ESCRIBIR NOVELAS Bernardo Atxaga Todas las novelas deben tener un centro, un núcleo que influya en todos sus elementos y les dé un sentido. Cuando todo va bien, cuando los personajes, los diálogos, el tono, las descripciones o la puntuación discurren bajo su hegemonía, el lector suele tener una impresión de armonía, de unidad, de que no sobra ni falta nada. Recuerdo que pregunté a un lector de qué trataba la novela de Carson McCullers The Heart is a Lonely hunter, y él dijo: "Pues trata, efectivamente, de que el corazón es un cazador solitario". Quería decir que las ochenta mil palabras de la novela respondían a aquella idea poética y giraban en torno a ella como los satélites, los asteroides o el polvo solar alrededor de un astro. El centro de las novelas a veces es perfectamente visible, y así ocurre con las que se encuadran dentro de un género determinado. Pensemos en las novelas policíacas o "negras". ¿Dónde está el centro? Ningún problema. Dirijamos la vista hacia las estanterías donde guardamos los libros de Agatha Christie, Georges Simenon, Dashiell Hammet, Patricia Highsmith y otros autores similares, porque allí es donde encontraremos los elementos que lo conforman. ¿Puede haber una novela de este género sin policía, sin detectives, sin un crimen (o dos, o tres) que ponga en marcha la rueda narrativa? Todo es posible en el mundo de las letras, pero sería raro. Lo difícil para un escritor que quiera seguir este derrotero no es encontrar el centro de sus libros, sino hacerse un hueco en las librerías, conseguir que su protagonista sea visible en un universo superpoblado de detectives, o que su crimen se relacione con una realidad social nueva. En este sentido, es probable que la patria tradicional de esta literatura, el mundo de habla inglesa, tienda a perder importancia. Auguro, sin ser profeta, que el próximo detective famoso tendrá nacionalidad china. Si, apartándose de los géneros, el autor desea escribir desde su propias experiencias, desde su mente, desde su órbita personal, la búsqueda del centro será bastante más difícil. No le bastará con mirar en las estanterías. Preguntas como "¿cuál es mi voz?" o "¿qué temas, qué ritmos, qué tonos son propiamente míos, originales?" son del orden de las que eran populares en las reuniones religiosas, tales como "¿De dónde venimos?" o "¿Hacia dónde vamos?"; preguntas cuya respuesta nos podría llevar una vida entera (o dos, o tres). De hecho, hay una relación profunda entre el hecho de escribir y el de conocerse a uno mismo –y, de paso, aportar algo al conocimiento de la naturaleza humana–. Insisto, una labor difícil. Decía Bernard Shaw que todo el mundo da consejos, pero nadie un penique, y que tal hecho demostraba, por pura lógica, que los consejos no valen nada. Aún así, me atreveré a hacer una propuesta práctica. Creo que, a la hora de buscar el centro de una novela personal, lo mejor es escribir lo más rápidamente posible las diez primeras páginas, y luego parar de golpe y empezar a repasar. ¿Dan los adjetivos que han aflorado alguna pista sobre el tono? ¿Se vislumbra algún personaje? ¿Hay algún ritmo claro? ¿Hay algún pasaje con fuerza? ¿No? ¿Nada de nada? Lo mejor será entonces actuar como en las partidas fallidas, barajar de nuevo y dar nuevas cartas, es decir, escribir rápidamente otros diez folios, y repetir el proceso. Si el material es más prometedor, adelante con los retoques, las primeras correcciones; adelante luego con la página número once. Si no, vuelta a empezar. Y así, tres meses. Si a los tres meses no se ha conseguido nada, lo mejor que puede hacer un autor es ir a buscar un centro en los libros de las estanterías y ponerse a escribir una novela de género. Para acabar, un segundo consejo. Una actividad manual ayuda a escribir. Robert Graves hablaba de lavar los platos o de hacer la colada. No está mal, puede ser interesante. En cualquier caso, la familia lo agradecerá.