Master 2 Recherche Langues — Master 2 recherche Psychologie clinique Récit, objets et méthodes Pour une approche interdisciplinaire du récit Contact Marc Marti, bureau 416 ou laboratoire LIRCES, Ext. 017 Tél : 04 93 37 54 23 Courriel : [email protected] Les pages qui suivent sont proposées en annexe du cours. Il s’agit principalement de textes qui seront proposés à l’analyse. 2 LA STRUCTURE GENERALE DE LA FABLE LE GENRE (THEORIE DES GENRES, P. 26) «[...] on obtient le type d'un genre littéraire donné grâce à l'examen d'ensemble de toutes les oeuvres individuelles qui appartiennent à ce genre; le type est une abstraction, autrement dit c'est la définition, le schème conceptuel de ce qui pour ainsi dire, fait la structure fondamentale (qui n'existe que sous la forme de particularités pures), la "généricité" du genre». L’HORIZON D’ATTENTE (THEORIE DES GENRES, P. 42) «L'oeuvre d'art même en temps que pure expression de l'individuel, [...] est cependant conditionnée par "l'altérité", c'est à dire par sa relation avec l'autre comme conscience compréhensive. [...] elle suppose des informations préalables ou une orientation de l'attente à laquelle se mesure l'originalité ou la nouveauté- cet horizon de l'attente qui pour le lecteur, se constitue par une tradition ou une série d'oeuvres déjà connues et par l'état d'esprit spécifique suscité, avec l'apparition de l'oeuvre nouvelle, par son genre et ses règles de jeu.[...] Dans cette mesure, toute oeuvre littéraire appartient à un genre, ce qui revient à affirmer purement et simplement que tout oeuvre suppose l'horizon d'une attente, c'est à dire d'un ensemble de règles préexistant pour orienter la compréhension du lecteur (du public) et lui permettre une perception appréciative». LA STRUCTURE TEXTUELLE (J.M. ADAM, PP. 28-29) «L’unité textuelle que je désigne par la notion de séquence peut être définie comme structure, c’est-à-dire comme: —un réseau relationnel hiérarchique: grandeur décomposable en parties reliées entre elles et reliées au tout qu’elles constituent; —une entité relativemnet autonome, dotée d’une organisation interne qui lui est propre et donc en relation de dépendance/indépendance avec l’ensemble plus vaste dont elle fait partie. En tant que structure séquentielle, un texte (T) comporte un nombre n de séquences complètes ou elliptique(s). La séquence, unité constituante du texte est constitué de paquets de propositions (les macro-propositions) [dont le nombre sera défini ultérieurement], elles-mêmes constituées de n propositions». EXEMPLE DE SCHEMA DE STRUCTURATION: LE TEXTE NARRATIF: Niveau 1 Niveau 2 Niveau 3 Niveau 4 Texte [narratif est composé de] n Séquence(s) [qui est/sont composée(s) de] 7 Macro-proposition(s) [qui sont composées de] n Proposition(s) LE TEXTE (J.M. ADAM, P. 34) M. Marti, U. de Nice 3 «Un texte, une structure hiérarchique complexe comprenant n séquences —elliptiques ou complètes— de même type ou de type différents» CONDITIONS DE CARACTERISATION DES PROPOSITIONS (J.M. ADAM, P. 39) «Une proposition donnée n’est définissable comme narrative ou descriptive que ou autre qu’à la double lumière de ses caractéristiques grammaticales et de son insertion dans un cotexte, dans une suite de propositions que l’interprétant relie entre elles». LA DEFINITION MINIMALE DU RECIT a. succession d'événements b. unité thématique c. prédicats transformés d. un procès e. la causalité narrative d'une mise en intrigue f. une évaluation finale (explicite ou implicite). LE SCHEMA DE LA PROPOSITIONS SEQUENCE NARRATIVE: LES SEPT MACRO- T récit Résumé Orientation et/ou (Pn1) EntréePréface (Pn0) M. Marti, Complication (Pn2) Action ou Évaluation (Pn3) Résolution (Pn4) Situation finale (Pn5) U. de Nice Chute ou Morale (PnΩ) 4 TEXTES D’APPLICATION EN ESPAGNOL El león y la rana. Una lóbrega noche silenciosa iba un león horroroso con mesurado paso majestuoso por una selva: oyó una voz ruidosa, que con tono molesto y continuado llamaba la atención y aun el cuidado del reinante animal, que no sabía de qué bestia feroz quizá saldría aquella voz, que tanto más sonaba, cuanto más en silencio todo estaba. Su Majestad Leonesa la selva toda registrar procura; mas nada encuentra con la noche oscura, hasta que pudo ver, ¡oh, qué sorpresa!, que sale de un estanque a la mañana la tal bestia feroz, y era una rana. Llamará la atención de mucha gente el charlatán con su manía loca; Mas, ¿qué logra, si al fin verá el prudente que no es sino una rana, todo boca? La pava y la hormiga. Al salir con las yuntas los criados de Pedro, el corral se dejaron de par en par abierto. Todos los pavipollos con su madre se fueron, aquí y allí picando, hasta el cercano otero. Muy contenta la pava decía a sus polluelos: «Mirad, hijos, el rastro de un copioso hormiguero. Ea, comed hormigas, y no tengáis recelo, que yo también las como: Es un sabroso cebo. Picad, queridos míos: ¡Oh, qué días los nuestros, si no hubiese en el mundo malditos cocineros! Los hombres nos devoran, y todos nuestros cuerpos M. Marti, U. de Nice 5 humean en las mesas de nobles y plebeyos. A cualquier fiestecilla ha de haber pavos muertos. ¡Qué pocas navidades contaron mis abuelos! ¡Oh, glotones humanos, crueles carniceros!» Mientras tanto una hormiga se puso en salvamento sobre un árbol vecino y gritó con denuedo: «¡Hola!, con que los hombres son crueles, perversos: ¿Y qué seréis los pavos? ¡Ay de mí!, ya lo veo: a mis tristes parientes, ¡qué digo!, a todo el pueblo sólo por desayuno os le vais engullendo. No respondió la pava por no saber un cuento, que era entonces del caso, y ahora viene a pelo. Un gusano roía un grano de centeno: viéronlo las hormigas: ¡Qué gritos!, ¡qué aspavientos! «Aquí fue Troya, dicen: Muere, pícaro perro»; y ellas ¿qué hacían? Nada: Robar todo el granero. Hombres, pavos, hormigas, según estos ejemplos, cada cual en su libro esta moral tenemos. La falta leve en otro es un pecado horrendo; pero el delito propio no más que pasatiempo. Los dos machos. Dos machos caminaban: el primero, cargado de dinero, mostrando su penacho envanecido, iba marchando erguido al son de los redondos cascabeles. El segundo, desnudo de oropeles, M. Marti, U. de Nice 6 con un pobre aparejo solamente, alargando el pescuezo eternamente, seguía de reata su jornada, cargado de costales de cebada. Salen unos ladrones, y al instante asieron de la rienda al arrogante; él se defiende, ellos le maltratan, y después que el dinero le arrebatan, huyen, y dice entonces el segundo: Si a estos riesgos exponen en el mundo las riquezas, no quiero, a fe de macho, dinero, cascabeles ni penacho. La mariposa y el caracol. Aunque te haya elevado la fortuna desde el polvo a los cuernos de la luna, si hablas, Fabio, al humilde con desprecio tanto como eres grande serás necio. ¡Qué!, ¿te irritas?, ¿te ofende mi lenguaje? «No se habla de ese modo a un personaje.» Pues haz cuenta, señor, que no me oíste, y escucha a un caracol. Vaya de chiste. En un bello jardín, cierta mañana, se puso muy ufana sobre la blanca rosa una recién nacida mariposa. El sol resplandeciente desde su claro oriente los rayos esparcía; Ella, a su luz, las alas extendía, sólo porque envidiasen sus colores manchadas aves y pintadas flores. Esta vana, preciada de belleza, al volver la cabeza, vio muy cerca de sí, sobre una rama, a un pardo caracol. La bella dama, irritada, exclamó: «¿Cómo, grosero, a mi lado te acercas? Jardinero, ¿de qué sirve que tengas con cuidado el jardín cultivado, y guarde tu desvelo la rica fruta del rigor del hielo, y los tiernos botones de las plantas, si ensucia y come todo cuanto plantas este vil caracol de baja esfera? O mátale al instante, o vaya fuera. -Quien ahora te oyese, M. Marti, U. de Nice 7 si no te conociese, respondió el caracol, en mi conciencia, que pudiera temblar en tu presencia. Mas dime, miserable criatura, que acabas de salir de la basura, ¿puedes negar que aún no hace cuatro días, que gustosa solías como humilde reptil andar conmigo, y yo te hacía honor en ser tu amigo? ¿No es también evidente que eres por línea recta descendiente de los Orugas, pobres hilanderos, que mirándose en cueros, de sus tripas hilaban y tejían un fardo, en que el invierno se metían, como tú te has metido, y aún no hace cuatro días que has salido? Pues si éste fue tu origen y tu casa, ¿por qué tu ventolera se propasa a despreciar a un caracol honrado?» El que tiene de vidrio su tejado, esto logra de bueno con tirar las pedradas al ajeno. El asno y el cochino. A los caballeros alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado Oh jóvenes amables, que en vuestros tiernos años al Templo de Minerva dirigís vuestros pasos, seguid, seguid la senda, en que marcháis, guiados a la luz de las Ciencias por profesores sabios. Aunque el camino sea, ya difícil, ya largo, lo allana y facilita el tiempo y el trabajo. Rompiendo el duro suelo, con la esteva agobiado, el labrador sus bueyes guía con paso tardo; mas al fin llega a verse en medio del verano, de doradas espigas, como Céres, rodeado. A mayores tareas, a más graves cuidados M. Marti, U. de Nice 8 es mayor, y más dulce el premio y el descanso. Tras penosas fatigas, la labradora mano ¡Con qué gusto recoge los racimos de Baco! Ea, jóvenes, ea, seguid, seguid marchando al Templo de Minerva a recibir el lauro. Mas yo sé, caballeros, que un joven entre tantos responderá a mis voces: No puedo, que me canso. Descansa enhorabuena: ¿Digo yo lo contrario? Tan lejos estoy de eso, que en estos versos trato de daros un asunto que instruya deleitando. Los perros y los lobos, los ratones y gatos, las zorras y las monas, los ciervos y caballos os han de hablar en verso; pero con juicio tanto, que sus máximas sean los consejos más sanos. Deleitados en ello, y con este descanso, a las serias tareas volved más alentados. Ea, jóvenes, ea, seguid, seguid marchando al Templo de Minerva a recibir el lauro. ¡Pero qué! ¿os detiene el ocio y el regalo? Pues escuchad a Esopo, mis jóvenes amados: Envidiando la suerte del cochino, un asno maldecía su destino. «Yo, decía, trabajo y como paja; él come harina, y berza, y no trabaja: A mí me dan de palos cada día; a él le rascan y halagan a porfía.» Así se lamentaba de su suerte; pero luego que advierte M. Marti, U. de Nice 9 que a la pocilga alguna gente avanza en guisa de matanza, armada de cuchillo y de caldera, y que con maña fiera dan al gordo cochino fin sangriento, dijo entre sí el jumento: Si en esto para el ocio y los regalos, al trabajo me atengo y a los palos. El gallo y el zorro. Un gallo muy maduro, de edad provecta, duros espolones, pacífico y seguro, sobre un árbol oía las razones de un zorro muy cortés y muy atento, más elocuente cuanto más hambriento. «Hermano, le decía, ya cesó entre nosotros una guerra, que cruel repartía sangre y plumas al viento y a la tierra: baja; daré, para perpetuo sello, mis amorosos brazos a tu cuello. «Amigo de mi alma, responde el gallo, ¡qué placer inmenso, en deliciosa calma, deja esta vez mi espíritu suspenso! Allá bajo, allá voy tierno y ansioso a gozar en tu seno mi reposo. Pero aguarda un instante, porque vienen, ligeros como el viento, y ya están adelante, dos correos que llegan al momento, de esta noticia portadores fieles, y son, según la traza, dos lebreles. Adiós, adiós, amigo, dijo el zorro, que estoy muy ocupado; luego hablaré contigo, para finalizar este tratado.» El gallo se quedó lleno de gloria, cantando en esta letra su victoria: Siempre trabaja en su daño el astuto engañador; a un engaño hay otro engaño, a un pícaro otro mayor. La paloma. M. Marti, U. de Nice Un pozo pintado vio una paloma sedienta: Tirose a él tan violenta, que contra la tabla dio. Del golpe, al suelo cayó, y allí muere de contado. De su apetito guiado, por no consultar al juicio, así vuela al precipicio el hombre desenfrenado. 10 El escarabajo Lo delicado y ameno de las buenas letras no agrada a los que se entregan al estudio de una erudición pesada y de mal gusto Tengo para una fábula un asunto que pudiera muy bien...., pero algún día suele no estar la musa muy en punto. Esto es lo que hoy me pasa con la mía; y regalo el asunto a quien tuviere más despierta que yo la fantasía, porque esto de hacer fábulas requiere que se oculte en los versos el trabajo, lo cual no sale siempre que uno quiere. Será, pues, un pequeño escarabajo el héroe de la fábula dichosa, porque conviene un héroe vil y bajo. De este insecto refieren una cosa: que, comiendo cualquiera porquería, nunca pica las hojas de la rosa. Aquí el autor, con toda su energía, irá explicando como Dios le ayude aquella extraordinaria antipatía. La mollera es preciso que le sude para insertar después una advertencia con que entendamos a lo que esto alude; y, según le dictare su prudencia, echará circunloquios y primores, con tal que diga en la final sentencia que, así como la reina de las flores al sucio escarabajo desagrada, así también a góticos doctores toda invención amena y delicada. La lechuza Atreverse a los autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino traición M. Marti, U. de Nice Cobardes son y traidores ciertos críticos que esperan, para impugnar, a que mueran los infelices autores, porque, vivos, respondieran. Un breve caso a este intento contaba una abuela mía. Diz que un día en un convento entró una lechuza... Miento, que no debió ser un día. Fue, sin duda, estando el sol ya muy lejos del ocaso... Ella, en fin, se encontró al paso una lámpara o farol (que es lo mismo para el caso), y volviendo la trasera, exclamó de esta manera: «Lámpara, ¡con qué deleite te chupara yo el aceite, si tu luz no me ofendiera! Mas ya que ahora no puedo, porque estás bien atizada, si otra vez te hallo apagada, sabré, perdiéndote el miedo, darme una buena panzada». Los perros y el trapero Aunque renieguen de mí los críticos de que trato, para darles un mal rato, en otra fábula aquí tengo de hacer su retrato. Estando, pues, un trapero revolviendo un basurero, ladrábanle, como suelen cuando a tales hombres huelen, dos parientes del Cerbero. Y díjoles un lebrel: «Dejad a ese perillán, que sabe quitar la piel cuando encuentra muerto un can, y cuando vivo, huye de él». 11 La discordia de los relojes Los que piensan que con citar una autoridad, buena o mala, quedan disculpados de cualquier yerro, no advierten que la verdad no puede ser más de una, aunque las opiniones sean muchas M. Marti, U. de Nice Convidados estaban a un banquete diferentes amigos, y uno de ellos, que, faltando a la hora señalada, llegó después de todos, pretendía disculpar su tardanza. «¿Qué disculpa nos podrás alegar?» -le replicaron-. Él sacó su reloj, mostróle y dijo: «¿No ven ustedes cómo vengo a tiempo? Las dos en punto son». «¡Qué disparate! -le respondieron-, tu reloj atrasa más de tres cuartos de hora». «Pero, amigos -exclamaba el tardío convidado-, ¿qué más puedo yo hacer que dar el texto? Aquí está mi reloj...» Note el curioso que era este señor mío como algunos que un absurdo cometen y se escusan con la primera autoridad que encuentran. Pues, como iba diciendo de mi cuento, todos los circunstantes empezaron a sacar sus relojes en apoyo de la verdad. Entonces, advirtieron que uno tenía el cuarto, otro la media, otro las dos y veinte y seis minutos, éste catorce más, aquél diez menos. No hubo dos que conformes estuvieran. En fin, todo era dudas y cuestiones. Pero a la Astronomía cabalmente era el amo de casa aficionado; y consultando luego su infalible, arreglado a una exacta meridiana, halló que eran las tres y dos minutos, con lo cual puso fin a la contienda, y concluyó diciendo: «Caballeros: si contra la verdad piensan que vale citar autoridades y opiniones, para todo las hay; mas, por fortuna, ellas pueden ser muchas, y ella es una». 12 El burro flautista Sin reglas del arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad Esta fabulilla, salga bien o mal, me ha ocurrido ahora por casualidad. Cerca de unos prados que hay en mi lugar, pasaba un borrico M. Marti, U. de Nice por casualidad. 13 Una flauta en ellos halló, que un zagal se dejó olvidada por casualidad. Acercóse a olerla el dicho animal, y dio un resoplido por casualidad. En la flauta el aire se hubo de colar, y sonó la flauta por casualidad. «¡Oh! -dijo el borrico-, ¡qué bien sé tocar! ¡Y dirán que es mala la música asnal!» Sin reglas del arte, borriquitos hay que una vez aciertan por casualidad. El ratón y el gato Alguno que ha alabado una obra ignorando quién es su autor, suele vituperarla después que lo sabe Tuvo Esopo famosas ocurrencias. ¡Qué invención tan sencilla! ¡Qué sentencias! He de poner, pues que la tengo a mano, una fábula suya en castellano. «Cierto -dijo un ratón en su agujero-: no hay prenda más amable y estupenda que la fidelidad; por eso quiero tan de veras al perro perdiguero». Un gato replicó: «Pues esa prenda yo la tengo también...» Aquí se asusta mi buen ratón, se esconde, y torciendo el hocico le responde: «¿Cómo? ¿La tienes tú?... Ya no me gusta». La alabanza que muchos creen justa, injusta les parece si ven que su contrario la merece. «¿Qué tal, señor lector? La fabulilla puede ser que le agrade y que le instruya». «Es una maravilla; dijo Esopo una cosa como suya». «Pues mire usted: Esopo no la ha escrito; salió de mi cabeza». «¿Conque es tuya?» M. Marti, U. de Nice «Sí, señor erudito; ya que antes tan feliz le parecía, critíquemela ahora porque es mía». 14 El voto de los benitos Un convento ejemplar benedictino a grave aflicción vino porque en él se soltó con ciega furia el demonio tenaz de la lujuria, de modo que en tres pies continuamente estaba aquel rebaño penitente. Al principio, callando con prudencia, hacía cada monje la experiencia de sujetar con mortificaciones las fuertes tentaciones. No se omitió cilicio, ayuno, penitencia ni ejercicio, mas fueron vanas medicinas tales; que, irritadas las partes genitales, el demonio carnal más las apura, dando a más penitencia más tiesura. Supo el caso el abad; quien, aturdido del feroz priapismo referido, a capítulo un día llamó a la bien armada frailería y, después de entonado el himno acostumbrado, a cada cual, con humildad profunda, pidió su parecer, por que se hallase un medio que cortase en la comunidad tal barahúnda. Los monjes del convento poltronamente estaban en su asiento discutiendo los modos diferentes de alejar con remedios convenientes el bullidor tumulto que a cada fraile le abultaba el bulto. Viendo lo ejecutado vanamente hasta el caso presente, los sapientes y místicos varones con santidad y ciencia propusieron diversas opiniones, pero en ninguna dieron que a propósito fuese para que luego la erección cediese. En esta confusión, con reverencia, pidió el portero para hablar licencia. El portero, no importa aquí su nombre, M. Marti, U. de Nice era un legazo de tan gran renombre que, después de rascarse aquello a solas, hubo vez de jugar diez carambolas. - Hable, clamó el abad. Y él, humillado, dijo: - Dios sea loado, que a mí, vil gusanillo, ha concedido lo que a Sus Reverencias no ha querido. Yo un tiempo tentaciones padecía, mas, por fortuna mía, hallé un remedio fácil y gustoso con que al cuerpo y al alma doy reposo. - ¿Y cuál es?, preguntaron, admirados, a una voz los benitos congregados. - Padres, dijo el portero, tengo una lavandera, cuyo esmero, cuando a traerme viene ropa con que me mude, tanto cuidado tiene de limpiarme de manchas exteriores como de las materias interiores, y a este fin de tal modo me sacude que en toda la semana no se alborota más mi tramontana. Luego que oyó el abad y el consistorio el medio tan sencillo y tan notorio de obviar las tentaciones, decretaron los ínclitos varones que un voto, de común consentimiento, se añadiese en las reglas del convento, por el cual no pudiera fraile alguno vivir sin lavandera. El abad, con presteza, dejó al punto aquel voto establecido y a los monjes, alzando la cabeza, dijo: El Señor, hermanos, nos ha oído, cuando remedia así nuestras desgracias. Cantemos, pues: Agimus tibi gratias. 15 El conjuro De un tremebundo lego acompañado, fue a exorcizar un padre jubilado a una joven hermosa y desgraciada que del maligno estaba atormentada. Empezó su conjuro y el espíritu impuro, haciendo resistencia, agitaba a la joven con violencia obligándola a tales contorsiones, M. Marti, U. de Nice que la infeliz mostraba en ocasiones las partes de su cuerpo más secretas: ya descubría las redondas tetas de brillante blancura, ya, alzando la delgada vestidura, manifestaba un bosque bien poblado de crespo vello en hebras mil rizado, a cuyo centro daba colorido un breve ojal, de rosas guarnecido. El lego, que miraba tal belleza, sentía novedad grande en su pieza, y el fraile, que lo mismo recelaba, con los ojos cerrados conjuraba hasta que al fin, cansado de haber a la doncella exorcizado dos horas vanamente, para que sosegase la paciente y él volviese con fuerzas a su empleo, al campo salió un rato de paseo, diciendo al lego hiciera compañía a la doncella en tanto que él volvía. Fuese, pues, y el donado, de lujuria inflamado, apenas quedó solo con la hermosa cuando, esgrimiendo su terrible cosa, sin temor de que estaba el diablo en aquel cuerpo que atacaba, la tendió y por tres veces la introdujo de sus riñones el ardiente flujo. Mientras que así se holgaba el lego diestro, a la casa volviendo su maestro, vio que en la barandilla de la escalera, puesto en la perilla, estaba encaramado el diablo, confundido y asustado, y díjole riendo: - ¡Hola, parece que saliste huyendo del cuerpo en que te hallabas mal seguro, por no sufrir dos veces mi conjuro! Yo me alegro infinito; mas, ¿qué esperas aquí? ¡Dilo, maldito! - Espero, dijo el diablo sofocado, que sepas que tú no me has expulsado de esa pobre mujer por conjurarme, sino tu lego que intentó amolarme con su tercia de dura culebrina, buscándome el ojete en su vagina, y pensé: ¡Guarda, Pablo!, propio es de lego motilón ladino M. Marti, 16 U. de Nice 17 que no respete virgo femenino, ¡pero que deje con el suyo al diablo! El cuervo En un carro manchego caminaba una moza inocentona de gallarda persona, propia para inspirar lascivo fuego. El mayoral del carro era Farruco, de Galicia fornido mameluco, al que, en cualquier atasco, daba asombro verle sacar mulas y carro al hombro. Un colchón a la moza daba asiento, porque el mal movimiento del carro algún chichón no la levante. (Lector, es importante referir y tener en la memoria la menor circunstancia, para que, por olvido o ignorancia, la verdad no se olvide de esta historia.) Yendo así caminando, vieron un cuervo grande que, volando, a veces en el aire se cernía y otras el vuelo al carro dirigía. - ¡Jesús, qué pajarraco tan feote!, dijo la moza. ¿Y ese animalote qué nombre es el que tiene? - Ése es un cuervo, respondió el arriero; embiste a las mujeres y es tan fiero que las pica los ojos, se los saca, y después de su carne bien se atraca. Oyendo esto la moza y reparando que el cuervo se acercaba al carro donde estaba, tendiose en el colchón y, remangando las faldas presurosa, cara y cabeza se tapó medrosa, descubriendo con este desatino el bosque y el arroyo femenino. Al mirarlos Farruco, alborotose; subió sobre el colchón, desatascose, sacó...¡poder de Dios, qué grande que era...! y a la moza a empujones enfiló de manera que del carro los fuertes enviones, en vez de impedimento, daban a su timón más movimiento. Y en tanto que él saciaba su apetito, M. Marti, U. de Nice 18 ella decía: - ¡Sí, cuervo maldito, pica, pica a tu antojo, que por ahí no me sacas ningún ojo! El brocal El pozo de los padres trinitarios tuvo brocales varios: ya de mampostería, ya de piedra de buena sillería, en fin de berroqueño le pusieron, el último que eterno ellos creyeron; pero tal faena de sacar agua en el convento había, que al año ya tenía el brocal una brecha grande y buena. - ¡Virgen!, el superior dijo al saberlo, que no sé ya de qué materia hacerlo para que no se roce o desmorone. Llamar al albañil en el momento a ver de qué dispone se haga el brocal al pozo del convento. El albañil llamado al punto fue enterado, y dijo: - Aquí lo que conviene es hacer un brocal como el que tiene mi mujer, que ha veinte años cabalmente que echo por él la soga de frecuente con dos cubos que al par le han golpeado, y ni una pizca se ha desmoronado. Un confesor gilito en opinión de santidad estaba, por lo que despachaba de penitentes número infinito. Además, este padre reverendo llevaba en un remiendo de su negra pretina cosida una reliquia peregrina con muchas indulgencias que evitaban penosas penitencias siempre que con dos dedos la tocaba al tiempo de absolver al confesado, y así todo pecado con esta ceremonia perdonaba. De clases diferentes M. Marti, La reliquia U. de Nice el número creció de penitentes, sabiendo la excelencia de la nueva indulgencia que este varón profundo igualmente aplicaba a todo el mundo. Una moza morena llegó a sus plantas, de pecados llena, con ojos tentadores, talle listo, y unas tetas que hicieran caer a Cristo, pues, conforme a la moda, ya en taparlas ninguna se incomoda. Empezó a confesarse y, así que llegó al sexto mandamiento de torpes poluciones a acusarse con tanta contrición, que el movimiento de su blanca pechera simpatizó del fraile el instrumento, como era natural, de tal manera que le causó cuidado sentírselo de pronto tan hinchado. La iglesia estaba oscura, la gente no era mucha y, temeroso de más descompostura, el bendito varón acudió ansioso al corriente remedio de empuñar con recato por en medio el miembro rebelado; y esto fue tan a tiempo ejecutado, que hizo un memento homo pasándole la mano por el lomo. La moza acabó en tanto su confesión, y dijo al varón santo: - Écheme, padre mío, la sacra absolución en que confío, y aplíqueme, le ruego, la indulgencia que su reliquia tiene, pues la virtud que en ella se contiene puede excusar más grave penitencia. Oyendo estas razones, de su meditación medio aturdido el fraile volvió en sí dando un ronquido; sacó de sus calzones, para absolver, la mano humedecida; tocola en la reliquia consabida y, en vez de bendición, echó rijoso a la moza un asperges muy copioso. - ¡Jesús!, ella exclamó, ¿para qué es esto que me ha echado en la cara? Sintiera que pegado se quedara, M. Marti, 19 U. de Nice pues parece de gomas un compuesto. A que respondió el fraile: - Eso, sin duda, es, ¡ay!, que ha cometido un gran pecado, hermana, y perdonárselo ha costado tanto, que a mares la reliquia suda. M. Marti, 20 U. de Nice Textes d’application en français 21 Le lion et la grenouille Par une nuit, lugubre et silencieuse, Un horrible lion, Au pas lent et majestueux, Traversait la forêt: Il entendit une voix retentir, Qui, par son ton pénible et monotone Retenait l’attention, causait même souci Au royal animal, qui ne savait vraiment A quelle bête féroce elle pouvait appartenir; Cette voix, dont l’éclat redoublait Dans le silence épais. Sa majesté Lion La forêt toute entière se mit à explorer; Mais sans ne rien trouver dans cette obscurité, Jusqu’à ce qu’il put voir, oh, étrange surprise! Le matin revenu, au sortir d’un étang, Cette bête féroce ; c’était une grenouille. Le charlatan par ses folies, Captivera bien des esprits Mais à quoi bon; le sage Sait que tout beau parleur qu’il soit Ce n’est qu’une grenouille. Felix María de Samaniego, Fábulas, IV, 21 (traduction M. Marti) En partant au labour Les valets de Pedro Laissèrent la basse-cour La porte grande ouverte. Tous les petits dindons S’en furent avec leur mère, Picorant çà et là, Jusqu’au bosquet voisin. Fort contente la Dinde Disait aux dindonneaux: —Regardez mes enfants, La belle fourmilière; Mangez donc des fourmis, Et n’ayez nulle crainte Car j’en mange aussi: C’est un fameux repas. Picorez mes chéris: Ah, quel bonheur pour nous S’il n’y avait au monde Ces maudits cuisiniers! M. Marti, La dinde et la fourmi U. de Nice 22 Les hommes nous dévorent, Pensez à ces dépouilles Fumantes sur les tables Nobles et plébéiennes. Et puis, à chaque fête, Il faut tuer la dinde; Tous mes ancêtres ont Bien mal vécu Noël! Ah, ces humains gloutons Sont de cruels bouchers! Alors, une fourmi Sur un arbre voisin Qui était son abri, Lui cria avec force: —Allons donc, les hommes sont Paraît-il cruels et pervers: Qu’en est-il des dindons? Mon Dieu, je le vois bien: Tous mes pauvres parents Que dis-je, tout un peuple, Vous venez d’avaler, Juste pour déjeuner. La dinde ne dit rien Ne sachant pas le conte Qui venait à propos, Et même à point nommé: Un vers rongeait un grain de seigle: Il fut surpris par les fourmis: Cris, gesticulations, insultes, C’est un désastre dirent-elles Meurt donc, chien, scélérat; Mais elles, que faisaient-elles? Rien Voler tout le grenier. Hommes, dindons, fourmis, Selon tous ces exemples Chacun a dans son livre Cette morale écrite Tous les défauts d’autrui Sont d’horribles péchés Et nos propres délits Ne sont que bagatelles. Felix María de Samaniego, Fábulas, VI, 6 (traduction M. Marti) Les deux mulets Deux mulets cheminaient: le premier Chargé d’argent, Arborait un panache orgueilleux Et marchait fièrement M. Marti, U. de Nice 23 Au son de ses grelots. Le second, sans nul ornement, Qu’un pauvre harnachement, Étirait le cou éternellement, Passant sa journée attelé, De sacs d’avoine chargé. Arrivent des voleurs, et à l’instant Ils saisirent les rênes de l’arrogant; Il se défend, ils le maltraitent Et lui dérobent son argent, Ils s’enfuient. Le second dit alors: Si les richesses exposent à de tels risques En ce monde, je ne veux, foi de mulet, Ni panache, ni grelots. ni argent Felix María de Samaniego, Fábulas, IV, 9 (traduction M. Marti) Le papillon et l’escargot Même si la fortune t’as élevé De la glèbe jusqu’aux plus hauts sommets, Si tu parles, Fabio, aux humbles avec mépris Tout grand que tu sois, tu n’en seras pas moins nigaud. Quoi? Tu t’irrites? Mon langage t’offense? Fais donc, monsieur, comme si je n’avais rien dit Et écoute l’escargot. C’est une plaisanterie. Un jour, dans un beau jardin, Se posa plein d’orgueil, Sur une blanche rose Un jeune papillon. Le soleil resplendissant Depuis le clair orient Dardait ses rayons; Lui étendait ses ailes dans la lumière, Pour que leur teinte soient l’envie Des oiseaux bigarrés et des fleurs colorées. Ce vain, imbu de sa beauté, Tournant la tête Vit tout près de lui, sur une branche, Un escargot gris. Le beau monsieur, Irrité, s’exclama: Tu t’approches de moi? Jardinier, A quoi sert de cultiver Le jardin avec zèle, De protéger avec soin Les beaux fruits et les tendres bourgeons des plantes Des rigueurs de l’hiver Si ce vil escargot de basse extraction Mange et salit tout ce que tu plantes. Tue-le sur le champ ou qu’il disparaisse— M. Marti, U. de Nice 24 « Celui qui maintenant t’entendrait, S’il ne te connaissait, pourrait, ma foi, Trembler en ta présence. Mais, dis-moi, misérable créature Qui vient à peine de sortir de l’ordure, Pourrais-tu nier, qu’il y a seulement quatre jours; Il te plaisait Comme un humble reptile de marcher avec moi. Et que je te faisais honneur en étant ton ami? N’est-il pas vrai Que tu descends en droite ligne, De ces pauvres tisserands que sont les chenilles, Qui s’étant retrouvées nues Ont tissé et filé de leurs tripes Un ballot, qui l’hiver les habille; Tu l’as toi-même confectionné Et n’y a-t-il pas quatre jours que tu l’as abandonné? Alors, si ce sont là tes origines et ta maison Pourquoi te prend-il la fantaisie De mépriser un honnête escargot? » Celui qui a un toit de verre Gagne toujours à jeter des pierres Sur le toit du voisin Felix María de Samaniego, Fábulas, VIII, 8 (traduction M. Marti) Enviant le sort du cochon, Un âne maudissait sa destinée: L’âne et le cochon Lui, sans travailler, on le nourrit de farine et de choux, Je reçois tous les jours des coups de bâton Lui, on l’étrille et on le flatte à l’envi. Il se lamentait ainsi sur son sort; Mais voilà qu’il aperçoit Des gens qui avancent vers la porcherie Avec motif de boucherie, Armés d’un couteau et d’une marmite, Ils viennent occire le cochon, Le bourricot dit alors: « L’oisiveté et les plaisirs ainsi finissent, Je m’en tiendrai au travail et aux coups de bâton ». Felix María de Samaniego, Fábulas, I, 1 (traduction M. Marti) Le coq et le renard Un coq fort avisé, Aux ergots endurcis et d’âge avancé, Pacifique et sûr, Sur un arbre écoutait les propos M. Marti, U. de Nice D’un renard fort courtois et attentif Tout aussi éloquent qu’affamé. « Frère, lui disait-il Cette guerre cruelle entre nous Qui faisait voler les plumes et couler le sang est terminée : Descends donc, qu’amoureusement Je prenne ton cou dans mes bras en gage de paix —Mon bon ami, répond le coq, quel immense plaisir, Quelle délicieuse quiétude Saisissent mon esprit ! Je descends derechef, goûter tendrement Le repos sur ton sein. Mais attends un moment, Car, légers comme le vent, Presque là devant, Deux estafettes arrivent maintenant, Porteur sans nul doute de la nouvelle ; Et à leur aspect, ce sont des lévriers. —Adieu, ami, adieu, Dit le Renard, je suis fort occupé ; Nous parlerons tantôt, De la signature de ce traité. » Le coq en tira grande gloire, Et chanta ainsi sa victoire Toujours l’habile trompeur Cause son propre malheur À son tour il sera trompé Par celui qu’il croyait abuser. Felix María de Samaniego, Fábulas, IV, 14 (traduction M. Marti) 25 La colombe Une colombe altérée Vit un puits en tableau : Elle s’y jeta violemment Et l’image heurta. Le coup la fit choir Et mourir sur le champ. Ainsi par son désir guidé, Sans suivre la raison, L’homme débauché Précipite sa perte. Felix María de Samaniego, Fábulas, VII, 11 (traduction M. Marti) Fable LXV Le scarabée M. Marti, U. de Nice 26 La délicatesse et l’aménité des belles compositions indisposent ceux qui se consacrent à une érudition indigeste et de mauvais goût. Pour une fable, j’ai un sujet Qui pourrait bien… mais parfois La Muse n’est pas très au point. Comme la mienne aujourd’hui; Je fais cadeau du sujet à celui Qui aura une imagination plus vive que la mienne. Car composer des fables requiert Que le travail dans les vers soit caché, Sans parvenir toujours au résultat escompté. Un petit scarabée sera Le héros de cette Fable originale, Car il convient que le héros soit vil et bas. On dit que cet insecte, Qui se nourrit de saletés, Ne picote jamais les feuilles de la rose. Ici, l’auteur, avec toute son énergie Expliquera, si Dieu l’assiste, Cette extraordinaire antipathie. Il devra s’échiner Pour pouvoir ensuite accrocher une sentence Qui nous permette de comprendre l’allusion. Et selon ce que lui dictera sa prudence Il produira d’habiles circonlocutions, Pourvu qu’il dise, dans la maxime finale: Tout comme la reine des fleurs Déplaît à l’infect scarabée, Toute invention aimable et délicate Répugne aux gothiques docteurs. Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, (traduction M. Marti) Fable XXII La chouette et Fable XXIII Les chiens et le chiffonnier S’attaquer aux auteurs morts, et non aux vivants, est tout aussi lâche que méprisable Certains critiques, qui attendent La mort des malheureux auteurs, Pour les attaquer Sont des couards et des traîtres, Car de leur vivant, ils auraient reçu une réponse. M. Marti, U. de Nice A ce propos, ma grand-mère Racontait une petite histoire. Un jour dans un couvent Une chouette entra… je mens Ce ne devait pas être un jour. Ce fut sans doute bien après Le coucher du soleil… Enfin, elle trouva sur son chemin Une lampe (ou un quinquet, C’est la même chose pour notre histoire). En lui tournant le dos, Elle s’exclama de cette façon: Chère lampe, je boirais bien ton huile Avec un grand plaisir Si ta lumière ne m’en n’empêchait ! Mais, comme tu brûles bien, Aujourd’hui je ne pourrais ; Si la prochaine fois, je te retrouve éteinte Je saurai, sans que tu m’effraies, Faire une bonne ventrée. Même si les critiques Dont je viens de parler me renient, Je leur ferai passer un mauvais moment Dans cette autre fable En brossant leur portrait. 27 Un chiffonnier fouillait Un tas d’ordures; Deux cousins de Cerbère Aboyaient après lui (une habitude chez eux Lorsqu’ils flairent de tels individus). Un lévrier leur dit: Laissez donc ce coquin; Écorcheur de chiens morts, Qui évite avec soin Tous ceux qui sont en vie. Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable LXV, (traduction M. Marti) Fable LVIII La discorde des montres Ceux qui pensent que la citation d’une autorité, bonne ou mauvaise, met à l’abri de l’erreur, ne se rendent pas compte qu’il n’y a qu’une seule vérité malgré la multitude des opinions. Quelques amis étaient conviés à un banquet, Et l’un d’eux, qui était arrivé bien après Tout le monde, prétendait Excuser son retard. M. Marti, U. de Nice 28 —Quelle sera ton excuse? —lui demanda-t-on. Il sortit sa montre, et l’exhiba en disant —Ne voyez-vous pas que j’arrive bien à l’heure? Il est juste deux heures. —Allons donc, quelle erreur! (Lui répondirent-ils): —Ta montre retarde de plus De trois-quarts d’heure. —Mais mes amis, (S’exclamait l’invité retardataire) Qu’y puis-je donc, voici la preuve, Voyez ma montre… Le curieux notera Que ce bon monsieur était comme d’autres Qui, après avoir commis une absurdité, S’excuse par la première autorité trouvée. Comme je disais donc dans mon conte, Tous les présents commencèrent À sortir leur montre en appui De la vérité. Ils virent alors Que l’une marquait et quart, l’autre la demi, Une autre deux heure trente six minutes, Et celle-ci quatorze de plus, Et celle-là dix de moins. Il n’en y eut pas deux avec le même résultat. Finalement, tout n’était que doutes et questions. Mais le maître de maison Était un passionné d’astronomie; Il consulta donc son infaillible Réglé sur un méridien exact. Il trouva qu’il était trois heures et deux minutes, Ce qui mit fin à la dispute, Et il conclut en disant: —Messieurs, Si contre la vérité vous pensez qu’il suffit De citer des autorités et des opinions Il y en a pour toutes les situations, Mais, heureusement, si elles sont nombreuses, La vérité, elle, est unique. Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable LVIII, (traduction M. Marti) Fable VIII L’âne flûtiste Pour celui qui ne respecte pas les règles de l’art, La réussite n’est que le fruit d’un heureux hasard ce petit fabliau Réussi ou raté Me vient à l’esprit, Quel heureux hasard. Dans les pâturages, Près de mon village, Un âne paissait, M. Marti, U. de Nice 29 Quel heureux hasard. Il vit une flûte Qu’un jeune berger Avait oubliée, Quel heureux hasard La bête s’approche Et la reniflant, Elle s’ébroua, Quel heureux hasard; Dans la flûte l’air Sûrement passa La flûte siffla, Quel heureux hasard. Ah quel musicien! —Dit le bourricot—: Pourquoi critiquer La musique d’ânes. Sans règles de l’art Un de ces baudets Réussit parfois, Quel heureux hasard. Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable VIII, (traduction M. Marti) Fable XXI Le chat et la souris Certains font l’éloge d’une œuvre en ignorant son auteur, Pour ensuite la critiquer lorsqu’il le connaisse Ésope a eu de remarquables idées, Quelle simplicité dans l’inspiration et les sentences! Puisque je l’ai sous la main, Je traduirai une de ses fables en castillan. —Il est vrai (dit une souris dans son trou:) Qu’il n’y a pas de qualité plus aimable et plus singulière Que la fidélité: pour cette raison j’aime Autant le chien d’arrêt. Un chat répliqua: —Cette qualité Est aussi la mienne…Ici, notre bonne souris Prend peur et se cache, Et contrariée, lui répond: Comment? c’est aussi la tienne…Alors, fi donc. Les louanges que beaucoup croient justes Leurs semblent injustes S’ils voient que leur adversaire les mérite. Alors, cher lecteur? cette fable Pourrait bien vous plaire, et vous instruire. —C’est une merveille: M. Marti, U. de Nice 30 On voit bien là l’esprit d’Ésope. —Eh bien, écoutez: Elle n’est pas d’Ésope; Elle sort de mon esprit. —C’est donc ton œuvre? —Oui, monsieur l’Érudit: Alors qu’elle lui semblait fort à propos, Voilà qu’il se met à la critiquer Parce que c’est moi qui l’ai composée. Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, Fable XXI, (traduction M. Marti) Le vœux des bénédictins Un exemplaire couvent de bénédictins Fut gravement affligé Par le tenace démon de la luxure Qui l’entreprit avec furie De telle façon que ce troupeau de pénitents Était sur trois pieds continuellement. Au début, chaque moine Taisait prudemment son expérience, Essayant d’assujettir les fortes tentations Avec force mortifications. Rien ne fut omis, le silice Le jeûne, la pénitence et l’exercice spirituel, Mais ces médecines furent vaines Car les parties génitales irritées Sont les proies du démon de la chair Qui rend la pénitence plus dure. L’abbé fut informé du cas, et, étourdi Par le féroce priapisme dont nous venons de traiter Il convoqua au chapitre L’ensemble des frères bien montés ; Après avoir entonné L’hymne comme à l’accoutumée, Il demanda humblement à chacun Son avis pour trouver Un moyen de couper Une telle confusion dans la communauté. Les moines du couvent Installés sur leur siège commodément, Discutaient des différentes remèdes Dont ils pourraient user Pour écarter cette tumultueuse agitation, Qui leur gonflait le paquet. Voyant que jusqu’à présent Ils avaient agi vainement, Ces sages et mystiques sujets, Proposèrent avec science et sainteté, Diverses opinions Mais ils n’en trouvèrent aucune M. Marti, U. de Nice Qui fût appropriée, Pour faire l’érection céder. Dans cette confusion, le concierge Demanda avec déférence le droit de parler. Le portier, peu importe son nom, Etait un lai de grand renom qui, S’était tâté tout seul Pendant un très long moment, Propice à une partie de billard. —« Parlez, dit l’abbé, Et lui, humblement, dit : —« Dieu soit loué, Car il m’a accordé, à moi, vil vermisseau, Ce qu’il n’a pas voulu concéder à vos révérences. A une époque, je souffrais de tentations, Mais, par chance, J’ai trouvé un remède facile et plaisant Qui procure le repos du corps et de l’âme. —Et quel est-il ? demandèrent étonnés et à l’unisson les bénédictins rassemblés. —Mes pères, dit le concierge, il y a une lavandière, qui vient me porter du linge de rechange, Elle lave avec soin mes taches extérieures et mes matières intérieures en me secouant de telle façon que de toute une semaine Je ne relève plus la tête. Après que l’abbé et le consistoire eurent entendu Qu’existait un moyen aussi simple D’échapper aux tentations, Les illustres hommes décrétèrent Qu’un nouveau vœux, accepté par la communauté, Fût ajouté aux règles du couvent, Il établirait qu’aucun frère Ne pourrait vivre sans lavandière. L’abbé établit promptement L’instauration de ce vœux Et relevant la tête, il dit aux frères : —Le Seigneur, mes frères, nous a entendus, pour avoir ainsi remédier à notre malheur, chantons donc : Agimus tibi gratias. Accompagné d’un horrible frère lai, Un père retraité s’en fut exorciser Une jeune et belle malheureuse Que le malin tourmentait. M. Marti, 31 L’exorcisme U. de Nice Il commença son exorcisme Et la résistance De l’esprit impur, Agitait la jeune avec violence, L’obligeant à de telles contorsions, Que la malheureuse montrait à l’occasion Les plus secrètes parties de son corps : Tantôt découvrant la rondeur de ses nichons, D’une brillante blancheur, Tantôt levant sa chemise légère, Elle révélait une forêt bien peuplée D’une toison crépue et frisée, Colorée en son centre Par une petite boutonnière de roses garnie. Le frère lai contemplant la beauté, Sentait en son engin une grande nouveauté, Et le frère, qui pour lui autant craignait, Exorcisait les yeux fermés ; Jusqu’à ce que, épuisé D’avoir vainement la donzelle exorcisée Deux heures durant, Pour la patiente repose Et pouvoir à son tour faire une pause, Il sortit se promener dans la campagne, Demandant au frère lai de tenir compagnie A la donzelle jusqu’à ce qu’il soit revenu. Il sortit donc, et le laïc Par la luxure consumé, A peine se trouva-t-il seul avec la belle, Qu’il sortit son terrible machin, Sans crainte ni peur du diable, Qui se trouvait dans le corps qu’il attaquait. Il la culbuta et trois fois introduisit Le flux ardent de ses reins. Pendant que le frère lai ainsi en profitait, Le maître revint à la maison. Il vit sur la rampe de l’escalier Assis sur l’extrémité, Le diable ainsi perché, Penaud et effrayé. Il lui dit en riant : —« Tient-donc, il me semble que tu t’es enfui du corps où tu n’étais plus en sécurité, pour ne pas subir deux fois mon exorcisme ! Je m’en réjouis infiniment, Mais qu’attends-tu ici, dis-le maudit ! —Je veux, dit le diable suffocant, que tu saches que tu ne m’as pas expulsé de cette pauvre femme par tes exorcisme. M. Marti, 32 U. de Nice C’est ton frère lai Avec sa longue couleuvrine Qui, à travers le vagin, Mon trou du cul a essayé de pénétrer. Je me suis dit, prends garde, C’est le propre d’un frère lai De ne pas respecter des femmes la virginité, Mais au diable il doit la lui laisser ! 33 La margelle Le puits des pères trinitaires, Posséda différentes margelles : En bonne maçonnerie En bonne pierre de taille Et enfin en bon granit. Ils crurent qu’elle serait éternelle ; Mais au couvent il y avait Un tel travail pour puiser l’eau, Qu’au bout d’un an, La margelle avait une bonne et grande brèche. —« Par la Vierge », dit le supérieur En l’apprenant, —« Je ne sais plus quelle matière employer Pour qu’elle ne s’effrite ni ne s’effondre. Appelez le maçon sur le champ, Pour prendre son avis Sur la matière de la margelle du puits ». Le maçon fut appelé Et informé immédiatement, Il dit : « Ce qu’il convient de faire ici C’est une margelle comme celle De ma femme, Car cela fait maintenant vingt ans, Que ma corde y passe parfaitement Avec deux seaux qui tapent en même temps, Sans qu’elle s’abîme pour autant. Un confesseur franciscain Avait une réputation de sainteté Et il confessait donc Un nombre infini de pénitents. De plus, ce père révérend Portait accrochée à la ceinture de son noir caleçon un relique singulière qui par son pouvoir d’indulgence évitait de pénibles pénitences, M. Marti, La relique U. de Nice chaque fois qu’il la touchait avec les deux doigts au moment d’absoudre le confessé. Ainsi par cette cérémonie Tous les péchés étaient pardonnés. L’excellence de la nouvelle indulgence Que ce saint homme Appliquait à tous Se répandit et le nombre de pénitents De toute sorte ne fit que croître. Une fille brune Arriva à ses pieds couverte de péchés, Elle avait la taille et les yeux tentateurs Et des nichons à faire succomber le Christ rédempteur, Car conformément à la mode, Ils étaient presque à l’air. Elle commença à se confesser Et, alors qu’elle arriva au sixième commandement, Elle s’accusa de caresses impudiques, Avec tant de contrition Que le mouvement de sa blanche poitrine Gagna la sympathie de l’instrument du frère Bien naturellement, de telle façon Qu’il en fut préoccupé En le sentant enfler. L’église était sombre, Il y avait peu de gens et, Craignant trop de se laisser aller, Le saint homme, bouillonnant, Eut recours à un remède courant. Il empoigna avec prudence Son membre rebelle par le milieu. Cela fut exécuté si à propos Le temps d’un memento homo En lui passant la main sur le dos. Pendant ce temps, la jeune fille Acheva sa confession et dit au saint homme : —Mon père, donnez-moi l’absolution et appliquez-moi ensuite l’indulgence que contient votre relique, car la vertu qu’elle renferme peut décharger d’une plus dure pénitence. Entendant ces propos, en un ronflement, le moine revint de ses méditations à moitié étourdi. Pour l’absoudre il sortit de ses chausses Sa main humide Et il toucha la relique consacrée ; Au lieu de bénir la jeune fille, Il l’aspergea copieusement. M. Marti, 34 U. de Nice —Mon dieu, s’exclama-t-elle, que m’avez vous donc jeté au visage ? J’ai senti que cela collait C’est de la gomme on dirait. Ce à quoi le moine répondit : C’est sans doute, ah! ma sœur, que vous avez commis un grand péché et pour le pardonnez, la relique est obligée de bien transpirer. M. Marti, 35 U. de Nice