La “sexta declaración” neozapatista.

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La “sexta declaración” neozapatista.
Una lectura en perspectiva global
Dr. Carlos Antonio Aguirre Rojas*
“Demuestra que, frente a la
vieja sociedad, con sus miserias económicas y su delirio
político, está surgiendo una
sociedad nueva…
entender, el significado fundamental
de la “Sexta Declaración de la Selva
Lacandona”, hecha pública recientemente por el digno movimiento indígena neozapatista mexicano.
Karl Marx, “Primer Manifiesto de la Internacional sobre la
Guerra Franco-Prusiana”, julio de 1870.
Sin embargo, según lo que esa misma Sexta Declaración afirma, ella es,
al mismo tiempo y sin duda alguna, un
balance general y un repaso panorámico del camino que ese movimiento
neozapatista ha recorrido en los últimos once años y medio, pero también,
una clara invitación para girar completamente la página y para asumir, desde ahora y hacia el futuro, un camino
radicalmente nuevo y diferente, que si
bien no reniega de los pasos anteriores, ni renuncia a ese periplo recorrido en la última década, si lo trasciende y supera en el más hegeliano sentido de la Aufhebung, reintegrándolo y
recuperándolo de una manera cualitativamente nueva y distinta, en ese nuevo itinerario que ahora mismo emprenden y proponen esos indígenas neozapatistas mexicanos.
La Sexta Declaración: entre la
apuesta y el riesgo
Es bien sabido que el hombre, para acercarse a lo desconocido y para
tratar de entenderlo, recurre siempre
a lo ya conocido y comprendido. Entonces, trata de interpretar eso que
aún desconoce desde aquello que le
es familiar y que ha aprendido anteriormente. Es esta lógica y explicable actitud, la que la inmensa mayoría de los analistas y comentaristas diversos han adoptado, para tratar de entender y luego de hacernos
*
Investigador, Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM ([email protected]).
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Por eso, si queremos captar realmente el mensaje contenido en esa Sexta
Declaración, hace falta pensarlo desde
un doble horizonte o un doble conjunto de elementos, que si bien son claramente diferentes entre sí, se encuentran, sin embargo, íntimamente interdependientes. Doble horizonte que
define a ese mensaje, a la vez como
una evidente clausura del ciclo de luchas inaugurado el primero de enero
de 1994, pero también, como la clara apertura de un segundo y nuevo ciclo de iniciativas y combates populares, ciclo que ha arrancado ya con la
propia convocatoria contenida en esta
Sexta Declaración, pero cuya temporalidad y duración resultan ahora mismo
difícilmente predecibles.
Cierre de una importante y fructífera primera etapa pública, e inauguración de una segunda fase ampliamente inédita y cargada de múltiples
novedades y sorpresas, que para ser
bien comprendida requiere no solamente el ser analizada desde ese doble horizonte del pasado inmediato
y del cercano futuro, que queremos
construir, también desde una perspectiva genuinamente global, que
reinsertando esta iniciativa neozapatista en los múltiples registros de sus
posibles significados local-estatales,
nacionales, latinoamericanos y mundiales, se interrogue también sobre
aquellos contenidos esenciales de lo
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que se pone en juego, y de lo que se
quiere ganar, en esta valiente y una
vez más admirable tentativa neozapatista de, como en el primero de
enero de 1994, volver a tratar de “tomar el cielo por asalto”.
Lo que “se pone en riesgo” en la
apuesta neozapatista
De las múltiples lecturas posibles de
esta Sexta Declaración, también del
balance de lo que ha conquistado el
Movimiento Neozapatista Mexicano en
sus once años y medio de vida pública, queremos rescatar aquí sólo lo que
corresponde a tres de los ejes que consideramos principales de dichas conquistas. Tres ejes que en su conjunto,
permiten entender una buena parte de
ese significado múltiple del neozapatismo, tanto en Chiapas, México, América Latina y en el mundo; pero también, sobre todo, nos permiten descifrar parte de lo que, hacia el futuro, se
está jugando en esta nueva propuesta promovida por este movimiento indígena originalmente chiapaneco.
El primer eje es el que se refiere a la situación global, y luego al papel social
específico que tienen ahora los pueblos indígenas dentro de las distintas
sociedades de todo el planeta. El segundo eje es el de la compleja relación,
que ahora se encuentra en un profun-
do proceso de total reconfiguración en
todo el planeta, entre los movimientos
sociales, los distintos niveles del poder del Estado, y el complejo universo de la llamada sociedad civil. Finalmente, el tercer eje es el de la verdadera conformación, desde abajo y desde la izquierda, de las distintas formas
de gestación del contrapoder popular,
es decir, de esos espacios sociales genuinamente autónomos y emancipados ya de la lógica social dominante,
que desde ahora se encaminan hacia
la subversión total del capitalismo y
hacia la generación progresiva y activa
del cambio social total y radical.
Triple eje que, a su vez, debe ser observado y comparado en los espacios
locales del Estado de Chiapas, México,
Latinoamérica y el mundo, lo que a la
vez que nos mostrará los inmensos logros del neozapatismo, nos hará también evidentes los retos y los desafíos
que este último se propone asumir en
esta segunda etapa que ahora comienza. Etapa en la que los neozapatistas
nos invitan, una vez más, a todos los
hombres y mujeres honestos y oprimidos, en cualquier parte del mundo, a
sumarnos a esta misma propuesta.
Así, por lo que corresponde a la situación general y al papel social de
los indígenas, no hay duda de que éstos han cambiado radical y completamente en Chiapas en la última dé-
cada transcurrida. Dado que el movimiento neozapatista es un movimiento de base social indígena que
incluye a decenas de miles y hasta
quizá centenas de miles de indígenas chiapanecos, es claro que para
estos pueblos indios de Chiapas la situación actual es muy distinta hoy a
como era antes del primero de enero de 1994. Pues su condición como indígenas, y además como indígenas rebeldes, no sólo se ha reconocido socialmente, sino que ellos se
han constituido en un claro poder local y regional indudable, que no sólo puede “tomar”, por ejemplo, la
Ciudad de San Cristóbal de Las Casas, primero con las armas, y nueve años después de manera pacífica,
sino que se hace presente en todo el
Estado de Chiapas, también pacíficamente, cada vez que esto se hace necesario (por ejemplo, frente a la ridícula tesis zedillista, respaldada en
su momento por supuestos historiadores, de que el zapatismo era un fenómeno limitado a solamente cuatro
Municipios de Chiapas).
Redignificando entonces en Chiapas
ese rol social del indígena, y constituyendo al movimiento indígena neozapatista chiapaneco en un poder local-estatal incontestable, los neozapatistas han dado también un enorme impulso al movimiento indígena
nacional, provocando por ejemplo la
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formación del Congreso Nacional Indígena, y abriendo el debate, a escala nacional, acerca de la situación de
los indígenas en México hoy. Así, convirtiéndose -más allá de sus intenciones- en la verdadera vanguardia de
ese movimiento indígena mexicano,
los neozapatistas han logrado ya el
tibio reconocimiento oficial de que
México es un país pluriétnico y multicultural, pero sobre todo la creación
de una instancia nacional que coordina el intercambio de experiencias y
los esfuerzos de convergencia de todos esos movimientos indígenas, que
representan a ese entre un 10 y 15 %
de la población total mexicana que
durante siglos fue negada e invisibilizada, lo mismo en México que en toda América Latina.
Porque también es claro que este neozapatismo ha funcionado como un verdadero detonador de la nueva visibilidad, pero sobre todo del nuevo protagonismo social activo de todos los movimientos indígenas de América Latina,
movimientos que si bien existían antes
de 1994, no poseían hasta entonces,
ni la beligerancia, ni la radicalidad que
han desarrollado en los últimos dos
lustros transcurridos. No hay duda de
que ha sido en parte gracias a la irrupción neozapatista de enero de 1994 -y,
naturalmente, en otra parte, gracias al
nuevo contexto creado en esta misma
última década-, que esos movimientos
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indígenas de Perú, del Ecuador, de Bolivia, de Colombia o de Chile han pasado de una actitud predominantemente
defensiva y de un rol mucho más marginal, a una nueva actitud mucho más
ofensiva y protagónica, que hace que
hoy los indígenas ecuatorianos o bolivianos vivan en una verdadera situación de dualidad de poderes frente a
sus respectivas clases dominantes, situación de doble poder que les permite vetar y detener las medidas más antipopulares de sus gobiernos capitalistas, y hasta derrocar presidentes igualmente impopulares, pero que no los
lleva todavía a plantearse la conquista,
destrucción y recreación total del poder a nivel de sus respectivos países.
Siendo entonces, una parte fundamental de esta familia de nuevos movimientos indígenas de toda América
Latina, y habiendo sido quizá su precursor y detonador principal, el neozapatismo representa también uno de
los destacamentos de vanguardia del
actual conjunto de movimientos anticapitalistas a nivel mundial. Y aquí, al
reivindicar con fuerza su matriz indígena y su lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos indios en México y en toda América Latina, este neozapatismo ha coadyuvado
a conformar dicho movimiento anticapitalista y antisistémico global, como
un movimiento plural, diverso y realmente múltiple. Es decir, como un mo-
vimiento que, a diferencia de los años
anteriores a 1968, no se reconoce sólo
como un movimiento de un solo actor
social (la clase obrera) y de sus eventuales “aliados” subordinados, ni tampoco como un movimiento que se despliega solo en uno o dos frentes de lucha (la lucha económica y la lucha política), sino más bien como un movimiento de múltiples actores sociales
(mujeres, estudiantes, pobladores urbanos, indígenas, toda clase de minorías, desocupados, ecologistas, pacifistas, campesinos sin tierra, y un
largo etcétera) y también de muchos
frentes de lucha simultáneos (la discriminación de género, la educación,
el territorio y los servicios urbanos, la
cuestión étnica y el racismo, la diversidad sexual, la situación de los jubilados, el derecho al trabajo y a los servicios del Estado, el medio ambiente, la
lucha contra la guerra, el derecho a la
tierra y otro largo etcétera).
Un verdadero movimiento de movimientos antisistémicos, que también en parte gracias al neozapatismo, ubica a los nuevos movimientos
indígenas latinoamericanos como actores de primer orden dentro de sus
propias filas.
De otra parte y por lo que corresponde al segundo y al tercer eje referidos, es claro que no puede existir política alguna en Chiapas que no to-
me en cuenta a los neozapatistas.
Pues ellos, en tanto que poder local
indudable, son un interlocutor real,
permanente e imprescindible de toda posible política chiapaneca. Pero además, y siempre en ese ámbito
chiapaneco, ellos han creado ya esas
formas del contrapoder popular, que
son los Caracoles o Juntas de Buen
Gobierno Zapatistas, junto también a
los Municipios Autónomos Revolucionarios Zapatistas. Caracoles zapatistas que además de ser verdaderos
“territorios liberados” de la lógica
capitalista dominante, son verdaderas escuelas y embriones de la nueva sociedad, en donde desde ahora
prosperan relaciones sociales de tipo fraternal y comunitario, pero también nuevas formas de educación,
una nueva medicina, una forma distinta de asimilar y de recuperar los
desarrollos tecnológicos más avanzados, nuevos modos de entender y
de ejercer la política, un nuevo uso
de los recursos naturales y también
nuevas maneras de la convivencia social en general.
Verdaderos islotes de la autonomía,
el autogobierno y la emancipación
neozapatista, que no sólo hacen de
los Caracoles los espacios en donde hoy se vive mejor que en cualquier otra parte de Chiapas y hasta
de México, sino que nos ilustran también respecto de la estrategia global
111
neozapatista. Estrategia que no repite el viejo esquema ya superado de la
“toma del poder”, bajo el modelo de
la “toma del Palacio de Invierno”, sino que se concibe más bien como la
gestación y afirmación progresiva de
estos espacios liberados, construidos desde abajo hacia arriba, y que
van ganando terreno social y político,
y fortaleciendo el propio poder popular, para ir creando un nuevo bloque
histórico hegemónico en el sentido
de Gramsci, hasta los que son capaces de destruir el viejo poder capitalista y de sustituirlo por el nuevo poder popular. Es decir, una “toma” del
poder político, resultante y derivada
de la construcción y el fortalecimiento del poder social del propio movimiento y de las clases populares en
él involucradas. Como, por ejemplo,
sucede ya en esos Municipios Autónomos Zapatistas y sobre todo en dichas Juntas de Buen Gobierno.
De otra parte, a nivel nacional, es claro que el movimiento neozapatista ha
funcionado como una fuerza social
fundamental dentro del escenario político de México, impactando de manera
cíclica y recurrente a la política nacional, y siendo un factor de primer orden
que ha mantenido en jaque, todo el
tiempo, al gobierno de Ernesto Zedillo,
provocando después, mucho más de
lo que se reconoce y se asume gene-
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ralmente, la derrota histórica del PRI
en el año 2000, y siendo la verdadera
“piedra en el zapato” tanto del fallido
Plan Puebla-Panamá, como de las veleidosas y torpes políticas neoliberales
del gobierno de Vicente Fox.
Constituyéndose entonces en un actor social fundamental, pero de presencia intermitente a escala nacional,
los neozapatistas han reactivado sin
duda alguna el protagonismo general de toda la sociedad civil mexicana, protagonismo igualmente irregular y espasmódico, a la vez que reanimaban a la izquierda mexicana, luego
de la caída del Muro de Berlín y de la
desilusión provocada por el inmenso
fraude electoral de 1988. Igualmente los neozapatistas se han constituido en el faro simbólico y en la brújula esencial de esa vasta izquierda
social, no afiliada a ningún partido y
que, a diferencia de la decadente izquierda política, no cree ya ni en elecciones ni en partidos, pero tampoco
en votaciones o falsas “transiciones a
la democracia”, apostando más bien
su labor al fortalecimiento de los múltiples movimientos de la protesta social, de los electricistas, los petroleros y los telefonistas, lo mismo que
de los campesinos, los deudores, los
movimientos urbanos, los estudiantes, los indígenas o los grupos subalternos de todo tipo.
También para América Latina y para
todo el mundo, el neozapatismo se ha
convertido en un claro referente simbólico fundamental, lo que hace que
sus iniciativas y su evolución, sean seguidas siempre con atención por parte de las izquierdas, tanto latinoamericana como mundial, lo mismo que
por los movimientos antisistémicos
latinoamericanos, como el MST, los
piqueteros argentinos o los movimientos indígenas de toda la zona Andina
Sudamericana, o por los movimientos
de lo que hoy se llama la protesta altermundista global.
Funcionando entonces como una suerte de “ejemplo” importante para esos
nuevos movimientos sociales antisistémicos y anticapitalistas, el neozapatismo representa una rica experiencia y una excepcional cantera de lecciones que aprender, y de logros que
comparar, para los otros movimientos
sociales latinoamericanos, los que
también han creado esos espacios
del contrapoder popular en proceso
de afirmación, en los ‘Asentamientos’
de los Sin Tierra brasileños, en los suburbios bonaerenses dominados por
1.
los Piqueteros argentinos, o en las reconstruidas Comunidades Indígenas
bolivianas o ecuatorianas. Y si también para la izquierda mundial y para
todos los movimientos antisistémicos
planetarios, el neozapatismo ha sido
una fuente de inspiración, que los reanimó y relanzó fuertemente después
del profundo impacto regresivo provocado por la caída del Muro de Berlín1,
sus conquistas alcanzadas dentro de
esta vía de la creación de un verdadero contrapoder popular, siguen siendo un fundamental ejemplo a imitar y
a seguir por parte de todos los países
del mundo que se ubican más allá de
nuestra América Latina. Lo que, por
lo demás, sólo confirma el hecho de
que hoy América Latina se encuentra, y no casualmente, en la clara posición de ser el Frente de Vanguardia
Mundial de todos esos movimientos
antisistémicos del mundo, frente de
vanguardia que por ello sí ha creado
ya todas esas experiencias prácticas
de los Asentamientos, las Juntas de
Buen Gobierno, los Barrios Piqueteros Autogestionados o las Nuevas Comunidades Indígenas Autónomas antes referidos.
Sobre este punto cfr. el ensayo de Immanuel Wallerstein , “Los zapatistas: la segunda etapa”, en el diario La Jornada del 19 de julio de 2005, y
también la entrevista “Chiapas y las nuevas resistencias de América Latina”, en Contrahistorias, Num. 5, México, 2005.
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El sentido de la apuesta
de la Sexta Declaración,
y los riesgos que enfrenta
Desde este brevísimo balance de lo
que ha representado múltiplemente
el neozapatismo en su década de vida pública, resulta mucho más claro
el sentido y la intencionalidad de su
iniciativa y de su convocatoria, contenidas en la Sexta Declaración de la
Selva Lacandona.
Así, en primer lugar, se trata en lo fundamental de extender a nivel de todo
México las principales conquistas ya
alcanzadas a nivel del Estado de Chiapas. Es decir, de convertir al movimiento indígena mexicano en un verdadero actor social reconocido, potente, permanente y capaz de transformar la situación de los indígenas,
hasta cumplir la consigna de que “no
exista, nunca más, un México sin sus
pueblos indios”. Y si los indígenas son
ya en Chiapas un poder incontestable,
el primer objetivo de la Sexta, que nos
reitera que no dejarán de luchar por
los indígenas mexicanos, es el de hacer de estos últimos también un poder social a escala nacional.
En segundo lugar, se trata de darle
organicidad y permanencia, una vez
más a nivel nacional, al vasto descontento popular que prolifera en todos
los rincones de México y que hasta
114
hoy sólo se ha manifestado de manera cíclica, esporádica e irregular. Dado que hasta hoy la inconstante, y a
veces hasta un poco veleidosa sociedad civil, ha apoyado siempre en los
momentos críticos a esos neozapatistas, refluyendo sin embargo una vez
que dichos momentos álgidos se apagan. De lo que se trata ahora es de
vincular en un solo frente unificado a
todos esos movimientos de resistencia popular, y a todas las clases subalternas descontentas, para crear una
fuerza social nacional que obligue al
gobierno en turno (sea de derecha, de
ultraderecha, de centro, o de centro
moderado) a tomar en cuenta a esas
clases populares y a esos movimientos de protesta social, así como a sus
demandas fundamentales.
Fuerza social nacional, que convirtiéndose en un actor e interlocutor
permanente y poderoso dentro del
espectro político nacional, se encamine a crear en el futuro cercano esa
situación de dualidad de poderes que
hoy se vive ya en Ecuador o en Bolivia, y hacia la que avanzan también
Argentina o Brasil, entre otras naciones latinoamericanas. Una fuerza social de dimensión nacional, que deberá construirse a partir de la “Otra
campaña”, a la que convoca el movimiento indígena neozapatista, campaña paralela y trascendente de la
campaña electoral mexicana del
2006, que deberá retomar la urgente Agenda de los Problemas Nacionales que hoy no es atendida por ninguno de los partidos políticos existentes, que debería abarcar, entre otros
puntos, desde la recuperación integral de los Acuerdos de San Andrés
(aún inconclusos, pues sólo se discutieron y acordaron los temas de una
mesa, de las cuatro originalmente
previstas), hasta la grave migración
a Estados Unidos de medio millón de
mexicanos por año, y pasando por el
rechazo a la privatización de PEMEX
o de la energía eléctrica, la urgente
renacionalización de los teléfonos y
de los bancos, el problema de la baja
galopante del salario real y el empobrecimiento general de la población
mexicana, la inminente crisis y colapso del campo mexicano, el colapso del Estado y de sus instituciones
de salud, de educación y de seguridad, la crisis de la clase política en
su conjunto y de todos los partidos
políticos en México, o la crisis cultural global de todos los valores, y la
destrucción del tejido social a nivel
familiar, barrial, local y en general.
Agenda Nacional de urgente resolución, que permitirá construir ese Programa Nacional de Lucha, que deberá enarbolar esta nueva fuerza social
nacional. Y ello, a partir del ejercicio de “Otra política” tan radicalmen-
te distinta a la actual que no debería
ya nombrarse con este mismo término de “política”. Otra política, que
se construye desde el principio del
“mandar obedeciendo”, y desde la
lógica de la construcción del contrapoder popular, que en un primer momento podría culminar en una Nueva
Constituyente y en una Nueva Constitución, pero que sin duda no se agota ni se detiene para nada en estas
últimas.
En tercer lugar, la reciente iniciativa contenida en la Sexta Declaración
propone explorar los caminos para
ampliar y generalizar, a nivel de todo México, la experiencia de las Juntas de Buen Gobierno y de los Municipios Autónomos Zapatistas. Pues si
bien es lógico que cada grupo, clase, estrato o sector social, posee sus
propias peculiaridades, eso no impide que podamos intentar también, de
un modo más generalizado y en todo
el país, la creación de esos islotes de
autogobierno y de autonomía popular,
que funcionando como los embriones
de una nueva sociedad y como los espacios ya liberados de las lógicas capitalistas y mercantiles, hoy todavía
dominantes, serán a la vez los puntos de apoyo principales de ese contrapoder popular, y de ese nuevo Bloque Histórico Hegemónico en vías de
gestación y afirmación.
115
Finalmente, en cuarto lugar, el neozapatismo vuelve a recordarnos que
el destino profundo de los movimientos anticapitalistas y de las distintas
iniciativas de rebelión de las clases
subalternas, no se juega ya exclusivamente a nivel local, y ni siquiera a
escala nacional. Porque si el objetivo final de todos estos movimientos e
iniciativas es el de “cambiar el mundo”, toda iniciativa y propuesta tiene que ser pensada también, a nivel local, regional y nacional, pero
igualmente en su dimensión planetaria global. Pues no habrá ese “Otro
mundo todavía posible”, si no pensamos nuestras protestas, nuestras acciones y nuestras iniciativas también
en esa escala global.
Y por eso, los neozapatistas van a
realizar un nuevo Encuentro Intergaláctico a finales de este mismo año
de 2005, en donde sin duda tejerán
los vínculos para un diálogo más orgánico, permanente, fluido y diverso,
tanto con los otros movimientos indígenas de toda América Latina, como
también con todos los otros movimientos sociales de la actual rebeldía
latinoamericana. E igualmente, con
todos los otros movimientos altermundistas del orbe, agrupados por
2.
ejemplo en el Foro Social Mundial, el
que de un modo inexplicable y hasta cierto punto absurdo, no ha incluido aún al propio movimiento neozapatista, por el simple prurito de que
se trata de un supuesto “movimiento
armado”. Lo que, sin embargo, contrasta de una manera enorme con el
hecho de que, como lo han declarado
ellos mismos, los neozapatistas son
en realidad “la guerrilla más pacífica
de todo el planeta”.
Diálogo latinoamericano y mundial,
que es vital para el neozapatismo
mexicano2, y en el que, a la vez que
este neozapatismo puede aprender y
enriquecerse con las experiencias venidas de todo el mundo, podrá igualmente revivificar y potenciar en una
medida importante al actual debate
mundial en torno a las vías, los métodos y los mejores caminos para acceder a ese “Otro mundo todavía posible”, es decir, a ese “Otro mundo, en
el que quepan todos los mundos”.
Y, como sucede siempre, la medida de
la apuesta es también la medida de
los riesgos que ella implica. De manera valiente y admirable, los neozapatistas están dispuestos a arriesgarse
a perder los enormes logros que has-
Habíamos ya insistido, en ocasión de los diez años de vida pública del neozapatismo, en estas encrucijadas que él enfrentaba, y que ahora asume
centralmente con esta Sexta Declaración. Al respecto, cfr. nuestro ensayo, Carlos Antonio Aguirre Rojas, “Encrucijadas del neozapatismo. A diez
años del 1 de enero de 1994” en la revista Contrahistorias, num. 2, México, marzo de 2004.
116
ta hoy han conquistado. Pues corren
sin duda el riesgo, con esta nueva iniciativa contenida en esa Sexta Declaración, de dejar de ser un poder localestatal incontestable y de ver desaparecer a esos excepcionales embriones
de la nueva sociedad que son las Juntas de Buen Gobierno. Y también pueden perder su condición de fuerza social y política nacional, lo mismo que su
estatuto como ejemplo práctico importante y como referente simbólico de todos los movimientos antisistémicos en
América Latina y en todo el mundo. Pero, como un jugador inteligente, que sabe que se acerca el desenlace final de
toda la partida, apuestan todo esto y
más al mejor número posible, al número trece. Pues el número trece era un
número especial de las civilizaciones
indígenas prehispánicas. Y el mes trece de cada año, es, lógicamente, el nuevo amanecer de un año, que es ya diferente y, por lo tanto, siempre nuevo. Siguiendo entonces esta profunda e inteligente lógica del oxymoron y de las paradojas, apostemos entonces con ellos
todo nuestro esfuerzo, toda nuestra inteligencia y toda nuestra solidaridad,
confiados de manera optimista en esa
antigua y profunda sabiduría del México indio de ayer, de hoy y de mañana.
117
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