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OBESIDAD Y DEPRESIÓN. UN ESTUDIO PSICOANALÍTICO
Helena Trujillo Luque
Psicoanalista Grupo Cero
[email protected]
RESUMEN:
El sobrepeso y la obesidad son el quinto factor principal de riesgo de defunción en el mundo. Está
relacionada con seis de cada diez muertes debidas a enfermedades no contagiosas y, de media,
reduce en diez años la vida de quienes la padecen. Este trabajo pretende estudiar la relación entre
la obesidad y la depresión como patología psíquica de base. La obesidad va más allá de lo que
propone la medicina, más allá de la fuerza de voluntad por dejar de comer. El cuerpo habla de
aquello que no es capaz de decirse con palabras. Manifiesta en lo real lo que no puede ser
simbolizado. Freud en Tres ensayos de teoría sexual, propone que la primera actividad del niño es la
de mamar del pecho materno, al comienzo, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la
satisfacción de la necesidad de alimentarse. La función paterna es la de alzar “un obstáculo frente al
goce incluido en la relación madre-niño, trazando una tachadura sobre el deseo de la madre y
oponiéndose a la instauración de una completitud imaginaria. El obeso agota el hambre ingiriendo
comida, pero las ganas de comer permanecen, sigue demandando algo, hay una falta. Come para
aplacar la angustia y tapar la falta, para no desear, está atrapado en la posición de goce. Necesita
estar siempre lleno.
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OBESIDAD Y DEPRESIÓN. UN ESTUDIO PSICOANALÍTICO
La obesidad resulta de un desequilibrio entre el aporte calórico de la ingesta y el gasto energético
dado por el metabolismo y la actividad física. Se define por un índice de masa corporal (IMC) mayor
o igual a 30. Desde la medicina, la obesidad es definida como una acumulación de grasa excesiva o
anormal que perjudica la salud. En la población mundial la obesidad ha ido aumentando. La base de
datos del IMC de la OMS refleja que en la actualidad al menos 300 millones de adultos son
clínicamente obesos y proyecta que para el 2015 estas cifras aumentarán a 2.3 billones de personas
con sobrepeso y 700 millones con obesidad.
Estudios epidemiológicos realizados en diversos países Estados Unidos, Australia, Unión Europea han
demostrado que las personas que la padecen, especialmente si son jóvenes, tienen mayor riesgo a
presentar:
Incrementos metabólicos.
Enfermedades cardiovasculares.
Diabetes miellitus.
Hipertensión arterial.
Accidentes vasculares.
Arteriosclerosis.
Intolerancia a la glucosa.
Hiperinsulinemia.
Ciertos tipos de cánceres.
Artritis.
Enfermedad biliar.
Apnea del sueño (que ocasiona ronquidos).
Disminución de los niveles de oxígeno.
Esta patología tiene un difícil tratamiento y alta tasa de recurrencia. Aumenta considerablemente el
riesgo de desarrollar múltiples complicaciones médicas que pueden comprometer la vida del
paciente. Así como incrementa el riesgo de sufrir accidentes, dificultades para llevar a cabo
actividades físicas, problemas del sueño o dolores diversos. Supone, en la mayoría de los casos, un
malestar significativo a la hora de realizar cualquier actividad cotidiana, con lo que supone un mayor
desgaste físico.
Aunque muy poco considerados, los aspectos psicológicos juegan un papel decisivo en la producción
y mantenimiento de la obesidad, y por lo general nunca se abordan. Uno de los grandes aportes que
hace el psicoanálisis es remitir a ámbitos psíquicos algunas manifestaciones que parecen ser
puramente corporales. Freud descubrió esto en el trabajo con la histeria, que el síntoma físico
remitía a un conflicto intrapsíquico. Así es de radical importancia la diferencia entre la necesidad y el
deseo.
En Tres ensayos de teoría sexual describe lo oral (también lo llama pulsión canibalística) como una
primera organización sexual, en la que “la actividad sexual todavía no se ha separado de la
nutrición”. Al utilizar la palabra “todavía”, se hace implícita la propuesta de que inicialmente la
necesidad ya actividad sexual están unidas. La psique y el cuerpo están unidos, pero también
separados. Cada uno tiene acciones propias pero que inevitablemente repercuten en el otro.
Así como el amor es lo que sostiene a la especie, el hambre es lo que sostiene al individuo, siendo
los trastornos del hambre y del amor cuestiones que se juegan en la constitución de la mortalidad
en el ser humano. Y no sólo comer dejará de ser una necesidad sino que también dormir e incluso
morir, así podemos hablar no de la necesidad de comer o la necesidad de dormir o bien la necesidad
de morir, sino que por ser seres hablantes estaremos condenados a ser seres deseantes, por lo
tanto cuando se trate de un trastorno será de un trastorno del deseo.
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OBESIDAD Y DEPRESIÓN. UN ESTUDIO PSICOANALÍTICO
OBESIDAD Y CULTURA
La obesidad no existió significativamente para la especie humana hasta hace unos 10.000 años. Con
el advenimiento de la agricultura y, más intensamente, con la llegada de la Revolución Industrial, la
obesidad se convierte en la primera de las "enfermedades de la civilización"
Paulatinamente y a pesar de alguna reivindicación Renacentista la figura obesa fue perdiendo valor
sociocultural como ideal de belleza. Progresivamente los gustos populares fueron cambiando y
ejerciendo presión sobre el individuo, al tiempo que los cambios conseguidos realimentaban la
ambición nuevos y más exigentes modelos. Las medidas corporales materializan el espectacular
cambio en los gustos por la figura humana deseable. Los gustos populares que estacaron las
imágenes femeninas protectoras del embarazo y de la procreación se han volcado hacia otras con
muy dudosa capacidad para sobrellevar un embarazo bien nutrido y asegurar una lactancia y vida
adulta normales.
La delgadez no sólo es presentada como atractiva sino que se asocia con el éxito, el poder y otros
atributos altamente valorados. En cambio, la obesidad es considerada física y moralmente insana.
Debido a los comportamientos y actitudes sociales, gran cantidad de obesos se sienten responsables
de haber enfermado, de provocar su enfermedad. Los orígenes de este comportamiento social son
múltiples. La obesidad no es solo un problema personal sino que también es un problema social,
donde no sólo se ven requeridas implicaciones personales.
LA BOCA
El cuerpo habla de aquello que no es capaz de decirse con palabras. Manifiesta en lo real lo que no
puede ser simbolizado. Es el escenario del discurso más primitivo de la persona. El síntoma aparece
como sustituto de la satisfacción de un instinto, como consecuencia de una falla en la represión.
A la mayoría de los obesos no les importa qué comen, se comen lo que tienen delante, sin pensar
qué es; no lo pueden evitar, necesitan incorporarlo. Aunque se sienten culpables por comer no lo
pueden evitar. Nos dice Freud en Más allá del principio del placer, que “la compulsión a la repetición
reinstaura más allá del principio del placer”. La persona tiende a repetir aquello que no pudo
tramitar cuando lo experimentó por primera vez.
Una manera de entender a la persona obesa es que come porque está en falta, come para que no
haya falta, para no desear. El hambre y las ganas de comer no son lo mismo. El obeso agota el
hambre ingiriendo comida, pero las ganas de comer permanecen, se sigue demandando algo, hay
una falta. La cirugía elimina el hambre, pero la persona no pierde las ganas de comer, sigue con
“mentalidad de obeso”, sigue siendo obeso.
Es porque habitamos el lenguaje que nada en el ser humano está fuera del sostén del deseo. Sólo si
se instala la pulsión oral como placer de la boca es que el alimento es alimento, sólo cuando la
necesidad de comer se instala como deseo de comer, sólo cuando la necesidad de comer se
humaniza.
El acto de la succión es determinado en la niñez por la busca de un placer ya experimentado y
recordado. Con la succión rítmica de una parte de su piel o de sus mucosas encuentra el niño, por el
medio más sencillo, la satisfacción buscada. Es también fácil adivinar en qué ocasión halla por
primera vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende siempre de nuevo. La primera
actividad del niño y la de más importancia vital para él, la succión del pecho de la madre (o de sus
subrogados), le ha hecho conocer, apenas nacido, este placer. Diríase que los labios del niño se han
conducido como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación producida por la cálida corriente
de la leche la causa de la primera sensación de placer. En un principio la satisfacción de la zona
erógena aparece asociada con la del hambre.
La actividad sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la
conservación de la vida, pero luego se hace independiente de ella. Se trata del modelo y la
expresión de la satisfacción sexual que el sujeto conocerá más tarde.
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OBESIDAD Y DEPRESIÓN. UN ESTUDIO PSICOANALÍTICO
COMIDA TOTÉMICA
Cuando hablamos de comida no podemos pasar por alto la historia de la Humanidad. El psicoanálisis
nos ha revelado que el animal totémico es, en realidad, una sustitución del padre, hecho con el que
se armoniza la contradicción de que estando prohibida su muerte en época normal se celebre como
una fiesta su sacrificio y que después de matarlo se lamente y llore su muerte. La identificación
narcisista con el objeto se convierte entonces en un sustitutivo de la carga erótica, a consecuencia
de la cual no puede ser abandonada la relación erótica, a pesar del conflicto con la persona amada.
En los textos religiosos se menciona a la gula como uno de los pecados capitales, razón por la cual
la obesidad hasta parece ser un justo castigo La carga erótica del melancólico, experimenta un doble
destino. Una parte de ella retrocede hasta la identificación, y la otra hasta la fase sádica, bajo el
influjo de la ambivalencia. Comer lo que no se debe o más de lo necesario tiene que ver con comer
aquello prohibido.
NECESIDAD, DEMANDA Y DESEO.
Hay en el comer la posibilidad de renunciar a ser el acto de alimentarse para pasar a ser un acto
donde el sujeto nos habla de su deseo. En esa dualidad de las funciones de la zona oral surge en
el acto de la alimentación, una satisfacción sexual, y es éste el factor que nos permitirá esclarecer la
comprensión de las perturbaciones de la alimentación, cuando la zona erógena está perturbada.
El cuerpo como organismo vivo requiere entre otros, comer, respirar, dormir… La necesidad de
nutrientes se colma con el alimento, no se satisface con un objeto diferente. La necesidad se halla
desvirtuada de los humanos, arrancada de su dimensión instintual. La consecución del alimento se
busca y se alcana por medio de la dialéctica de pedido a otro y su don por parte del mismo.
La frustración de ese objeto real que es la comida constituye un tiempo necesario para que se
conforme la demanda. Es condición que el objeto pueda faltar, para que la comida devenga para el
niño una función simbólica. Cuando la madre falla en dar la castración por medio del lenguaje, en el
niño quedan confundidos estos dos aspectos: la necesidad y el deseo; cuando esto ocurre, el sujeto
se ve atrapado en el mero goce del cuerpo suprimiendo el deseo.
La demanda define todo pedido que se dirige al Otro. Existe una demanda en el campo de lo
necesario, se dirige al Otro en tanto la puede colmar, y una demanda de amor, se dirige al Otro en
tanto no tiene. La demanda siempre es demanda de algo más allá de la satisfacción solicitada.
Existe también un más acá de la demanda, un espacio entre la demanda de satisfacción y la
demanda de amor, espacio donde surge el deseo. Cuando el sujeto pide algo y se lo otorgan, pide
otra cosa. El deseo no es el apetito de la satisfacción ni la demanda de amor, sino la diferencia que
resulta de la sustracción del primero a la segunda.
El instinto de alimentación perturbado, nos demuestra que el fin sexual de esta fase es el
canibalismo. Toda demanda tiene un doble horizonte, por un lado es del orden de la necesidad y por
otro es del orden del amor, todo ello comandado, determinado, por el orden del deseo de devorar al
otro o de que el otro te devore.
FRUSTRACIÓN
El niño aplasta lo que tiene de decepcionante el juego simbólico mediante la incautación oral del
objeto real de satisfacción, en este caso el pecho. Lo que lo adormece de esta satisfacción es
precisamente su decepción, su frustración, el rechazo que puede haber experimentado. La dolorosa
dialéctica del objeto, a la vez presente y siempre ausente, en la que el niño se ejercita, nos lo
simboliza aquel ejercicio genialmente captado por Freud en estado puro, en su forma aislada. Es el
fondo de la relación del sujeto con el par presencia-ausencia.
La llamada al objeto materno se produce propiamente cuando se halla ausente ,y cuando está
presente, es rechazado. Esto ofrece al sujeto la posibilidad de conectar la relación real con una
relación simbólica. Cae. Si antes estaba inscrita en la estructuración simbólica que hacía de ella un
objeto presente-ausente en función de la llamada, ahora se convierte en real.
Hasta entonces existía en la estructuración como agente, distinto del objeto real que es el objeto de
satisfacción del niño. Cuando deja de responder, cuando de alguna manera responde a su arbitrio,
se convierte en real, es decir se convierte en una potencia.
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Freud nos dice que en el mundo de los objetos hay uno con una función paradójicamente decisiva, el
falo. Este objeto se define como imaginario. Si la mujer encuentra en el niño una satisfacción, es
precisamente en la medida en que halla en él algo que calma, algo que satura, más o menos bien,
su necesidad de falo. El niño como real ocupa para la madre la función simbólica de su necesidad
imaginaria la noción de que a la madre le falta ese falo, que ella misma es deseante, no sólo de algo
distinto de él, sino simplemente deseante, es decir, que algo hace mella en su potencia, será para el
sujeto lo más decisivo.
El sujeto sólo aparece si hay identificación con el significante. El cuerpo se constituye como cuerpo
entero con la condición de perder un objeto, un objeto que no formó nunca parte del cuerpo.
Hablamos de una doble alteridad en cada sujeto: la alteridad en el espejo, que nos hace depender
de la forma de nuestro semejante y la alteridad con el Otro, aquel al cual nos dirigimos, más allá de
nuestro semejante, es el lugar de la palabra.
El obeso necesita seguir comiendo. El deseo es metonímico, nos dice Lacan, se repite una y otra
vez. Está atrapado en la posición de goce. Necesita estar siempre lleno. Lacan establece que la
única manera de salir de la posición de goce es que haya un corte. Un corte que haga presente la
falta, la falta no de comida, sino de ser. Y si no se ha dado un corteen lo simbólico, el corte debe ser
en lo real. Un corte en lo real sería un corte en el cuerpo. Ya lo preveía Freud en Más allá del
principio del placer cuando dice “las posibilidades de contraer neurosis se reducen cuando el trauma
es acompañado por una herida física”.
MELANCOLÍA
El hombre no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aun cuando les haya
encontrado ya una sustitución. El melancólico muestra, además, otro carácter, que no hallamos en
el duelo, una extraordinaria disminución de su amor propio, o sea un considerable empobrecimiento
de su Yo. La carga del objeto queda abandonada, pero la libido libre no es desplazada sobre otro
objeto sino retraída al Yo, y encuentra en éste una aplicación determinada, sirviendo para establecer
una identificación del Yo con el objeto abandonado. La sombra del objeto cae así sobre el Yo, que a
partir de este momento puede ser considerado como un objeto y, en realidad, como el objeto
abandonado. De este modo, se transformó la pérdida del objeto en una pérdida del Yo.
El melancólico ama lo que es, lo que fue o lo que quisiera ser. De allí, la imposibilidad de
retirar la libido del objeto en conflicto o perdido. El amor al objeto debe ser conservado aunque el
objeto ya no esté. En lugar de establecerse un conflicto entre el yo del sujeto y la persona amada,
que lo ha decepcionado o abandonado, el conflicto se establece entre el yo y el superyo, y por eso
hasta puede consentir su propia destrucción, porque una parte del yo no es yo, sino objeto perdido.
Los destinos del depresivo, pueden ser dos: vivir mutilado- donde el espectro de la culpa por
haber participado en la desaparición del objeto, acompaña al enfermo- o mutilarse- donde el sujeto
al vivir confundido con el objeto, acaba librando una batalla donde la victoria sobre el objeto puede
llevarle a su propio sacrificio: solo identificado, puede llegar a suicidarse, matando a aquello que lo
ha abandonado.
Una depresión puede mantenerse como enfermedad durante mucho tiempo, generando la
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resistencia que todo depresivo tiene frente a la curación. Una gran mayoría no sienten su
padecimiento como enfermedad ya que encuentran un sentido a su padecimiento, porque toda su
agresividad externa, queda reprimida como pulsión silenciosa de muerte.
Hay una situación ambivalente, de amor-odio, anhelante y de rechazo a la madre, que
conduce al sujeto a una gran hostilidad que se vuelve contra él. Detrás de todo hay un niño
desenamorado y abandonado, que deberá aceptar que creció, abandonar la pasividad y disponerse
a amar. Esta pérdida, necesaria, de objeto erótico constituye una excelente ocasión para hacer
surgir la ambivalencia de las relaciones amorosas.
La obesidad habla de un cuerpo pulsional más allá del cuerpo simbólico. El obeso come
compulsivamente, dándose atracones, en los que “no hay un cuerpo gordo o flaco, no hay un obeso,
no hay un sujeto, no hay nada más que aquél extraño placer por devorar, quien sabe qué”. Este
modo de gozar le está dando una especie de identidad al individuo, por ello la dificultad de cortar
con la obesidad. El sujeto obeso está unido en un vínculo mortífero con la comida, “devorado en ese
gozo voraz”. Lo que falta en la obesidad es esa ley que pone corte que establece los límites entre el
niño y su madre, el efecto de la palabra.
DEMANDA DE AMOR
El obeso nunca está satisfecho porque demanda un imposible. Busca el imposible del ser, de ser el
deseo del Otro, de no estar en falta, y cumplir con su fantasía de omnipotencia y completud. Lacan
propuso que para que haya deseo tiene que haber falta. Por tanto, el deseo va siempre en la línea
de la ley, de la ley que pone corte, que pone límite al goce permitiendo el surgimiento del deseo.
Buscan devorar al objeto, destruirlo con la boca, lo que hace que el objeto, una vez incorporado, se
constituya en un objeto interno que reprocha. Es el modelo oral de la identificación narcisista,
melancólica: luego de incorporar al objeto aparecen los sentimientos de culpa.
El obeso lo que buscaría no es la comida, sino comer, un ser comiendo; o en otras palabras, un niño
mamando, que no tiene falta, no desea. No es el objeto de la necesidad el que hace falta, mas
tampoco se ha constituido el deseo pues no se tolera la falta, no hay postergación. Desea comida
como objeto que condensa todos los otros objetos. El obeso busca al otro, lo busca en la comida, en
un sentido de dependencia. Busca a su madre, para no estar en falta.
El estar atrapado en esta dinámica de gozar sin límite genera angustia. La angustia de estar
atrapado en la omnipotencia del Otro. De Otro que es el deseo mismo que impulsa a
estar constantemente consumiendo objetos, consumiendo el propio cuerpo, devorándolo todo.
Donde al final no hay deseo, sino sólo un goce eterno y sin barreras.
La obesidad es señal de un deseo que no se satisface nunca, pues es un deseo incestuoso. Por ello,
el hambre del obeso no es fisiológica, es un hambre carnal, sexual, incestuosa, en la que el deseo
que no se logra reprimir se corporiza. El padre permite que donde sólo había un objeto de gozo de la
madre surja un sujeto deseante. La castración, es lo simbólico que permite unir lo real con lo
imaginario, poniéndole límite al goce e introduciendo al sujeto al “no-todo” de su goce, no-todo que
libera al sujeto y permite el deseo. La castración funciona como corte en la relación de goce entre
madre e hijo. Lacan en el Seminario VII, habla de que el sujeto debe sacrificar algo para ser
saciado. Reconocerse en falta para poder desear. El deseo por la madre no puede ser satisfecho,
pues implica la muerte de la demanda, que articula el inconsciente del hombre.
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Bebedor insaciable, lleno de sed
pleno de rabia y de lujuria, bebí toda tu sangre,
tu embriagadora leche, bebí, todo el dolor.
Tus líquidos orgánicos,
tus carnes desgarradas con mis dientes
no bastaron.
Mi sed era insaciable.
Del libro Salto Mortal, Miguel Oscar Menassa
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