José Ignacio Ruiz Rodríguez

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José Ignacio Ruiz Rodríguez – María Dolores Delgado Pavón
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La Venerable Orden Tercera Seglar Franciscana redentora de cautivos cristianos en el
Norte de África en los siglos XVII y XVIII
José Ignacio Ruiz Rodríguez
Universidad de Alcalá de Henares
María Dolores Delgado Pavón
Universidad de Alcalá de Henares
El Mediterráneo, desde la plena Edad Media fue lugar de frontera, de choque entre culturas.
Durante los siglos XVI y XVII ese choque venía expresado entre la Monarquía Hispánica y el
Imperio Otomano. Esto hacía que las razias se sucedieran sin cesar de un lado a otro del
Mediterráneo, a la vez que se consolidaba el corso. Las víctimas de esa conflictividad no solo
fueron hombres de armas apresados en batallas navales, también eran hombres, mujeres y niños
de toda condición que eran capturados por corsarios y piratas musulmanes en sus frecuentes
incursiones por las costas de España, Italia y Portugal. Como es de sobra conocido, estos
cautivos eran canjeados por fuertes sumas de dinero. La misma suerte corrían los tripulantes de
las embarcaciones que tenían la desgracia de toparse con los corsarios berberiscos. Pasaban a
convertirse botín de sus captores que utilizaban como moneda de cambio para conseguir altos
rescates. De ese modo el prendimiento y posterior rescate de cautivos generó una creciente
actividad lucrativa de una importancia equiparable con el comercio de cereales, de cueros o de
especias que se desarrollaba en el Mediterráneo1.
Cervantes fue el más célebre de los cautivos cristianos retenidos en tierras musulmanas y de
su mano hemos conocido sus vivencias como prisionero; otros quizá por su calidad social o por
su relevancia igualmente nos han hecho partícipes de su desgracia; sin embargo, junto a ellos han
existido miles de personajes, cristianos anónimos que han permanecido en la sombra y que
fueron capturados, esclavizados y retenidos durante largos años, o de por vida, en diversos
lugares del norte de África: Argel, Oran, Larache, Fez, Sale, Tetuán o Mequínez, Bicerta, etc.
La Monarquía Hispánica consideró la redención de cautivos un deber socio-político
primordial. Una práctica de piedad en defensa de la fe católica de la que también participaba la
Iglesia católica y un freno al avance de la fe de Mahoma. Razones temporales y espirituales se
mezclaban, pues en estas empresas. La libertad del cautivo no solo era misericordia cristiana sino
también un deber que evitaba posibles desviaciones doctrinales a las que se exponían los
encarcelados en tierras musulmanas.
Ese espíritu se había trasladado a la sociedad y fue costumbre generalizada, si no obligada,
si de caridad y voluntad cristiana, que los cristianos acomodados dejasen establecido en sus
testamentos diversas mandas para auxilio de los menos favorecidos por la fortuna, entre los que
se hallaban los cautivos. Testamentos, memoriales de religiosos redentores, cartas de familiares y
amigos de los cautivos y crónicas son testimonios que nos ofrecen y nos ayudan a conocer las
1
El tema de los cautivos, la piratería en el Mediterráneo y en general las relaciones de la Monarquía Hispana con el
Islam no es nada nuevo. Ya lo manifestó Fernand Braude (1949 y 1966). En los años ochenta con los estudios de
historia social empiezan a aparecer trabajos que ponen su atención en los cautivos y renegados, estos son los los
casos de pioneros de Manuel Lobo Cabrera con su artículo (1988) y Bartolomé Bennassar (1989), este último con un
enfoque de los cristianos que abandonaron la fe cristiana por distintas razones y que acaban profesando la fe de
Mahoma, a los que denomina “cristianos de Alá”. En el año 2001 José Antonio Martínez Torres ofrece un trabajo
mixto de cautivos y renegados en el que recupera la tradición historiográfica Braudelina (2001); de este mismo autor
más recientemente (2004). Maximiliano Barrio Gonzalo en el año 2004 publica un extenso artículo en el contexto de
la guerra del corso en ambos lados del Mediterráneo donde retoma el problema.
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condiciones en las que se desarrollaban los cautiverios. Junto a esas fuentes hay otras menos
conocidas que se guardan en los archivos de instituciones privadas.
De una de esas instituciones parte este trabajo; nos referimos al archivo de la Venerable
Orden Tercera Seglar Franciscana de Madrid. Para los hermanos terceros la redención de
cautivos fue una función más, que se sumaba a la práctica de las obras de misericordia que
cotidianamente desplegaba sobre los desfavorecidos. En esa función redentora, participaron de
forma activa los frailes franciscanos. La institución tercera franciscana, fundada al amparo de las
resoluciones tridentinas2, la respaldaba la ayuda espiritual y material que le brindaban sus
benefactores por medio de fundaciones. Los testadores en sus legados no olvidaban la antigua
costumbre secular de contribuir con sus donaciones a la redención de los que permanecían
prisioneros en manos de musulmanes. En esas entregas la Venerable Orden Tercera (VOT)
actuaba como administradora de los bienes entregados a tal fin3, y solo rendía cuentas del
empleo que les daba ante el cardenal-arzobispo de Toledo. Una parte de esos bienes se
destinaban a la manutención y estancia de los misioneros franciscanos residentes en Ceuta y que
estaban encargados de mantener abiertas las negociaciones de los posibles rescates.
En Marruecos los cristianos cautivos pernoctaban en mazmorras o sajenas. Mejor suerte
podían correr los presos que eran considerados por sus captores cómo posible objeto de rescate.
Los así designados permanecían las veinticuatro horas en el interior de la prisión, encargados de
las faenas más benignas: transporte de leña, agua, utensilios, limpieza y abastecimiento del
centro. Estos eran, sin embargo, una minoría frente al numeroso grupo de los llamados cautivos
del común, que carecían de hacienda propia y sus familiares poco podían hacer por su suerte.
Estos cautivos se ocupaban de los trabajos más duros con destino en las canteras y obras públicas
cuando no de remeros en galeras.
En 1681, siendo secretario del Consejo de Guerra y hermano ministro de la Venerable Orden
Tercera franciscana don Juan Antonio López de Zárate, marqués de Villanueva de la Sagra, La
monarquía perdió en territorio africano de Marruecos la plaza de La Mahamora4. La pérdida de
la plaza supuso para los cristianos españoles que residían en ese lugar, soldados, frailes, mujeres
y niños, el cautiverio y su inmediato traslado a Mequinez5. El monarca Carlos II había concedido
licencia a los observantes franciscanos para que se estableciesen en esta localidad y pudieran
auxiliar a los cautivos cristianos, a la vez que debían procuraban las conversiones de infieles. El
sultán Mulay Ismail que ya había permitido el establecimiento de conventos religiosos en otros
puntos del territorio, les autorizó a levantar una vivienda donde pudieran alojarse, pero los frailes
prefirieron convivir en las mazmorras junto a los cautivos. Fue allí mismo donde levantaron una
rudimentaria misión dotada de una enfermería-hospital y una pequeña iglesia donde realizar los
oficios religiosos6.
La enfermería-hospital de la prisión estaba regentado por un médico y doce religiosos que se
repartían las diferentes tareas: padre guardián, capellán para administrar los sacramentos,
2
Sobre la fundación de esta orden véase Delgado Pavón.
Archivo de la Venerable Orden Tercera Seglar de San Francisco de Madrid –a partir de aquí citaremos AVOTM–
legajo 282/2. Donación que hace Bartolomé Zamacona “para mantener las misiones de los franciscanos Menores
Descalzos de nuestro padre San Francisco de Andalucía en los Reinos de África” y el legajo 396/2. Sobre las
limosnas y bienes que se entregan en la Venerable Orden Tercera de San Francisco para la redención de cautivos:
escritura de la cesión –de las rentas– de las tres encomiendas de Cieza, Paracuellos y Daimiel del conde de Montijo
para la redención de cautivos
4
La plaza de La Mahamora se perdió tras ser sitiada por el caíd Omar, a las órdenes del sultán Mulay Ismail. Los
ciento sesenta soldados útiles que la defendían no pudieron resistir el cerco de los atacantes y la entregaron.
5
La mazmorra de Mequínez constaba de un gran patio exterior rectangular y cuatro torres en cada una de sus
esquinas; una escalera situada en uno de los lados del patio permitía descender hasta tres plantas por debajo del
suelo. Cada planta de estas se dividían en veinticuatro arcos y en cada uno de esos arcos se abría un espacio que
daba alojamiento a veinte cautivos que tan solo contaban para el descanso de unas hamacas pendientes del techo y
de las paredes.
6
Ver fray Francisco San Juan del Puerto 1708, números 14 y 16.
3
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boticario, administrador, cocinero, enfermeros... Pronto recibieron de Toledo órdenes y normas
sobre cómo debían funcionar y las condiciones que debían ser observadas en la misión. Debían
llevar libros de registro con los datos personales de los cautivos enfermos, la enfermedad que
sufrían, los ingresos, las bajas, altas, etc. También debían llevar un control de la actividad
económica, una contabilidad con las aportaciones de ingresos y gastos debidamente anotado.
Esos libros anualmente se enviaban al convento franciscano de Madrid para ser examinados. La
misión de Mequínez contaba con una dotación anual de 2.228 pesos, cantidad insuficiente para
atender a tanta necesidad material y espiritual: alimentos para enfermos y para la comunidad que
los protegía; medicinas, cera y vino para los oficios; actos de culto, procesiones, entierros de los
muertos, matrimonios de cautivos, bautizos, limosnas. La distribución de ese dinero se hacía de
la forma siguiente:




Gastos de mantenimiento comunidad de frailes, 528 escudos.
Gastos para el cuidado de enfermos, 1.000 escudos7.
Mantenimiento del culto divino, 100 escudos.
Limosnas, 600 escudos.
Además de esta dotación permanente, de forma más irregular se les enviaban ropas,
alimentos y donativos de hermanos piadosos de la Tercera Orden Seglar franciscana (AVOTM,
732, 1)8.
El año 1688 fue un mal año para las guarniciones que defendían al resto de los presidios
españoles en el norte de África. Así lo recogen las noticias que llegaban hasta la secretaría de
Estado de la Monarquía Hispánica y que ponían al descubierto las intenciones de Muelay Ismael,
de atacar la plaza de Larache. En el mes de febrero de ese año, llegaron a Mequínez dos
franciscanos para actuar como intermediarios en el rescate de quinientos cincuenta soldados
cristianos prisioneros en esa plaza. Los religiosos, queriendo predisponer a su favor el ánimo del
sultán, le llevaron como presentes dos magníficos caballos. Previamente, el rescate se había
establecido en doscientos escudos por cuativo, pero en el último momento, el Muely Ismail,
cambio de parecer y exigió que se le entregase la plaza de Larache a cambio de los 550
prisioneros o en caso de negativa ponía cerco a la ciudad. Ante la situación creada, el general
Fernando de Villorias preparó la defensa de la plaza con tan sólo una guarnición de mil soldados
que era lo que tenía.
El caíd Ali ben Abd Allad, alcaide de Tetuán, el 14 de agosto de 1688, iniciaba el sitio con
un ejército de más de dieciséis mil hombres, antes, en 1685 se había apoderado de Tánger. En la
ciudad, a lo largo de la mañana se celebraron varias misas oficiadas por frailes franciscanos, fray
Marcos Avendaño, fray Alfonso de Solís, antiguo guardián del convento de San Francisco de
Madrid, fray Gaspar González y fray Juan Muñoz. A pesar de tan fuerte cerco, los defensores de
Larache consiguieron resistir durante un tiempo gracias a los socorros que se enviaban desde
España y a la llegada de Juan de Echeandía, un militar veterano de Flandes, acompañado por
varios compañeros de armas. También se sumó a la defensa un tercio procedente de Nápoles al
mando del maestre de campo Antonio Domínguez de Doura; todavía en el mes de septiembre, se
sumaban a la defensa trescientos sesenta soldados y algunos caballeros voluntarios que llegaban
atraídos por su afán de aventura (García Figueras 256-70). El cerco dio sus frutos y en los
primeros días de octubre se efectuó el asalto marroquí. En la defensa de la plaza perdió la vida
fray Marcos Avendaño y un enorme número de soldados de ambos bandos. Con parte de la
ciudad destruida, todavía los cristianos pudieron aguantar el cerco con la ayuda de más de
7
Las enfermedades más frecuentes de los cautivos eran: erisipelas, viruelas, escarlatina, llagas, magulladuras,
chancros, piorreas, pestes, fracturas de huesos y enfermedades endémicas. En el hospital franciscano de Mequínez
entre 1684 y 1692 fallecieron 1297 cautivos.
8
Documentación diversa sobre la misión de Mequínez.
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seiscientos soldados reclutados en Málaga y en Jerez. Finalmente, el primer día de noviembre, la
parte vieja de la ciudad cayó en manos de Ismail y el sultán exigió una rendición sin condiciones.
Uno de los franciscanos intervino ante el sultán del que consiguió que cerca de cien soldados
junto con seis religiosos de los que prestaban servicio en esa plaza no fuesen hechos cautivos. El
resto de la guarnición, mil seiscientas personas entre las que se encontraban mujeres y niños,
iban a ser llevados a algún lugar, lejos de la ciudad. Larache, tras ochenta años de dominio
cristiano-español, volvía a ser musulmana después del saqueo y destrucción de todo lo que
habían levantado los anteriores dominadores.
El sultán Ismail no volvió a recordar lo pactado. El general Villarias junto con un centenar
de soldados seleccionados fueron separados del resto y alojados en un destartalado recinto donde
debían esperar a que las condiciones de su rescate se pactasen. El resto de los cautivos se
repartieron en distintas zonas y entregados a varios caídes con destino a trabajos duros que se
extendían desde el amanecer hasta la puesta de sol, como era desecar pantanos, allanar terrenos,
construir acequias y jardines.
Por el agotador trabajo y la mala alimentación –tortas de trigo y cebada–, no todos los
cautivos pudieron soportar esa situación, a unos les abandonaban las fuerzas y morían, otros
abjuraban de la religión católica, y los más, resistían, confiando en que en algún momento les
llegase la liberación. En ese caso se encontraba el sargento mayor Alfonso de Bolinches, que
burlando la vigilancia musulmana escribió al secretario de Estado Juan Antonio López de Zárate,
marqués de Villanueva de la Sagra y ministro de la Venerable Orden Tercera Franciscana,
rogándole que se pusieran los medios necesarios para lograr la libertad de tantos y sufridos
españoles9.
En febrero el sultán Ismail permitió que saliesen de Mequínez con destino a Ceuta un
religioso, fray Juan Muñoz y un cautivo el alférez Miguel Pardo. Viajaban en calidad de
mensajeros del sultán, y su misión era entregar una carta al rey Carlos II10 en la que se ofrecía el
canje de los cien españoles capturados en Larache a cambio de mil esclavos musulmanes
cautivos en España. El rey Carlos quiso, de inmediato, poner en marcha los medios necesarios
para que el rescate fuese un éxito11. Por orden real, la Venerable Orden Tercera franciscana de
Madrid fue la encargada de llevar a cabo esa ardua misión, iniciando una campaña de
recaudación de limosnas. Desde la Venable Orden Tercera se envió a Ceuta como comisario al
licenciado Manuel Viera de Lugo. Se trataba de un presbítero, hermano discreto, con experiencia
en el trato con los musulmanes, ya que durante largo tiempo había residido en Ceuta y en Tetuán.
Aparte de su valía, se le eligió, teniendo en cuenta que era un hombre robusto y de buena salud
(García Figueras 505). Mientras en la Península se llevaba a cabo un registro exhaustivo sobre
los musulmanes que habitaban en suelo hispánico en calidad de esclavos; había que elaborar un
censo fidedigno en el que se incluyesen hombres, mujeres y niños además de la relación nominal
de sus dueños12.
En los primeros días de agosto de 1689, el comisionado Manuel Viera de Lugo emprendió el
viaje a Marruecos llevando consigo una carta del rey, varios regalos para el sultán y una
importante cantidad de dinero para socorrer a los cautivos. Durante el tiempo que permaneció en
Ceuta a la espera de los salvoconductos que le permitiesen desplazarse a Mequínez, le enviaron
9
AGS, Guerra, leg. 2825, 2852 y 2853.
Ceuta había sufrido en 1672 el asedio de los marroquíes; la plaza fue defendida por el conde de Puñoenrostro, el
marqués de Trucifal, el alférez Alonso de Lara, y don Rodrigo Castelblanco. En ese mismo año, Mawlai Ismail
gobernador de Mequinez fue reconocido como sultán.
11
AVOTM, C. 306, fol. 3. Libros de Estados de Rentas y Limosnas para la redención de cautivos. Leg. 732/1, el
canje de cautivos entre musulmanes y cristianos era cosa común, en el archivo de la VOT existe variada
documentación sobre el intercambio epistolar que existió entre el gobernador de Mallorca y el gobernador de Argel
para intercambiar dos musulmanes por dos cristianos cautivos, en el año de 1694.
12
En septiembre se dictó una Real Orden dirigida a la Audiencia y Chancillería de Granada, extensiva a todos los
corregimientos de villas, ciudades y lugares de Andalucía
10
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desde Madrid mil doblones de oro para que adquiriese otros presentes a fin de ablandar la
voluntad de Ismail y que viese la predisposición española de llegar a un acuerdo. A mediados del
mes el comisario se entrevistaba con el sultán.
Las noticias que llegaron a Madrid no fueron buenas, Maulay Ismail había cambiado las
condiciones del canje; rebajaba la cifra de musulmanes a quinientos pero exigía cinco mil libros
árabes que se encontraban en España y que según dijo le pertenecían. Al carecer de competencias
el comisario Viera en este sentido, el sultán decidió que una embajada marroquí se desplazase a
Madrid para negociar el asunto directamente con el Monarca. De entre los cien prisioneros en
espera de ser rescatados, se designó al coronel Echeandía para que acompañase a la delegación
marroquí con el juramento de su regreso a terminar su misión13.
Mientras en la Villa y Corte, se pensaba en la forma de obtener los medios económicos
necesarios para el rescate de tanto cautivo. En la Orden Tercera franciscana alguien recordó que
las rentas y beneficios de la Encomienda Mayor de Calatrava estaban vacantes desde la muerte
del duque de Peñaranda, hermano tercero de dicha Orden. Así se decidió que esas rentas se
aplicasen a ese fin. Si bien la encomienda por vacante del duque se le hizo merced al general
Fernando Villorias: “quien con más valor y valentía que felicidad defendió la plaza de Alarache
sufrió sitio del moro, siendo gobernador de la plaza que está en los pasajes de África hasta que
fue cautivo”14, sería la Orden Tercera franciscana la que debía encargarse de su administración o
de su arrendamiento dándose un plazo de diez años para que esos beneficios se adjudicasen a la
redención de los cautivo (AVOTM 282, 1)15. Simultáneamente el Consejo de Guerra y los
representantes de los terciarios de San Francisco se reunían para preparar el recibimiento del
embajador marroquí. Facilitaba el entendimiento de ambas instituciones el que el secretario del
Consejo, Juan Antonio López de Zárate fuese a su vez ministro de la Orden Tercera.
La embajada del sultán llegaba a la capital en diciembre de 169016. El representante del
sultán, Al-Gassani, fue objeto de agasajos y atenciones, y se le asignó como alojamiento una
lujosa vivienda. Para los gastos y manutención durante su estancia en la villa se le asignaron cien
piastras –moneda de plata– diarias que salían de las arcas españolas. La carta que entregó a
Carlos II tenía poco de cordial. El sultán hablaba de la continua traición de los españoles, y
remontaba sus argumentos hasta la época de los Reyes Católicos. Insistía una vez y otra en los
derechos que Marruecos siempre tuvo sobre la plaza de Larache, y aunque trataba sobre el canje
de prisioneros cristianos y musulmanes, reclamaba la restitución a Marruecos de las obras
árabes, incluso de aquellas que en época de Al-Andalus llegaron a Sevilla, Granada y Córdoba y
que, según sus noticias, estaban depositadas en la biblioteca del monasterio de El Escorial. Esta
parte de la misiva el rey no la tuvo en cuenta pues previamente a la llegada del embajador había
consultado con sus consejeros y todos estuvieron de acuerdo, en especial el Santo Oficio, en
rechazar esa entrega. El pretexto que se le dio al embajador fue que en su mayoría los libros se
habían perdido y los pocos que quedaron se destruyeron en el voraz incendio que en 1661 sufrió
el monasterio de El Escorial17.
13
AVOTM, leg. 2/1/2/8. Se canjean moros por el general Fernando de Villorias, gobernador de Larache, y cien
oficiales y soldados con aprobatoria de Su Majestad y del cardenal Portocarrero.
14
En el AVOTM el documento original en latín se expide en la iglesia de Santa María la Mayor, en Roma, por el
papa Alejandro VIII, el 4 de febrero de 1690, en el que se aprueba que Su Majestad, Carlos II, haga merced de una
encomienda de la Orden de Calatrava, vacante por la muerte del conde de Peñaranda, a favor de Fernando de
Villorias. Al general se le absuelve de excomunión, expulsión, suspensión, sentencias y censuras y se concede
autoridad plena para que se apliquen los frutos y rentas provenientes de la dicha encomienda desde el día que vacó
para su rescate de los moros.
15
Existe copia traducida de Antonio Gracián, secretario del Rey e intérprete de lenguas.
16
De este viaje y de la larga estancia de la delegación marroquí en Madrid existe amplia documentación gracias a los
escritos del propio embajador. Para ello ver Gassani 1884.
17
Gran parte de esos manuscritos había formado parte de la valiosa biblioteca del sultán Magali Zidan, un monarca
marroquí que huyendo de las luchas internas que en 1612 asolaron parte del territorio marroquí trasladó su
residencia de lugar. Con ese propósito contrató un navío francés para el traslado de su familia y de sus bienes
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Durante la estancia del embajador en Madrid, viajó a distintos lugares cercanos a la capital,
entre ellos al real sitio de Aranjuez y a El Escorial. Durante el tiempo que permaneció visitando
el monasterio, sus acompañantes tuvieron buen cuidado que no visitase la biblioteca. El
embajador marroquí había llegado acompañado de un cautivo español, llamado Francisco
Romano, que le hacía de intérprete. Aprovechando Francisco su estancia visitó a sus familiares a
los que mostró una carta del sultán en la que se le prometía la libertad si redimía su cautiverio.
Francisco había traído algunos objetos sagrados que le fueron entregados por los frailes de
Larache, entre ellos había un copón de plata rescatado de manos de unos judíos que al parecer lo
habían profanado, una crismera para guardar los santos óleos, un retrato del Apóstol Santiago y
una imagen de San Francisco. El cardenal Portocarrero se hizo cargo de esos objetos y se los
presentó al rey; quien dio licencia para que, cumpliéndose la voluntad del cautivo, se hiciese
entrega de ellos a la Orden Tercera. El copón se guardó en la sacristía de la capilla del Santo
Cristo de los Dolores, la crismera y la imagen de San Francisco, en el hospital-enfermería, y el
retrato de Santiago se colocó en la sala destinada a los enfermos militares. El cardenal
Portocarrero rogó al embajador que abogase ante el sultán por la libertad de Francisco, y aunque
prometió hacerlo, lo cierto es que en 1695 la situación de este hombre seguía siendo la misma18.
Desde que corrió la noticia de la inminencia de la redención de cautivos organizada por la
Terceros de San Francisco fueron incesantes las súplicas de los familiares de aquellos que
acudieron hasta la Institución para que se socorriese a sus deudos, hermanos de la Tercera Orden
y prisioneros desde años atrás. La situación de estos hermanos afectaba doblemente al marqués
de Villanueva de la Sagra por su cargo en el Consejo de Guerra y por su vinculación con la
Venerable Orden Tercera.
El reunir un número tan crecido de musulmanes para el canje no era tarea fácil. El precio
máximo de compra de cada uno de ellos se había fijado en setenta pesos, alrededor de mil
cuatrocientos reales19, pero se tropezaba con el rechazo de muchos señores que no deseaban
desprenderse de sus esclavos. Ante esa circunstancia el rey Carlos II se vio obligado a extender
una Instrucción Real para toda Andalucía, Aragón y Mallorca para que no se pusieran
impedimentos. Aun así, no se llegó al número requerido por lo que hubo que recurrir al
gobernador de Ceuta para que en esa plaza se completase la compra de musulmanes. El 8 de
septiembre dos navíos genoveses llegaron a Ceuta, en ellos viajaban de vuelta la embajada
marroquí y los cautivos musulmanes. El embajador se mostraba muy satisfecho por el trato que
se le había dispensado en la Corte española y encantado con los últimos obsequios que había
recibido, entre ellos una preciosa joya de brillantes y esmeraldas, dos fusiles, una joven de
nacionalidad turca, dos osos, y cuatro hermosos perros de caza.
Los cautivos españoles que esperaban en Tetuán se pusieron en camino hacia Ceuta. El
canje se realizó en la playa de Benítez. En esa primera redención, que acabó el 24 de septiembre,
personales más queridos, entre los que se encontraban su importante biblioteca. Después de que se cargase el barco
y sin que se conozcan con exactitud las causas, la nave levó anclas con rumbo a Marsella. Antes de llegar a aguas
francesas, fue apresado por naves españolas pertenecientes a la escuadra de don Luis Fajardo, y la biblioteca pasó a
manos de la Monarquía española. Felipe III determinó que se guardase en el monasterio del Escorial. Hubo
presiones por parte de Francia y, sobre todo, del sultán Zidan, pero el Rey se mostró firme y los libros
permanecieron en el Real Sitio.
18
AVOTM, leg. 404/30. Actualmente parte de esos objetos se encuentran recogidos en el hospital la VOT posee en
Madrid.
19
Eran muchos los nobles que mantenían en sus casas algún esclavo, en la junta que se celebra el 20 de enero de
1693 se dio lectura a la carta de un hermano discreto, don Luis de Soto, que anunciaba su partida de la Corte y
ofrecía a la Orden un esclavo de veintitrés años llamado Cristóbal Pérez con objeto de que se vendiese y el producto
de su venta se aplicase a la redención de cautivos. La única condición era que el destino del esclavo fuese las
galeras. La Orden, aunque agradeció la donación, la rehusó por varios motivos: había recibido referencias de que el
esclavo era persona conflictiva, además anteriormente había pasado por experiencias de ese tipo y sabía que los
esclavos sólo reconocían por amos a sus antiguos dueños; tampoco parecía decoroso que la VOT, una institución de
marcado carácter religioso, se viese inmersa en la venta de esclavos.
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fueron liberados ciento once cristianos, a España le costó, además de diez musulmanes por cada
cristiano, 200.000 escudos. Sin embargo, en Mequínez todavía permanecían más de mil cautivos
y algunos de ellos llevaban en cautividad más de veinte años.
La segunda redención que llevó a efecto la Tercera Orden franciscana fue en 1692, y en ella
también jugó el papel de mediador don Manuel Viera de Lugo. En primavera ya se había
concertado el canje de cuatro musulmanes por cada español liberado pero si el cristiano estaba
lisiado el trueque sería solo de dos musulmanes. Bajo esas condiciones el 10 de junio se
rescataron ciento veintitrés cristianos. En el grupo había veinticinco mujeres, veintidós niños,
algunos nacidos durante el cautiverio y por último siete adolescentes20. El 16 de junio, tras
recibir la bendición de fray Juan Alvín, general franciscano, una comisión de hermanos de la
Orden Tercera madrileña partió desde Madrid con el fin de recoger a los liberados en Gibraltar.
Figuraban entre los comisionados el licenciado don Andrés de Torres, del Santo Oficio, don
Francisco Ter de los Ríos, caballero de la Orden de Santiago, y el padre guardián, fray Juan
Ruiz.
A finales de julio regresaba la comisión, y el 31 de ese mes entraba la solemnemente la
comitiva en la Corte. La Orden de los terciarios se había esforzado en preparar el recibimiento; el
primer acto de bienvenida tuvo lugar en el convento de San Francisco donde se dio gracias con
un solemne Te Deum. El rey había señalado el 5 de agosto para organizar una procesión en la
que debían figurar todos los rescatados, tanto los liberados en la primera expedición, en su
mayoría jefes y oficiales, como los recién llegados. A la espera de ese día, muchos terceros
habían ofrecido sus domicilios para que se hospedasen los recién llegados.
El 5 de agosto los terceros franciscanos se encargaron de que se oficiasen misas cantadas de
gracias en varios templos de Madrid. Después se ofreció a los ex cautivos una suculenta comida,
y ya por la tarde se dio comienzo a la procesión.
Noticia de la forma en que el día 5 de agosto de este año de 1692 se llevaron a la Real
Presencia de Su Majestad los cristianos que estaban cautivos del rey de Mequinez a
quienes rescató la Venerable Orden Tercera de nuestro Padre San Francisco en esta
Corte, con la superintendencia del Eminentísimo Señor Cardenal don Luis Manuel
Portocarrero, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, del Consejo de Su
Majestad. (BN Inq, 128, 1)
En la procesión se dio cita toda la nobleza madrileña, el marqués de Villanueva de la Sagra,
Juan Antonio López de Zárate, marchaba a la cabeza, seguido de numerosos terceros y una
nutrida representación de la Orden Tercera de San Agustín. Cada una de las instituciones
portaban los estandartes de su Orden. Al frente de los rescatados marchaba el general Villorias,
seguido de sus jefes y oficiales, cerraba la procesión una escuadra de la Guardia Real. El trayecto
por el que discurrió la procesión: carrera de San Francisco, plaza de la Cebada, calle de Toledo,
Puerta cerrada, plazuela del Cordón y plaza de Palacio, se hallaba atestado de público y
engalanado con vistosas colgaduras. En Palacio, los Reyes desde un balcón vieron pasar la
procesión, que desde allí se dirigió al convento de San Gil, plaza de Santiago, calle de Santa
Clara, convento de la Encarnación, en donde se celebró un acto piadoso, y convento de las
Descalzas Reales. Cuando el cortejo llegó a San Felipe se retiraron los frailes de esa religión, el
resto, junto con la Orden Tercera franciscana, regresó a San Francisco.
La Orden consideró un éxito más de su labor asistencial (AVOTM 433, 4)21 tanto el rescate
como la llegada de los cautivos a la capital, pero no por ello se abandonó a los que todavía
20
Para el segundo rescate la VOT contó con la ayuda de una cantidad de dinero que ofrecieron los padres agustinos
de Burgos como administradores de una memoria de redención de cautivos fundada en su convento por don Pedro
García Orense.
21
Ver también en AVOTM los legajos 433, 24; 434,1; 424, 7 y 371,2.
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permanecían en Mequinez, ni a los cautivos de otras ciudades. Manuel Viera prosiguió en tratos
con los marroquíes, gracias a los fondos que proporcionaban a los terciarios la encomienda
Mayor de Calatrava, la fundación que había instituido Lorenza de Cárdenas y las limosnas de
numerosos hermanos.
Los escasos misioneros que permanecían en el norte de África hacían lo posible por mejorar
la condición de los cautivos cristianos, pero la insuficiente alimentación y las penurias hacían
que con frecuencia cayesen enfermos. A finales del año 1692 llegó a la Orden Tercera un
franciscano, fray Diego de los Ángeles, viceprefecto en los reinos de África y antiguo guardián
del convento de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción en Mequinez22. Se entrevistó con
el ministro y con el secretario, Antonio de Ubilla y Medina. Con la aportación que le entregó la
Orden de casi seis mil ducados23, y el interés que mostraron el rey y el cardenal Portocarrero se
pudo construir un convento para los religiosos franciscanos en aquel lejano lugar que también se
dotó de enfermería para los cautivos. El nuevo edificio se terminó en mayo de 1693; cuando el
convento entró en funciones, los terciarios entregaron a los misioneros instrucciones precisas
para que se siguiesen en las futuras redenciones (AVOTM 732, 2). En esas fechas todavía
seguían cautivos en plazas marroquíes cerca de ochocientas personas.
Apenas cinco años más tarde, en 1698 volvía a celebrarse por la calles de Madrid otra
procesión de cautivos en acción de gracias por su redención y gracias al concurso de la Orden
Tercera de San Francisco que no cesaba en su labor misional y de caridad. Una de las imágenes
que portaba la comitiva era un Niño Jesús ataviado con turbante a la usanza mora; procedía de
Marruecos y había llegado a la Orden Tercera con los liberados en el año 1692, gracias a una
cristiana española llamada María de la Concepción casada con un tal Pedro de Villalva. El
matrimonio, que había permanecido en cautiverio durante catorce años, fue rescatado por
Manuel Viera, y en agradecimiento a la VOT regalaron el Niño a los terceros24. Al pie de la
imagen, conocida como Santo Niño Cautivo, figura el siguiente rótulo:
Este Niño fue rescatado de Alarache por la VOT de San Francisco de Madrid en 1692
al que por diversión ultrajaron y maltrataron con llamas y golpes los hijos del rey de
Mequinez.
Ya en el siglo XVIII, en el año 1723 cuando se cumplían treinta y cinco años del cautiverio
de cristianos españoles en tierras africanas, el padre Diego de los Ángeles, retirado en la
Península, no dudó en acudir a la llamada de los terceros franciscanos para que tratase de liberar
a prisioneros cristianos en Argel. Su misión fue un éxito en parte. Regresó en marzo de 1724
únicamente con cincuenta y dos hombres y dos mujeres. La Orden en esa última redención había
empleado 6.274 ducados (AVOTM 123, 2)25. Hasta el año 1730 los terciarios prosiguieron
empeñados en su tarea de redimir cautivos (AVOTM 282, 6)26. El papel que jugó la Venerable
Orden Tercera franciscana madrileña en el largo proceso de redimir cautivos fue canalizar los
donativos, memorias y fundaciones instituidas por sus hermanos para asistir en esas lejanas
ciudades a cristianos desamparados más pobres que los pobres y más desgraciados debido a su
soledad. Los cautiverios se prolongaron hasta 1767, en que se firmó un convenio entre Carlos III
22
Las misiones franciscanas en África dependían de la provincia de Andalucía. La casa provincial de San Diego,
ubicada en Sevilla era lugar de paso para los misioneros. En la actualidad, ha desaparecido el convento, pero se
conserva una pequeña iglesia.
23
El peso de plata equivalía a veinte reales de vellón.
24
Hoy día se conserva, junto a otros objetos de la misma procedencia en la Sala del Hospital que actualmente
mantienen estos hermanos terceros en Madrid.
25
Relación escrita por un tercero de los medios de los que se valió la VOT para redimir cautivos.
26
Liquidación de las memorias de la fundación que instituyó doña Lorenza de Cárdenas para la redención de
cautivos, 1730.
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y Mohamed ben Ab-Allad, Mohamed III, nieto de Ismail, y solo entonces cesaron los cautivos
españoles en tierras marroquíes.
Fueron frecuentes los casos de cautivos que renegaron de la fe cristiana por distintas causas.
Esta historia es tan desconocida como la de los cautivos anónimos, Sí sabemos que si entre los
cautivos redimidos se hallaban renegados antes de integrarse a sus lugares de origen debían de
pasar ante un tribunal inquisitorial de fe para ser interrogados por los magistrados sobre las
causas de su abjuración y permitirles retomar sus creencias (García Villoslada III, 2º). La
presentación voluntaria de un cautivo renegado ante el tribunal y que este confesara que había
abrazado la fe musulmana por miedo a perder la vida resultaba fundamental para que los
inquisidores le absolvieran tras imponerle algún tipo de penitencia (AHN 2, 105).
Al redimido le quedaba todavía un paso no menos dramático. Su reinserción social en una
sociedad no exenta de desconfianza hacía todo lo que le resultase extraño o desconocido. Pero
esto es otra historia.
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