LA MERLUZA DE LA GRATUIDAD A lo largo de mi vida he hablado y he escrito mucho sobre la Gratuidad, el valor que no busca, no espera, no pide nada a cambio cuando hacemos cualquier acción humanitaria. Al menos en mi vida este valor ha contribuido mucho, de forma muy positiva, a la transformación social de los colectivos por los que he luchado combatiendo las injusticias y la marginación. Si se eliminara el egoísmo, causa principal de las muchas injusticias que hay en este mundo, esa nueva sociedad sería posible. Los principios que definen el Amor entre los seres humanos son la Igualdad, la Solidaridad y la Gratuidad. Lo que más me ha preocupado siempre es la falta de esta última. Lo contrario de la Gratuidad, que es el egoísmo, es posiblemente el defecto más frecuente de nuestra sociedad. Me preocupa la falta de Gratuidad manifiesta en el sentido mercantilista que ha invadido nuestra cultura y nuestras mentes, hasta el punto de parecernos lógicas y normales ciertas actuaciones y formas de pensar totalmente egoístas y que traen consigo las injusticias que sufren, como siempre, los más débiles. Hoy nos parece normal que nadie dé nada a cambio de nada; todo tiene que ser a cambio de algo. Hemos sustituido la Gratuidad por el egoísmo mercantilista. La Gratuidad -pienso- debe regir siempre los comportamientos y actitudes, y guiar la realización de los demás valores universales del ser humano. Valores como el amor, la compasión, el perdón o la amistad no deben servir como moneda de cambio, sino ofrecerse gratuitamente, sin pedir compensación alguna por ellos. Estos valores, sin el de la Gratuidad, dejarían de ser valores. La Gratuidad debe ser la alternativa para transformar nuestra injusta Sociedad en otra más justa. La Gratuidad da preferencia a los intereses de los demás antes que a los propios, por eso no busca, ni espera, ni pide nada a cambio; solo piensa en el beneficio de los demás, nunca en su propio beneficio. La primera persona que me inculcó la importancia de la Gratuidad fue mi madre. Recuerdo que nos solía decir a mis hermanos y a mi que “siempre los demás son los primeros y vosotros los últimos”. Por ello, a la hora de elegir siempre dejaba que los demás eligieran lo mejor quedándome yo con lo que los demás no querían. Recuerdo que un día, comiendo con todos mis hermanos y con mi padre, mi madre repartía una gran merluza. Fue dando los mejores trozos a todos y cuando llegó a mí me dijo: - Tú, Antonio, toma la cola, que sé que es lo que más te gusta. - Mira mamá -le contesté- yo siempre elijo la cola porque nos has enseñado que siempre lo mejor es para los demás, pero lo que a mí más me gusta es la parte del lomo. Todos echaron a reír. Ahora me doy cuenta de que si todo el mundo pensara así, que primero son los demás y después uno mismo, en el mundo no habría tanto egoísmo. Todos miraríamos por los intereses de los demás antes que por los nuestros, la convivencia entre las personas sería feliz, seríamos más solidarios con los más empobrecidos, los más marginados, los más débiles, sin esperar nada a cambio. Entonces tendríamos un mundo más justo en donde prevalecería el espíritu de Gratuidad. Antonio Gómez Moreno Presidente Madre Coraje