Unidad 5. Transformaciones económicas y sociales

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IES Bárbara de Braganza
2º Bachillerato
2015-16
Unidad 5
“LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES”
Personajes: Isabel II, Pascual Madoz.
Términos: Antiguo Régimen, desamortización, mayorazgo.
Texto: “Normas desamortizadoras de Mendizábal”
Cuestiones asociadas al texto
• La Reforma Agraria Liberal en la España del siglo XIX.
• Transformaciones económicas en la España de mediados del siglo XIX: industria, ferrocarril
y banca.
• Transformaciones económicas en Extremadura durante la etapa isabelina: aspectos agrarios,
transportes y comunicaciones.
Paralelamente al discurrir político, entre 1833 y 1868 se produce la sustitución de la
economía feudal y de la sociedad estamental, propias del Antiguo Régimen, por un sistema
económico capitalista y una sociedad de clases. La nueva sociedad liberal se define por la
propiedad: quien la tiene, pertenece a la clase dirigente, quien no, es un trabajador y queda relegado
en la escala social. Por eso no es extraño que la mayoría de los cambios legales que se aprueban en
esta etapa se encaminen a reforzar la plena propiedad privada. En torno a ella se agruparán la vieja
aristocracia y la alta burguesía, para formar la nueva clase capitalista. la oligarquía
A partir de mediados de siglo se asiste a un crecimiento económico, primero gracias al
boom ferroviario, luego al desarrollo industrial y financiero del último cuarto del siglo XIX.
Pero el crecimiento económico no se verá acompañado por un progreso social equivalente.
Al contrario, las diferencias sociales se acentúan y la sociedad se hace más clasista, con una
oligarquía que incrementa su riqueza. Esa discriminación explica el surgimiento y expansión del
movimiento obrero.
1.- LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS
1.1 La reforma agraria liberal:
La tierra era el sector donde se encontraba la mayor parte de los recursos de la sociedad al
llegar el fin del Antiguo Régimen. Con la crisis del Antiguo Régimen y la llegada del sistema
liberal se impondrá un nuevo modelo de propiedad y explotación de la tierra: el de propiedad
privada y libre. Los políticos liberales eran conscientes de que los cambios en la estructura de la
propiedad de la tierra habían favorecido en otros países una gran expansión de la producción
agrícola. Por tanto, era preciso eliminar los restos del Antiguo Régimen en el campo. Así, la
reforma agraria liberal trajo consigo una serie de cambios legales que transformaron el campo
español hacia una agricultura capitalista, de mercado.
El primero de ellos fue la supresión definitiva de la vinculación de las tierras
(“desvinculación”), que eliminaba mayorazgos de la nobleza y los bienes de manos muertas que
controlaban la Iglesia y los municipios.
En segundo lugar, la abolición del régimen jurisdiccional, que transformó los antiguos
señoríos en propiedad privada, en su inmensa mayoría en manos de los antiguos señores.
En tercer lugar, un decreto aprobó la libertad de cercamiento de tierras, de
comercialización de las cosechas y de fijación de precios, implantando así el libre mercado en el
sector agrario. En cuarto lugar, se suprimió el diezmo, la Iglesia recibiría ayudas a través del
presupuesto público.
Pero será la desamortización de las tierras de la Iglesia y de los municipios la que
constituirá no sólo la medida más llamativa de la revolución liberal, sino quizás también la más
importante desde el punto de vista económico y social. Ya en el siglo XVIII, los ilustrados
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consideraban que la enorme masa de bienes vinculados en manos de los privilegiados era la causa
más importante del atraso agrario. Algunos propusieron detener al menos el proceso de acumulación,
pero los Borbones se negaron a ello.
Fue la enorme deuda acumulada la que llevó a la Corona por fin a recurrir a la
desamortización. Se trataba de expropiar a quienes tenían bienes vinculados para ponerlos después
en venta y, con el importe, ir eliminando la deuda contraída. El primer decreto fue el de 1798, en
tiempos de Godoy, y afectó sólo a los bienes de algunas instituciones benéficas de la Iglesia.
Después hubo varios intentos, durante las Cortes de Cádiz y en el Trienio Constitucional, que
quedaron frustrados al restablecerse el absolutismo.
A partir de 1833 la desamortización se hizo ineludible. La guerra carlista obligó a buscar
recursos con urgencia, mientras la deuda había alcanzado niveles altísimos. Además, el clima
anticlerical que se difundió por el país, por el apoyo al carlismo, llevó a decretar la exclaustración
general y facilitó al Gobierno la decisión. Un gobierno, que tras la sublevaciones liberales presentaba
un claro contenido progresista (ver apartado 2.1. de la unidad 5)
En febrero de 1836 se publicó el decreto de desamortización de los bienes del clero regular,
la llamada desamortización (ver término) de Mendizábal1. Aunque al principio sólo afectaban a los
conventos, en 1841 se incorporaron las tierras del clero secular, en manos de los obispados. El
proceso duraría hasta 1845, cuando las ventas fueron detenidas por el Gobierno moderado. Pero
Mendizábal no sólo quería amortizar la deuda. También buscaba convertir las tierras en
propiedad privada, sujeta al mercado, y transferirlas a compradores enriquecidos que, al tiempo, se
verían comprometidos a apoyar al bando cristino. Por eso estableció un método de compra que permitía pagar con títulos de deuda, que estaban depreciados en el mercado; las compras resultaron una
ganga para los especuladores. Por otro lado, el tamaño de los lotes y la corrupción en las subastas
impedían a los campesinos adquirir propiedades. El resultado fue que se amortizó sólo una parte de
la deuda prevista y que, sin embargo, una enorme masa de bienes raíces pasó a manos de las clases
dirigentes.
En 1855, durante el Bienio Progresista, se aprobó una nueva ley, la llamada desamortización
de Madoz (biografía). Por ella se ponían en venta todas las tierras restantes de la Iglesia (rompiendo
el Concordato de 1851) y las de propios y baldíos, es decir, las tierras de los ayuntamientos. Esta vez
el proceso fue mucho más rápido, y se amortizó mucha más deuda. Pero, una vez más, las tierras
fueron a parar a manos de los inversores y antiguos terratenientes, por lo que se acentuó el proceso
de concentración de la propiedad agraria en manos de la oligarquía. Además, la desaparición de
las tierras concejiles perjudicó a los campesinos, para los que habían sido tradicionalmente una
fuente de ingresos complementaria.
⇒ Comenta la tabla de desamortizaciones relacionando cada período con los acontecimientos políticos . Como balance final de estas leyes desamortizadoras debe señalarse que la eliminación de los
señoríos y la desamortización no se tradujeron en innovaciones agrícolas, ya que los nuevos
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Texto 7 de las PAU.
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propietarios prefirieron mantener los sistemas de cultivo en vez de invertir en mejoras. Por eso el
rendimiento de la tierra no aumentó, y sólo se incrementó la producción debido a la puesta en
cultivo de más tierras después de la desamortización. También hubo una clara decadencia de la
cabaña ganadera al ponerse en cultivo terrenos de pasto y por la competencia del algodón.
También se reforzó la estructura latifundista absentista en la mitad sur del país. Además
se extendió el comportamiento rentístico entre la burguesía agraria, es decir, los propietarios
actuaban más como rentistas que como empresarios agrarios. Por último, y no menos decisivo, la
situación del campesinado se agravó al perder una importante fuente de ingresos, generándose un
proceso de proletización en amplios sectores del campesinado. Esta situación les mantendría en
unos niveles de subsistencia, azotada periódicamente por las crisis agrarias. Su escasa capacidad de
compra afectaría, además, a los negocios industriales y financieros, al impedir el desarrollo de un
mercado interior, dificultando la industrialización.
⇒ Explica en qué regiones la estructura de la propiedad era más desfavorable para el desarrollo agrícola Por consiguiente, este proceso desamortizador no cumplió las grandes esperanzas de realizar
una reforma en profundidad. No obstante, si consiguió algunos de sus objetivos: financió la guerra
contra el carlismo y posteriormente la construcción del ferrocarril y alivió, en cierta medida, los
problemas de la Hacienda pública.
1.2. La industria, el ferrocarril y la banca.
En otros sectores la economía española también presentaba un retraso importante a
mediados de siglo XIX en relación con el crecimiento de otros países europeos. Fue un desfase que
afectó especialmente a la industria.
Entre las principales causas de ese retraso industrial está la geografía del país que
dificultaba las comunicaciones, la escasez de materias primas y de fuentes de energía y su
dispersión geográfica, el lento crecimiento demográfico unido al atraso de la agricultura, la falta
de capitales. Los capitalistas españoles, en vez de invertir en la industria, se dedicaron a la comprad
e deuda pública y a la adquisición de tierras desamortizadas o a la especulación en bolsa. Sólo en el
norte y en Cataluña había un sector emprendedor de la burguesía que invertía en la industria.
Resultado de ello fue la dependencia de los capitales extranjeros. El Estado desempeñó también
un papel negativo, con la continua emisión de deuda, que atraía a los capitales, y con una política
proteccionista que favoreció el inmovilismo y la falta de cambios tecnológicos en el campo y en las
fábricas
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Ante este panorama, no es extraño que la producción industrial se mantuviera en niveles
muy bajos, porque faltaba mano de obra y, sobre todo, un mercado para colocar la producción.
Hacia 1830 sólo el sector textil de Barcelona había iniciado su industrialización. Esta
industria fue de las primeras en estimular su producción movida por la innovación tecnológica
(telares mecánicos y máquina de vapor) y las nuevas materias primas (algodón). Los catalanes tenían
factores positivos para ser los primeros: larga tradición lanera, capitales acumulados en el comercio
colonial, adaptación a las nuevas máquinas importadas y mercados restringidos como el español y el
cubano. Este crecimiento del sector textil catalán sólo se vio interrumpida durante la Guerra de
Secesión en Estados Unidos y la crisis que se prolongó hasta 1874. La industria algodonera catalana
consiguió desplazar a las tradicionales industrias no algodoneras del resto de España, pero su
moderado tamaño no consiguió arrastrar al conjunto de la industria española.
La producción siderúrgica se mantuvo muy débil, sobre todo porque faltaba la demanda de
maquinaria que hubiera estimulado las inversiones. Además, el carbón español era costoso y de baja
calidad, y el hierro resultaba caro comparado con el de otros países. Los altos hornos andaluces
(Málaga) eran los más importantes hasta 1860 pero acabaron fracasando por el uso de carbones
vegetales ante la dificultad de adquirir carbón de coque. Luego comenzó a crecer la producción en
Asturias, gracias al carbón mineral de las minas locales. Sólo a finales de siglo entrarán los altos
hornos vizcaínos. Vizcaya poseía extensas minas de hierro y una tradición de ferrerías desde la
Edad Media. Pero fue a partir de 1876 con la llegada de carbón galés de coque (de mejor calidad que
el asturiano y más barato) a Bilbao cuando se consolidó la industria siderúrgica en el País Vasco. La
consolidación del eje comercial Bilbao-Cardiff, basado en la exportación de hierro vizcaíno y la
importación de carbón para los altos hornos vascos desempeñó un papel de primer orden en la
industrialización del País Vasco. En las últimas dos décadas se construyeron las grandes empresas
siderúrgicas vascas.
Otras industrias de consumo crecieron a lo largo del periodo, pero su producción era de
pequeña escala y en cuanto a la minería, estuvo en su mayor parte en manos de capitales
extranjeros, a cambio de préstamos a la Hacienda, gracias a la Ley de Minas de 1868. Esta ley
liberalizó el sector y se inició la explotación masiva de los yacimientos mineros. Destacaron
yacimientos como el de Riotinto (cobre), Linares (plomo) y Almadén (Mercurio) junto a los de
carbón asturiano y hierro vizcaíno. Sin embargo, la extracción de estos recursos tuvo escasos efectos
de arrastre sobre la economía española al ser explotados, como se ha dicho, de manera casi exclusiva
por compañías extranjeras y destinados en su inmensa mayoría a la exportación.
En el sector de las comunicaciones destacaría el desarrollo del ferrocarril, pero hasta 1855
la debilidad de la economía española y la falta de un marco jurídico estable impidieron la
construcción de una red ferroviaria. Sólo había tres líneas en funcionamiento: Barcelona-Mataró
(1848), Madrid-Aranjuez y Gijón-Langreo. Fue en aquel año, 1855, cuando se aprobó la Ley
General de Ferrocarriles, que fijaba condiciones muy favorables: regulaba las compañías de
construcción, garantizaba las inversiones extranjeras, eximía de aranceles a los materiales necesarios
para tender las líneas, subvencionaba hasta un tercio del coste de construcción. Entre 1855 y 1865 se
produjo un auténtico boom ferroviario, con la construcción de las principales líneas, gracias en
buena parte a compañías extranjeras.
La crisis financiera internacional de 1866 prácticamente paralizó la construcción. De
hecho, la crisis se debió en parte al hundimiento de las sociedades ferroviarias: habían invertido
mucho dinero en líneas que no siempre eran rentables, por lo que sus acciones se desplomaron,
causando el pánico en la Bolsa y llevando a las empresas a la quiebra.
Una nueva etapa constructiva se inició a partir de 1874, completándose el trazado que había
quedado paralizado.
La ley de 1855 marcará en algunos aspectos la posterior historia económica. En primer lugar,
consolidó una estructura radial que dificultó las comunicaciones entre las zonas más dinámicas. En
segundo lugar, fijó un ancho entre carriles mayor que el resto de Europa, obstaculizando los
intercambios con Europa. En tercer lugar, se permitió importar libres de aranceles todos los
materiales necesarios para la construcción de la red, por lo que no se produjo un aumento de la
demanda interior.
Panorama de la industria y el ferrocarril, siglo XIX.
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El sector financiero adoleció de la misma debilidad que el resto de la economía española.
El mayor banco a principios del siglo XIX era el Banco Español de San Fernando, creado en 1829
como banco del Estado y de emisión. Más tarde se crearon el banco de Isabel II y el de Barcelona y
en 1831 comenzó a funcionar la Bolsa de Madrid.
En 1856 las Cortes del Bienio Progresista aprobaron dos importantes leyes. La primera
reguló la emisión de moneda, creó el Banco de España y le otorgó funciones oficiales. Por su parte,
la Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias reguló la fundación de sociedades por acciones, y les
otorgó amplia libertad de actuación. A raíz de ambas leyes, y en un clima de expansión económica,
entre 1857 y 1866 se multiplicaron las sociedades financieras. Las más importantes fueron las
ferroviarias, pero también aparecieron numerosos bancos (Banco de Bilbao) y sociedades de
inversiones. Cuando a partir de 1864 sobrevino la crisis, muchas de ellas se desplomaron. En la
etapa del Sexenio se aprobarían medidas como la implantación de la peseta como moneda oficial y
la emisión en exclusividad del Banco de España.
Una nueva moneda.
El comercio interior comenzó a crecer a partir de 1840, gracias al fin de la guerra y a la
desamortización. También influyó la reparación y ampliación de la red de carreteras, así como la
eliminación de las aduanas internas. Menos positiva fue la evolución del comercio exterior, a causa
del proteccionismo y de la falta de una moneda sólida.
2.- LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES.
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2.1. La sociedad de clases.
El tránsito a la economía capitalista supuso un cambio social. La nueva sociedad de clases
se define por la propiedad, no tanto por el origen. La nueva clase dirigente se nutrió de la alta
burguesía y de la vieja aristocracia terrateniente, que conformaron una oligarquía de propietarios
en la cúspide de la sociedad. Por debajo de ella, una débil clase media urbana de pequeños
comerciantes, funcionarios y rentistas luchaba por mantener su posición social diferenciada del
proletariado. La gran mayoría de los españoles seguían siendo campesinos, en su mayor parte
jornaleros o pequeños arrendatarios, cuyas condiciones de vida no mejoraron con los cambios, sino
más bien al contrario.
Desde el punto de vista demográfico , la población creció lentamente, inferior a otros países
europeos.: la tasa de mortalidad seguía siendo muy elevada por las guerras,, las enfermedades
infecciosas (cólera, tuberculosis) y las crisis de subsistencias. Esta mortalidad era contrarrestada por
una alta tasa de natalidad. En la segunda mitad de siglo se iniciará las corrientes emigratorias a las
ciudades y al exterior.
2.2. Los inicios del movimiento obrero
El principal cambio social fue la aparición de la clase obrera industrial, aunque la
proporción que representaba al principio era pequeña, sólo significativa en Barcelona, Madrid y el
núcleo siderúrgico malagueño. En los primeros tiempos de la industrialización sus condiciones
laborables (hombres, mujeres y niños trabajaban jornadas de 12 a 14 horas, en condiciones
insalubres, sin ninguna seguridad y sin otro descanso que los domingos y todo por un salario muy
bajo y con la amenaza del paro) y de vivienda eran durísimas.
La respuesta obrera a esa terrible situación en las primeras décadas fue muy débil debido a la
escasa conciencia y a la poca movilización. Al principio, la incorporación del vapor a las fábricas,
generó algunos episodios de destrucción de maquinaria (incendio de la fábrica Bonaplata). Los
primeros atisbos de organización obrera fueron las sociedades de ayuda mutua, cuya principal
atención fue defender los salarios, aunque fueron prohibidas por los moderados. También hubo
algunos partidarios del socialismo utópico, pero sus proyectos apenas tuvieron repercusión.
Durante el Bienio Progresista el movimiento obrero cobró un gran desarrollo, participando
en la caída del gobierno moderado, pero las leyes del bienio resultaron insuficientes y los dirigentes
obreros pasaron a alinearse con los demócratas y los republicanos.
La revolución de 1868 despertó las esperanzas de obreros y campesinos, que creyeron que,
con ella, comenzaría el proceso de reformas sociales largamente esperado. La detención del proceso
revolucionario provocó la separación definitiva del movimiento obrero respecto de los partidos
demócrata y republicano, y la rápida implantación en España de la Internacional.
Durante el sexenio, las huelgas y protestas se extendían por todo el país. En junio de 1870 se
celebró en Barcelona el I Congreso de la sección española de la Internacional. Al comenzar 1873
la Internacional española contaba con más de 25.000 afiliados principalmente entre los obreros
textiles, la construcción, las artes gráficas y parte del campesinado andaluz. Entre los dirigentes había una mezcla de obreros e intelectuales de clase media.
La respuesta de los distintos gobiernos se concretó en una serie de medidas represoras
contra la AIT, para finalmente en 1874 decretarse su disolución. Para entonces, la mayoría de los
dirigentes había pasado a la clandestinidad.
En conjunto, el Sexenio significó una etapa de clara toma de conciencia política y
organizativa para el movimiento obrero español, así como el momento de asimi1ación de las
principales corrientes ideológicas que existían en el mundo obrero europeo. Sobre todo, trajo
consigo la introducción del anarquismo y del marxismo, y su implantación en España.
3. TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EXTREMADURA EN LA ETAPA
ISABELINA: ASPECTOS AGRARIOS, TRANSPORTES Y COMUNICACIONES.
En Extremadura, en general, se puede afirmar que se produjo una profunda transformación
de la propiedad del Antiguo Régimen. La tierra pasó, tras las subastas, a nuevos titulares y salió
del círculo de las manos muertas y de la propiedad colectiva para integrarse en el capitalismo
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agrario.
Las propiedades de la Iglesia y de las Órdenes Militares en Extremadura eran inmensas,
por lo que durante la desamortización de Mendizábal se subastaron enormes dehesas, los
monasterios de El Escorial y de Guadalupe y otros conventos. En una segunda fase se acometió la
desamortización de los bienes municipales partir de la Ley General de Desamortización de Madoz
supuso que los patrimonios concejiles quedaran muy mermados, salvo en algunos casos
específicos. Esta desamortización será la que afecte más al campo extremeño. Los propios eran
terrenos que pertenecían a los ayuntamientos y los comunes estaban constituidos por los baldíos y
las dehesas que los habitantes explotaban en común.
Sin duda, aumentó el número de propietarios agrarios gracias al proceso desamortizador,
pero dicho proceso no debe ocultar que la tierra no se redistribuyó de forma sistemática y profunda.
Una minoría de beneficiarios acaparó la mayor parte de las tierras puestas en venta, mientras que la
mayoría de los compradores sólo pudieron acceder a pequeños terrenos. Fueron los labradores
acomodados y los grandes propietarios de poblaciones como Zafra, Trujillo, Cáceres y Badajoz,
quienes dominaron las subastas realizadas, hasta el punto de constituir clanes familiares para
controlarlas.
Por tanto, dos grandes conclusiones se pueden extraer del proceso desamortizador en las
provincias extremeñas. En primer lugar, este proceso no varió sustancialmente la estructura
socioeconómica de la región, más bien al contrario, perpetuó o acrecentó el latifundismo y las
diferencias de clase: la oligarquía agraria y en otro extremo el campesinado, formado
mayoritariamente de jornaleros agrarios. Muchos de los pequeños propietarios que completaban
sus ingresos con lo que obtenían de los bienes comunales pasaron a ser yunteros o jornaleros. Entre
estos dos polos apenas existían clases medias. En segundo lugar, los nuevos propietarios explotaron
las tierras de forma algo más racional, permitiendo la incorporación de la agricultura extremeña
al sistema capitalista.
No podemos olvidar la gran importancia del sector ganadero. La decadencia de la
trashumancia y los cambios en la propiedad de la tierra y en las formas de explotación tradicionales
llevaron a un cierto descuido de la cabaña ganadera en Extremadura. A finales del siglo XIX se
producirá una cierta recuperación (extensión del porcino y del ganado mular).
En cuanto a la industria, frente al despegue iniciado en otras regiones españolas, la industria
extremeña padecía un evidente atraso, que se fue incrementando a lo largo del siglo. Las
dificultades generales para el país, en Extremadura se hacían aun más notorias: sin recursos
energéticos y mineros, bajísimo nivel de renta, y una burguesía mas centrada en inversiones en el
sector agrario y el inmobiliario. Las industrias derivadas de la producción agrícola (almazaras,
destilados) llevaban el mayor peso industrial en Extremadura. El sector textil apenas destacaba en
algunas poblaciones como Hervás, pero la ausencia de renovación tecnológica llevó a la crisis.
En lo que respecta a los transportes, a mediados de siglo las únicas vías de comunicación
eran caminos y veredas, muchas de ellas intransitables. La principal vía de comunicación era la
Carrera Real que unía a Madrid con Lisboa a través de Navalmoral, Mérida y Badajoz, aunque su
estado era deplorable. En 1855 los gobiernos de España y Portugal firmaron un acuerdo para
construir una línea ferroviaria que uniera Madrid con Lisboa a través de Extremadura. El trazado
(Madrid, Ciudad Real, Badajoz, Portugal) fue muy criticado por la provincia cacereña al quedar
fuera del mismo. En 1863 se conectaba Badajoz con Lisboa, en 1866 con Madrid vía Ciudad
Real y en décadas siguientes se completó las conexiones de Cáceres con Madrid y Salamanca y de
Badajoz con Sevilla. A pesar de que a principios del siglo XX Extremadura comenzó con una red
relativamente amplia, lo cierto es que, como en otras regiones del país, el ferrocarril se encontró con
graves problemas (falta de mercancías y de viajeros, altos costes de mantenimiento, diferente ancho
de vía y gran distancia entre los núcleos de población. Por todo ello, tampoco la construcción del
ferrocarril representó una mejora notable para la economía extremeña.
En definitiva, las transformaciones económicas supusieron un agravamiento de la situación
de atraso de nuestra región con respecto a otros territorios nacionales.
ACTIVIDAD DE RESUMEN:
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