LA PROSA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVII

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LA PROSA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVII
I. INTRODUCCIÓN
Ya estudiamos temas atrás la obra literaria de Miguel de
Cervantes (1547-1616), que supone el genial punto de
transición entre el Renacimiento y el Barroco. La profunda
renovación de los géneros narrativos que Cervantes llevó a
cabo culmina en la prosa española del Barroco, que en sus
diferentes formas y estilos se desarrolla a lo largo y ancho
de todo el siglo XVII.
En el siglo XVII dejaron de cultivarse algunos de los
géneros narrativos clásicos de la segunda mitad del siglo
XVI, como la novela de caballerías (que no resistió a la
magnífica parodia cervantina), la pastoril o la morisca.
También desaparecen los elegantes y equilibrados
diálogos de la primera mitad del XVI (Juan de Valdés,
Alfonso de Valdés), sustituidos por géneros didácticos de
mayor extensión y complejidad.
Sí sobreviven, por contra, otros géneros como la novela
bizantina (por ejemplo El peregrino en su patria, de Lope
de Vega) y dos que tendrán en el XVII enorme recorrido:
la novela picaresca, que sigue el ejemplo del Lazarillo, y
la novela corta de estilo italiano, que imita el de las
Novelas ejemplares de Cervantes.
II LA NOVELA PICARESCA
Se trata sin duda del género narrativo más destacado del
siglo XVII. Todas estas obras, muy distintas entre sí,
siguen el modelo marcado por el anónimo Lazarillo de
Tormes (es necesario recordar las características generales
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de la picaresca que vimos en el tema de la prosa del siglo
XVI). Las novelas picarescas del XVII van desde 1599
(fecha en que se publica la primera parte del Guzmán de
Alfarache, de Mateo Alemán) hasta 1646 (cuando sale la
última de las grandes novelas picarescas, el Estebanillo
González, obra anónima). Todas estas novelas, urbanas y
realistas, retratan una España en estado de
descomposición, envuelta en una profunda crisis política,
económica y social, el escenario ideal para que surjan los
pícaros barrocos, en general mucho más desvergonzados,
crueles y amorales que el Lazarillo, personajes que se
mueven en un mundo de miseria, engaños y delincuencia.
La obra de Mateo Alemán tuvo tal éxito que años después
se publicó una continuación falsa firmada por un tal
Mateo Luján (algo parecido a lo que le ocurrió a
Cervantes con Avellaneda). Esta continuación es conocida
como el Guzmán apócrifo.
Otras novelas picarescas notables del siglo XVII son La
vida del escudero Marcos de Obregón, de Vicente
Espinel; La pícara Justina, de López de Úbeda; y La hija
de Celestina, de Salas Barbadillo. Estas dos últimas
tienen la peculiaridad de estar protagonizadas por mujeres
pícaras y tratar, además la pobreza y la delincuencia,
temas como la prostitución o el papel de la mujer en la
sociedad española.
Pero la más importante de las continuadoras del Guzmán
es la Vida del Buscón, publicada en 1626 por Francisco
de Quevedo, una obra en la que se satiriza el ansia de
ascenso social tan típico de la época. El estilo de Quevedo
es riquísimo, con una enorme variedad de registros y una
increíble capacidad para la caricatura y los inesperados
juegos de palabras (paradojas, hipérboles, dilogías,
paronomasias...).
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Con algunos elementos de la novela picaresca, aunque
más cerca de la narrativa costumbrista (que refleja, a
menudo de forma crítica, las costumbres de la época)
destacaremos dos obras importantes: Las aventuras del
bachiller Trapaza, de Castillo Solórzano, y sobre todo
El diablo Cojuelo, de Luis Vélez de Guevara.
III. LA NOVELA CORTA
Es el otro gran género narrativo del siglo XVII. También
llamadas novelas cortesanas, se trata de relatos breves,
muy influidos por modelos italianos como Giovanni
Boccaccio (autor del Decamerón) o Matteo Bandello y
por las Novelas ejemplares de Cervantes, publicadas,
como ya vimos, en 1613.
El tema fundamental de estas novelas cortas es el amor,
que a menudo aparece mezclado con elementos
caballerescos, pastoriles, picarescos y de aventuras. La
ambientación es casi siempre urbana y son frecuentes
recursos como la confusión de identidades o la anagnórisis
(descubrimiento, al final de la obra, de la verdadera
identidad del protagonista, que puede tener consecuencias
felices o trágicas. Es lo que ocurre, por ejemplo, en La
gitanilla o en Edipo rey). Los protagonistas de estas obras
suelen ser jóvenes caballeros y damas que reflejan ideales
aristocráticos como la belleza, la virtud o la nobleza.
La mayor parte de estas novelas cortas de estilo italiano
aparecían recogidas en colecciones. Es el caso de las
estupendas Novelas a Marcia Leonarda, de Lope de Vega
(colección de cuatro novelitas de amor y aventuras en las
que Lope también reflexiona sobre el arte de la novela),
Los cigarrales de Toledo, de Tirso de Molina, o los
Desengaños amorosos de la escritora María de Zayas. El
caso más curioso es seguramente el de Alonso Alcalá y
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Herrera, autor de Los dos soles de Toledo, novela corta
toda ella escrita sin utilizar la vocal A, un juego lingüístico
típico del Barroco.
IV. PROSA DIDÁCTICA
Las obras de tipo didáctico fueron muy numerosas en el
siglo XVII. Un primer tipo es la prosa emblemática. Un
emblema o empresa consistía en una representación
gráfica (un grabado) de carácter alegórico seguida de un
comentario escrito sobre dicho grabado que generalmente
ofrecía una enseñanza moral. El simbolismo y la
capacidad metafórica de la imagen era muy del gusto de
los autores barrocos, pues les permitía jugar con los
límites entre la realidad y la apariencia. La más importante
colección de emblemas del siglo XVII fueron las
Empresas políticas, de Diego Saavedra Fajardo, autor
también de la República literaria, curioso tratado de
crítica literaria en el que el autor se va encontrando con
todos los grandes autores antiguos y modernos en el
transcurso de un sueño (recordad la dificultad de
diferenciar vida y sueño tan típica del Barroco).
La prosa didáctica de Quevedo se divide en tres bloques:
A) Los escritos de carácter político. Destacan dos obras:
Vida de Marco Bruto y Política de Dios, donde rechaza el
pensamiento de Maquiavelo de que el fin justifica los
medios y defiende una política de inspiración cristiana.
B) Escritos de carácter ascético-moral. La obra más
relevante es La cuna y la sepultura, buenísimo ejemplo del
desengaño barroco, del tópico de la brevedad de la vida y
la idea de que desde que nacemos ya estamos muriendo.
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C) Escritos de carácter satírico. La parte más importante
de su prosa didáctica. En los Sueños, un Quevedo muy
pesimista satiriza distintos tipos humanos y profesiones.
Y en La hora de todos se retrata a una serie de personajes
que durante 60 minutos se muestran tal como son, sin las
máscaras tras la que ocultan habitualmente su verdadera
personalidad.
El jesuita Baltasar Gracián es el otro gran prosista
didáctico del Barroco. Su obra, a veces difícil de entender
por lo rebuscado y denso del estilo, supone la cumbre del
conceptismo, con abundancia de antítesis, dilogías y
juegos de palabras.
En su obra se refleja una visión profundamente pesimista
del ser humano y la necesidad de buscar refugio en la
sabiduría, el estudio y la virtud. Este profundo pesimismo
hizo que fuese muy leído y admirado por los filósofos
irracionalistas alemanes del siglo XIX como Arthur
Schopenhauer o Friedrich Nietzsche.
Aunque escribió algunas obras políticas, entre las que
destaca El político, estudio de la figura de Fernando el
Católico (Gracián, como el rey, era aragonés), sus mejores
obras son las de tipo moral y literario, especialmente el
Oráculo manual (conjunto de breves normas de conducta
por las que ha de regirse el hombre), Agudeza y arte de
ingenio (tratado de teoría literaria en el que expone el ideal
conceptista) y sobre todo su obra maestra, El Criticón,
extenso relato filosófico sobre dos personajes que van
aprendiendo a desconfiar de las apariencias y buscar la
sabiduría y la virtud.
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Por último, señalemos otros ejemplos de prosa didáctica
del XVII, como el Tesoro de la lengua castellana o
española, obra filológica de Sebastián de Covarrubias,
la Ortografía castellana de Gonzalo Correas o la Guía
espiritual de Miguel de Molinos, prosa religiosa.
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