Escena de L’elisir d’amore en Buenos Aires Foto: Arnaldo Colombaroli Ópera en Sudamérica L’elisir d’amore en Buenos Aires Mayo 8. El Teatro Colón de Buenos Aires presentó L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti con buen nivel general y una suntuosa y atractiva puesta en escena. La realización visual a cargo de un equipo comandado por Sergio Renán en la dirección escénica ubicó la acción en los años 50. La marcación actoral fue prolija y precisa, sin mayores hallazgos, pero respetuosa y eficaz teatralmente. La extraordinaria escenografía de Emilio Basaldúa, que define tres grandes espacios —una plaza en el pueblo, el interior de la fábrica de Adina y un romántico bosque iluminado por la luna— tiene como fondo las proyecciones realizadas por Alvaro Luna. Completaron la excelencia de la puesta el exquisito vestuario de Gino Bogani y la precisa iluminación de Sebastián Marrero. Francesco Ciampa concertó una buena versión musical con tiempos ágiles. Con una obertura irregular pero con un crecimiento de la prestación a medida que avanzó la representación. El coro fue perfecto en su desempeño musical y notable en la naturalidad de sus movimientos en escena. Adriana Kucerova posee la juventud y la belleza necesaria para encarar a Adina, su timbre es agradable y su voz se adapta adecuadamente a las agilidades y requerimientos de la parte. Ivan Magri (Nemorino) comenzó vacilante e irregular, pero fue mejorando en el curso de la representación. Cantó con muy buen estilo el aria principal y redondeó una actuación aceptable. Giorgio Caoduro fue solo un correcto Belcore mientras que Simón Orfila (Dulcamara) mostró seguridad musical y perfecta composición del personaje pero se añoró un cantante con mayor peso vocal. Jaquelina Livieri fue una excelente Giannetta demostrando, nuevamente, que está madura para papeles de mayor envergadura. por Gustavo Gabriel Otero julio-agosto 2015 Lucia di Lammermoor en Lima La ópera en Perú pasa por un resurgimiento, pues se entendió que este tipo de arte no puede producirse de manera barata, descuidada y anticuada como fue durante algún tiempo, y por lo que aún quedan prejuicios por desterrar. Una de estas grandes iniciativas fue la propuesta que el Festival Internacional de Ópera Alejandro Granda, en su octava edición, hizo con uno de los títulos más famosos del repertorio: Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti. Para esta producción se convocó a la soprano inglesa Jessica Pratt, quien siendo tan joven posee una voz con gran técnica, bello sonido y agudos impresionantes. Su interpretación se adecua al más fiel estilo belcantista, gracias a conocimientos adquiridos de sus maestras Renata Scotto y Lella Cuberli. Pratt fue la estrella y demostró por qué es una de las mejores intérpretes de este rol, que ha llevado a la Scala de Milán, la Ópera de Roma y otros teatros emblemáticos. Junto a Pratt disfrutamos del dramatismo del tenor polaco Arnold Rutkowski como Edgardo, quien dio una interpretación pareja de un rol exigente, sobre todo en su dueto con Enrico y su gran escena final. El barítono coreano Julian Kim demostró oficio con una poderosa voz, presencia escénica y enormes agudos como Enrico. El bajo croata Marko Mimica fue un Raimondo de peso, con un bello y noble timbre en su inspirada escena del tercer acto. Los peruanos Juan Pablo Marcos, Edda Paredes y Dangelo Díaz estuvieron a la altura con presencia escénica y voces de nivel. El Coro Nacional, dirigido por Javier Súnico, fue un gran elenco que brilló con su participación. La dirección del brasileño Allex Aguilera se ciñó al guion sin proponer profundidad en sus personajes. Su escenografía minimalista funcionó, dando un ambiente tétrico y sombrío, y consiguió efectos visuales interesantes como la entrada de Lucia en su famosa escena de la locura. Los vestuarios del uruguayo Adán Martínez fueron ceñidos a la época, por lo que se impusieron en contraste a la moderna puesta. El director venezolano Carlos Izcaray impuso un efecto sonoro dramático a pesar de la irregularidad de la Orquesta del Festival. por Gonzalo Tello/Ópera Perú pro ópera excelentes pasos en este sentido, en distintos escenarios locales: por mencionar los principales, el estreno en 1999 de La púrpura de la rosa —primera ópera compuesta e interpretada en Latinoamérica— y de la Dafne de Caldara, los estrenos locales de obras de Monteverdi como L’incoronazione di Poppea (2004) y L’Orfeo (2009), Il trionfo dell’onore de Scarlatti, en 2009 o Alcina de Händel en 2010. Escena de Lucía di Lammermoor en Lima Platée en Rancagua Rancagua, una ciudad chilena ubicada una hora al sur de la capital del país, Santiago, no figuraba hasta ahora como una plaza lírica en Sudamérica, pero a partir de ahora puede comenzar a ser tomada en cuenta. Y muy merecidamente, ya que las tres funciones que marcaron el estreno latinoamericano de la ópera Platée, de Rameau, entre el 21 y 23 de mayo, fueron un verdadero triunfo musical y escénico. Fue el primer fruto surgido del convenio de cooperación cultural firmado en diciembre de 2014 entre Rancagua y Buenos Aires, luego de este debut chileno Platée tendrá nuevas presentaciones en la capital argentina, a fines de junio en la Usina del Arte. Hasta hace menos de una década, en un panorama operístico en Chile donde la preponderancia del Teatro Municipal de Santiago ha sido indiscutible durante más de 150 años de trayectoria, los esfuerzos regionales habían sido esporádicos y modestos, pero en los últimos años distintos escenarios más allá de la capital del país han estado dando pasos cada vez más seguros en el género lírico, entre ellos el Teatro Universidad de Concepción, el Teatro Regional del Maule (Talca), Teatro Municipal de Temuco y el Teatro del Lago (Frutillar). A ellos se ha sumado desde este 2014 el Teatro Regional de Rancagua: si bien este recinto con una capacidad para 660 espectadores fue inaugurado hace casi dos años, había estado destinado a otros géneros musicales y teatrales, pero tras la buena trayectoria que está desarrollando su Orquesta Barroca Nuevo Mundo, su debut como escenario lírico en marzo pasado con una producción original de Il barbiere di Siviglia de Rossini y esta memorable primera presentación latinoamericana de Platée, ha sentado un inmejorable precedente para empezar a considerarlo como otra plaza operística en la región. Y ya anuncian un Orfeo de Monteverdi para abril del 2016. El repertorio antiguo en la escena lírica argentina está dando cada vez mejores satisfacciones, en especial desde la fundación hace 15 años de la Compañía de las Luces —agrupación que tuvo un rol preponderante en este trabajo conjunto entre los dos países trasandinos—, que en los últimos años ya ha destacado en Buenos Aires con otras obras de Rameau como Castor et Pollux e Hippolyte et Aricie y David et Jonathas de Charpentier, entre otras. En Chile, aunque sea de manera tímida y gracias al entusiasmo y tesón de diversas figuras e instituciones, se han dado también pro ópera Estrenada en Versalles en 1745, Platée es indudablemente una de las obras más interesantes y atractivas del repertorio barroco, lo que hacía aún más importante estrenarla al fin en Latinoamérica. En lo argumental, con su historia de la ninfa fea y presumida que es engañada por los dioses para hacerla creer que el mismísimo Júpiter está enamorado y dispuesto a casarse con ella, es una comedia que a pesar de incluir los habituales personajes divinos y mitológicos de su época se atreve a dar un giro y ser irreverente y burlona; nunca deja de sorprender y —mezclando danza, coros, sátira y despliegue teatral— es simpática y jocosa, pero también cruel. La música de Rameau se permite un desfile de sutilezas, subrayados sonoros, cambios rítmicos y armónicos que pueden sorprender al espectador contemporáneo si se la escucha con atención. Y aunque el aspecto musical funcionó a un nivel envidiable en esta primera presentación en Latinoamérica, fue sin duda lo teatral lo que más deslumbró y mantuvo atrapado al público. Gran mérito del director de escena argentino Pablo Maritano, cada vez más fogueado en este repertorio; si bien algunos pueden distinguir elementos que ya se han visto en otras producciones, su propuesta supo ser creativa, dinámica e ingeniosa y no tiene mucho que envidiar a la más conocida y difundida de esta obra, la de Laurent Pelly para la Ópera de París en 1999. Contando con la funcional y efectiva escenografía del chileno Patricio Pérez —quien además estuvo a cargo de la iluminación— y el buen trabajo de vestuario de la argentina María Emilia Tambuttii mezclando lo cotidiano con lo lúdico y kitsch, Maritano creó un espectáculo genial, ágil, hilarante e inolvidable, ambientado en nuestros días y lleno de detalles y guiños a la sociedad contemporánea, atento tanto a resaltar los elementos cómicos más directos como lo que puede considerarse subversivo en una trama tan atípica como esta. Además de los solistas, contó como excelentes cómplices en los diestros y gráciles bailarines del Ballet de la Compañía de las Luces en las magníficas y exigentes coreografías del argentino Carlos Trunsky, y muy especialmente en la veintena de cantantes que integran el coro de la Compañía de las Luces, quienes brillaron como cantantes y como juguetones y afiatados actores. Bajo la experimentada batuta de Marcelo Birman, director general de enseñanza artística del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y entusiasta impulsor de la Compañía de las Luces desde 2000, para esta ocasión se reunió una agrupación musical conformada por los integrantes de la Orquesta Barroca Nuevo Mundo y la Orquesta Compañía de las Luces. Birman, quien ha estado detrás de anteriores hitos barrocos en Latinoamérica como el estreno sudamericano de otra obra de Rameau, Hippolyte et Aricie, en Buenos Aires en 2011, desarrolló una lectura atenta, detallista y llena de matices, con un buen equilibrio entre el foso y la escena, y a pesar de ocasionales desajustes al principio del estreno, el formidable sonido que logró obtener de sus juveniles instrumentistas fue todo lo diáfano y evocador que uno puede esperar de una orquesta barroca. julio-agosto 2015 el prólogo y particularmente efectiva como una Juno celosa y al borde de la histeria. La tercera cantante femenina del reparto de solistas fue la soprano argentina Soledad Molina, muy convincente en su participación en el prólogo como Amor. Los aplausos de pie y los bravos al final del estreno confirmaron que este debut latinoamericano de Platée no sólo fue un espectáculo imperdible, sino además debería ser un recuerdo histórico en los anales de la ópera en Latinoamérica. por Joel Poblete Rusalka en Santiago Escena de Platée en Rancagua Foto: Alejandro Held El espléndido elenco convocado, integrado también por artistas de ambos países (casi todos con anteriores participaciones en aplaudidas versiones de títulos del repertorio barroco, en particular los intérpretes argentinos habían realizado anteriores producciones con la Compañía de las Luces), brilló por igual en lo vocal y lo escénico; y al igual que el coro y los bailarines, todos los cantantes se mostraron tremendamente histriónicos, partiendo por la desopilante Platée que encarnó el tenor chileno Alexis Ezequiel Sánchez: caracterizado y maquillado con un look que recordó a la estrafalaria Divine en películas de John Waters como Pink Flamingos y Female Trouble, en su rol travestido el cantante no sólo abordó con propiedad y seguridad la partitura, sino además se lució actoralmente, haciendo reír con la ingenuidad y la ridiculez de su protagonista, pero también conmoviendo con la humillación y su furia final. El Júpiter del barítono argentino Norberto Marcos fue otro de los elementos más logrados: su voz atractiva, sonora y bien timbrada y su canto rotundo fueron a la par con su jocosa caracterización del dios, mientras su compatriota, el tenor Pablo Pollitzer, estuvo notable por partida doble, como el alcoholizado Thespis y como un Mercure que bien podría haber sido un productor o un funcionario burocrático, luciendo un material muy adecuado a este repertorio, seguro en todo el registro y en las agilidades, y muy diestro como comediante. El barítono chileno Patricio Sabaté agregó un nuevo acierto a su ya contundente y elogiada carrera en la escena lírica de su país y también brilló al encarnar y cantar muy bien dos roles, Cithéron y el sátiro. Otro barítono, el argentino Sergio Carlevaris, fue un Momus bufonesco y de adecuado canto. En un reparto de solistas mayormente masculino, destacaron dos cantantes chilenas que además son originarias de Rancagua, lo que le dio un carácter aún más especial y simbólico a nivel local a este estreno latinoamericano: si ya al final del primer acto, luego de un alocado baile junto a Platée, la soprano Patricia Cifuentes cautivó como Clarine, en los dos siguientes estuvo verdaderamente formidable como La Locura, amenazando con robarse la función con la seguridad y desenfreno que abordó el canto incluyendo las coloraturas y recursos histriónicos, pero también con la muy divertida y blanquecina encarnación física y actoral de tan particular e impredecible personaje. La otra rancagüina del elenco fue la mezzosoprano Evelyn Ramírez, quien cantó tan bien como siempre, luciendo su timbre oscuro y cálido y se mostró desenvuelta y vivaz como Thalie en julio-agosto 2015 En un nuevo paso para ampliar su repertorio lírico, el Teatro Municipal de Santiago inauguró su temporada de ópera con el estreno en Chile, y Sudamericano, de Rusalka de Dvořák. Los resultados fueron en general muy positivos y bien recibidos por el público, en especial por los aciertos musicales, detalle no menor considerando que la incuestionable belleza de la partitura de esta ópera checa supera con creces las limitaciones teatrales y dramáticas de su argumento. Para la puesta en escena se convocó al experimentado director Marcelo Lombardero, quien ha demostrado a lo largo de la última década sus aciertos en anteriores montajes en Chile como The Turn of the Screw, El castillo de Barbazul, Lady Macbeth de Mtsensk, Ariadna auf Naxos y Billy Budd. La producción de Lombardero contó con el mismo talentoso equipo que ha trabajado con él en otras ocasiones: Diego Siliano en escenografía y proyecciones, Luciana Gutman en vestuario y José Luis Fiorruccio en iluminación, incorporando también al coreógrafo Ignacio González. En lo estrictamente visual, el resultado es muy atractivo y logra resaltar los elementos mágicos y evocadores de la obra, que mezclan lo humano y lo sobrenatural. Particularmente hermosas fueron las proyecciones de Siliano, que apoyadas por la siempre acertada y atmosférica iluminación de Fiorruccio, trasladaron a los personajes y al espectador a fondos acuáticos, frondosos bosques y lujosos palacios. Cada vez más difundida y conocida fuera de Europa en las últimas décadas, esta ópera cuenta con una música de impresionante hermosura y encanto, en la que Dvořák no sólo escribe muy bien para las voces, sino además estructura un relato orquestal que bebe tanto de elementos folclóricos como de la tradición más lírica y efusivamente romántica de las últimas décadas del siglo XIX, con sus evocaciones nocturnas de la naturaleza. Su problema es que sus personajes no exhiben una base dramática firme y por momentos parecen arquetipos, y las situaciones no cuentan con un peso o desarrollo sostenido que permita un despliegue teatral convincente y atractivo más allá de los límites del cuento que narra, lo que incide en que el conjunto se sienta en más de una ocasión más alargado y reiterativo de lo necesario. En resumen, lo teatral definitivamente no es una de las fortalezas de Rusalka, y es siempre un desafío para el director de escena lograr que más allá de la belleza de la partitura, el espectador se emocione e interese por lo que pasa en el escenario. Con el indispensable apoyo de las imágenes de Siliano, Lombardero —quien en julio volverá a tener a su cargo en el Municipal otro estreno en Chile, The Rake’s Progress de Stravinsky— intenta dotar de peso y fluidez a la historia y sus personajes a través de muchos cambios de escena y en particular de una personal apuesta pro ópera Dina Kuznetsova como Rusalka en Santiago Foto: Patricio Melo Y encarnando al príncipe, el tenor eslovaco Peter Berger debutó en Chile luciendo una voz oscura pero que pudo afrontar sin problemas las no pocas demandas del rol, que ofrece algunos de los momentos más bellos de la partitura; por su escaso relieve psicológico y las cambiantes actitudes que el libreto le exige sin mayor profundización, este papel es algo ingrato en lo actoral, por lo que si no convenció mucho dramáticamente no es culpa del cantante o de la producción, aunque los curiosos despliegues escénicos en el primer acto —ya mencionados en este comentario— hicieron que el personaje pareciera incluso más confuso de lo que es habitualmente. Es bella y atractiva la idea de que Rusalka y las ninfas sean criaturas en forma de estatua que cobran vida durante la noche, pero no se entiende muy bien la manera en que presenta a la hechicera Jezibaba y su séquito, y en especial la extraña actitud vulgar y sexista del príncipe durante su aparición en el primer acto, que quizás por un lado pretende mostrar las características negativas de su personalidad que se harán presentes en el segundo acto, pero no calzan muy bien con la hermosa y romántica música que debe interpretar. Por aspectos como éstos, aunque la producción en general funciona, no nos convence ni entusiasma por completo. En sus anteriores actuaciones en Chile, la mezzosoprano rusa Elena Manistina ha destacado en tres de los más demandantes papeles verdianos para su cuerda —Ulrica, Amneris y Azucena—, y ahora encarnando a la bruja Jezibaba se mostró muy cómoda en su registro, brillando tanto en los tonos agudos como en los más graves, y en lo escénico, de acuerdo al montaje de Lombardero, más que una hechicera parecía una ama de llaves misteriosa y algo divertida y siniestra a la vez, lo que de todos modos funcionó bien en para el personaje, aunque por momentos fue algo confuso. Lo mismo en parte ocurrió con Vodník, el espíritu de las aguas al que dio vida el bajo Mischa Schelomianski, con estupenda y sonora voz y un canto cálido y sentido: fue sin duda tremendamente atractivo y efectivo el recurso de que pudiera cantar tanto dentro y fuera de escena incluyendo una enorme proyección de su imagen cantando simultáneamente, pero cuando tenía que aparecer en escena e interactuar con la protagonista o con otros personajes, no pareció muy convincente o definido como presencia dramática. El vestuario de Gutman acentúa los rasgos y características de los personajes, y juega mezclando diversas épocas, lo que no es problema considerando que se trata de un cuento que permite cierta atemporalidad. Por su parte, los movimientos coreográficos ideados por González son un interesante aporte, variando entre lo divertido y lo sorprendente, como los particulares desplazamientos de las criadas que trabajaban bajo las órdenes de la hechicera Jezibaba, o la tradicional danza en el palacio, que se transformaba por momentos en algo alocado y esperpéntico. A pesar de que sólo aparece, y no por demasiado tiempo, en el acto II, la princesa extranjera es un rol bastante exigente en lo vocal, y la soprano letona Natalia Kreslina —quien ya cantara en 2009 en el Municipal en otro estreno en Chile, protagonizando el segundo elenco de Lady Macbeth de Mtsensk— estuvo a la altura de las circunstancias, no sólo con sus sólidas notas agudas sino además exhibiendo una actuación tan desenfadada como su canto, en un personaje que la puesta en escena mostró acertadamente como una suerte de femme fatale. En todo caso, el aspecto musical estuvo muy bien cubierto, partiendo con la dirección del titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el ruso Konstantin Chudovsky, atenta a subrayar toda la belleza y sensibilidad de la partitura, aunque por momentos descuida un poco el balance entre foso y escenario y cubre mucho a algunos de los cantantes. En roles secundarios, tuvieron un excelente desempeño cantantes chilenos, en especial el barítono Javier Weibel como el guardabosques —que en esta puesta en escena parecía más caracterizado como el chef del palacio del príncipe— y la soprano Cecilia Pastawski como su sobrino, el aprendiz de cocina: en sus escenas en los actos segundo y tercero los dos se afiataron fluidamente en lo vocal y escénico, y no sólo cantaron muy bien, sino además lucieron una simpatía y comicidad que fueron muy bien recibidos por el público. que incluye toques de humor: por un lado mantiene la esencia de la trama con su historia de amor imposible, pero incorpora elementos que sorprenden, pero también pueden confundir. El elenco convocado cumplió en buena medida con las expectativas de un estreno como este. El año pasado la soprano rusa Dina Kuznetsova también inauguró la temporada de ópera del Municipal debutando en Chile como protagonista de otro estreno checo en ese país, Katia Kabanova. En el rol titular de Rusalka dio la impresión de estar mucho más cómoda que hace un año en la obra de Janáček: le tocó nuevamente sufrir y mostrarse melancólica, pero en esta ocasión en un personaje que no es humano, y otra vez confirmó que es una actriz convincente, que supo mostrarse frágil y etérea, expresando muy bien sus sentimientos a través del canto, con un material hermoso y de color típicamente eslavo. pro ópera Coquetas y juguetonas, las tres ninfas del bosque fueron muy bien interpretadas por las sopranos Andrea Aguilar y Pamela Flores y la mezzosoprano Gloria Rojas, mientras fuera de escena, en su breve intervención el barítono Ramiro Maturana cantó como el cazador con un timbre cálido y hermoso. Por su parte, aunque su participación en esta obra es bastante fugaz y episódica, el Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornik, tuvo una labor tan buena como de costumbre. por Joel Poblete julio-agosto 2015 registro casi todas las notas para cantar el personaje de Werther pero de ninguna manera se aproxima al mismo. Su canto es errático y fuera del estilo francés. Su interpretación vocal se asemeja más al verismo italiano y su composición actoral es de un joven con marcado histerismo. Anna Caterina Antonacci fue una solvente Charlotte que no logró amalgamarse correctamente con su amado Werther. Adecuada en los dos primeros actos, fue exquisita en sus momentos solistas del tercero, en especial en ‘Va! Laisse couler mes larmes’ y muy solvente en el final. María Bayo en La voix humaine Foto: Castagnello La voix humaine en Montevideo La temporada 2015 de ópera del Teatro Solís de Montevideo dio inicio con una original representación del extenuante monólogo escrito por Jean Cocteau y musicalizado por Francis Poulenc, La voix humaine. La producción juntó a dos agrupaciones residentes del teatro —la Filarmónica de Montevideo y la Comedia Nacional—, y en la misma noche se pudieron ver tanto la versión teatral como la versión operística de la obra, actuando primero la actriz Cristina Machado y después la soprano española María Bayo, quien repite el papel de Ella, al que ya había dado vida a principios de este año en el Liceu de Barcelona, y el año pasado en los Teatros del Canal de Madrid. La soprano navarra aportó tensión dramática al papel de la mujer que vive la soledad y el desamor, así como un variado manejo de tonalidades y colores en la voz. Su desempeño dramático fue convincente ya que se trata de una artista que derrocha experiencia y sapiencia sobre la escena, con la que transmitió los estados de ánimo por los que atraviesa el personaje: la soledad, la angustia y la desesperación. Un punto de vista diferente, el espejo de una misma realidad por la que atraviesa la misma mujer, quizás su “alter ego teatral” fue lo que se vio en la primera parte de la función con la sensibilidad y la naturalidad de la actriz de la comedia nacional. La dirección escénica en esta velada corrió a cargo de Margarito Musto. El sobrio pero bien iluminado marco con un escenario casi vacío, pero pleno de interpretación y talento actoral tuvo apenas una silla en el centro del escenario. Un ensamble reducido de la Orquesta Filarmónica aportó la musicalidad, así como las notas y compases discordantes que hacen que la tensión y el dramatismo vayan en aumento, pero que crean un fondo sobre el cual se desarrolla el monologo, bajo la segura dirección de Martin Lebel, titular de la orquesta. por Carlos Rosas Torres Pero sin lugar a dudas la figura de la noche fue la soprano Jaquelina Livieri en el breve rol de Sophie que encarnó con registro homogéneo, línea de canto pura, emisión limpia y radiante. Hernán Iturralde fue un correcto Albert mientras que el ruso Alexander Vassiliev no desentonó encarnando el rol de Le Bailli. Perfectos Santiago Bürgi (Schmidt) y Fernando Grassi (Johann), bien complementados por los comprimarios; mientras que el Coro de Niños y los seis pequeños solistas, preparados por César Bustamente, tuvieron buen rendimiento. La escenografía firmada por Hugo de Ana consistió en un mismo marco escénico para los primeros tres actos, con una gran estructura metálica con sus caños a la vista y enormes paneles vidriados que asemejan un jardín de invierno. En el último acto desaparece la estructura vidriada y se aprecia la cama de Werther y todas las esculturas utilizadas en cada uno de los actos anteriores como fondo en lo que simula ser un cementerio. Un marco atractivo pero grandilocuente. El correcto vestuario se ancló, lo mismo que la puesta, en la época de Massenet. La marcación actoral, también de Hugo de Ana, resultó rutinaria y fría con el punto más débil en el protagonista permanentemente al borde de la exageración. Rutinaria la iluminación que fue completada con proyecciones de fragmentos de la obra original con la caligrafía del autor. La Orquesta Estable bajo la conducción de Ira Levin efectuó un buen trabajo. Faltó algo de vuelo y por momentos no se cuidó el adecuado balance entre el foso y la escena, resultando una versión musical sin demasiado brillo pero correcta. o por Gustavo Gabriel Otero Werther en Buenos Aires Abril 14. Accidentado inicio de la Temporada 2015 en el Teatro Colón de Buenos Aires, a la interrupción del proyecto de ofrecer Les troyens de Berlioz y suplantarlo por Werther se le sumó la cancelación de la participación en el protagónico de Ramón Vargas —sin mayores justificativos conocidos— quien sin embargo mantendría su compromiso de protagonizar Don Carlo el próximo mes de septiembre. El joven tenor belga Mickael Spadaccini quizás tenga en su julio-agosto 2015 Mickael Spadaccini (Werther) y Anna Caterina Antonacci (Charlotte) Foto: Máximo Parpagnoli pro ópera