EL REGALO DEL ABUELO BRAULIO Aquel dos de julio era un día muy especial para Luía porque cumplía doce años. Sin embargo, este no era un cumple que le hiciera mucha ilusión pues, por culpa del trabajo de sus padres, no podría celebrarlo como hacían siempre viajando de un lugar a otro. Lucía se lo pasó genial en su fiesta de cumpleaños y de todos los regalos, el que más la sorprendió fue el de su abuelo Braulio: un libro viejo, gordo, de tapas marrones algo gastadas y que como título ponía Braulio. -Lucía, aquí están todas las historias de viajes que yo inventaba y escribía de joven viajando a todos los sitios que imaginaba. Espero, que te guste a ti tanto leerla como a mí cuando la escribía. –Le dijo su abuelo con lágrimas en los ojos. Esa misma tarde cuando la fiesta terminó, aunque estaba agotada, no pudo resistirse y empezó a leer el libro de su abuelo. Sin darse casi ni cuenta, esa noche Lucía viajó a la luna de la mano del astronauta Braulof, la pisó e incluso estuvo flotando entre las estrellas. El siguiente viaje de Lucía fue a la selva amazónica como ayudante de la expedición del famoso investigador Braulianes para estudiar las tribus indígenas que había en aquel lugar; otro día se fue al lejano oeste para ayudar al sheriff Braulio John en la captura de unos peligrosos bandoleros; otro se fue a conocer el desierto del Sahara. Y así, día a día, Lucía viajaba gracias al abuelo Braulio a lugares fantásticos y vivía emocionantes aventuras. Al final, cuando el verano iba terminando, Lucía se dio cuenta de que aquellas habían sido sus mejores vacaciones pues, aunque no se había podido ir de viaje con sus padres, su abuelo Braulio le había enseñado que también se podía viajar con la imaginación. Pero lo mejor de todo era que aún le quedaban muchas historias pro leer, muchos viajes por hacer y muchas aventuras que vivir. Así que, colorín colorado, con Braulio y su libro, Lucía se ha quedado. Daniel Martínez Castro. Primer Premio. Primera Categoría. UN VIAJE DIFERENTE Estaba en mi habitación y sentí un escalofrío. Para tranquilizarme me dije que no sería nada, pero una y otra vez volvió a repetirse. Hasta que de repente… que susto, en pleno escalofrío ¡apareció un marciano! Cogí mi escopeta y le pregunté cómo se llamaba. Su nombre era Grecining y venía de Saturno, su nave se había estrellado y por eso había aparecido allí. Como parecía un marciano bueno decidí ayudarle. -¿Dónde te has estrellado? -No lo sé, creo que se llama Osque o algo así. -Querrás decir BOSQUE. -Sí, exactamente, bosque. Asintió el marciano mientras le estrechaba la mano para que lo guiara hasta allí. Una vez en el bosque Javier divisó la nave a lo lejos y quedó muy sorprendido por lo que molaba aquella extraña nave. Cuando llegaron a ella y empezaron a dar a los botones. -¡Parece que funciona! Gritó Javier. -¡Exacto funciona! Sube y abróchate el cinturón. -¡Voy! ¡Aaaaaahhhh! ¡Como mola Grecining! -Javier parece que falla algo. ¡Los motores! Tengo que salir a arreglarlos. -¿Y quién maneja? Preguntó Javier muy asustado. -Tú, te toca a ti conducir la nave, imagínate que es la PS4 y es pan comido. ¡Ahora vuelvo! Grecining consiguió arreglar el motor de su nave y llevó de vuelta a Javier, lo dejó en su habitación justo cuando su madre subió a comprobar cómo iba la tarea. -¡Javier! ¿Dónde te habías metido, la tarea? -Es que apareció un marciano, se llamaba Grecining y le ayudé a volver a su planeta y … -¿Te crees que soy tonta? ¡Cállate la boca! ¡Castigado! -Pero… ¡No hay derecho! ¡Jooooo! Juan Sierra de Pablos. Segundo Premio. Primera Categoría. VIAJE A LA PISCIFACTORÍA Érase una vez un niño que se llamaba Jorge y le encantaban los peces. Un día vio un cartel que decía: ¡Viajes a la piscifactoría gratis! No se lo pierdan, hoy por la noche a las 09:00 h. Entonces, Jorge al llegar a su casa les dijo a sus padres: - Eh mamá, papá ¿puedo ir a la piscifactoría? Le respondieron: - Sí, pero ten cuidado. Al día siguiente, Jorge preparó la mochila con las cosas importantes que necesitaba para ir. Metió en la mochila un bocadillo, una linterna, una libreta, un bolígrafo y comida para sus amigos los peces, y se puso en marcha. Al llegar allí en uno de los estanques había un pez de color azul, grande y con los ojos saltones, entonces Jorge se asomó al estanque y cayó de cabeza. El pez le hizo con una aleta que lo siguiera y lo llevó al fondo donde había una cueva. Sacó la linterna y vio un pasadizo mágico que lo llevaba directo al mar, donde los peces podían hablar. Jorge se quedó asombrado, sacó la comida de los peces de la mochila y les dio de comer, al momento todos eran sus amigos. Nadó con ellos, jugó con ellos y le enseñaron todos los secretos del fondo del mar. Al final del día Jorge subió a la superficie y regresó a su casa. Fue un día genial, que nadie se creería. Parecía un sueño. Jorge Álvarez Méndez. Tercer Premio. Primera Categoría. MUKI Miré hacia mis pies, tenía los zapatos empapados. Había salido a coger unas nueces para el bizcocho de mama pues era su cumpleaños. Mi hermano, Mario, me acompañaba. Él tiene casi dieciocho años y a diferencia de mí, él es rubio y de pelo rizado. Siempre que lo necesito, me acompaña. -Deberías haberte puesto unas botas. ¡Estás empapada! Mamá se enfadará, vámonos a casa, además ya hay suficientes nueces. Es curioso que el viejo nogal, a pesar de estar hueco por dentro, siga dando nueces tan ricas. ¿Verdad Muki? (Me llamo Miriam, pero mi hermano es Muki). Cuando habíamos caminado un buen trecho, miré hacia atrás y vi que salía una gran humareda de la zona donde estaba el nogal. -¡Mario, el nogal se quema! -¡No digas tonterías! No puede haber fuego ahí. ¿No ves lo que llueve? Repuso. -Te digo que sí, vamos a ver qué sucede. -No, vámonos a casa ya. -¡Pues yo no! Y haciendo una especie de mueca me abrazó y cuando nos acercamos al nogal… ¡No estaba! Había una especie de nave y un chico de color hizo gestos a mi hermano y le decía “Vamos Mario. ¡Ya sabes que puedes venir cada vez que tú lo desees!” Miré a mi hermano extrañada y él me guiñó un ojo, me tomó de la mano y subimos a la nave. Al poco tiempo las puertas se abrieron y ante nuestros ojos se encontraba el paisaje más bonito que yo había visto hasta entonces. Era un lugar maravilloso, la gente que se cruzaba con nosotros nos sonreía. Parecían felices. Había toda clase de animales y todos vivían en armonía. Los leones jugaban con los niños sin peligro. -Mario, ¿tú conoces este lugar? –Dije sorprendida -Sí, ¿te apetece un helado? -¿Pero has traído dinero? -Aquí el dinero no existe –respondió sin más. Nos sentamos debajo de un bonito árbol a disfrutar del helado y sin darme cuenta, me quedé dormida. De repente, algo me despertó, alguien me llamaba a gritos. -¿Pero qué haces aquí, Miriam? Cuando vi que llovía tanto, salí a buscarte y… ¡Mira dónde estabas, dentro del viejo nogal! -¿Dónde está Mario, mamá? –Ella miró extrañada- ¿Cómo sabías que estaba aquí? -¿Tu primo? –Dijo, mirándome extraña -No, ¡mi hermano! Entonces me tocó la frente con la palma de la mano y con una mirada amorosa respondió: “Sabes que tu hermano nos dejó al nacer…Vámonos a casa”, -dijo sacándome de allí. “Tienes fiebre y está por hacer nuestro fabuloso bizcocho de nuez. -¿Cómo supiste que yo estaba aquí? -Me crucé en el camino con dos chicos, uno rubio y otro de rizos, este último me dijo: “Si estás buscando a Muki, está esperando en el viejo nogal a que cese la lluvia”. María Mieres Torre. Primer Premio. Segunda Categoría. UN VIAJE A UN LUGAR MEJOR Abrí la puerta y descubrí a mi madre haciendo dos maletas. Ella parecía nerviosa, yo tenía 5 años y agarrada a Kiki le pregunté. -¿Nos vamos a alguna parte? Me miró a los ojos y me contestó. -Sí mi niña nos vamos de viaje solo nos llevaremos ropa de abrigo. -¿Y a Kiki? –Le pregunté- ¡Claro tu peluche no puede faltar! –Dijo mi madre. Que contenta me puse ¡Nos vamos! ¡Nos vamos! Gritaba mientras bajaba las escaleras, me paré en seco y me volví ¿A dónde nos vamos? Mi madre con una leve sonrisa, contestó: -A un lugar mejor. Anduvimos kilómetros hasta que un camión nos recogió y nos trasladó por un polvoriento camino. Yo era tan pequeña que solo veía el cielo, pantalones y faldas a mí alrededor. Con un estruendo se abrieron las puertas del camión y toda esa masa de gente me arrastró hasta la salida, mi madre tiró las maletas y bajó, extendió sus manos y yo agarrada a Kiki me lancé a sus brazos. Alguien nos gritó, mi madre corrió hacia él, habló, gesticuló, pataleó y luego me dijo: -Hay que dejar las maletas, ponte la ropa. -Ahí perdí mis maletas. De pronto estaba a bordo de un barco, aplastada y abrazada a mi madre y en medio Kiki. Seguía sin ver nada, pero eso no me preocuparía, el frío se metió en mi cuerpo, estaba mojada con los dientes tan apretados y castañeando que solo podía llorar. Todo empezó a moverse y de repente estaba en el agua, era salada: No sabía por qué me había puesto ese chaleco, pero se me escurría, era tan grande… Mi madre me dijo -Mueve los brazos y nada. -Ahí perdí a Kiki. Ya en la orilla nos ayudaron y nos dieron calor y comida, me sentía aturdida, no podía hablar, miraba a mi madre con los ojos tan abiertos como podía pidiéndole una respuesta. Al cabo de una semana mi madre me agarró del brazo y comenzamos a caminar, solo pensaba en el dolor que sentía en la axila, tiraba tanto… que no podía seguir su paso, empezó a llover y el camino se convirtió en fango. -Ahí perdí mi zapato. Llegamos a otro sitio más grande con miradas desconfiadas y con más niños, pude jugar y sentirme como en Alepo, antes del bombardeo. -¡Naira, vamos, tenemos que cruzar la frontera! –Dijo mi madre. Era de noche y en silencio las manos de mi madre tiraron de mí y de alguien del otro lado, pasé perfectamente, pero mi pelo se enredó entre esas cuchillas. -Ahí perdí un mechón de mi pelo. Seguimos caminando y llegamos a una estación de tren. Por lo menos eso si me parecía el comienzo de un viaje a un lugar mejor. Gente amable nos ayudó, nos dieron ropa limpia. Toda nuestra ropa la metieron en una bolsa de basura. -Ahí perdí todo lo que tenía en Alepo. Y ahora mi madre y yo, comenzamos el viaje a un lugar mejor. Adrián Minordo Ocaña. Segundo Premio. Segunda Categoría. TÍRATE AL VACÍO QUE YO TE COJO Por fin llegó el día, las vacaciones de verano. Ya era 19 de junio, y mis amigos Vanesa, Mon y yo, llevábamos desde mayo planeando hacer un viaje a algún lugar lejano; perdernos durante un par de días por carretera, ir a parar adonde nos lleve la vida… y así lo hice. Cuando salí del trabajo, cogí mi coche y me dispuse a conducir hasta mi casa. Cuando llegué, fui a cambiarme de ropa. Me puse algo cómodo a toda prisa, y una vez cambiada, les mandé un whatsapp a mis amigos, con los que iba a compartir un viaje muy especial para mí. Tenía tantas ganas de desconectar, perdernos por un tiempo… aunque solo fueran tres días. Al mandar un mensaje por el grupo de whatsapp que teníamos los tres, Vanesa respondió que ya habían quedado en una cafetería cercana a mi casa, la cual frecuentamos algún que otro viernes. Así que no me paré a pensar en nada ni un segundo: cogí mi maleta, apagué el móvil y lo guardé en el bolsillo, al fin y al cabo, íbamos a desconectar. Cuando llegué al bar, vi aparcada frente a la puerta la furgoneta de Vanesa, en la cual íbamos a realizar el viaje. Entre en el bar, y Mon y Vanesa, ya estaban esperándome en una mesa del fondo; tomamos un café, y cuando lo terminamos, sin pensarlo más, pusimos rumbo a nuestro viaje. Vanesa, acababa de rellenar el depósito de gasolina de su furgoneta. Habíamos quedado en que nuestro destino se hallaría donde se nos agotara la gasolina, pasaríamos allí un día y medio, y cuando nuestra estancia allí terminara, rellenaríamos el depósito de la furgoneta con una garrafa de gasolina que Vanesa había comprado en la gasolinera para poder volver. La gasolina tardó en agotarse un día. El lugar al que fuimos a parar estaba rodeado única y exclusivamente de naturaleza, y eso me encantaba. Justo al lado, había una casa abandonada, y en buenas condiciones, en la cual podríamos refugiarnos de la lluvia si el tiempo no era bueno, ya que las tiendas de campaña no lo soportarían y dormir en la furgo no era el mejor plan. A pocos km de allí, se encontraba una especie de “vacío”, y eso me venía genial, porque siempre que tengo un problema o alguna especie de frustración, la frase que digo es “ahora mismo me tiraría al vacío”. Después de explorar la zona en la que íbamos a estar durante un día y medio, decidimos directamente no deshacer ninguna mochila e irnos directamente a dormir a la furgo. El día siguiente, nos lo pasamos casi entero durmiendo, ¡nos despertamos a las 20:30 h.! Teníamos mucha hambre, así que abrimos el maletero y cogimos la comida que habíamos metido en la mochila para sobrevivir esos tres días. Encendimos un fuego y preparamos unos bocadillos, después los tres fuimos a sentarnos junto al fuego. Aquella noche lo pasamos muy bien, hablamos, reímos, contamos chistes, e incluso ¡cantamos! Mon había llevado su guitarra y nos tocó nuestras canciones favoritas, y dadas las 03:00 h. de la madrugada, decidimos irnos a dormir. Ya que este iba a ser nuestro último día en aquel precioso lugar, decidí levantarme antes que los demás e ir a reflexionar a aquel vacío que habíamos encontrado el día anterior, perderme de verdad por una vez. Me puse a reflexionar sobre mí, sobre mis actos. Me di cuenta de que había cosas que estaba haciendo mal, o más bien, que podía hacer mejor. También de que no podía permitirme tener consecuencias por mis actos, que era muy afortunada con la gente que tenía, y no podía perderla por mi actitud. Aquel día me sirvió para ponerme a mí misma varios propósitos, incluso lloré, quizá por impotencia, por la exigencia que tenía hacia mí, o quizá simplemente por mucho estrés acumulado. El caso es que, cuando estaba decidida a marcharme de aquel lugar y regresar junto a la cabaña, apareció Mon… (por quien yo sentía algo desde hacía un tiempo): -¿Qué haces aquí sola y sin avisar de que venías? Estaba preocupado –preguntó Mon. -Necesitaba perderme un rato, y no quería despertaros. ¿Dónde está Vane? –Le dije. -Sigue durmiendo, pero quedémonos un rato, si total, ya sabes que para ella no amanece hasta las 15:00 h. por lo menos. –Propuso. Estuvimos allí un buen rato, hablamos, compartimos risas, y me preguntó que si había llorado… Le respondí que sí, pero que no se preocupara. -Mon: Y viniste aquí porque te apetecía tirarte al vacío ¿no? -Yo: Así es, ¡me conoces muy bien! Jajaja Y mientras me abrazaba me dijo “No quiero que llores más, promételo”. Le dije que no se preocupara, que no tenía importancia, que simplemente era estrés. Después de mantener esta conversación, hubo un silencio incómodo, sin poder evitarlo, me quedé mirándole a los ojos, y de repente se acercó a mí y me besó. Me quedé en shock, y tenía un desorden de emociones en mi estómago; no me lo esperaba, y a la vez, me sentí la persona más feliz del mundo. Y después del beso, me dijo muy bajito y al oído “tírate al vació, yo te cojo”. Luna Portas Berbes Tercer Premio. Segunda Categoría.