Texto de la Homilía - Insigne y Nacional Basílica de Santa María de

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Insigne y Nacional Basílica de Santa María de
Guadalupe
www.virgendeguadalupe.org.mx
Versión estenográfica de la
Homilía pronunciada por S. E. Mons. José Guadalupe Galván Galindo, Obispo de Torreón en la
peregrinación de su diócesis a la Basílica de Guadalupe.
6 de agosto de 2014
Muy estimados hermanos sacerdotes, hermanas y hermanos, todos aquí peregrinos, devotos de
la Santísima Virgen de Guadalupe, representando a nuestra querida Diócesis de Torreón,
estamos aquí varias parroquias, representando a todas nuestras comunidades parroquiales,
movimientos, colegios o devotos de la Santísima Virgen. Nuestra diócesis están en los
municipios de Viesca, Matamoros, San Pedro de las Colonias, Francisco I. Madero y Torreón.
Estamos aquí para encomendarle a la Virgen todas nuestras necesidades materiales y
espirituales. Pedimos por nuestras familias, sabiendo bien que si pedimos y trabajamos en bien
de las familias, lo estamos haciendo por toda nuestra sociedad Lagunera. También
encomendamos a nuestras autoridades civiles, a la gente del campo, a la gente que trabaja en
empresas, a los empleados, obreros; pedimos por todas aquellas necesidades que hoy en la
comarca lagunera de Coahuila estamos sufriendo, pero con una esperanza muy grande de que la
Virgen de Guadalupe, como madre nuestra, escucha nuestra oración y estamos bajo su
protección.
Un saludo muy especial a aquellas personas que se unen a esta celebración Eucarística a través
de las redes sociales, especialmente a aquellos que en este momento nos están viendo, para
ellos también van las bendiciones que hoy le pedimos a la Santísima Virgen.
Saludo a todos los que hoy están aquí presentes de distintas parroquias como la Parroquia de
San Rafael, Santa Teresita, Nuestra Señora de Fátima, Inmaculado Corazón de María, San José,
San Juan Bautista, Sagrado Corazón de Jesús de Madero, Reina de América de Madero, Nuestra
Señora de Guadalupe de la Unión, Nuestra Señora de Guadalupe de Coyote, Nuestra Señora de
Guadalupe de Torreón, Nuestra Señora de la Luz de Gómez Palacio, San Pedro Apóstol de San
Pedro de las Colonias, Centro Saulo, Milagro de Caná, peregrinos del Mercado Juárez, de la
Parroquia de San Agustín, de San Marcos, Santa María Madre de Dios de la Partida, Santa María
de Guadalupe y San Juan Diego La Villita, Parroquia de la Transfiguración y también un saludo
para el Coro Mensajero de Paz de la Parroquia de San Pedro Apóstol de Torreón.
Con gran alegría la Iglesia particular de Torreón está aquí representada por todos nosotros,
pastores y laicos, que como una sola familia hemos venido a encontrarnos con la dulce madre
Nuestra Señora de Guadalupe.
Venimos todos como peregrinos, nos hemos puesto en camino para vivir una profunda
experiencia de fe. Hacerlo nos ha significado dejar algo atrás para ir al encuentro de lo que da
plenitud y completa las más profundas exigencias de nuestra frágil existencia.
Partimos de nuestra experiencia tocando nuestras propias limitaciones y pobrezas. Pobreza que
el Evangelio señala como condición indispensable para ser hombres y mujeres que poseerán el
Reino de los Cielos porque somos conscientes de que sólo al sentirnos vacíos, necesitados,
incompletos, podemos asumir el riesgo y el reto de ir hacia adelante, de ponernos en
permanente búsqueda del Dios de la vida, del que es la razón de nuestra existencia, el único que
puede dar sentido y llevar a la plenitud nuestra historia.
Hemos llegado a esta montaña santa expresando el más profundo deseo de nuestro corazón:
encontrarnos con Dios, continuar nuestra relación con Él, como dice el Nican Mopohua, historia
de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, Él es el Señor por quién se vive, el creador de las
personas, el dueño de lo que está cerca y de lo que está lejos, el que lo abarca todo, el Señor
del cielo y de la tierra.
En el lenguaje bíblico, como hemos escuchado en el Evangelio, subir a la montaña es ir al
encuentro de Dios, es disponer el corazón para ser testigos de la manifestación de lo que el
Emmanuel, el Dios con nosotros quiere mostrarnos, no sólo como parte de la revelación de su
misterio sino también como explicitación de la meta de nuestra propia existencia.
Hemos subido a esta montaña del Tepeyac, porque desde lo más profundo de nuestra existencia
experimentamos el hambre y la sed de vida plena. Venimos buscando al Señor de la Vida, al
Verbo eterno que entró en nuestra historia y mostrándonos la medida de su amor y misericordia,
asumió la totalidad de nuestra condición humana.
En el Evangelio que escuchamos, vemos a Nuestro Señor Jesucristo también subiendo al monte,
acompañado de sus tres apóstoles para manifestarles anticipadamente la Gloria de la
Resurrección. Los apóstoles con esa experiencia exclamaron: qué bueno es quedarnos aquí.
También nosotros con esta experiencia mariana, podemos decir: qué bien estamos aquí en la
casa de nuestra madre.
Y en este monte, así como en el monte Tabor los apóstoles vieron a Jesucristo transfigurado,
también nosotros desde nuestra fe, vemos a la Santísima Virgen, así como la presenta el
Apocalipsis, la gran señal que apareció en el cielo, una mujer vestida del sol con la luna bajo sus
pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza y que estaba encinta y las angustias del
parto le arrancaban gemidos de dolor.
En este monte santo del Tepeyac, para nosotros los mexicanos, en él nos acercamos para ese
encuentro con nuestra Madre Santísima; sabiendo bien que desde sus apariciones aquel
diciembre de 1531, ha sido y seguirá siendo la gran señal, la madre y maestra. Como madre nos
toma de la mano para llevarnos al encuentro con el verdadero Dios, como maestra nos enseña a
disponer nuestro corazón para generar las actitudes con las que hemos de hacer realidad el
proyecto del Reino del Padre y así como en el monte Tabor se escuchó la voz del Padre que
decía: este es mi hijo muy amado, también nosotros, hoy escuchamos la voz del Padre quien
nos presenta a Nuestra Señora de Guadalupe diciéndonos: ella, llena de gracia, bendita entre
todas la mujeres, es mi hija muy amada porque es la madre de mi hijo Jesucristo.
La Santísima Virgen María así como Jesús les pide a sus apóstoles bajar del monte Tabor para
seguir el camino hacia la cruz, la Virgen María también nos enseña en esta tarde, decir como ella
el sí al Señor para ponernos plenamente a su disposición, abrir nuestra existencia entera a Dios
y aceptar el camino que Él nos señala para seguir caminando, recibiendo la cruz con amor y así
llegar a la resurrección.
Sabemos bien que María es la figura anticipada y el retrato plenamente del hijo. Su corazón
mediante el ser y sentir con Dios, se ensanchó. En ella la bondad de Dios se acercó y se sigue
acercando a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de aliento y de esperanza. Ella
con su ejemplo nos dice una y otra vez: ten la valentía de confiar en Dios, no tengas miedo de
Él. Acepta el reto de arriesgarte en la fe, de arriesgarte en la bondad y en perdón, en la
fraternidad, en la solidaridad y la misericordia y de vivir siempre con un corazón limpio.
María es la madre de la esperanza y de ella nace la enseñanza de mirar el futuro con esperanza.
El hágase que ella pronunció no es sólo aceptación de la propuesta de Dios, sino también
apertura al futuro. Su palabra es esperanza, es confianza aun en medio de las adversidades y de
los signos contrarios.
Ante todas las dificultades y sorpresas del plan de Dios, la esperanza de la Virgen nunca flaquea.
Así ella nos enseña que la esperanza se nutre de la escucha, de la contemplación, de la cruz
para que los tiempos de Dios maduren en la fragilidad de nuestra existencia limitada.
La esperanza de la Virgen Santísima aún al pie de la cruz no cede, sino que se sostiene en la
espera vigilante de un misterio que siendo mayor que el dolor, aún no ha terminado de
cumplirse. Frente a la cruz todo parece realmente acabado. Cualquier esperanza podría decirse,
apagada. Pero María creyó, su fe la ha hecho esperar en el futuro de Dios. El futuro de Dios es
para ella el amanecer de aquel día del primero de la semana, el día del triunfo del Señor, su
resurrección. Ella como lámpara encendida en el sepulcro de Jesús, es la esperanza de nosotros,
la esperanza de toda la humanidad.
Nosotros, como Diócesis de Torreón, hoy venimos en medio de un mundo en que a pesar de
encontrar señales de plenitud, también abundan signos de muerte y desaliento. Queremos
aplicar a nuestra realidad diocesana lagunera las palabras del Papa Francisco que en su
exhortación Evangelii Gaudium nos dice: no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo viven precariamente el día a día con consecuencias funestas. Algunas
patologías van en aumento, el miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas
personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga. La
falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para
vivir y a menudo para vivir con poca dignidad. Hay una economía de la exclusión y de la
inequidad que mata. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más
fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Hay grandes masas de la población que son
excluidas y marginadas, sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Vivimos dentro de la cultura del
descarte. Las personas son desechos sobrantes. Hasta aquí las palabras del Papa Francisco.
Frente a esta realidad nuestra, hoy necesitamos que María nuestra madre y maestra nos
recuerde la enseñanza de su hijo y vaya modelando en nosotros el corazón del auténtico
discípulo. María es el reflejo de la Iglesia, comunidad de auténticos discípulos misioneros y hoy
tiene que acompañarnos a nosotros, que como aquellos que ayer recorrieron el camino de
regreso a Emaús, muchas veces vamos desalentados y tristes sin esperanza porque ante
nuestros ojos está venciendo la muerte.
María debe ser para nosotros la imagen acabada, completa del verdadero discípulo. Lo anticipa
en su persona y en medio de todas las turbulencias que afligen a la Iglesia, ella sigue siendo el
modelo de la esperanza. Ella tiene que enseñarnos el camino para reconocer la presencia de la
vida aun en medio de tantos signos de muerte. Ella ha de sostenernos en los momentos de
obscuridad, de dificultad, de desaliento y de derrota aparente.
Como Iglesia Diocesana de Torreón, pidamos a Dios que siga poniendo a María en nuestro
camino como luz que nos ayude a convertirnos también en luz para iluminar los caminos de
nuestra historia en medio de las largas noches obscuras de nuestra existencia.
Que María de Guadalupe, nuestra esperanza, nos ayude a vivir nuestra vida con una actitud que
siempre mire hacia el futuro con esperanza y nunca cierre el libro de la historia sin dejar que
Dios diga la última palabra.
Que así sea.
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