Las Graves Consecuencias Del Maltrato En La Niñez: El Abuso

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"Las Graves Consecuencias Del Maltrato En La Niñez: El Abuso Físico,
Psíquico Y/o Moral ¿cómo Romper La Cadena De Impunidad?"
(*) Conferencia Dictada En El Centro Dos El 11 De Septiembre Del 2007 N El Ciclo La Niñez Y La Adolescencia En Riesgo.
Stella Maris Gulian
Agradecimiento a Miriam Masover por la invitación.
El año pasado junto con la Licenciada Silvia Justo le propusimos a Miriam Masover abrir un
ciclo de conferencias para poder reflexionar en torno al maltrato y abuso en la infancia y en la
adolescencia. La Institución abrió la propuesta invitando a diferentes profesionales del área psi
como así también profesionales del Ministerio de Educación y de diferentes ONG que se
ocupan del tema.
¿Qué motivó dicha propuesta?
En los últimos años en nuestros consultorios escuchábamos adultos, adolescentes y niños
que parecían estas viviendo o haber vivido situaciones graves de abuso por partes de los
adultos. ¿Eran estas meras fantasías o había que dar crédito a dichos indicios? ¿Podíamos
pensar como Freud que eran casos de histeria y como el maestro decía “mis histéricas
mienten”?
¿O será que en los últimos años se ha abierto una posibilidad de escucha frente a tanto
horror? Nos parece que aquello que otrora quedara en el ámbito del secreto familiar, del “de
eso no se habla”, salió a la calle a gritar su dolor, clamando por una respuesta.
Una y otra vez nos preguntábamos ¿qué hacer? ¿Qué del secreto profesional? ¿Se trataba de
recurrir a la justicia y hacer una denuncia? ¿Y que si lo ocurrido había sucedido hace 10 o 20
años? ¿Cómo operar analíticamente en estos casos?
El ciclo se abrió y cada profesional invitado aportó lo suyo.
Nos llamó la atención que al ciclo no solo concurrieron profesionales y analistas en formación
sino que también muchos docentes, abogados, madres o padres con hijos en situaciones de
riesgo se sintieron convocados.
Se esperaba de los analistas escuchar alguna respuesta que de alguna luz sobre la dolorosa
problemática. Algo se estaba tratando de inscribir.
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Este año el ciclo continúa. Por suerte no todo se pudo decir y esto nos lleva a seguir hoy
interrogándonos sobre nuestra clínica y nuestro actuar.
¿De que hablamos cuando decimos “maltrato”?
En la actualidad ya no se habla de violencia sólo ante aquellas situaciones que resultan más
que evidentes como serían los abusos sexuales o los maltratos físicos que dejan marcas
corporales. Hoy hablamos de “violencias invisibles” (1), que pueden resultar aún más
riesgosas que aquellas más tangibles.
¿A qué nos referimos con “violencias invisibles? A las que se ejerce cuando hay descuido
hacia el otro o imposibilidad de escuchar sus necesidades. El abandono como el desamparo,
son formas de violencia que posteriormente, si no media algún tipo de inscripción
seguramente el que las padeció hará en otros la misma acción, como modo legitimo de
relacionarse con los otros.
El desamparo es también una cara de la violencia. Me refiero a los niños abandonados, los
niños de la calle, a la infancia que mendiga para aportar comida o vino al hogar, a los chicos
victima de la prostitución, a las madres niñas, a los bebes abandonados, a los niños tirados en
tachos de basura, a los niños muertos, asesinados, arrojados como desecho.
Mil caras tiene el maltrato y cada una de ellas merecería una reflexión.
Leemos el diario o escuchamos un noticiero y una vez más nos muestran algún otro caso que
se suma a la enorme lista con variables infinitas. El horror se apodera de nuestra escucha.
Bien sabemos que lo que llega a nosotros -ya sea al consultorio, por otros colegas o por los
medios- es sólo una pequeñísima parte del horror que muchos niños padecen y pocos, muy
pocos, llegan a poder ser escuchados.
¿Han dado indicios de ello? ¿En la escuela podrían haberlo notado? ¿Algún miembro de la
familia podía haberse dado cuenta a tiempo? ¿Nadie se enteró de nada?
En el año 1982 una noticia conmueve a los porteños: los hermanos Schoklender son
acusados de haber matado a sus padres y por tanto enjuiciados. Desde la cárcel Pablo –el
menor de los hermanos- escribe sus “memorias”(2) (3).
Allí testimonia del horror por ellos vivido y del intento de seducción de su madre, que es lo que
al parecer motivó el acuerdo entre los hermanos para terminar con el horror.
Sergio Schoklender parece haber sido el mentor del crimen cuyo objetivo era “salvar” a su
hermano menor del incesto con su madre.
¿Pero que los llevó a estos adolescentes a tomar en sus manos la ley? ¿De “salvar” a quién
se trata? ¿A un hermano? ¿A un padre? ¿O acaso son intentos fallidos de demandar a un
padre a cualquier precio? ¿Esto explicaría que haya una tal falta de confianza en la ley? (4).
Los humanos nos diferenciamos del animal porque entre nosotros rige la prohibición del
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incesto.
No hay ningún grupo humano ni ahora ni hace 3.000 años en que el acceso carnal a la madre
no les sea prohibido. Puede en algunas culturas aceptarse relaciones entre hermanos (como
era entre los egipcios por ej.) o que el futuro suegro deba tener la primera relación con la
nuera para determinar si es o no virgen... Pero en todas las culturas la madre está prohibida.
¿Qué significa esto? Que en el instante en que el medico obstetra corta el cordón que separa
al niño de la madre, a partir de ese momento es como si le dijera: “ya no más podrás
reincorporar tu producto a tu vientre a riesgo de matar a tu hijo. Tu hijo ahora es hijo de la vida
y no tuyo”
Instantes después la placenta es expulsada. Como si la misma madre respondiera: “si, acepto
esto y por ello expulso de mi cuerpo el hábitat en que tenía a mi hijo y lo alimentaba”
A partir de ese momento puede ser por el pecho o por una mamadera que lo alimente, ya no
es preciso que el alimento venga solo de su cuerpo.
Si la madre engulle al hijo, las consecuencias de la no aceptación de esta prohibición son
nefastas. Será desde lo Real de donde advenga la castración cuando no es inscripta desde lo
Simbólico.
Ya Sófocles en el siglo V antes de Cristo escribió la tragedia de Medea quien mata a sus hijos
cuando se entera que su esposo se casará con la hija del Rey.. Ellos –nos dice- son carne de
su carne, jamás fueron dados al mundo. Son su producto, productos de ese pacto
matrimonial. Roto el pacto, ellos también deben morir.
Sabemos que el Nombre del Padre es el soporte del funcionamiento de la estructura del
sujeto, el cual está presente en principio en el Otro primordial. Por ser el padre una barrera al
goce, con su acto pone freno a la ley del capricho del Otro.
¿Qué les pasa a estas madres que cometen parricidio? (5) ¿Y qué sucede con estos padres?
¿Qué es un padre? ¿Qué se espera de él?
Padre es un sujeto que ejerce el oficio de padre –al decir de Pierre Legendre-, aquel que
transmite mediante su palabra ex officio su función (6). Por eso se entra en la paternidad
mediante la renuncia a sostener su propia pregunta de hijo frente a su hijo.
¿Qué le demanda un hijo al padre? Aquello que el padre está en posición legal de dar: el
límite o mejor dicho el corte con el Otro primordial.
“Un padre no tiene derecho al respeto sino al amor, más que si el dicho amor está
pere-versement orientado, es decir, si hace de una mujer objeto a que causa su deseo... La
pere versión es la única garantía de su función de padre (pere) “ (7).
Podríamos preguntarnos ¿qué tipo de justicia intenta restaurar el parricida con su acción? Al
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callejón sin salida del padre, responde el callejón sin salida del hijo. Cuando un padre no oficia
de tal frente a su hijo, cuando se invierte la función, es imposible ser hijo, ya que el hijo tomará
en sus manos la ley que se espera cumpla el padre, el corte que se espera que él haga.
En los Schoklender tenemos la sensación al leer sus “memorias” que el padre parece no
saber bien cómo arreglárselas con el goce de su mujer, goce que para sus hijos se presenta
como exuberante justamente por no tener quien le ponga un límite, quedando éstos a merced
de su capricho. Estos padres no tienen valor falóforo para ellas. Portan los “pecados del
padre” del que Lacan nos habla en Hamlet. Padres que lejos de hacerse cargo de la privación
del goce de la madre, se transforman en su cómplice (8). Pero si bien son padres impotentes,
inoperantes, bien podría la ley a través de sus representantes cumplir esta función.
Si la verdadera castración es la del Otro materno, cuando ésta no acepta ningún límite,
transmite en sus hijos el infierno de vivir. Su palabra es omnipresente, sin resquebrajamiento,
una roca frente a la que se estrellan sus hijos.
“Me sacudió la sensación de encontrarme con una serpiente –nos cuenta Pablo Schoklender
en el límite de la desesperación- Extendió un brazo tapándome la boca con la mano. Con el
otro se aferró a mi hombro. Y súbitamente comenzó a frotarse contra mi cuerpo, gimiendo (9).
Me veía asomado a esa garganta insondable, veía con espanto la negrura que se abría a mis
pies, siniestra, pero provocativa a la vez... La figura que se inclinaba sobre mí (¿un vampiro?)
hincaba sus garras en mi pecho, pero una mano suave, entre la holgura del pijama,
maniobraba entre mis piernas... Dijo que los hijos pertenecen a la hembra que los pare. “Sí,
soy un monstruo y puedo arrastrarte donde quiera, porque sos mío. Yo te di la vida. También
puedo darte la muerte. El viaje al infierno puede resultar muy divertido conmigo, Pablo.”
Terribles palabras de una madre que nos llenan de escalofrío.
Unos días después tuve el ultimo y más perverso ataque. Ella me había dicho que
almorzásemos juntos en el comedor, pero al llegar note que las empleadas no estaban y
tampoco mis hermanos.
Las cortinas estaban corridas y había un muy fuerte olor a perfume.
Mama salió del baño canturreando y yo no le preste atención ocupado como estaba mirando
la televisión.
De pronto dijo: Hola chico, ¿qué tal me ves?
Estaba envuelta en una toalla azul y contorneándose se la quito repentinamente quedando
totalmente desnuda como el remate de una escena de strip tease.
No soporte mas y de un empujón salí corriendo a la calle, vagando sin sentido.” Del fondo de
la garganta me brotaba un alarido incontenible. Dicen que en mi desesperación gritaba
“mama”
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Todos creyeron que estaría loco o poseso. Algunos pensaron en llamar a una ambulancia.
Al volver a casa ellos estaban discutiendo una vez más.
-Todo es por tu culpa, maldito- grito ella al verme.
Supe que Sergio había hablado con papá de lo sucedido, pero que el no solo le enrostro eso,
sino que aprovecho para recordarle la larga serie de sus amantes con los que lo engañaba.
Una vez mas la actitud de mi padre me desconcertaba. Había incluido el tema en otro
argumento para enrostrarle la consabida y larga serie de infidelidades. Pero yo no era Daniel,
ni el borrachín marinero de La Floresta, ni un “empresario amigo”. Yo era su hijo. Era preciso
reaccionar con hechos fuertes frente a la monstruosidad.
Nuestro mundo no fue un invento de los jóvenes, sino que lo heredamos. Somos el resultado
de un sistema que programaron los mayores. Es fácil que un indignado padre abofetee a su
hija y la llame pervertida, pero parece complicado que ese mismo padre se pregunte ¿qué
hice yo para impedir esa situación?
Los mayores fabrican las armas y después se quejan si los jóvenes las usan ¿se entiende?
¿Cómo calmar esta boca de cocodrilo o perro rabioso? ¿Cómo pueden los hijos acotar este
goce mortífero que como tal se vuelve incestuoso? ¿Si no hay función paterna inscripta, qué
camino les queda que no sea un pasaje al acto criminal?
Será el asesinato el pasaje al acto por el cual intentará cortar con la palabra avasallante del
Otro, intentando alcanzar la función de un rasgo distintivo de aquel. Pablo, como aquel que su
madre intentó seducir casi frente a los ojos de su padre. Ellos tomaron en sus manos la ley
para salvar... ¿a quién realmente? .
Los niños hablan pero no siempre con palabras. Sus conductas cambian radicalmente: se
vuelven muy callados, la mirada se vuelve terriblemente triste, juegan poco o casi nada, no
pueden estar con otros, a veces se vuelven enuréticos o encopréticos... pero siempre dicen lo
que les está sucediendo y lo hacen como pueden y frente a quien creen que pueden
escucharlos.
Papá, decile a mamá cómo es que me das besitos aquí, le dice la nena a la madre (porque es
a ella a la que mira al hablar) y sale corriendo a “seguir jugando”.
Si todo va bien, el niño llegará a tratamiento de la mano de ese padre o esa madre. Si todo va
bien, habrá una denuncia judicial; y será la justicia quien, oficiando de Padre, protegerá a ese
niño para que nunca más quede a merced del horror y “se haga justicia”.
Que “se haga justicia” es tan importante como el tratamiento, ya que ahí, en ese acto, la
sociedad dice, inscribe, que eso que sucedió nunca debió haber pasado y que esa persona
merece ser castigada.
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¿Y en el tratamiento? ¿Se puede procesar el horror? ¿Cómo se sale de esto, si es que se
sale? Yo entiendo que la única vía posible es el análisis. Jugando, el niño podrá elaborar eso
que sucedió. No se trata de hacer una pericia, no es nuestro lugar. Se trata de “inscribir para
después borrar” eso que en sueños y en pesadillas sigue vigente; eso mismo que el sueño
intenta inscribir fallidamente.
¿Y si no llega a tratamiento? ¿Si la familia “reniega” o pide un silencio cómplice a lo
sucedido? Veremos a ese adulto, quien 30 años después y luego de un tiempo de tratamiento
nos contará con dolor, con vergüenza y llorando lo que aquel o aquellos días sucedió. En ese
instante la edad se borrará y parecerá que estamos frente a esa niña/o quien sólo sumó años,
pero nada pudo elaborar “aún”.
Freud nombra como Hilflosigkeit al desamparo originario con que todo ser humano viene a la
vida. Desamparo que lo ubica en situación de total dependencia frente a sus padres.
Dependencia biológica producto de su propia prematuración y sobre todo dependencia
afectiva. Dependencia que hace que la simple satisfacción de la necesidad pase a ser un don
de amor o de desamor: se come por amor, se aprende por amor, se crece por amor o gracias
al amor... se pega, se castiga, se maltrata ¿en nombre del amor?
Esa dependencia deja al niño en situación de total sometimiento: sometimiento necesario,
instituyente, constitutivo. Pero este mismo sometimiento deja abierta la posibilidad de una
arbitrariedad, de un abuso de la omnipotencia de aquellos que debieran ayudarlo, dando así
espacio a un inquietante exceso.
Entonces ¿qué ocurre cuando ese desamparo lejos de ser aquello vivido y necesario en los
primeros momentos de la vida, pasa a ser un infierno del que no se puede salir? ¿Qué si
aquel del que el niño depende, en nombre del amor lo ultraja o lo viola? ¿Qué si le niega el
alimento o se lo abandona a su suerte dejando así a esos niños o adolescentes en un mudo
padecimiento y en situación de total inermidad?
Mejor pues que renuncie al psicoanálisis quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de
su época (...) Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada
de Babel y que sepa su función de interprete en la discordia de los lenguajes (10).
Intentando no renunciar a estos desafíos que la sociedad nos despierta, Centro Dos ofreció
este espacio de interrogación y de diálogo no solo entre analistas sino abriéndolo
interdisciplinariamente, ya que creemos que las respuestas no son unívocas y que solo en un
dialogo fecundo encontraremos los caminos a seguir.
Porque lo niños de hoy son los hombres de mañana, porque aquello que hoy sembramos será
mañana cosechado.
Como sociedad, como analistas, como profesionales, como adultos, debemos intentar
encontrar alguna respuesta frente a tanto horror y no sumarnos a una postura social que deje
en la impunidad o en la indiferencia tanto sufrimiento.
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Hilflösigkeit decíamos es el modo en que Freud nombra la dependencia del infans, producto
de su prematuración originaria.
Si el desamparo es la primer morada, será función del Otro “hacer lugar” y sostener esa
inermidad, ese primer desvalimiento. La clínica nos muestra que muchas veces el exceso de
esta función hace operar una nueva forma de desamparo, si ese Otro en lugar de sostener, de
amparar, goza del niño sin velo.
Tenemos así niños caídos de la escena de la infancia, perdidos en su condición de infantes,
expuestos al desamparo y a un goce que paraliza sus juegos.
Niños sin cuentos, sin juegos.
Me refiero al desamparo como carencia de asistencia o como objeto de goce para un adulto.
Desamparo ubicado en el punto en que la angustia no ha podido instituirse como angustia
señal. Por lo que el peligro no ha podido ser anticipado, por lo que no hay apronte frente a él.
El idioma alemán cuenta con varios términos para hablar del desamparo. Hilflösigkeit sugiere
desvalimiento en primera acepción, remitiendo a un “no saber ayudarse” propio de un niño
recién nacido.
Verlassenheit que remite a abandono y Hilfsbedürftigkeit que tiene el prefijo Hilf que es ayuda
y Bedürftigkeit puede ser leído como necesidad o exigencia o deseo de; o sea que podríamos
leerlo como “necesidad de ayuda” o “exigencia o deseo de recibir ayuda”.
Me pregunto si la situación de estos niños caídos prematuramente del campo del Otro en el
punto del abandono por situaciones de abuso o maltrato, no podría ser leída como
Hilfsbedürftigkeit. Porque no es del desvalimiento estructural del que hablamos y al que Freud
se refiere por ejemplo en el Proyecto de una Psicología para neurólogos. Hablamos del horror
actual al que están sometidos estos niños y de una sordera y ceguera de los adultos
responsables, que deja al niño arrasado subjetivamente. Son estados de desvalimiento no
estructurales o sea que podrían no haberse dado.
Lo que debía no ocurrir, ha ocurrido, algo irrumpió que conmocionó, trastocó, tal vez devastó,
la estructura misma del sujeto, ya que el afecto propio del desamparo no es la angustia sino el
espanto o el terror. Del orden del horror es el afecto no anticipatorio, la irrupción sin velo del
espanto, lo que imposibilita o dificulta un encadenamiento simbólico.
Trauma no es horror.
Que nuestra abstinencia no se confunda con inacción.
¿Por qué desestimar rápidamente la veracidad de ciertas denuncias de abuso o maltrato en
aras de considerarlas producto de fantasías? Cuando el Otro no convalida lo que el niño
padeció, el niño deja de tener confianza en sus propias percepciones. Descreerle al niño, es
sumar más violencia al abuso sufrido. ¿Y qué si es un profesional el que escucha, asumiendo
una actitud renegatoria, evaluando estos decires como fantasías edípicas?
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Pero las teorías sexuales infantiles ¿no eluden cualquier alusión explicita al acto sexual
propiamente dicho? Las fantasías infantiles jamás tienen el carácter de una escena de la
realidad con relato pormenorizado. Si un niño pequeño cuenta lo que ocurre cuando su abuelo
hace pis blanco o habla de la cremita del pito del papá, ¿podemos pensar que lo relatado es
mera fantasía o cabría pensar que corresponde más a lo visto u oído en alguna escena de la
que se lo ha hecho participe?
¿Qué puede llevar al profesional a esa desmentida? Tal vez el horror a inmiscuirse en lo que
hasta el momento de hacerse público quedaba reservado a la esfera privada. Tal vez el temor
consecuente por quedar involucrado en una denuncia que incrimine a alguno de los padres,
con las consecuencias jurídicas y personales que de ello se deriva.
¿Realmente son tan pocas las víctimas de maltratos y abusos sexuales que pasan por nuestra
consulta?
Ich glaube nicht que significa “yo no lo creo” es lo que algunos de los sobrevivientes de los
campos de concentración se decían estando allí. ¿No era acaso éste un modo de sobrevivir al
horror? Cuando lo real aparece sin velo, el sujeto responde con la desmentida. Pero ¿qué si el
que así responde es la persona del analista? Un analista es llamado a ocupar un lugar y no a
intervenir desde su subjetividad.
¿De qué se trata entonces?
En lugar de erigirnos en jueces, dejar que los jueces hagan su trabajo y nosotros el nuestro.
De nuestra parte, ayudar a hacer cesar la situación abusiva para que a futuro, ese niño
abusado pueda hacerse cargo responsablemente de aquello que el cómo sujeto hizo de lo
que padeció. Se trata de poder encontrar una manera de lograr que el recurso a la ley y a las
instancias jurídicas que la encarnan, garanticen estrictamente que no todo goce está
permitido.
Todo abuso para un niño es incestuoso en tanto para el niño cualquier adulto representa una
figura parental. El abusador cosifica a su víctima. No es para él un semejante, sino un simple
objeto de consumo.
Cuando el abuso es a edad muy temprana no hay aparato psíquico capaz de poder
simbolizarlo. El juego queda detenido y la palabra enmudecida por el arrasamiento subjetivo
que el acto violento ejerció sobre ellos. No puede haber síntoma porque no hay aún enlace
con lo simbólico. Hay mostración.
El niño al que llamaré Mauricio llega al tratamiento debido a la conducta extremadamente
agresiva que tiene en la escuela con sus pares. Tanto él como su hermana tienen un aspecto
de niños “abandonados”, perdidos. Pareciera que nadie los mira: sucios, desaliñados, la ropa
gastada o con agujeros, no siendo su situación económica tan precaria como lo que muestran.
Sus padres se separaron hace muchos años. Al padre lo ven regularmente y la madre insiste
en que vayan aunque ellos a veces se niegan, porque “es el padre”.
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Durante el tratamiento Mauricio me contará el grado de violencia que su padre ejerce sobre
ellos: insultos diciendo boludo, pelotudo, idiota, tarado, se suman a los golpes en la cabeza.
La madre lo sabe. De hecho una de las razones de la separación fue la violencia por él
ejercida sobre ella.
Intenté citarlo varias veces sin lograrlo. Se despachaba en el teléfono insultando a su ex mujer
y culpándola de todas las cartas documento que le envía. Todas las desgracias de su vida
venían de ella. A ella le deseaba lo peor.
Para él sus hijos estaban perfectos. ¿Tratamiento? Es cosa de ella. Ella lo único que quiere es
que él le dé más dinero. Pero en la practica él solo le da $200 y cuando se acuerda.
Así avanzó el tratamiento sin conocer personalmente al padre.
En las entrevistas con la madre ella pudo empezar a preguntarse por qué dejaba que sus hijos
estuviesen con él si era tan violento. Sucedía que ella no había podido conocer a su padre, ya
que su madre nunca quiso decirle quien era y la internó en un instituto. Estando allí y a sus 15
años, recibe la visita de un Sr. que dice era su padre y estaba buscándola desde que nació.
Finalmente la había encontrado.
Me dice que era un hombre mayor y que parecía un buen hombre. Que le pregunto qué quería
y ella solo recordó lo que a su madre siempre le faltaba “dinero”.
Con el discurrir de las entrevistas ella empezó a preguntarse si por no dejar a sus hijos sin un
padre, ella toleraba tanta violencia. Pero esto la llevaba a interrogarse ¿qué es un padre?
Abrir estas preguntas llevó a que pudiese pensar qué era lo mejor para sus hijos y poder a su
vez escucharlos cuando se negaban a ir.
Comienza el año y otra vez la escuela vuelve a quejarse de Mauricio. Parece que ahora “le
pone el conito en la cola” a un compañero en la clase de gimnasia. Lo quieren expulsar.
Ella dice que ese otro niño ha sido abusado por alguien y que Mauricio en esto no tiene nada
que ver. Sin embargo sus dibujos vuelven a ser agresivos y con caras horrendas como en los
primeros tiempos.
Me cuenta que el otro día su padre se bajó los pantalones y le mostró sus partes intimas a una
vecina vociferando. Mi papá es así, un loco!! Todo el tiempo grita, insulta, pega.
Un día en una pelea terrible con ella porque los chicos no querían ir con él y él no creía que
ellos hubiesen dicho eso, él forcejea con ella en la puerta del edificio y le tira encima la puerta
de blindex. La mujer queda aplastada bajo la puerta frente a la mirada desesperada de su hija
y Mauricio que quedó dentro del auto sin animarse a bajar por temor a que su padre haga algo
peor.
Arranco el auto con el hijo dentro, dejo a su ex tirada bajo la puerta y se fue. Volvió al otro día
a traer a su hijo y como si nada pasase.
Que ella pudiese hacer la denuncia fue todo un trabajo analítico. Que ella pudiese comenzar
el juicio fue otro doloroso proceso.
Avanzado el juicio el abogado del padre le aconseja venir a verme “porque sería bueno que
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yo, siendo analista de su hijo lo conozca y eso seguramente lo favorecerá en el juicio.
Llega muy sonriente y pasa unos diez minutos hablándome del gran amor que tiene sobre
todo por su hijo varón. Habla y habla tratando de convencerme pero algo en su mirada me
llama la atención.
Luego pasa a relatar las noches en su casa y con sus hijos. Dice que teniendo una habitación
para ellos sin embargo compró una gran cama en la cual dormían los tres juntos. En ese
momento cuenta “lo que siente por su hijo” cuando el niño dormido le roza su pierna. A partir
de ese momento la entrevista fue difícil ya que el Sr. parecía enajenado contando el relato y le
era imposible escucharme. Se acerca en ese estado a mí con la intención de rozarme la
pierna para que “yo sienta lo que él siente”. Varias veces le pedí que se sentase, pero él
parecía no poder escucharme. Su mano logra rozar mi pierna, retrocede y vuelve a contar los
mismo e intenta una vez más tocarme. Mi voz se hace imperativa y eso lo despierta. A partir
de ese momento y durante el resto de la entrevista, se mostró muy excitado no pudiendo
permanecer en su asiento e intentando varias veces tocarse sus genitales. Temiendo por mi
persona tuve que tomar algunos recaudos para poder continuar.
Le digo que no ve a su hijo no por negativa de su ex mujer sino porque su hijo no quiere verlo.
Que el niño me ha dicho reiteradas veces que le tiene mucho miedo y que si le dice que lo
extraña es solo por miedo a que le grite o pegue. Que su hijo solo quiere su play station y la
Barby de su hermana.
Al escuchar esto el Sr. se pone furioso, sus ojos se enrojecen, comienza a gritar
desaforadamente siendo muy difícil en ese estado poder continuar la entrevista. Le digo que
esa cara y esa mirada de furia es la que su hijo teme y doy por terminado el encuentro.
Para terminar ¿cuál es la posición de analista en casos como éste donde la irrupción del
horror deja al sujeto bajo los efectos de un destierro subjetivo?
A mi entender, toda posibilidad de tratamiento va a jugarse en tanto el analista pueda ofrecer
un espacio de confianza, porque el niño siempre denuncia el abuso, aunque no
necesariamente con palabras. Lo dice en sus padeceres, en sus mostraciones. Es
responsabilidad del adulto poder leer allí.
Se tratará entonces de “abrir al juego” ya que es el juego con sus personajes lo que dará las
pantallas para decir lo indecible. El juego ofrece el velo que el horror mostraba. Recuperando
el juego, los niños recuperan su mundo. El juego puede contener el terror o la furia, pero lo
contiene dentro de un marco de ficción, de una convención significante en que lo real queda
horadado por lo simbólico.
Que en el juego pueda re-escribir la escena, que algo se re-escriba para que cese de no
escribirse, que pase de lo acontecido, a un relato lúdico. Relato lúdico que debiera velar lo
real, poner velo a las formas descarnadas y obscenas de goce.
Si bien “lo importante no es lo que se hace de nosotros, sino lo que nosotros mismos
hacemos de lo que han hecho de nosotros” –al decir de Sartre, esto vale para el adulto y tal
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vez para el adolescente, ¿pero para los niños? ¿Es el tiempo para implicarlos en su goce o
primero debiera haber algún enlace entre goce, deseo y amor, alguna escritura para que
luego, en una segunda vuelta, llegue el tiempo de la implicación?
Y aún antes de ello ¿no es necesaria algún “influjo analítico” sobre la persona de los padres y
si esto no es posible, una apelación a alguna otra instancia que desde lo social diga que eso
que sucedió no debió haber sucedido y obre en consecuencia?
Se trata entonces de poder encontrar una manera de lograr que el recurso a la ley y a las
instancias jurídicas que la encarnan, garanticen estrictamente que no todo goce esta
permitido.
¿Entonces es de la Hilflösigkeit de lo que se trata en los abusos o maltratos en los niños o lo
escuchamos como Hilfsbedürftigkeit que dice del deseo y de la necesidad de recibir ayuda?
Como profesionales ¿sumamos desmentida y reiteramos el glaube nicht o escuchamos?
¿Hilflösigkeit o Hilfsbedürftigkeit? ¿Desmentida o escucha atenta? Entre ellas a mi entender,
se jugará nuestra posición como analistas en el caso por caso.
NOTAS:
(1) GUTMAN, Laura. “Crianza. Violencias invisibles y adicciones”. 1ªed. Del nuevo extremo,
Bs.As. 2006.
(2) Yo, Pablo Schoklender. Escrito desde la cárcel de Villa devoto. Antonio Tersol, editor,
1983.
(3) En 1999 escribí un trabajo que titulé En el fondo de una garganta insondable: análisis de
un caso de parricidio. El presente es un intento de seguir pensando estos casos a partiendo
de la escucha de mi clínica.
(4) Me refiero al trabajo por mí escrito y presentado en la 2° Jornada: Figuras del padre en el
psicoanálisis y la cultura. Biblioteca del Congreso de la Nación En el fondo de una garganta
insondable. Análisis de un caso de parricidio.. Noviembre de 1999
(5)Para el Derecho Romano, parricida es aquel que mata al padre, madre o hermanos.
(6) Legendre, Pierre: Lecciones VIII. El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el padre. Siglo
XXI editores.
(7) Lacan, Jacques, RSI Seminario 22
(8) Lacan, Jacques: Hamlet, un caso clínico. Editorial CEP.
(9) Yo, Pablo Schoklender. Antonio Tersol, editor.
(10) Lacan, Jacques: Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. Escritos I
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