Iniciaciones y misterios

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A L.·. G.·. D.·. G.·. A .·. D.·. U.·.
L.·.I.·.F.·.
QQ.·.HH.·. de la Respetable Logia Mediodía nº 66 de los Valles de
Sevilla, os presento la siguiente plancha de trabajo:
INICIACIONES Y MISTERIOS
“Tienen sus contraseñas y sus respuestas
apropiadas, que una enseñanza diabólica les ha
comunicado en sus conciliábulos secretos”.
Julio Fírmico Materno
religionum” XVIII, 1)
(“De
errore
profanarum
“Toda iniciación procura unirnos al mundo y
a los dioses”.
Salustio (“Sobre los dioses y el mundo” – IV, 6)
El tránsito de las diferentes culturas a lo largo del tiempo, provoca a
veces curiosas paradojas que se alojan en nuestro acervo particular, sin que
nos demos verdadera cuenta. Creo que una de ellas es la expresión “Misterio”
cuyo significado contemporáneo hace alusión a la fascinación de lo secreto y
promesa de revelaciones apasionantes, pero que conserva en el ámbito
masónico una innegable carga tradicional que se distancia de su actual
significado, y que está íntimamente emparentada con otro concepto muy
vapuleado en estos aciagos días: lo iniciático.
Ambas expresiones, tan familiares para nosotros, cuya presencia
menudea en todos los rituales y grados de nuestra Orden, tuvieron en el
pasado un sentido muy preciso que conviene recordar, pues nos puede
sorprender el íntimo parentesco y la actualidad que aquellos “mysteria” y
aquellas “myesis” mantienen respecto de estos que practicamos ahora, y es
posible que advirtamos que el paso de los siglos no ha transformado su
esencia ni su más profundo sentido. Con esta plancha necesariamente breve
que os presento, sólo se pretende que nos detengamos un instante; que nos
volvamos y miremos las huellas de nuestras pisadas, antes de que el viento las
borre.
Por “Misterios” se hace alusión a unas formas de culto personal y no a
religiones, a los cuales se accede mediante una ceremonia de Iniciación,
procedentes de Oriente presumiblemente, que se instalan de forma precoz en
el mundo griego y, más tardíamente en la Roma imperial. De carácter
marcadamente espiritual, no eran incompatibles con otras creencias y, ofrecían
a sus adeptos, en palabras de Cicerón, “el modo de vivir tranquilamente y el
de morir con mejor esperanza” (Sobre las Leyes II, 14, 36), si bien no es
posible asegurar de manera categórica que todos los cultos mistéricos
ofrecieran explícitamente la promesa de la resurrección.
La forma de canalizar el acceso a los misterios, es a través del ritual y,
según F. Marty, debe aludirse a éste - al menos mínimamente - como “un
comportamiento característico de un grupo y reconocido por él, repetido por
los individuos y que tiene por lo menos como significado, producir su
pertenencia a ese grupo”. Por su parte, Durkheim señala que el rito sirve para
hacer penetrar lo sagrado en lo profano, de modo que el proceso de
ritualización supone la sacralización de las actividades de la comunidad; sin
embargo, cuando se acomete un gesto religioso ante cualquier actividad social
y productiva, se está situando la posibilidad del acontecimiento no en la
sociedad que lo generó, sino en el mundo sobrenatural.
Etimológicamente, la palabra “rito” está vinculada al concepto de “ley
fundamental” y “orden cósmico”; ritos son las tareas que han de ser realizadas
en cada estación – e igualmente en cada solsticio, a mediodía en punto o a
medianoche en punto - siempre en conexión con las leyes cósmicas. La
Iniciación, como rito de segregación respecto del resto de la población, es de
capital importancia, así como el compromiso de silencio de cuanto acontece en
la experiencia iniciática; conviene recordar en este punto que el deber de
“secreto”, se manifestaba físicamente mediante un objeto conocido como “cista
mystica”, esto es: un cesto de madera cerrado con una tapa donde se
contenían diversos utensilios ritualísticos, cuya metáfora ha devenido
paradójicamente en el concepto de “misticismo”, bien conocido en el occidente
cristiano y en el Islam.
Pero no debemos mezclar conceptos ni aludir aquí a cualquier cambio
ritual de estado o a ritos de paso: las ceremonias de Iniciación a las que
estamos haciendo referencia, no son ritos tribales de pubertad; la admisión es
independiente del sexo y de la edad, salvo en el caso del mitraísmo; no hay
ningún cambio visible de estatus externo para los que han sido iniciados
(mystes), sino una íntima transformación espiritual a través de la experiencia de
lo sagrado y, salvo en el caso del mitraísmo, nuevamente, no constituyeron
sociedades secretas con fuertes vínculos mutuos. Aunque aún es pronto, se
hace necesario adelantar que en los misterios de Mitra se producía todo
aquello que podemos intuir de las ceremonias de iniciación: seguimiento de un
itinerario predeterminado y sobrecogedor, humillación, vendado de ojos, la
desnudez del recipiendario, el miedo, pero también la camaradería de los
ágapes y las visiones celestiales sugeridas por la “Liturgia Mitraica”.
En palabras del prof. Jaime Alvar, durante la Iniciación “se representaba
una muerte ficticia y el renacimiento en una nueva vida. Gracias a esa muerte
el iniciando abandona el tiempo real de su existencia para acceder al tiempo
mítico propio de la divinidad, de modo que participa en la cosmogonía,
formando parte de la esencia del divino creador: el demiurgo responsable del
orden cósmico. El renacimiento da lugar a un ser nuevo y su metamorfosis le
obliga a participar de una nueva realidad, en un nuevo espacio físico o
imaginario, incluso en comunión con el ente divino al que se siente obligado,
del cual es testimonio y ejemplo de fe. Además, por el rito iniciático el fiel es
instruido en los arcanos de la organización del mundo, de modo que participa
en el triunfo sobre el caos, representado en el nivel de la muerte ficticia,
gracias al conocimiento del secreto que lo distingue de los mortales no
iniciados” (Los Misterios. Religiones orientales en el Imperio Romano, capít. 4,
pág. 171).
El nuevo individuo surgido de la Iniciación, devuelto a su entorno familiar
y a sus ocupaciones, estaba en poder de una visión del mundo muy distinta,
que no tenía por qué ser diferente de la imperante en su época, pero en la que
se acentuaba los valores característicos e ineludibles para la consecución de
los objetivos postulados en el aprendizaje iniciático. La Iniciación habría
permitido al mortal una experimentación sublime, capaz de provocar en él una
regeneración vital y espiritual, que le haría sentirse renacido en una nueva vida
cuya característica principal era haber alcanzado la gnosis divina, el
conocimiento del Uno, lo cual no excluía en modo alguno que fuera adepto de
las religiones oficiales griegas y romanas, aún más: era habitual ser adepto de
las religiones oficiales. A lo largo y ancho del imperio, la ínfima presencia de los
iniciados en los misterios fue indirectamente proporcional, a la importancia que
tuvieron en el ámbito político, militar, literario o artístico.
Podemos seguir la senda de los antiguos misterios en Eleusis, en los
misterios báquicos o dionisíacos, en los de Magna Mater (Cibeles y Atis), en los
de Isis y los de Mitra, principalmente, y aun cuando buena parte de los
sistemas expuestos serían de gran utilidad para la finalidad pretendida en este
trabajo - ya que los rituales masónicos reciben evidentes transferencias de
buena parte de ellos - por obvias razones de economía sólo dedicaremos
nuestra atención a los misterios de Mitra, los cuales merecen una dedicación
muy especial.
El origen del culto a Mitra data de los tiempos en que hindúes y persas
formaban un solo pueblo; este antiguo Dios-Sol indoeuropeo, que llega a
Europa desde Asia menor tras las conquistas de Alejandro Magno, es
frecuentemente citado en los himnos védicos y casi siempre emparentado con
Varuna: Mitra es el día, y Varuna la noche.
En el Avesta, Mitra es el dios de la Luz, de la Vida y del orden social, y
ocupa un lugar inmediatamente posterior a Ahura Mazda; después de la
conquista persa de Babilonia, su culto entra en contacto con la astrología
caldea y con la adoración nacional a Marduk, que produjo una importante
interrelación entre ambas religiones: esta forma de mitraísmo modificado llega
a convertirse en la religión oficial del reino de Armenia. Para que nos hagamos
una idea de su antigüedad, basta señalar que aparece junto a Varuna, en una
tablilla encontrada en Bogazköy, como garante de un tratado suscrito entre los
reyes Supilulinma de Hatusa y Mitavaza de Mitani, que data del año 1.380 a.C.
A partir de que los romanos se apoderaran del reino de Pérgamo,
ocupasen Asia Menor y establecieran dos legiones en el Eufrates, se produce
la definitiva penetración de este culto en occidente. Los emperadores Nerón y
Cómodo fueron iniciados en sus misterios, pero su mayor devoto fue Valeriano,
el cual estableció en Roma un colegio de sacerdotes e hizo incluir en sus
monedas la leyenda “Sol, Dominus Imperii Romani”. Diocleciano Galerio y
Licinio construyeron en Carnuntum, en la actual Petronell (Austria), un gran
templo, y con Juliano aún pudo disfrutar de un breve renacer. Finalmente, el
mitraísmo fue declarado ilegal en el año 391 por el emperador Teodosio I, y los
magos debieron ocultar sus mitreos y cuevas sagradas para evitar la
persecución oficial.
Siguiendo a Cumont y a Turcan, sólo es posible reconstruir la historia del
dios Mitra, a través de representaciones iconográficas - que mantuvieron a lo
largo y ancho del Imperio una considerable uniformidad - a las cuales cabe
añadir alguna referencia literaria aislada, principalmente de Porfirio y Justino:
por lo tanto sólo podemos conocer las líneas maestras del relato y dar por
perdidas todas sus sutilezas.
Según parece, del Caos original surge un dios, el Tiempo Infinito,
identificado con Eón o Saeculum, representado como un joven sin sexo ni
pasiones, con cabeza de león, una serpiente enrollada a su cuerpo y dos pares
de alas; llevaba cetro, rayo y una llave en cada mano como dios soberano de
los cielos, y su cuerpo estaba cubierto con signos del zodíaco y emblemas de
las estaciones. Este dios primordial habría engendrado el Cielo y la Tierra de
los que, a su vez, habría nacido el Océano, quedando así constituida una
“sagrada familia” que sería la tríada suprema del panteón mitraico. Por su
parte, el Cielo se habrá de identificar con Zeus-Júpiter u Oromasdes, y a él se
opondrá un mundo tenebroso capitaneado por Ahrimán-Plutón, que intentó en
vano derrocar al Cielo con un ejército de tinieblas que fue nuevamente arrojado
a las profundidades de los infiernos; pero a veces estos démones escapaban y
poseían la capacidad de actuar negativamente sobre los humanos,
impeliéndoles a obrar mal.
Las almas de los hombres, que fueron todas creadas al mismo tiempo,
en el Principio, y que al nacer bajan del cielo empíreo a los cuerpos preparados
para ellas, recibían de los siete planetas sus pasiones y características; y como
eran asediadas por las potencias oscuras, necesitaban un salvador que las
defendiera. Así las cosas, Mitra nace de una roca primigenia (que muy a
menudo es representada como un huevo), a orillas de un río y bajo un árbol;
llega al mundo con un gorro frigio y un cuchillo en su mano, y es
inmediatamente adorado por los pastores que acuden a ofrecerle sus primicias.
Flanqueado por dos figuras conocidas como Cautes y Cautópates, que
simbolizan el Sol matutino y la Luna, y que son guardianes del descenso de la
almas desde las estrellas hasta el mundo de los mortales y de su ascenso a la
inmortalidad o que igualmente pueden evocar una realidad tricorpórea, este
héroe-dios presenta batalla al Sol, lo conquista y hace de él su amigo e
inseparable compañero: incluso su alter ego.
Entonces, Ahura Mazda crea un toro salvaje, al cual Mitra somete tras
galopar en su grupa y asirlo por lo cuernos hasta doblegarlo; lo toma entonces
de los cuartos traseros y lo arrastra hasta la cueva que le sirve de guarida, y en
el camino se encuentra con numerosos y agotadores obstáculos, como si de un
rito de tránsito se tratara. Sin embargo, el toro consigue escapar, y un cuervo le
transmite a Mitra un mensaje de Ahura Mazda por el cual se le insta a que
mate al animal huido; de este modo, obedeciendo de mala gana hunde su daga
en uno de sus flancos, y extrañamente del cuerpo moribundo salen muchas
plantas que cubren la tierra; de su médula espinal surge el grano y un perro,
símbolo de la humanidad, se alimenta de éste; de su sangre el vino; de su
semen, recogido y purificado por la Luna, muchos animales útiles para el
hombre. Entonces, los poderes malignos envían al escorpión y a la serpiente
que intentan envenenar estos productos, sin conseguirlo. El toro muere y
asciende a las esferas celestiales.
Ahrimán intenta someter a la humanidad y envía diluvios, inundaciones,
conflagraciones y sequías, pero Mitra interviene y la salva de todo mal.
Finalmente el hombre se establece en la Tierra y Mitra retorna a los cielos
donde celebra un último banquete con el Sol y otros compañeros, y es
transportado en su ardiente carroza a través del Océano. Desde los cielos, se
convierte en el Mediador entre Ahura Mazda y los hombres, en un “dios que
todo lo ve”, porque la batalla entre el bien y el mal no sólo prosigue en el
corazón de estos, sino entre los planetas y las estrellas.
Dotados de una importante inclinación ascética, sus adeptos creían en la
inmortalidad del alma, de modo que el justo habría de pasar por las siete
esferas, a través de siete puertas que se abrirían con una palabra mística
dirigida a Ahura Mazda, dejando en cada planeta una parte de su humanidad
más impura hasta que se presentaban ante Dios con un espíritu purificado,
mientras que los pecadores eran arrastrados al infierno tras la muerte.
Al final de los tiempos, Mitra descenderá a la tierra sobre otro toro que
sacrificará, y mezclando su grasa con el vino sagrado, hará la bebida de la
inmortalidad, demostrando – a diferencia de los restantes dioses mistéricos que puede vencer a la muerte, puesto que es Nabarses o “Sol invictus”, esto
es: “el que nunca fue conquistado”.
La tauroctonía
Por su parte, autores como Dupuis o Beck ven en la tauroctonía - esto
es, en el sacrificio del toro que es tema central del relato mítico – la codificación
de un instante en el firmamento del cual se derivarían todas las posibles
explicaciones cosmogónicas y soteriológicas. De este modo, se podría
interpretar la muerte del toro como el verano en el momento de la recogida de
la cosecha, y así el toro sería la constelación de Tauro, el perro sería Canis, la
serpiente Hydra, el escorpión Escorpio, los portadores de antorchas Géminis e
incluso el propio Mitra quedaría identificado con Leo.
En cualquier caso, la potencialidad regenerativa está depositada en la
característica figura del
toro, también asociado con la Luna que era
considerada tradicionalmente como reservorio de vida, la cual es arrebatada
por el heroico Mitra para liberar esa misma vida en la Tierra, si bien también
puede ser interpretado como la victoria de la naturaleza espiritual del hombre
sobre su propia animalidad. Por lo tanto, este “prototoro” posee la capacidad
que otros sistemas depositan en el dios salvador y así, en el caso del
mitraísmo, la divinidad es mediadora entre el contenedor del potencial de vida y
la creación propiamente dicha, pues gracias al sacrificio, el toro se convierte en
un elemento indisoluble de Mitra para su acción demiúrgica: “El toro, como
Mitra, es demiurgo y señor de la creación” (Porfirio-“De antro”, 24).
El relato mítico de este sacrificio liberador de la fuerza enclaustrada, que
da una oportunidad a la vida, supone una alegoría de una extraordinaria
dimensión universal que debía ser reproducida mediante la Iniciación. Esta
habría de consistir en un tránsito, en un ascenso a través de las siete esferas
celestes y se llevaba a cabo dentro del templo, en el “mitreo”, el cual suponía
en sí mismo una representación del cosmos, “imago mundi”, el lugar donde se
confunden los tiempos reales con los de la ilusión para que se reprodujera el
proceso cosmogónico de forma simbólica. Nada permite sospechar que hubiera
una parte pública o exotérica de las ceremonias mitraicas, a diferencia de otros
ritos cultuales, y en ningún caso se aceptaban candidatos que se presentasen
espontáneamente.
Caracterizada por un absoluto carácter secreto e interiorista, la vida de la
colectividad se enmarca en el recinto cerrado del templo, el cual se construía
como si de verdaderas grutas se tratasen, consiguiendo con ello no sólo evocar
la caverna donde se produjo la tauroctonía sino reproducir simbólicamente la
bóveda celeste, pues consistían en una nave rematada en un ábside que
albergaba la representación de la tauroctonía, y a ambos lados discurrían dos
largos bancos triclinados hacia el muro: ”la gruta es una imagen del universo
(eikona kosmou), y puesto que la iniciación Mitraica reproduce un viaje a
través del universo, el rito ha de realizarse en un espacio análogo, dotado de la
imaginería necesaria para el acontecimiento” (Porfirio – De antro, 5). En el
ábside, a un lado de la tauroctonía estaba Cautes, y al otro, Cautópates, es
decir: el Sol matutino a un lado; al otro, la Luna; y en el centro, el “dios que todo
lo ve” en el acto de la liberación de la vida.
En cualquier caso, el tamaño de los mitreos encontrados es siempre
muy reducido, así que las comunidades debían ser forzosamente pequeñas. El
mitraísmo prefería un número restringido de miembros por comunidad, de
modo que en periodos de expansión se optaba por la apertura de nuevas
sedes, multiplicando el número de locales sacros: cuarenta fueron encontrados
en Roma y veinte en Ostia. Siempre se mantenía en su interior un fuego
encendido, y tres veces al día se ofrecían oraciones al Sol, hacia el este, el
oeste y el sur, de acuerdo con la hora.
No parece caber duda alguna de que las ceremonias culminaban en un
ágape, que era considerado como una parte esencial, donde los nuevos
miembros se fundían inequívocamente con los viejos, en el banquete que los
unía con poderosos lazos sacramentales; allí cada cual ocupaba su lugar,
establecido por la rígida norma de este culto jerarquizado.
Mitra destaca como una divinidad triunfadora en los enfrentamientos; sus
antagonistas son sistemáticamente derrotados y por ello simbolizaba las
aspiraciones militares, convirtiéndose en mentor y dios tutelar de los soldados
romanos. Pero la victoria que procura Mitra no es una victoria caótica, sino
sometida a un orden derivado de su propia “pietas”. La violencia sólo es
necesaria para alcanzar el triunfo, pero ha de ser mesurada: no genera
destrucción. De este modo, y a diferencia de los restantes cultos mistéricos, era
estrictamente masculina pues no trataba de defender la célula familiar como
soporte del orden social, sino la estructura militar de la cual la mujer estaba
excluida, lo cual supuso un severo lastre en sus posibles pretensiones de
convertirse en religión universal: “Mitra, su héroe, era una divinidad de
fidelidad, hombría, valor, que insistía en la hermandad entre sus miembros,
que estaban unidos por lazos secretos que han sugerido la idea de que el
mitraísmo era una masonería de los soldados romanos” (J.P. Arendzen –
Enciclopedia Católica).
Al margen de las purificaciones, ritos iniciáticos, comidas rituales y
demás actividades vinculadas con la vida del culto, en los mitreos se festejaban
determinados días en relación con el ciclo anual, como representación del
orden cósmico establecido por el dios, cuyo día sagrado era el domingo. No
sabemos en qué consistían las celebraciones, pero el día más corto del año, el
solsticio de invierno, concretamente el día 25 de diciembre, era considerado
como el del nacimiento del dios (“natalis invicti”), en cuya fecha tenían lugar
determinadas ceremonias que no se han conservado. De igual manera, era
especialmente celebrado el solsticio de verano, esto es, el día 25 de junio: el
día más largo del año. Mitra, “instalado en los equinoccios, como afirma
Porfirio, ocupa una posición intermedia y, por lo tanto, de control y mediación
entre el solsticio de verano, durante el que se produce la “encarnación” de la
almas, y el solsticio de invierno, cuando Cautes con su antorcha erigida hacia
el cielo señala la puerta donde las almas emprenden su recorrido estelar hacia
la eternidad” (Jaime Alvar, id., capít. 2, pág. 111).
El ritual contendría un viaje del alma del recipiendario hacia la
perfección, orientado por Cautes, una vez liberada de la imperfección mundana
a la que habría llegado a través de la puerta indicada por Cautópates. Las
purificaciones vinculadas a los tránsitos entre los grados, tendrían como
objetivo mantener limpia el alma para su viaje definitivo; del mismo modo, una
posible abstinencia de comer carne, les habría de relacionar con la
reencarnación y la transmigración de las almas, tal vez por su origen oriental o
por influencia pitagórica. Recordemos en este punto un fragmento de Estobeo
(IV, 52, 49) a propósito del rito de Iniciación:
“Así, en lo que se refiere a su total cambio y transformación, decimos
que el alma que se encuentra en este punto ha muerto. En cambio, allá
permanece en la ignorancia hasta que ya se encuentra en el momento de la
muerte. Entonces experimenta una sensación como la de los que se están
iniciando en los grandes misterios. Por ello, se asemejan, tanto en la palabra
como en la acción, morir (teleutan) e iniciarse (teleisthai): primero,
vagabundeos inciertos, caminatas sobresaltadas y sin rumbo fijo; después,
antes del final, todo lo terrible, miedo, temblor, sudor y espanto. Pero, a partir
de este momento, irrumpe una luz maravillosa y la acogen lugares puros y
praderas con voces, danzas y los sonidos sagrados y las imágenes santas más
venerables. En aquellos parajes, el que ya ha alcanzado la perfección por
haberse iniciado, libre y dueño de sí mismo, paseándose coronado, celebra los
ritos sacros y convive con hombres santos y puros, mientras observa desde allí
a la multitud de los seres vivientes no iniciada e impura, que patea en medio
del barro y se golpea a sí misma en las tinieblas, y que con miedo a la muerte
se aferra a sus desgracias por desconfianza en los bienes de este otro lado”
Reconstrucción del mitreo II de Heddernheim
Las nuevas adhesiones a la cofradía sólo se realizaban a través de la
Iniciación - una verdadera preparación para el definitivo viaje sideral – y los
iniciados (“syndexios”) habrían de seguir una conducta orientada hacia la
rectitud de conducta, el compromiso, la sinceridad, la justicia en los
comportamientos, la amistad fraternal y la lealtad, de modo que “quienes
obraban correctamente obtenían su pan y su agua” (Justino – Trifón, LXX, 25). El aprendizaje de esta ética al servicio de Mitra, se realizaba por una doble
vía: el contacto entre los fieles imponía un criterio sobre la valoración de los
comportamientos y las actitudes y, simultáneamente, había un proceso de
instrucción vinculado, primero, al catecumenado y, después, al progreso en los
grados iniciáticos, de modo que se desvelaban los significados simbólicos de la
imaginería que rodeaba la vida del fiel: parece verosímil suponer que se
emplearan textos escritos para el aprendizaje.
Dentro de la hermandad, no habría diferencias sociales, sino sólo las
derivadas de la jerarquía impuesta por los diferentes grados. Este tipo de
asociación común, conocida en Grecia como “koinon” y en Roma como
“collegia o solidates”, tenía como característica fundamental la de consistir en
una reunión de iguales con un interés común; contribuían con su tiempo, con
su influencia y con aportaciones crematísticas a la causa común, pero se
mantenían independientes, especialmente en el nivel económico, y plenamente
integrados en las estructuras de la familia y la polis.
Según la información descubierta en el mitreo de Dura Europos, en la
actual Salihiye (Siria), parece factible suponer que en el mitraísmo se
articularan procedimientos adecuados para regular el cabal cumplimiento de su
escala de valores, incluso con una fase de juicio y su correspondiente sanción,
que eran administrados por su propio cuerpo legal compuesto por decemprimi,
magistri, curatores y defensores.
El candidato sería seleccionado de entre aspirantes próximos a la
comunidad, que tal vez se reunirían ocasionalmente en “scholae”, que eran
unas dependencias diferenciadas del templo y, llegado el momento, debía
superar una serie de pruebas que tenían un componente físico, en buena
medida. En los frescos encontrados en Capua, se representa a un individuo
conducido por un mistagogo; otro arrodillado y maniatado a la espalda ante un
soldado que lo somete a una prueba; igualmente a un sacerdote que sostiene
ante él una corona y, finalmente, al propio “mysta” tumbado en el suelo: si se
hace una lectura secuencial, siempre sería el mismo individuo que va
progresando a través de diferentes pruebas hacia la Iniciación. Durante el rito,
el iniciando sería ejecutado simbólicamente para nacer a una nueva vida,
acontecimiento que se celebraría con un banquete ritual, y todos los actos a los
cuales se vería sometido, tendrían como objetivo enseñar al neófito el itinerario
que lo habría de conducir místicamente, mediante al menos dos viajes según
Beck, por el recorrido seguido por las almas en su ascenso y descenso,
fundiendo en una experiencia única el nacimiento, la muerte, la resurrección y
el tránsito iniciático.
También se producía un tránsito iniciático progresivo, a través de siete
grados sucesivos, cada uno de los cuales tenía una entidad propia y diferente,
con palabras y gestos rituales propios, y su número parece determinado por el
de los planetas bajo cuya tutela se encuentran: no existe ningún otro culto que
presente una jerarquización de los individuos vinculados, tan articulada. Meslin
ha destacado que es posible encontrar una conexión entre las conquistas
éticas del iniciado y su paso a la categoría siguiente, en función de la
terminología y los símbolos vinculados a cada uno de los grados.
Estos siete grados eran conocidos como Cuervo (Corax); Novio
(Nymphus); Soldado (Miles); León (Leo); Persa (Perses); Corredor del Sol
(Heliodromus), y Padre (Pater), si bien sólo los tres primeros eran considerados
como esenciales.
El primer grado, Corax o Cuervo, estaba asociado al planeta Mercurio, y
sus símbolos son el cuervo y el caduceo, que son atributos de Hermes; el
segundo grado, Nymphus o Novio, estaba bajo la protección del planeta Venus,
y sus símbolos son la lucerna (esto es, la luz) y la diadema que evocaría a la
diosa y a la belleza, en una suerte de extraña hierogamia con el dios. El tercer
grado, Miles o Soldado fue “entendido en la sociedad mitraica como el hombre
en su plenitud” (J.Alvar, id., pág.268); su planeta era Marte, sus atributos la
jabalina, el casco y un petate; es posible que fueran tatuados en la frente o
simbólicamente marcados, como prueba de su fidelidad.
Dejando a un lado la importancia sobresaliente que debió tener el grado
de Leo o León, relacionado con el planeta Júpiter, a partir del cual se puede
decir que se producía una activa participación en los misterios, conviene en ese
punto centrar nuestra atención en el grado supremo, conocido como Pater o
Padre. Protegido por el planeta Saturno, sus atributos son el gorro frigio, la hoz
arbórea, la vara de pedagogo y el anillo de la autoridad, y su función era la ser
un vicario de Mitra y, por tanto, la de ejercer su autoridad ante la comunidad,
con poder decisorio sobre los asuntos que afecten al culto, a las propiedades
del templo o de la cofradía, así como a los problemas derivados de la
convivencia. Parece ser que debió haber una autoridad superior, conocida
como “Pater Patrum”, al parecer con jurisdicción o derecho de supervisión
sobre diferentes mitreos, pues a ese rango accede un Pater de Emerita
Augusta (Mérida).
La figura del Pater se nos muestra igualmente, y en repetidas ocasiones,
como celebrante y “Sacerdos”. De este modo, aunque únicamente los Patres
podían ser sacerdotes, sólo uno actuaba como tal en cada cofradía, el “Pater
Sacerdos”, y los restantes intervenían como “antistes”, suponemos que en
calidad de auxiliares suyos en diferentes funciones relacionadas con el culto y
la administración u organización de la comunidad; de hecho R. L. Gordon
señala que “el término Pater denota al tiempo un grado y un oficio, por lo que
el oficio podría ser distinguido en ocasiones con otros términos, por ejemplo,
sacerdos y antistes”.
Resultan irritantes las inmensas lagunas que afectan no sólo a la
documentación sino también al proceso de construcción del imaginario
mitraico, pues hasta el momento presente, resulta imposible aportar más datos
fiables y sobresalientes de los que someramente se han apuntado en este
trabajo. Las acusaciones de plagio dirigidas al Cristianismo, al cual se acusaba
de ser una adaptación del mitraísmo, provocaron que los cristianos del Bajo
Imperio se emplearan con especial saña en destruir templos, iconografías y
documentos. Es muy factible y no debe ser obviada, la posibilidad de que la
construcción y extensión del culto mitraico en Roma, pudiera deberse a la obra
de un grupo intelectual con profunda formación astronómica y amplios
conocimientos sobre la articulación de los restantes misterios y de su universo
simbólico, que debió provocar gran desasosiego en los Padres de la Iglesia.
En este punto, creo que no cabe sino reconocer el íntimo parecido que
se advierte entre el mitraísmo y la orden masónica, al menos a un considerable
nivel estructural, pero es precisamente ahora cuando se pierde completamente
el rastro. Sin duda alguna, sería posible esbozar varias hipótesis más o menos
verosímiles que siempre se habrían de encontrar con un dato incuestionable:
los descubrimientos arqueológicos que posibilitaron la creación del relato
mítico, y la interpretación de sus rituales por parte de autores como
Reitzenstein y Cumont, se produjeron desde finales del siglo XIX y durante el
primer tercio del siglo XX; a su vez, y como es bien sabido, la Francmasonería
nace, al menos oficialmente, a primeros del siglo XVIII y, por tanto, más de
ciento cincuenta años antes de que esta información fuera conocida. ¿Sería
este argumento suficiente por sí mismo, para debatir seriamente sobre el
posible origen de la Francmasonería, en un momento sucesivo a la prohibición
del mitraísmo por parte de Teodosio I, esto es: en el siglo IV d.C.? Dejo ahí
esta pregunta, que no es precisamente nueva, para que alguien más
capacitado que yo intente darle respuesta.
Finalmente, concluyo este trabajo con unas breves líneas extraídas de
la controvertida “Liturgia de Mitra” (Gran Códice Mágico de París, 475 a 829,)
que fue compilada a comienzos del siglo IV d.C., y que contiene una gran
variedad de tratados, himnos y prescripciones:
“Señor, ahora que he renacido me muero; ahora que he crecido y he
sido fortalecido, termino mi vida; ahora que he nacido de un principio
generador de vida, me dirijo hacia la muerte liberado, como tú creaste, como
tú legislaste y formaste el Misterio”. (720)
He dicho.
En los VV.·. de Sevilla, a 28 de Nissan de
6011 (VL.·.)
Germán V.·. D.·. – MM.·.
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