El ahogado - Biblioteca

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El ahogado
El P. Lavín conservó este relato que un egresado, ya casado y con 6 hijos, le
escribió aproximadamente 20 después de haberse retirado del Hogar.
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I
odos los veranos, incluidos
los primeros días de marzo,
los pasábamos en Pichidegua, un lugar donde el Hogar
de Cristo cuenta con un terreno a orillas del camino, entre Larmahue y Codao (Ramal Las Cabras).
El fondo está cubierto de cerros, al
frente se encuentra el camino con sus
bifurcaciones hacia los tres pueblos y
un puente que atraviesa su río: el
Cachapoal.
Nuestra mayor diversión era pasar metidos en el agua. Nuestras edades fluctuaban entre los once y los
quince años.
Había un niño que no se hacía
notar. Si mal no recuerdo era muy
nuevo en el internado, no estaba ambientado, por lo que era un tanto
solitario. No sabía nadar, cosa que
todos nosotros sí hacíamos. La mayoría aprendía en forma espontánea,
pero él insistía en que yo le enseñara.
Como no me sentía con autoridad en
la materia, trataba de evitarlo, pero él
demostraba tener confianza en mí, tal
vez porque le daba garantías el hecho
de que yo pasaba en esos años (1954
ó 1955) por una marcada vocación
sacerdotal.
Al parecer, paraél era muy importante saber nadar, ello le daba un
lugar en el grupo, de lo contrario
continuaría solitario, ya que todos
nosotros pasábamos la mayor parte
del tiempo en el río.
Durante algunos días traté de no
tomar en cuenta sus deseos, no me
encontraba capaz de enseñarle a nadar, cada vez que me acordaba yo le
decía: 'mañana', pero ese mañana no
llegaba. Hasta que un día lo decidí;
una tarde le dije al 'Tarántula' (le
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habíamos puesto así, porque era moreno, fornido y melenudo, liso y negrísimo su pelo, de piernas un poco
arqueadas, sereno de movimientos
como también de gestos y hablar);
«Oye, Tarántula, este cabro quiere
aprender a nadar», a lo que él replicó:
«¿Y si se ahoga?». «Ha molestado
mucho -le dije- hagamos la prueba en
el canal y si sale bien nos tiramos con
él al río. Tú te vas adelante, yo te sigo
y a él lo echamos al medio. Si algo
pasa, lo tiramos altiro hacia la orilla
que esté más cerca. ¿Qué te parece?».
Así lo planeamos y nos pusimos en
camino a realizar nuestro plan.
El niño atravesó sin problemas el
canal; como el agua nos llegaba un
poco más arriba de la cintura, le insistimos si realmente había nadado o
había pasado caminando. Como el
insistió haberlo hecho bien, lodecidimos: «¡Al río sea!». El Tarántula se
tiró y atravesó el brazo de río sin
preocuparse; el pupilo lo siguió, yo
atrás de él como estaba acordado;
pero este compañero, cuando sintió
el peso del agua y la corriente más
fuerte, se asustó y principió a dar
manotazos sin ninguna técnica. Gritaba que se estaba ahogando y trataba
de tomarse de mi cuello, yo luchaba
por que no me hundiera, al tiempo
que le decía se calmase, que noestaba
solo.
«Está muerto...»
lientras tanto, el amigo Tarántula corría de un lado para otro sin
poder atinar qué hacer en la pequeña
playa que distaba entre los dos brazos
del río. «¡Hace algo, Tarántula», le
gritaba yo, él pedía auxilio, pero nadie hacía el menor caso, ya que siempre se daban falsas alarmas en son de
broma. Mientras yo lo trataba de
mantener a flote, me zambullía y por
debajo a ratos lo sostenía con las dos
manos, volvía a salir a la superficie y
así... En este ir y venir no sé cuánto
tiempo pasó. No sabía qué hacer, a
ratos dudaba si lo dejaba o continuaba haciendo lo imposible. Ayuda no
se veía de ningún lado, tuve miedo,
me parecía ver a toda la gente que me
culpaba. Por instantes lo soltaba y
después volvía a la carga. No podía
dejarlo solo, tenía que continuar tratando de sacarlo. A veces se me soltaba y tragaba cualquier cantidad de
agua.
Cuando ya sentía que no podía
más y cada instante era más angustioso, llegaron a ayudarnos los otros
compañeros, entre el los, los más grandes. Confiado lo solté y me dirigí a la
orilla, algunos se tiraron con ropa y
todo. El niño se perdió bajo el agua
sin ser ubicado por largo rato. Al fin
alguien que se tiró parado lo tocó con
los pies. Por fin lo sacaron. ¿Qué
tiempo estuvo en el fondo? No sé,
venía morado y la cara rasmillada,
los ojos casi desorbitados y sin respirar.
A todo esto llegó el Inspector
Roberto Lavín, su hija Yola, más
otras señoras. Tendido en el pasto,
don Roberto lo miró detenidamente y
me dijo: «Está muerto». Sentí toda la
culpa sobre mí, pensé: 'porqué no me
negué". Acosado por la desesperación, por momentos estaba descontrolado, creo que en fracción de segundos, miles de conjeturas, pensamientos, qué se yo, se agolparon en
mi cerebro. Fue en esos instantes
cuando en lo más profundo de mi ser
dije: ¡El Padre Hurtado lo va a salvar!
Le solicité a Yolita sacarse su delantal para ponerlo bajo su cabeza. Me
ayudaron a ponerlo boca abajo, en
Selecciones del Reader's había leído
algo de primeros auxilios para salvar
a un ahogado. Le friccionaron para
sacar el agua que podría haber acumulado en sus pulmones, mientras
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algunas voces decían: 'ya no hay
caso'. De repente, un lamento tenue e
indicios de respiración, ¡Está vivo!,
fue la exclamación. ¡Vive!, en efecto
está vivo, el Padre Hurtado desde el
cielo cuidaba de sus niños.
El ahogado se había salvado. Ese
apodo recibió desde entonces.
Han pasado veintisiete años más o
menos. No sé qué será de él (el ahogado), su nombre nunca lo supe... o
tal vez lo supe y no lo recuerdo. Lo
conocí tan poco. Después de ese incidente no me atreví ni siquiera a
hablar con él. Un día me mandó a
decirque lo perdonara por haber sido
tan porfiado, dándome además las
gracias por no dejarlo abandonado a
su suerte en el río. Quizás nunca sepa
que quien jamás nos abandonó fue el
Padre Hurtado. •
Mucho más que un «cuento»
H
ércules González, obrero de la
construcción, fue detenido por
sospecha, cuando circulaba ya
tarde en pleno barrio alto de
Santiago. Ese invierno lo penetraba
todo. Los policías lo condujeron a la
comisaría y de allí, al día siguiente, a
unjuzgadodemenorcuantía. El juez,
viendo que se trataba de un hombre
bueno, que nada malo habría hecho,
lo dejó ir sin problemas. Pero, antes
de soltarlo, se encargó de precisar un
asunto:
-¿De dónde sacó Usted que lo
recogió el Padre Hurtado?
El pobre hombre infló el pecho de
orgullo y contó su historia: -Nunca
tuve papá ni mamá. Lo primero que
recuerdo de mi vida son las fogatas
bajo los puentes. El Padre Hurlado
me sacó de allí y me llevó al Hogar.
-Perdóneme, Señor González,
pero una cosa es que Usted haya
dormido una 0 muchas veces en el
Hogar de Cristo y otra que haya conocido al Padre Hurtado en persona...
-No, no. El «patroncito» me sacó
de allí, lo recuerdo muy bien. Yo era
niño. Primera vez que dormí en una
cama. El «patroncito» me quería
mucho. Al principio yo era lobo y inc
resistía. Pero al final, me «aguaché».
La «lías» dicen que yo mismo le
pedía a los carabineros que me trajeran en la «cuca» al Hogar.
-Oiga, don Hércules, déjese de
cusas: ¡hay que decir la verdad en la
vida...!
-¡Le digo la verdad! Todavía quedan «tías» en el Hogar que se acuer-
dan de mí. Ellas le pueden contar
cómo fue. Siendo muy pequeño, la
«mami» María -MaríaGonzález.era
su nombre-, ella me contaba todas
las noches cómo el mismo padre,
con lluvia y todo, me traía en brazos.
Al principio me traía a la tuerza,
arrastrándome. Las señoras amigas
suyas me arropaban y me daban de
comer. Yo no pertenecía a nadie...
-Esoes loque sucede: es un cuento de la «mami». Esta historia que
Usted repite no es verdadera. Cuando se es niño, uno cree cualquier
cosa.
-Pero, ¿cómo va a ser un cuento?
Si cuando voy a la tumba a darle
gracias, mi padre insiste que él me
recogió y que me quiere más que a
nadie...
-Mire su carnet, Señor González.
Aquí dice claramente que Usted nació el '56 y el Padre Hurtado murió
el '52. ¿Cómo lo pudo conocer?
Imposible. Los papeles no mienten.
Si yo no tuviera a quien agradecerle no estaría vivo, señor juez. Los
«carneces» los líena cualquiera.
-Es cierto que los errores son
muy humanos. Pero las matemáticas no fallan. Dígame, Señor González., cuántos años tiene Usted.
Hércules se apuró en responder
correctamente: ¡39 años. Señor!
-¿No ve mi amigo? Cuente Usted
mismo. Estamos en el *95. Quítele
39 y da 1956. Cómo lo voy a engañar. Señor González, el Padre Hurtado murió en 1952. Usted no pudo
conocerlo.
Antes de abandonar el juzgado,
el pobre hombre se doblegó ante la
evidencia de las fechas. El juez le
recomendó no creer nunca más en
cuentos. Bajó las escalinatas del local con una confusión brutal.
Vagó por días, triste hasta las
lágri mas. Frecuentó los puentes para
domeñar el vértigo y acabar de una
buena vez con el concho de ilusión
que a estas alturas nada más exasperaba su tragedia. Pero cuando estuvo
apunto de encomendar su sino al
demonio, unos mocosos desnutridos
exigieron de su bondad un último
gesto.
Los chiquillos disputaban a palos
y punzones un tarro de pegamento.
Hércules sacó grandeza de su pena y
descendió el Mapocho con autoridad: -¡Qué sucede aquí!, gritó.
La pandilla se le alzó amenazante: -¡Y a vos quien te llamó, viejo
curado!
Hércules bajó el tono y, casi con
ternura, puso a prueba uno de sus
sueños: -Soy el secretario del Padre
Hurtado. Tengo un amigo en la Vega.
Les cambio el pegamento por un
plato caliente de guatitas con arroz.
Los niños comieron como nunca.
No sabían qué era un secretario, pero
habían oído del Padre Hurtado y
estaban admirados que él mismo les
hubiera mandado al Sr. González.
Hércules González nunca más dudó
que su padre lo había recogido.
P. Giorgio
ni octubre 1995
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