Eduardo Mendoza: “Siempre leo con la misma inocencia que cuando era niño” La trayectoria de Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), habla a las claras y por sí misma del prestigio de un autor que, desde su primera obra publicada, La verdad sobre el caso Savolta, se situó en la vanguardia de la literatura española contemporánea. A partir de aquella primera entrega, la figura de este narrador no ha hecho más que agrandarse. Novelas posteriores como El laberinto de las aceitunas o El misterio de la cripta embrujada constituyeron nuevos éxitos y descubrieron a muchos la posibilidad de reír a carcajadas mientras se lee, algo que la literatura en español nunca debió olvidar, pues hay que tener en cuenta que nuestro clásico por excelencia, el Quijote, es un libro divertidísimo. El humor de Mendoza es, efectivamente, de estirpe cervantina, pues como el autor de las Novelas ejemplares, sus obras son a la vez alegres y tristes, divertidas y profundas y muestran compasión por sus personajes, por más descarnada que sea la crítica. Él mismo las clasifica según sean “serias” o “de risa”, pero estoy convencido de que ambos rasgos, el humor y la profundidad, conviven en cada nueva entrega de un novelista de semblante risueño, se diría que hasta socarrón, que no consigue ocultar, sin embargo, cierta mirada de serena aflicción. La vida íntima de las ciudades es una de sus obsesiones temáticas. Diseccionó las entrañas de su Barcelona natal en esa obra magnífica que es La ciudad de los prodigios. Y ha vuelto a visitarla en numerosas ocasiones, incluso para ponerla patas arriba en una desternillante novela breve titulada Sin noticias de Gurb. Pero no se ha quedado en Barcelona. También ha ambientado sus libros en ciudades a las que ama y conoce bien, como Venecia, escenario de La isla inaudita. En su última entrega, Riña de gatos, sitúa la acción en el Madrid previo al estallido de la Guerra Civil y vuelve a contar la historia de una ciudad en un momento histórico 1 crítico, a través de los ojos de un recién llegado, aquí encarnado en la figura del historiador de arte Anthony Whitelands, quien comparte, a mi juicio, más de un rasgo con el Onofre Bouvila de La ciudad de los prodigios. A principios de febrero, Mendoza visitó Málaga para presentar esta obra, ganadora del premio Planeta. Ante la imposibilidad de encontrar un momento para charlar con el autor, debido a la cantidad de actos promocionales a los que su reciente galardón le obligaba, acordamos con él remitirle un cuestionario, vía correo electrónico, que el novelista respondió casi a vuelta de correo. Con las respuestas de Mendoza acabo este texto, que no pretende ser otra cosa que una invitación a la lectura de sus libros, sobre todo para aquellos que aún tengan la buena fortuna de poder acercarse a ellos por primera vez. No lo duden. En su obra, usted ha explorado a menudo la ciudad de Barcelona a lo largo de la historia. ¿Por qué ha decidido cambiar de escenario, situando en Madrid la acción de Riña de gatos? No me planteé la cuestión en estos términos. Quise contar una historia determinada y, como el escenario de esa historia era Madrid, pues la cosa estaba hecha. Conozco bien Madrid y situar allí una historia no me suponía un problema excesivo. En cambio, me brindaba muchas oportunidades de profundizar en la historia de una ciudad que no conozco tan a fondo. ¿Son las ciudades un personaje más, quizá el principal, en sus novelas y no sólo el lugar por el que se mueven los protagonistas? Quisiera creer que son las dos cosas. Es cierto que en La ciudad de los prodigios me propuse contar el desarrollo de una ciudad como si fuera el de una persona. Las demás novelas no tenían este propósito. Pero soy un novelista urbano, y es natural que la ciudad tenga un peso decisivo en mis historias. Como soy barcelonés, pues Barcelona. Con Riña de gatos, ¿quería aproximarse al tema de la guerra civil ambientando la novela en los meses previos al comienzo del conflicto o la idea era más bien acercarse, desde esa perspectiva, a la situación actual de cierto desconcierto que se vive en España? No me gustan las alegorías. Quise contar lo que conté, es decir, la situación individual y colectiva previa al estallido de la guerra civil. Por supuesto, en toda situación de crisis se producen fenómenos similares y en toda historia pasada se pueden encontrar similitudes con el presente. Pero no hay que llevar la comparación demasiado lejos. Cada época es distinta, cada situación es nueva, sobre todo, porque los protagonistas son nuevos. ¿Qué asuntos de actualidad utilizaría como tema para una novela? Ninguno en concreto y todos en conjunto. Si escribiera una novela que transcurriera en el presente, seguramente incluiría la crisis económica, pero también otros fenómenos, 2 algunos evidentes, otros no tanto. Cuando uno escribe, explora y encuentra (si hay suerte) y partir de una idea preconcebida no me parece bueno para una novela. El ensayo es lo contrario, claro. El humor siempre está presente en su literatura y es uno de los rasgos más apreciados por los lectores. ¿A qué atribuye que el humor en literatura haya sido tradicionalmente despreciado o tenido poco en cuenta por la crítica? No sé si siempre fue así. Hoy en día lo es, en parte porque el referente de la novela es, para nosotros, la gran novela realista del siglo XIX, en la que el humor no estaba presente. Supongo que la mayoría de esa literatura se produjo en Francia, que no tiene una tradición de humor literario, o la tuvo, con Rabelais y con Molière, pero la olvidó. Por otra parte, una buena novela ha de ser profunda y la profundidad y el humor rara vez van de la mano. ¿Qué tipo de libros prefiere usted como lector? Variados. He cambiado de gustos, de aficiones y de intereses a lo largo de mi vida. Siempre me ha gustado leer un poco de todo. Siempre estoy leyendo varios libros a la vez: poesía, novela, ensayo, historia. A veces me armo un lío. ¿Sigue usted las novedades literarias? ¿Con qué autores, del presente y del pasado, se identifica más como lector y como escritor? Sigo las novedades de un modo superficial, sin ningún rigor. Estoy más o menos al corriente de lo que se publica en España y en unos cuantos países más. Pero en cada país lo que ocurre es imposible de abarcar. Y como no soy un profesional de la crítica, no me hago mala sangre. Me identifico con los autores que consiguen que me identifique. El trabajo ha de ser del autor, no del lector. En este sentido, soy un lector como los demás. Incluso mejor, porque siempre leo de ida, con la misma inocencia que cuando era niño. No me fijo en la técnica, ni en el léxico, ni en nada que no sea el relato. Después de Tres vidas de santos, ¿se prodigará más en el relato corto? Si a mi edad no me he prodigado, no creo que me prodigue ya en nada. Es posible que escriba otro relato corto. Si se me ocurre y me sale, ¿por qué no? Vicente Del Bosque y Mario Vargas Llosa han sido nombrados marqueses por el Rey hace pocos días. Usted también posee un título nobiliario, Duke of Isla Larga. ¿Qué tal lleva lo de ser duque de Redonda? No creo que se me haya subido a la cabeza. El reino de Redonda es una postura. Soy fiel a mi rey y me llevo bien con mis pares. Como el reino tiene nobleza pero no pueblo, no hay conflictos sociales. No pagamos impuestos ni hemos de hacer la mili. Texto: Boni González Fotografía: Fernando González 3