LA FORMACIÓN PERMANENTE La formación permanente es: 1. Como la respiración que acompaña a la Vida Religiosa en su ritmo constante. 2. Acción divina, por tanto don y gracia, pero requiere la plena disponibilidad del hombre, su libertad, inteligente y activa, para aprender de toda persona y en todo contexto en cada época y edad con el fin de dejarse instruir y enriquecer. 3. Un modo teológico de pensar y definir la consagración a Dios. 4. Una especie de lento y progresivo proceso de formación en nosotros, del hombre nuevo o de un corazón humano capaz de asumir los sentimientos divinos, de latir al unísono con el corazón de Dios. 5. Gracia, que viene de lo alto, don del Padre Dios, educador y formador de nuestras almas, que cada día va plasmando en nosotros la imagen del Hijo, con formas que sólo percibimos o proveemos en parte, en la libertad del Espíritu. 6. Fenómeno natural y ordinario, esencial del camino evolutivo de la Vida Consagrada y acción de Dios, por lo tanto don y gracia. 7. Un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre. No basta ciertamente un tiempo limitado para llegar a tener los sentimientos del Hijo, es necesario caminar todos los días por este exaltante y fatigoso camino, la mirada puesta en un objetivo que nos supera y nos abre constantemente a la relación. 8. El reto del reto, contenido en la vida de siempre y puede entenderse como la disponibilidad constante a aprender; que se expresa en una serie de actividades ordinarias y extraordinarias de discernimiento, de ascesis y oración, de estudio y apostolado y de verificación personal y comunitaria que ayuda cotidianamente a madurar en la identidad creyente, en la fidelidad creativa a la propia vocación, en las diversas circunstancias de la vida, hasta el último día. 9. Poder acoger dentro de los estrechos límites de la propia existencia cotidiana, de la propia “carne” el misterio del Amor Crucificado y Resucitado, llegando a ser configurado con él hasta en los sentimientos. Es una gracia grande, que expresa una vez más la acción de Dios que precede y sostiene el actuar humano y llega a lo que nosotros solos no podemos llegar nunca, a cambiar el corazón, a vivir los sentidos, los impulsos, los instintos de la carne (como dice Pablo…) como lugar en el que está cada vez más presente el Espíritu, para hacernos más conformes al Hijo, o como lugar en el que realizar esta misteriosa semejanza. Cuando todas las energías vitales del hombre (deseos y pasiones, instintos, impulsos terrenos) estén llenas de Cristo, estén evangelizadas, hayan pasado por la conversión, reclamada por Jesús, el tiempo será cumplido y el Reino de Dios estará cerca. Por consiguiente la formación permanente consiste cada vez más precisamente en el diálogo constante entre Dios y el hombre. 10. Es entrar cada vez más en la perspectiva eucarística, dejándonos educar y formar de verdad por ella, decidiendo ser cada día más pan partido y sangre derramada, poniéndose cada vez más en sintonía-sincronía profunda con la pascua del Cordero. Por esto la Eucaristía es naturalmente diaria, porque es el tiempo concentrado por excelencia, en el que se concentran los significados fundamentales, del vivir y morir de cada día, es donde se apoya el ritmo cotidiano o el latido secreto del corazón, que vibra con los mismos sentimientos del Hijo, porque es gracia constante, cotidianamente fiel, que crea en nosotros lo que celebra. 11. Hacer exactamente la experiencia de la circularidad y reciprocidad entre oración y acción, por la que el apostolado también tiene un valor educativo – formativo específico, desde el momento en que nos forma para buscar y encontrar a Dios en la historia del prójimo afinando la sensibilidad del apóstol que se da por amor y reconoce en la compañía de los hombres la compañía misma del Espíritu. La formación permanente: Tiende que la persona consagrada sea profundamente creyente y pueda verse con los ojos de Cristo en su verdad completa. El lugar normal, la mediación providencial del consagrado es la familia religiosa, en ella se esconde su identidad y en ella la ha puesto el padre y en ella sigue trasmitiéndole sus dones, lo que su Instituto puede darle no puede darle nadie más. Es por tanto la comunidad en el que Dios me ha puesto y en la que me hace crecer y donde sigue alcanzándome con sus dones y provocaciones. Restituye a la comunidad su papel educativo formativo, y pide del principal responsable de ella, que ponga su interés en que la comunidad interprete este papel con plena implicación de todos sus miembros, para que cada uno acepte ser responsable de cada uno de los demás y al mismo tiempo sea libre y pueda dejarse formar por los demás, los acoja con su debilidad como mediación -todo lo misteriosa que se quiera- mediación de la presencia de Dios en la propia vida. Tiene el mismo ritmo que la vida, su respiración es verdaderamente la de la existencia. Allí donde el proyecto de Dios nos ha asignado para vivir, allí también está la gracia de Dios preparada para nosotros, allí nos alcanza el don de lo alto que supera nuestras expectativas, allí se ocultan los desafíos justos, proporcionados a nuestra persona, aunque pueden parecernos desproporcionados, junto a la sorpresa de cosas bellas que nunca hubiésemos esperado, allí nos jugamos lo que somos y podemos llegar a ser, allí y no en otra parte podemos alcanzar nuestra propia estatura, la que corresponde al creyente que en Cristo esta llamado a ser, allí hay una historia que será en cualquier caso de salvación. Tiene un ritmo vital, significa concretamente que nos educamos y formamos en la vida y en las relaciones cotidianas, en contacto con las personas que nos es dado vivir y que no hemos elegido, sin evitar por tanto los tipos difíciles o imposibles o considerados tales, ni huir de las rupturas y contradicciones de la vida de siempre sin soñar una perfección irreal que no es de este mundo, ni una santidad sin debilidades que no tiene nada de cristiana, sin pretender que el Reino de Dios se de ahora y desaparezca del mundo toda huella de resistencia y oposición a el, toda toxina del anti Cristo. Hay sin embargo ciertos momentos privilegiados del día y del tiempo, pienso en la celebración eucarística, de la economía cotidiana, que por tanto no sólo deben descuidarse sino que es menester promover y vivir con fidelidad, gracias a ello adquiere lo demás valor formativo. De este modo lo ordinario y rutinario, lo aparentemente insignificante y pequeño se convierte realmente en momento normal e indispensable del proceso de formación permanente y sólo así puede este proceso durar toda la vida. De este modo, sobre todo el tiempo se convierte en ocasión favorable para la salvación, en Kairós, en tiempo de formación permanente. En lo ordinario de la vida cotidiana, en su debilidad incluso y en su imprevisibilidad se esconde el poder extraordinario e inédito de la gracia. En esta conversión de lo ordinario en extraordinario consiste ante todo la formación permanente, no en acontecimientos necesariamente extraordinarios eventuales y aislados. Las personas con las que se convive son rigurosamente hablando, “los maestros de formación” que la vida pone junto a cada consagrada y es por lo tanto la comunidad religiosa el lugar en el que Dios me ha puesto, me hace crecer, el terreno que el Padre agricultor sigue rodeando de cuidados (¡tantos!) para que de fruto. La fraternidad religiosa es ante todo el lugar ordenado en función del crecimiento de todos, en el que se custodia el don particular del espíritu y resuena la Palabra, en el que se comparte la tensión de la santidad y también esa misericordia que es más fuerte que el pecado. Es antes aun el lugar de la relación con el otro y del otro verdaderamente tal, por que no ha sido elegido por el sujeto, sobre la base de sus preferencias, y por que con frecuencia, hoy cada vez más, es distinto, por origen y nacionalidad, cultura y experiencia de vida, gustos y costumbres. Vivir en comunidad significa aprender la ascesis del reconocimiento radical del otro, de la aceptación incondicional de su realidad total incluida sus miserias y cuanto lo hace digno de amor, y es disciplina de realismo, de capacidad de acogida, de mirada que sabe captar la amabilidad radical de la persona más allá de la apariencia y del comportamiento a veces negativo. La vida común forma sólo a los que se dejan formar y acompañar por ella, que no son ciertamente los tipos de actitud pasiva y un tanto parásita, los llamado consumidores de comunidad, sino exactamente los opuestos los constructores de comunidad. E. Bianchi dice que “El otro es el que me permite entender quien soy, el que por oposición me moldea, el que refuerza mi identidad, precisamente rechazándola,…”. La comunidad es la mediación educativa, el instrumento misterioso y real de la acción formativa del Padre. La relación con Dios constituye la relación secreta de la formación permanente, es decir la oración nos educa en cuanto que excava y saca a la luz la verdad de nosotros mismos, nos forma porque plasma y modela en lo más profundo de nuestra identidad “los sentimientos del Hijo” y, en fin, nos acompaña porque nos hace todos los días partícipes de la paternidad y providencia del Padre, además de hacernos compañeros de viaje de los hombres, nuestros hermanos. La oración forma, no sólo es la oración el alma de todo apostolado, como nos ha transmitido la sabiduría (de origen monástico) que ha modelado a generaciones de apóstoles, sino que también el apostolado es alma de la oración, porque hay una experiencia de Dios que se hace sobre todo en la misión y una posibilidad incluso de intimidad contemplativa que es propia y peculiar del apóstol. Sintetizado del libro “LA FORMACIÓN PERMANENTE” de Amadeo Cencini, Editorial San Pablo, 4ª edición- año 2002. Para reflexionar 1. ¿Qué experiencias de vida te han marcado y crees que han contribuido en tu formación? 2. ¿Logramos que lo cotidiano sea, para cada una de nosotras, formación permanente? 3. ¿Cómo lograr que nuestras comunidades sean espacio de crecimiento de cada uno de sus miembros? 4. La Palabra y la Eucaristía nos educan y forman en la vida fraterna y apostólica. ¿Cómo? 5. Otros aportes qué quieras realizar o sugerir en orden a la FORMACIÓN.