1988‐2939 www.ceir.org.es Vol. 6 (1) – Febrero 2012; pp. 43‐51 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. La indignación incontrolada. Origen y consecuencias1 Margaret Crastnopol, Ph.D.2 Seattle, WA, USA En 2008 Philip Roth publica “Indignación”, parábola a la vez que estudio del carácter en la que se narra la muerte de su joven protagonista a consecuencia de la postura imprudente e indignada que sostiene frente a la vida. En mi intervención de hoy me gustaría incidir en la importancia de mantener la atención ante la posible aparición de reiteradas creencias y convicciones sobre “la rectitud” (según define el propio Roth), bien en nosotros mismos, bien en el otro, o bien en el conjunto de la nación –al ser esta una predisposición psíquica que puede llegar a alejarnos en gran medida de nuestros deseos y esperanzas más íntimos–, tanto cuando sucede por iniciativa propia como si se produce a instancia de otros. Palabras clave: Indignación, Microtraumas. In Philip Roth’s 2008 parable‐cum‐character study entitled Indignation, the young protagonist dies as a result of the accumulation of the consequences of his rash, indignant stance in life. I’ll argue today that we do well to listen for a buildup of convictions of “righteousness” such as Roth describes ‐‐ whether they occur within our self, within the other, or within a nation ‐‐ for such a psychic attitude can lead us far from our deepest intentions and fondest hopes ‐‐ on our own behalf and others’. Key Words: Indignation, Microtrauma. English Title: The Roots and Consequences of Unbridled Indignation. Cita bibliográfica / Reference citation: Crastnopol, M. (2012). La indigación incontrolada. Origen y consecuencias. Clínica e Investigación Relacional, 6 (1): 43‐51. [ISSN 1988‐2939] [Recuperado de www.ceir.org.es ] © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. Los editores no se responsabilizan de los contenidos de los autores. Dirigir las consultas sobre derechos y autorizaciones a [email protected] www.ceir.org.es Vol. 6 (1) – Febrero 2012; pp. 43‐51 Margaret Crastnopol, La indignación incontrolada…. Comenzaré relatando la historia de Roth. A sus 19 años, Marcus Messner yace herido en un lejano campo de batalla, mientras rememora en silencio la vida que le ha conducido hasta esta fatal circunstancia. Único hijo de padres judíos, Marcus se había criado en Newark, ciudad de clase obrera, conflictiva y agitada de Nueva Jersey. A finales de la década de los 40 y principios de los 50 el padre del joven se ganaba la vida como carnicero kosher. Mientras cursaba secundaria Marcus le ayudaba con el negocio, tiempo en el que además disfrutaba aprendiendo de su comprometido y concienzudo padre todo lo necesario para arreglárselas en la vida. Pero cuando Marcus llega a la universidad un conflicto se desata entre ellos. El padre, cada vez más inseguro y preocupado, comienza a poner en duda tanto la integridad como la legitimidad de las aspiraciones de su hijo. Riñe insistentemente a Marcus por sus idas y venidas, advirtiéndole de que acabará en malas compañías, convertido en delincuente, o aún peor, muerto. Marcus, que llega tarde a casa sólo con el fin de poder estudiar y evitar las ansiosas recriminaciones de su padre, se siente ofendido y profundamente incomprendido. Mientras, su madre, muy angustiada, no logra restaurar la paz. El padre se encuentra indignado. Como también lo está Marcus. Empeñado en escapar del obsesivo control de su temeroso padre, Marcus cambia de universidad, de una muy próxima a su hogar, donde él verdaderamente siente que “pertenece”, a una muy alejada, situada en el corazón de América, donde se siente completamente fuera de lugar. Allí nuevamente sufre falta de respeto y reconocimiento, esta vez por parte de sus nuevos compañeros del Medio Oeste. Rechazará indignado todo esfuerzo del decano por guiarle y asesorarle, lo que acabará por frustrar sus propias aspiraciones. (Por ejemplo, el decano insiste a Marcus en que trate de relacionarse con distintos compañeros, y que no parezca siempre empeñado en nadar contra corriente. Sin embargo Marcus interpreta esto como una nueva muestra de control opresivo, además de una demanda de sumisión a la tradición anglosajona, blanca y protestante.) Finalmente sus desafiantes conductas de autoaislamiento, rebeldía y oposicionismo, teñidas de arrogante autoimportancia, provocan su expulsión del centro. Se cumple así la dolorosa profecía del padre. Más aún, al perder la protección que la matrícula universitaria le confería Marcus es de inmediato llamado a filas, como soldado raso, para luchar en el frente de Corea. Allí sufrirá las terribles heridas que, tras unas largas horas de reflexión y arrepentimiento acerca de lo que había sido su trayectoria vital, acabarán por ocasionarle la muerte. ¿Cuál es la lección que podemos extraer de esta parábola de Roth sobre el resentimiento orgulloso y el deseo frustrado que lo produce? A modo de recordatorio de la red de significados que el autor emplea, cabe señalar cómo “indignación” se refiere a un estado de displacer crítico en relación a algo que se considera injusto, vergonzoso, impropio o malvado, y que se constituye en una ira amarga, indignada y despreciativa; una mezcla de sentimientos de ofensa, dolor, enfado y frustración ante una aparente injusticia o desprecio. Mientras que su raíz latina “dignus” significa “valioso”, el vocablo “indignari” podría traducirse como “indigno”. A lo largo de la novela podemos observar las reacciones llenas de indignación de Marcus 44 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. Los editores no se responsabilizan de los contenidos de los autores. Dirigir las consultas sobre derechos y autorizaciones a [email protected] www.ceir.org.es Vol. 6 (1) – Febrero 2012; pp. 43‐51 Margaret Crastnopol, La indignación incontrolada…. ante lo que él interpreta como verdaderas agresiones a su forma de ser. Convencido de estar siendo víctima de una enorme falta de reconocimiento, percibe como terriblemente injustos los reproches de que es objeto por parte de su padre en primer lugar, y de sus compañeros de universidad después. La rabia narcisista de Marcus junto a las decisiones que ésta genera se convierten en su perdición. Pero ni siquiera al final llega a ser consciente de ello. Al contrario, la conclusión que saca es que la vida consiste en “decisiones del todo banales, fortuitas o incluso cómicas que producen resultados de lo más desproporcionados” (pág. 231). A diferencia del desconocimiento que demuestra el protagonista, el lector no ignora que es en el título donde reside la verdadera lección que la obra busca transmitir. Roth nos muestra así cómo “el orgullo precede a la caída”, o cómo la intemperancia de una resistencia indignada puede incluso llegar a resultar mortífera. Como si de un astuto psicoanalista se tratase, Roth ilustra el modo en que determinadas circunstancias psíquicas y psicosociales pueden conjurarse hasta llegar a provocar estados de falsa superioridad moral ignorante y desenfrenada. Lo cual sucede muy a pesar de la inteligencia y el discernimiento que el protagonista de la novela demuestra poseer. Marcus no logra evitar cavar su propia tumba, del todo ajeno a su propia implicación. Estos son los “réditos de la indignación”. Desde luego, toda expresión de indignación en un contexto interpersonal a menudo irá directamente en detrimento de aquel que sea objeto del ataque de rabia. La ira envuelta de supuesta superioridad moral, tiende a alentar la represalia y el castigo antes que la rectificación. Pero es algo que puede además resultar venenoso para aquel que siente y expresa la indignación. Los episodios recurrentes de indignación constituyen un tipo de “contusión psíquica”, acumulativa y a menudo recíproca, al que denomino “microtrauma”. Estos microtraumas son la esencia misma del tipo de trauma psíquico denominado “acumulativo” (Khan, 1963; Kris, 1956). Constituye, así mismo, un medio a través del cual puede perpetuarse un modo de relación traumáticamente disyuntivo. Tal y como ilustra Roth en su relato, es este un tipo de relación microtraumatizada y microtraumatizante que, a base de seguir produciendo contusiones psíquicas, puede generar una ceguera de tal magnitud que termine por ocasionar un traumatismo de enorme envergadura. El miedo a la falta de reconocimiento, al prejuicio que desemboca en persecución, impregna la atmósfera de esta ficticia familia Messner como ocurre con el clima del país en general, durante los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Deducimos que el padre de Marcus, Messner, sufre los horrores residuales de la guerra y el Holocausto. “Carnicerías” de toda índole parecen perseverar en el aire. El padre debe sufrir además los rigores de tener que construir una vida nueva y un nuevo modo de vida, tanto para él como para su familia, dada su condición de relativamente recién llegados a Estados Unidos. Siente el peligro de ser despojado de su dignidad y valía personal, conforme carnicerías kosher como la suya van desapareciendo gradualmente víctimas del auge de las grandes superficies. Messner padre no ceja en su empeño de hacer lo correcto y de hacerlo bien. Aunque ello no le protegerá contra esa permanente amenaza a su sentido de valía y dignidad, un peligro tan real intrapsiquicamente como en su entorno social. La negación de todo riesgo de caer 45 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. Los editores no se responsabilizan de los contenidos de los autores. Dirigir las consultas sobre derechos y autorizaciones a [email protected] www.ceir.org.es Vol. 6 (1) – Febrero 2012; pp. 43‐51 Margaret Crastnopol, La indignación incontrolada…. sumido en la incompetencia y falta de valía lleva a Messner a proyectar dicha posibilidad sobre su hijo, lo cual le sitúa en circunstancias análogas. De tal modo que Marcus, una vez envuelto en este proceso de transmisión intergeneracional del trauma (Faimberg, 1988), no puede sino protestar vehemente contra tan caprichosa atribución de los impulsos proyectados por su padre. A lo cual el padre responde criticando y humillando al hijo, en un desacertado intento por “mantenerle en el redil”. De manera que padre e hijo comienzan a tratarse de forma abusiva el uno al otro mientras, en el nivel de los sentimientos, la rabia que genera su pretendida superioridad moral opera como hilo conductor. El padre posee una representación intrapsíquica de su hijo como abusador. Esto es en parte el resultado de la negación, extrusión y proyección de la propia maldad del padre sobre su hijo. Pero el padre también se siente abusado por el hijo y sus esfuerzos por separarse, creyéndole predestinado a matarle. No hay duda de que es el micromanejo abusivo del padre lo que, en la práctica, está promoviendo la conducta desafiante, el desdén y el rechazo de Marcus. Pero no hay faceta en la vida de Marcus que no se vea afectada por un distanciamiento despreciativo que raya en una “transformación malévola” (en términos de Sullivan). En cierta manera, Marcus está siendo permanentemente “invitado” a un modo u otro de actuación –por su padre a actuar de forma más madura, por sus potenciales compañeros de hermandad, por su ardiente compañera no judía, por el decano de su facultad–, a lo que él siempre se resiste desde la convicción de que nadie mejor que él sabe lo que le conviene. En última instancia Marcus ciertamente personifica el poder salvaje que le atribuye su padre. Pero encarna además su impotencia, convirtiéndose él mismo en una víctima más de la vasta maquinaria social‐militar‐industrial. Al fin y al cabo Marcus no es más que el descendiente psíquico de un pueblo perseguido, convertido en soldado y en carne de cañón de una guerra para él carente de todo significado personal. No hay duda de que los dos hombres sienten que algo está yendo terriblemente mal y se sienten impelidos a protestar airadamente. Es ciertamente toda una tragedia que lo único que puedan hacer es inflingirse daño mutuamente, fruto de su indignación, contribuyendo indirectamente así al miserable declive y muerte del hijo. La literatura psicoanalítica ha abordado la cuestión de la indignación desde perspectivas diversas: como forma de moralismo (Schmalhausen, 1921), superioridad moral (Lax, 1975), ultraje moral (Kaplan, 1997), desarrollo de valores morales durante la infancia (Morrison y Severino, 1997), derecho resentido (Shabad, 1993) o rabia narcisista (Kohut, 1972). Ya en 1921 Schmalhause criticaba la auto‐importancia, intolerancia y autocomplacencia inherentes a la respuesta moralista refiriendo enérgicamente: “Oh pretencioso moralista, ¿porqué ves la hipocresía en el ojo de mi hermano pero no la duplicidad en el tuyo? La moralidad convencional tiene sus más profundas raíces en el deseo mórbido de merecer la propia aprobación y engrandecimiento, y no en un amor por la virtud. Es así de sencillo” (pág. 390‐391). Podríamos afirmar que la suya es una imagen vividamente indignada de la indignación como lacra. Ciertamente, si no hiciese gala de la supuesta superioridad moral que su furor le confiere, podría bien servir de moraleja para el estudio psicológico de Roth 46 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. Los editores no se responsabilizan de los contenidos de los autores. Dirigir las consultas sobre derechos y autorizaciones a [email protected] www.ceir.org.es Vol. 6 (1) – Febrero 2012; pp. 43‐51 Margaret Crastnopol, La indignación incontrolada…. que, sin embargo, demuestra una sutileza bastante mayor. En cualquier caso Schmallhausen parece haber sido de los primeros que desde el psicoanálisis denuncia el moralismo como estrategia narcisista defensiva de consecuencias abierta y flagrantemente destructivas. (Schmalhausen sabe bien de lo que habla. La indignación a menudo se presta a operar de un modo “preformativo”, esto es, es algo que tiende a expresarse en el instante mismo de tratar de explorarlo.) Las percepciones sobre el fenómeno de la indignación expresadas con posterioridad por otros autores son más moderadas y amables; más comprensivas hacia aquellos que lo padecen. Morrison y Severino (1997), en su análisis de los valores morales, señalan que la indignación que es fruto de actitudes de superioridad moral “se vive como un modo de reestablecer la sensación de poder y valía en el self. El aspecto retaliativo de una ira que es inducida por la vergüenza busca en realidad revertir la situación en relación al causante de dicho sentimiento de vergüenza, y de este modo, avergonzándole, reclamar el poder para el propio self” (pág. 259). Los autores destacan, además, cómo desafortunadamente esto es algo que, lejos de aumentar el nivel de armonía interna o de entonación con el otro, tiende a promover la escisión dentro del self. En la misma línea, Shabad (1993) sugiere que la indignación emerge durante la infancia como consecuencia de lo que el niño percibe como una violación de necesidades legítimas por parte de aquellos de cuya gratificación se siente excluido. Dichas necesidades consisten en transformaciones de “deseos imposibles de satisfacer”, y su no satisfacción inicialmente se vivirá como una terrible herida psíquica. Las “arraigadas fallas” del carácter del progenitor restan poder al niño, que entonces niega su frustrante deseo. Lo que antes le resultaba “imposible” se torna en “prohibido”, aunque pueda persistir en él la fantasía de gratificación en alguna forma futura. La necesidad, persistente y eternamente frustrada es, según Shabad, inherente a lo que él denomina “temática traumática” –un “patrón crónico de vivencias infantiles frustrantes padecidas de un modo pasivo a manos de otros significativos, y que cuando se repiten día tras día durante un determinado número de años, pueden adoptar un significado emocional traumático. El persistente mal humor de un padre, sus desagradables silencios, sus constante incumplimiento de pequeñas promesas… pueden constituirse, de modo individual, en temáticas traumáticas de variable intensidad” (pág. 482‐483). Son notables los paralelismos entre dicho planteamiento y mi anterior conceptualización del microtrauma como la esencia misma del trauma acumulativo. Shabad demuestra una especial audacia al valorar el destino último de esas necesidades frustradas, que inicialmente fueron apartadas como “prohibidas”, conforme avanza el desarrollo evolutivo del niño. La autora lo resume de la siguiente manera: “Con una sensación de resentimiento e indignación moral, [la persona ofendida] puede en ese momento, movida por su sed de venganza, tratar de hacer que esos deseos retornen de su exilio en el inconsciente – dándoles una segunda oportunidad en forma de demandas justificadas o “necesidades” que deben ser satisfechas y colmadas a través de la acción, de manera inmediata y repetida” (pág. 485). 47 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. Los editores no se responsabilizan de los contenidos de los autores. Dirigir las consultas sobre derechos y autorizaciones a [email protected] www.ceir.org.es Vol. 6 (1) – Febrero 2012; pp. 43‐51 Margaret Crastnopol, La indignación incontrolada…. El problema sin duda reside en que la indignación puede llegar a cobrar vida propia en una forma altamente tóxica. Ruth Lax (1975) ofrece una convincente explicación del fenómeno desde una perspectiva freudiana‐kohutiana y en el contexto de una asignación crónica de culpas. Al igual que otros autores, Lax concibe la indignación moral como una defensa narcisista –que a menudo la persona no sentirá como algo patológico ni problemático‐, y que puede ser caracterológica. El individuo que desde una posición de superioridad moral se siente indignado, normalmente elegirá a un otro significativo conforme al criterio inconsciente de “complementariedad neurótica”. De este modo el “virtuoso” encontrará a alguien que encarne las partes devaluadas de su self para así poder desidentificarse activamente de ellas. Como consecuencia se producirá un re‐enactment inconsciente que, de forma cíclica, refuerce la dinámica crítico‐criticado, sujeto adecuado‐sujeto inadecuado, en el contexto de la matriz interpersonal. La agresión que la afirmación de la propia “rectitud moral” lleva inherente no produce la culpa que de otro modo generaría, ya que el “virtuoso” se siente totalmente justificado, más aún, digno de todo elogio por ser “portador del estandarte”. Ni que decir tiene que el escenario intrapsíquico, como bien señala Lax, contribuye también a dar forma a la relación analítica. Inicialmente el analista se vivirá como alguien muy crítico, permanentemente empeñado en asignar culpas. Sin embargo, por identificación proyectiva, el paciente comenzará a vivir el self y al analista, de forma alterna, como adecuado e inadecuado, atacante y víctima. Una vez las corrientes de transferencia negativa hayan amainado y las intenciones benignas del analista comiencen, al menos intermitentemente, a ser reconocidas y experimentadas con la suficiente confianza, el terreno estará abonado para la exploración de aspectos del self negados, inconscientes y vividos como indignos. Tras un curso terapéutico normalmente accidentado, tales aspectos finalmente podrán ser integrados dentro del sentido del self del paciente. A juicio de Lax los individuos cuya personalidad se caracteriza por la superioridad moral suelen presentar un tipo de historia evolutiva característica: Uno de los progenitores se vive como dominante y punitivo pero también como cariñoso y cercano. El otro, aunque relativamente ausente, acepta y por tanto refuerza las demandas y estructura moral del padre dominante. El niño termina por identificarse intensamente con el progenitor poderoso, crítico aunque también cariñoso e implicado –que el niño percibe como un pilar fuente de vida. La relación entre ambos se caracterizará tanto por la “intensidad emocional” como por la ambivalencia. Los valores del progenitor serán internalizados como parte del superyo y el padre, idealizado como el “el virtuoso”, será introyectado en el ideal del yo. Ello, además de atenuar los efectos de las heridas narcisistas de la infancia, servirá para reponer “provisiones narcisistas perdidas”, que es precisamente lo que convierte la actitud de superioridad moral en algo tan ego‐sintónicamente placentero y difícil de renunciar. El individuo indignado se encuentra fusionado en la fantasía con un objeto parental introyectado y “erguido”. Reforzar con cierta frecuencia dicha fusión se hace indispensable para poder sostener el sentimiento de bienestar de la persona. En síntesis, Lax nos explica cómo “el arranque de indignación fruto de una actitud de superioridad 48 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. Los editores no se responsabilizan de los contenidos de los autores. Dirigir las consultas sobre derechos y autorizaciones a [email protected] www.ceir.org.es Vol. 6 (1) – Febrero 2012; pp. 43‐51 Margaret Crastnopol, La indignación incontrolada…. moral representa una puesta en acto de una identificación con un objeto introyectado no metabolizado y que se ha convertido en aspecto dominante del ideal del yo” (pág. 288). La visión de Lax sobre la fusión con una versión introyectada de un “otro” amado y virtuoso nos permite entender al joven Messner y su trágica autodestrucción. Ante posibles amenazas a su supervivencia Marcus adopta para sí la obsesiva adicción al trabajo del padre. Se esfuerza además, como su padre, en pro de los valores norteamericanos de la posguerra, si bien Marcus busca lograr un objetivo distinto al del padre –éxito académico frente al desarrollo del negocio. Marcus trata de separarse e individuarse, pero no se da cuenta de lo devastadoramente aterrador que esto puede resultarle a su padre. Se siente abrumado por su sensación de ser “oprimido” injustamente, y la ira resultante bloquea su capacidad de entonar con las ansiedades del padre, por tanto impidiéndole contribuir a aliviarlas. El orgullo de Marcus es frágil, basado como está en un concepto tan limitado de lo que hace viable y valiosa la vida de un hombre. Su obstinada convicción en su propia “bondad” y su deseo de “hacer todo correctamente” le impide ver los valores y virtudes que representan su madre y su exnovia –especialmente la habilidad de relacionarse con los demás desde la empatía y la solidaridad. Estas capacidades psíquicas –que bien podrían haberle salvado‐ son tan importantes para garantizar la seguridad psíquica como el esfuerzo personal autónomo. Pero Marcus cada vez invierte más en su propia “corrección”, a costa de humillar, avergonzar o desvalorizar a aquellos que puedan parecer más “blandos” o más dependientes que él mismo. Coincido con Lax en que la indignación moral puede resultar tentadoramente contagiosa, especialmente de padres a hijos, al ofrecer un antídoto falsamente grandioso contra sentimientos de inadecuación e impotencia. Aunque yo añadiría que la indignación como tendencia caracterológica microtraumática debe entenderse dentro del contexto relacional, social e incluso internacional más amplio, algo que el propio Roth nos invita a hacer. La palabra “indignación” es el mantra que Marcus se recita en silencio a sí mismo una y otra vez cuando se ve obligado a asistir a sermones religiosos en su facultad. Pero la fuente de la que Marcus ha obtenido dicha palabra posee una importancia global mucho mayor –forma parte del grito desafiante en la letra del himno nacional chino, símbolo de la actitud retadora de los chinos frente a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Y se da una ironía final aún mayor, que Roth no acaba de señalar, y es que son los chinos, inmersos ahora en su indignada guerra contra Corea del Sur, a su vez apoyada por los Estados Unidos, los que acabarán por inflingir a Marcus sus fatales heridas. En mi opinión los juicios moralistas a menudo emanan no sólo de la matriz self/otro más cercana. Puede también funcionar como defensa contra fuerzas mayores y aún más perjudiciales, que se encuentran más allá de nuestro control. El impacto traumático de dichas fuerzas merece una atención compasiva, que a su vez puede hacer disminuir su defensividad “virtuosa”. Los histéricos y fulminantes ataques de Messner padre son síntoma no sólo de una distorsión del carácter, también de sus dudas desesperadas en cuanto a su capacidad para mantener a su familia en un contexto de agitación socio‐ económica y ante la amenaza de reclutamiento militar forzoso de su hijo. Más allá se oculta 49 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. 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Puede que me sienta del todo despojado de poder, o bien que me convierta en la única autoridad competente en lo que a mi propia valía se refiere, invistiéndome en vigilante de su merecido reconocimiento. En términos generales, cuando alguien es víctima de una determinada cuota de injusticia, desventaja, daño, y cuando dicha desigualdad no recibe la debida atención de parte de sus seres queridos o de la sociedad en su conjunto, el terreno quedará abonado para que el grado de descontento se vea significativamente amplificado. La indignación incontrolada puede ser consecuencia de la desesperada sensación de que ninguna de nuestras objeciones, por realistas que sean, será atendida jamás, y de que su importancia continuará siendo negada, ya sea por la familia o por la sociedad en general. Sin embargo esta amplificación de la crítica puede hacer disminuir su impacto o hacer que pierda credibilidad, debido a sus excesos. Al fin y al cabo la indignación a veces no es más que la imitación de un enfado de mayor entidad, producido por un agravio de más envergadura (Ghent, 1991). Llenos de “estruendo y furia”, nos sobre‐identificamos con la causa de valor, y la insistencia en nuestra propia corrección es más un asunto del narcisismo que una razón de aquello que está en cuestión. La indignación incontrolada canibaliza nuestros esfuerzos por explorar los matices de una determinada problemática compleja. Incluso en aquellos casos en los que nos sentimos más fuertes y experimentados, contribuye a minimizar nuestra capacidad para comprender mejor y tomar medidas más constructivas que nos permitan alcanzar una meta deseada. Lo cual a su vez erosiona inconscientemente nuestro amor propio. En cambio, en tanto logremos afrontar los golpes, ofensas y deficiencias del mundo sin la rabia que puede producir la ofensa, estaremos promoviendo “justicia” emocional en nuestras vidas, tanto hacia nuestro interior como hacia el exterior REFERENCIAS Faimberg, H. (1988). The Telescoping of Generations: Genealogy of Certain Identifications. Contemp. Psychoanal., 24:99‐117. Ghent, E. (1990). Masochism, Submission, Surrender—Masochism as a Perversion of Surrender. Contemp. Psychoanal., 26:108‐136.. Kaplan, H.A. (1997). Moral outrage: virtue as a defense. Psychoanal. Rev., 84:55‐71. Khan, M. R. (1963). The concept of cumulative trauma. Psychoanal. Study of the Child., 18:286‐ 50 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. 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Es supervisora de psicoterapia y miembro del cuerpo de profesores del William Alanson White Institute en New York City y del Instituto de Psicoterapia Relacional (Madrid); editora asociada de las revistas Psychoanalytic Dialogues, Contemporary Psychoanalysis y Clínica e Investigación Relacional. La Dra. Crastnopol trabaja en práctica privada en Seattle, Washington. 51 © Derechos reservados/Copyright de Clínica e investigación Relacional y los autores. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización expresa. Este material es para uso científico y profesional exclusivamente y puede contener información clínica sensible. Los editores no se responsabilizan de los contenidos de los autores. Dirigir las consultas sobre derechos y autorizaciones a [email protected]