicio utópico” y, sobre la segunda, que traducir era un “afán utópico”. La imposibilidad comunicativa y traductológica expresada por el filósofo español resulta contraria a los presupuestos del funcionalismo de Praga, los cuales sostienen el inminente carácter teleológico y comunicativo del lenguaje, se fundaba, según Ortega, en el hecho de que cada lengua nos separa de las demás por proceder de un cuadro mental diverso, de un sistema intelectual diferente. Recordemos que Wilhelm von Humboldt casi un siglo antes había advertido la implicación dinámica entre lengua-pensamiento-cultura, y que Karl Vossler, quien siguió de cerca al ilustre pensador alemán, influyó de manera determinante en la concepción filológica desarrollada en España durante los primeros años del siglo pasado. Ortega y Gasset, José, “Miseria y esplendor de la traducción” (1937), en Obras completas, t. V, 2ª ed., Madrid, Revista de Occidente, 1951, p. 429. Puntualmente dice Ortega: “Las lenguas nos separan e incomunican no porque sean en cuanto lenguas distintas, sino porque proceden de cuadros mentales diferentes, de sistemas intelectuales dispares —en última instancia—, de filosof ías divergentes. No sólo hablamos en una lengua determinada, sino que pensamos deslizándonos intelectualmente por carriles preestablecidos a los cuales nos adscribe nuestro destino verbal”, ibid., p. 443. Respecto a la innegable influencia que Karl Vossler llegó a tener en España, Amado Alonso aceptaba en 1930: “Con alguna resistencia o sin ella, todos nos hemos tenidos que rendir a la nueva verdad: todos somos un poco o muchos discípulos del sabio profesor de Munich”, en José Portales, Medio siglo de filología española (1896-1952). Positivismo Referencia historiográfica sobre la práctica traductológica Aunque, según Valentín García Yebra, el oficio de intérprete se remonta a tiempos milenarios, cuando el intercambio entre hombres que hablaban diferentes lenguas exigió la mediación de e idealismo, Madrid, Cátedra, 1986, pp. 150-151. Prueba de ello la tenemos en los ensayos que el filósofo español dejó en torno a la obra de Azorín. Ortega y Gasset, José, op. cit., p. 430. Ibid., p. 432. 20 un tercero que comprendiera ambas y auxiliara así en el acto comunicativo, la traducción es tan antigua como la literatura escrita. A manera de ejemplo podemos aludir a los más remotos testimonios de los que se tiene noticia que corresponden a versiones fragmentarias, contenidas en doce tablillas en escritura cuneiforme, de la Epopeya de Gilgamesh, narrada primero en sumerio y trasladada a cuatro lenguas asiáticas hacia el segundo milenio antes de Cristo. Siglos después ilustres oradores, literatos y retóricos se han referido al quehacer traductológico que ellos mismos han experimentado. La historiograf ía en este sentido resulta muy significativa, como lo podemos comprobar, a manera de botón de muestra, en la somera relación que sigue. Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) se refirió en diferentes ocasiones a las diversas formas en que se podría llevar a cabo el traslado de un texto. En su De optimo genere oratorum distinguió dos tipos: el realizado con “criterios de intérprete”, que exigía el apego estricto al texto fuente, y el efectuado con “criterios de orador”, que rechazaba el procedimiento mecánico de verter palabra por palabra. El célebre orador defendió en la mencionada obra, que ha sido considerada además una de las primeras preceptivas literarias, la traducción libre, y en De finibus bonorum et malorum confesaba que varios términos en latín podían expresar, con la brevedad que exigía el griego, el mismo sentido. Ahora bien, aunque los manuales de traducción que incluyen muy someras referencias historiográficas identifican como antecedentes de la reflexión traductológica por igual a Cicerón, Horacio, Plinio y Quintiliano, no es sino a san Jerónimo a quien corresponde plenamente su atribución como fundador de dicha disciplina. San Jerónimo (340-420), doctor y padre de la Iglesia, se dedicó a traducir la Biblia al latín por espacio de treinta años; esta versión que se conoce como Vulgata (o traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue durante quince siglos la Biblia oficial de la Iglesia católica. Producto de esta continua actividad —que durara treinta largos años— es la que ha sido considerada como la carta fundacional de la traductología dirigida a Pamaquio, uno de sus discípulos, en la cual explicaba el método que había seguido en el proceso de transvase de ésta y otras obras más. En ella el eremita de Belén se pronunciaba por ambas opciones: la literal y la libertaria o libre. En cuanto a la traducción de las Sagradas Escrituras defendía el principio de literalidad, mientras que para los textos literarios, en la que advertía una suerte de recreación, se pronunciaba por la versión libre. Así lo manifiesta en el siguiente pasaje: “Pues yo no sólo confieso sino que también abiertamente proclamo que en la traducción de los griegos fuera de las Sagradas Escrituras donde hasta el orden de las palabras es un misterio, no expreso palabra por palabra sino sentido por sentido”. San Jerónimo declaraba seguir en este último procedimiento a Cicerón, quien en la traducción que había hecho del Protágoras de Platón y el Económico de Jenofonte había reproducido de manera adecuada las propiedades del griego, es decir, había actuado como “orador” y libremente, y no en forma literal.10 Ahora bien, durante el muy extenso periodo medieval en Occidente fueron usuales los traslados palabra por palabra no sólo en lo tocante a los textos sagrados sino también en lo concerniente a los escritos sobre otros temas; no obstante, hubo quienes, como Ricardo de Bury, obispo de Durkam y canciller de Inglaterra, llegó a censurar este literalismo. Así, en su PhiloBiblion expresó: García Yebra, Valentín, En torno a la traducción. Teoría, crítica, historia, México, Ediciones del Ermitaño / Gredos, 1986, p. 28. No obstante, líneas después García Yebra reconoce que “La primera traducción importante fue una traducción de la Biblia (Antiguo Testamento), la de los ‘Setenta’, llamada también ‘Versión Alejandrina’. Se llevó a cabo en gran parte a mediados del siglo III antes de Cristo, del hebreo al griego, con destino a la numerosa colonia hebrea de Alejandría, que había olvidado la lengua de los libros sagrados”, idem. No hay que olvidar que para los romanos la traducción representó un ejercicio de composición dentro del campo de la retórica. García Yebra, Valentín, op. cit, p. 60. También elogió las traducciones realizadas por Plauto y Terencio quienes, según él, habían procedido con gracia sin sujetarse a las palabras sino al pensamiento. 10 21 Humanidades Año II No. 4 Septiembre - Diciembre 2009 pp. 21 Revista Multidisciplina Tercera Época “Soportamos con frecuencia malos traductores y los que desconocen las peculiaridades de las lenguas se atreven a trasladarnos de una lengua a otra; suprimida, así, la propiedad de la expresión, se produce la frase torpemente manchada y opuesta a los que el autor pensaba”.11 La literatura religiosa romance de la Edad Media, por otra parte, presentó una situación muy particular; el escritor fue casi un traductor, por lo que la parte creativa quedó hasta cierto punto confinada, pues el propósito de esta clase de escritos fue la transmisión de las enseñanzas cristianas. Sin embargo, poco a poco, gracias a este trabajo de difusión se fue conformando un ambiente de religiosidad laica que encontró su particular medio de expresión con nuevos matices en la lengua vulgar. El romance fue considerado, por tanto, no sólo en su funcionalidad pragmática sino como manifestación de tradición y prestigio, por lo que algunos autores, en general hombres de Iglesia, declaraban sus experiencias religiosas indistintamente en latín y en romance. Las dificultades que entrañaba la práctica de la traducción sobre este tipo de textos quedaron bien expuestas por el autor anónimo quien tradujo en el siglo xiv el Salterio: donde se realizaban la traslación e interpretación del árabe y del hebreo al romance y al latín, lengua esta última que continuaba teniendo un enorme prestigio y en la que se hacían traducir obras para una público europeo ávido de leerlas y con las suficientes posibilidades económicas para pagarlas.13 Recordemos que desde 1085, cuando Alfonso VI conquista Toledo, la ciudad se constituyó en un importante centro de intercambio cultural. Los mozárabes que habitaban allí estaban fuertemente arabizados y el contingente moro, que convivía con el judío, era muy numeroso y conservaba aún sus creencias, costumbres y hasta el uso de su lengua. Según Rafael Lapesa, durante la época del obispo toledano Raimundo en las traducciones de obras árabes o hebreas colaboraban un judío, que hacía una versión oral romance, y un cristiano, que la trasladaba al latín. Este procedimiento continuó realizándose más tarde cuando aparecieron colecciones novelísticas como el Calila e Dimna (1251) en traducciones castellanas cuya sintaxis deja ver clara la de los textos árabes originarios.14 Luego, otro arzobispo, Rodrigo Ximénez de Rada (1170-1247), conocido como El Toledano, promovió la realización de diferentes proyectos y escribió unos anales de España, redactados también en latín, la Historia gothica (1243), en la que integró autores tradicionales como san Isidoro y obras de varios cronistas árabes. Digno de mención es igualmente Lucas de Tuy, o El Tudense, quien escribió en latín una historia “universal”, titulada Chronicon mundi (1236). La Escuela de Traductores —la cual no fue la única en España dedicada a esta actividad pues también existía, entre otras, la Escuela de Murcia— va a alcanzar su apogeo a mediados del siglo xiii, cuando el Rey Sabio mandó traducir la Biblia al romance, donde colaboró el italiano Gerardo de Cremona (1114-1187), traductor de más de ochenta obras filosóficas y científicas del árabe al Y por esto es demasiado arriesgado traducir la Sagrada Escritura de latín al romance, porque la Santa Escritura está tan llena de sentidos múltiples y de mensajes complejos que quien quiere ponerla de latín en romance, si no ha estudiado mucho tiempo sobre ella y si no la maneja con familiaridad y posee todos sus sentidos, no puede de ninguna manera traducirla sin errores.12 Entre 1125 y 1152 Raimundo de Sauvetat, arzobispo de Toledo, funda la Escuela de Traductores, García Yebra, Valentín, op. cit., p. 65. Y continúa más adelante: “El texto bíblico encierra l´entention dou sainct esperit (la intención del Espíritu Santo) que lo ha inspirado y por lo tanto para traducirlo hace falta, tal como dice el autor en el mismo fragmento, un dons especial dou saint esperit (un don especial del Espíritu Santo) que nadie está seguro”, en Vàrvaro, Alberto, Literatura románica de la Edad Media. Estructuras y formas, Barcelona, Ariel, 1983, p. 88. 11 12 Alatorre, Antonio, Los 1001 años de la lengua española, Tercera edición corregida y muy añadida, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 150-151. 14 En Historia de la lengua española, 6ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Escelicer, 1965, p. 165. 13 22 Humanidades Año II No. 4 Septiembre - Diciembre 2009 pp. 23 latín, como De naturali auditu tractatus de Aristóteles, así como textos de Alejandro de Afrodisia sobre el tiempo, el conocimiento sensorial y sobre el crecimiento. En este centro de traducción trabajó también, hacia el siglo xii, quien fuera el primer director de la Escuela de Traductores de Toledo, el segoviano Domingo Gundisalvo, realizando traslados de obras de carácter filosófico del griego al latín y, en colaboración con Juan Hispalense, numerosas obras escritas en árabe. Figura sobresaliente en la consolidación del castellano como lengua nacional y en los trabajos de traducción fue, sin duda, Alfonso X El Sabio. Aunque el romance había sido utilizado en las composiciones poéticas, pues era el género de la juglaresca y de los relatos épicos que se transmitían de forma oral, a medida que avanzó la reconquista se advirtió la necesidad de lograr la unificación lingüística de los diferentes territorios, que el rey propició con su gran empresa literaria. Los sabios musulmanes y judíos tradujeron textos árabes y hebreos en los que se había recogido la casi totalidad de la cultura griega, los cuales el monarca ordenó escribir o escribió en castellano. Pero esta labor de transvase emprendida por don Alfonso y un muy diverso y amplio grupo de trabajo no resultó sencilla, pues había que descubrir o crear el léxico y las expresiones necesarias para acoger el caudal de nuevas realidades que no habían sido referidas hasta ese momento en castellano y expresarlas con propiedad. Solalinde comenta al respecto El lenguaje constituía, en efecto, una noble preocupación de Alfonso; gracias a este interés la prosa castellana, reducida antes a traducciones infelices y a documentos notariales, da un gigantesco paso. Las obras del rey Sabio, por la variedad de sus asuntos, por la multiplicidad de sus fuentes, obligaban a la creación de un vocabulario abundante. Así, los científicos que forman los libros astronómicos o el Lapidario adaptan y traducen una buena cantidad de palabras árabes y latinas; en el Libro de Ajedrez se introducen multitud de neologismos. Y nada digamos de la enciclopedia medieval de las Partidas, donde se tocan todos los puntos esenciales de la vida, sin que en su expresión se eche de menos la palabra precisa, o de las obras históricas, en que por la misma calidad del asunto y por los modelos que habían de imitarse o traducirse —Ovidio, Lucano, Paulo Orosio, Plinio, los escritos bíblicos y sus comentaristas— hubo que forjar un nuevo léxico literario.15 Durante el Renacimiento se genera una intensa actividad lingüística. Hay en Italia un mejor conocimiento del griego debido a la llegada de los sabios bizantinos expulsados de Constantinopla después de la toma de la ciudad; igualmente las controversias teológicas que se suscitan para determinar el origen del lenguaje requieren el conocimiento del hebreo, pues algunos pensadores consideraAlborg, Juan Luis, Historia de la literatura española. Edad Media y Renacimiento, t. I, Madrid, Gredos, p. 156. 15 23 Revista Multidisciplina Tercera Época ban que de éste se derivaban todas las lenguas. Además el interés de los reformados propicia la traducción de libros sagrados a numerosos idiomas y, aunque el latín continúa siendo la lingua franca, el desdén largo tiempo demostrado hacia las lenguas vulgares termina por desaparecer ante el advenimiento de muy variadas literaturas nacionales. Comerciantes y diplomáticos obtienen de su experiencia en el extranjero conocimiento sobre códigos impensados hasta entonces.16 más viable para entablar una relación de alteridad con ese “otro” al que tendría que evangelizar era a través de su lengua nativa. Era ésta la herramienta más eficaz para conocer la cosmovisión y las creencias religiosas de los idólatras que venía a convertir, y era también el medio idóneo de inculcar el nuevo credo. En este proceso de catequización sus colegiales trilingües de Santa Cruz de Tlatelolco —quienes dominaban el mexicano, latín y castellano— participaron de manera activa; ellos se convirtieron en expertos traductores de textos sagrados, como nos lo hace saber el maestro: Una experiencia en el primer periodo del México novohispano La propagación de la fe católica en el Nuevo Mundo conlleva una intensa labor de codificación. Un gran número de lenguas que conforman el enorme mosaico lingüístico de América son registradas en su mayoría por afanosos misioneros con el alfabeto latino traído del Viejo Mundo y ciñéndose a los modelos gramaticales de la imperecedera tradición grecolatina. Lo anterior implicó también la acuñación de nuevos términos para hacer referencia a especificidades de los diferentes sistemas. El conocimiento de sus particularidades morfológicas y sintácticas y el registro de su léxico permiten que la labor de transvase de obras doctrinales, idóneas para la catequesis, resulte más sencilla, aunque ésta pronto estará proscrita. En México, por ejemplo, en el Primer Concilio celebrado hacia 1555 y el de los Provinciales efectuado en 1565 se prohibieron los textos religiosos traducidos a las lenguas originarias, debido a que los frailes encargados se ayudaban de colaboradores indígenas en su tarea de transvase. Pero los misioneros ignoraron dicha disposición y trabajaron afanosamente en la difusión de los textos sagrados destinados a los futuros conversos, como fue el caso del franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590), al que aquí atenderemos. Desde muy pronto, Sahagún —quien arribó a Nueva España en 1529— supo que la manera Si sermones y postillas y doctrinas se han hecho en la lengua indiana, que pueden parecer sean limpios de toda herejía, son precisamente los que con ellos se han compuesto, y ellos por ser entendidos en la lengua latina nos dan a entender las propiedades de los vocablos y las propiedades de su manera de hablar... y cualquier cosa que se haya de convertir en su lengua, si no va con ellos examinado, no puede ir sin defecto.17 Desde sus primeras obras doctrinales que se remontan a los inicios de la década de los años cuarenta —como es el caso de los sermones sobre varias dominicas que se conservan inéditos en la Biblioteca Nacional de México— se advierte ese esfuerzo, que será recurrente en su futura producción, por presentar el mensaje cristiano en términos accesibles a su receptor indígena.18 Antes de referirnos a las estrategias que utilizó en el proceso de transvase de la Psalmodia christiana y sermonario de los sanctos del año en lengua mexicana (1583), única obra que logró ver publicada al final de su vida, detengámonos en los propósitos que intentó alcanzar con ella y en el contenido de la misma. Su objetivo fue suplantar los cantares que los indígenas solían entonar en su culto profano con Citado por Baudot, George, Utopía e historia de México, p. 121. 18 Véase León-Portilla, Miguel, “Significado de la obra de fray Bernardino de Sahagún”, en Estudios de historia novohispana, vol. 1, México, unam, Instituto de Investigaciones Históricas, 1966, p. 18. 17 Consúltese al respecto a Leroy, Maurice, Las grandes corrientes de la lingüística, 1ª reimp. de la segunda ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1982, pp.22-23. 16 24 aquellos salmodiados de la tradición cristiana.19 Aunque fray Bernardino no dejó referencia explícita sobre las características musicales que éstos deberían seguir, su conformación estructural a través de salmos divididos a su vez en estrofas, así como la peculiar distribución de varios conjuntos de palabras y la frecuente repetición de exclamaciones e interjecciones imprimen un efecto rítmico a esta composición. Así, la Psalmodia christiana incluye un conjunto de cantares para celebrar diversas fiestas de su religión sobre distintos pasajes de la vida de Jesucristo, la Virgen María y los santos. Está organizada por meses a manera de capítulos que se distribuyen de acuerdo con el calendario litúrgico; por ejemplo, febrero, Purificación de la Virgen Santa María; abril, la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; agosto, la transfiguración de Nuestro Señor. Por lo que toca a las composiciones con que honraban a los santos, en su mayoría, se refieren a quienes marchan a tierras lejanas para convertir a los gentiles, aunque también se incluyen a aquellos que viven periodos álgidos de la restauración de la Iglesia, como es el caso de san Francisco. Estos textos proceden en su mayoría de la Biblia y de colecciones medievales de vidas de santos que sintetizaban o ampliaban a la que se conoce como La leyenda dorada. Pero ¿cuáles fueron las estrategias lingüísticas utilizadas por Sahagún para lograr involucrar a los nuevos catecúmenos en el mensaje cristiano? En términos generales podemos decir que fray Bernardino intentó acercar a los indígenas al nuevo credo a partir de referentes cercanos a ellos; de ahí la frecuente alusión a elementos propios de su realidad y cosmovisión. Un ejemplo lo tenemos en el siguiente pasaje tomado del cuarto salmo relativo a santa Clara, de la Psalmodia chistiana. Tlacuelpacholli, nacatamalli, tlaiectilli, iectli, tlascalatl, yoan inimollo, iehoatl inintonal, in quitlaçotla ciuapipilti: auh in sancta Clara, amo tlapaloaia, çan quiscauiaia in tlascalçulli, in papaiantli. Las nobles señoras aprecian las buenas bebidas, los buenos alimentos [preparados] con flores, con hueinacastle, con vainilla, con mecasúchil, con hule. En cambio, santa Clara sólo tomaba agua pura. Tortillas dobladas, tamales de gallina, limpias y exquisitas bebidas hechas de maíz, y con su mole: éstas son las raciones que aprecian las nobles señoras. En cambio, santa Clara no mojaba el pan en salsa; sólo tomaba tortas resecas, migas duras.20 En algunos párrafos de la Psalmodia christiana encontramos un estilo muy cercano al de los huehuetlahtolli que Sahagún recoge en 1547 y que tres décadas después pasarán a formar parte de su magna Historia general de las cosas de Nueva España. En esos discursos, de notable refinamiento retórico, se encuentran frecuentes correlaciones entre el receptor a quien se dirigían a través de la alusión a elementos que gozaban de gran aprecio entre los indígenas, como las piedras preciosas y distintas aves y plumajes. De este modo, leemos en el capítulo dieciocho del libro VI de la Historia general, que versa sobre la educación que daban los padres a los hijos: “Tú, hija mía, preciosa como cuenta de oro y como pluma rica, salida de mis entrañas, a quien yo engendré, que eres mi sangre y mi imagen...”21 Cercanas a estas expresiones resultan las siguientes líneas extraídas de la parte correspondientes a La resurrección de Nuestro Señor Jesucristo: In tisuchitototl, in telotototl, in ticentzontlatole, in tiuitzitziltzi, in campa oanmouicaca, in campa De Sahagún, fray Bernardino, Psalmodia christiana y sermonario de los sanctos del año, en lengua mexicana, edición, introducción, versión del náhuatl y notas de José Luis Suárez Roca, León, Diputación de León / Instituto Leonés de Cultura, 1999, pp. 262-263. 21 De Sahagún, fray Bernardino, Historia general de las cosas de Nueva España, I, introducción, paleograf ía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, Madrid, Alianza, 1995, p. 365. 20 In ciuapipilti, iehoatl inquitlaçotla in iectli atl, in iectli tlaqualli, in suchio, in veinacazio, in tlilsuchio, in mecasuchio, in vllo: auh in sancta Clara, çan quixcauaia in chipaoac atl. Recordemos que los salmos son composiciones o cánticos que contienen alabanzas a Dios. 19 25 Humanidades Año II No. 4 Septiembre - Diciembre 2009 pp. 25 Revista Multidisciplina Tercera Época oancalacca: auh intisquich in tinepapanquechol, in tinepapaçaqua, xioalmouicaca. Xochitótotl, elotótotl, centzontlatole, colibrí por dondequiera que os hayáis posado u os hayáis metido y vosotros los quecholes, los zacuanes, todos: venid acá.22 Emulando la grandilocuencia de los discursos mexicas Sahagún se refiere a los supuestos nuevos cristianos como “quecholes y zacuanes”, aves ambas de pluma rica y de notable estima entre los indígenas. Y aquí cabe hacer una breve puntualización cuando hablamos de “supuestos” nuevos cristianos, pues el propio Sahagún manifestó, al cabo de su vida, un gran pesimismo sobre el proceso de conversión de los naturales, y así sostenía que tras los rezos y las prácticas de la fe católica se podía identificar aún el culto a sus antiguas creencias. El propósito didáctico de la obra se observa en algunos procedimientos, como el uso del vocativo y de la comparación para dejar claramente expuestos determinados conceptos y referentes a los destinatarios e involucrarlos en el credo que deseaba difundir. poesía y prosa.24 Se trata de elementos análogos que se suceden y que enriquecen la manera de aludir a un referente específico. En el apartado correspondiente al primer salmo de la Epifanía del Señor, Sahagún yuxtapone varios elementos cercanos en su significado que imprimen las cadencias características del idioma mexicano. In Reyes, in Tharsis, veuei tlatoque quioalcuique in ventli. Maoallauh, maoalcenquiza in teuiuitica chipaoac copalli, in velic, auiac suchiocotzotl, in qualli in iectli in isquich nepapan auiac maoalcenquizca. Tlaxiccaquica inantepilhoa, in an christianome: onteuxiuh oachpixaui, on quetzal maquiztzetzeliui inichoquiz initlaocul in tonantzi sancta Iglesia: no yoan xicchocaca, ma icnotlamati in amoiollo. In qualti iecti tepilhoa, iniquac choca tlaocuia in nanoa in taoa, ca no yoan icnoioa ini yollo. Los reyes, los grandes señores de Tarsis, han traído las ofrendas. Que vengan acá, que acá estén juntos el blanco copal divino [y] el fragante, aromático liquidámbar. Que los buenos, los puros aromas todos se reúnan acá.25 En el texto náhuatl de la Psalmodia se incorporan, asimismo, algunos hispanismos que hacen referencia a conceptos muy específicos de la fe católica, o bien a antropónimos, topónimos e instituciones religiosas, como es el caso de san Francisco, santa Clara, Adán, Roma, Nueva España, Babilonia y Santa Iglesia. Escuchad esto, hijos, cristianos. Como rocío de turquesa llovizna, como brazalete de quetzal se esparce el llanto, la tristeza de nuestra santa madre Iglesia. Llorad vosotros también, que se entristezcan vuestros corazones. Los buenos, los rectos hijos, cuando lloran, cuando están tristes sus madres [y] sus padres, en verdad también son compasivos y piadosos.23 José María Diez Borque comenta que el ritmo en sentido estricto es la repetición de un elemento lingüístico en el discurso y que la repetición puede ser por semejanza, por contraste o por mezcla de ambas. Comentario de textos literarios (método y práctica), Madrid, Playor, 2001, pp. 65-66. 25 Psalmodia christiana, pp. 38-39. 24 En la Psalmodia encontramos también el ritmo propio de las estructuras nahuas advertidas en la 22 23 Psalmodia christiana, pp. 112, 113. Ibid., pp. 62-63. 26 temano los límites de la práctica traductológica, y sostiene que traducir es “Decir casi lo mismo”.29 Bernardino de Sahagún emprendió durante su larga estancia en Nueva España, con la ayuda de sus colaboradores indígenas, como lo advierte en repetidas ocasiones, la tarea de preservar y difundir las antiguallas mexicanas, así como la realización de un complejo doctrinal —integrado por sermones, doctrinas, evangelios y vidas de santos—, cuya única obra publicada fue la Psalmodia christiana. Este conjunto de obras estuvo diseñado mediante una serie de estrategias lingüísticas en las que se asocian, a través de diversos procedimientos, conceptos propios de la nueva fe que pretendía inculcar con expresiones de la lengua mexicana que usaban los prosélitos indomexicanos. El resultado es una peculiar obra en la que se sintetizan los salmos de la tradición medieval y renacentista europea con las formas lingüísticas indígenas más elocuentes, propias de los huehuetlahtolli, que debe ser atendida con mayor detenimiento desde las perspectivas hermenéuticas y transculturales. No podemos detenernos en las implicaciones lingüístico-conceptuales que tal procedimiento conlleva, esto es, el porqué de su inserción en un texto concebido y realizado en lengua náhuatl. Quizá porque términos como Dios, ángeles, profetas, obispo, pascua, corona y extremaunción que a veces se manifiestan en particulares formas híbridas como tichristiano y apostolome, no deberían quedar recubiertos en una traducción. Sin embargo, por otra parte, se dio lo que Dibble llamó “nahuatlización del cristianismo”, es decir, el transvase de términos específicos del cristianismo a la lengua indígena.26 De este modo encontramos esporádicamente en la Psalmodia la referencia a Dios mediante la voz Totecuiyo, “Nuestro Señor”. Así en otros textos de Sahagún, como los Coloquios y doctrina cristiana, de 1564, aparece la alusión al Dios cristiano como Ipalnemoani y Tloque Nahuaque,27 es decir, de la misma forma como designaban los naturales principalmente a Tezcatlipoca.28 Otros términos como cielo inciden en la versión mexicana ya sea recubiertos a través de la traducción ya sea en su forma hispánica. Fuente primaria Sahagún, fray Bernardino de, Psalmodia christiana y sermonario de los sanctos del año, en lengua mexicana, edición, introducción, versión del náhuatl y notas de José Luis Suárez Roca, León, Diputación de León / Instituto Leonés de Cultura, 1999. Consideraciones finales En la tradición historiográfica se pueden identificar dos maneras de realizar el traslado de un texto de una lengua a otra: la que se ciñe con gran fidelidad a las formas y contenidos del texto fuente con la consecuente transgresión a los modos propios de expresión de la lengua meta o la que lo reescribe de acuerdo con las formas lingüísticas inherentes y con los patrones culturales de esta última. Tomando en cuenta lo anterior esta clase de transvase, conocido como libre, acepta de an- Bibliografía Alatorre, Antonio, Los 1001 años de la lengua española. Tercera edición, algo corregida y muy añadida, México, Fondo de Cultura Económica, 2002. Alborg, Juan Luis, Historia de la literatura española. Época barroca. Segunda edición con índice de nombres y obras, vol. i, Madrid, Gredos, 1974. Anderson, Arthur J. O., “La enciclopedia doctrinal de Sahagún”, en Bernardino de Sahagún. Diez estudios acerca de su obra, edición y estudio introductorio de Ascensión H. de León-Portilla, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 164-179. 26 Dibble, Charles, “The nahuatlization of christianity”, en Sixteenth-Century Mexico: The Work of Sahagun, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1974, p. 233. 27 De Sahagún, fray Bernardino, Coloquios y doctrina cristiana, edición, introducción, paleograf ía, versión del náhuatl y notas de Miguel León-Portilla, México, unam / Fundación de Investigaciones Sociales, 1986, pp. 162, 164, por mencionar sólo algunos casos. 28 Véase De Sahagún, fray Bernardino, Historia general de las cosas de Nueva España, I, los primeros capítulos del libro sexto, pp. 307-324. Enunciado que da nombre al más reciente libro de Umberto Eco, quien defiende la traducción libre. 29 27 Humanidades Año II No. 4 Septiembre - Diciembre 2009 pp. 27 Revista Multidisciplina Tercera Época Baudot, Georges, Utopía e historia en México. 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Algunos de los reconocimientos a los que ha sido acreedora son: Distinción Universidad Nacional Autónoma de México en el Área de Investigación en Humanidades (1998) y el Premio Wigberto Jiménez Moreno que otorga el inah a la mejor investigación en lingüística (2003). De 2004 a 2006 fue presidenta de la Sociedad Mexicana de Historiograf ía Lingüística. 28