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Aliocha Coll, Góngora y los agujeros de gusano textuales;
por Vicente Luis Mora
Vicente Luis Mora · Tuesday, September 1st, 2015
Aliocha Coll
“He recorrido grandes distancias desde que decidí tomar a campo travieso”
Aliocha Coll, Imaginarias
“Quien anda anda el tiempo” escribe Aliocha Coll en la primera página de Vitam
venturi saeculi (Alfaguara, Madrid, 1982, p. 9), dando comienzo a una narración
neobarroca en la que el concepto de tiempo y la proliferación agotadora del discurso como para el Barroco- serán elementos centrales y determinantes, casi constitutivos.
El tiempo es una de las pocas ideas que aparecen citadas de continuo en este libro
cuyo hacerse -cuyo deshacerse- utiliza y despeja conceptos al poco de aparecer en él,
mezclándolos con neologismos, palabras inventadas, juegos de lenguaje (Carroll,
Joyce, etcétera, son citados en el texto, p. 196), y una desintegración total del sentido
resultante en sonido: en la página 25, doscientas palabras seguidas se construyen
sobre las letras “a” y “o” y sus derivados; en la página siguiente se encadenan decenas
de palabras vertebradas sobre el juego vocálico “i-e”. Como en la propia vida, que no
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nos otorga ninguna pista sobre su variedad y significado -suponemos que intenta
decirnos Coll-, los acontecimientos y cosas sólo surgen ante nosotros; los vemos y
oímos, pero no necesariamente los entendemos.
Ni falta que hace para disfrutarlos.
En esta selva colliana del lenguaje, pareja a veces a la silva gongorina, sobre todo a
las Soledades, con similar grado de dificultad simbólico y semántico, acumulándose
lenguas existentes e inexistentes, el tiempo, como decíamos, es el único punto de
contacto del libro consigo mismo, el único concepto en que la novela se reconoce. Y en
uno de sus puntos, Vitam venturi saeculi reza de este modo: “¿Qué haces? Agujeros en
el tiempo para ver si encuentro algo campos diamantíferos” (p. 61). La frase me
recordó inmediatamente al sexto verso de las Soledades, “en campos de zafiro pace
estrellas”, sensación que se completó mucho más adelante al leerle a Coll: “como
surten los santos en los cuadros y rotizan en el campo del tiempo las estrellas” (p.
254). No sé si esos campos de diamante son un eco, o no, de los campos de zafiro de
Góngora, más allá del común campo semántico de las gemas, pero lo que me dio que
pensar fue la mención a los “agujeros del tiempo”, y que justo después de la mención
apareciese esa imagen -un campo de gemas, un campo de objetos brillantes, de
estrellas – que tiene su imagen nítida en la tradición del siglo de Oro -esto es, en el
pasado-, y que luego se reproduce en otra parte del libro -esto es, en el futuro textual-.
Como si esas tres imágenes se hubieran encontrado -gracias a un agujero de gusano
temporal, textual-, en el mismo lugar de la novela, aunque su espacio cronológico sea
diferente.
Esto me hizo pensar que las citas, los intertextos, recuperan los textos anteriores y los
hacen contemporáneos. Dejan de ser parte del pasado y se reinsertan en el hilo del
presente, de lo presente. Las citas rejuvenecen a los clásicos y ponen el contador de
su olvido a cero. Los actualizan. Y es ahí donde encontramos otro momento
memorable espigado de Vitam venturam saeculi:
“Cada hombre es una sucesión de actualizadores dispuestos en batería. Cada
tiempo es una sucesión de momentos ordenados de la misma manera y
paralelamente a aquélla. De forma que frente a cada momento está su
actualizador. Y el tiempo y el hombre son la edad. Cada momento espacia el
tiempo y en él caben el gesto y la postura y en su sucederse la palabra y la
acción y es un sólido una forma propia. Cada actualizador o situación del
hombre es un sólido una forma propia como un cerco o un marco continente
como lo es la sección de un caño para lo que pase por él pase y en este
sentido el tiempo es contenido. Así el tiempo se proyecta a través del hombre
en la actualidad” (p. 70).
Los intertextos como actualizadores de la tradición, como recuperadores del pasado
espigable y necesario. La novela, el texto, como mediadores temporales, como
agujeros de gusano que nos traen el ayer aquí, campo a través. El tiempo como ficción
novelística. La cita como modo de espejear lo perdido en el hallazgo actual, porque “el
tiempo es un espejo milpuertas” (p. 71). Llegar por una de ellas a Coll, por otra a
Carroll, a C(arr)oll, a Góngora, a este instante.
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