La gran mayoría son anécdotas contadas por los protagonistas o por gente que coincidió con ellos en el periodo escolar. Aunque parezca gracioso y con mucha picaresca hemos de pensar que todos estos conocimientos y vivencias fueron el bagaje cultural de varias generaciones. Disfrutarlo y que al menos un trocito de Galicia quede para siempre en vuestro corazón. Si hacéis lo mismo con este humilde aprendiz de escritor os quedaré eternamente agradecido. “Peruchico: Cuando éramos niños”. Manuel Vázquez Naveira “Peruchico: Cuando éramos niños” es un libro donde se cuentan diferentes experiencias sucedidas en la escuela de Bandoxa, una parroquia de la provincia de A Coruña. “Peruchico: Cuando éramos niños” Manuel Vázquez Naveira Nací en La Coruña el 6 de Agosto de 1949. Por enfermedad de mi abuelo residí unos años en la aldea de Mortoares y fui un par de años a la escuela de Bandoxa, sobre la que habla el libro. Estudié Magisterio en A Coruña. Después Filosofía y Letras (Pedagogía) en Madrid. Estuve trabajando con Isabel, mi mujer, en un centro de educación especial en León (Nicaragua). Conseguí el título de Logopedia en Edimburgo (Gran Bretaña). Una vez aprobadas las oposiciones de primaria, ejercí tres años en Cádiz y veinticinco en diferentes colegios de Madrid donde trabajé como tutor, profesor de pedagogía terapéutica y logopeda. Con mi jubilación en el 2009 empecé una nueva etapa donde soy dueño de mi tiempo y esto me permite hacer aquellas cosas que antes no podía llevar a cabo. Ya planté un árbol, tuve hijos, escribí el libro que está en tus manos y no tardaré en montar en globo. [email protected] “Peruchico: Cuando éramos niños” Manuel Vázquez Naveira A todos los vecinos y vecinas de Bandoxa que no podrán leer este libro. En especial a Jose do Coxo, de Mortoares y Domingo de Ruzo, de As Nogueiras. “La educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela”. Albert Einstein © “Peruchico: Cuando éramos niños” © Manuel Vázquez Naveira © Jesús Urceloy (prólogo) Maquetación e Impresión: Pernas edicións Telf.: 981 650 742 - A Coruña Depósito Legal: C1947-2010 3 PRÓLOGO Al menos tres cosas puede sacar en conclusión cualquier lector de este libro acerca de su autor. Una, que es gallego. Dos, que fue al colegio. Tres, que es un buen tipo. La primera es evidente ya desde el umbral, donde nos señala sin equívoco alguno dónde está su tierra, su orografía, su lugar y sus gentes. Y por si alguien dudara, nos lo llena de mapas y fotos. La segunda no es menos clara, pues el libro trata de su escuela, allá por los años en que le tocó asistir, y de sus compañeros y amigos, y de las trastadas y de los esfuerzos y de todas esas cosas que por pequeñas nos parecen poco importantes y que, en el fondo, son las que verdaderamente marcan nuestra vida. Y la tercera es producto de las dos anteriores, ya que pocos, muy pocos, una vez que abandonamos nuestra tierra y nos vamos a recorrer el mundo, volvemos para recordar aquellos tiempos y sobre todo a aquellos que nos enseñaron las cuatro primeras lecciones importantes: a leer, a escribir, a sumar y a pensar. Manuel Vázquez ha vuelto –en realidad siempre anda volviendo, pues a los de Madrid no para de darnos la tabarra con que si Mortoares, con que si Bandoxa, con que si el molino, con que si su escuela-, para levantar un monumento forjado en palabras y fotografías, recuerdos y páginas, a su viejo profesor. Uno de esos sujetos de cuyo molde ya no quedan vestigios en ninguna de las ocupaciones de nuestra vida actual. Uno de esos sujetos que de sol a sol no paraban de hacer cosas útiles: enseñar, escribir, ejercer de médico y practicante, de hortelano, de marido y de padre, y muchas veces de amigo, que no es poco. Pero también es un homenaje a aquellos tiempos, a los que vivieron y murieron en aquellas épocas, a esa tierra tan particular y tan universal, tan nuestra y tan suya. A los camaradas y amigos, a las madres - ¡debemos tanto a nuestras madres! – y a las mujeres en general, que son la sal de la tierra, y a los ríos y a las fuentes, y a las costumbres por buenas y por malas, y a la libertad de la memoria. Pues sin memoria de lo vivido la libertad es un simple escaparate donde duermen unos juguetes rotos, enigmáticos. Por eso Manuel no renuncia a contarnos esas otras cosas, las que hacen más pupa que una vara en la palma de la mano, ya que entiende que son necesarias para hacernos humanos y complejos. Aún recuerdo aquel día en que este gallego Manuel me interrumpió en clase – soy, además de escritor y poeta, profesor de escritura- para decirme que tenía que hablar conmigo, que ya estaba harto de metonimias, de monólogos interiores y de binomios fantásticos. Que lo que él quería era escribir un libro sobre su escuela, su aldea y sus gentes. Directo a la yugular, a qué darle más vueltas. Pues nada, negociamos los días y las horas, y en su casa, en la mía, en un bar o en una plaza, acabamos por imaginar esta historia verdadera. Manuel Vázquez ha escrito un libro valiente, hermoso y la mar de divertido. En muchos de sus capítulos ha pasado de la lágrima a la risa, de la nostalgia a la alegría sin necesidad de cambiar siquiera de párrafo. En un lenguaje puro, sencillo y admirable. Sin alharacas, pero con ese punto necesario de literatura que permite al lector adentrarse en el recuerdo, hacerlo también suyo y soñar. Jesús Urceloy, junio de 2010. 5 AGRADECIMIENTOS Como dice el refrán “Es de bien nacido ser agradecido” y yo no quiero pasar por alto a todas las personas que me ayudaron en la elaboración de este libro. Sin ellas no podría haberlo hecho. En primer lugar a D. Manuel Pensado Lojo, maestro de Bandoxa durante unas cuantas décadas. Tanto sus hijos como él me han dado todo tipo de facilidades: entrevistas, fotos y llamadas por teléfono. No puedo olvidar a los vecinos y vecinas de la parroquia que no les ha importado perder parte de su tiempo de ocio para aportar sus experiencias. Y que me disculpen no poner aquí todos sus nombres. Igualmente agradezco a mi profesor de creación literaria, Jesús Urceloy, el ánimo, las clases, el primer esbozo de índice, las correcciones oportunas, el prólogo y ponerse a mi disposición para la presentación del libro. Un par de amigas, Elena y Conchita, no tuvieron inconveniente en leer los textos para aportar todas las correcciones que mejorasen la calidad del libro. Para entendernos, transformar mi estilo periodístico, si puedo tener algún estilo y perdón a los periodistas, en literario. Mis hermanos, Secundino y Tomás, aportaron esas fotos que en tantos cajones familiares estuvieron a la espera de ponerlas en el lugar que se merecen. Mi prima Toñita escribió los textos del capítulo 6º sustituyendo la pluma “estallada” que yo le había dado por otra de mejor calidad. Los ilustradores, mi sobrino Óscar y Juan, un amigo, tuvieron la delicadeza de regalarme los dibujos que aparecen en algunos capítulos. El Ayuntamiento de Oza de los Ríos hizo una aportación económica, cosa de agradecer en los tiempos que corren. No puedo olvidar los ánimos y el cariño que me infundieron para este trabajo los profesores de la Universidad de A coruña y Santiago, José Luis y Herminio. El Museo Pedagóxico de Galicia me ha facilitado visita guiada, materiales y tiempo de sus empleados. Aunque los últimos, no los menos importantes. Muchas gracias a mi mujer Isabel por permitirme disponer de tiempo para redactar, entrevistar, contactar con editoriales y hacer todas las gestiones necesarias para llevar a cabo el proyecto que quiero dedicar a mi parroquia de Bandoxa. Igualmente a mis hijos, Iván y María, por haber sido pacientes. Siempre me han estado animando y preguntando por el libro. Puede que no se lo crean cuando lo tengan en sus manos. Si alguien no aparece en este apartado y cree que debería estar, le pido perdón pero desde ahora le permito que con su puño y letra ponga su nombre. 7 I DÓNDE ESTÁ NUESTRA ESCUELA Mi Ayuntamiento es Oza de los Ríos y abarca varias parroquias. La mía, denominada Bandoxa, tiene unas doce aldeas. Estas son los núcleos de población más pequeños en la zona rural gallega y pueden tener desde dos a diez o doce casas cada una. La escuela está enclavada en el centro geográfico de la parroquia y atendía a las doce aldeas. Bandoxa está limitada por la parroquia de Rodeiro, dos montañas (Monte do Gato y Monte do Castro) y la parroquia de la Regueira. El Monte do Gato debe su nombre a la existencia de felinos que habitaban entre su espeso arbolado, sus afilados tojales y frondosos helechos que lo cubrían todo. Durante muchos años me resultaba aterrador pensar que allí hubiese linces, gatos monteses o incluso tigres de Bengala. Por ello, los compañeros del colegio que vivían en una aldea pegada a ese monte, eran para mi verdaderos héroes. Había que tener mucho valor para vivir tan cerca de esos animales salvajes. En mi infancia ese monte me sirvió como referencia horaria para volver con el ganado a casa. Llevaba las vacas a pastar en un prado situado enfrente 9 del mencionado monte. Cuando la sombra llegaba a la cima sabía que era la hora de volver a casa. Respecto al otro monte, Do Castro, su nombre procede de un antiguo habitáculo celta. Todavía se puede ver la hondonada, en la actualidad llena de eucaliptos. En aquella época, por el desmesurado crecimiento de estos árboles, era difícil la localización del castro por parte del enemigo. Debido a su altura, su cima permanece nevada durante una gran parte del año. Desde lejos su altura me sigue impresionando. Me imagino las batallas libradas por los celtas y los alaridos de los enemigos huyendo de tan valerosos guerreros. Mi parroquia es agrícola y ganadera. En periodos de cultivo y recogida de frutos el absentismo escolar, para nuestro pesar, era muy alto. Éramos mucho más felices en la escuela, aprendiendo las enseñanzas de D. Manuel y jugando con nuestros compañeros, que trabajando en el campo o cuidando de los animales. La escuela estaba en un lugar llamado Peruchico. Lo más cercano era la iglesia ubicada dentro del cementerio. No había casas en un kilómetro a la redonda. Sus únicos acompañantes era los cultivos (maíz, trigo y nabos) que se sembraban en las diferentes épocas del año. Algunas veces nos preguntábamos entre los compañeros si nos gustaría vivir allí. Y había respuestas para todos los gustos: “Sí, pero con más casas alrededor”, “No, me da miedo el estar tan cerca del cementerio”, “Sí, pero con mi perro Pachín”, “No, aquí hace mucho frío” “No, porque no hay árboles”. 10 11 12 13 Bandoxa Creo que los hijos del maestro hubiesen preferido vivir en la aldea rodeado de vecinos pero nunca se lo pregunté. Después de lo que os he dicho sobre Bandoxa, comprenderéis que para una castellana, como es el caso de mi mujer, resulte difícil asimilar la complejidad de la zona rural gallega. Por ello cuando visitó mi aldea por primera vez le costó entender la organización geográfica y administrativa de mi tierra. Con este capítulo creo haberos situado donde están mis raíces. Espero que cuando la visitéis os enamore como le pasó a mi mujer que ya es casi más gallega que castellana. II DON MANUEL PENSADO LOJO: UNA VIDA AL SERVICIO DE LA PARROQUIA DE BANDOXA Es difícil reflejar tanta experiencia en tan poco papel. No obstante voy a intentar ser lo más fiel posible a la charla que tuve con el maestro, en el verano del 2004, una maravillosa tarde que pasamos juntos y que desde aquí quiero agradecerle. Fue muy interesante cómo se desarrolló la conversación. Yo llevaba un guión preparado pero él prefirió irme contando, casi como en otros tiempos hacíamos el dictado, con una exactitud increíble todo lo que a continuación aparece. D. Manuel conservaba la mirada que tantas veces yo me había encontrado cuando levantaba la vista de mi tarea en la escuela. Su amplia frente todavía tenía aquel pelo castaño que se humedecía con el “orballo” cuando visitaba a los enfermos. Sentado en una silla, no se podía apreciar aquel físico atlético que tan necesario le fue para andar por las “corredoiras” de la parroquia. Peruchico 14 Ahora su aspecto era más apacible y dispuesto a disfrutar de una conversación que en periodos pasados casi nunca pudo llevar a cabo. 15 En la mesa en que él estaba sentado ocupé un lugar. Él con su cabeza llena de recuerdos muy bien ordenados y yo con bolígrafo y papel además de la grabadora. Su hija nos acompañó como observadora mientras realizaba tareas de costura. Nací en marzo del 1915, y por suerte en esta maravillosa tierra, -comenzó diciéndome- y, como cualquier alumno de mi época, terminé el bachillerato en 1934. Realicé oposiciones a alumno maestro. Después de haberlas aprobado hice prácticas durante tres años, atendiendo una escuela en La Coruña asesorado por un inspector. Tenemos que pensar que estamos en plena postguerra y las condiciones de vida eran muy duras para la gente que no tenía posibilidades de cultivar algún tipo de alimentos. En esa época compostelana vivía en una pensión y allí coincidí con un paisano de Oza de los Ríos que se alojó en el mismo establecimiento. Como yo tenía que pedir destino definitivo le pregunté si en su zona había escuelas sin maestros. Me respondió afirmativamente y una de ellas estaba en Bandoxa. Desde Oza de los Ríos, lugar donde estaba el Ayuntamiento, había unos seis kilómetros. El tren pasaba por el municipio que además tenía médico y practicante. Conseguí el destino y en febrero del 1944 llegué a la parroquia de Bandoxa. Anteriormente había habido tres maestros según me contaron los vecinos: uno de Valladolid, otro de Valencia y un tercero de Porzomillos. Cuando no había maestro un parroquiano daba clases nocturnas. La escuela estaba en ruinas y no podía residir en la supuesta vivienda que para ese fin había pegada a aquella. D. Manuel miró al suelo con gesto apesadumbrado y continuó. Una vez terminada la guerra civil me destinan como maestro provisional a Santiago. Dado que el sueldo era muy bajo, algunos maestros nos hacíamos médicos practicantes para poder subsistir en el medio rural. 16 Cuando me reuní con los vecinos les dije que si no me arreglaban la vivienda,pegada a la escuela, me marchaba pues tenía pensado casarme en junio de ese año. Se nombró una comisión que se hizo cargo de la reparación. También se decidió que, mientras tanto, yo viviría en casa de un vecino. 17 El grupo lo formaron: José Seoane (Pepe das Ferrerias), Domingo Naveira (casa de Ruzo das Nogueiras), Antonio Vázquez (casa de Vázquez de Mortoares), Antonio Vázquez (casa de Rocha de Bando), Manuel Naviera (casa de Fidalgo de Mortoares), Francisco Gestal (casa de Paradela) y Antonio López (casa de Morañés de Medín). Cuando entré en el local de la escuela, ésta presentaba un aspecto tercermundista. Las paredes sucias, mobiliario anticuado e inservible. Había cuatro pupitres y unos bancos para ocho alumnos cada uno. Estas personas adelantaron el dinero que posteriormente el Ayuntamiento les devolvió. Al principio, ya que no había asiento para todos, los madrugadores eran los beneficiados. Referente a mi alojamiento, mientras se reparaba la vivienda, primero viví en casa de Tomás de Mortoares durante 4 meses, donde pagaba ocho pesetas diarias y luego en casa de Antucho de Bando. Cuando ya no había asiento se colocaban al final de la clase, en una escalera que había quedado de las obras. Los párvulos llevaban su banquito. Este cambio se debió a que el segundo tenía muchos hijos y le interesaba que yo viviese en su casa. Siempre sería una buena ayuda para sus hijos. D. Manuel me dijo que quería destacar la ayuda del cura párroco, D. Alfonso Conde Blanco, con la donación de las piedras de cantería de un caserón derruido, existente en el Valle y propiedad de la iglesia. En julio de ese mismo año, 1944, me casé con mi mujer, Doña Ana Ramos, quien me acompañó en todos estos avatares hasta su fallecimiento en el 2004. Tuvimos tres hijos. El primero fue Miguel. A los dos años nació Manuel y pasados unos años, cuando ya no lo esperábamos, nació Ana. D.Manuel, observando mi rápida escritura, siguió hablando. Algunas familias hicieron pupitres para sus hijos y luego se iban heredando entre los hermanos o familiares. No había material, ni libros de matrícula, ni hojas de inscripción. Solamente había pizarras con sus pizarrillos. El primer día de clase aparecieron 90 alumnos. Tuve que decidir que los menores de 6 años y los mayores de 14 no podían asistir. Preferían venir a la escuela que ayudar a sus padres en las duras tareas del campo ¡Ya te puedes imaginar qué vida para aquellas pobres criaturas! Una vez determinado el número de alumnos comenzamos el curso. En septiembre, dos meses después de la boda, ya pude vivir en la rehabilitada casa. ¡Qué años tan duros!. Los pobres chicos eran tan inocentes como indisciplinados. Entraban como Perico por su casa. El horario era de 9 a 12 y de 3 a 5. Aquella mañana llegaron cerca de las 12. 18 19 Cuando les pregunté por la tardanza me dijeron que habían estado plantando coles. Al ver aquel desbarajuste apliqué los conocimientos que había adquirido en mis tiempos de sargento durante la Guerra Civil. Recuerdo, siguió “dictándome” el maestro, una pequeña gamberrada a la que solían jugar los más mayores. Estos se sentaban en un banco y cuando llegaba uno de los compañeros tímidos lo invitaban a jugar con ellos. En un descuido se ponían de acuerdo y el pobre chico caía al suelo, siendo el hazmereír de la clase. Organicé a los alumnos y alumnas en grados, nombré a aquellos que parecían más educados y con interés por la enseñanza como tutores de esos grupos. comportamiento social. En tercer grado comenzábamos con las enciclopedias Álvarez. Recuerdo a este editor como un gran educador español del medio rural y urbano. Con su extraordinaria memoria prosiguió. Nuestro vecino Francisco Gestal nos regaló el primer mapa de España que tuvimos en la escuela. Todos querían saber dónde estaba situada la parroquia de Bandoxa. Para evitar que los chicos saliesen a fumar y pelearse tuve que cerrar la puerta con llave aunque fue una medida que no me gustó demasiado. He de reconocer que los padres del alumnado colaboraron mucho para disciplinar a sus hijos. Empezaron a escribir su nombre mientras yo trataba con otros grupos. Poco a poco todos fueron tomando interés. Me tomé muy en serio lo de lograr que los chicos dejasen de fumar y lo conseguí hasta que abandonaron la escuela. Un día los llevé al cementerio y leíamos las placas donde figuraban las edades de los hombres y de las mujeres. Recordaba que cuando era alumno de primaria mi maestro se valía del canto para aprender diferentes temas: Las tablas de multiplicar, los ríos y montes de España y la conjugación de los verbos. Los primeros morían entre los 65 y 70 años mientras que ellas duraban más de los 80. También hemos de pensar que las mujeres no fumaban en aquella época. Yo apliqué el mismo método ya que dicen que la música amansa a las fieras y en mi práctica diaria lo pude comprobar. En la iniciación a la lectura empleaba el Rayas (I,II,III). En segundo y tercer grado había libros sobre normas educativas y de Dado que no sabían cómo emplear el tiempo de ocio me dediqué a jugar con ellos al fútbol los días de descanso ya que así también se integraban los adultos. Me gustaba jugar de defensa. Hicimos un equipo de fútbol y jugábamos contra otras parroquias. Posteriormente hacía de árbitro. 20 21 Con las manos cruzadas encima de la mesa siguió con la narración de los acontecimientos. habían preparado para sus tropas, el famoso DDT. ¡Por fin pudimos dormir! Mi estancia coincide con la Segunda Guerra Mundial. Había terminado la Guerra Civil española y, por estar España bloqueada internacionalmente, había carestía de todo. Se estableció la cartilla de racionamiento (cada familia tenía un número determinado de alimentos para comprar durante el mes). En las tiendas solo había vino y aguardiente. Así comenzó el negocio de las “sardiñeiras”. Eran mujeres que cambiaban aceite, azúcar, jabón y chocolate por trigo, centeno, maíz, alubias, huevos y quesos (alimentos escasos en el medio urbano). A este comercio abusivo se le denominaba estraperlo. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Rusia se había apoderado de los países del Este. Entonces USA, viendo peligrar su imperio y sobre todo sus relaciones comerciales, estableció bases militares en varios países de Europa, entre ellos España. Frente a la dificultad y escasez de alimentos, mi mujer aprendió a hacer pan que cocía en el horno de la cocina bilbaína. Todavía me viene al recuerdo la textura, el olor y el sabor de aquellos panes blanquecinos. Hacía queso fresco para nuestro consumo y eran famosas las galletas de Doña Ana, mi esposa, (hechas con mantequilla de cerdo, azúcar y harina) que repartía entre las niñas y los padres que venían a ponerse inyecciones. La gente no tenía trabajo en el campo. Las cosechas de finales de los 40 fueron míseras. Los que tenían familiares emigrados en América recibían ropa, dinero y algunos alimentos no perecederos. A todas estas calamidades, se unió una plaga de pulgas y piojos que no dejaba dormir a nadie. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los americanos y alemanes lanzaron al mercado español insecticidas sobrantes que ellos Por esta cesión el gobierno español recibió dinero, maquinaria y ayuda en víveres. A las parroquias y escuelas llegaron algunos donativos (mantequilla, queso y leche en polvo). Algunos alumnos me preguntaban por qué las vacas extranjeras daban leche en polvo. 22 23 El hecho de que las ciudades centro europeas, en pleno apogeo de su reconstrucción, necesitasen mano de obra y en España hubiese pobreza y hambre hizo que comenzase la emigración a esos países. Hacemos una pausa y nos tomamos un café servido con gran amabilidad por la hija de D. Manuel. No quiero pasar por alto la amabilidad que tuvieron mis alumnos y alumnas cuando contrajeron matrimonio. La gran mayoría me invitaba con mi mujer a sus bodas. Eran momentos de recordar cuando comenzaron en la escuela y disfrutar de unas celebraciones entrañables. Era la ocasión para la risa, los chistes, el buen yantar y los bailes. No puedo más que agradecer a todos y todas que tuvieron esa deferencia con nosotros. Los adultos que querían emigrar tuvieron interés en prepararse y solicitaban clases. Por este motivo surge la escuela nocturna. En los años 70, con la Ley Villar Palasí, en la parroquia de Bandoxa se construyeron dos edificios más. En ésta había que luchar contra la falta de luz. Al principio fueron los candiles y las luces de carburo los que nos ayudaron a llevar a cabo el trabajo docente durante la noche. Uno solo para niñas, cercano al nuestro y otro mixto para niños, que estaba a más de dos kilómetros de las dos anteriores. Posteriormente llegó la luz eléctrica pero siguió siendo deficitaria porque dependía del caudal que llevase el río. Al preguntarles a los chicos si tenían luz en sus casas contestaban que sólo un pequeño verme (similar a las luciérnagas de las “corredoiras”). Al principio, sólo asistían por la noche los jóvenes y adultos de la parroquia porque era la época que andaba la Banda de Foucellas, personas perseguidas por sus ideas políticas, y la gente no quería encontrarse con ellos. Una vez que desaparecieron los que luchaban por un cambio social, comenzaron a venir de otras parroquias que estaban ansiosos por prepararse; para emigrar y emplearse en las ciudades. Su expresión se torna alegre y aparece una sonrisa sarcástica. 24 Posteriormente, en 1972, se crearon los grupos escolares en los ayuntamientos. Esto ocasionó que nos trasladásemos al Grupo Escolar de Oza. A mí me llamó el alcalde, que a su vez era el director del grupo escolar, y me propuso desempeñar la plaza de practicante además de la docencia. Propuesta que acepté encantado. Desde 1973 hasta 1983, fecha de mi jubilación con 67 años, desempeñé ambas profesiones. Las casas escuelas estatales pasaron a formar parte del patrimonio municipal. La de niñas de Bandoxa fue vendida en subasta pública y la compré para continuar viviendo en el lugar donde había pasado los mejores años de mi vida. Allí permanecí hasta que la artrosis no me dejó en paz. Entonces me trasladé a Redondela, lugar de residencia de mi hija. Ana, mi mujer, ya llevaba años viviendo con ella ya que, por la enfermedad que padecía, necesitaba muchos cuidados. 25 Yo me quedé unos años viviendo solo en Bandoxa con la esperanza de que ella mejorase y pudiese volver. La pobre murió con ese deseo en el mes de enero de 2003. Esta enterrada en el cementerio de Bandoxa, pues es el lugar que eligió para continuar en compañía de los parroquianos con los cuales vivió la mayor parte de su vida. Allí quiero que me lleven a mí, el día que Dios me llame, para seguir haciéndole compañía como nos la hicimos mutuamente durante tantos años. III ESE ETERNO ENEMIGO Entre los recuerdos que me quedan de mi época en la escuela, la vara de avellano ocupa un sitio preferente. Algunos alumnos no conocíamos la procedencia de tan "preciado" material y como vosotros supongo que tampoco, os lo voy a contar. No lejos de la escuela había un avellano, tan alto y con una copa tan frondosa y extendida que sentíamos pánico cuando pasábamos cerca de él. En nuestros sueños nos atrapaba para no soltarnos jamás. La madera de este árbol es muy dura y resistente. Por eso, el maestro utilizaba sus ramas para sacar de ellas sus “queridas” varas. Los que tuvimos la mala suerte de probarla, una gran mayoría, sabemos cuan “cariñosas” eran sus caricias. D. Manuel mandaba a uno de los alumnos a por una de aquellas “ramas enemigas” y ya sabíamos que cuando esto sucedía, entre bromas y veras, acababa probándola en la mano del recadero. En una ocasión un compañero, pasándose de listo, le trajo una de saúco, de poca consistencia y de fácil rotura. Tuvo la mala suerte de que el maestro se dio cuenta y por consiguiente, después de 26 27 hacer la acostumbrada demostración en su trasero, tuvo que ir a por otra, esta vez de avellano, que también probó. se podía recibir ración doble por tratar de evitar lo que había sido impuesto como castigo. Nada más empezar a ir a la escuela, por desgracia, era lo primero que conocíamos y que por cualquier pequeño motivo no tardábamos en “saborear”. Finalmente podíamos ser golpeados en el trasero. Para esto también teníamos estrategias de defensa. Algunos llegaban con prendas interiores dobles, otros colocaban pequeñas cantidades de paja debajo del calzoncillo e incluso podía aparecer alguno con un voluminoso culo porque la enciclopedia Álvarez estaba bajo su pantalón. Como podéis ver dicho libro tenía varias utilidades; no solo nos ayudó a adquirir conocimientos sino que nos evitó más de un dolor. Según la falta cometida así era utilizada la vara. Unas veces, la recibíamos en la palma de la mano. Contra esto, como ya comprenderéis, nos las ingeniábamos para sufrir lo menos posible. Una de las soluciones consistía en embadurnarnos la palma de la mano de ajo para que la vara resbalase y el dolor fuese menor. Otras, el maestro nos mandaba colocar las puntas de los dedos todas juntas y sobre esa figura piramidal caía la vara con contundencia ¡Aquí no se podía hacer nada! Había que mantener la mano firme y soportar estoicamente el golpe pues, en cualquier momento 28 29 IV en la pizarra. Se buscó los emisarios que estuvieran dispuestos a pasar el correo hasta su destinataria. Si D. Manuel descubría el papel estaban perdidos. Esta vez, por suerte para los “carteros”, la carta llegó a manos de la chica. AQUELLOS VERSOS DE AMOR Como todos sabemos, en la adolescencia la sangre fluye de un modo incontrolado. Esto hacía que los más atrevidos y enamoradizos pusieran más interés en escribirles a las chicas que en resolver las tareas escolares. D. Manuel procuraba evitar “por todos los medios” las inclinaciones amorosas de sus alumnos. Ella, con el trozo de papel en la mano, se iba poniendo cada vez más colorada. No daba crédito a lo que estaba leyendo. Los términos más vulgares aparecían ante sus ojos. Entonces, indignada se levantó y se acercó al maestro. -Mire D. Manuel lo que me escribió Fernando- dijo la niña. Al maestro, según leía aquella “poética nota”, se le iba cambiando el semblante. Enfurecido le dijo a Fernando: Las sanciones, descubiertos los “enamorados”, eran duras e incluso a veces desmesuradas pero esto no les hacía desistir de su afán conquistador. Lo que le sucedió a Carmen y Fernando vale la pena contarlo. Fernando se pasaba las horas mirando a Carmen, la chica de sus sueños aunque no era correspondido. Según me contó ella, también fuera de la escuela le manifestaba sus amores y no precisamente con los modales más adecuados. La insistencia de Fernando le llevó a escribirle una carta mientras sus compañeros copiaban un relato que el maestro había puesto 30 31 -¡Ven aquí inmediatamente! ¿Crees que se puede hacer esto a una chica? ¿Te gustaría que se lo hiciesen a tu madre? V Fernando con la cabeza agachada se puso delante del maestro y contestó: -No D. Manuel. Cómo le voy a decir esas cosas a mi madre. En ese momento el maestro cogió la vara y ya os podéis imaginar cómo terminó el enamoradizo compañero. Desde aquel día Fernando nunca más manifestó dentro de la escuela, ni por escrito ni de palabra, el amor a ninguna chica. A Carmen estuvo treinta años sin hablarle. DE VACAS Y REINAS Después de comer el aburrido y pesado caldo gallego, llegábamos a la escuela medio dormidos y cansados de caminar por aquellas corredoiras; pedregosas y llenas de barro. Además agobiados de pensar que, después de salir de la escuela, todavía nos quedaba ayudar en las faenas del campo y atender el ganado. En la clase reinaba un silencio sepulcral, interrumpido solo por el tic tac del reloj de pared colocado en el fondo del aula. Las enciclopedias Álvarez abiertas encima de la mesa dormían placidamente la siesta. El resto de los materiales descansaban en los cabases. Como una “nube” enorme, flotaban en el ambiente las ventosidades y los sudores de todos nosotros. El maestro no estaba mucho mejor. Sin duda, para él hubiese sido más apetecible una siesta reparadora que soportar la cantinela sobre los Reyes Católicos. Me viene a la cabeza lo que ocurrió una de esas tardes primaverales, en las que todos luchábamos contra el sopor vespertino. 32 33 D. Manuel, con su eterna camisa blanca de manga corta, estaba sentado detrás de la mesa con las piernas estiradas y la silla apoyada contra la pared. Paco y Juan delante de él se mostraban nerviosos pues, como de costumbre, no se sabían la lección. Esa tarde tocaba los Reyes Católicos. El resto de los compañeros permanecíamos mudos tratando de controlar el sueño. La clase parecía una sala de juicios de las mejores películas del Oeste ¡Se mascaba la tragedia! -Juan, empieza a hablar de la reina Isabel la Católica- dijo D. Manuel con voz somnolienta y los ojos entornados. -Era Isabel la Católica mediana de estatura, bien compuesta en su persona y, y,… -Sigue, sigue- animó el maestro. Juan, aprovechando que D. Manuel estaba en uno de sus sueños siderales, leyó al revés en la Enciclopedia que estaba encima de la mesa: Viendo que Juan no sabía seguir le ordenó a Paco. -Dinos lo que sepas de Fernando el Católico -Era Fernando el Católico hombre de mediana estatura que se casó con Isabel la Católica y tuvieron reinitos. -Claro, no se va a casar con tu hermana- dijo D. Manuel. Y a continuación se le volvieron a cerrar los ojos. Paco creyendo que el maestro se había quedado dormido, imitando a Juan, continuó. -A este rey le gustaba arar la tierra, segar el trigo, jugar a las cartas, ir a la taberna… -¡Cómo a la taberna! ¡Has visto alguna vez un rey en la taberna! Vosotros creéis que todos son como vuestros padres. Pues nada más lejos de la realidad. Los reyes tienen cosas mucho más importantes que hacer. -Y en la proporción de sus miembros, muy blanca y rubia… -¿Y qué más, y qué más?- insistió D. Manuel sin abrir los ojos. Juan, en un alarde de imaginación, continuó: -A la reina le gustaba lavar, hacer la comida, coger hierba, ir con las vacas… -¡Si en el futuro queréis ser hombres de provecho tenéis que estudiar y copiar de la vida de los Reyes Católicos. Gracias a ellos tenemos esta España Grande y Libre ¡Qué habría sido de nosotros sin estos ilustres personajes!- arengó D. Manuel poniéndose de pie y elevando los brazos y la mirada hacia el cielo, desde donde le sonrió una hermosa gotera. ¡Por fin habíamos despertado al maestro! -¡Pero bueno, qué estás diciendo!- interrumpió el maestro incorporándose en la silla.- ¡Cómo va ir una reina con las vacas! 34 35 VI 2) Problema CUADERNO DE ROTACIÓN: DIARIO DE CLASE En el cuaderno de rotación que el maestro mostraba al inspector escribían los chicos y las chicas que lo hacían más claro y con menos faltas de ortografía. O lo que es lo mismo, los primeros de la clase. No era tarea fácil a pesar del interés de estos alumnos. Había que pasar todo a limpio una vez hecho y corregido por el maestro y además escribirlo con pluma. 3) Escritura ¿Qué aparecía en aquella libreta para ser revisado por el inspector?. Cuentas, copias y dibujos. Se ponía la fecha y era el comprobante de lo que se había hecho ese día. Ej.: Lunes 6 de Febrero de 1960 1) Dividir 9494872384/ 256 36 37 VII COMPAÑEROS INSEPARABLES Durante mi época de maestro observaba a los alumnos con las mochilas totalmente repletas de libros, estuche y cuadernos. Aquello me traía a la memoria los materiales que yo y mis compañeros llevábamos a la escuela en Bandoxa. Había bolsas de tela o cabases. Tuve la suerte de utilizar los segundos. El carpintero me hizo uno muy similar a una pequeña maleta. Para ello utilizó tablillas muy finas, asa y cerradura. A medida que encolaba las diferentes partes del cabás mi excitación iba en aumento. Es una pena no conservar ninguno de esos cuadernos, fieles documentos de la escuela de la postguerra. 38 39 Pensaba en la llegada a la escuela al día siguiente. La envidia que causaría a mis compañeros me llenaba de satisfacción. Todas las mañanas metía las cosas que necesitaba para hacer las tareas: pizarra, pizarrillo y un Rayas primero. El pizarrillo, hecho también de pizarra, era muy fino, duro y alargado. Lo rompíamos en trozos pequeños para manejarlo con soltura. Al escribir sobre la pizarra dejaba una marca blanca similar a la que deja la tiza. El camino hasta la escuela iba acompañado del ruido que hacían los materiales dentro del cabás que más bien parecía una caja de música desafinada. Sonaba de diferente manera si lo golpeaba con las rodillas, con las manos o dando en la cabeza de algún compañero. Más de una vez fue una buena arma para ajustar cuentas. También hizo de portería de fútbol. Estaba tan bien hecho que no se rompió a pesar de los fuertes disparos del equipo contrario. Los cabases que vendían en los comercios eran de cartón, con bonitos dibujos muy bien pintados con llamativos colores pero, si se mojaban corrían el riegos de deshacerse, no aguantaban los golpes y mucho menos podrían haber servido de portería. Desde luego nada que ver con el que me hizo el carpintero. La pizarra y el pizarrillo eran los materiales utilizados durante los primeros años escolares. Más tarde se sustituían por cuaderno, lápiz y pluma. m mi ma me mo mu mama mima mi mama me mima Esta era una página típica del tradicional libro, el Rayas primero, donde todos aprendimos a leer. Siempre me chocó lo de "mi mamá me mima" porque mi madre, además de mimarme, hacía otras muchas cosas que no aparecían en la cartilla. Imposible olvidarnos de estos libros que tantos años nos acompañaron. Los pobres terminaban sucios, con rayajos, hojas arrancadas y con más de una lágrima vertida en sus páginas. La pizarra, así denominada por el material del que estaba hecha, era de color negro, rectangular y protegida todo alrededor por un marco de madera. Ahí hacíamos todas las tareas puesto que al terminar una de ellas y ser revisada por el maestro se borraba; bien con un paño o con la mano. En los siguientes cursos llevábamos la enciclopedia Álvarez segundo o tercer grado. En ella estaban todos los conocimientos distribuidos en apartados, los cuales posteriormente se llamaron asignaturas o materias que se distribuían por días: lunes matemá- 40 41 ticas, martes lengua, miércoles geografía, viernes ciencias naturales y sábado catecismo e historia sagrada. Antonio se lo tomó en serio y dado su memorión se lo aprendió de pe a pa, tal como se lo había ordenado el maestro. Durante los últimos años de la escolaridad, sustituíamos la pizarra y el pizarrín por el cuaderno y el lápiz. Además, los dos últimos años, añadíamos a estos materiales la plumilla, la tinta y el secante. El próximo día que tocaba el catecismo D. Manuel solo le preguntó un par de cosas y le dijo que estaba bien. Antonio, muy seguro, le exigió que se lo preguntase entero: -“Vd. Me dijo que lo aprendiese todo y ahora yo quiero que me lo pregunte “de pe a pa”. A D. Manuel no le quedó más remedio que hacerlo. Y pudo comprobar que Antonio se lo sabía con puntos y comas. Creo que fue la única vez donde todos pensamos que un alumno se sabía la materia mejor que el profesor. Por último, citaré el catecismo cuyo estudio memorístico terminó siendo obligatorio. Recuerdo lo que sucedió con Antonio. El maestro le preguntó: -Vamos a ver Antonio ¿Qué es la Santísima Trinidad? -La Santísima Trinidad es una mujer muy buena y que no hace daño a nadie. -¡Pero a quien se le ocurre esa tontería! Mira que eres burro. El próximo día te voy a preguntar el catecismo de pe a pa. ¡Pobre de ti como no te lo sepas! 42 43 VIII -El tonto ése está dando patadas a las piedras- nos informa Luís. -Dime, dime ¿Y qué más hace?- insistió con ansiedad. -Está cogiendo hierbas de trigo como si estuviese hambriento - contesta Luís. NO SIEMPRE SE ACIERTA Veo en la tele la noticia del asesinato de un guardia civil: “El Exercito Guerrilleiro do Povo Galego Ceibe se responsabilizó ayer del atentado, cometido de madrugada en la localidad de Vilarsao, en el que perdió la vida el guardia civil Andrés Corral”. Oigo su nombre. ¡Ostras! Andrés Corral. Aquel chico al cual quise golpear con la escoba. No me lo puedo creer. Apagué la tele y me quedé sobrecogido recordando. -Seguro que hoy no comió las papas- interviene Josefa con ironía. Yo cada vez estoy más nervioso. Dentro de unos instantes tendré que actuar. - Prepárate que ahora empezó a correr- me dice Luís. Yo miro al resto de mis compañeros. Todos están encogidos y agarrados a sus pupitres. De pronto Luís deja de hablar. Yo le pregunto muy excitado. -¿Qué ves? ¿Qué hace ahora? Estamos en la escuela. El maestro se ha ido un momento a su casa. Entre todo el murmullo se oye una voz: -Por allí viene el atontado de Andrés. ¿Quién se atreve a ponerse detrás de la puerta para darle un escobazo? Nadie quiere salir. No sé por qué pero al final me ofrezco voluntario. En la clase se respira una mezcla de temor y alegría. Las chicas, como siempre, dicen que somos unos brutos y que no le hagamos daño al pobre Andresiño. Elegimos a Luís para que vigile la ventana. Ve acercarse a Andrés por el estrecho carrero. 44 Él desde la ventana estirando el cuello me contesta: -Lo perdí de vista. Debe estar a punto de entrar. Agarro la escoba con las dos manos. En la clase no se oye ni el movimiento de una mosca. Las niñas me miran con los ojos llorosos y los chicos con la cara desencajada me dan ánimos con sus miradas bravuconas. Se abre la puerta. Bajo la escoba con todas mis fuerzas. 45 Oigo un ¡ay! desgarrador. No, no es Andrés. Entonces, ¿quién está debajo de la escoba? que pagar mi travesura. Ya sé que, como poco, me quedaré unos días sin recreo aunque el pegarle a D. Manuel supondrá algún extra añadido. Eso seguro. He aquí…¡¡al maestro!! Alto, fuerte, con su gastada chaqueta de pana, los pelos revueltos y la escoba en su cabeza. El vozarrón de D. Manuel domina toda la clase: -¡Tú! ¡tú tenías que ser! Prepárate, vas a saber lo que es bueno”. Yo me quedo paralizado y no puedo soltar el palo de la escoba. En este momento solo pienso en desaparecer. Convertirme en Pulgarcito. Poder volar con la escoba como la bruja. Ninguno de estos deseos se cumplen. Al instante aparece Andrés. Tan atontado como siempre pregunta qué ha pasado. Si mis ojos fuesen fuego lo quemaría. Tengo 46 47 IX en tropel con cuidado para no llevárnoslo por delante. En la escuela no había calefacción por tanto nos pasábamos las clases pensando en el calor que haría alrededor de nuestras lareiras. ¡La humedad y el frío nos calaban hasta los huesos! Una vez en la mesa se cantaba “el Cara al sol”. PIZARRAS A REVENTAR Las diez de la mañana era la hora de entrada a la escuela. En los momentos previos; nos agolpábamos delante de la puerta para ser de los primeros. En la parte delantera de la clase se veía mejor la pizarra, no sufrías el viento que entraba helado por debajo de la puerta en el fondo del aula y no tenías que sentarte sobre aquellos bancos corridos apoyándote en unos tableros de mala muerte. “Cara al sol con la camisa nueva…” No nos creíamos lo que decía la canción. ¡Hablarnos a nosotros de sol y camisas nuevas! Inmediatamente después se hacía la escritura y el cálculo. Lo primero consistía en copiar de una pizarra, con su correspondiente dibujo, un tema religioso, patriótico o ético: Jesús andando sobre las aguas, La batalla de Covadonga o normas de urbanidad. La segunda pizarra se llenaba con cuentas. Todo esto presidido por las fotos de Franco y José Antonio a ambos lados de un crucifijo que me daba miedo. D. Manuel abría aquella puerta con una enorme llave que parecía la de la iglesia y entraba el primero. Detrás lo hacíamos nosotros 48 49 ¡Cómo me habría gustado ver las fotos de mis abuelos sonriéndome desde la pared, en lugar de esos señores tan serios y temerosos! Los niños formaban una fila a la derecha del maestro y las niñas otra a la izquierda para mostrarle lo que habían hecho. Raro era el día que no había algún “guardián” alrededor del aula, cuidando que los malos espíritus no penetrasen a través de las paredes. La verdad que este castigo con un buen cojín debajo de las rodillas podría haber sido llevadero. Pero sentir cómo las arenillas, dejadas por los zuecos, se clavaban en las piernas y estar a merced de la burla de los compañeros no era nada agradable. agua de la fuente… Esto nos ocupaba tanto que apenas nos quedaba tiempo ni ganas para estudiar y al día siguiente otra vez las reprimendas y castigos de D. Manuel y así un día tras otro durante el curso escolar. A media mañana salíamos al recreo para desahogarnos y eliminar la energía acumulada, muy difícil de canalizar con tanto escrito, cuentas y cantos patrióticos. La última hora la aprovechaba el maestro para que alguno de los más adelantados escribiese en el cuaderno para el inspector. Por la tarde la jornada era más corta, solo teníamos dos horas de clase que empleábamos en leer y recitar la lección. Lo único divertido de la jornada escolar era la salida. El recorrido hasta casa lo hacíamos en grupos e íbamos corriendo, peleándonos o dando patadas a todo aquello que nos recordase un balón. No podemos olvidar los acostumbrados empujones, toqueteos y burlas hacia las chicas intentando que de este modo nos hiciesen caso. Al llegar a casa comenzaba otra tarea, bien diferente a la escolar, y no por ello menos penosa: cuidar las vacas, ayudar a nuestros padres en las tareas del campo, coger leña para hacer el fuego, traer 50 51 X Aunque veíamos a los mayores trabajar con aquel instrumento, los primeros días había que entrenarse para aprender a coger correctamente la pluma. También teníamos que aprender a sentarnos en la posición adecuada para escribir sin emborronar la hoja con la ropa. EL OLOR DE LA TINTA Durante los primeros años de escuela, cada uno de nosotros utilizábamos la pizarra con el pizarrillo. Al llegar a tercer grado comenzaba el martirio de la pluma. Digo “martirio” porque el esfuerzo y atención que había que poner, para escribir correctamente con este material, la mayoría de las veces no se veía recompensado. Muy al contrario, como mucho, a base de repetir se conseguían unos escritos aceptables y eso si no se era muy exigente en la corrección. Los pupitres tenían la tapa en diagonal. Sobresalía un pequeño bordillo en la parte inferior de la mesa que no evitaba la caída de los materiales al suelo, y ya no digamos si estos eran redondos como le sucedía al palillero (palo donde se coloca la pluma para escribir). La mesa tenía un agujero en la parte superior donde se introducía el tintero circular de porcelana blanca. A ambos lados de éste había dos hendiduras para colocar el mencionado palillero con las plumas. 52 A esto había que añadir lo cuidadosos que teníamos que ser al meter la pluma en el tintero. Era necesario escurrirla bien para evitar que cayeran borrones de tinta en la hoja. Teniendo en cuenta que la calidad del papel no era buena y por tanto la pluma lo rasgaba con facilidad, podemos entender el “martirio” que suponía este tipo de trabajo. Nos arrimábamos tanto al cuaderno que el olor de la tinta se quedó para siempre impregnando nuestros recuerdos escolares. Era tal la concentración en la escritura que a más de uno pude ver cómo bizqueaba esforzándose para manejar con destreza la dichosa plumilla. Nunca olvidaré lo que le pasó a Ramiro terminando un trabajo a pluma. 53 Una de las veces que fue a mojar la plumilla se olvidó de escurrirla en el borde del tintero. En cuanto la puso encima del papel cayó semejante borrón que parecía la entrada del túnel del ferrocarril. Aunque rápidamente utilizó el secante (papel esponjoso que se utiliza para secar lo escrito con pluma) lo único que consiguió fue hacer la mancha mas grande. No os podéis imaginar la cara del pobre chico. No sabía si salir corriendo, echarse a llorar, decírselo al maestro y cargar con la reprimenda o intentar quitar el borrón. Algunas veces veíamos cómo los mayores solucionaban aquel problema rascando, con mucho cuidado, sobre la enorme mancha negra con una cuchilla de afeitar. Ramiro no tenía una cuchilla aunque si una navajita que le había comprado su padre en la feria. Empezó a raspar pero entre la finura de la hoja y la falta de tacto para hacerlo terminó con un enorme agujero en el papel. Viendo el desastre no le quedó más remedio que decírselo a D. Manuel. Por suerte para Ramiro, el maestro solo le dijo que tenía que repetirlo y que no se olvidase de escurrir la pluma cada vez que la sacara del tintero. En otra ocasión una compañera le enseñó al maestro algo escrito con una letra tan pequeña y con tanto cuidado que D. Manuel le dijo que eso parecía una procesión de hormigas y se lo mandó repetir. La pobre chica se echó a llorar pues había sido mucho el tiempo y esfuerzo empleado en ello. Aunque repetir una página no parece un gran trabajo, los que por desgracia tuvimos que manejar este instrumento escolar, hoy en desuso, sabemos el increíble “martirio” que esto suponía. 54 55 XI coger la mercancía. Al llegar allí se encontró con que el ayuntamiento estaba cerrado. El hombre recorrió los 12 kms, en balde. Supongo que los bueyes oyeron más de un improperio durante el regreso. A partir de este incidente siempre hubo alguien en el ayuntamiento para entregar los “obsequios” americanos. NUESTROS “AMIGOS” AMERICANOS En 1953 Franco pactó con los americanos que ellos podrían instalar sus bases en nuestro territorio y a cambio abastecerían al pueblo español de alimentos de los que nosotros carecíamos. En España todavía quedan algunas bases y las “sobras” de los americanos solo nos llegaron un par de años ¡Así se puede pactar, vendiendo nuestro suelo por unas migajas! A recoger la primera entrega de alimentos para la escuela, fueron D. Manuel y su hijo caminando hasta el ayuntamiento. Allí les esperaba la leche, la mantequilla y el queso que tan “altruistamente” nos regalaban los americanos. Os recuerdo que el recorrido entre la ida y la vuelta es de doce kilómetros. Por tanto llegaron agotados. La leche en polvo venía en una enorme y pesada tartera, los quesos en cajas de madera y la mantequilla en latas. Si sumamos todo esto podemos darnos cuenta del peso que tuvieron que transportar. La leche en polvo se diluía en agua caliente. De esto se encargaba la mujer del maestro, que lo hacía en la cocina de su casa. Como había que calentar mucha cantidad de agua el maestro nos pedía que llevásemos leña de nuestras casas. Luego D. Manuel llevaba la leche a la escuela y la repartía entre todos nosotros. Ninguno habíamos visto nada semejante ¡leche en polvo! ¡qué cosa tan rara! ¿Por qué daban las vacas americanas leche en polvo? La segunda vez, ya que los trámites burocráticos estaban resueltos de la vez anterior, se le encargó al carretero que fuese a re- El queso era una bola amarillenta y cubierta con una capa similar a la cera de las velas de nuestra iglesia. Nada que ver con nuestro queso de tetilla. Tan blanco, tierno y jugoso. 56 57 Tanto la mantequilla como el queso lo comíamos con el pan que llevábamos de casa. Estos panes se elaboraban según las posibilidades económicas de cada familia (trigo, maíz o mezcla de ambos) pero los niños, ajenos a estas consideraciones, nos los intercambiábamos. Algunos, los menos, echaban un poco de azúcar en las rebanadas de pan y mantequilla pero, la mayoría llevaban sal y como era del mismo color nadie se enteraba. XII ¡A pesar de los pactos poca dulzura había en la España de esos años! UNA AUTÉNTICA LETANÍA Nuestro maestro era un hombre religioso. Su tiempo de asueto estaba dedicado fundamentalmente a los asuntos eclesiásticos ya que le unía una gran amistad con el párroco. No faltaba nunca a la misa dominical y colaboraba activamente en las misas cantadas, tanto en nuestra parroquia como en las de alrededor; donde nuestro párroco era invitado. D. Manuel tenía una voz potente y bien modulada según los entendidos. Le recuerdo cantando desde el piso de la iglesia como si fuese un tenor en la ópera de Berlín. En el ambiente escolar también era prioritario la práctica religiosa. Todos los días rezábamos el Ave María al entrar y salir de la escuela. Los sábados por la tarde escribíamos sobre un tema religioso con el correspondiente dibujo que D. Manuel, gran dibujante, nos ponía en la pizarra y nosotros copiábamos con gran esmero y disfrute por ser un tema de nuestro agrado ¡Cualquier cosa antes que las matemáticas o memorizar los reyes godos! Para mi el estudio del catecismo era lo más pesado ya que había que aprendérselo al pie de la letra sin entender ni papa de lo que allí estaba escrito. El rosario era una auténtica letanía para todos nosotros. Nos aburría tanta repetición y encima lo teníamos que rezar de pie. 58 59 Aunque creo que gracias a esta postura más de uno no se quedó dormido oyendo la monótona voz de D. Manuel, que con el rosario en la mano repetía incesantemente: Santa Maria, madre de Dios... No conseguí aprender a dirigir esta ceremonia y esto, ya de adolescente, me ocasionó más de un momento de vergüenza puesto que en el colegio de los curas cada día uno de los alumnos teníamos que dirigir el rosario. Al atrio se le segó la hierba y fueron barridas las lápidas que parecían estar en fila esperando la llegada de tan importante personalidad. En el mes de mayo había que salir al campo para traer flores y ofrecérselas a la Virgen María. Un año salí con un grupo de compañeras y al rato me cansé de tanta florecita y dije que no continuaba recogiéndolas porque tenía cosas más importantes que hacer, ”que venga el maestro a por ellas” dije. Ya en la clase le contaron a D. Manuel lo que yo había dicho y éste al verme sin las flores me echó una buena reprimenda. Aún hoy en día, cincuenta años después, me gustaría que del mes de abril se pasase al mes de junio. A todos los parroquianos, e incluso se insistió en la escuela, se les dijo que viniesen al recibimiento del señor arzobispo vestidos “de domingo”. Terminaré con el acontecimiento religioso más importante sucedido en la escuela: la visita del arzobispo. La víspera se preparó todo con mucho esmero. Unas cuantas mujeres fregaron con ahínco el suelo de la iglesia. Pienso que nunca más se hizo esta labor de esa forma tan exhaustiva. Después le sacaron brillo a aquellas piedras con unos trapos que ellas habían llevado de sus casas. Todos los utensilios de plata brillaban pareciendo como si saliesen rayos de ellos. El día anterior se hizo una enorme pancarta donde se podía leer:”BIENVENIDO SEÑOR ARZOBISPO”. Para pegarla fue necesario un engrudo hecho con harina. El día señalado estaba todo en orden y la gente muy nerviosa por lo que suponía tan magna visita. El párroco y el maestro se mostraban sonrientes pero nerviosos. Vigilaban aquí y allá para que todo estuviese perfecto. Con gestos en la cara indicaban a los más díscolos que se estuviesen quietos. Uno de los chicos estaba detrás de las zarzas para lanzar la media docena de cohetes como saludo a la comitiva eclesiástica. Hacia media mañana algunos coches pararon en la carretera. “Ahí llegan”, ”viene bien acompañado”, ”vaya polvareda” eran algunos de los comentarios que se oían entre los vecinos. Nos dimos cuenta que era el arzobispo porque su sotana lucía impecable y llevaba un fajín rojo alrededor de la cintura. En los bancos relucientes se podían ver algunos agujeros hechos por la polilla. Los manteles se habían lavado y planchado. Unos hermosos ramos de flores aparecían en los altares. A aquellos santos con las caras tan limpias solo les faltaba hablar. Cuando estaban llegando a la iglesia D. Manuel dio la orden de que se lanzasen los cohetes. Al ver que esto no sucedía miraba insistentemente hacía las zarzas. Los fósforos se habían humede- 60 61 cido y por más que lo intentaba, el chico no conseguía que se encendiese la mecha. Mientras, el maestro se iba poniendo cada vez más nervioso. Cuando ya nos habíamos olvidado de los cohetes oímos un gran estruendo. ¡Por fin el arzobispo pudo tener un recibimiento con pólvora incluido! Para nosotros todo el acontecimiento resultó muy pesado. Las miradas de nuestros mayores, el tener que oír discursos, la misa más formal que de costumbre y toda la parafernalia que allí se manifestaba nos aburrió soberanamente. Pero a la vez nos liberaba de la clase convirtiéndose aquel día en algo festivo y diferente. Por las felicitaciones que recibimos posteriormente en la escuela y los comentarios de los vecinos todo había salido bien. Párroco y maestro habían cumplido con el arzobispo. 62 XIII DUCHA DE AGUAS MENORES Hasta hace un par de años, cuando visitaba mi tierra, acostumbraba a dar un paseo por la escuela en ruinas (en la actualidad ya está rehabilitada) y me llenaba de nostalgia. La desaparición de la techumbre, las zarzas tapizando sus paredes, puertas y ventanas arrancadas, maderas de suelo carcomidas… daban al edificio un aspecto entristecedor. ¡Qué pena ver a mi querida escuela convertida en una escombrera! 63 Continuaba mi recorrido hasta llegar a dos pequeños habitáculos, los retretes ¡Si aquellas paredes hablasen! Había uno para chicos, y otro para chicas, aunque los usábamos indistintamente ya que no había letreros que los diferenciasen. Dentro, los dos tenían un espacio para apoyar ambos pies y un agujero en el centro. Ahora entiendo porque las posibilidades de moverse en su interior eran limitadas. Cada una de las puertas tenía, tanto en la parte superior como en la inferior, un hueco de unos treinta centímetros. Por los inferiores se podían ver los pies de las personas que estuviesen dentro. la mesa sobre la tarima atiende dos filas de alumnos. Las niñas por la izquierda y los niños por la derecha. Maruja, con sus piernas de alambre y pelo ensortijado, le pide permiso para ir al servicio o mejor dicho para “ir al campo”, como llamamos. Después de un gesto afirmativo por parte de D. Manuel, ella sale con paso apurado. Inmediatamente Pepe y Luís demandan lo mismo. También a ellos el maestro les permite salir. Van de prisa. Les apremia la necesidad. No hay tiempo que perder. Si la compañera termina antes de que ellos lleguen, todo se va al traste. Suben a la finca por la cuesta que está detrás de la escuela. Entre aquella y los retretes hay medio metro de separación. La finca queda un poco más alta que los techos de los retretes. Os voy a contar una anécdota referente a los mencionados urinarios. Una mañana primaveral, seca y luminosa, estábamos trabajando; haciendo cuentas en nuestras pizarras. El maestro sentado en 64 65 Pepe y Luís lo tenían ensayado para que el chorro penetrase, por la abertura superior de la puerta, dentro del minúsculo habitáculo. Se desabrochan el pantalón con rapidez. Las vejigas están completas. Comienzan a orinar con puntería. La parábola “dibujada” por el chorro es perfecta. Tiene el pelo y la ropa tan empapados que parece que le hubiese caído un chaparrón. Todos nos quedamos extrañados. Maruja se acerca a la mesa del maestro gimoteando e intenta explicar lo que ha sucedido. Mientras, D. Manuel no quita los ojos de la puerta. Dentro se oyen ruidos, golpes, quejas… Maruja se pregunta: Hay un clima de expectación. ¿De dónde saldrá esta agua? De pronto dice: -¿Qué pasará? Nos preguntamos todos. -¡No, no es agua. Son meos! Se coloca la ropa. Sale corriendo. Abre la puerta y entra en la clase como empujada por un huracán. En ese momento, entran Pepe y Luís. El maestro los llama directamente a su mesa. Se acercan nerviosos, retorciéndose los dedos y mirando al suelo. A las preguntas del maestro se suceden respuestas negativas. D. Manuel enfadado dice: -Hay que solucionar este problema ahora mismo. Tenéis que secar el vestido de Maruja. -¿Cómo? Preguntan los chicos. -¡Soplando! Grita el maestro harto de las mentiras de los rapaces. La clase entera nos echamos a reir. D. Manuel nos manda callar pero todos vemos una ligera sonrisa en su cara. Será el efecto de la primavera. Aproximadamente durante una hora, Pepe y Luís, delante de Maruja, tratan de sacar aire caliente de sus pulmones. Soplan y soplan pero el vestido sigue igual de mojado. Como es lógico, ella se fue a su casa con el vestido chorreando y ellos terminaron agotados. Supongo que jamás se les volvió a ocurrir duchar a alguien de ese modo tan original. 66 67 XIV LA J DE SANTIAGO Vaya caballo vallo que saltaba la balla Aí hay un hombre que grita hay Dábale arroz a la zorra el avad ¿No os parece esto más un juego de acertijos que una forma de aprender ortografía? Pues sí, a nosotros nos pasaba lo mismo pero por desgracia todos los días teníamos que dedicar un tiempo a escribir al dictado. Resultaban aburridos y nos planteaban interrogantes que a nosotros no nos interesaban lo más mínimo. El niño Tomás tenía una curiosa costumbre, por la noche se tocaba un huevo en el hueco de la escalera, mientras esperaba que un santo bajara y le besara el hueso de la rabadilla. Por eso rezaba y rezaba hasta que se quedaba dormido. Tanta b, tanta h y tanto v me hacían pensar la cantidad de faltas que tendría y las veces que el maestro me mandaría copiar cada una de ellas. Además no entendía nada de nada. El dichoso dictado me llenó de dudas: ¿No era pecado tocarse los huevos? ¿Por que lo hacía en el hueco de la escalera? ¿Cómo era posible que un santo le besara el culo? Lo único que tenía claro era que el niño tenía que rezar mucho si quería no acabar en el infierno. Ese día me pasé horas repitiendo las faltas del mencionado dictado pues no escribí bien ni una sola palabra. ¿Con qué se escribe hombro, Santiago, bello o visto? A nosotros nos daba igual. Pensábamos que era otra manera más de amargarnos la vida ¡Bastante teníamos con las matemáticas, el catecismo y la dichosa plumilla! Os voy a contar un ejemplo para que veáis lo absurdo de este trabajo de la jornada escolar. Un día D. Manuel nos dijo que los pretéritos imperfectos se escribían con b siempre que hubiese duda entre b o v. Y que hueso, hueco y huevo se escriben con h. Así fue el dictado: 68 69 XV No obstante había algo peor ¡la división! -Cabe a una. Una por cinco cinco. De cinco a catorce nueve. Me llevo una. Una por dos dos y una que me llevo tres. De tres a tres cero -en voz baja Felipe trabajaba ensimismado sin levantar los ojos de la pizarra. QUERIDO LECTOR ¿ENTIENDES ALGO? En ese momento D. Manuel le preguntó: -¿Felipe, qué haces? Las matemáticas no dan más que problemas. Nunca mejor dicho. El maestro, gran amante de la asignatura y sabiendo que era de provecho para nuestro futuro, nos machacaba con las cuentas y los problemas. Aquellas interminables cuentas de pequeños números, que ocupaban las minúsculas pizarras como hormigas intentando escapar de allí. Y de fondo un murmullo con la siguiente cantinela: 2x3=6 2x4=8 2 x 5… 2 x 5… 2 x 5… ¡12! -grité. En ese momento D. Manuel mirándome fijamente me ordenó: -¡Tú, ponte de cara a la pared¡ Y los demás repetid conmigo 2 x 5=10 2 x 5=10. Me pasé toda la semana susurrando 2 x 5= 10, 2 x 5= 10. 70 El chico le contesta sudando por el esfuerzo: -Pues qué va a ser, esa “dimisión” que nos puso en la pizarra. -A ti si que te voy a dimitir- contestó el maestro riéndose. Tanto la multiplicación como la división eran dos caballos de batalla para todos nosotros. Si la multiplicación ya nos resultaba tediosa y difícil de entender, no digamos la división. Ahí si que no comprendíamos absolutamente nada. Por si no fuese suficiente, una vez terminada la división había que hacer la prueba por medio de una multiplicación kilométrica. Cuando íbamos a sumar lo multiplicado y le añadíamos el resto te encontrabas con que el resultado no coincidía con el dividendo ¡vaya suplicio! ¡Otra vez a borrar! Algunas veces hacíamos trampa y poníamos el resultado de la multiplicación coincidiendo con el dividendo. 71 Esto también tenía una riesgo. Si te pillaba el maestro ¡Tenias divisiones para rato! Y ya no digamos los problemas, empezando por los enunciados que no tenían desperdicio. Ejemplo número 1. Para terminar aquel día, que se ve que debía estar especialmente melancólico, me dio por pensar de qué habría muerto el niño y así se lo pregunté al maestro. Este me respondió: -José dedícate al problema y deja de pensar en las musarañas. Todo el camino fui pensando en el problema y al llegar a casa ya di con la solución ¡el niño había muerto de viejo! Un niño vivió 240 días completos. ¿Cuántas horas vivió? Ejemplo número 2. Entre lo tenebroso del enunciado y mi dificultad para entender lo que leía, no encontraba solución. Primero, su vida me parecía muy larga. Ese número, 240, era una cantidad enorme para mi. Cuando los mayores hablaban de reales esa cifra era prácticamente inalcanzable. No os podéis imaginar la cantidad de gallinas que se podían comprar con ese dinero. En segundo lugar, para solucionar el problema ¿había que sumar, multiplicar o dividir? Al soplarme un compañero que se multiplicaba por 24, el resultado me pareció todavía más espantoso. Tomar muchas piedrecitas y con ellas hacer montones de una decena cada montón. A mi me resultaba estúpido aquel problema. Además de hacerlo, tendría que ser mientras cuidaba las vacas. Ya me imaginaba de vuelta a casa con los bolsillos llenos de piedras y a mi madre preguntándome: -¿Qué traes ahí? -Piedras Ese niño había vivido mucho más tiempo que mi abuelo, que murió con 82 años. -¡No estás bien de la cabeza! ¿Es que no se te ocurre nada mejor que coger piedras? Según el resultado de mi multiplicación el niño vivió 1.440. Como yo comparaba los 82 años de mi abuelo con los 1.440 del niño, comprenderéis que yo no entendiera nada ¡Un niño más viejo que mi abuelo! Es fácil comprobar que se me daba mejor mezclar las churras con las merinas que solucionar el problema. -¡Encima me tomas por tonta!¡Vete a la era y tira toda esa porquería que solo sirve para romperte los bolsillos! 72 73 -Son los deberes de la escuela. Tengo que contarlas. Se ve que el que hizo la Enciclopedia Álvarez no tenía una madre como la mía. El maestro insistía tanto en decirnos que todo lo que aprendiésemos ahora sería de utilidad para el día de mañana, que después de unos cuantos problemas con piedras, dije que quería ser contador de piedras. Mi madre debió pensar que estaba mal de la cabeza porque durante un tiempo me estuvo observando con preocupación. mujer no estaba dotada para el razonamiento matemático. Esto me costaba entenderlo puesto que mi prima hacia las cuentas mejor que yo y algunas compañeras eran las primeras en resolver los problemas. Para terminar diré que los mayores, asistentes a la escuela nocturna, estaban orgullosos porque aprendían álgebra. Una palabrota que a los catorce años no comprendía y que después me dio tantos quebraderos de cabeza. Ejemplo número 3. En un cesto hay 3000 huevos. ¿Cuántos pares de huevos contiene? ¡Nunca entendí por qué tenía tantos admiradores semejante sufrimiento! Cuando fuimos a corregir el problema, a todos les daba 1.500 huevos y yo dije que eso era imposible. El maestro me dijo que le explicara por qué era imposible. Entonces le respondí que era una barbaridad de huevos y que no se podían poner todos juntos. Por más que D. Manuel insistió en que hiciese el problema yo no veía más que yemas y claras chorreando del cesto. Recordaba cuando ayudaba a mi madrina a contar los huevos para llevarlos a la feria. Solo eran dos docenas y el cesto iba ya casi repleto. Por otra parte le dije que los de abajo estarían aplastados y nadie los querría comprar. Y que además no había cesto para tanta cantidad de huevos. Siguiendo con las matemáticas, quisiera hacer una referencia especial a las compañeras de clase. En aquella época se decía que la 74 75 XVI Esto significaba un rato más de recogimiento y quietud con lo cual es fácil imaginar que nuestras cabecitas se llenaran de musarañas. Después de este calvario venía el ejercicio escrito. LAVADO DE CEREBRO En la época de nuestra asistencia a la escuela primaria, los maestros estaban obligados a dar un tipo de educación basada en los principios que el régimen franquista establecía en sus programas educativos. Para ello se utilizaban tres materias fundamentales: la Religión (católica, apostólica y romana). La Historia de España (donde interesaba formar hombres que acatasen esa manipulada historia más que hombres que la conociesen) y Formación del Espíritu Nacional (que abarcaba todos los principios a los que se hace referencia anteriormente). Observando el horario escolar de un día cualquiera, nos encontramos con el lavado de cerebro que sufríamos los escolares. ¿Os imagináis sobre lo que había que escribir? ¿Sobre temas culturales, científicos o técnicos? ¡No!, nada de eso. Se trataba simplemente de aspectos que ensalzasen el franquismo: La Conquista de América, la expulsión de los moros, la grandiosidad de los Reyes Católicos, El Alzamiento Nacional y cómo no, la figura de Franco y hasta de Fray Benito. Por si esto fuera poco, los sábados tocaba el rezo del rosario más Historia Sagrada y Catecismo. Al final de la escolaridad este “pequeño e inofensivo” librito ocupaba la mayor parte de nuestros sufrimientos y miedos escolares. Luego teníamos los días especiales: Día del Caudillo, Aniversario de la muerte de José Antonio, el Domund o el día de la Victoria. ¡Solo faltaba que celebrásemos el día del sacristán! Después de esta cantidad de aspectos ideológicos ya os podéis imaginar cómo hemos tenido que enfrentarnos al mundo en nuestro periodo adulto y laboral. Izar la bandera (aunque en nuestra escuela no había), cantar los himnos “patrióticos” propios del régimen y rezar. Todavía no nos habíamos recuperado de la canción, en absoluto silencio y con el brazo en alto, cuando continuábamos con el rezo por excelencia: El Ave María. 76 77 XVII -D. Manuel, ya he terminado. -Espera, ahora te atiendo- me contestó y continuó corrigiendo a la niña. Impaciente volví a insistir: -D. Manuel, ya he terminado. UN MOMENTO POR FAVOR Conversaba con Isabel, mi mujer, sobre la violencia en las aulas en las épocas actuales. Y me acordé de mi primer día de colegio, recién cumplidos los seis años. Viendo que no me hacía caso, sin pensarlo le di un pellizco. -¡Ay!, gritó con tal fuerza que su lamento se oyó en varios kilómetros a la redonda. Toda la clase se quedó inmóvil esperando la respuesta del maestro. Dolores se echó las manos a la cara diciendo: -¡Has pellizcado al maestro! Entramos corriendo para coger los mejores sitios. Yo, como era muy avispado, me puse en primera fila. Permanecíamos sentados haciendo la tarea que D. Manuel había puesto en la pizarra. Con su habitual seriedad. El maestro se sentó en su mesa para empezar a corregir los trabajos. Una fila de niñas se colocaba por su izquierda. Otra de niños hacia lo mismo por la derecha. Todos agarrados a la pizarra o al cuaderno esperábamos nuestro turno. La atención a cada uno iba alternativa, primero una chica luego un chico. Al mismo tiempo vigilaba que toda la clase estuviese en silencio y trabajando. -Pedro no hables. Juan qué miras- se le oía de vez en cuando. Lo que me sucedió es digno de recordar. Me había mandado hacer unos palotes. Fui el último en terminar la tarea. Cuando llegué ante D. Manuel estaba corrigiendo los deberes a Dolores. Le dije: 78 79 -Abre la mano- me ordenó D. Manuel al mismo tiempo que cogía la regla. Sentí un tremendo dolor. Me eché a llorar. No me lo podía creer. Si no había hecho nada malo. XVIII Volví a mi asiento sin la tarea corregida. En mi casa éramos cuatro niños y seis adultos. Yo tenía la costumbre de pellizcar a los mayores cuando no me hacían caso. Recibía reprimendas por ello pero siempre conseguía lo deseado. Sentado en el pupitre, con la mano roja como un tomate, prometí no volver a pellizcar a nadie. SIERRAS Y QUEBRADOS Antonio trabajaba todo el día con su padre serrando madera. Y después, completamente agotado, asistía a la escuela nocturna que comenzaba a las siete de la tarde. Si quería emigrar y cambiar de vida no le quedaba otro remedio que prepararse. El agotamiento era el causante de la falta de atención y la dificultad que tenía para comprender las explicaciones de D. Manuel. Os voy a contar lo que le pasó al mencionado compañero. Su casa estaba como a media hora de la escuela. Los caminos estrechos, llenos de piedras y zarzas y la linterna que apenas alumbraba, hacían que aumentase el cansancio que ya tenía acumulado. No era cosa extraña que alguien diese una cabezada pero Antonio roncaba como un bendito. Con gran habilidad para no ser visto, Luís le lanzó el trapo de borrar a la cara. Fue tal el susto que se llevó Antonio que, medio adormilado dio un grito: 80 81 -¡Papá no tuerzas la sierra que me vas a cortar! XIX La carcajada no se hizo esperar. El maestro no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Mandó callar y continuó con su explicación sobre los quebrados. Al rato, los ronquidos de Antonio retumbaban de nuevo en toda la habitación. Uno de los más responsables le preguntó a D. Manuel si quería que lo despertase. SILENCIOSO PERO MATÓN Todos esperaban una respuesta afirmativa pero el maestro dijo que le dejasen dormir y además añadió una estrofa que iba que ni pintada para la ocasión: -Hombre José, ¿te acuerdas de la historia de las castañas? Es la frase que, a modo de saludo, me dirige Pedro cuando coincidimos en vacaciones. “Paxariños que voades Po las follas de loureiro Deixade dormir o neno Que está no sono primeiro”. Pedro es un hombre entrañable y siempre dispuesto a gastar bromas. No obstante lo que más destaca en su persona es la eterna sonrisa que yo todavía recuerdo de cuando íbamos juntos a la escuela. Por desgracia poco tiempo compartimos la enseñanza primaria ya que el fue de los primeros que emigró a Euskadi. Una mañana de agosto nos encontramos en el bar y surgió el tema del libro que yo estaba escribiendo. Él se ofreció a refrescarme los recuerdos de esa historia que tantas veces nos había hecho reír. En la aldea ya había terminado la recogida de las castañas, alimento básico durante el periodo invernal. Aquella mañana no solo hacía un frío terrible sino que llovía intensamente. Dado que no teníamos paraguas utilizábamos los sacos de las patatas, en forma de carapucho, para protegernos del agua. 82 83 Como siempre entramos amontonados. Dejamos los sacos en el fondo de la clase. Y como no había calefacción teníamos que soportar el frío y la humedad de nuestras ropas todo el día. Tú y yo, me recordó Pedro, nos sentamos en la primera fila. Nos costaba coger el pizarrillo. Teníamos las manos heladas y aquellas filas de números no nos dejaban olvidar la humedad del ambiente. Había un silencio sepulcral. D. Manuel sentado detrás de la mesa, disimulaba el frío que seguro le penetraba hasta los huesos. -¿Te pasa algo José?. Serio y nervioso le contestaste: -Ayer por la noche me hinché a castañas. -Buen hombre, si es por eso otro día procura comer menos -terminó el maestro. Excepcionalmente no probaste la vara de avellano pero tu semblante parecía como si hubiese recibido el acostumbrado jarabe de palo. -Hasta donde recuerdo- continuó mi amigo- solo se oía su voz. -Juan tienes que corregir ese seis. Felipe vuelve a hacer la cuenta. Andrés estate quieto. -Se ve que las castañas habían hecho su efecto, me dijo Pedro riéndose. De pronto a alguien se le escapó un pedo de esos que no se oyen pero deja un olor inaguantable. Yo te miré con complicidad. El maestro dejó de corregir y con cara entre sorprendido y enfadado miró a la clase, se levantó de su silla y paseando por delante de nuestra mesa preguntó quien había sido el que lo había hecho. Inmediatamente te volví a mirar y con una actitud acusatoria te dije: -Di que has sido tú. Toda la clase estaba intrigada pensando en lo que iba a suceder de un momento a otro. Tú mirabas al suelo esperando que D. Manuel se dirigiese a ti. Al verte la cara, te preguntó: 84 85 XX Una mañana se quedó encargado de la clase mientras D. Manuel fue a su casa a resolver unos asuntos. Cuando el maestro tenía que ausentarse nos comportábamos como si él estuviese allí. Nadie molestaba y para ir al servicio se tenía que pedir permiso. FE, ESPERANZA Y CARIDAD Andrés tuvo ganas de mear pero no estaba dispuesto a pedírselo a Pedro ¡Bastante sacrificio había sido rezar durante tres meses para pedir por la mejoría de su maldita pierna! Cuando algún alumno enfermaba, los compañeros, guiados por D. Manuel, rezábamos unas oraciones pidiendo por su mejoría. A Andrés no le hacía mucha gracia esto y el maestro le tenía que insistir diciéndole que otra vez lo harían por él. En el fondo de la escuela había quedado un bote de pintura de las obras que se habían hecho en el aula. -Yo nunca me pongo enfermo y además no quiero que nadie rece por mi- contestaba Andrés entre dientes. Un día Pedro, el más trabajador de la clase, quiso coger un nido de gorrión. Para su desgracia resbaló y al caer se rompió una pierna. Una vez sabida la noticia D. Manuel, como era costumbre, dijo que teníamos que rezar hasta que nuestro compañero volviese a la escuela. Andrés, apurado, meó allí sin darse cuenta de que el bote estaba agujereado. Al instante comenzó a salir un ligero reguerillo amarillento y humeante que se fue extendiendo por el suelo hasta llegar a la puerta. Pedro, haciéndose el listillo dijo, señalando con el dedo a Andrés, que seguía meando. -Has sido tú. Durante tres eternos meses, pedimos por su mejoría. No nos quedaba otro remedio ya que el maestro, como buen cristiano, era muy riguroso con el tema de los rezos. La clase entera estalló en carcajadas. Cuando Pedro regresó a la escuela lo hizo con muchas ganas, se puso al corriente de los trabajos y volvió a ser el alumno ejemplar que siempre había sido. Más tarde, cuando llegó el maestro fue informado, por su “incondicional colaborador”, de lo que había pasado. D. Manuel, muy enfadado, lo tuvo castigado hasta las tres, hora en que la madrina de Andrés vino a recogerle. 86 87 La mujer habló con el maestro y al final el chico fue perdonado y pudo ir a comer. De esta manera se terminó con el conflicto pero no con el rencor que Andrés tuvo siempre hacia su compañero. XXI A FALTA DE FLORES, BUENAS SON LAS PLUMAS Un día vi una obra de teatro denominada Restos. En ella se ve a unos hombres matando y comiendo pollos. Pensando en la obra me vino a la memoria lo que hicieron Emilio y sus compinches con el gallo que tenía D. Manuel en su gallinero. Cuando estos chicos veían la buena vida que se daba el hermoso macho, con aquella preciosa cresta, pensaron, muertos de envidia, cómo quitárselo de en medio. Estuvieron unos días dando vueltas sobre el modo de hacerlo. Por lo que se ve sus cavilaciones no dieron para mucho pues una noche comenzaron a lanzar piedras sobre el animal hasta que, el pobre, pasó a mejor vida. Sabían con certeza que nadie los había visto realizar la fechoría, pero, la astucia de D. Manuel, como siempre, también funcionó en esta ocasión. Al día siguiente, nada más llegar a la escuela se dirigió a ellos. 88 89 -Así que Vds. se dedican a maltratar a los animales- les dijo mirándoles con una fiereza que nunca habíamos visto en sus ojos. -No, no. Nosotros no hemos sido- balbucearon los asustados compañeros. Estuvieron toda la jornada escolar con las plumas de su victima entre las manos. Para ellos fue un auténtico martirio y encima duró una semana. ¡Me gustaría saber si Emilio y sus “compinches” probaron alguna vez el pollo asado! -¡Como que no!- insistió el maestro. Los chicos le vieron tan seguro que acabaron reconociendo lo que habían hecho. En ésta ocasión, el final de la historia nos pilló a todos por sorpresa ¡No nos podíamos imaginar el castigo que D. Manuel les tenía preparado! Había hecho un ramo con las plumas del gallo que estaban esparcidas por el gallinero. Se lo entregó a Emilio y les ordenó que se lo fueran pasando unos a otros. 90 91 XXII QUÉ GUAPA ES DOÑA ANA Lindando con la escuela había un par de fincas que el maestro usaba para plantar, además del maíz para las gallinas, patatas y repollos. Dos o tres chicos mayores ayudaban a Ramón, el encargado de plantar todos los años la huerta de D. Manuel. Los chicos eran elegidos por su buena conducta o por la relación del maestro con sus padres. Los días que trabajaban en la huerta, D. Manuel invitaba a comer en su casa a Ramón y a sus ayudantes. Dª Ana, su mujer, sabiendo que la comida diaria en las casas de estos chicos era a base de caldo y leche, les hacía un “menú especial” que los comensales devoraban con enorme satisfacción. Como Ramón acompañaba estas viandas con unos “vasitos de ribeiro” siempre acababa deleitándoles con sus “magníficas” dotes musicales. Cantaba y bailaba canciones dedicadas a la mujer del maestro. Una que nunca faltaba era: “Cariña de rosa, ramo de placer, que juapa e doña Ana a muller de D. Manuel” Cuando se recogía lo cultivado era un día de alegría para todos. El maestro tenía sus frutos y nosotros ¡por fin! podíamos jugar a nuestro libre albedrío. Aunque había algunos que se ofrecían voluntarios en agradecimiento a lo mucho que el maestro se esforzaba por ellos. Ramón hacía los surcos y los chicos echaban la simiente y el abono que se sacaba de los retretes y del gallinero. Desde el momento que quedaba todo sembrado, para nosotros comenzaba un auténtico calvario. Había que ir con mucho cuidado alrededor de la escuela para no pisar lo sembrado. Si el maestro descubría que habíamos pasado por ahí se nos caía el pelo. 92 93 XXIII El tercer juego, que yo compartí en multitud de ocasiones con mi prima, era el de las piedras, así llamado porque se jugaba con seis pequeños cantos rodados. Había que tener mucha habilidad óculo manual y dependía de lo ligeras y redondeadas que fuesen estas. Mi prima era una gran jugadora. En cambio yo era un desastre y, con toda la razón, ella no quería jugar conmigo. VOLABA NUESTRA IMAGINACIÓN Los chicos, mientras tanto, íbamos a nuestro “estadio”, que era una corredoira (2) llena de piedras, zarzas y barro pero para nosotros tan bueno como el campo de futbol del Deportivo de La Coruña. A media mañana hacíamos un descanso para disfrutar del deseado recreo. Cuando el maestro avisaba, excepto los que estaban castigados, salíamos en tropel haciendo un ruido infernal. Cualquiera que nos viera pensaría que habíamos estado encerrados varios días ¡Era la libertad en el amplio sentido de la palabra! ¡Por fin! Podíamos jugar a nuestras anchas. Los equipos se hacían por aldeas. Se limitaba un trozo de camino y con dos piedras en ambos extremos hacíamos las porterías. Las chicas se quedaban delante de la escuela. Sus juegos preferidos eran el escondite, el corro y las piedras (1). Para el primero de los juegos se aprovechaban los pequeños carreros que había alrededor de la escuela. Aquel enorme árbol al lado del pozo, donde se podían esconder tres niñas a la vez o entre los maizales o trigales, dependiendo de la época ¡Escondites y ganas de jugar no faltaban! Todavía recuerdo algunas de las canciones del corro: pase misí, dónde están las llaves o el patio de mi casa. A los chicos nos gustaba oír las voces de las niñas imaginándolas como futuras vocalistas de las orquestas que venían durante la fiesta a Bandoxa. 94 95 ¿Con qué balón se jugaba? Eso era otra historia. Alguien traía un pelota de goma, otra veces una piña e incluso hubo veces que teníamos que recurrir a una especie de pera de goma que se utilizaba para inseminar a las vacas. Os imagináis a quince o veinte niños con zuecos (3) detrás de cualquier cosa redondeada. Jugábamos al fútbol como auténticos gladiadores. -¡A dentro! Pero nosotros seguíamos a lo nuestro sin hacerlas el menor caso. Solo cuando alguno de nosotros decía: -¡Es tarde! ¡Nos quedaremos castigados! -¡Pásame o balón oh! Salíamos en estampida hacia la clase. Sabiendo los castigos que nos ponía D. Manuel, no me explico como algunas veces llegábamos hasta con media hora de retraso ¡Eso si que era pasión por el fútbol! -¡Eres ben burro! -¡Entrenalle entrenalle! -¡A modo! ¡Mira donde das animal! -¡Es ben bruto! (1) Juego de las piedras. Juego de las tabas en castellano. Estas y otras “lindeces” por el estilo era lo que gritábamos durante el partido. Como todos sabemos, por desgracia, todavía se siguen utilizando estas maneras ”tan refinadas” tanto entre los futbolistas como entre los espectadores. Los laterales de la corredoira, dada la dureza de los zuecos, terminaban como si hubiese pasado por allí Atila. Donde jugábamos nosotros no volvía a crecer la hierba. (2) Corredoira. Terreno tipo zanja por donde pasan los carruajes, animales y personas. Suele tener el ancho de un carro gallego. (3) Zuecos. Piezas de cuero de vaca cuya base es de una sola pieza de madera que usan los campesinos en Galicia. Volvíamos del recreo como si viniésemos de una batalla. Sudados, embarrados y con las rodillas llenas de rasguños ¡Menudos futbolistas estábamos hechos! ¡Lo que nos costaba dejar de jugar! Las chicas, tan responsables ellas, venían a avisarnos: 96 97 XXIV LAS CORRERÍAS DEL PERRO Delante de su casa D. Manuel tenía un gallinero donde guardaba sus conejos y gallinas. Él se encargaba personalmente de cuidarlos. En una ocasión se tuvo que ausentar durante unos meses para realizar un curso de perfeccionamiento profesional en A Coruña. Un vecino quedó encargado de atender a los animales durante los cinco días de la semana que el maestro no estaba. Los fines de semana D. Manuel volvía a su casa. El maestro nos acusó a Carlos, a Juan y a mi, y es cierto que éramos unas piezas de mucho cuidado pero, en aquella ocasión no habíamos sido nosotros. Estuvimos una semana castigados. Durante la clase hacíamos la tarea de pie, no podíamos ir al servicio y tampoco salir al recreo. Nos preguntábamos quien sería el desgraciado que nos había metido en tal follón. Si al menos hubiésemos disfrutado de la sabrosa carne de los conejos, el castigo lo soportaríamos con resignación pero de esta manera nos sentíamos humillados. Además el maestro nos amenazó diciendo: -Mañana mismo doy parte del robo a la Guardia Civil y así espero que escarmentéis ¡Granujas, sinvergüenzas, ladrones! Estábamos tan asustados que cada vez que lo veíamos escribir pensábamos que estaba redactando la denuncia para la Benemérita. El dueño de la taberna, que estaba muy próxima a la escuela, tenía un perro negro, grande, famélico y con malas pulgas. Durante la ausencia del maestro se aficionó a visitar a ”sus vecinos”. Al principio solo hacía algunos desperfectos en el gallinero. Pero después, se ve que se encariñó tanto de sus nuevos amigos, más de un conejo terminó en su estómago. Al día siguiente vimos unos trozos de papel en el retrete de los niños. Con mucho asco y haciendo un gran esfuerzo los cogimos y al juntarlos pudimos leer algo similar a “…dándose por tercera vez que entran en el gallinero doy parte a la Guardia Civil…”. De esta manera comprobamos que sus amenazas iban en serio. Estábamos aterrorizados. Cuando D. Manuel finalizó el curso y volvió definitivamente a Bandoxa se le ocurrió contar los conejos y vio, con disgusto, que le faltaban dos. Se tardó un tiempo en saber quien había sido el causante del desaguisado. Mientras tanto nosotros seguíamos con el castigo y pensando que en cualquier momento vendría la Guardia Civil a buscarnos. 98 99 Un día, pasadas dos semanas, el tabernero le preguntó al maestro si le faltaba algún conejo porque temía que su perro se los hubiese comido; ya que había encontrado huesos en su perrera. Finalizado el castigo, juramos vengarnos del perro aunque nunca lo hicimos. Eso si, nos quedó un gran recelo hacia la Guardia Civil que a mi todavía me dura. XXV EL RÍO DE LA BAROSA Pasa por uno de los laterales de la parroquia. Allá en la hondonada sirve como frontera entre aquella y el Monte do Gato. En su transcurrir se van sucediendo bajadas y llaneos con alguna que otra cascada. El alejamiento de la costa y las malas comunicaciones hacía que los niños disfrutásemos de los baños dominicales en este río como si estuviésemos en la mejor playa de A Coruña. La distancia desde nuestras casas era considerable pero como íbamos con nuestros amigos y sobre todo teníamos la oportunidad de ir con los chicos mayores, el camino se nos hacía corto. Había varios lugares para bañarse, aunque el que mas nos gustaba era el llamado A Poza da Moura, muy profundo y peligroso. Nadie había sido capaz de conocer el fondo y yo me imaginaba que ahí abajo vivirían ranas enormes y truchas maravillosas con forma de sirenas. Las rocas que rodeaban la poza eran para nosotros como grandiosos castillos de piedra. Desde allí nos lanzábamos al agua aunque casi nos divertía más observar las demostraciones de valentía que algunos hacían intentando llegar al fondo. Como podéis ver para nosotros este río era el mismísimo Amazonas. 100 101 Gracias a estar cerca de un grupo de casas, recuperábamos las fuerzas perdidas en el baño comiendo de sus árboles frutales. Los cerezos eran los preferidos en la época estival. Parecíamos gorriones recorriendo las ramas y subiendo lo más alto posible para no tener que compartir con los demás las apetitosas cerezas. A pesar de que este río significaba tanto para la vida del pueblo, como dice el poema “nadie se detenía a oír su eterna estrofa de agua”. A lo largo de su cauce, se construyeron molinos para la obtención de harina de trigo, centeno y maíz. Eran de propiedad comunal e incluso, ahora que están abandonados e invadidos de zarzas y piedras, siguen perteneciendo a los parroquianos. Cuando yo era pequeño me imaginaba que de noche estaban habitados por brujas, meigas, ratones y murciélagos malvados. Aquellas linternas primitivas, que utilizábamos para alumbrarnos cuando íbamos al molino de noche, no hacían más que aumentar mis miedos. En mis sueños veía las meigas allí dentro haciendo los brebajes con la harina para convertirme en ratón. De día, los molinos eran mis amigos. Observar como el rodrizo daba vueltas como el tío vivo de las ferias, la magia de ver como entraba el grano y salía transformado en harina, el ruido del roce de las piedras circulares en su interior, la musicalidad del agua al caer en la base del molino y el murmullo del río hacen que su recuerdo me llenen de paz. podrían dedicar a la hostelería rural, a centros de meditación o a cualquier otra actividad lúdico creativa ¡Os imagináis los maravillosos cuentos que se podrían escribir en estos tristemente abandonados “monumentos”. A lo largo del tiempo este río ha tenido una tradición de río truchero. En mi época infantil era normal ver al cura y a su sobrino saltando entre las piedras y echando el anzuelo para poder pescar alguna trucha. Con frecuencia se le quedaba la sotana enganchada en las ramas y había que ver a los dos tirando del oscuro ropaje con gran pericia para no caerse al río. ¡Ahora entiendo la cantidad de zurcidos que lucía el cura en su sotana! Como nosotros, los niños de la aldea, no teníamos acceso a estos “sofisticados” métodos, cogíamos las truchas con las manos. Los peces más avispados se escondían entre las rocas pero siempre había algunos que inocentemente se quedaban en el canal del molino. Aquí nos resultaba más fácil su captura. Voy a contar una anécdota que nos sucedió, siendo chavales, a mi vecino Francisco y a mi. Una tarde calurosa estaba yo cuidando el ganado cuando se presentó Francisco proponiéndome ir a coger truchas. Ahora, con mi edad adulta, siento pesar porque se pierdan estos molinos. Están enclavados en unos parajes tan bellos que bien se Caminamos hasta el molino. El canal iba lleno de agua y se podían ver las truchas corriendo de una punta a otra. El plan era muy sencillo. Todo consistía en desviar el agua hacia el río, dejar seco el canal y coger los relucientes peces. Nuestras madres ya se encargarían de hacer con ellos una exquisita cena. 102 103 Estábamos tan ensimismados en la tarea que no nos dimos cuenta de la venida del hombre que tenía aquel día destinado a la molienda de su trigo. Recibimos una reprimenda verbal y la azorosa situación nos hizo avivar el razonamiento. Acercándose hacia nosotros no dejaba de decir improperios. Entonces me salió del alma y le dije: XXVI EL TRIGAL DE CARMEN -No sea tan interesado. Vd. tiene todo el día para moler el trigo pero para nosotros quizás sea la única oportunidad de poder coger unas truchas tan hermosas. Durante muchos años hubo una violenta batalla verbal entre la familia del maestro y Carmen. El hombre no se quedó muy convencido pero hizo la vista gorda y esa noche, tanto en la casa de Francisco como en la mía, se cenó trucha. Don Manuel tenía un gallinero cerrado con malla metálica colindante con una parcela de la mencionada vecina. El maestro daba de comer a sus gallinas las sobras de los platos ¡Menudo manjar! Los alumnos que tenían que cruzar el río para asistir a la escuela lo hacían por los correspondientes puentes. Pero algunas veces, por no hacer un rodeo, cruzaban saltando por las enormes rocas que la corriente había depositado a lo largo del cauce. Lo peor era cuando las torrenciales lluvias de la noche hacía que aquel río pareciese el Amazonas. En esas ocasiones era peligroso cruzarlo. No solo terminabas empapado sino que corrías el riesgo de resbalar y darte un buen golpe. No era raro que prefiriesen el trigo o maíz de la finca de aquella mujer. Como podéis comprobar, para nosotros el río de la Barosa era como uno de aquellos que aparecían en el Atlas colgado en la pared de la clase. Más, como dice el poema, por desgracia ”nadie se detenía a oír su eterna estrofa de agua”. Por mucha malla que se pusiese, la tentación era tan grande que los animales siempre conseguían visitar el terreno de la vecina donde les esperaba el grano fresco y sabroso. Carmen, cuya vivienda estaba a cierta distancia de la escuela, se acercaba casi todos los días a su propiedad sabiendo que las gallinas del maestro habrían hecho de las suyas. Rápidamente el conflicto resurgía. Comenzaba la retahíla de insultos hacia la mujer del maestro y a toda la familia. Aquel día, cuando Don Manuel volvió de sus visitas médicas, se encontró con una mujer desesperada. 104 105 -Ha vuelto Carmen. Cada día es mas violenta. No te puedes imaginar lo que me ha dicho- le dijo triste y asustada Doña Ana. -Bueno mujer, tranquilízate. Mañana mismo hablaré con ellarespondió el maestro. Al día siguiente ambos adversarios se encontraron. -Tenemos que solucionarlo. Te vuelvo a proponer la compracomenzó D. Manuel. Ella se quedaría con la finca al lado de su casa y Luís pasaría a ser el nuevo propietario de la finca colindante con el gallinero. Entonces sería el momento de llegar a un acuerdo y el maestro compraría la finca en discordia. Lo peor fue que Carmen nunca quiso aceptar ningún pacto y el conflicto permaneció hasta que D. Manuel, una vez jubilado, cambió de domicilio. Como se puede deducir, ninguno de los argumentos que esgrimió D. Manuel para solucionar el problema dio resultado. -Lo que tiene que hacer vd. es vender las gallinas. Si no, cualquier día van aparecer colgadas de una estaca- respondió la vecina. Como no se encontraba solución con el diálogo, Don Manuel buscó otra alternativa. Sabía que Luís tenía una finca al lado de la vivienda de Carmen y le propuso un cambio. 106 107 XXVII -¡Dale! ¡Pégale más fuerte! ¡Golpéale en la cara! ¡Arréale una patada! ¡Machácale la cabeza! ¡Rómpele las piernas! EL RITUAL DE LAS CABRAS Aquella tarde, después del partido de fútbol, Luís y Juan se tenían la guerra declarada. Luís no aceptaba la derrota. Los dos goles que le había marcado Juan le tenían enfurecido. De vuelta a casa por la corredoira, Luís y Juan se iban calentando con miradas amenazantes. A pesar de las bromas de los demás, Luís seguía dando vueltas a esos dichosos goles. De las miradas pasaron a los hechos. Parecían cabras preparándose para la pelea. Comenzaron a girar uno alrededor del otro como cabras retadoras, dándose pequeñas embestidas. Los demás compañeros hicimos un círculo alrededor de ellos. Estábamos todos nerviosos incitándoles al combate. Un empujón fue el detonante. Como respuesta Luís agarró a Juan por el cuello y los dos rodaron en el camino lleno de piedras y barro. Desde ese momento los gritos de ánimo no cesaron: 108 Luís y Juan “mordieron el polvo”, uno sobre otro, utilizando brazos y piernas, e incluso los dientes, para defenderse y atacar. Del labio de Luís comenzó a salir un reguero de sangre. Los ánimos se iban calentando cada vez más. ¡Se mascaba la tragedia! Pero en ese momento se oyeron las voces de alguien que llamaba a uno de los contrincantes: -¡Juan hay que sacar las vacas! 109 En el fragor de la batalla nadie hizo caso. Las vacas podían esperar en la cuadra pero de esta pelea tenía que salir un ganador. Luís estiró el brazo con todas sus fuerzas y el ojo de Juan tardó un segundo en ponerse morado como una berenjena. Algunos compañeros, asustados, comenzaron a separarlos. Tenían un aspecto terrorífico: sucios, arañados, jerséis rotos, sangre, mucha sangre. Parecía imposible calmar a esas dos cabras enloquecidas. En ese momento llegó la madre de Juan y agarrándolo de un brazo le dijo: -¡Encima de hacer esperar a las vacas mira como tienes el pantalón! Y tú Luís, no te quedes ahí como un pasmarote. ¡Vete a tu casa! Cuando te vea tu madre así, te vas a enterar. Cuando más de uno ya rodaba por el suelo, alguien grito: -¡Cuidado que vienen las vacas! Y efectivamente, tuvieron que defenderse de un enemigo mayor. Las vacas les tenían rodeados. En ese momento todos se olvidaron de los goles, del labio de Luís, del ojo de Juan y salieron despavoridos como cabras asustadas. Como este combate hubo cientos durante el periodo escolar ¡que pena que ningún director de cine nos filmara! Lo mismo hasta nos hubiesen dado un Oscar. Después llegaron los comentarios. -Ha ganado Luís- dijo un compañero. -No, Juan le dio más fuerte y le partió el labio- contestó otro. -Sí, pero Luís le puso el ojo morado- insistió el primero. -Ya, pero duele más el labio. -De eso nada porque un golpe en el ojo te puede dejar ciego. -Es peor quedarse sin dientes- volvió a responder el segundo. Poco a poco el ambiente se fue caldeando y los empujones e insultos no se hicieron esperar. 110 111 XXVIII des a las familias, que, de generación en generación, las iban padeciendo. Eran muy frecuentes los siguientes comentarios: -José tienes el mismo tipo de tensión que tu padre y tu abuelo. LOS ACERTADOS DIAGNÓSTICOS DE D. MANUEL -Marica acostumbras a quejarte como lo hacía tu hermana. D. Manuel, una vez terminados los estudios de Magisterio, hizo un curso de practicante, pues era algo necesario para los docentes que iban a trabajar en el medio rural. -Julio si no te cuidas terminarás con los bronquios destrozados como le pasó a tu padre. Al llegar a Bandoxa, no tardó en ejercer los mencionados conocimientos debido a la escasez de médicos y las distancias, sin medios de locomoción, que tenían que recorrer los parroquianos hasta los lugares donde aquellos tenían sus consultas. La dedicación a la medicina fue casi paralela a la labor educativa. Se sabía que si el maestro no estaba en la escuela o en su casa era que se encontraba visitando pacientes por todo el término parroquial e incluso fuera de él. En los primeros años simplemente se dedicaba a poner inyecciones o dar algún consejo para curar las enfermedades más frecuentes. Pero a medida que pasó el tiempo su diagnóstico fue cada vez más acertado. Y los resultados positivos no se hicieron esperar. La práctica sanitaria del maestro era lo más parecido al médico de cabecera. Había todo un ritual en las visitas a domicilio: observar el semblante del enfermo, ver como estaba el color de la lengua, preguntar por las deposiciones e indagar sobre cualquier dato que pudiera añadir algo para facilitar el diagnóstico. Finalmente D. Manuel era invitado a entrar en la cocina donde comentaba con los de la casa los problemas cotidianos del día. Y terminaba probando los productos de la matanza acompañados de un buen vino que los taberneros traían de la zona leonesa. Esta actividad le obligó a conocer a todas las familias de parroquianos. A lo largo de los años D. Manuel asociaba las enfermeda- El maestro hacía las visitas a sus pacientes andando ya que no tenía otro medio para desplazarse. Sus ocupaciones le mantenían siempre en un ir y venir que solo terminaba bien entrada la noche. Poco dormía D. Manuel pues nada más amanecer, ya estaba otra vez en danza. Eso le mantenía ágil y con una vitalidad que hasta bien pasada la edad de jubilación el que suscribe puede dar fe de ello. 112 113 Sus éxitos sanitarios llegaron a ser oídos en lugares bastante lejanos a nuestra parroquia. En una ocasión un señor tenía a su mujer muy enferma, en estado terminal. Después de varias consultas médicas llegó a localizar a D. Manuel y le suplicó que, aunque nada se podía hacer, por favor fuese a verla para dar su opinión. A pesar de que el diagnóstico del maestro coincidió con el que ya tenían, el señor quedó satisfecho y agradecido con la visita. Ya no le quedaba duda de que los diagnósticos anteriores eran acertados. Llamaron inmediatamente al maestro. Dijo que las sardinas y los pexejos se peleaban con la empanada en el estómago. Como medida preventiva me ordenó que no comiese nada más que manzana asada. Todos mis deseos de probar los manjares de la fiesta se vinieron abajo. -D. Manuel, ¿no voy a poder comer lo que ha cocinado la señora Carmen?- le pregunté muy preocupado. Los buenos resultados estuvieron salpicados de algunas anécdotas, entre otras la que me sucedió en mi infancia. -Para este año, los callos dalos por comidos. Además nada de salir a la fiesta- me respondió sin dudar. La fiesta de los Milagros se celebra en el mes de septiembre. Aquel septiembre, yo tenía ocho años. Mi familia y yo habíamos llegado de La Coruña para tan importante acontecimiento. No os podéis imaginar lo que sufrí oyendo a la gente, desde la cama, alabar lo maravillosa que estaba la comida. Esa noche, la víspera de la fiesta, había una cena compuesta de sardinas asadas, pexejos (de la familia del melocotón) y empanada recién hecha. Los buenos manjares (callos, carne asada y arroz con leche) vendrían al día siguiente. A pesar del mal recuerdo que debería tener de las manzanas asadas, como de todas las medicinas, la manzana es mi fruta preferida. Una vez más, el remedio de D. Manuel fue muy efectivo. Estas exquisiteces las cocinaba Carmen, una prima de mi madre, que no solo era una excelente cocinera sino también una mujer dulce y cariñosa, en especial con los niños. Todo transcurrió sin novedad hasta el día de la fiesta. Muy temprano mi hermano y yo fuimos a cortarnos el pelo. En el barbero empecé a sentirme mal y a tener una titiritona que no podía con mi alma. 114 115 XXIX Caminaba impaciente después de salir del colegio. -¡Que experimento tan interesante! ¡Por fin voy a poder jugar con un imán! ¡Además construido por mi mismo- hablaba solo por el camino. ALGÚN DIA LO CONSEGUIRÉ Había quedado con Felipe en Betanzos. El domingo veraniego nos llevó a sentamos bajo una sombrilla tomando un par de refrescos. Empezamos a hablar de Bandoxa y, como no, de nuestros años escolares. Enseguida nos vino a la memoria nuestro compañero José María, sin duda el más creativo de todos nosotros. Le encantaba, cuando llegaba a casa, hacer todos los experimentos que nos habían explicado en la escuela. Famosa fue la historia del imán que cerca estuvo de costarle la vida. -Aquel día tocaba el tema 40 de la Enciclopedia Álvarez. Tercer Grado- recordó Felipe con su prodigiosa memoria. Según nos contó a la mañana siguiente, cuando llegó a su casa subió al desván. Entre todos los trastos viejos encontró un trozó de cable bastante largo. Se lo metió en el bolsillo y nervioso se dirigió a la cocina. Estaba solo por lo tanto nadie le molestaría en su trabajo. Enrolló varias veces el cable. Metió cada uno de los extremos en el enchufe ¡Chas! Un fuerte chispazo hizo que saltaran los plomos y toda la casa se quedó a oscuras. A pesar del desastre no se desanimó. Arregló los plomos y pensó que aquello no tenía suficiente fuerza. El maestro nos explicó, con todo lujo de detalles, las propiedades del imán y nos dijo lo fácil que era hacer uno. Se encaminó a la parte de afuera de la casa. Por encima de la huerta pasaba el tendido eléctrico. Vio solucionado su problema. Volvió a enrollar el cable y se lo metió en el bolsillo trasero. -Siguiendo mis instrucciones cualquiera puede hacerlo en su casa- esas fueron sus palabras, según Felipe. Empezó a subir por el poste. Nos contó que le había costado mucho trabajo pues iba con zuecos y resbala en la madera del poste. Antes de despedirnos José María nos dijo que si el maestro lo dice que se puede hacer él lo hará. Lo dijo tan convencido que nosotros nos lo creímos. Después de un gran esfuerzo llegó cerca del tendido. Tomó el extremo del cable y lo enganchó a uno de los cables del tendido eléctrico. Cuando fue a hacer lo mismo con el otro no pudo. 116 117 Una descarga lo lanzó al suelo, a varios metros de distancia; pero lo más gracioso fue que, a pesar del golpetazo, del susto y de la tremenda decepción que se llevó, no dejó de pensar que algún día haría su propio imán. XXX LA ESTRATEGIA BÉLICA DEL MAESTRO Antonio, recordando la clase que el maestro le había dado en la escuela nocturna, se abrió paso entre los soldados de la compañía. Estaban en la clase teórica y el capitán había explicado la trayectoria de un proyectil. Los dibujos eran muy claros y la teoría muy bien explicada pero ninguno de los soldados era capaz de poner un ejemplo como el oficial requería. Solo Antonio, venciendo su timidez, fue capaz de ello. Al final el capitán le felicitó y le dijo que era muy inteligente. El chico era consciente que todo se lo debía al maestro. Esa noche en la litera del pabellón recordó aquella clase nocturna: Estaban en el piso superior de la vivienda de la escuela. Gracias a la luz de carburo podían trabajar por las noches. Dos puertas colocadas sobre unos caballetes hacían de pupitres. Una vieja pizarra arrimada a la pared. D. Manuel, aprovechando su experiencia en el ejército, explicó un ejercicio de geometría en situación bélica. Planteaba a los alumnos sobre la supuesta toma de una aldea desde la escuela. Ambas estaban separadas por una montaña. La cuestión era averiguar el 118 119 tipo de trayectoria que realizaría un proyectil lanzado desde la escuela. Unos ya habían hecho el servicio militar. Otros estaban a la espera. Antonio era de este segundo grupo. Todos prestaban suma atención y querían participar. ¡Las preguntas y respuestas se cruzaban como balas! Sus cinco sentidos estaban en el campo de batalla. Cuando “el proyectil” destruyó la aldea todos aplaudieron acompañando gritos y vivas a la hazaña realizada. Esto es un ejemplo más de lo valiosas que eran aquellas clases nocturnas. XXXI ELLAS SÍ QUE PICAN -Yo soy, tu somos, ellos eran- recitaba Carlos nervioso mientras le miraba D. Manuel con cara de pocos amigos. -¡Mal!- gritó el maestro. ¡Continúa estudiando! ¡Que venga el siguiente! Manolo se levantó cabizbajo. -Dime el presente de indicativo del verbo ser- ordenó el maestro bastante enfadado. -Yo soy, tu…,tu……es que no me acuerdo- titubeaba el niño. -Así no podemos seguir. Os vais aprender los verbos como sea. Yo creo que hoy vamos a empezar. Castigados los dos- dicho esto D. Manuel dio por concluida la clase. Cuando todos nos fuimos a casa a comer, para Carlos y Manolo comenzaba su trabajo extra. Las dos horas del mediodía delante del libro se les hacían interminables. No había forma de asimilar aquella retahíla de tiempos verbales. Hubieran preferido aprenderse los nombres de todas las vacas de la parroquia antes que esos 120 121 malditos verbos Entonces se les ocurrió cómo vengarse del exagerado castigo. Se decidieron por aquel amenazante avispero que estaba de camino hacia sus casas. El plan sería muy sencillo de llevar a cabo. Lo más importante era saber si D. Manuel pasaría aquel día por allí. Carlos sabía que ponía inyecciones a un tío suyo por lo que tendría que pasar obligatoriamente por delante de las temibles avispas. rada acusatoria sobre toda la clase. Al no tener la certeza de que el culpable estaba entre nosotros no impuso castigo alguno. Si él HUBIERA o HUBIESE SABIDO quienes habían sido los causantes de aquella trama HUBIERAN o HUBIESEN CONTINUADO ESTUDIANDO los verbos muchos, muchos mediodías más. Esa tarde, al salir de la escuela, se fueron corriendo. -Estamos muertos de hambre- dijeron despidiéndose de nosotros. Me contaron que se escondieron detrás de las zarzas. Esperaron la llegada del maestro. Cuando vieron que se acercaba lanzaron piedras contra el avispero. Desde el escondite vieron el espectáculo: D. Manuel dando golpes con el bastón a todo lo que se movía. Gritaba: -¡Malditas avispas. De dónde habéis salido! Ante el temor a ser descubiertos y la pena de ver al maestro atacado por las avispas, la venganza no la llegaron a disfrutar plenamente. Carlos y Manuel pensaron que lo peor vendría al día siguiente. Antes de empezar la clase D. Manuel preguntó si alguien había molestado a las avispas que había en el río de Bando. Echó una mi122 123 XXXII A ELLAS NUNCA LAS OLVIDAREMOS Cuando aprendí a leer no entendía por qué en el Rayas I solo estaba la frase mi mama me mima y no el resto de cosas que mi madre y todas las mujeres de Bandoxa hacían. Quiero en este capítulo contar lo mucho que ellas trabajaron y todos los sacrificios que hicieron para sacarnos adelante. Por ello se merecen un lugar especial en este libro, que con tanto cariño estoy escribiendo. Seguro que de haber aparecido lo que os voy a relatar en el Rayas I, nuestro aprendizaje habría sido más rápido y placentero. Se levantaban muy temprano para hacer el desayuno y arreglarnos para ir a la escuela. ¡Cuánto costaba despertarnos! Con la mejor de sus sonrisas nos ponían aquellos pantalones remendados, aquellas camisas, en su día blancas, y ahora ennegrecidas por el uso y esos calcetines que ya no se podían coser más. ¡Mucho cariño había en esa rutina diaria! El desayuno habitualmente consistía en unas pocas patatas cocidas refritas con pimentón. Algunas veces esto era sustituido por una taza de leche y pan. Ellas hubiesen preferido darnos una taza de chocolate con galletas, nuestro desayuno favorito pero, la situación no daba para más. 124 Cuando nos íbamos a la escuela ellas continuaban sin parar de trabajar pues les quedaban multitud de faenas por delante: Hacer camas, barrer, fregar los cacharros… Poco tiempo le podían dedicar al arreglo de la casa pero lo hacían con tanto esmero como si tuviesen un palacio. Prácticamente todos los días comíamos lo mismo aunque nuestras madres eran unas verdaderas artistas y cada una ponía su punto personal. Eran expertas en sacar el máximo provecho a los pocos productos y tiempo de que disponían. Aunque parezca mentira, para estas mujeres lavar en el río no era un drama sino todo lo contrario. Aquello lo aprovechaban para relacionarse con las amigas. Iban varias vecinas juntas y hablaban de sus cosas, se echaban unas risas y se enteraban de lo que pasaba en los alrededores. Aquella agua helada, la humedad y el no tener un techo donde protegerse hacia que lavar en el río fuese toda una heroicidad, sobre todo en invierno. Pero como he mencionado, para ellas era un momento incluso agradable. Durante el resto del día nuestras madres se dedicaban a ayudar a los hombres en las faenas del campo, principalmente traer tojo y leña con el carro. Cortar el tojo con hoz de mango largo requería habilidad y fuerza. ¡Es difícil de creer que de esos cuerpos endebles saliese tanta energía! La conducción del carro llevando las vacas de la cuerda lo realizaban, como todo, con abnegación, cariño y “mimo”. También iban a por hierba para el ganado. Cogían la hoz o la guadaña con un arte tal que dejaban lo segado como si fuese una 125 alfombra. Igual que cuando hacían un haz que lo ataban con tanto esmero que más bien parecía que estaban preparando un paquete de regalos. Algunas veces llevaban un paxe (1) para echar la hierba. Luego se ponían una rueda de trapo en la cabeza y lo colocaban encima. De esta manera llevaban el paxe con una elegancia, que de haber sido ahora, alguien podría pensar que eran modelos de pasarela luciendo sus emperifollados sombreros. niños pequeños les hacíamos compañía. Durante ese tiempo aprovechaban para repasar con nosotros el Rayas I ¡Qué alegría cuando tu madre te podía dedicar un rato! Otra de las actividades era segar el trigo. La delicadeza con que lo cortaban y luego ataban los haces era exquisita. Lo realizaban con tanto cuidado que apenas quedaban espigas sueltas y el corte lo hacían tan a ras de tierra que se podía caminar sobre ello sin pensar que allí había crecido el trigo. Viví de cerca el sufrimiento que esto generaba en los compañeros sin padre reconocido; los pobres tenían que escuchar constantemente, por parte de niños y mayores, referencias despectivas hacia sus madres. Si la vida era dura para las mujeres en general más todavía para las madres solteras. Estas madres y sus hijos no eran “dignos” de recibir ningún tipo de consideración social. A última hora de la tarde, ya anochecido, tenían que compaginar la cena con el ordeño y alimento del ganado. Ya os habréis dado cuenta porque sigo sin entender que en el Rayas I solo aparecía la frase "mi mama me mima” ¡Con todo lo que hacían nuestras madres! Mientras se calentaba la comida en los trespiés de la lareira (2), había que dar de comer a los animales(se les daba hierba, salvado y pan) y además ordeñar a las vacas paridas. En esto había que emplear una técnica que las mujeres controlaban de maravilla. (1) Paxe: Canasto de mimbre rectangular con dos asas laterales. Sentadas en una banqueta al lado de la vaca, tiraban de las ubres del animal acariciándolas y hablándoles con ”mimo”. La leche no se hacía esperar, con prontitud caía en la jarra de porcelana como una cascada de vida. La calidad y el sabor de aquella leche lo llevo en mis papilas gustativas como uno de los recuerdos más entrañables de mi infancia. (2) Lareira: Piedra plana situada a poca distancia del suelo donde se hace fuego para cocinar en las casas rurales gallegas. En las largas noches de invierno se quedaban solas mientras los hombres iban a las tabernas a jugar, beber y distraerse. Solo los 126 127 XXXIII Al final, en la contra portada venían los fines de la ”educación primaria” y “deberes familiares”. De los fines de la educación quisiera destacar los siguientes: puntos b), c) y e). ADIÓS A LA ESCUELA b) Formar la voluntad, la conciencia y el carácter del niño en orden al cumplimiento del deber y a su destino eterno. Durante los años que permanecíamos en la escuela, nuestras calificaciones eran anotadas anualmente por el maestro en nuestra cartilla de escolaridad. c) Infundir en el espíritu del alumno el amor y la idea al servicio de la Patria de acuerdo con los principios inspiradores del Movimiento. Ésta, como podéis observar, es una especie de librito con una serie de hojas donde se reflejaban las notas de todas las asignaturas estudiadas durante la enseñanza primaria. e) Contribuir, dentro de su esfera propia, a la orientación y formación profesional para la vida del trabajo agrícola, industrial y comercio. Creo que se ve con claridad lo que deseaba el gobierno franquista en orden a la formación de los futuros ciudadanos: Educarnos para la vida celestial, servir a la patria y ser mano de obra dócil. 128 129 130 131 No entraba dentro de sus objetivos preparar individuos libres, creativos y solidarios para lograr una sociedad más justa, avanzada e igualitaria. No me cabe duda que nos formaban para ser “ciudadanos obreros”, “patriotas y “católicos de pro”. Además de estos documentos era costumbre en la escuela hacerse la tradicional foto en la mesa del profesor con el mapa de España detrás. Me imagino que de la preparación de directivos, investigadores e intelectuales se encargaba la enseñanza privada. Para reafirmar este concepto podemos recurrir al punto 1º de los “deberes familiares”: “Los padres deben procurar se eduque a sus hijos en el propio hogar o en instituciones públicas o privadas”. Al final de la escolaridad se entregaba a los alumnos un certificado de estudios primarios si había cumplido los objetivos que se planteaban .Para ello era obligatorio realizar un examen. En caso de obtener una nota insuficiente recibía un certificado acreditando que había asistido a la escuela durante el periodo obligatorio. 132 133 XXXIV ¿QUÉ HA PASADO CON TODO? Para terminar quisiera explicar lo que ha sucedido con todo lo que aparece en los capítulos anteriores. Referente a la escuela, aula y vivienda del maestro, decir que estuvo abandonada desde que D. Manuel se marchó al centro escolar de Oza. Cuando se jubiló trató de comprarla pero aquellas personas que acreditaban ser copropietarios del edificio no se pusieron de acuerdo y la compra no se llegó a realizar. Yo, cada vez que iba de vacaciones a Bandoxa, no pasaba sin visitar mi querida escuela. Los recuerdos se hacían presentes cada vez que entraba en aquella aula medio derruida. Me parecía tan pequeña ahora, ¡con lo grande que se presentaba ante mis ojos cuando era niño! Y sentía una enorme pena de ver aquello abandonado. Cuando pisaba el suelo de la vivienda del maestro, temía que se viniese abajo. Esas baldosas que tantos alumnos soportaron tampoco quedaron inmunes al paso del tiempo. La actual Asociación de Vecinos, comenzó a funcionar en la antigua taberna de Medín. Dado que se pagaba un alquiler y no había dinero para comprarla, se comenzó a pensar en la idea de restaurar la escuela y trasladar allí la sede social de la mencionada asociación. Después de muchas reuniones se consiguió que aquellos copropietarios cediesen su derecho de propiedad a la parroquia. Entre el dinero recaudado y las horas de trabajo voluntarias de numerosos vecinos se rehabilitó aquella escuela que nos pertenecía a todos y todas. Comenzaron por arreglar la vivienda del maestro. En el bajo, pusieron un hermoso bar con varias mesas para que la gente pueda disfrutar jugando a las cartas, leyendo el periódico, viendo la televisión o simplemente charlando. 134 135 En el piso de arriba hay dos habitaciones. Una se utiliza como despacho para guardar los documentos y otra para realizar talleres de pintura y cestería. ¡Gracias a todos ellos! Otro gran bloque lo ocupan los emigrantes. Quién iba a pensar que años más tarde allí se continuase aprendiendo y que, al contrario de los años pasados, la mayoría fuesen mujeres. Aquí podemos hablar desde los que se han quedado en A Coruña hasta los que han emigrado a Latinoamérica, principalmente Argentina. La escuela está techada y se utiliza para actos sociales y comidas, donde participan los parroquianos que poco a poco van sintiendo esos locales cada vez más suyos. Los primeros probaron suerte en la capital, estableciéndose en los alrededores de A Coruña, buscando trabajos en las diferentes fábricas de la ciudad y en el sector servicios. Se tiene previsto hacer vestuarios, puesto que muy cerca se dispone de un maravilloso campo de fútbol. Referente al segundo bloque, aunque la tradición de labrar fortuna allende los mares viene de lejos, hay que sumarle la miseria dejada por la Guerra Civil. Los espacios de las antiguas huertas y gallinero del maestro han quedado como aparcamiento. Sobre los alumnos es muy amplio el abanico de destinos que hemos tenido a lo largo del tiempo, una vez finalizado el periodo escolar. Comenzaremos por los que, por diferentes razones, se han quedado en el pueblo. Las tres causas principales son estas: El inmenso amor que sienten por su tierra, continuar con los trabajos agrícolas y ganaderos de los padres o bien desempeñar profesiones para las cuales estaban preparados: albañilería, carpintería… Otros probaron suerte en diferentes partes del estado español, sobre todo en Euskadi, Asturias, Barcelona y Madrid. Y ya para terminar nombraremos la emigración a centro Europa, en los años sesenta, que ofreció a nuestros parroquianos una alternativa de progreso. La gran mayoría se marcó una fecha de vuelta. Regresarían después de ahorrar para poder tener una vivienda propia y comenzar una nueva vida en su patria chica. Aunque algunas familias decidieron quedarse en los países donde habían emigrado ya que sus hijos estaban más unidos a ese lugar que a la tierra de sus padres. Por último, quiero referirme al maestro y a su familia. Estos son los que han luchado por la restauración de la escuela, los que han potenciado los encuentros durante todo el año y los que han dado vida a una parroquia que se veía languidecer. Después de su jubilación en Oza, el maestro siempre quiso regresar a Bandoxa. Al no poder volver a habitar la casa donde había 136 137 vivido, compró la escuela de niñas (construida en los años 70 y que pertenecía a la Administración). Pasados los años y al fallecer su mujer, se trasladó a Redondela donde vive con su hija Ana. Esta es maestra en el mencionado municipio pontevedrés. Ella viaja a Bandoxa varias veces al año para ver como sigue la casa de sus padres. El deseo de D. Manuel es, (ojalá tarde mucho) ser enterrado con su esposa en el panteón donde ella está enterrada. Manuel, Lolín para los parroquianos, se hizo marino mercante. Tras una serie de años embarcado se jubiló y volvió a la zona rural, residiendo en un lugar cercano a nuestra parroquia. Miguel, el mayor, es médico dentista. Vive en Madrid y puesto que su mujer es de una parroquia próxima a la nuestra, supongo que acabará pasando largas temporadas en Galicia. ÍNDICE PRÓLOGO ..........................................................................................................................................5 AGRADECIMIENTOS ...................................................................................................................7 I DÓNDE ESTÁ NUESTRA ESCUELA ..................................................................................9 II DON MANUEL PENSADO LOJO: UNA VIDA AL SERVICIO DE LA PARROQUIA DE BANDOXA .........................15 III ESE ETERNO ENEMIGO....................................................................................................27 IV AQUELLOS VERSOS DE AMOR .....................................................................................30 V DE VACAS Y REINAS ............................................................................................................33 VI CUADERNO DE ROTACIÓN: DIARIO DE CLASE ..............................................36 VII COMPAÑEROS INSEPARABLES ..................................................................................39 VIII NO SIEMPRE SE ACIERTA ............................................................................................44 IX PIZARRAS A REVENTAR .................................................................................................48 X EL OLOR DE LA TINTA .......................................................................................................52 XI NUESTROS “AMIGOS” AMERICANOS .....................................................................56 XII UNA AUTÉNTICA LETANÍA ........................................................................................59 XIII DUCHA DE AGUAS MENORES .................................................................................63 XIV LA J DE SANTIAGO..........................................................................................................68 XV QUERIDO LECTOR ¿ENTIENDES ALGO? .............................................................70 XVI LAVADO DE CEREBRO ..................................................................................................76 XVII UN MOMENTO POR FAVOR ....................................................................................78 XVIII SIERRAS Y QUEBRADOS...........................................................................................81 XIX SILENCIOSO PERO MATÓN........................................................................................83 XX FE, ESPERANZA Y CARIDAD ......................................................................................86 XXI A FALTA DE FLORES, BUENAS SON LAS PLUMAS.........................................89 138 139 XXII QUÉ GUAPA ES DOÑA ANA ....................................................................................92 XXIII VOLABA NUESTRA IMAGINACIÓN ..................................................................94 XXIV LAS CORRERÍAS DEL PERRO .................................................................................98 XXV EL RÍO DE LA BAROSA .............................................................................................101 XXVI EL TRIGAL DE CARMEN ........................................................................................105 XXVII EL RITUAL DE LAS CABRAS ...............................................................................108 XXVIII LOS ACERTADOS DIAGNÓSTICOS DE D. MANUEL ...........................112 XXIX ALGÚN DÍA LO CONSEGUIRÉ ...........................................................................116 XXX LA ESTRATEGIA BÉLICA DEL MAESTRO .......................................................119 XXXI ELLAS SÍ QUE PICAN ................................................................................................121 XXXII A ELLAS NUNCA LAS OLVIDAREMOS ..........................................................124 XXXIII ADIÓS A LA ESCUELA ..........................................................................................128 XXXIV ¿QUÉ HA PASADO CON TODO? ....................................................................134 140