DADLES VOSOTROS MISMOS DE COMER

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DADLES VOSOTROS MISMOS DE COMER
(Mat. 24:42-51)
INTRODUCCIÓN.He tomado como título de esta predicación la frase que Jesús les dijo a sus discípulos
antes de alimentar a los cinco mil: “Dadles vosotros mismos de comer” (Mat. 14:16)
El pasaje sobre el que vamos a hablar (Mat. 24:42-51) se refiere a un momento
diferente al del milagro de los 5000. Aquél era en el tiempo en que Jesús estaba
físicamente con los discípulos, y éste se refiere a nuestro tiempo, es decir, entre la
ascensión del Señor y su próxima venida.
El pasaje de hoy, está referido al tiempo que se describe en la parábola de las 10
jóvenes o vírgenes, y en la de los talentos o monedas de oro. “El reino de los cielos será
entonces… “(25:1) y “El reino de los cielos será también como un hombre que, al
emprender un viaje, llamó a sus siervos y les encargó sus bienes”. (25:14)
Jesús es por tanto, el hombre que ha emprendido su viaje y ha entregado sus bienes a
sus siervos, para que alimenten y sirvan a los demás con ellos, según sus necesidades.
Por eso, el sirvo fiel y prudente será todo aquel que de los bienes recibidos por el
Señor, sirva y alimente a los demás
Así que el estar despierto, el velar, el estar preparado que se nos menciona en los vs.
42-44, no solo es una actitud de dependencia en oración del Señor, que por supuesto
lo es, como se nos aclara en otros pasajes. Sino que en este caso la espera se hace
sirviendo a otros con los bienes recibidos, alimentándolos a su tiempo.
Ser un siervo fiel y prudente es, con seguridad, algo imposible para el hombre; igual
que imposible era alimentar aquellos cinco mil con unos cuantos panes y unos pocos
peces. Pero Dios quiso poner en las manos de los discípulos aquellos alimentos que Él
multiplicó. Así, los discípulos colaboraron con el Señor en alimentar a los cinco mil.
Y lo mismo es ahora. Los recursos siempre son pequeños y las necesidades abismales.
Pero somos llamados, cada uno de sus hijos, a ser fieles y prudentes y alimentar, suplir
las necesidades de los demás. Aunque nuestros recursos a priori son escasos. ¡Dadles
vosotros mismos de comer! Pero,
I.- ¿QUÉ ALIMENTO HEMOS DE DAR?
Bueno, el alimento que hemos de dar son los bienes que Dios nos ha dado primero a
nosotros. Dios ha dejado “una gloriosa herencia en los santos”, en nosotros. Y es la
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oración de unos por otros, como hace Pablo en Ef. 1:18, que puede hacer que los ojos
de nuestro corazón sean iluminados y vean las riquezas de esta herencia. Y aunque
siempre nos quedarán riquezas que descubrir, hemos de experimentar, al menos,
parte de ese filón interminable.
Muchos de esos bienes son de tipo general, que recibimos todos los creyentes. Y otros
son muy específicos y singulares para cada uno. Entre los generales podemos contar:
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El bien de ser escogidos en Cristo, desde antes de la fundación del mundo.
El de ser adoptados hijos de Dios, con la relación y derechos que eso
supone.
El de haber recibido perdón absoluto de nuestros pecados, por su muerte.
El que hemos llegado a comprender y experimentar su gracia
inconmensurable.
El de darnos abundancia de sabiduría para tantas cosas en nuestra vida.
El tener el privilegio de haber descubierto su Palabra, la Escritura, que es
tan extraordinaria y nos alumbra tanto.
El recibir en Cristo y por su Espíritu poder, no solo para ser perdonados por
el evangelio, sino para que el mismo evangelio transforme nuestra vida día
a día.
El gozo de incorporarnos en un cuerpo de cristianos, aunque a veces
también el conflicto, que nuestra naturaleza caída puede traer; pero, que
bien conducido, puede hacernos crecer y madurar.
El bien de proveernos en esta creación de tantos favores y bendiciones
(familia, amigos, etc)
Y en el plano particular de nuestra vida, nos ha dado una vocación, de la que hemos de
ir tomando posesión. Y nos ha provisto de unos dones y capacidades personales para
poder ir llevando a cabo nuestro propio llamamiento, nuestra propia singularidad en el
servicio a Dios.
Estos son solo algunos de los bienes recibidos, para nuestro bien y para servir con ellos
a otros.
De esta manera, de acuerdo a nuestra singularidad, a nuestra vocación, podemos
consolar, animar, instruir, interceder, guiar, ayudar en lo material, ayudar en lo
espiritual; con palabras, con acciones, con nuestro arte, con nuestro conocimiento, con
nuestro trabajo; sirviendo a los cristianos y a los que no lo son. En fin, expresando la
multiforme gracia de Dios, según nos ha dado a cada cual. Alimentando de esta
manera a los demás con los bienes recibidos.
Todavía sigo impresionado con Emilio Arévalo. Nos conocimos en el ejército, y Dios,
para darle vida eterna, quiso usar algo de mi colaboración y de otro hermano
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explicándole el evangelio. Durante 40 años casi no nos hemos visto. Y ahora hablando
con él he descubierto como el Señor lo ha usado con muchos de su familia, y con
bastantes otras personas, para también él colaborar con Dios en dar vida eterna a
muchos.
Y me he quedado impresionado que aquella pequeña colaboración, aquel pequeño
eslabón que supuso hablarle del evangelio, haya intervenido para producir tal cosecha.
Sobre todo el descubrirlo de golpe. Y quedo admirado de la gracia de Dios, que con tan
poco produzca tanto.
Es como cuando vi, hace unas semanas, un video por ecografía del niño que aún está
por nacer de Sintia y Juan. Como no lo había visto antes no te lo imaginas. Y verlo ahí,
moviéndose, es impresionante.
Hermanos, Dios nos ha hecho pequeños colaboradores de su gran obra de sus grandes
milagros. Así que: ¡Dadles vosotros mismos de comer! Les dijo Jesús a los discípulos, y
nos dice a nosotros hoy.
Acordaos de Tabita, o si queréis llamarla Dorcas, aquella discípula de Hech. 9, que cayó
enferma y murió, aunque resucitó después. Las viudas le mostraron a Pedro los
vestidos y túnicas que hacía. ¡Cuánto bien tuvieron que hacer aquellos vestidos, para
que las viudas mostraran aquella admiración y gratitud!
Así que cualquier pequeño servicio, de ayuda, de palabra, de apoyo, de cualquier tipo,
puede ser usado por Dios para una gran obra. Y algún día, como este siervo fiel y
prudente, seremos sorprendidos con su reconocimiento y con más bienes aún. (V. 4647)
II.- ¿A QUIENES TENEMOS QUE ALIMENTAR?
La siguiente pregunta que nos podemos hacer es ¿a quiénes tenemos que alimentar?
Gal. 6:10 da una buena contestación a esta pregunta: “Por lo tanto, siempre que
tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la
fe”. Cristianos y no cristianos debe ser el objeto de nuestro servicio.
Por eso es importante que entendamos el valor que tiene nuestra actividad en todos
los frentes de la vida. A veces los cristianos piensan que como no tengan un ministerio
público en la iglesia es como si no tuvieran nada espiritual que hacer. Es fácil caer en
esa trampa.
Por eso el cristiano ha de descubrir las implicaciones que tiene el evangelio para su
vida de trabajo, familia y para su propia persona.
El bien recibido hemos de aprender a darlo en todos los entornos de nuestra vida.
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Pasamos muchas horas trabajando como para considerarlo espiritualmente tiempo
perdido. Si no percibimos y usamos los recursos del evangelio en esta área,
terminaremos actuando carnalmente y como hace todo el mundo. Hemos de hallar el
significado espiritual de ese montón de horas que ocupamos en nuestro trabajo. Desde
luego, sirve para ganarnos la vida, pero es muchísimo más. Es donde podemos hacer
una parte de la obra que Él nos ha encomendado.
Hasta un pequeño vaso de agua puede ser utilizado por Dios para hacer una gran obra.
Lo mismo que hemos dicho del trabajo, hemos de experimentar en el entorno de la
familia. Es en este círculo más próximo donde hemos de probar la realidad de Dios. La
relación padres-hijos, matrimonio, etc. son fundamentales para formarnos, para
hacernos verdaderos, para poner en práctica las implicaciones del evangelio. Es el
entorno donde hemos de aportar primero; luego vendrá el más lejano, el más público.
Igualmente importante es alimentarnos a nosotros mismos. A veces cuidar de nosotros
mismos ha de ser lo primero –como dijo Pablo a Timoteo–. Comer, descansar, leer,
reflexionar, pasear, contemplar, estar con amigos es, a veces, la mejor obra que
podemos hacer.
Jesús cogió, en ocasiones a los discípulos aparte y los llevó a un lugar tranquilo, para
qué descansaran, para que se repusieran.
Es muy importante encontrar el equilibrio entre alimentar a otros y hacerlo a nosotros
mismos. A veces necesitamos retiro, descanso y así tomaremos nuevas fuerzas. Y sobre
todo hemos de aprender a recibir descanso, aún en el entorno de las muchas
ocupaciones.
III.- LOS PELIGROS QUE ACECHAN.
Finalmente hemos de tener cuidado con algunos peligros que acechan.
El primer peligro es que, la larga espera de la vuelta del Señor, crea un clima propicio
para que la mente del siervo se fije en su ausencia, en vez de en los bienes recibidos.
La tardanza es una realidad, pero si hay una clara conciencia y experiencia de lo
recibido estaremos a salvo.
El golpear a los demás, es una forma de decir que hemos perdido el sentido de nuestra
misión, que hemos dejado de alimentar a los que nos toca. Y esto le trajo al siervo
muy, pero que muy malas consecuencias. (V. 48-51)
Otro peligro es quedarnos con la idea de que lo recibido es poco, y eso nos lleve a no
utilizarlo. A esconderlo, como hizo el de la parábola de los talentos. (25:24,25)
Nos olvidamos que, aunque nuestros recursos y dones sean ciertamente pequeños, e
incapaces de alimentar, de dar vida, por sí mismos, con todo el Señor quiere nuestra
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colaboración, y Él es quien los multiplica, y quien hace crecer la cosecha. Que el Señor
nos ayude a descansar de nuestros propios esfuerzos, y a vivir en esta vida confiando
en Él. Así podremos sentir ligera nuestra carga y al mismo tiempo hacer las obras que
Él nos ha encomendado.
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