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Perder para ser noticia; por Alberto Salcedo Ramos
Alberto Salcedo Ramos · Tuesday, March 3rd, 2015
Antes de viajar a Bogotá en 1968, el Papa Paulo VI anunció que oficiaría una misa
campal en un lugar pobre de la ciudad.
El sitio escogido entonces fue el barrio Venecia.
Por aquellos días se informó, además, que el Papa visitaría a dos familias del barrio.
Los escogidos fueron los Pinzón y los Liévano, que entonces sobrevivían como podían
en sendas casas que aún se encontraban en obra negra.
“En una de las dos casas esperaron al Papa con un café negro que sus escoltas le
impidieron beberse; en la otra le improvisaron un pequeño altar.
Durante muchos años los Pinzón y los Liévano, desconocidos antes de recibir la ilustre
visita, fueron asiduos protagonistas de nuestra prensa: repetían sus testimonios sobre
aquel episodio, exhibían el pocillo donde fue servido el café que el Papa no se tomó,
mostraban el altar.
Los reporteros informaban que las casas de estas dos humildes familias eran asaltadas
frecuentemente por peregrinos que escarbaban la arena de las terrazas y la echaban
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en costales, con el argumento de que esa tierra santa era de Dios y, por tanto, de toda
la Humanidad.
Los Pinzón y los Liévano solo existieron para nosotros en cuanto fueron seres que
alguna vez se relacionaron con el Papa. Después los olvidamos sin saber nada más
acerca de la derrota que el país les había escriturado como destino.
Argenil Plazas García, un campesino tolimense, llegó a Bogotá a finales de los años 50.
Venía huyendo de su pueblo natal, donde había sido víctima de cinco atentados. En
Bogotá durmió bajo los puentes y aguantó hambre. En 1961 tuvo una fama efímera
gracias a que, por suerte, fue seleccionado como el propietario de la primera casa de
la Urbanización Kennedy.
Las llaves del inmueble le fueron entregadas por los presidentes de Estados Unidos,
John F. Kennedy (a quien Plazas le decía “señor presidente”) y de Colombia, Alberto
Lleras Camargo (a quien Plazas le decía “doctor”).
En 1963 fue invitado a la Casa Blanca. La prensa colombiana le dio un tratamiento de
héroe: lo acompañó en el viaje, lo consultó sobre lo divino y lo humano (y el pobre
hombre ni siquiera sabía leer). El azar le cambió la vida tanto a Plazas como a sus 16
hijos.
También durante muchos años su rostro apareció con frecuencia en la prensa, hasta
que se lo tragó el olvido.
En 2001, cuando el presidente estadounidense Bill Clinton vino por primera vez a
Colombia, tenía entre sus propósitos inaugurar una vivienda fiscal en el Barrio
Chiquinquirá, de Cartagena. Al lado de donde estaría el imponente palacio de justicia
se encontraba una casucha miserable habitada por Antonia Sarmiento, ama de casa de
85 años.
A nuestro gobierno jamás le había interesado la suerte de la señora Sarmiento, pero
esa vez consideró vergonzoso que el presidente Clinton fuera a ver tamaño cuchitril.
Así que en un tiempo récord de tres días demolió la casucha y le construyó a la
anciana, con materiales prefabricados, una casa digna.
Antonia Sarmiento asistió al evento oficial, pese a que nadie la invitó. Comió torta y
bailó cumbia, y en las entrevistas de prensa que concedió no le dio las gracias al
presidente de Colombia, Andrés Pastrana, sino a Bill Clinton.
También ella existió para nosotros gracias a que el azar la cruzó en el camino de un
poderoso. Pero eso quedó atrás muy pronto. Entonces sobrevino el consabido
desenlace: el destierro de las páginas donde fue protagonista fugaz, la pobreza de
siempre, el olvido.
Tres historias distintas y un solo país verdadero. Un país habitado por perdedores que
a ratos viven su drama como si fuera una comedia. Un país de élites insensibles que
jamás piensan en socorrer a los seres necesitados sino en impresionar a los visitantes
poderosos. Tres historias mínimas para recordarnos, tristemente, lo que somos.
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on Tuesday, March 3rd, 2015 at 3:00 am and is filed under Vivir
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