XIIItemporada deGRANDESconciertosde

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AUDITORIO
PALACIO DE CONGRESOS ZARAGOZA
SALA MOZART
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XIIItemporada
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20072008
martes, 4 de diciembre de 2007 • 20,15 horas
ROYAL PHILHARMONIC
ORCHESTRA
PINCHAS ZUKERMAN DIRECTOR/SOLISTA
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Presidente de honor: S. A. R. el Duque de York
ROYAL PHILHARMONIC
ORCHESTRA
Fundada en 1946 por Sir Thomas Beecham, con su visión de ofrecer actuaciones de talla mundial de la mejor música escrita a lo largo del país, la
Royal Philharmonic Orchestra sigue manteniendo el legado de Beecham
ofreciendo al público del Reino Unido y del extranjero los niveles musicales más altos posibles, acompañada por algunos de los artistas más aclamados de la actualidad. Desde su creación, la Orquesta ha sido dirigida
por algunos de los mejores directores del mundo, entre los que destacan
Rudolf Kempe, Antal Doráti, André Previn y Vladimir Ashkenazy. La RPO
sigue desarrollándose, emprendiendo un apretado calendario de conciertos, giras y grabaciones bajo el inspirado liderazgo del Maestro Daniele
Gatti (Director Musical desde 1996). Además, la Orquesta se complace en
anunciar que, a partir de comienzos de la temporada 2009/2010, Charles
Dutoit se convertirá en Director Artístico y Director Principal, mientras
que Daniele Gatti continuará como Director Laureado.
La Orquesta tiene su sede en Londres. Su temporada 2007/2008 en el
Royal Albert Hall incluye varios conciertos espectaculares, que van desde clásicos populares como «The Planets Suite» de Holst y «Scheheraza-
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de» de Rimski-Korsakov hasta «Best of Broadway» y «Filmharmonic». La
serie cuenta con muchos artistas aclamados a nivel internacional, entre
los que se encuentran Leonard Slatkin, Sir Thomas Allen y John Lill. La
residencia en Londres de la RPO, en el Cadogan Hall, complementa la
inmensidad de las actuaciones de la Orquesta en el Royal Albert Hall,
ofreciendo una serie de conciertos en el entorno íntimo de la sala de conciertos más nueva de Londres. En el presente año ha contado con artistas del calibre de Sir Andrew Davis, Tasmin Little y Vernon Handley. La
RPO espera dar una nueva serie de conciertos en el recién restaurado
Royal Festival Hall en la primavera de 2008.
La Royal Philharmonic Orchestra utiliza su calendario en la capital como
trampolín para realizar un amplio programa de giras regionales, entre las
que se incluyen residencias en Northampton, Croydon, Lowestoft, Wimbledon, Catford y Crawley. Asimismo, toca para decenas de miles de personas de todo el país en conciertos al aire libre cada año durante los
meses de verano, incluyendo una serie recién estrenada en el Crystal
Palace Bowl.
Como orquesta internacional, la RPO ha estado de gira por más de
treinta países en los últimos cinco años, entre las que figuran actuaciones para el difunto Papa Juan Pablo II en el Vaticano y el Presidente
de la República Popular China en la Plaza de Tiananmen. Algunas de las
últimas giras han sido la primera actuación de la RPO en Egipto,
actuando en las Óperas de El Cairo y Alejandría con Leonard Slatkin, así
como en España, Italia y Alemania.
La RPO extiende su trabajo artístico llevando a cabo un vibrante e
innovador programa de comunidad y educación. Utilizando la música
como fuerza poderosa y motivadora, trabaja en una variedad de ámbitos, como proyectos con jóvenes sin techo, centros juveniles, el servicio de libertad condicional, escuelas y familias. Los proyectos de comunidad y educación de la RPO promueven la música en vivo, reflejando
la diversidad de los participantes, así como los propios antecedentes de
la Orquesta.
Por otra parte, graba frecuentemente con todas las principales casas discográficas comerciales, y no menos de ocho de sus CDs se situaron en los
primeros puestos de ventas el año pasado. La Orquesta también posee su
propio sello discográfico, que incluye la popular serie «Here Come The
Classics™». Estas grabaciones reflejan la versatilidad del repertorio de la
RPO, que va desde obras orquestales y corales populares hasta clásicos
del cine y música de musicales.
www.rpo.co.uk
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© Paul Labelle photographie inc.
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PINCHAS ZUKERMAN DIRECTOR
Pinchas Zukerman ha sido reconocido como un genio de la música
durante casi cuatro décadas. Su talento musical, su técnica prodigiosa y
su excepcional nivel artístico han asombrado durante mucho tiempo a la
crítica y al público. Su dedicación a las generaciones de músicos más
jóvenes, que se sienten inspirados por su magnetismo, ha sido aplaudida
en todo el mundo. También altamente considerado como violinista, violista, director, pedagogo y músico de cámara, Pinchas Zukerman es un
maestro de nuestro tiempo.
Actualmente, en su novena temporada como Director Musical de la
Orquesta del Centro Nacional de las Artes en 2007/2008, el señor Zukerman dirige también esta temporada las Sinfónicas de Pittsburgh, Atlanta
y Colorado, además de actuaciones en conciertos con la Filarmónica de
Nueva York y las Sinfónicas de Chicago y Cincinnati. Asimismo, dirige y
actúa en conciertos con la Royal Philarmonic Orchestra de Londres tanto en Italia como en la muy esperada gira norteamericana de la Orquesta en enero de 2008.
En agosto de 2007, la Zukerman ChamberPlayers realizó su primera visita a Sudamérica en una gira de ocho conciertos, seguida de actuaciones
en el Festival de Montreux en Suiza, el Festival Enescu en Bucarest
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(Rumanía) y el 10º Festival Judío de Verano de Budapest. Entre otras
actuaciones destacadas de la temporada 2007/2008 se pueden citar el
regreso del grupo al 92nd Street Y de Nueva York para realizar una serie
de tres conciertos con artistas invitados basados en obras de Mendelssohn, y debuts en Miami, Puerto Rico, La Jolla y Las Vegas. Sus próximas
grabaciones de discos son los «Quintetos para viola» de Mozart y Dvorák, el «Trout Quintet» de Schubert y el «Cuarteto para piano» de
Mozart en Mi bemol mayor con el pianista Yefim Bronfman.
Nacido en Tel Aviv en 1948, Pinchas Zukerman empezó sus estudios musicales con Ilona Feher a la edad de 8 años. Con el apoyo de Isaac Stern y
Pablo Casals, y de las Fundaciones América-Israel y Helena Rubenstein,
llegó a EE.UU. en 1962 con una beca en The Juilliard School para estudiar
con Ivan Galamian. En 1967 ganó el Primer Premio del 25º Concurso
Leventritt, tras el cual comenzó su carrera como solista. Ha ocupado
numerosos puestos artísticos, entre ellos el de Director Musical de la
Orquesta de Cámara Saint Paul durante siete años y el de Director Principal Invitado de la Orquesta Sinfónica de Dallas durante dos años, presidiendo actualmente el programa «Pinchas Zukerman Performance» en
la Escuela de Música de Manhattan. En octubre de 2002 fue el primer
receptor del Premio Isaac Stern a la Excelencia Artística en la National
Arts Awards Gala (Gala de los Premios Nacionales de las Artes) de la ciudad de Nueva York, y en mayo de 2006 fue nombrado primer mentor instrumentista de la «Iniciativa Artística Rolex para Mentores y Discípulos»
en la disciplina de Música.
La extensa discografía de Pinchas Zukerman incluye más de 100 títulos y
ha obtenido 21 nominaciones a los premios Grammy, así como otros dos
premios: «Mejor Interpretación de Música de Cámara» en 1980 y «Mejor
Interpretación Clásica y Solista Instrumental con Orquesta» en 1981. El
debut discográfico de Zukerman ChamberPlayers para CBC Records,
«Mozart-Zukerman», fue nominado en 2004 al premio Juno en la categoría de «Álbum Clásico del Año, Solista o Grupo de Cámara».
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Comentarios al programa
Tanto Beethoven como Weber padecieron en su niñez las consecuencias del prodigio infantil de Mozart. Ambos fueron vistos como precoces compositores y como normales sucesores del conocido como
«milagro [musical] que Dios quiso que naciera en Salzburgo». Así, en
la primera noticia impresa que tenemos de Beethoven, publicada en
el Magazin der Musik de Carl Friedrich Cramer el 2 de marzo de 1783,
se afirma lo siguiente: «Louis van Beethoven, [...] un chico de once
años del más prometedor talento. Toca el piano con mucha destreza
y poderío, lee a vista muy bien y no hay mas que decir que se sabe de
memoria todo El clave bien temperado de [Johann] Sebastian Bach.
[...] En la actualidad estudia Composición y cuenta ya con nueve
variaciones para piano, escritas sobre una marcha [de Ernst Christoph Dressler] y publicadas en Mannheim. [...] Se convertirá en un
segundo Wolgang Amadeus Mozart si continúa como hasta ahora».
Ese vaticinio sería una tortura para el joven Beethoven, pues su padre
–un tenor alcohólico y frustrado– pensó en explotar económicamente sus dotes musicales. Así, el pequeño Beethoven pasaría su niñez
encerrado y sometido a incesantes sesiones de estudio con el violín y
el piano, padeciendo una y otra vez los castigos físicos de su padre,
debido a que el joven compositor prefería improvisar que leer la música que habían escrito otros. No hay duda de que esto le permitió
adquirir una destreza instrumental y musical muy importante, pero
también hay que tener en cuenta que el aislamiento y sometimiento
que padeció influyeron decisivamente en su personalidad y en sus
problemas de comunicación, que se verían drásticamente incrementados con su sordera.
La niñez de Carl Maria von Weber no sería igual de dura que la de Beethoven, aunque estaría marcada por la obsesión de su padre –un quijotesco personaje que se apropió del título de barón de una familia
extinta con el fin de usar el «von» delante de su apellido– por convertirlo en un segundo Mozart. De hecho, Weber padre dejaría su
puesto de Stadtmusicus en Eutin y su compañía de ópera de Hildburghausen, y trasladaría a toda la familia a Salzburgo en 1797 para
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que su hijo de once años tuviera la mejor educación posible en la ciudad de Mozart, aún a riesgo de que la salud de su esposa se desmoronase, como así fue pocos meses después. De esta época datan las
primeras composiciones conocidas de Weber, una colección de seis
pequeñas fugas publicadas en Salzburgo en 1798, a las que seguirían
una ópera, una misa y varias sonatas, canciones y tríos de cuerda en
Múnich, en donde residieron padre e hijo entre 1798 y 1800. Tras ello
vendría una gira por Alemania sin grandes frutos que terminaría en
1804 con su primer puesto profesional en Breslau. No obstante, entre
1803 y 1804, Weber residió varios meses en Viena donde tuvo contactos con Salieri, Wranitzky, Hummel y hasta con el viejo Joseph
Haydn. Incluso es posible que también conociera a Beethoven y que
compatiera con él su admiración mutua por Mozart.
MOZART Y SU CONCIERTO PARA VIOLÍN KV 216 (1775)
En 1756, el mismo año que nacía Wolfgang Amadeus Mozart, su padre
Leopold publicaría su obra más importante: su tratado violístico titulado Versuch einer gründlichen Violinschule. Y es que el verdadero
sueño de Leopold Mozart fue siempre poder convertir a su prodigioso hijo en el mejor violinista de toda Europa. En ello se empleó con
ahinco hasta 1777 en que animó a Mozart a abandonar su puesto
como Konzertmeister de la orquesta del Arzobispo salzburgués y buscar un trabajo acorde con su talento fuera de Salzburgo. Precisamente, al poco de partir le escribió lo siguiente: «No te haces idea de
lo bien que tocas el violín. Hazte justicia y toca con entrega, espíritu
y ardor, como si fueras el más grande violinista en Europa».
Sin embargo, Mozart no siguió las ansias de su padre y prefirió dedicar en adelante su arte como compositor de conciertos principalmente al piano. De hecho, toda su obra concertante para violín salvo dos excepciones la escribió desde su puesto de Konzertmeister, es
decir, el Concertone KV 190 para dos violines (1774), los cinco conciertos para violín, KV 207, 211, 216, 218 y 219 (1775), el Adagio KV
261 y el Rondó KV 269 (1776), intercambiables para sus conciertos o
los conciertos violinísticos encubiertos que son algunas de sus serenatas, como la famosa Haffner (1776). Las dos excepciones serían la
Sinfonía concertante para violín y viola (1779-1780) y el Rondó KV 373
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(1781), ambas escritas tras su decepcionante viaje europeo, y relacionadas tanto con su sucesor como Konzertmeister, el violinista Antonio Brunetti, como con su renovado interés por la viola tras su estancia en Mannheim.
Los cinco conciertos para violín de 1775 también fueron escritos al
calor de varias influencias. En concreto, serían el resultado de la
unión de los conocimientos que tuvo el joven Mozart de la tradición
dieciochesca del concierto violinístico en Italia (tanto de los antiguos
Tartini y Geminiani, como de los nuevos Nardini y Boccherini) con lo
aprendido de los músicos alemanes y franceses con los que trabajó en
Múnich para el estreno en enero de ese año de su segunda ópera
bufa, La finta giardiniera. En el Concierto nº 3 en Sol mayor KV 216
destaca especialmente lo francés, es decir, la elegancia del nuevo
goût musical donde primaba la luminosidad, el lirismo y la emotividad sin necesidad de exageraciones musicales ni destellos virtuosísticos. Así, el primer movimiento, Allegro, constituye una prodigiosa
combinación melódica y rítmica y le sigue un encantador y melancólico Adagio, cuyo ambiente de nocturno consigue Mozart al sustituir
los oboes por flautas. Para terminar, el Rondeau es un verdadero desplegable de postales que incluye paisajes tan distantes entre sí como
una breve serenata en modo menor acompañada por los pizzicatos de
la cuerda o una estampa de aire popular donde el violín imita a la
musette francesa.
BEETHOVEN Y SU QUINTA SINFONÍA (1808)
El 22 de diciembre de 1808, los vieneses devotos de la nueva música
acudieron al Theater-an-der-Wien para presenciar el concierto más
importante del año y seguramente uno de los más significativos de
toda la historia de la música. El programa, formado por el estreno
absoluto de varias obras de Ludwig van Beethoven dirigidas por él
mismo, comenzó con su Sexta sinfonía, a la que siguió el Aria de con-
cierto «Ah, perfido!», dos movimientos de la Misa en Do mayor, el
Cuarto concierto para piano, la Quinta sinfonía y la Fantasía coral
para piano y orquesta, terminando con el compositor improvisando
al piano. Fueron unas cinco horas de música en donde pudieron
escucharse por vez primera varias obras consideradas hoy como
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verdaderos puntales del repertorio de la música clásica. Sin embargo, el concierto no fue ni mucho menos un éxito, aunque su fracaso no se debió tan sólo a la música. Según parece, en el teatro hacía
mucho frío y eso hizo disminuir la cantidad de público, la soprano
–una tal Anna Milder– tuvo pánico escénico y fue necesario sustituirla por una principiante que casi no conocía el Aria de concierto
y, por si fuera poco, la orquesta –una formación heterogénea y de
bajo nivel– apenas había ensayado, pues el tiempo destinado a tal
efecto lo había empleado Beethoven en discutir con todos ellos y
fue necesario prescindir de la presencia del compositor para que
pudiera probarse un poco la música. Incluso Beethoven estuvo tan
abstraído durante el concierto que se olvidó del público y, tras un
desbarajuste sonoro en la Fantasía coral, no dudó en gritar que volvieran a comenzar de nuevo.
La crítica vienesa no hizo más que subrayar lo desastroso del concierto y fue incapaz de juzgar la música, debido a la cantidad de composiciones nuevas y a su interpretación tan defectuosa. Sin duda, la
razón de que en un mismo concierto se estrenasen hasta cinco obras
de Beethoven se debe a que el compositor de Bonn solía trabajar en
varias composiciones a la vez. De hecho, el estudio de sus bocetos
permite hoy conocer las vicisitudes de las sinfonías que compuso en
esos años como, por ejemplo, que comenzó a escribir la Quinta a finales de 1804, justo al terminar la Heroica, que inició después varios
proyectos, incluido un bosquejo sinfónico que convirtió en su Cuar-
ta sinfonía, o que terminó la obra a comienzos de 1808 y a la vez que
su Sinfonía Pastoral. Beethoven había puesto todas sus esperanzas en
este concierto para conseguir pingües beneficios pero el penoso
resultado lo dejó maltrecho económicamente.
Con el tiempo la obra de aquel concierto que más daría que hablar
fue la Quinta sinfonía, una obra que causó veneración y rechazo a
partes iguales en toda Europa. En Leipzig pudo escucharse en 1809 y
produjo una honda impresión en E.T.A. Hoffmann, que no dudó en
publicar en el Allgemeine musicalische Zeitung un poético y ardiente
comentario donde destacaba su fuerza e imaginación: «Ardientes
rayos rasgan la profunda noche del lugar, lleno de gigantescas sombras que nos envuelven y aniquilan. Reina el dolor del deseo infinito,
donde todo placer procedente de alegres notas zozobra y muere. Tan
sólo en ese dolor, consumido por amor, esperanza y alegría, y que no
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se destruye, anhela el genio que nuestro pecho estalle en el acorde
unánime de todas las pasiones. Continuamos adelante cual visionarios de maravillas». En París la escuchó Berlioz en 1828 y nos cuenta
la impresión que causó en su anciano maestro: «Esta sinfonía me ha
dejado hasta tal punto perplejo que cuando quería ponerme el sombrero no encontraba mi cabeza». Sin embargo, otros muchos intelectuales y compositores atacaron la obra y, sin ir más lejos, en el estreno parisino fue duramente criticada por Cherubini, Boïeldieu y
Kreutzer. En Alemania también tuvo sus detractores y, entre ellos,
podemos destacar como generalizada la opinión expresada por Louis
Spohr, que criticaba en esta sinfonía su falta de adecuación a la forma clásica o la vileza del famoso tema del movimiento inicial.
Y es que uno de los aspectos más destacados de esta sinfonía ha sido
siempre su particular comienzo, convertido hoy en un icono sonoro
de nuestra civilización. Me refiero al famoso motivo de cuatro notas
(Sol-Sol-Sol-Mi) con el que Beethoven, según le confesó a Schindler,
representaba la llamada del destino a la puerta del compositor. Existe una interminable colección de explicaciones acerca de lo que
expresan estas notas o acerca de su procedencia, cada cual más
curiosa o descabellada (como la que relaciona este motivo con el canto de la oropéndola, un pájaro habitual en el Prater vienés), pero lo
cierto es que la idea de lucha contra el destino sigue siendo la más
aceptada, pues unos pocos años atrás el destino había llevado a Beethoven a padecer los primeros síntomas de la sordera, algo que sumió
a la composición en la desesperación y casi le lleva al suicidio (ello
está claramente plasmado en el famoso «Testamento de Heiligenstadt» que Beethoven escribió el 6 de octubre de 1802 para despedirse de sus hermanos y que nunca llegaría a enviar).
Ningún compositor hasta ese momento había utilizado la sinfonía
como medio de narración de un drama personal. Concretamente, la
obra nos cuenta cómo el compositor consigue vencer a su destino
que le conducía a la muerte. Así, en el Allegro con brio inicial el destino llama a la puerta y Beethoven lucha contra él (la música es muy
violenta y triste), aunque también hay lugar para el amor (representado en el segundo tema que exponen los violines primeros contestados por el clarinete y la flauta) o la nostalgia (con un bellísimo solo
de oboe que interrumpe por sorpresa el inicio de la reexposición). Por
el contrario, en el movimiento final el destino es vencido por el genio
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del compositor y la música se convierte en una luminosa marcha
triunfal. No obstante, antes de ello Beethoven nos cuenta el difícil
proceso que conduce al feliz desenlace por medio de la reflexión y
serenidad del Andante con moto, y del misterio e incertidumbre del
tercer movimiento.
WEBER Y SU OBERTURA DE OBERON (1826)
La invitación de escribir una ópera en inglés para Londres surgió en
agosto de 1824 de la mano de Charles Kemble, director del Covent
Garden, y Carl Maria von Weber la aceptó por el bienestar de su familia. El estreno en Viena de su última ópera, Euryanthe, no le había
reportado suficientes beneficios económicos debido a su discreta
acogida y además estaba a punto de ser padre por segunda vez. Al
mismo tiempo, comenzaba a experimentar entonces los primeros síntomas de una tuberculosis que terminaría con vida prematuramente
dos años después.
La oferta de Londres tenía alicientes pero también inconvenientes. Por
un lado, los honorarios prometidos por Kemble eran bastante generosos y tenían como incentivo la posibilidad de dar varios conciertos. Sin
embargo, el libreto de James Robinson Planché, que estaba basado en
el poema Oberon de Christoph Martin Wieland, era extraño para
Weber, no sólo por estar en inglés, sino porque chocaba con su concepción dramática al disponer numerosos personajes que no cantaban.
No obstante, tras varios cambios de impresión con el libretista y recibir 153 lecciones de inglés en Dresde se embarcó en su composición.
El 16 de febrero de 1826, y con la composición de la ópera bastante
avanzada, Weber salió de viaje hacia Londres. Fue un trayecto largo,
aunque resultó apacible por la compañía del flautista Fürstenau, pero
también por el receso de cinco días en París. En ellos visitó a Rossini
y Cherubini, y pudo ver dos óperas: Emma de Auber y La dame blan-
che de Boïeldieu. De hecho, le resultó tan agradable su estancia que
aceptó el encargo de escribir para París una nueva ópera y dirigir allí
algunas representaciones de Euryanthe el año próximo. Sin embargo,
Weber no sabía al llegar al puerto de Dover, el 4 de marzo, que su
enfermedad no le permitiría regresar al continente.
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Sus últimos meses de vida discurrieron en Londres en medio de una
actividad musical frenética. Alojado en la casa de uno de los principales directores de orquesta británicos, Sir George Smart, se concentró en terminar la obertura y el tercer acto de Oberon, y también en
la preparación de los cantantes y los ensayos con la orquesta. Esa
actividad la compaginó con actuaciones en los oratorios del Covent
Garden, conciertos para la Sociedad Filarmónica, actuaciones benéficas y apariciones en salones aristocráticos que le permitieron hacerse muy popular en Londres.
El estreno de Oberon tuvo lugar el 12 de abril de 1826 y fue un gran
éxito. Weber dispuso de un estupendo reparto de cantantes encabezados por el tenor John Braham como «Sir Huon de Bourdeaux» y
Mary Anne Paton como «Rezia», pero también tuvo una maquinaria
escénica muy espectacular que fue realizada para la ocasión por
Crabb Robinson. El crítico de The Times escribió tras el estreno que «el
tema resulta muy excitante en manos de alguien tan imaginativo
como Weber, que se deleita en lo desenfrenado y lo sobrenatural. Sus
invocaciones mágicas, coros de hadas... dan testimonio de su peculiar poder de la manera más llamativa». De hecho, lo que más impresionó al público londinense que asistió al estreno fue el uso de la
orquesta para plasmar lo mágico y sobrenatural. Y es que ya desde
Der Freischütz (1821), Weber había desarrollado una sorprendente
destreza para encontrar el color sonoro necesario a la hora de representar cada elemento dramático de una ópera. Esa destreza la adquirió en parte de las óperas italianas y francesas del momento, que
había dirigido en Praga y Dresde, y donde aprendió la capacidad
melódica, la estructura dramática y también el uso de melodías sencillas como elemento recurrente para unificar la acción. De hecho, la
obertura que abre el concierto de hoy se alimenta de esos elementos
recurrentes y nos cuenta, de alguna forma, toda la trama de la ópera en unos nueve minutos.
Se inicia con la trompa encantada de Oberon, cuyo sonido tiene
poderes similares a la flauta mágica de la ópera de Mozart. El ambiente del Adagio sostenuto que abre la obertura es melancólico y refleja
el estado del rey de los elfos que necesita encontrar una pareja de
amantes fieles para que su esposa Titania le perdone y vuelva con él.
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A continuación, unas cascadas de fusas descendentes en las flautas y
los clarinetes representan la llegada de Puck, un pequeño duende,
que da a su señor una solución y le habla de Sir Huon de Bourdeaux
y de Rezia, la hija del califa de Bagdad. El movimiento lento inicial
termina con la música heráldica y festiva de la corte de Carlomagno
en donde vive Sir Huon de Bourdeaux y también con el sueño de Rezia
en el que un caballero le salva de los designios autoritarios de su
padre. Tras ello, comienza el chispeante Allegro con fuoco que representa la alegría de los amantes que por fin están juntos. Pero pasarán
todavía muchas cosas hasta el final. Una tempestad separa a los dos
enamorados que caen en manos de unos piratas, la recuperación de
Sir Huon en el reino de las hadas o la liberación de Rezia del cautiverio en el harén del emir Almanzor en Túnez. Pero todo termina felizmente, como la obertura.
Desde luego, lo que no terminó felizmente para Weber fue su estancia en Londres. Tras doce representaciones de Oberon y la preparación de una reducción para piano de la ópera, su salud se desmoronó. El 30 de mayo hizo su última aparición pública y se anunció la
cancelación de una producción de Der Freischütz en el Covent Garden con el fin de adelantar su regreso a casa. Sin embargo, la mañana del día 5 de junio su amigo Smart lo encontró muerto en la alcoba
que ocupaba en su casa de Great Portland Street.
Pablo-L. Rodríguez
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Programa
PRIMERAPARTE
C. M. v. WEBER
Oberon (obertura)
W. A. MOZART
Concierto n.º 3 para violín en Sol, KV 216
Allegro
Adagio
Rondó: Allegro
PINCHAS ZUKERMAN violín
SEGUNDAPARTE
L. v. BEETHOVEN
Sinfonía n.º 5 en Do m, Op. 67
Allegro con brio
Andante con moto
Scherzo: Allegro
Allegro
ROYAL PHILHARMONIC ORCHESTRA
PINCHAS ZUKERMAN director
Imprime: ARPIrelieve, S. A. • D. L. Z-3.516/2007 • La organización se reserva el derecho de variaciones de días y sustituciones de orquestas, solistas y programas por causas obligadas de fuerza mayor. http://www.auditoriozaragoza.com
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