LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA

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LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA
La novela de Mendoza se publica en 1975, año en que puede darse por terminado el
periodo de mayor vigor de la corriente “experimentalista” que desde 1967 había suscitado
grandes esperanzas de renovación para la narrativa española. La incorporación de nuevas
técnicas en la década de 1960, es especial desde la publicación de Tiempo de silencio, de Luis
Martín-Santos, desembocó en una efervescencia “experimental” que se extendió a la
primera mitad de la década siguiente, una experimentación exagerada en muchos
momentos. La novela “experimentalista” –inconformista contra la situación política del último
franquismo– trataba de expresar fragmentariamente lo que no se podría de otra manera (el
multiforme y desordenado mundo actual y la incómoda existencia humana), utilizando
técnicas narrativas como el monólogo interior, el perspectivismo encarnado en múltiples
puntos de vista, contrapunto, estructuras caleidoscópicas, saltos y caos temporales en el
desarrollo continuo de la acción, mezcla de las tres personas narrativas, lenguaje
esencialmente discursivo, tono reflexivo en digresiones constantes, etc. Además, algunos de
los mejores escritores del siglo escribieron novelas experimentales: Torrente Ballester, Juan
Goytisolo o Juan Benet. Sin embargo, este tipo de novela se agotó en su propio esquema
que defendía la eliminación del argumento y la anécdota, propuesta que estaba en contra de
la esencia de la narrativa.
El periodo “experimentalista” se cierra con la aparición de La verdad sobre el caso
Savolta, premonitoria del nuevo giro que iba a tomar la novela española durante la
transición democrática. Eduardo Mendoza, con esta obra madura, introducía elementos
tradicionales, dentro de la variedad de formas, como respuesta al exagerado formalismo
existente.
En la primera parte del libro, Mendoza recurre a las técnicas contemporáneas de
manera prudente (contrapunto, secuencias variadas articuladas en diálogos, narraciones en
primera persona y textos heterogéneos como cartas, documentos policiales o artículos
periodísticos), aprovechando los hallazgos más importantes del “experimentalismo”, pero
abandonando otros tan significativos como el monólogo interior. En la segunda parte, la
estructur cambia: Mendoza se introduce vertiginosamente en la narración con el único afán
de contar la historia y esclarecer la trama y recupera el modo tan cervantino de novela
mediante el diálogo obsesivamente presente.
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