bases de una teología del laicado

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E. SAURAS
BASES DE UNA TEOLOGÍA DEL LAICADO
La gracia y el carácter sacramental bases de la teología del laicado. Divinitas, 3
(1961), 706-734.
El laico no es un individuo aislado. Pertenece a un estamento determinado de la
sociedad eclesial. Estamento regido, no rector, pero que no es masa, sino pueblo. No se
trata pues de un elemento inerte, movido desde fuera: hay en él principios vitales y
activos, peculiares suyos,. que le confieren una personalidad propia.
Por eso un ajuste a la Teología del movimiento seglar actual ha de precisar el lugar
peculiar del laico en la Iglesia. Porque hay peligro de negarle todo papel activo en ella y
también, en el extremo opuesto, de atribuirle funciones propias del clérigo.
Bases sacramentales de la teología del laicado
En una teología del laicado hemos de prescindir de elementos no característicos del
seglar. Así, en este trabajo, no hablaremos de los carismas y gracias gratis datae porque
no son específicas de laicos ni de clérigos. Hablaremos solamente de la gracia
santificante y del carácter sacramental como bases diferenciadoras de los dos grupos de
la comunidad eclesial.
La gracia santificarte es una participación gratuita de la naturaleza de Dios. De ella
dimanan las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. El carácter sacramental, en
cambio, de por sí no es santificarte sino un distintivo que discrimina al cristiano del que
no lo es. Pero además es un principio deputador que dedica especialmente al culto,
capacita para realizar algún, acto de. culto en cl sacrificio cristiano; es, por lo tanto, una
participación del sacerdocio de Cristo. El carácter sacramental también consagra y,
deputa al apostolado, pero en dependencia del aspecto sacerdotal. El apostolado sigue
dos direcciones: la una doctrinal, alimento de la palabra; y vital la otra, alimento de la
gracia. El poder sacerdotal tendrá ambas manifestaciones apostólicas.
Los tres poderes sagrados, el cultual, el apostólico-doctrinal y el Apostólicosantificador, se hallan presentes en los seglares por la infusión, de los caracteres
sacramentales en el autismo y en la confirmación; y por estos tres poderes el fiel
reproduce en sí la triple semblanza de Cristo liturgo, rey y profeta.
La Teología del seglar tiene, pues, dos bases sacramentales: una santificarte, la gracia;
otra el carácter, poder cultual y apostólico y que además impone exigencias morales de
santidad. La gracia nos permitirá hablar de una espiritualidad seglar, el carácter, a su
vez, de una intervención seglar en el culto y en el apostolado.
La santidad del laico y la espiritualidad seglar
Según la Escritura el laicado es el pueblo, la colectividad consagrada, como
contrapuesta a la no consagrada (I Pe 2, 9-10). La razón de ser del laico es una razón
discriminatoria y comunitaria. Para la Teología hay unos que ejercen funciones
jerárquicas y otros que las reciben. Los laicos poseen sólo el poder común o popular. A
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su vez el Derecho define al laico como persona que carece de poder jerárquico (C. C. c
948). Por lo tanto desde este punto de vista se considera al laico como persona
consagrada con una consagración común o popular, por medio del bautismo y la
confirmación.
Las Decretales, por su parte, hablan del laico como del que se dedica a los menesteres
terrenales, el profesional de las cosas de acá abajo, profesional cristiano, por supuesto.
En la misma línea afirmó Pío XII que la consagración del mundo era labor de los
seglares, los cuales se santifican incardinados en lo mundano y santificando la profesión
terrenal.
Con esos presupuestos podemos diferenciar la espiritualidad específicamente seglar.
Partimos de la afirmación de que la gracia santificante es el elemento característico de
una espiritualidad. Admitimos que la gracia santificante es única en su ser, pero diversa
en sus especies morales, y en esto se funda la diversidad de espiritualidades. Por lo tanto
la gracia con que se santifican los seglares será distinta de la de los sacerdotes, será de
diferente especie moral, fundada, en una gracia sacramental especialmente destinada a
seglares, y gracia s actuales que aplican a las diversas profesiones mundanas la gracia
santificante.
Los sacerdotes santifican al mundo, pero desde fuera: orientando, administrando y
comunicándole la, gracia santificante. El sacerdote no debe ser del mundo, está en el
mundo sin ser del mundo. En cambio la consagración del mundo es abra del seglar;
metido por profesión y deber en las cosas mundanas, recibe la gracia con que hará
cristianas esas cosas influye en el mundo, siendo él mismo mundo. El mundo es
santificado desde dentro.
El mundo es la carne, la vida carnal, el placer carnal; lo que es pecaminoso para el
sacerdote con voto de castidad, puede ser naturalmente bueno para el casado no
bautizado; puede ser acto de virtud con la gracia sacramental del matrimonio; será algo
marginal al sacerdocio para los sacerdotes que se pueden casar.
El mundo son también las ocupaciones mundanas, laborales, liberales y profesionales en
general. El sacerdote puede influir en ellas desde fuera, sin apropiárselas. El seglar es
estas cosas, y para santificar tales actividades recibe gracias actuales.
El laicado y la consagración al culto
Consideremos ahora la consagración de carácter común o popular que capacita para la
función sagrada, del culto, en virtud, del carácter sacramental.
El poder cultual de los fieles, específicamente distinto del poder de orden, capacita para
la participación activa en el sacrificio cristiano al cual es referido todo el culto, y, por lo
tanto, es participación formal del sacerdocio de Cristo. Según la Encíclica Mediator Dei
este poder no consiste en hacer el sacrificio, la consagración, ni tampoco en ofrecerlo
por los otros de manera pastoral, es decir, como mediadores y representantes del pueblo
pero sí en ofrecer el sacrificio a título personal: por sí mismos o por los demás.
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Otra participación cultual de los fieles, integrante y no esencial,- es la comunión que
completa el sacrificio. Hace participar de la vida del Señor, santifica, dignifica, hace
hostias agradables a Dios.
Para todo eso capacita el carácter bautismal, sin el cual no se recibe válidamente ningún
otro sacramento.
Veamos ahora la relación entre este poder cultual y el poder de orden. Ambos son
sagrados y cultuales, ambos se refieren al cuerpo real del Señor. Las diferencias están en
que uno es sacrificador y oferente y el otro es oferente a título personal; uno es
jerárquico y el otro no. El poder sagrado de los fieles es dependiente del de la jerarquía:
aquéllos sólo pueden ofrecer cuando los sacerdotes realizan el sacrificio.
La intervención cultual de los fieles en la misa también tiene sus exigencias de
santificación. El carácter, aunque no formalmente santificador, exige santidad en el que
lo tiene y utiliza. Y esto por ser participación del sacerdocio de Cristo; porque maneja
cosas santas como el Cuerpo del Señor ofrecido al Padre; porque con él realiza actos de
culto. Pero también porque tratándose de culto específicamente sacrificial, la manera
digna de hacerlo y ofrecerlo es acompañarlo del propio sacrificio y ofrecimiento.
El lateado y la consagración al apostolado
El poder sagrado sobre el cuerpo real de Cristo es el punto de arranque para el poder
sobre el Cuerpo Místico; y esto también en los laicos. Por eso los intereses de la Iglesia,
principalmente la salvación de los demás,,son también los suyos y no solamente de los
clérigos.
Los poderes sagrados referidos a los miembros del Cuerpo Místico son dos: el docente y
el santificador. Ambos se dan en el clero y en los, fieles, pero de manera distinta: los del
clero son jerárquicos; los de los fieles no, y dependen de los del clero.
Los fieles tienen un poder sagrado mediante el cual obtienen capacidad de intervenir
activamente en los asuntos eclesiales, que se refieren más o menos directamente a la
santificación de los hombres. La razón básica de esto radica en la posesión del carácter
bautismal, potestad sagrada que incorpora al pueblo sagrado y que capacita para el
culto sacrificial. La incorporación Implica solidaridad. El poder activo, para ofrecer el
sacrificio, poder sobre el cuerpo real, es el fundamento para intervenir sobre el cuerpo
místico.
Sin embargo, la intervención de los seglares no es resolutoria ni decisiva. La Iglesia
oye, se informa. Es la jerarquía la que decide (Act 15, 28; 6, 3). La intervención de los
seglares debe realizarse bajo cl mandato de la jerarquía.
Sometidos también a la jerarquía pueden Intervenir en la enseñanza y en el apostolado.
Todo cristiano, en virtud de la participación del sacerdocio de Cristo, tiene algo de
profeta, es decir, puede hablar en nombre de Dios. Todo cristiano, por el hecho de serlo,
recibe una iluminación del Espíritu Santo. Esta base sobrenatural, que existe en todo
cristiano para la percepción y conocimiento de lo divino, se convierte luego en los
poderes sagrados de docencia: el jerárquico de magisterio, de enseñar con autoridad; y
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el común o popular, de testimonio, confesando firmemente la doctrina recibida de la
jerarquía. La asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia se manifiesta en ambos, pero de
modo distinto.
Todo cristiano, mo vido por la caridad, puede entregarse al apostolado de la enseñanza
de la fe. Pero, hacerlo como por oficio, es algo a que se siente destinado por la potestad
sagrada del sacramento de la confirmación. Este poder docente de los laicos es, no de
enseñar con autoridad, sino con sumisión a la jerarquía, al magisterio.
Si se considera el apostolado docente, puede hacerse a impulso de la caridad. Si se lo
quiere hacer como por oficio, se necesita la base del sacramento de la confirmación y la
comisión de la jerarquía. El apostolado del culto litúrgico y ritual encontrará también su
base en el carácter del bautismo. Como decía Pío XI "son los mismos, sacramentos del
bautismo y de la confirmación los que imponen, entre otras obligaciones, también esta
obligación de apostolado".
Condensó: MANUEL BELLO
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