Artículo de Ramiro de Maeztu en «ABC», publicado el 8 de enero de 1936, sobre la muerte de D. Ramón María del Valle Inclán. Hubo en Valle-Inclán una personalidad, una obra y una influencia que nunca se fundieron, sino que cada una corrió por su camino, sin que el hombre tuviera que ver gran cosa con la obra, ni ésta con la influencia que ejerció. La persona era, esencialmente, la de un inmenso actor, de gran voluntad y mala traza, a quien el mundo entero servía de escenario. Valle había de ser el amo del minuto en donde se encontrase. Había nacido para decir la última palabra, la más arbitraria de todas las palabras, sobre todos los temas del cielo y de la tierra. (...) Valle era, ante todo, un hombre nacido para que los demás le contemplaran y admirasen. Dotado de ingenio cáustico y despiadado, de valor infinito y de procacidad siempre desbordante, lo que le importaba en cada momento era convertirse en centro de la reunión. Y lo conseguía. Ello no tenía nada que ver esencialmente con su literatura. Valle solía decir de sí mismo que, más que escritor, era un hidalgo pobre. (...) Este hombre no tenía nada que ver con las letras, sino porque los blancos predilectos de sus invectivas solían ser otros escritores (...). Cuando la tomaba con un escritor, lo asesinaba. Creo que Blasco Ibáñez no llegó nunca a asentarse en Madrid por miedo a Valle-Inclán, pero su favorita cabeza de turco fue D. José Echegaray. Atrozmente injusto, no se cansó de llamarle «el viejo idiota», y tanto se popularizó el dicterio, que escribió una carta a un amigo suyo, que vivía en la calle de Echegaray, puso en el sobre «Calle del Viejo Idiota», y la epístola llegó a su destino. La obra de Valle que yo conozco mejor es la de la primera y la de la última época. La primera, hasta 1905, es la que puede llamarse «preciosista» y está contenida en Femeninas, Epitalamio y las Sonatas. La última es la que el autor llamó Esperpentos. Es la peor moralmente; la mejor, en cambio, desde un punto de vista vital. (...) Es una visión de la vida de los grandes tal como pueden percibirla los ayudas de cámara y los pillos de cocina. (...) Es el aspecto negativo del mundo, el baile visto por un sordo, la religión examinada por un escéptico. Y con todo, a partir de Tirano Banderas, se me figura no equivocarme si digo que en estos Esperpentos es donde queda más parte del alma de Valle. (...) La influencia de Valle tiene muy poco que ver con su obra. No estoy seguro de que la ejerciera por sus obras preciosistas, porque lo mismo la generación de 1895 y la de 1900 -y no hablemos de la de 1898, porque la ninguna influencia de este año sinuestro en el arte de Valle es otra prueba de que no debe ser designado el año de la guerra con los Estados Unidos para fecha de ninguna generación literaria- no tardaron en darse cuenta de que faltaba la verdad esencial a sus Femeninas y Sonatas para que pudieran servir de modelo. Pero lo que influyó decisivamente sobre las nuevas generaciones fue el desdén que Valle mostraba hacia la preocupación por el asunto en la obra literaria, su exclusivismo formalista, su afirmación incansable de que lo esencial en literatura es el estilo y lo importante, unir por primera vez un substantivo a un adjetivo. (...) Valle ha sido, para bien y para mal, el Góngora de nuestro tiempo.