Ponederas del Sinú EL MAR NO TIENE PAREDES Por: Joaquín Rojano De la Hoz. Docente de la Universidad de Córdoba “El cambio es un viaje planeado en un barco que está a punto de naufragar en aguas desconocidas, con una tripulación amotinada” (Michael Fullan: Las claves del cambio en la escuela) Si queremos jugar con las palabras homófonas, como en una clase dinámica de lengua castellana, puedo comenzar diciendo que hoy amanecí con dolor en los cayos. Entonces saldrá el purista que me diga: “Has escrito mal. Los callos de los pies se escriben con “ll”. “Sí”, le contesto “Pero hoy los que me duelen son los cayos del Archipiélago de San Andrés y Providencia, porque las aguas de la palangana continental donde los tengo metidos, ya no son mías, después del veredicto de la Corte Internacional. Los cayos son colombianos pero las aguas son nicaragüenses. Así lo sentenció la Corte de la Haya, ¡Malhaya sea!”. “El que la busca la encuentra”, me dirá el estudiante y yo, para seguir jugando con los homófonos le contestaré: “El que la busca la halla” Si articulamos la clase con la semántica, que es la ciencia que trata de los cambios de la significación de las palabras, analizamos el vocablo “Soberanía” tan de moda en estos días. El diccionario dice que es la “autoridad suprema”. “Que es el territorio de un príncipe soberano”. “Que es el poder supremo que posee el Estado”. De hecho el concepto surgió cuando al Rey se le llamó Soberano, como jefe de un estado monárquico. Entonces, ¿Por qué reclamamos la Soberanía si nos preciamos de Democracia? Siempre vivimos en estos contrasentidos que nos llevan a tolerar a presidentes que se portan como reyezuelos, o como tiranos, es decir como Soberanos. La etimología nos dice que el término está muy cercano de la Soberbia. Y así se portan los presidentes: “Te pego en la cara, marica”, célebre ímpetu de uno de ellos contra alguien que no le hizo la genuflexión. Pero todas las oraciones guardan sus escondrijos para decir con lo mismo lo contrario. Por ejemplo: En el tercero de primaria de Ponedera cantábamos una estrofa del himno nacional donde Rafael Núñez hacía alardes de libertad: “Pero este gran principio: "el rey no es soberano", resuena, y los que sufren bendicen su pasión”. Sin embargo lo que uno cantaba era: “El reino es soberano”. Y así ha sido siempre. El pueblo habla de democracia y se repliega a la tiranía de su presidente, de su congreso y de su justicia. Ahora se enfrentan dos soberanos. Ambos soberbios desde sus diferentes orillas. El uno con tradición republicana, maniqueamente pertenece a los “buenos”, porque es del clan de los presidenciables en Colombia. Como los reyes nace en una casta de monarcas, germinado para gobernar. El otro no tiene tradición porque es un excombatiente del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua. Por eso, maniqueamente pertenece a los “malos” a los “bandidos”. Ambos elegidos por el voto del pueblo. Pero “el bueno” triunfa democráticamente y “fue elegido presidente de Colombia para el periodo 2010-2014 con más de 9.000.000 de votos, la votación más alta en la historia electoral del país”, como dicen los biógrafos, y, “el malo” gana, como dicen los mismos biógrafos: “Un segundo mandato consecutivo que le deja manos libres para apuntalar su modelo político autoritario y populista”. Como se ve se encuentran en orillas totalmente opuestas: el uno es derechista y el otro es izquierdista. Pero ambos instauran el discurso de la Soberanía en este litigio que La Haya, (Malhaya sea, decimos los colombianos), resolvió a favor de Nicaragua que, en el juicio, no tenía nada que perder. Ortega después del fervor de la parranda de la celebración dijo: "La medianoche del domingo nuestras naves zarparon hacia la zona recuperada y ya a esta hora (el Ejército de Nicaragua) ejerció soberanía en todo ese territorio, aérea y marítima". Santos, con el agrio de la derrota también le hizo eco: “"Estamos ejerciendo soberanía. Estas islas son colombianas, han sido colombianas y seguirán siendo colombianas", afirmó el Jefe de Estado desde la isla Bolívar. Si Daniel fuera de estas tierras del Sinú le diría a Juan Manuel: “Estás roto. La Corte te cortó” Y lo cierto es que fue bastante la tajadura de mar que se llevó. Yo sé que a la Corte le faltó creatividad histórica. Ellos como jueces internacionales, debieron decir como F. Schiller: “Escribo como ciudadano del mundo que no está al servicio de ningún príncipe. Pronto perdí mi patria para cambiarla por la humanidad”. Ese tenía que ser el criterio si es que había que proceder en equidad, como dicen nuestros asesores cancilleres Julio Londoño y Guillermo Fernández de Soto, que envejecieron y lucraron con el mismo discurso anquilosado, al igual que los nuevos que repiten el curso como la canciller María Ángela Holguín. Ellos tenían que ser árbitros que enseñaran que el mar es internacional para que por él transcurran y pesquen como hermanos todos los que nacimos en este esplendor del Caribe. En esta isla que se repite, como diría Antonio Benítez Rojo y Rita Molinero. La Corte de la Haya tenía que decir: “Vengan acá Daniel y Juan Manuel, compartan esta riqueza que nos da la Naturaleza, ayúdense y defiéndanla. Este pedazo de mar es de ambos. En tierra firme puedes poner hitos y mojones, cercos y vallados y, ojalá que no, pero en el mar no, porque el mar no tiene paredes”. ¿Será posible esta jurisprudencia algún día? De verdad que es un asunto de “prudencia”. No sé si la soberbia de los soberanos les siembre a cada quien en su orilla. Ya Rubén Darío, el poeta nicaragüense, lo había dicho cuando le cantó a Colombia: “Siempre serán soberbios sus pendones”. Así, también lo está Nicaragua ahora. Santos no es más que Ortega, ni éste menos que el otro. Sin embargo hay que apostarle al diálogo entre hermanos, precisamente por lo diferentes. Pero un parlamento que amotine las acostumbradas maneras de pensar. Esa es la actitud. Los hombres y mujeres, pescadores y navegantes, los verdaderos cancilleres de cielo abierto, de mar y de sol, a los que nunca se les convocó en las conversaciones o nunca se les tuvo en cuenta su ciencia, saben que el mar adentro es el principal camino que tienen las orillas para encontrarse.