¿Dónde está el ciudadano verde?. Consumo, justicia social y ciencia

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Ciudadanía Verde: sociedad de consumo, ecología...
Por; Luis Galanes
He titulado este trabajo “Ciudadanía verde” (green citizenship) porque encuentro
que el concepto provee una herramienta conceptual potencialmente útil en la empresa de
pensar y reprensar la crisis de los movimientos ecologistas contemporáneos. El origen del
término, hasta donde me es conocido se trata de un término que se originó en EE.UU para
denominar a aquellos individuos que, mediante lo que se conoce como “facturación
verde” (green pricing), entran en un acuerdo con las compañías que les brindan servicios
de energía en el que acceden a pagar un precio más alto que el del mercado por la energía
que consumen, todo ello a cambio de que esa prima en el pago se invierta en fuentes de
energía renovables por las corporaciones que les brindan ese servicio. Los sujetosclientes que acceden a ese acuerdo serían los ciudadanos verdes.1
En cualquier caso, creo que el concepto es útil porque, al descomponerse en sus
dos partes principales, permite un acercamiento al problema de la crisis de los
movimientos ecologistas desde dos dimensiones importantes: primero, las dimensiones a
las que remite el concepto de “verde”, y que se asocian con las dimensiones puramente
medioambientales de la crisis; y segundo, a las dimensiones a las que remite el concepto
de ciudadanía, y que se asocian con las dimensiones éticas de la crisis. En relación con lo
primero, cabría decir que el concepto de “verde” remite tanto a lo que de él se desprende
de manera inmediata, es decir, que está asociado con la defensa del medio ambiente; pero
también a algo que resulta menos obvio, es decir, a la idea de una defensa del medio
ambiente desde instancias globales. En este último sentido, el concepto de “verde” se
utiliza a menudo como sinónimo de “cosmopolita”, “del mundo”, o “global” (como en
“ciudadanía cosmopolita”, “ciudadanía del mundo”, o “ciudadanía global”), sólo que en
este caso se dirige exclusivamente al campo de la ecología. Así, si el concepto de
“ciudadanía” remite a las ciudadanías que otorgan los estados nacionales, el concepto de
“verde” apunta en la dirección opuesta: hacia ámbitos trans-nacionales o internacionales,
tanto en lo referente al problema como en cuanto a sus soluciones. Al hablar de
soluciones globales, me refiero a la creación de organismos globales para la mediación y
la regulación de actividades con posible impacto ambiental, pero también me refiero a la
posibilidad de exportar a los ciudadanos del mundo una conciencia sobre la necesidad de
esta mediación y regulación o, por decirlo en otras palabras, sobre la posibilidad de
convertirlos en ciudadanos verdes.
Aunque no entiendo como alguien podría oponerse a un proyecto de este tipo,
creo que la propuesta, expuesta así en términos generales y simplistas, y sin matizaciones
ulteriores, carece de sentido. Los movimientos ecologistas y las organizaciones de
defensa del medio ambiente llevan ya décadas actuando desde instancias globales, y creo
que sus logros han sido limitados desde cualquier óptica que se adopte. Quizás un mayor
grado de globalidad es deseable, pero, a mi entender, insuficiente para alcanzar una
efectividad mayor. La crisis de los movimientos ecologistas contemporáneos no es, en el
fondo, una crisis de ausencia de estructuras globales; es más bien (o por lo menos
también) una crisis ética. Así, una cosa es cómo globalizamos, y otra muy diferente qué
globalizamos; y es precisamente en el intento de dar respuesta a este última pregunta, qué
1
Morris, David 2005 “Green Consumerism vs. Green Citizenship”
1
globalizamos, que el concepto de “ciudadanía” resulta útil. Por eso, al hablar de
ciudadanía verde, creo que deberíamos dedicar más tiempo a reflexionar sobre el polo
“ciudadanía”, que sobre el polo “verde”, del binomio. En este trabajo, por razones que
deberán resultar obvias, estos dos conceptos son inseparables. Pero lo que quiero decir,
por ser más enfático, es que me resulta más urgente, dada la crisis actual de los
movimientos ecologistas, que prestemos más atención al concepto de “ciudadanía verde”
que al de “ciudadanía verde”. En la medida en que el concepto de ciudadanía, en
solitario, remite irremediablemente a la idea de unos valores éticos (llámeseles
democráticos, ciudadanos, cívicos, sociales, altruistas, comunitarios, etc.), también habría
que plantearse que tipo de valores desearíamos que poseyera un ciudadano verde. El éxito
de esta globalización dependerá de en qué medida esos valores hagan sentido a, y puedan
ser internalizados por, los ciudadanos del mundo.
Hasta este punto debe quedar claro que, cuando alego que la crisis de los
movimientos ecologistas es una crisis ética, lo que en realidad quiero decir es que el
sistema de valores éticos que dominan dentro de esos movimientos son (al menos en
parte) la causa de la crisis. Y que, por ello, la salida de la crisis requiere que nos
repensemos esos valores éticos. Hace falta, como argumenta Nicolás Sosa, una “nueva
ética”. En el pasado, ya yo he argumentado los peligros de cimentar esa nueva ética sobre
las bases de una ética liberal. En este caso, sin embargo, me limitaré más bien a esbozar
otra serie de asuntos que me parecen medulares al desarrollo de esta nueva ética. Con ello
en mente, he encontrado en la obra de Nick Stevenson, “Consumer Culture, Ecology and
the Possibility of Cosmopolitan Citicenship” (2002), un trato pormenorizado de al menos
cuatro asuntos que juegan, o debería jugar, un papel central en la discusión sobre la idea
de una nueva ética ecológica.2 Mi trabajo se desarrollará, por eso, la forma de un
comentario extendido la obra de Stevenson.
1. La tesis de la crisis de las virtudes ciudadanas
Sin duda, una buena porción del discurso sociológico contemporáneo está dominado por
una visión de las sociedades contemporáneas como sociedades marcadas por un
resquebrajamiento de la fibra moral, del sentido de justicia y de comunidad, y por la
ausencia de compromiso en el ejercicio de las virtudes ciudadanas. La tendencia general
es a relacionar este problema con el consumerismo en las sociedades capitalistas de la
tardomodernidad. Stevenson identifica dos autores contemporáneos que se identifican
con esa tesis, Daniel Bell y Zygmunt Bauman. En cuanto a Bell, Stevenson resume su
postura en los siguientes términos:
[Bell]… argumenta que el capitalismo construyó sus cimientos sobre una cultura
de auto-disciplina y trabajo intenso, a la que se opusieron los movimientos
modernistas de vanguardia (avant-grade) que propagaban el deseo de sentimientos
nuevos y anti-burgeses. La cultura de la modernidad estaba guiada por principios
de experimentación e innovación en estilos de vida, y que buscaban criticar la
naturaleza restrictiva de la cultura común del capitalismo… Las ideas de la ética
2
Stevenson trabaja con el concepto de “ciudadanía cosmopolita” (cosmopolitan citizenship) pero, al
aplicarlo al campo de la ecología, su uso de dicho concepto no difiere en ninguna forma significativa del
uso que le doy yo al concepto de “ciudadanía verde”.
2
protestante (ahorro, industriousness y thrift) han sido desplazadas mediante las
operaciones del libre-mercado y la celebración de las nuevas libertades de los
consumidores. (Stevenson, p. 307)3
La obra de Bauman apunta en la misma dirección: hacia unas sociedades en las que “las
responsabilidades de la ciudadanía y la disciplina del trabajo han sido subvertido por el
deseo de los consumidores de ejercer elecciones individuales en el ámbito del mercado.”
(Stevenson, 307)4
Los estudios de las juventudes contemporáneas, un campo en el que he trabajado
algunos años ya, apuntan en la misma dirección, advirtiendonos sobre la posibilidad de
que este sistema de valores se transmita de generación en generación, extendiendose al
resto de la población en el futuro…
En definitiva, los valores éticos propios de la sociedad de consumo,
indistintamente calificados como “estéticos”, “hedonistas”, “post-ideológicos”,
“individualistas”, “bohemios”, etc., apuntan a la llegada de una cultura “guiada más por
la estética que por la ética”, donde “el jouissance del consumerismo contemporáneo…
subvierte la fibra moral de las comunidades”, donde “se fomentan identidades incapaces
de atender a asuntos relacionados con la justicia”, y donde “las prácticas de compromiso
democrático han sido reemplazadas por las visitas a los centros comerciales, por el
zapping de canales en la televisión, y por la cultura de interacción fría que provee la
web”. (Stevenson, 306, 307)5
Ahora bien, si relacionamos esta crisis de las virtudes ciudadanas con la crisis de
los movimientos ecologistas, podríamos llegar a la siguente conclusión:
La crisis de los movimientos ecologistas contemporáneos no es, en el fondo, una
crisis diferente a la crisis más amplia de virtudes ciudadanas. La causa de que
haya baja participación ciudadana en la vida pública y democrática es, a una
misma vez, la causa por la que hay baja participación ciudadana en los
movimientos de defensa del medio ambiente.
3
Traducido del ingles. Texto original lee: “[Bell]… argues that capitalism was built upon a culture of selfdiscipline and hard work that became opposed by modernists avant-grade movements that propagated a
desire for the new and anti-bourgeois sentiments more generally. The culture of modernism was guided by
the principles of life-style experimentation and innovation, which sought to critique the restrictive nature of
the common culture of capitalism… The ideas of the Protestant ethics (savings, industriousness and thrift)
have been displaced through the operation of the free market and the celebration of the new consumer
freedoms”. (Stevenson, p. 307)
4
Traducido del ingles. Texto original lee: “the duties of citizenship and the disciplines of work have
become undermined by the desire of consumers to make individual choices within market places.”
(Stevenson, p. 307)
5
Traducido del ingles. Los textos originales leen como sigue: “guided by aesthetics rather than ethics”;
“the jouissance of contemporary consumption… undermines the moral fabric of the community”; “foster
identities that are no longer capable of raising questions related to justice” (Stevenson, 307); y “that
practices of democratic engagement have been replaced by visits to shopping malls, channel hopping and
the culture of cool interactivity to be found on the web.” (Stevenson, p. 306)
3
Una vez expuesta esta tesis, quisiera dejar claro que, en lo personal, no estoy muy
convencido de que sea correcta. Es decir: si creo que hay una crisis, evidente desde mi
punto de vista, de los movimientos ecologistas contemporáneos; pero no estoy muy
convencido de que esa crisis pueda considerársele como indiferenciable de la crisis de
virtudes ciudadanas. Más aún, no estoy muy convencido de que incluso exista esa crisis
de virtudes ciudadanas, en tanto que crisis. Más bien soy propenso, como Stevenson, a
considerar que, desde cierta óptica alternativa, se podría concluir que el desarrollo de la
sociedad civil y los niveles de participación ciudadana en la vida democrática han ido en
aumento entre los pobladores del mundo (aún cuando se pueda hablar de sectores
específicos despolitizados dentro de algunos estados nacionales). Stevenson, sin
embargo, es más propenso que yo en exculpar al capitalismo consumista de la crisis
ecológica, y es asertivo a la hora de relacionar los avances democráticos precisamente
con el consumismo, es decir, precisamente con aquello que Bell y Bauman identifican
como la causa primordial de la crisis de los valores:
The other view… is that consumerism provides a new basis for the practice of
citizenship largely unapreciated by mainstream political parties and more
traditional frames of analysis. This view would argue that the popularity of
consumerism amongst “ordinary people” speaks of a popular democratic
revolution waiting to happen. (Stevenson, p. 306)6
En lo que a mí respecta, no pongo en duda que el consumismo sea capaz de fomentar, al
menos hasta cierto grado, el desarrollo de virtudes democráticas, pero además creo que,
aún cuando fuera así, este debería ser rechazado. La razón para este rechazo se basaría en
que el impacto medioambiental que surge como resultado de la producción de bienes de
consumo que de forma conspicua acaparan los consumidores es, en buena medida, causa
de los problemas medioambientales contemporáneos. Además, si estas virtudes
democráticas se ejercieran de forma estricta, lo cual implicaría extenderlas al ámbito de la
relación de los humanos con la naturaleza, entonces el mismo ejercicio de las virtudes
conllevaría necesariamente el abandono de las prácticas de consumo desmedido, so pena
de entrar en contradicción consigo mismo. Quizás cabría decir aquí del consumismo lo
mismo que decía Marx del capitalismo: que lleva dentro de sí mismo la semilla de su
propia destrucción.
En cualquier caso, si aceptamos que las sociedades contemporáneas están atravesando
por una “revolución democrática” (y dejando a un lado, por el momento, cualquier
discusión sobre el papel que pueda estar jugando el consumismo en fomentar esta
revolución), entonces habría que preguntarse por qué los movimientos ecologistas no han
sido capaces de “montarse en la carreta” de esta revolución democrática. Creo que es
imperante que nos hagamos esta pregunta, pues nos lleva al quid del asunto que nos
ocupa. La respuesta tentativa, por mi parte, es que hay algo de los valores sociales que
dominan los discursos ecologistas tradicionales que no logran establecer conexión con el
6
Traducido del ingles. Texto original lee: “The other view… is that consumerism provides a new basis for
the practice of citizenship largely unapreciated by mainstream political parties and more traditional frames
of analysis. This view would argue that the popularity of consumerism amongst ‘ordinary people’ speaks of
a popular democratic revolution waiting to happen.” (Stevenson, p. 306)
4
sistema de valores democráticos de los ciudadanos que lideran esta revolución. Creo,
como apunta Aledo, que gran parte de la historia de los últimos 10-15 años de
“incomprensión mutua” entre los ciudadanos y el ecologismo, es decir, tanto “de los
ciudadanos frente a las propuestas ecologistas” como “del ecologismo frente al resto de la
sociedad.” (Aledo, 33)
2. La crisis de justicia social
No cabe duda, cuando miramos a los datos económicos, que las sociedades
contemporáneas se caracterizan por la redistribución no-equitativa y desigual de la
riqueza, tanto a nivel local como global. No cabe duda, tampoco, que contrario a lo que
han venido vaticinando los apologetas del capitalismo de consumo, la desigualdad a la
que se redistribuyen esas riquezas muestra un patrón in cressendo, es decir, en el que la
porción que le toca a los ricos es cada vez mayor, y la que le toca a los pobres es cada vez
menor. Como apunta Stevenson:
That the poorest 20% of the worlds people have seen their income decline from
2.3 to 1.4%, while the share of the richest 20% has grown from 70 to 85% over
the past 30 years is a pressing reason enough to be skeptical of the claims that
capitalist consumerism fosters industry. (Stevenson, 308)7
De la mano de este hecho encontramos también que la redistribución desigual no se
limita a las riquezas, y que también abarca el ámbito de los riesgos y efectos adversos de
la polución ambiental, con la excepción de que en este último caso el patrón antes
expuesto aparece ahora invertido: ahora son los ricos, que cada vez son mas ricos, los que
menos se ven afectados de forma inmediata por los efectos de la polución, y son los
pobres, que cada vez son más pobres, los que más se ven afectados. Stevenson, por
ejemplo, menciona un estudio realizado por la organización ecologista “Amigos de la
Tierra” (Friends of the Earth) en Inglaterra, y que concluía lo que aparenta ser una
realidad innegable en el mundo industrializado en general: que “donde encontramos
concentración de pobreza, encontramos también proximidad a la polución” (en
Stevenson, 313)8 De la misma manera, parece ser innegable que la misma situación
predomina a nivel de países y regiones del mundo, y donde los países del Tercer Mundo
y del hemisferio sur, tanto por ser fuentes de mano de obra barata como por la
flexibilidad de sus leyes medioambientales, cada vez son más atractivos para las
industrias hazardosas, y están pasando a llevar una carga desproporcionada de los efectos
adversos de la polución.
the spread of ecological awareness in Northern countries and the fact that the
poorer countries in the South are eager for investment (therefore are less likely to
7
Traducido del ingles. Texto original lee: “That the poorest 20% of the worlds people have seen their
income decline from 2.3 to 1.4%, while the share of the richest 20% has grown from 70 to 85% over the
past 30 years is a pressing reason enough to be skeptical of the claims that capitalist consumerism fosters
industry.” (Stevenson, 308)
8
Traducción del ingles. Texto original lee: “where poverty is concentrated, so is proximity to poison”.
(Stevenson, 313) El estudio fue realizado por Manibot 1999.
5
have legislation that deals with pollution)… tends to mean that ecological risks
are unevenly distributed. (Stevenson, Yearly 2000)9
Un caso paradigmático en este sentido parece serlo Panamá. Como relata Arístides
Gómez, el caso del Canal de Panamá, donde varias organizaciones ecologistas mantienen
una lucha con el Estado panameño para que desarrolle leyes que prohíban el paso de
buques con cargas de residuos tóxicos por el Canal. Las normativas ambientales de los
países Occidentales desarrollados no permiten que barcos que transportan residuos
radioactivos siquiera naveguen cerca de sus costas, pero ponen presión sobre el Estado
panameño para que franquee su paso por el Canal. Difícilmente países como Panamá
podrán encontrarse en posición de no ceder ante las presiones del mercado internacional
en materia de política medioambiental, y me pregunto hasta que punto sería justo
obligarlos a ello bajo el régimen económico actual.
No cabe duda que la naturaleza competitiva de los estados nacionales son
inefectivas e inadecuadas, e incluso actúan como un obstáculo, en la resolución de
conflictos ecológicos. Tampoco cabe duda, por ello, que nos encontramos ante una
problemática de carácter global, y en la que cualquier posible solución deberá ser también
global. Pero me pregunto hasta que punto la globalización de la defensa del medio
ambiente puede llevarse a cabo sin la simultánea globalización de la carga económica que
ello conlleva. Yo puedo entender que un ciudadano rico, del Primer Mundo, decida
convertirse en ciudadano verde, aún cuando ello le conlleve ser un poco menos rico. Pero
también puedo entender como un ciudadano inmerso en la pobreza extrema, de un país
del Tercer Mundo, rehuse a convertirse en ciudadano verde, precisamente porque ello le
conllevaría sumirse más aún en la pobreza. La postura expresada por Cristóvão Buarque,
Ministro de Educación brasileño, en torno a la internacionalización de las Amazonas, me
parece que va al quid del asunto. En un debate en una universidad estadounidense le
pidieron a Buarque que expresara su visión, como humanista y no como brasileño, sobre
la internacionalización de las Amazonas. Este respondió:
Como humanista, sintiendo el riesgo de la degradación ambiental que sufre la
Amazonia, puedo imaginar su internacionalización, como también de todo lo
demás que es de suma importancia para la humanidad. Si la Amazonia, desde una
ética humanista, debe ser internacionalizada, internacionalicemos también las
reservas de petróleo del mundo entero. El petróleo es tan importante para el
bienestar de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. A pesar de ello,
los dueños de las reservas creen tener el derecho de aumentar o disminuir la
extracción de petróleo y subir o no su precio. De la misma forma, el capital
financiero de los países ricos debería ser internacionalizado. Si la Amazonia es
una reserva para todos los seres humanos, no se debería quemar sólo por la
voluntad de un dueño o un país. Quemar la Amazonia es tan grave como el
desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores
9
Traducción del ingles. Texto original lee: “the sperad of ecological awareness in Northern countries and
the fact that the poorer countries in the South are eager for investment (therefore are less likely to have
legislation that deals with pollution)… tends to mean that ecological risks are unevenly distributed.”
(Stevenson, Yearly 2000)
6
globales… Si EE.UU. quiere internacionalizar la Amazonia, para no correr el
riesgo de dejarla en manos de los brasileños, internacionalicemos todos los
arsenales nucleares de EE.UU. Basta pensar que ellos ya demostraron que son
capaces de utilizar esas armas, provocando una destrucción miles de veces mayor
que las lamentables quemas realizadas en los bosques de Brasil… Como
humanista, acepto defender la internacionalización del mundo. Pero, mientras el
mundo me trate como brasileño, lucharé para que la Amazonia sea nuestra.
¡Solamente NUESTRA!
Puesto todo en una balanza, no veo un gran sentido de justicia en pedirle a los brasileños
que sean ciudadanos del mundo (ciudadanos verdes) en asuntos relacionados con la
defensa del medio ambiente, pero ciudadanos brasileños para todo lo demás. No creo que
un proyecto de globalización de la defensa del medio ambiente pueda resultar muy
efectivo si no se propone también, como objetivo primordial, globalizar la pobreza. Esta
es una realidad que todo defensor del medio ambiente, y todo proyecto de globalización
de la defensa del medio ambiente, debe aceptar, le guste o no le guste: o globalizamos
todo, o no globalizamos nada. Sin justicia social no hay justicia ecológica.
Al decir esto, soy consciente de que no estoy diciendo nada nuevo. La idea de una
justicia ecológica ligada a una justicia social era un tema que subyacía a las propuestas de
desarrollo sostenible de la Cumbre de Río (1992), y que formaba parte central de las
propuestas de ecología social de Bookchin (1980, 1982) y del ecosocialismo de Ryle
(1988). Si vuelvo a hacer hincapié en ello nuevamente es sólo porque creo que este es
uno de los asuntos más preocupantes a los que se enfrenta el movimiento ecologista. La
propuesta contiene quizás una gran dosis de utopía, y quizás sea inalcanzable. No son
pocos los que visualizan el proceso de globalización del libre mercado como algo
imparable. Pero, por mucho que me pese, mucho también me temo que este asunto se
puede convertir en la piedra de toque del ecologismo, aquello que al final de al traste con
todo la empresa. Por eso, que no quede sin ser mencionado, una vez más.
3. La crisis de los modelos científicos tradicionales
Otro asunto que Stevenson saca a relucir está relacionado con los mecanismos a los que
podría recurrir en proyecto global de defensa del medio ambiente a la hora de intentar
identificar las fuentes de impacto y de asignar responsabilidades individuales. Bajo
condiciones idóneas, la asignación de responsabilidades debe basarse en evidencia
científica, pero no cabe duda que la ciencia moderna ha mostrado ser una herramienta
inefectiva en esta empresa. Como apunta Stevenson:
Principles like “the polluter pays” and “individual culpability” actually allow
pollution levels to rise. This is because it is often difficult to attribute pollution to
any one source, so such a causal relation may evade scientific demonstration, and
there is often a struggle over who is actually to blame. (Stevenson, p. 312)10
10
Traducido del ingles. Texto original lee: “Principles like ‘the polluter pays’ and ‘individual culpability’
actually allow pollution levels to rise. This is because it is often difficult to attribute pollution to any one
source, so such a causal relation may evade scientific demonstration, and there is often a struggle over who
is actually to blame”. (Stevenson, p. 312)
7
Ante esta situación, Stevenson propone una reformulación de la aplicación de la ciencia
en asuntos relacionados con la protección del medio ambiente que incorpore el principio
de “riesgo”, según este concepto es utilizado por el sociólogo Ulrico Beck (1995); y que
yo encuentro guarda un alto grado de afinidad con la idea de una ciencia post-moderna
que propone Lyotard en La condición posmoderna. Beck, como es sabido, define las
sociedades contemporáneas como unas “sociedades de riesgo”, es decir, como sociedades
donde la toma de decisiones, tanto individuales como colectivas, se realizan sin tener una
idea precisa de las consecuencias que tendrán a corto y largo plazo. Stevenson nos dice:
Risk introduces a public discourse that breaks with the idea of unambiguous
scientific truths, and introduces the sheer impossibility in precisely calculating the
long term effects of our current practices. (Stevenson, 313)
Para ilustrar este hecho, tomemos un ejemplo concreto: la utilización de la isla de
Vieques, adscrita territorialmente a Puerto Rico, como campo de practicas militares por la
Marina de los EE.UU. Transcurridos aproximadamente sesenta años de esas prácticas, se
deja sentir el impacto ambiental sobre los eco-sistemas de la isla, incluida la población
civil. Estudios epidemiológicos muestran una incidencia sustantivamente mayor de casos
de cáncer entre la población viequense, en comparación con la incidencia en la población
puertorriqueña no-viequense que reside en la isla de Puerto Rico. Se le solicita a la
Marina de EE.UU. que interrumpa sus prácticas militares debido a este hecho, pero la
primera se niega alegando la inexistencia de estudios científicos concluyentes que
establezcan una relación causal irrefutable entre las actividades de la Marina y la elevada
incidencia de cáncer. En esto último, la Marina tiene razón: ese tipo de estudio no existe.
Pero tampoco resulta irrazonable pensar que, en ausencia de evidencia de otros posibles
factores litigantes del problema, existe algún grado de posibilidad de que, en efecto, seán
las prácticas de la Marina la causa primordial de la alta incidencia de cáncer en la isla.
¿Qué hacer en un caso como este? Sólo un modelo de ciencia que incorpore la categoría
de riesgo como categoría científica legítima hubiera podido llevar a las partes a un
acuerdo pacífico. En ausencia de dicho modelo, sólo las prácticas de desobediencia civil
lograron ‘convencer’ a la Marina a abandonar la isla.
La naturaleza global del problema medioambiental es de tal magnitud que
imposibilita grandemente la asignación de responsabilidades individuales en base a
evidencia científica. Por tanto, cualquier solución global al problema que pretenda
alcanzar algún grado de efectividad tendrá que apropiarse de un modelo de acción basado
en la ciencia, pero en una ciencia en la que las categorías de “riesgo” y “duda” pasen a
formar parte integral de la racionalidad científica. Creo que la práctica contemporánea de
la medicina científica ya cuenta con un modelo de este tipo, pero por razones
desconocidas (y, quizas, intenciones perversas) no se han querido extrapolar a otros
campos de la ciencia. La ausencia de este modelo para la creación de una ciencia
medioambiental corre el riesgo de convertir la ciencia no ya en fuente de acción positiva,
sino en fuente de excusas para la discordia y la inacción.
4. La crisis del modelo liberal
8
La cuarta propuesta que se desprende del trabajo de Stevenson es la idea de una ética
ecológica basada en un modelo liberal, de corte rawlsiano, y en el que la idea de unos
“derechos humanos” juegue un papel central. En el pasado, ya he argumentado sobre el
error de cimentar una ética ecológica sobre las bases de una ética liberal, o sobre la idea
de concebir unos derechos de la naturaleza entendidos como derechos liberales.
Creo que, al argumentar a favor de una ética liberal, Stevenson se contradice (sin
quizás ser plenamente consciente de ello), pues en otra parte de su artículo alega coincidir
con Anthony Giddens cuando éste propone que “el mundo natural y el social están tan
estrechamente vinculados que todos nuestros intentos de re-moralizar nuestra relación
con la naturaleza debe asumir este hecho como punto de partida”. (Stevenson, 311)11 La
contradicción, a mi entender, surge como consecuencia del hecho de que ha sido
precisamente la ética liberal la que, en base al argumento de que la naturaleza posee
derechos análogos a los derechos de los humanos, ha comenzado por otorgar a la
naturaleza el derecho de romper todo vinculo con el mundo social y humano, y ha
terminado por obligar a la naturaleza a ejercer ese derecho. Los movimientos
ecologistas han entablado un conflicto entre los humanos y la naturaleza equiparable a
una guerra civil y, una vez inmersos en ese conflicto, la única salida que han sido capaces
de idear ha sido la de otorgar a la naturaleza lo que en círculos ecologistas se conoce
como “derechos de autenticidad”, es decir, el derecho de regresar a su estado prístino y
natural, donde queda liberada de toda necesidad de intervenir con el elemento humano.
Pero este “derecho de autenticidad”, para todos los efectos prácticos, no es otra cosa que
un “derecho de secesión” que desemboca inevitablemente en lo que Diana Starr Cooper
(1994) ha denominado como un estado de apartheid, aplicado ahora al ámbito de la
naturaleza.12 Se trata, por tanto, de una salida no sólo ontológica y epistemológicamente
imposible; se trata además de una salida en la que se dejan entrever los rasgos de
influencia de una ideología liberal que, en lo que respecta a los conflictos entre grupos
humanos culturales, no ha sido capaz de idear una salida cualitativamente diferente a la
antes expuesta para resolver el conflicto entre lo natural y lo social.13
HACIA UNA NUEVA ETICA ECOLOGICA
De todo lo hasta ahora dicho se desprende lo que, de manera muy preliminar, me gustaría
llamar la ética del ciudadano verde. Esta ética contendría al menos cuatro reglas de oro:
Primero, la ética del ciudadano verde debe partir del reconocimiento de que la
relación del sujeto con la naturaleza debe estar libre, o más allá, de intereses personales y
nacionales. Esto puede presuponer que los actos de defensa del medio ambiente se
11
Traducido del ingles. Texto original lee: “natural and social worlds have become so entangled that all our
attempts to remoralise our relationship with nature must start from this point.” (Stevenson, 311)
12
Cooper utiliza este concepto en un análisis de los movimiento de defensa de los animales, y por lo tanto
habla de un animal apartheid; pero la naturaleza de la problemática que ella trata es similar a la que aquí
nos ocupa, y el concepto es por tanto igualmente valido para ser aplicado a la naturaleza.
13
Este tema de los límites del liberalismo a la hora de proveer un modelo ético para un proyecto de defensa
del medio ambiente lo exploro de forma pormenorizada y exhaustiva en mí ensayo titulado “Derechos de la
naturaleza y de los animales: los límites del liberalismo” (2003).
9
articulen y ejerzan desde instituciones u organizaciones supra-nacionales; pero, más aún,
requiere de un tipo de sujeto que ejerza sus virtudes ecológicas de la misma manera que
ejerce sus virtudes ciudadanas, pero reconociendo a la misma vez que, precisamente
porque los problemas ecológicos son problemas globales, sus virtudes ecológicas tienen
que asumirse dentro del marco de una ciudadanía global, cosmopolita, del mundo, es
decir, de una ciudadanía verde. El planeta es como un barco que se aproxima a un
precipicio; o salvamos el barco y nos salvamos todos, o no se salva nadie.
Segundo, el ciudadano verde debe ser capaz de cobrar conciencia de que un
proyecto global para la defensa del medio ambiente debe también asumir como propio el
interés por la erradicación de las injusticias sociales. Las estructuras económicas en las
que la defensa del medio ambiente intenta desplazarse y alcanzar logros son estructuras
de una naturaleza tal, que el atender los problemas de injusticia social y de desigualdad
en la redistribución de las riquezas como un problema separado e independiente de los
problemas medioambientales condenaría a dicha defensa al fracaso y la inefectividad. Por
eso, o asumimos todos las consecuencias de la globalización, en todas sus dimensiones, o
convertimos cualquier idea de una ciudadanía verde en una categoría elitista, una moda
del Primer Mundo, de Occidente y de los países del hemisferio norte, un club social
privado al que sólo un puñado de sujetos ricos pueden permitirse el lujo de pertenecer. Es
por esto que creo que las luchas anti-globalización de la economía (entendidas como
luchas contra la globalización del sistema económico neo-liberal) son, a la misma vez, e
independientemente de las intenciones conscientes de sus actores, luchas proglobalización de las actividades de defensa del medio ambiente.
Tercero, la ciudadanía verde, si verdaderamente se propone dejarse guiar por una
ética libre de intereses personales y nacionales, debe cobrar conciencia de los límites de
los modelos científicos tradicionales a la hora de asignar responsabilidades. La magnitud
de los problemas medioambientales que afectan al mundo son de una naturaleza tal, que
los modelos científicos tradicionales, basados en una noción estricta de causalidad,
impiden en gran medida el asignar responsabilidades de manera certera. O adoptamos un
modelo de ciencia en el que las categorías de “riesgo”, “duda” y “precaución” alcancen
un nivel de aceptación como categorías racionales, capaces de asignar responsabilidades
desde posturas preventivas, o condenamos a la ciencia a jugar un papel disruptivo y
obstaculizador en el proyecto de defensa del medio ambiente, en una excusa para que sus
actores se nieguen a asumir responsabilidades. Cuando, en la práctica de la medicina
científica, se establece como regla que: “en caso de duda, siempre se elegirá la opción
que menos riesgo acarree para la salud del paciente”; se establece a la misma vez un
precedente de aplicación de racionalidad científica que podría servir como modelo
ejemplar para esta ciencia medioambiental. En este caso, el paciente sería la naturaleza.
Por último, …
CONCLUSION
Tres cosas debo aclarar antes de concluir. La primera es que estas reglas éticas
que expongo están tan estrechamente relacionadas las unas con las otras, que
probablemente sería imposible imaginar un sistema verdaderamente capaz de alcanzar
logros en materia de defensa del medio ambiente sin adoptarlas todas como conjunto.
Sólo por poner un ejemplo evidente: si un sujeto se negara a asumir sus responsabilidades
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ecológicas utilizando como excusa la inexistencia de pruebas científicas concluyentes,
siendo la verdadera razón para su oposición las consecuencias económicas que ello le
implicarían, entonces el tomar parte en la eliminación del problema económico eliminaría
a su vez la necesidad de la excusa, y pondría a ese mismo sujeto en posición de aceptar
adjudicación de responsabilidades basadas en riesgo.
Por otro lado, quisiera dejar claro que, a mi entender, cualquier opción de
globalización de la defensa del medio ambiente que no asuma una ética que emule la
ética que he intentado esbozar, al menos en su orientación general, correría el riesgo de
convertirse en un proyecto de carácter policial, que ejerza su autoridad y logre que los
demás acaten sus decisiones por la vía de las sanciones y del ejercicio vertical del poder,
en vez de por la vía del diálogo democrático y consensuado. De la posibilidad de lograr
un proyecto global de defensa del medio ambiente que elija como vía preferente esta
última opción, y no la primera; de eso es de lo que en última instancia se trata eso que he
estado llamando a lo largo de este trabajo ciudadanía verde.
Finalmente, habría que clarificar también que, a pesar de todo el esfuerzo hecho
aquí para desarrollar una ética ecológica, lo que verdaderamente he querido hacer, por
irónico que pueda parecer, es subvertir en cada momento, con cada palabra escrita, el
proyecto que de partida me he propuesto, y todo ello con la intención de mostrar cómo,
en el fondo, se trata de un proyecto imposible. Una ética ecológica, como ha apuntado
Aledo (2004), es una ética “imposible”, y la razón es que, de la misma manera que no
puede existir una naturaleza separada e independiente del mundo social, tampoco puede
existir una ética ecológica separada e independiente de una ética social y humana. Así, la
idea de un “ciudadano verde” es sólo capaz de cobrar algún grado de sentido en tanto que
“ciudadano verde”, más no en tanto que “ciudadano verde”.
BIBLIOGRAFIA
Aledo, Antonio
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