Crítica de Libros

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Rev. Asoc. Esp. Neuropsiquiatría. Vol. IV. N.
o
JO. 1984
Crítica de Libros
LA NUEVA ALIANZA. METAMORFOSIS DE LA CIENCIA
Uva Prigogine, Isabelle Stengers
Alianza Editorial, 1983
¿TAN SOLO UNA II.USIONl Una exploración del caos al orden
Uva Prigogine
Tusquets editores, 1983
Estructuras disipativas. Meditatio mortis
La crisis V rebelión de la física nos llega en la traducción casi simultánea de dos libros de lIya
Prigogine, Premio I\lobel en 1977. Hay obras que se contentan con inducir y otras, más frenéti­
cas, que obligan a pensar. Estamos en la necesidad de hacerlo.
La tesis del autor es fácil, asequible, casi obvia, y sin embargo virulenta. La termodinámica
del siglo XIX (aprestemos ya nuestras teorías pulsionales), sostiene que en un sistema cerrado la
entropía aumenta de modo irrefrenable hasta un nivel de equilibrio y pleno desorden molecular.
La termodinámica de nuestro siglo (Prigogine), en disonancia con la anterior, centra su atención
en los sistemas abiertos (la vida, el firmamento), para defender que llegados a ciertas condiciones
específicas de inestabilidad, ya un umbral de desorden entrópico, una bifurcación aleatoria per­
mite transformar ese estado límite en una «estructura disipativa». Un factor náciente de creación
y orden abren el mundo a la flecha del tiempo, a la evolución y la irreversibilidad. Las leyes físicas
de nuestra centuria exigen, por lo tanto, un modelo donde los fenómenos sean irreversibles (fren­
te a la reversibilidad de la mecánica clásica), donde el azar se infiltre en la necesidad, y donde, pa­
ra sacrificio y tortura de los siervos de la seguridad, el equilibrio sea sinónimo de desorden y el de­
sequilibrio evidencie orden y creación. Cerciorémonos bien: el equilibrio es caos y desorden, el
desequilibrio es orden y creación. En boca de un científico no tarambana, que en rigor debe de­
fendernos de pensar con los pies o de flirtear con una ficticia paradoja, la dimensión de lo dicho
no puede ser corta. Efectivamente, el autor exprime las consecuencias y aspira, como provecho
de los nuevos conceptos que postula, a una época donde el conocimiento «aune ciencias y hu­
manidades» hasta lograr un diálogo tan fructífero como lo fue en la Grecia Clásica o en el si­
glo XVII con Newton y Leibniz. Otra higiénica consecuencia supone que las ciencias conjeturales
ya no deben esperarlo todo de los modelos exactos, conforme quiere el positivismo jadeante, si­
no que son las ciencias veleidosas e informales las que inspiran ahora a las tradicionalmente más
sensatas. Buena muestra de esta inversión de las influencias serían las «estructuras disipativas»,
y en otros campos la «topología» o la matematización de lo discontinuo en la teoría de las «catás­
trofes».
Si con este modelo en la mano, ahora ya quemarropa, auditamos la teoría pulsional, adquiere
consistencia una extrambótica verdad: la indiferenciada coincidencia de las pulsiones de vida y
de muerte.
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Freud se sometió voluntariamente al tormento especulativo de «Más allá del principio del pla­
cen>. Fiel allegado positivista de su época y a la termodinámica decimonónica, entronizó un equi­
librio homeostático, desenlace de los procesos de carga y descarga. ¿Cómo habría formulado
Freud su especulación de haber dispuesto del dispositivo teórico «disipativo»? La interrogación es
tan pertinente como la que suscita su lejanía del modelo lingüístico postsaussureano. Freud tras
un prolongado debate por sostener la irreductible conflictividad de las pulsiones, tronchando de
un manotazo cualquier emergente monismo, propio o discipular, acabó aislando una pulsión de
muerte indefinidamente enfrentada a la de vida. Al no analizar el tipo de oposición que mantenía
el conflicto, su indecisión siempre reaparecía, acabando por dudar entre poner la vida al servicio
de la muerte, o ésta al servicio de la vida. Las dificultades de Freud para formular su pensamiento
no hay que buscarlas sólo en la general aversión para reconocer la muerte en el origen de la vida,
o en la distorsión por sus desafiantes prioridades de escuela, y menos hacerlo en la discrepante
relación que mantuvo con los tres primeros números, pues el problema con el uno, dos y tres
provoca una escaramuza universal con el deseo. Hay también y prioritariamente una dificultad hi­
ja del modelo mecánico pre-disipativo. Pues Freud superó su propio modelo y teorizó a pleno
riesgo desde el vacío, no limitándose a plantear una pulsión de muerte reducida a una tímida her­
manita de la agresividad, sino que le hace también residir en la «repetición» que sostiene la vida.
Hay ya camino para ir «más allá» de la oposición entendida como antipatía conflictiva. Pero,
¡cuántos titubeos! Tras Prigogine hay más facilidades. No es necesario apelar a Empédocles en
forma de paramnesia, pues ya es posible reclamar con audacia la voz de Eurípides: «¿Quién sabe
si la vida es muerte y la muerte vida?». Este es el mensaje de Prigogine adaptado a nuestro co­
mentario. Las simples ganas de vivir que insisten son simple muerte. Toda homeostasis es mortí­
fera y aquí sostiene tajantemente nuestro autor que «un mundo en equilibrio sería un mundo
caótico». Y al intentar salir del caos para alcanzar el orden y la creación, nos besamos con una di­
ficultad en parte post freudiana, y en parte tan antigua como podamos imaginar al hombre que
habla. Tropezamos con la evidencia de que la creación también es muerte. Hay un doble abrazo
entre la vida y la muerte, como repetición y como creación. También el crear se nos torna en otra
suerte de repetir, aporía que no es otra que la del Eterno Retorno. (Aquí Prigogine acierta a citar
la interpretación deleuziana).
La construcción de la identidad, paradigma de toda creación humana, no exige sólo blandir la
agresividad para despejar el camino o tallar la estatua, ni se contenta con asesinar al padre, sino
que darpos en matarnos a nosotros mismos. Y lo hacemos sin violencia, de modo plácido, invisi­
ble e inevitable. Nos matamos por todos los lados, creando y sin crear, activa o pasivamente. Y
todo ello sin saber cuál es la contribución que aportamos a las generaciones venideras, y menos
la influencia de nuestros mefíticos vapores más lejos, en el borde de la galaxia. De momento pa­
rece que repetimos más que crearnos, porque la tierJa gira cabizbaja presa de un enfriamiento
inexorable, del que somos sospecl:lOsamente causantes, que no se dude de esto; como tampoco
de que sólo disponemos para dar un calentón de ese braserillo que son las palabras.
La muerte por simple recarga repetitiva parece estúpida. Intenta ahorrar la muerte muriéndo­
se un número creciente de veces hasta una cifra desorbitada. Sabe que para acabar creando al fi­
nal, en el de~orden canceroso, basta con dejarse morir asesinado por el tiempo y su traza. Y si
creamos y sometemos el caos, quizá la estupidez, aunque disfrazada de decisión sea máxima,
pues la muerte única y repentina, muerte superlativa, es una bobada.
«¿Cuán azaroso es el azar?», se pregunta Prigogine. ¿Cuál es el orden del caos? Al lector que
le tiente la cuestión le .corresponde seguir pensando, que a mí ya me basta.
F. COLINA
Rev. Asoc. Esp. Neuropsiquiatría. Vol. IV. N. o/O. /984
FREUD y EL ALMA HUMANA
Bruno Bettelheim
Editorial Crítica - Grupo Grijalbo - Barcelona, 1983
Traducir a Freud, traicionar a Freud
El título de este libro, aconsejado, quizá, por algún estudio de mercado, no refleja en absoluto
su contenido, que queda, por el contrario, perfectamente expuesto en las primeras líneas del pre~
facio: «Las traducción inglesas de los escritos de Freud son seriamente defectuosas en aspectos
importantes y han conducido a conclusiones erróneas, no sólo sobre Freud en cuanto hombre,
sino también sobre el psicoanálisis. Esto es igualmente cierto en el caso de la prestigiosa Stan­
dard Edition of the Complete Psyehologieal Works of Sigmund Freud» (pág. 9). La importancia
del problema es enorme, pues también entre nosotros goza la Standard Edition de un enorme
prestigio, hasta el punto de que rnuchos psicoanalistas de lengua española citan siempre a Freud
siguiendo esa traducción inglesa.
Las primeras páginas del libro dan la impresión de ser el desahogo de un profesor que, según
su propio testimonio, es hijo de una familia judía y vienesa, formado en un ambiente análogo al
de Freud y que, desde su sólida cultura clásica europea, trata de explicar la teoría psicoanalítica a
un auditorio de postgraduados norteamericanos que apenas han oído hablar del mito de Edipo o
de un autor llamado Sófocles.
Pero enseguida el libro se centra en lo que las citadas líneas anunciaban: a través de un reco­
rrido por una serie de conceptos clave de! psicoanálisis, Bettelheim va examinando los textos ale­
manes de Freud y su traducción inglesa. El núcleo de su dura crítica puede resumirse así: Freud
elige meticulosamente las palabras alemanas que usa, tomando por regla general las más colo­
quiales y directas, para que el lector se sienta emocionalmente aludido por el texto y al ser tocado
en su experiencia propia entienda a fondo el sentido de los sutiles mecanismos psicológicos que
Freud estudia. Por el contrario, sus traductores ingleses transforman esos términos cotidianos en
expresiones médicas y formulas cultistas tomadas del latín y del griego. De esta manera «el psi­
coanálisis se convierte en algo que se refiere y se aplica a los otros como sistema de explicaciones
intelectuales» (pág. 20). La diferencia está en si el texto pone en juego o no el propio inconscien­
te del lector. Por eso, donde Freud emplea dos de las primeras palabras que aprende un niño: leh
(Vo) y Es (Ello), la versión inglesa introduce dos términos latinos: ego e id. Donde Freud escribe
Fehlleistung (acto fallido) el traductor inglés no encuentra nada mejor que parapraxis. «¿Por qué
una combinación de palabras griegas ante las que el lector no tiene otra respuesta emocional que
la incomodidad de encontrarse ante una palabra esencialmente incomprensible? Parece imposi­
ble decir de manera espontánea: "Esto ha sido una parapraxis"» (pág. 126). El alemán de Freud
se dirige a la intimidad de cada uno de sus lectores; el inflés de Strachey al profesional de la medi­
cina que estudia, desde fuera, una teoría para aplicarla en el tratamiento de sus pacientes. Tras
esta actitud de los traductores, Bettelheim señala «el deliberado deseo de situar a Freud dentro
del marco de la medicina y, probablemente, una tendencia inconsciente a distanciarse ellos mis­
mos del impacto emocional que Freud pretendía comunican> (pág. 55).
Añádanse a esto los simples errores de traducción: Das Unbehagen in der Kultur (El malestar
en la cultura) convertido en Civilization and its diseontents (¡tres fallos de traducción solamente
en el título!) o la nunca bastante lamentada transformación de Trieb (pulsión) en instinet. V hay
que decir, por cierto, que si comparamos estas versiones inglesas con la vieja traducción castella­
na de López Ballesteros, en algunos casos el error es análogo pero generalmente sale ganando
Ballesteros.
'
Lo fundamental es que Freud escribió en alemán y cuando leemos traducciones, mejores o
peores, lo que leemos son «sombras de obras», por decirlo con una reciente expresión de Octa­
vio Paz. Ese mismo Octavio Paz que, en un conocido trabajo, defiende la posibilidad de traducir
cualquier texto, siempre que se entienda que la traducción es un ejercicio de literatura más que
de literalidad. Lo malo de la Standard Edition, viene a decirnos Bettelheim, es que han sido trai­
cionadas ambas.
José SANCHEZ LAZARO
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LA GESTION DE LOS RIESGOS. DE LA ANTIPSIQUIATRIA AL POST-ANALlSIS
Robert Castel
Editorial Anagrama, 1984
Robert Castel es de los sociólogos más preocupados en el análisis continuo de las modifica­
ciones y transformaciones de las prácticas psiquiátricas. Si Goffman y Foucault nos alumbraron
en la comprensión de las «Instituciones totales» y fueron espacios de referencia en la lucha por la
transformación de la asistencia manicominal, R. Castel intenta iluminar las zonas nebulosas de
las experiencias extra-manicomiales (que no extrainstitucionales), de la denominada «Psiquiatría
Comunitaria». En su anterior libro, titulado La Sociedad Psiquiátrica avanzada. El modelo nor­
teamericano, publicado en colaboración con las psiquiatras Fran90ise Castel y Anne Lovell, nos
expone la diversidad de prácticas psiquiátricas o de salud mental, que han tenido lugar en los Es­
tados Unidos desde la década de los años sesenta. Nos desvela las nuevas contradicciones de las
nuevas prácticas, nos desmitifica los cambios desinstitucionalizadores, el desencanto de las uto­
pías comunitarias, la evolución de «las alternativas a la psiquiatría» a la «psiquiatrización de las al­
ternativas» (free clinics, terapias feministas, homosexuales, psiquiatrizados en lucha ... ). Analiza
críticamente las teorías que han sustentado y/o posibilitado los cambios, yen relación con el mo­
mento histórico-político y económico. El flujo de las teorías liberadoras y el reflujo de las prácticas
opresoras. En La gestión de los riesgos, publicado en 1981, y traducido (por cierto, con algu­
nos errores de escasa importancia, como puero-juvenil por infarto juvenil y otras semánticas gra­
ves, como sueldo por resultado final o saldo), por la Ed. Anagrama en 1984, aborda los mitos y
realidades de la modernización psiquiátrica, con referencia fundamental a Francia. Su identidad
profesional de sociólogo, le permite el distanciamiento necesario y le posibilita el poder cuestio­
nar las diversas teorías y prácticas, sin su propio suicidio profesional, como abocaría en una lec­
tura superficial de ambos libros, ya que todo psiquiatra o psicólogo progresista o conservador, de
orientación biológica, psicodinámica, conductual o social se encuentra reflejado y criticado. «La
psiquiatría es la práctica de una contradicción» había escrito en 1975, en su artículo titulado «La
contradicción psiquiátrica», recogido en la recopilación de F. Basaglia. «Los crímenes de la paz».
Esta contradicción intrínseca a la propia práctica psiquiátrica, se expresa en diferentes términos
según:
1. El contexto socio-político.
2. El desarrollo de los conocimientos neurobiológicos, psicológicos o sociológicos que
posibilitan el desarrollo de las tecnologías manipuladoras, liberadoras, controladoras,
curativas o asistenciales.
3. La situación económica de expansión o de crisis, que favorecerá o recortará presupues­
tos en Salud Mental.
Para analizar los cambios que se producen en la Psiquiatría, hay que considerar las modifica­
ciones que tienen lugar en los tres espacios fundamentales: los profesionales, el marco en que
se produce la asistencia y la propia asistencia. En el espacio de los profesionales, se aprecian im­
portantes contradicciones e incoherencias no mostrándose como un grupo unitario y en coñtinua
pugna ideológica (modo de entender los problemas de salud-enfermedad mental). Pero esta pug­
na, encubre en la mayoría de las ocasiones una lucha por obtener la hegemonía del poder y del
control asistencial.
La reestructuración de la profesión en Francia, se expresa en la separación de la Neurología, y
viene marcada por la creación del Certificado de Estudios Especiales de Psiquiatría, el 30 de di­
ciembre de 1968. Esta separación intenta resolver la situación paradójica de la reproducción de
las teorías impartidas en los Centros Universitarios Hospitalarios alejadas de la práctica de los
hospitales psiquiátricos. Este .alejamiento de la Neurología, encubre el peligro de «dil)Jir la psi­
quiatría en una especie de cultura relacional inspirada en el psicoanálisis», pero abre el camino
hacia un expansionismo psiquiátrico que conduce a una omnipresencia omnipotente de las nue­
vas técnicas de la salud mental.
El balance actual de la «Psiquiatría Comunitaria» en Estados Unidos, y de la «Psiquiatría de
Sector» en Francia debe de introducir la reflexión crítica, que posibilite un abordaje menos inge­
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nuo de los cambios asistenciales. La organización de la medicina mental (reparadora o preventi­
vista), se nos presenta en la actualidad como dispersa y caótica. No se consiguen los acuerdos
tácticos y coyunturales en torno a un determinado modelo, pero que posibilitaba un avance en
las transformaciones históricas. La Psiquiatría institucional francesa, la psiquiatría en el territorio,
la desinstitucionalización manicomial, eran modelos dirigidos a la intervención en la práctica de lo
social, con unos mínimos ejes teóricos que lo sustentaban. El reflujo actual hacia lo individual,
al tener bloqueada la participación en las modificaciones colectivas, provoca un predominio de
teorías repetidas hasta la saciedad, pero con poca influencia en las prácticas. Si en la década de
los 70 predominaba un exceso de las actuaciones prácticas en detrimento de las teorías (es la dé­
cada del politicismo y del psicologismo, como expresa Castel), en la actualidad asistimos a un ex­
ceso de estancamiento en los cambios, cuando no de claros retrocesos e involuciones en las
prácticas asistenciales. R. Castel indica que existen tres líneas principales de expansión o de de­
fensa en la era de la post-psiquiatría y del post-psicoanálisis, en la que estamos entrando. Estas
tres líneas son:
1. Retorno a la especificidad del enfoque biológico en psiquiatría, dentro de la medicina ge­
neral, apoyado en los éxitos de la psicofarmacología, y de las posibilidades que las nuevas tecno­
logías abren en la investigación neurobiológica.
2. Separación de la medicina mental, con supresión del diagnóstico y tratamiento individual
y sustitución por una «práctica de peritaje generalizado en la base de estrategias inéditas de ges­
tión de poblaciones».
3. Dilución de la orientación psicoterápica en una «nueva cultura psicológica, en el seno de
la cual las fronteras entre lo patológico y lo normal desaparecen y donde la terapia es superada al
tiempo que la totalidad de la existencia es materia de tratamiento.».
La primera línea de fuerza, es la que está tomando más auge en la actualidad y condiciona los
modelos asistenciales que hacen recaer el centro de la asistencia en Servicios de Psiquiatría de
Hospitales Generales. El establecimiento de nuevas nosologías neo-krapaelinianas descriptivas
(DSM-III) y las orientadas a la investigación psicofarmacológica (R.D.C.), es la reacción del movi­
miento anti-nosologista previo. El espacio de poder y de actuación se sitúa en las Cátedras Uni­
versitarias y en los Servicios de Psiquiatría de Hospitales Generales.
El segundo gran espacio viene definido por las teorías de «Intervención en Crisis» y «Grupos
de alto riesgo». Su lugar de actuación son los grupos de poblaciones definidos mediante modifi­
caciones más de tipo ecológico que individual, y se encuentra imbuido de la ideología de la Pre­
vención. Castell indica una crítica acertada de esta aproximación al decir «...así, por ejemplo, un
15 % de los que llamamos niños con riesgos lo son simplemente por ser hijos de madres solteras.
lA quién pueden servir tales valoraciones y para qué pueden ser útiles?». También expresa el peli­
gro inherente de estos enfoques en su intromisión en la vida privada cuando afirma que: «Preve­
nir es ante todo vigilar, es decir, ponerse en posición de anticipar la emergencia de acontecimien­
tos indeseables (enfermedad, conducta desviada ... ), en el seno de poblaciones estadísticamente
detectadas como portadoras de riesgos. «En esta orientación está latiendo el peligro tantas veces
señalado de Psiquiatrizar y/o Psicologizar el campo de lo social, en la que (, .. ) la participación del
especialista se reduce a una simple evaluación abstracta: señalar los factores de riesgo». Con fre­
cuencia se cae el error de confundir lo potencialmente previsible con preveñ"ible, ya que prever y
prevenir, coinciden sólo parcialmente, al no poder modificar numerosos «factores de riesgo» me­
diante intervenciones técnicas del campo de lo psicológico y/o psiquiátrico.
El último vector lo constituyen, lo que Castell, denomina: «Nueva cultura psicológica», en la
que engloba las Terapias paranormales, en las que: «la psicología juega un papel semejante al de la
cirugía estética, cuya finalidad no es la reparación del cuerpo sino el suministro de una plusvali'a
de armon ía y belleza».
En resumen, se trata de un libro, en la línea de crítica sociológica, a la que nos tiene acostum­
brados su autor, y que nos hace reflexiones en el aquí y ahora de los cambios asistenciales y teó­
ricos de las Ciencias de la Conducta y nos plantea la duda de encontrarnos ante el dilema de
«Narciso liberado o Prometeo encadenado».
Estos tres vectores de fuerza se vislumbran también en nuestro país, pero mucho más confu­
sos y con correlaciones de fuerza muy cambiantes, que provocan cambios en la asistencia mani­
comial, que son bloqueados (Jaén y Sevilla), que condicionan las luchas internas por el poder,
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dentro de los numerosos «Planificadores de la Asistencia Psiquiátrica». Lógicamente la planifica­
ción de la Asistencia es necesaria, pero asistimos a múltiples planificaciones, que sirven en oca­
siones para eludir la Asistencia.
La asistencia concreta pasa a ser la forclusión lacaniana, que desaparece al otro lado del es­
pejo, el cual sólo nos devuelve como a Narciso nuestra propia imagen, que se acerca en un prin­
cipio cuando nos acercamos y la/nos destruimos cuando la deseamos poseer.
Juan Carlos GONZALEZ GARCIA
MISERABLES Y LOCOS
Fernando Alvarez-Uría
Tusquet Editores, 1983
Hace tiempo que la historia ha dejado de ser la encargada de construir el espejo donde se re­
fleja el «manto de armiño». Esta verdad general tiene -todavía aquí y ahora y, sobre todo, en el
campo de la Psiquiatría - una aplicación relativa en España donde la historiografía suele estar
ayuna de la más elemental metodología, pues si bien es cierto que pueden constatarse escuelas
de prestigio internacional como las de Madrid y Valencia, no bastan -y sigo refiriéndome al pro­
blema de la historia psiquiátrica- para ocultar una realidad: lo poco que los profesionales de la
Salud Mental sabemos de nuestra incardinación en los orígenes de la psiquiatría decimonónica.
Fernando Alvarez-Uría, estudioso de los fenómenos racionalizadores de las prácticas socia­
les, nos muestra en este libro -Miserables y locos- que la historia de la psiquiatría del XIX no
es una excepción a una ley general: en los márgenes de las teorías científicas está siempre la «ver­
dad» de su utilización social. Hacer historia, pues, no es sólo tejer la crónica de los avatares del
desarrollo de la razón científica sino, también, hundir las manos en las sombras, en los márgenes,
incluso en los significativos silencios que dan sentido social -de clase, naturalmente- al cuerpo
científico.
A lo largo de las páginas de este magnífico libro se ve con claridad el notable esfuerzo de los
intelectuales orgánicos de la incipiente burguesía nacional, para dar sentido y finalidad al orden
social. Así pues, la ciencia del siglo XIX tiene, no podría ser de otra manera, su sombra teológica
y es Fernando Alvarez-Uría el que descubre las formas y contenidos de la misma.
En definitiva, cuando se quiere -al menos por el momento- saber algo de la totalidad del
discurso psiquiátrico español del siglo XIX habrá que recurrir, no sólo, pero también, a la herme­
néutica que ha plasmado este profesor de filosofía.
Valentín CORCES PANDO
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