1 APARECIDA. EL PASO MARCANTE DE LA DSI EN AMERICA

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APARECIDA. EL PASO MARCANTE DE LA DSI EN AMERICA LATINA Guillermo Sandoval V. Integrante del Equipo DSI DEJUSOL/CELAM Jefe Área de Animación Laboral de la Vicaría de Pastoral Social y de los Trabajadores Arzobispado de Santiago de Chile Junto con agradecer la invitación a este encuentro, quiero hacer tres alcances, al comenzar mi intervención: • Me parece necesario, y también justo, obaservar en la historia de nuestra Iglesia latinoamericana aquellos testimonios que permiten que nuestro mensaje recoja lo valioso de la tradición, del mismo modo que nos hacen posible reconocer los errores –a veces atroces‐ cometidos en el proceso de evangelización de América Latina y el Caribe. Tenemos una historia de luces y sombras. El reconocimiento de lo luminoso no busca envanecernos, sino sacar fuerzas desde donde dar mayor gloria a Dios. ¡Recordemos como un ejemplo esas luces. No perdamos de vista las sombras! • En segundo lugar, creo que debemos valorar Aparecida como el momento en que el Espíritu Santo sopla sobre nuestros obispos y los lleva a retomar con mayor fuerza la preocupación por lo social, que en Santo Domingo pareció –para muchos‐ menos expresado. Al mismo tiempo, debemos preguntarnos si estamos efectivamente encarnando Aparecida en nuestra región latinoamericana. • También quiero decir, tal vez provocando, que me parece que cuando la Iglesia se olvida de su Doctrina Social, se olvida del hombre; y cuando se olvida del hombre, en cierto sentido se olvida de Dios. Es verdad que el centro de nuestra vida eclesial es la Eucaristía: ponernos en presencia y comunión sacramental con Jesucristo. Pero si este sacramento no tiene un correlato en la vida personal y comunitaria de cada uno de nosotros, en el ejercicio de su trabajo o de sus responsabilidades personales, sociales o públicas, entonces estamos depreciando la Eucaristía, llevándola casi al nivel de un rito farisaico, sin la trascendencia que Jesucristo mostró al instituirla: El quiso integrarse a nuestro cuerpo para seguir expresándose a través de nuestra vida completa. ¡Nuestro Señor encargó a sus apóstoles y a su Cuerpo Místico –es decir a todos nosotros‐ comenzar la construcción del Reino! ¡Ahora! ¡Ya! 1
Algunos antecedentes históricos: Es efectivo que el proceso de evangelización se desarrolló en ocasiones atropellando la cultura originaria. Pero impropio sería decir que se la arrasó, como se pretende desde otra vereda. Porque es cierto también que diversos padres de la naciente Iglesia latinoamericana ‐venidos desde Europa, particularmente los conocidos como novohispanos‐ dieron testimonio concreto de las enseñanzas sociales, que aún no se sistematizaban como una “doctrina”. Fundados en el argumento primero de la entrega del nuevo mundo por el Papa a los reyes de España y Portugal para que lo evangelicen, Zumárraga y otros señalan en el cumplimiento de ese punto la legitimidad de la conquista. Por lo mismo, que cuando ello no se hacía de manera correcta, la legitimidad se pierde. Lo discutido intelectualmente en España, generó convicciones que se encarnaron en el ministerio misionero, sacerdotal y episcopal, en la Nueva España: México y en las islas del Caribe, fundamentalmente. La homilía de Adviento de 1511, pronunciada por Montesinos, en presencia de Diego Colón, es notable: “Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?” Pero no fue sólo Montesinos. Bartolomé de las Casas alega en favor e la naturaleza humana de los indígenas. Zumárraga dice que la correcta predicación de la fe debe ser pacífica y por persuasión. Vasco de Quiroga, funda los hospitales pueblos, antecedente de sistemas de seguridad social; el padre de la Vera Cruz es considerado el “misionero del saber”. Tomás de Mercado, hace aportes éticos sobre economía (escribe sobre razón y justicia, bien común y dignidad del trabajo, además de economía humana). Los jesuitas Nóbrega y Anchieta resguardan a los indígenas de la brutalidad de colonos portugueses, Las misiones Jesuíticas del Paraguay y norte argentino, son otro ejemplo de evangelización santa. Hay concilios y sínodos que apuntan en esas mismas direcciones. Pedro Claver se preocupa por los negros que llegaban cual rebaños a Cartagena de Indias. En Chile, el primer contrato formal de trabajo (hace ya más de cuatrocientos años) fue suscrito por los jesuitas, con esclavos que les habían sido dados para su servicio doméstico y a quienes ellos liberaron y contrataron como hombres libres. No se trata de tener una mirada ingenua, que sólo ve lo que se hizo bien. No. Pero igualmente es correcto reconocer que en nuestras raíces, junto con el pecado, aparecen luminosamente muchos profetas de lo que hoy constituye el pensamiento social de la Iglesia. En los procesos de independencia política también ocurrió algo parecido. Hubo católicos preclaros que asumieron la causa de los nuevos pueblos, mientras otros querían mantener el statu quo. Lo interesante es que la historia parece ir más bien en el sentido de quienes abren más espacios de libertad, de justicia, de dignidad humana en definitiva. Pareciera, en medio de las dificultades, que estas propuestas fueran solo querer humano. Pero la historia va señalando que más semejan la voluntad de Dios. 2
Así ocurre con los santos de este tiempo, los que han sido declarados tales oficialmente, y los que lo son en el corazón de sus pueblos: San Alberto Hurtado, don Manuel Larraín, el Cardenal Raúl Silva Henríquez, don Enrique Alvear de entre los chilenos de quienes me enorgullezco; dom Hélder Cámara, don Oscar Romero, el cardenal Eduardo Pironio, de entre los que he conocido por testimonios directos o personalmente. Y hay muchos más. Esta es una Iglesia rica en grandes hombres y también muchas mujeres que, como María, ofrecen su testimonio de manera más humilde y anónimo, pero dejando huellas en comunidades de los sectores más desposeídos. De entre las sombras quiero contar una anécdota que he escuchado de tiempos de la Quadragesimo Anno. Esta encíclica, no se publicó en el diario católico y conservador de la época de Chile, donde lo lógico era que sí ocurriera. La explicación fue: “no podemos exponer a los fieles católicos a las imprudencias de este Papa”. Sin más comentarios. Las cuatro conferencias anteriores. La Iglesia de los años 50 del siglo pasado, vivía marcada por una tradición de verticalidad y legalismos. Probablemente, se decía por un experto hace poco, que Vaticano I no alcanzó a concluir –interrumpido por una guerra‐ y no se produjeron los cambios necesarios que probablemente pudieron tener lugar entonces. Esa iglesia de normas, amiga del poder terrenal, no daba para más y la feliz inspiración de Juan XXIII, hace ya 50 años, convocó al Vaticano II. Es interesante y reveladora la frase que usó: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos mirar hacia fuera y los fieles puedan vera hacia dentro”, recordaba el teólogo Fernando Berríos, hace poco. La frase muestra el concepto de Iglesia que primaba: jerarquía es la Iglesia, definición que aún persiste en muchos ámbitos. Juan XXIII abrió las puertas y ventanas, y entró un ventarrón refrescante. (¿Recuerdan ustedes que el mayor castigo para un sacerdote era “reducirlo” al estado laical?) Esa situación ya preocupaba a pastores como Manuel Larraín y Hélder Cámara, a comienzos de los 50. Por lo mismo, motivaron la reunión de Río Janeiro, en 1955, donde se fundó el CELAM. La Conferencia planteó las primeras preocupaciones colegiadas a nivel continental sobre temas sociales: allí los obispos relacionan pobreza y riesgos para la paz social, llaman a los laicos a actuar en el mundo económico social, hacen presente el grito por justicia y fraternidad en las relaciones laborales, también se refieren a la concentración de la riqueza, la desocupación, la necesidad de relaciones armónicas entre capital y trabajo. Es Medellín (1968) donde se hace la primera bajada continental al recién celebrado Vaticano II. Esto ocurría en medio de un continente en ebullición. Grandes discusiones intelectuales –y prácticas‐ al enfrentarse los discursos marxistas y cristianos; la revolución cubana y los proyectos reformistas, para graficarlo, aunque no explique toda la riqueza de la discusión. Había mucha presión en la caldera. Ya teníamos Mater et Magistra, Pacem in Terris, Populorum Progressio, Eclessiam Suam, y, por supuesto, Gaudium et Spes. También había muerto en combate guerrillero el padre Camilo Torres. En las universidades católicas los estudiantes reclamaban de reforma. A Medellín, los obispos concurren acompañados de muchos peritos: economistas, cientistas políticos, antropólogos, sociólogos, teólogos. Ellos tienen mucho que ver con el documento 3
conclusivo, al que agregan como riqueza el soporte documental y académico, que se suma al pastoral. Es muy interesante observar el “Mensaje a los pueblos”, la reflexión pastoral, y la denuncia de los males que destruyen la dignidad humana, al tiempo que dan pie a una profética esperanza en las fuerzas de renovación que aparecen por todas partes en el continente: “No podemos dejar de interpretar este gigantesco esfuerzo por una rápida transformación y desarrollo como un evidente signo del Espíritu que conduce la historia de los hombres y de los pueblos hacia su vocación”. En lo laboral, hay frases que conmueven por su defensa de la dignidad del ser humano, su demanda de participación y de justicia. Medellín asume decididamente la opción por los pobres, que si bien tiene inspiración evangélica, es un gran aporte teológico a la Iglesia universal. En Puebla (1979) los obispos desarrollan mayor protagonismo, dicen algunos estudiosos. Partidarios de una Iglesia más vertical, habían criticado la presencia de peritos en Medellín. No es un escenario fácil el que le corresponde: las dictaduras militares campean en el continente. La violación de los derechos humanos, es brutal. La doctrina de seguridad nacional, ofrece soporte ideológico a las dictaduras y justificación para los atentados contra los derechos humanos. La escuela de Chicago, hace su aporte económico incorporando también una lógica que saca del centro al ser humano, instala un nuevo becerro de oro: la rentabilidad del capital que se afirma en el individualismo y en la violación de la dignidad humana. Por otra parte, grupos guerrilleros acometen acciones violentas y son brutalmente reprimidos por las fuerzas armadas. A su llegada a Medellín, Paulo VI afirma que la Iglesia, no por oportunismo, sino en su condición de experta en humanidad, es defensora de los derechos humanos. Lo hace, dice el Papa, por un auténtico compromiso evangélico, el cual, como sucedió con Cristo, es sobre todo compromiso con los más necesitados. Los obispos, por su parte, evidencian la creciente brecha entre ricos y pobres: cada vez aumenta más y más la distancia, afirman. Agregan otras preocupaciones: los derechos humanos violentados, el atentado a los valores de nuestra cultura, la violencia de la economía de mercado casi sin regulación, la ausencia de democracia en la mayor parte de los Estados de latinoamerica, la marginación de indígenas y afroamericanos, los sistemas de comercialización que explotan a campesinos que además son alejados de la tierra, los atentados contra el medio ambiente y muchos etcétera más. Llaman a los economistas para que, con “pensamiento creativo”, den respuestas prontas a las demandas de la persona humana y la sociedad. La III Conferencia deja una frase que también se recuerda siempre, y de alguna manera ofrece una interpretación de Medellín: la opción preferencial por los pobres. A Santo Domingo (1992) se llega luego del término de la Guerra Fría, tras el desplome del oprobioso Muro de Berlín y el derrumbe de los regímenes de la órbita socialista soviética. La primera lectura es que el marxismo ha fracasado y que la única vía es el capitalismo salvaje o moderado: un mundo unipolar. (Pero a poco andar, es el propio Juan Pablo II quien señala esa interpretación como incorrecta, porque no todo en el capitalismo es aceptable y que no todo en la visión del mundo socialista era negativo. Desde luego, no se podía compartir su mirada antropológica que niega la trascendencia del ser humano. Pero en la búsqueda de justicia social hay espacios que siguen siendo comunes. 4
En el mundo capitalista, el valor de la libertad, es ciertamente compartido, pero esa libertad ‐
como la propiedad‐ debe ser efectiva y estar al alcance de todos. Además, la libertad sin pan no existe, porque condiciona la voluntad de discernir del ser humano. La libertad de la que sólo gozan algunos es un salvaje individualismo. No es cristiano. La libertad, como el amor, crece cuando se comparte). A Santo Domingo, los obispos llegan con una Santa Sede muy presente y en medio de una región que ha recuperado la democracia, que se apresta a crecer en lo económico, tras la “década perdida”. Mientras mejora la situación de los derechos humanos de orden político, los de orden económico aparecen aún vulnerados. Sus víctimas, las naciones endeudadas, los pobres marginados, los trabajadores viviendo situaciones de injusticia y en estado de vulnerabilidad, y el medioambiente afectado por procesos industriales o mineros. América Latina recuerda 500 años de su descubrimiento –generando nuevos focos de conflictos‐ lo que la Iglesia recuerda como medio milenio de evangelización, reconociendo sombras y luces. En este cuadro, reseñado sin duda de manera incompleta, la preocupación central es la nueva evangelización, y aún cuando se reafirman temas de orden social ya señalados en Medellín y Puebla, pareciera que ese no es el acento de la IV Conferencia. Hay sí un aspecto que se recalca en la frase ya dicha en las encíclicas de Juan Pablo II: los derechos laborales son un patrimonio moral de la sociedad. Pero la frase que queda, casi como un resumen de lo social en Santo Domingo es la opción por los pobres, que es preferencial, pero no excluyente. Conferencia de Aparecida La V Conferencia (2007) se desarrolló en un continente en el que la democracia política parece haber llegado para quedarse, pero donde la democracia económica y social aún es una tarea pendiente, particularmente al crecer la brecha entre pobres y ricos. En la región latinoamericana, los gobiernos de izquierda y centro izquierda son mayoritarios, algunos de claro rasgo populista y con pretensiones autoritarias. Con todo, la democracia parece asentada y no se ven nubes en el horizonte próximo. Lo que podría afirmarse es que algunos, surgidos del voto popular intentan, mediante modificaciones constitucionales, ampliar sus mandatos. Con todo, lo hacen utilizando procedimientos son cuestionables porque extreman y tensionan la institucionalidad. Aún así, se mantienen dentro de ella. Por otra parte, la comunidad continental ha adoptado acuerdos que no permiten respaldos a aventuras golpistas. Pero en el ámbito nacional e internacional hay nuevos problemas: a la inequidad que venía siendo denunciada por muchos años, hay que agregar el fenómeno de la exclusión. Se ha ido más allá de la marginalidad. Hermanos nuestros han sido arrojados fuera de los márgenes. La Creación, por otra parte, es objeto de una explotación que no tiene que ver con el encargo de dominio encargado a los seres humanos en el Génesis. Allí están la situación de la Amazonía, el derretimiento de los hielos continentales, la explotación minera irresponsable desde la perspectiva ambiental, la cada vez más cercana escasez de agua dulce, lo que permite prever que 5
nuestra región –rica en reservas‐ será un foco de interés para potencias económicas, y podría transformarse en foco de conflictos, justamente por esa razón. Por otra parte, el contexto eclesial también ofrecía incógnitas. Teníamos nuevo Papa, el Papa Ratzinger, de quien se esperaba una administración breve y sin cambios mayores. Sin embargo, en su pontificado (que no ha sido breve) además de cambios en la curia romana, ha entregado muchas señales de Benedicto XVI que apuntan a profundizar lo realizado su predecesor en materia de DSI (que no fue poco). Otra señal: la Compañía de Jesús recibe de manera expresa el encargo del Santo Padre de actuar en la pastoral de fronteras, que le es tan propia. El Papa, además, busca con especial preocupación, fomentar el diálogo con otras tradiciones religiosas. Por último, aborda con energía los graves escándalos que han afectado a nuestra Iglesia en materia de abusos a menores y abusos de conciencia. Finalmente, tampoco se sabía mucho del colegio episcopal latinoamericano, renovado en alto porcentaje desde Puebla. No es del caso entregar detalles sobre la forma en que se escribieron los documentos de Aparecida, como fueron revisados, ni como fueron reescritos. Pero algunos de quienes participaron, sea como delegados, sea como peritos o invitados, coinciden en que el Espíritu Santo sopló sobre nuestros obispos y la Conferencia entregó un documento conclusivo que apunta más a ser continuidad de Medellín y Puebla, en lo social y de Santo Domingo, al recoger la idea de la nueva evangelización, transformándola en misión permanente. Aparecida propone a una apertura mayor al mundo, “asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, (y) poner de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad” (399). Afirma que “la Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en el estancamiento y en la tibieza, marginando a los pobres del Continente” (362); que “la conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (370) y que “la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico” (367). Aquí hay tres claves que son de gran importancia. Revalorización de lo social de la Iglesia; asumir el modo misionero de la evangelización; y actuar en el contexto histórico. El documento conclusivo señala esto como una interpelación a construir una Iglesia samaritana, capaz de hacerse hermana del que sufre, de generar una sociedad sin excluidos, de compartir con publicanos y pecadores, que sana leprosos, con capacidad de perdón, que habla con todos (135). Ni más ni menos que volver al Evangelio, lo que nos lleva a mirar también hacia la pedagogía de Jesús. El documento de Aparecida, recupera la metodología de la Acción Católica, asumida también para la DSI en Mater et Magistra por Juan XXIII. En el documento conclusivo es posible descubrir el ver, juzgar y actuar. No quiero tratar con detalle esos contenidos, entre otras cosas porque está muy bien expresado en trabajo del padre Mateo Garr s.j., del Perú, publicado por el CELAM bajo el título “Doctrina Social de la Iglesia en Aparecida”. El padre Mateo usa como lenguaje para abordar los contenidos, en la lógica y secuencia del propio Compendio de la DSI, en tres etapas: la vida de nuestros pueblos (VER); la vida de Jesucristo en los discípulos misioneros (JUZGAR); y, la vida de 6
Jesucristo para nuestros pueblos (ACTUAR). Así recorre el texto de Aparecida viendo la situación de la DSI, de los derechos humanos (la dignidad de la persona humana), de la familia, del trabajo humano, de la vida económica, de la comunidad política, de la comunidad internacional, del medioambiente y de la promoción de la paz. Queda absolutamente claro en Aparecida que no hay rincón de la vida que sea ajena al pensamiento y al corazón de la Iglesia Latinoamericana. Leer el análisis hace pensar en cuanta lucidez tuvieron los padres conciliares al decir que “el gozo y la esperanza, las lágrimas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, lágrimas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón”. Sólo queremos recordar aquí algunas de las preocupaciones de los Obispos en Aparecida : •
Cambio cultural. Estamos en presencia de una sociedad que se despreocupa del bien común, afirma deseos y hasta derechos subjetivos y arbitrarios de carácter individual que terminan en perjuicio de los más pobres y vulnerables. •
Los contenidos de la globalización no interpretan ni consideran valores objetivos que constituyen lo más importante de la vida humana: verdad, justicia, amor y –muy especialmente‐ el principio de la dignidad de la persona humana. •
El sistema económico, en el fondo, estima a la persona humana simplemente como objeto económico, cuyo trabajo se transa en calidad de mercancía. •
La exclusión es un rostro más duro de la organización de la economía, de la política y de la vida misma, lo que revela una tremenda inequidad. Ser parte de una comunidad –sea en la política o en el trabajo o en la cultura‐ es una necesidad humana vital. •
La democracia se ha instalado, pero pareciera que también se olvida también de la persona humana. Esta es consultada cada cierto período, en elecciones. Luego muchas de los electos –salvo honrosas excepciones‐ actúan con eficiencia gerencial. Pero la gente necesita ser protagonista de su propio destino. Su dignidad se juega en la participación. No bastan los éxitos que ofrecen frutos. Es necesario ser parte del proceso. •
En este cuadro, la Familia se ha visto alcanzada incluso en su condición de lugar de diálogo, de solidaridad entre generaciones y de vehículo de transmisión de la fe. •
Si bien hay conciencia respecto de la necesidad de integración política y económica regional, hay, por otra parte, fuerzas económicas demasiado poderosas –las multinacionales‐ que muchas veces tienen mayor poder político que los propios Estados. En fin, la lista es más amplia y detallada. Ofrece muchos desafíos. Pero al mismo tiempo amplias iluminaciones desde la enseñanza social de la Iglesia. En ese sentido, encontramos en un texto de 7
un amigo sacerdote chileno, lo que él llama una especie de “credo” de la dignidad humana, construido con lo dicho por nuestros Obispos en Aparecida: •
“Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza” (104); •
“Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad de amar” (104); •
Proclamamos que sólo el Señor es autor y dueño de la vida (388); •
“Anunciamos el valor supremo de cada hombre y de cada mujer” (387); •
“que todo ser humano existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó” y “lo conserva en cada instante (388); •
Que al poner todo lo creado al servicio del ser humano, el Creador manifiesta la dignidad de la persona humana e invita a respetarla (387). •
Que el ser humano –imagen viviente de Dios‐ es siempre sagrado. Lo es desde su concepción. Lo es en todas las etapas de su existencia. Lo es hasta su muerte natural y también después de la muerte (388); •
Que el amor insuperable de Dios por cada ser humano, cualquiera sea su condición, le confiere a éste una dignidad infinita (388); •
Y por eso le agradecemos “por la dignidad que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover” (104); Esta dignidad, de Dios recibida, fundamenta también nuestra misión, pues ella es don y tarea, a la vez. Por eso, •
“Nuestra misión para que nuestros pueblos en El tengan vida, manifiesta nuestra convicción de que en el Dios vivo revelado en Jesús se halla el sentido pleno, la fecundidad y la dignidad de la vida humana” (389); •
Por eso “nos angustia la existencia de millones de latinoamericanos (as) que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad “(391); •
Y nos sentimos interpelados por los rostros sufrientes de nuestros hermanos pobres y excluidos en quienes reconocemos el Rostro de Cristo que nos llama a servirlo en sus personas (393 y 65); 8
•
Por esta razón, nos urge la misión de entregar a nuestros pueblos la vida plena y feliz que Jesús nos trae, para que cada persona viva de acuerdo a la dignidad que Dios le ha dado” (390); •
Y “nuestra fidelidad al Evangelio nos exige proclamar, en todos los aerópagos –públicos y privados del mundo de hoy‐ la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana” (390). Ahora bien, esta misión –leí en un interesante artículo del teólogo José Comblin‐ “no podrá realizarse desde arriba hacia abajo”, “comenzará con personas voluntarias dispuestas a entrar en una aventura, esta vez con el apoyo de la jerarquía”. Dice que no sirve planificar y que no sirve dar cursos para enseñar una doctrina. Pienso que n o se trata de situaciones en la que haya que optar. Más bien complementar. Su opinión, muy respetable, es afín en buena parte con la afirmación de Aparecida. Especialmente cuando señala que “es el encuentro personal y comunitario con Jesucristo lo que suscitará discípulos misioneros, que a su vez harán posible un continente en el cual la fe, la esperanza y el amor renueven la vida de las personas y transformen las culturas de los pueblos (13). Pero esto, en nuestra opinión, no excluye planificar, ni excluye enseñar doctrina. Particularmente doctrina social. Comblin recuerda que se enseñó doctrina en tiempos de la Revolución francesa, como un método de soporte para la fe de los sacerdotes. Claro, no era doctrina social. Si hoy se hiciera lo mismo, seguramente fracasaríamos. Pero partiendo de la base del encuentro personal y comunitario con Jesucristo, se hace necesario reconocer también en la DSI una valiosa herramienta. No cabe duda, así se expresa en el documento conclusivo, así lo consideraron los Obispos. De seguro, no es la reflexión intelectual lo que anidará a Jesús en los corazones. Pero la DSI, que jamás debe comprenderse como un código que reúne normas, ni como un catecismo que aprender, en verdad contiene mucha sabiduría y reflexión capaz de iluminar el discernimiento útil para la construcción de la sociedad teniendo presente en primer lugar la dignidad de la persona humana. Y este pensamiento, se actualiza en el tiempo, con participación de una diversidad de disciplinas, particularmente las ciencias sociales. Por eso, no se trata de proponer estrategias pastorales excluyentes. Por el contrario, la experiencia de la Acción Católica –hablo especialmente por mi país‐ permitió que surgiera una generación de jóvenes (imbuidos y conmovidos en el alma por el pensamiento social de la Iglesia), que fue capaz de hacer un aporte a la construcción de un país más justo, más democrático, más respetuoso del ser humano. También podemos constatar que cuando la formación estuvo ausente, es la sociedad toda la que se ha visto dañada por la carencia de liderazgos auténticamente cristianos en su seno. En Aparecida –así como se reconocen los nuevos rostros sufrientes de Cristo‐ hay un compromiso de Acompañar a los dirigentes de la sociedad en su tarea. Me parece un punto relevante que no debe ser olvidado. Junto con desarrollar la misión en la base social, es necesario que Jesús toque el corazón de quienes ejercen el liderazgo en la 9
sociedad, para que desde esa experiencia personal e intima, deduzca la necesidad deduzca la necesidad de hacer coherente el amor de Cristo y el amor a Cristo en la vida social entera. Allí está el espacio para que la Doctrina Social de la Iglesia sea efectivamente un paso marcante en los pueblos latinoamericanos. 10
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