Alma de las Flores

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El alma de las flores
Crisantemo
(Chrysanthemum sinensis)
La flor del Sol
L
a conmemoración de nuestros difuntos está rodeada de ritos y símbolos
de cuya trascendencia, muchas de las veces, no nos percatamos.
Uno de ellos es la costumbre de ir a los cementerios para adornar las
tumbas con flores ornamentales, sobre todo con crisantemos. El que sea precisamente esta flor y no otra (a pesar de que actualmente se prefieren también los
claveles) tiene su razón de ser. Estamos ante una flor contradictoria: tan pronto
es depositada en una fría tumba como elevada a insignia imperial. Representa a
la vida, la muerte, el sol, la oscuridad, los santos y hasta los buenos y los malos
presagios.
En tiempos de la dinastía C’in (siglo III a.C.), China se debatía en una
serie de guerras intestinas y feudales. El noble señor Tan-Son, gobernador de una
vasta región del sur, fue derrocado y tuvo que refugiarse en un pueblo del norte.
Tan-Son estaba a punto de ser vencido por la desesperación, cuando contempló
en pleno otoño una resplandeciente flor. Este nimio detalle fue para él una auténtica revelación. De repente se dio cuenta de su situación y de las enseñanzas que
tiene reservada la naturaleza a aquellos que saben ver las señales. Esa flor, nacida
en unas condiciones climáticas tan duras, representaba la esperanza. El aristocrático señor recuperó entonces su valor y su confianza. Abandonando sus sueños
de poder, dedicó el resto de sus días a la poesía, componiendo inspirados poemas
a la flor que tan oportunamente lo había salvado. Era el crisantemo, considerada
la flor de la vida desde los remotos tiempos de Confucio.
De China, el crisantemo pasó a Corea y en el año 313 d.C. llegó a Japón,
donde fue llamado kiku. En ese mismo año, en el otro extremo del mundo, el
emperador Constantino emitía su famoso Edicto de Milán donde se establecía la
libertad religiosa en el imperio, cesando la persecución contra los cristianos. Dos
hechos que marcaron dos destinos.
Una variedad en particular, el hironishi, con 16 pétalos, se comparó con
el sol y se convirtió en la flor imperial por su aspecto de flor radiada, dándole el
significativo nombre de “materialización del sol”. En el año 1189, se grabó un
crisantemo en las espaldas del Mikado (título de los emperadores japoneses),
como símbolo de inmortalidad. Desde entonces, ropas, porcelanas y joyas de la
familia imperial se adornaron con esa flor. No en vano, el emperador, que se cree
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Diccionario Floral
descendiente directo de la diosa solar Amaterasu, tomó con la mayor naturalidad
el crisantemo por emblema. Para los nipones es la “flor de oro”. Cada vez que
vean una bandera nacional japonesa, sepan que el círculo rojo que campea es la
alegoría del sol naciente, pero por medio de su símbolo terrenal: el crisantemo.
Es un símbolo de luz solar en el país del Sol Naciente (Japón) y, por
lo tanto, de inmortalidad (los taoistas consideraban a esta flor una droga de la
inmortalidad).
Hasta el siglo XIX estaba prohibido cultivarlo y representarlo artísticamente por el pueblo, al tratarse de un privilegio que concedía el emperador sólo a
los aristócratas. Una vez al año, la corte celebraba la fiesta de su florecimiento.
La introducción en Occidente del crisantemo, como planta ornamental,
es de influencia japonesa, por todo lo que hemos visto, y se debe a un hombre llamado Pierre Blancard, capitán de la marina mercante francesa que era, a la vez,
aficionado a las flores. Es una historia curiosa que tal vez les apetezca conocer.
En uno de sus viajes al Extremo Oriente, a fines del siglo XVIII, trajo a nuestro
continente tres ejemplares de crisantemo. Un solo ejemplar prosperó, suficiente
para que el capitán, ya retirado, consiguiera una plantación de estas exóticas flores. Un buen día regaló un ramo de ellas a la emperatriz Josefina que aceptó el
obsequio con mucho gusto. Pero aquellas flores no tenían nombre y la soberana
de Francia llamó a los más eminentes botánicos del jardín imperial, los cuales, a
causa de la coloración dorada de sus pétalos, propusieron que se les denominara
Chrysanthemum (de Chrysos=oro y anthemos=flor). Rápidamente se extendió
este nombre -”flor de oro”-, tan popular que también en el País Vasco lo llaman
así: urre-lili.
Es la flor del Día de Difuntos porque su breve floración coincide con el
final del otoño (entre octubre y diciembre) y ninguna otra planta evoca tan claramente que la vida tan sólo es un tránsito. Hoy nadie ofrece a la persona amada un
crisantemo, por lo mucho que se ha consolidado la tradición que lo asocia a los
cementerios. Paradojas de las culturas: la que es flor de vida para los orientales,
es para los occidentales la flor de los muertos.
Ya puestos a citar paradojas, decir que en nuestra cultura no existen
prejuicios a la hora de comprar margaritas blancas y amarillas, que los floristas
venden en ramos, tan semejantes a las que alegran los campos de primavera.
Se suele ignorar que pertenecen a la familia de los crisantemos. Los griegos las
habían dedicado a Atenea, la diosa de la sabiduría y nuestros abuelos, acostumbrados a deshojar margaritas, que usando el lenguaje de las flores, le atribuían el
significado de duda, ilusión. Para las “flores de oro”, sin embargo, su significado
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El alma de las flores
era otra cosa: presentarse ante la persona amada con un crisantemo en la mano
equivalía a una declaración de amor “más allá de la muerte”.
La historia de O-Kiku
A pesar de que el crisantemo es la flor más popular en todo el Japón,
no se cultiva en la ciudad de Himeji. Sus habitantes consideran que trae mala
suerte llevar uno. ¿A qué se debe esta extraña aversión hacia su flor nacional?
Según la leyenda, hace tiempo vivía una sirvienta llamada O-kiku (nombre
que significa Flor de Crisantemo) en un castillo. Una de sus responsabilidades era el cuidado de diez bandejas de oro. Un día descubrió que faltaba una.
Por miedo a ser culpada de la desaparición de la bandeja, se arrojó a un pozo
y se ahogó. Se dice que aquella noche, y cada noche a partir de entonces, su
espíritu volvió a la tierra para contar las bandejas. Cada vez que el fantasma
llegaba a contar las nueve, soltaba un alarido lastimero y empezaba de nuevo
el recuento. Los habitantes del castillo se vieron obligados a abandonarlo y, en
señal de respeto hacia el turbado espíritu de O-kiku, la gente de Himeji acordó
no cultivar crisantemos en su ciudad.
Dalia
(Dahlia pinnata)
La flor del Nuevo Mundo
E
l descubrimiento del continente americano supuso algo más que el descubrimiento de nuevos pueblos, de riquezas, del cacao o del maíz. Fue
el surgimiento de todo un espectáculo floral, que en parte se exportó a
Europa, siendo uno de sus protagonistas la dalia. Cuando los conquistadores y
evangelistas se fijan en la fauna y la flora mexicanas empiezan a maravillarse por
todo lo que pueden ofrecer estas nuevas tierras allende los mares.
Así como el ahuehuete es el árbol nacional de México, conocido como
Árbol de la Noche Triste, en recuerdo de la que pasó Hernán Cortés el 1 de julio
de 1520 perseguido por el enfurecido ejército de aztecas de Tenochtitlán, la dalia
ha alcanzado el mismo honor, convertida en su flor nacional. Los aztecas dieron
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