Timochenko, Jorge Manrique… y Juan Manuel

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Timochenko, Jorge Manrique… y
Juan Manuel
Escrito por Medófilo Medina
Lunes, 26 de Agosto de 2013 00:27
Comentario esclarecedor sobre una carta reciente del
comandante guerrillero al Presidente de la República:
para llegar a la paz hay que encontrar un nuevo lenguaje.
Innovación estilística
Al leer el título de este artículo es posible que se encienda una chispa
en la pupila de un eventual informante al barruntar que descubrió una
pista para identificar una de las cuerdas de ―infiltración de las
FARC‖.
Jorge Manrique
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Sí, es una cuerda, pero hilvanada con los
hilos de la lírica que enlazan al
comandante de las FARC y al presidente Santos con un excelso poeta
castellano del siglo XV: Jorge Manrique.
Foto: Wikipedia
Me refiero a la carta más reciente de Timochenko al mandatario y que
se divulgó el pasado 14 de agosto bajo el título: Cuando morimos,
descansamos, Santos. El apellido — en vocativo — remata el verso
final de la estrofa quinta del extenso poema de Jorge Manrique
conocido como Coplas a la muerte de su padre (el poema que muchos
de los lectores tal vez recordarán por sus líneas más
famosas….‖nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar…‖).
Desde su primera carta al actual presidente de la República el
comandante guerrillero ha hecho uso de metáforas y giros literarios
que buscan fortalecer la eficacia del argumento. Movidos por el
prejuicio, columnistas y observadores del conflicto interno han
comentado con sorna la novedad del estilo epistolar.
Es cierto que unos pocos han expresado su sorpresa e incluso — como
María Jimena Duzán — han manifestado una sorpresa favorable
frente a la innovación estilística de Timoleón Jiménez. Al fin y al
cabo, no se sabe de nadie que haya muerto por el impacto de un tropo.
Las campanas doblan por muchos
El tema de la carta es la muerte del combatiente en la guerra. Es la
respuesta a declaraciones del Presidente de la Republica, Juan Manuel
Santos, quien al reiterar su permanente estribillo de que no se puede
bajar la guardia, recordó que ha dado la orden de matar. Eso incluye
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naturalmente a Timochenko.
Sin embargo, no descarta reunirse con el comandante guerrillero
cuando lo demanden las circunstancias de las conversaciones de paz.
Por ahora, la Mesa sigue rodeada de agua por todas partes: el llamado
de Santos a sus negociadores a regresar a Colombia lo pone en
evidencia… así como la orden de regresar inmediatamente a Cuba.
Dado el tema de la misiva, el autor de la carta trae a cuento las
circunstancias de la muerte de Alfonso Cano, en términos similares a
aquellos utilizados por el arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve,
para referirse a la operación del 4 de noviembre de 2011, en desarrollo
de la cual los militares ―no quisieron preservar la vida‖ del jefe
insurgente: ―Era un hombre reducido a la impotencia, un hombre de
60 años, herido, ciego y solo‖, dijo el obispo[1].
Timochenko recuerda a Santos que las armas oficiales no sólo acaban
con la vida de guerrilleros: también con las de campesinos y mineros
en medio de las protestas. Invita al mandatario a no olvidar que — en
pleno proceso de paz — cada cuatro días ha sido asesinado un
defensor de Derechos Humanos durante los últimos siete meses de
2013.
La perspectiva de la muerte propia
Al trascender el plano de los acontecimientos concretos, el autor de la
carta toca la cuestión de su propia muerte. En cartas y manifiestos —
en respuesta a los reportajes que conceden los generales — los
dirigentes de las FARC suelen reiterar la idea de que las amenazas de
muerte, por sí solas, no obran como factor de disuasión que los lleve
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a pensar en apartarse de la lucha armada.
En efecto, mal puede entrañar novedad la mención de la posibilidad de
una muerte violenta para quien incorporó tal perspectiva en su
horizonte existencial. Frente a las FARC, la discusión al respecto debe
plantearse en términos políticos.
Desde luego, la exaltación de la muerte propia está asociada en la
guerrilla con el hecho de que en toda guerra se causan muertes ajenas.
En una confrontación tan prolongada y degradada como el conflicto
interno colombiano, la muerte propia difícilmente puede ser fuente de
legitimación éticamente sustentable de un curso de acción político–
militar. Tampoco se puede aceptar como indicador de superioridad
moral, una pretensión invariable de las FARC.
En tal sentido, probablemente han ejercido más influencia como
argumentos en favor de la decisión de ir a la negociación las
consideraciones formuladas sobre los límites de la opción guerrillera
en el escenario político y social actual de América Latina, que en
diversos momentos han expresado — bajo el formato de llamamientos
a favor de la paz —mandatarios de América Latina como el
desaparecido presidente Chávez, Fidel Castro y Pepe Mujica.
Más allá de un verso
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Pero volviendo al estilo epistolar de
Timochenko, salta a la vista que no cita
el verso como un fragmento rítmico
suelto, que solo buscara un efecto sonoro
en el oído, separado del contexto poético
que lo originó.
Es evidente que el autor de la carta posee
un conocimiento retal del poema:
combina dos segmentos del mismo en
Timochenko
una unidad para aumentar la fuerza de su
Foto: Tomada de video de argumento. Adiciona, manu militari, al
Telesur
último verso, el vocativo Santos que
establece el nexo entre el poema y la
intencionalidad política inmediata de Timochenko.
No sobra señalar que las coplas de Jorge Manrique constituyen una de
las cumbres de la lírica castellana: escritas en el siglo XV, resultan
equiparables al Cántico espiritual, la saga erótico–mística de San Juan
de la Cruz en el siglo siguiente. En ambos casos, se trata de una
poética técnicamente compleja.
Timochenko se inspira de la filosofía de las coplas — una extensa
elegía a la muerte del padre — porque resaltan la fugacidad de la vida
y la crucial potencia igualadora de la muerte. La veta pedagógica que
atraviesa el poema le permite ofrecer al lector una profunda lección en
su debate con Santos.
Las coplas de Manrique están impregnadas del sentido de
trascendencia cristiana:
Este mundo es el camino
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Para el otro, que es morada
Sin pesar.
El guerrillero comparte la dimensión trascendente, pero su horizonte
de trascendencia es social, humanístico: se sitúa en el reino de este
mundo, en el pueblo.
Para comprender al otro
En fin, al destacar algunos elementos del mundo intelectual del
guerrillero y de sus recursos polémico–literarios, se quiere llamar la
atención, por un lado, a la necesidad de comprender en toda su
complejidad al otro — al enemigo — aun en medio de la guerra: un
elemento de realismo que puede mejorar las posibilidades de una
negociación.
Por otro lado, la paz no se hará viable a menos que se transformen los
dispositivos culturales y se alteren las visiones en una sociedad
sumergida bajo las ondas de la centralidad de la guerra, construida por
intereses diversos.
Ahora bien, esas transformaciones deben comenzar por la forma como
se utiliza el lenguaje.
Este mundo es el camino
Para el otro, que es morada
Sin pesar;
Mas cumple tener buen tino
Para andar esta jornada
Sin errar;
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Partimos cuando nacemos,
Andamos mientras vivimos,
Y llegamos
Al tiempo que fenecemos:
Así que cuando morimos,
Descansamos.
* El perfil del autor lo encuentra en este link.
[1] Al respecto, es pertinente leer la entrevista de Semana al
arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve: ―A Cano no le
preservaron la vida‖.
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