Circunloquios

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Circunloquios
Revista de investigaciones culturales
Primavera 2014
U NA VISIÓN DE LA GUERRA DESDE LAS TRINCHERAS
EN L A MEDIA NOCHE DE R AMÓN DEL V ALLE -I NCLÁN
WILLIAM LEONARDO PERDOMO VANEGAS
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL DE COLOMBIA
En ninguna creación de los hombres se revela mejor el sentido
profundo del paisaje, y se religa mejor con los humanos destinos.
Por la guerra es eterna el alma de los pueblos.
Ramón del Valle-Inclán
D
esde la Antigüedad Clásica, la guerra ha sido contada y retratada de diversas
maneras. A lo largo de la historia del periodismo y de la literatura podemos asistir
a una íntima relación entre la guerra y los medios de comunicación; aunque es
una relación que no sólo busca dar a conocer las dinámicas reales de un conflicto bélico,
sino que también es una relación en la que se pretende obtener un beneficio lucrativo. Es
de allí de donde surge la inquietud por la objetividad de este tipo de discursos, por lo que
podríamos preguntarnos ¿cómo se puede presentar una visión coherente de un
acontecimiento tan confuso y complejo como la guerra? o ¿de qué manera los medios de
comunicación pueden dar a conocer una imagen de lo que realmente ocurre en una guerra?
Para los medios de comunicación esta imagen no se debe limitar a las causas o razones de
un conflicto, ni a recoger las voces ofuscadas de sus combatientes, sino que debe ser una
mirada más profunda del conflicto, que abarque las condiciones de la población civil, el
sufrimiento de los desplazados, o hasta las acciones más arriesgadas de los representantes
de los medios de comunicación, quienes se ocupan de reseñar los acontecimientos más
significativos del conflicto. Lo que responden los medios de comunicación respecto a estos
cuestionamientos, es que la persona encargada de presentar una visión amplia de este tipo
de conflictos debe estar en el centro de la guerra, con las tropas, en las trincheras.
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En ese sentido, la figura que, tal vez, se acerca más a responder estos
cuestionamientos es la del corresponsal de guerra. Desde hace algún tiempo los
corresponsales de guerra han reportado lo que se vive al interior de un conflicto bélico
mediante las crónicas de guerra. Se podría afirmar que las crónicas de guerra acercan al
lector al miedo vivido en el semi-entierro de las trincheras, al confuso frenesí del combate,
al dolor, la angustia y la esperanza de los soldados. Los corresponsales de guerra y sus
crónicas se presentan como respuesta al afán de los medios de comunicación por dar a
conocer lo que ocurre al interior de la conflagración bélica, de las batallas y, sobretodo, el
estado emocional y físico de las tropas que representan un país en determinado conflicto.
Uno de los primeros corresponsales de guerra de los que se tiene conocimiento es
Tucídides, quien, en vez de tomar partido por el bando ateniense, en la Guerra del
Peloponeso, siendo él mismo ateniense, procuró cubrir la historia desde ambos puntos de
vista, presentando la posición espartana tanto como la de la alianza ateniense, y
esforzándose en mantener el equilibrio por encima del sentimiento patriótico. Esta
iniciativa fue retomada por otros historiadores como Jenofonte en Anábasis, quien hizo
énfasis en la observación y la descripción. Igualmente, en la era moderna muchos
reporteros rechazaron presiones para exagerar las victorias y moderar los reveses de sus
ejércitos nacionales, insistiendo, al contrario, en un estilo periodístico basado en la
narración objetiva originada en la observación y en los relatos de testigos oculares.
Sin embargo, a partir de las guerras de finales del siglo XIX, se vivió un cambio en
la manera en que los medios de comunicación esperaban que sus corresponsales
informasen sobre los conflictos. Estos cambios fueron en gran parte el resultado de
avances estructurales en los medios, especialmente el ascenso de la prensa popular. Un
ejemplo notorio es la forma en que William Randolph Hearst aplicó la subjetividad a la
guerra de independencia de Cuba en favor de la ideología estadounidense de “destino
manifiesto”, preparando al público americano para las intenciones militares
norteamericanas en Cuba (Pérez Orué 2008).
La Primera Guerra Mundial contribuyó a que se acelerara este proceso de
transformación del reportaje de guerra a la propaganda. Los corresponsales de guerra ya no
se consideraban observadores objetivos, independientes del conflicto, sino como parte del
esfuerzo bélico de su nación. Su primera responsabilidad era reforzar la moral pública y
apoyar la acción bélica, mas no reportar lo que realmente sucedía en los campos de batalla.
De tal forma, los corresponsales durante este conflicto se identificaron más con los
ejércitos que seguían, que con las corporaciones de los medios para las cuales reportaban.
Sus reportajes fueron cuidadosamente monitoreados (y a menudo censurados) por oficiales
militares, y sus movimientos estrictamente controlados. Algunos de los más valientes (y
también desafortunados) alcanzaron el nivel de guerreros, arriesgando y perdiendo sus
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vidas en pro de su deber. Su papel se enmarcó en el contexto de la lucha nacional por la
victoria (Pérez Orué 2008). Redujeron la guerra a una batalla entre el bien y el mal; el lado
suyo representaba el bien enfrentándose al mal, lo que llevó a algunos medios a recurrir
escritores reconocidos para darle un semblante más creíble a las crónicas publicadas. De la
mano de escritores reconocidos y con experiencia en el campo de la literatura, los medios
buscaban presentar una visión más sensible y humana de la guerra.
En ese sentido, en España se pueden citar varias experiencias de esta índole, como
la del escritor Antonio Monegal, quien fue corresponsal en la guerra de Bosnia exponiendo
una cultura de la guerra mediante sus crónicas; o la reconocida escritora y periodista
Carmen de Burgos1, conocida como “Colombine”, quien fue una de las primeras mujeres
corresponsales de guerra de España, fue corresponsal de los diarios El Universal y El
Heraldo de Madrid en las guerras de África y Marruecos; igualmente, Ramón J. Sender,
quien reseñó la labor del soldado occidental en África en su libro Imán (1930), y quien fue
corresponsal del diario El Sol2 de Madrid en la misma guerra; o el caso de Ramón Pérez de
Ayala, quien como corresponsal del diario La Prensa de Buenos Aires retrato la guerra del
1914. Una de las experiencias más rememoradas es la del poeta y novelista español Ramón
María del Valle-Inclán, quien imprime una visión estelar de la I guerra Mundial. Estos y
muchos otros escritores buscaron sensibilizar a los lectores respecto a los acontecimientos
de la guerra mediante un lenguaje literario. En la mayor parte de estos casos se evidencia la
simultaneidad temporal que se logra alternando acontecimientos separados en el espacio,
pero vinculados lógica y simbólicamente entre sí, y planteando recurrencias textuales y
correlaciones que mantienen la impresión de que el “terrible rumor de la guerra” no se
apaga nunca, sino que persiste en el frente y en la retaguardia, y que siempre existirá un
lugar desde dónde verla y sentirla: desde las trincheras.
Ramón del Valle-Inclán se convierte en una de las figuras más representativas de
esta manifestación discursiva. En La media noche. Visión estelar de un momento de guerra
(1916) plasma una amplia perspectiva de la guerra, que responde a una nueva “asimilación
en la literatura del tiempo y del espacio histórico real y del hombre histórico real, que se
descubre en el marco de estos” (Bajtín 237). La visión que resalta Valle-Inclán de la I
Guerra Mundial, la construye mediante esa relación espacio-temporal, expresión de una
experiencia social vivida.
En el caso de Ramón del Valle-Inclán, no sólo se puede hablar de la necesidad de
informar lo que ocurre en la guerra, pues el autor tenía cierto interés en los asuntos bélicos;
según Anthony Gooch (1980), “Ramón María del Valle-Inclán tenía afición, de joven, a lo
castrense; antes de marcharse a México, se hizo un traje militar, y, en palabras
autobiográficas, se confesaba soldado en tierras de la Nueva España” (344). Gooch (1980)
también cita a José Monleón, quien afirma que
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…a Valle le habría encantado ser militar y ostentar un alto cargo en un
ejército español digno, que Valle tenía delirios de grandeza militar
frustrados. ¿Acaso no declaró que era "Coronel General de los Ejércitos de
Tierra Caliente"? ¿Acaso no le espetó a la memoria de Cervantes lo
siguiente: "No te envidio el haber escrito el Quijote, sino la ocasión en que
te quedaste manco"? Y cuando, en 1916, visitó el escenario de "la más alta
ocasión que vieron los siglos," le halagó en sumo grado el que algunos
soldados franceses le tomaran por el general Gouraud, a quien, por lo visto,
se parecía bastante. (344)
Este interés por la guerra se evidencia en La media noche. Visión estelar de un
momento de guerra, donde relata, con detalle y con cierta postura realista, los diversos
hechos de un día de guerra en Francia en el año de 1916 durante la Primera Guerra
Mundial.
En su primera edición, La media noche era el título de la primera parte de Un día
de guerra (visión estelar), se publicó en forma de folleto en el diario El Imparcial de
Madrid entre el 11 de octubre y el 18 de diciembre de 1916. Un año después, se publicó la
segunda edición en forma de libro, con el título de La media noche. Visión estelar de un
momento de guerra, que consiste en la transposición de cuarenta capítulos y donde se
describe un contexto de la guerra que no se limita a las causas y circunstancias de un
conflicto bélico, sino que presenta una visión de la guerra que acoge la angustia y el frenesí
de los combates, la inerte relación entre los vivos y los muertos, y configura la imagen del
enemigo. Es un punto de vista en el que “el tiempo se condensa, se comprime, se convierte
en visible desde el punto de vista artístico, y el espacio a su vez, se intensifica, penetra en
el movimiento del tiempo, del argumento, de la historia” (Bajtín 238). Tiempo y espacio se
entrelazan significativamente para configurar un contexto de la guerra (Villanueva 67-68).
Es un texto que no se presenta formalmente como una crónica, puesto que no está escrito
como un reportaje. Es una intercalación de episodios que en su mayoría no tienen un eje
temático; aunque todos los capítulos hacen alusión a la guerra y los combates entre
franceses y alemanes, son pocos los que tienen una continuidad en la narración. Cada uno
de los capítulos comienza y termina con un acontecimiento distinto.
En la Media noche. Visión estelar de un momento de guerra Valle-Inclán presenta
la guerra como un contexto que parece no tener tiempo ni espacio y donde la muerte, las
batallas y la construcción de la imagen del enemigo son la base para la conformación de
este contexto. Para Teun A. Van Dijk, el contexto es un “conjunto estructurado de todas las
propiedades de una situación social que son posiblemente pertinentes para la producción,
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interpretación y funciones del texto y la conversación” (1999 160), pero aclara que “no son
las propiedades situacionales mismas las que influyen sobre el discurso sino su
construcción mental como categorías en modelo contextual”. Categorías que se traducen
como modelos mentales que intervienen en la valoración del mundo; en otras palabras, el
contexto se define como los modelos mentales de carácter personal que permiten tener una
concepción del mundo que se relaciona, directa o indirectamente, con una sociedad, con
una cultura y un momento determinados. Se podría afirmar que, a través de toda
construcción personal se van generando una serie de estructuras que evidencian cómo cada
individuo o grupo de individuos se relaciona con la sociedad y su entorno; es decir, a
través de estas estructuras aprehendemos la realidad o, mejor aún, cada uno se hace ideas
de ella y del lugar que ocupa en el mundo. Estas estructuras, modelos mentales para Van
Dijk, le permiten a Valle-Inclán comunicar lo que experimentó y conoció en el frente de
batalla y, así, construir una imagen de la guerra en la que tiempo y espacio se configuran
como uno solo.
El propósito del texto es describir, mediante el lenguaje, el contexto de la guerra,
por parte de un conocedor voluntario de los actos bélicos; sin embargo, al leer el prólogo
de la segunda edición, Valle-Inclán confiesa que el proyecto inicial era más ambicioso que
resultado final, al respecto escribe: “Era mi propósito condensar en un libro los varios y
diversos lances de un día de guerra en Francia. […] He fracasado en el empeño, mi droga
índica en esta ocasión me negó su efluvio maravilloso. Estas páginas que ahora salen a la
luz no son más que un balbuceo del ideal soñado” (1975 101-102). El autor está consciente
de la importancia de la relación entre el espacio y el tiempo para esbozar una imagen
coherente de la guerra, que no se debe limitar a los “relatos que estén mediados por la
posición geométrica del narrador” (1975 101), sobre ésto el autor español afirma que
“aquel que pudiese ser a la vez en diversos lugares […] tendría de la guerra una visión, una
emoción y una concepción en todo distinta de la que puede tener el mísero testigo, sujeto a
las leyes geométricas de la materia corporal y mortal” (1975 101).
En La media noche… se configura el contexto mediante la descripción de tres
aspectos: las batallas entre franceses y alemanes, el trato con la muerte y la construcción
de una imagen del enemigo en contraste con las tropas aliadas. En torno a las batallas, el
relato se desliza por dos espacios relevantes donde se llevan a cabo las acciones bélicas: las
trincheras, donde se siente todo el caos de las batallas, y las ciudades o los pueblos, donde
se detiene a describir el sufrimiento de la población civil. El autor incluye no sólo el estado
de los soldados sino también de la población civil que se ve inmersa en ese conflicto. Así
mismo, el entusiasmo y la postura integral del poeta español frente a los conflictos bélicos
son pieza clave a la hora de relatar los sucesos más críticos de las batallas: "Granizos y
ventiscas en los montes alsacianos. Ya cantó dos veces el gallo... Hay un cañoneo lento,
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que tiene largas y encadenadas resonancias" (1975 97); igualmente no deja a un lado el
sentido heroico: "¡Cómo la gran batalla se quiebra y disloca en acciones parciales, en
marchas, en flanqueos, en sorpresas, hasta desvanecer por completo su visión estelar en el
tumulto del cuerpo a cuerpo y acabar en un grito que es como el canto victorioso del
gallo!" (147). Este entusiasmo y esa postura integral con la que describe los combates le
conllevan a imprimir una visión con un sentido de totalidad, ya que busca integrar los
aspectos de la guerra y de la vida cotidiana en un todo.
Los enfrentamientos entre las tropas son descritos eufóricamente pretendiendo
recoger varios aspectos que ocurren al mismo tiempo: “Está librándose una gran batalla; se
oye el bombardeo lejano y constante. Patrullas de caballería, carros de ametralladoras,
convoyes de munición escoltados por tropas de infantes, desfilan sin intervalo por la única
calle de la villa, para ir a perderse en la bruma del Suroeste” (134). Las batallas son
descritas de forma realista sin dejar a un lado la sensibilidad del pueblo y de los soldados:
“…París, en estos momentos, está lleno de un sentimiento profundo de amor y de respeto
al Ejército. En los tranvías, cuando entra algún mutilado, las señoras se levantan y le ceden
su puesto. ¡Y son tantos los mutilados!” (119); la tragedia de la guerra descrita incluye la
crueldad y la inocencia de la humanidad: “…en el fondo de la llanura, flamea sobre el cielo
negro el resplandor de tres aldeas en llamas, rodeadas de clamores. – Un cerco de mujeres
trágicas que abrazan a sus hijos, y de viejos que levantan los brazos” (148). Todos estos
fragmentos son los constituyentes de un panorama homogéneo, que también se construye
con ciertos elementos que parten de una experiencia histórica de la guerra y que se sitúa en
un contexto en donde el tiempo se convierte en espacio y la experiencia social de la guerra
se aleja de una simple dimensión humana.
Al describir el frenesí de las batallas, no puede evitar dedicarle algunas palabras a
los muertos y a la agonía de los moribundos: “las columnas de asalto se suceden en
oleadas: los muertos quedan atrás, aplastados sobre la tierra, medio desnudos, desgarradas
las ropas por las explosiones: los heridos se arrastran por las esguevas, buscan donde
cobijarse, y, hallado el seguro, levantan sus clamores pidiendo socorro…” (1975, p. 149).
Es un clamor, un llamado al que nadie acudirá, puesto que en este panorama realista de la
guerra, la sensibilidad por la muerte y el dolor del prójimo no tiene cabida: “los dos
centinelas de pérdida se arrastran cautelosos, y, cuando el lostrego de los reflectores
explora y revela el campo, quédanse aplastados: con las carnes estremecidas, pisan sobre
un montón de cadáveres medio enterrados en la nieve: al pisar, parece que se les incorpora
bajo los calcañares. Los dos centinelas pasan sobre los muertos llevándose su olor” (111).
La vida disipada de esos soldados se convierte en un simple olor o, mejor aún, un hedor del
cual hay que alejarse.
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La narración de La media noche… no se limita a ver el sufrimiento de los soldados;
por el contrario, la esencia de la muerte se extiende hasta la gente del pueblo: “el infante se
queda con un balido, y el padre le contempla sin hablar, llenos de tristeza los ojos. A su
lado, con la cabeza sobre un cesto boca abajo, duerme una niña: el padre la ha cubierto con
si chaquetón, y asómanle los pies calzados con zuecos y medias azules. La madre se
levanta con un repente, y descubre el rostro pálido del pequeño: -¡Se muere! ¡Se muere!
¿No ves que se muere? ¡Ya no tenemos hijo! (1975 114-115). La descripción de los
muertos es bastante realista: “…los llevan suspendidos por pies y por hombros; los brazos,
les cuelgan rígidos; las manos arañan el suelo. Descansan los azadones, cantan los sapos en
el fondo de los prados, y los muertos van al fondo de la fosa” (126-127).
En la perspectiva de Valle-Inclán la muerte también llega hasta las tropas
enemigas: “sopla el viento del mar, y la resaca arrastra hacia la orilla los cadáveres
amoratados e hidrópicos de algunos soldados alemanes: flotan entre aguas: una ola los
levanta en la espumosa cresta, otra ola los anega. Sus botas negras y encharcadas se
entierran en la arena, sus grandes cuerpos hinchados tumban sordamente” (118), además “a
lo largo de la playa flotan más de cien cadáveres alemanes inflados y tumefactos. Uno hay
que no tiene cabeza; otros descubren en el vientre y en las piernas lacras amoratadas, casi
negras” (119).
En el relato, Valle-Inclán también se detiene a retratar una imagen de las tropas
alemanas, quienes son presentados como ingenuos, aturdidos y desesperanzados: “los
soldados [alemanes], atónitos, huraños a los jefes, esperan el ataque de la infantería
enemiga, sin una idea en la mente, ajenos a la victoria, ajenos a la esperanza”; de esa forma
se acerca a la construcción de una imagen del enemigo, la cual no está sólo en la voz de
autor, ya que el general inglés Sir Francisco Murray dice, en determinado momento
"Dejemos lo teatral para los alemanes. Nuestros partes son partes ingleses" (155).
Asimismo, Valle-Inclán califica al Kaiser de "payaso trágico"; en el texto es frecuente el
empleo de palabras como fantoche y payaso, en sentido plenamente despectivo para
describir al enemigo. Valle-Inclán refuerza la moral pública y resalta la acción bélica de las
tropas aliadas, al mismo tiempo que se identifica con el pueblo francés y su ejército
reforzando una moral pública.
Los ataques de las tropas aliadas sobre las tropas alemanas se narran con cierto
sentido heroico: “…corren de cara a las trincheras alemanas atuidas de muertos, y arrojan
sus granadas, y dan voces con la dramática alegría de la guerra” (150). Se reitera el avance
sobre el enemigo: “la artillería de los aliados bombardea el campo que se extiende a
retaguardia de las trincheras, y su fuego de cortina cierra el paso a las reservas que acuden
a reforzar la primera línea. Los heridos alemanes se incorporan suplicantes:
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—¡Franceses! ¡Franceses! ¡Camaradas!
Los que restan ilesos arrojan los fusiles y levantan los brazos:
—¡Camaradas! ¡Camaradas! (152).
El sentido heroico de las tropas aliadas también entrará en la descripción de ValleInclán, ya que configura la imagen del enemigo en contraste con las tropas de los aliados:
“la infantería avanza en negras oleadas; retiembla la tierra bajo el golpe uniforme de las
ferradas botas. […] Las granadas ponen fuego en las yacijas de paja y en los capotes de los
muertos, y el humo y el olor de la carne chamuscada sirve de fondo al clamor de los
heridos” (1975 153). Al resaltar la destreza de las tropas francesas también relata la caída
de las tropas alemanas: “filo del amanecer, la infantería de los aliados se lanzó fuera de sus
trincheras, asaltando las defensas alemanas. Los soldados, tendidos en ala corren con la
cabeza baja alentados por el fuego de la artillería; resbalan, caen, chapotean, salvan las
zanjas, se desgarran en las alambradas” (157).
En definitiva, la narración de Ramón del Valle-Inclán trata de exteriorizar un
momento de la guerra bajo un “arco de luz donde todas las cosas son cerca y lejos, rotos
los lazos del lugar y de la hora” (Valle-Inclán 1995 155), para poder "contemplar el
espectáculo del mundo fuera del accidente cotidiano, en una visión pura y desligada de
contingencias frívolas" (Dougherty 2003 78). Tal visión responde a una asimilación del
contexto histórico real que se manifiesta mediante el lenguaje poético. En La Media noche.
Una visión estelar de un momento de guerra el contexto se representa mediante una
simultaneidad temporal, que se logra alternando acontecimientos separados en el espacio,
pero vinculados lógica y simbólicamente entre sí. Las batallas, la muerte y la configuración
de un enemigo, son aspectos que mantienen el "terrible rumor de la guerra", el cual persiste
en el frente, en los pueblos afectados y en las trincheras de los dos bandos.
Al escribir este relato, Valle-Inclán supera las barreras espacio-temporales, puesto
que se presenta en diversos relatos y expresiones de varias perspectivas que terminan
resumiéndose en un solo punto de vista; es “una conexión esencial de relaciones
temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura” (Bajtín 237). Describe el
contexto por medio de una mirada colectiva que recoge la posición del soldado, del pueblo,
del enemigo y, además, configura la imagen inerte de la muerte. La descripción del espacio
y el tiempo, como un constructor subjetivo de lo que es relevante en dichas situaciones
sociales, permite presentar una visión más concreta de una guerra: una visión estelar.
Logra transmitir la complejidad del momento histórico en una unidad circular.
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NOTAS
1
Carmen de Burgos fue una periodista, escritora, traductora y activista de los derechos de la mujer.
Se la considera la primera periodista profesional en España y en lengua española por su condición
de redactora del madrileño diario Universal en 1906, periódico que dirigía Augusto Figueroa, fue
la primera redactora de este diario y también trabajó para El Heraldo de Madrid. Cubrió la Guerra
de África en Marruecos, como una de las primeras mujeres corresponsales de guerra de la historia
de España. Maltratada por los críticos y escritores que parecían recelar de su libertad, su eminente
importancia como escritora fue relegada y reducida a la condición de "amante" de Ramón Gómez
de la Serna.
2
El sol fue un periódico madrileño, ilustrado, liberal y regeneracionista, fundado el 1 de diciembre
de 1917 por Nicolás María de Urgoiti, director de La Papelera Española y desaparecido con la
Guerra Civil. El Sol defendía un proyecto reformista, una reforma sentida como una necesidad
apremiante por los sectores más progresistas y dinámicos de la burguesía y los intelectuales, que ya
había presidido la fundación de la revista España (1915-1924). El Sol mostró también comprensión
y simpatía por un movimiento obrero organizado y constructivo, concretamente el socialismo, al
que aspira a ayudar a orientar en un sentido evolutivo y reformista. Prestó gran atención no sólo al
catalanismo y al nacionalismo vasco, sino en general a la vida de provincias. Contó con una
información extranjera superior a lo que era habitual en la prensa de la época.
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OBRAS CITADAS
Bajtín, Mijail. Teoría y estética de la novela. Madrid: Taurus, 1989.
Dougherty, Dru. Palimpsestos al cubo: prácticas discursivas de Valle-Inclán. Madrid:
Fundamentos, 2003.
Gooch, Anthony. “Valle-Inclán, La media noche y la chulería militar ibérica”. Actas del Sexto
Congreso Internacional de Hispanistas. 1980 p. 345-349.
Monleón, José. El teatro del 98 frente a la sociedad española, Madrid: Cátedra, 1976.
Pérez Orué, Lucrecia. “Corresponsales de guerra. Los antecedentes”. Vitrales XXI. Web. Marzo
2008.
Valle-Inclán, Ramón. La media noche. Una visión estelar de un momento de guerra. Madrid:
Espasa-Calpe, 1975.
—. La lámpara maravillosa. Madrid: Espasa Calpe, 1995.
Van Dijk, Teun A. Ideología. Barcelona: Gedisa, 1999.
—. Discurso como interacción social. Barcelona: Gedisa, 2000.
Villanueva, Darío. Valle-Inclán, novelista del modernismo. Valencia: Tirant lo Blanch, 2005.
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