Al concluir la evaluación de este trabajo, nos anoticiamos de la

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Al concluir la evaluación de este trabajo, nos anoticiamos de la muerte de Jorge Huergo. Formado en filosofía, pedagogía y comunicación, Jorge desarrolló una larga
y comprometida trayectoria con la formación de las jóvenes generaciones de comunicadores, animadores culturales y docentes, en diversos ámbitos de América
Latina. Organizó y dirigió experiencias que vinculan comunicación y educación como las escuelas medias de la Cárcel de Olmos, la transformación curricular de la
carrera de Periodismo de Managua, Montevideo y Argentina. Autor de trabajos conjuntos con comunicólogos como Jesús Martín Barbero, siempre promoviendo
propuestas formativas ancladas en el paradigma crítico de la comunicación.
En 20013 visitó Catamarca una vez más, en ocasión de ofrecer un seminario sobre educación y comunicación, invitado por el Laboratorio Tramas de la Facultad de
Humanidades. Antes había sido docente de la Licenciatura en Comunicación Social dictada en la misma unidad académica, donde alentó a los estudiantes a pensar
la comunicación popular, siempre bajo la marca decisiva en su formación, la obra de Paulo Freire.
El artículo que aquí publicamos reúne elementos fundados en una profunda preocupación por la relación entre religión y política, de la cual Jorge, ha sido testigo y
partícipe, especialmente durante la década del setenta. Su sorpresiva muerte nos impidió acordar con él un recorte en la extensión del texto, que no obstante aporta
una frondosa lectura al tema de la convocatoria del Estante Prisma.
Vaya esta publicación como un homenaje a su historia de vida, su ética profesional y su contribución a una experiencia transformadora de la comunicación en América
Latina.
Elsa Ponce, coordinadora Revista Arena
La Iglesia y los Medios en la configuración de «los 70»
Por Jorge Huergo
Resumen
El propósito de este trabajo es la elaboración de una posible guía para comprender la relación entre tres cuestiones: una institución como la Iglesia
Católica que, instituida como universal hace dos milenios, concreta su doctrina y su práctica pastoral de manera particular, en este caso, en la sociedad
Argentina; los medios de comunicación como instituciones que interjuegan en la trama cultural productora de hegemonías, reproduciéndose,
acompañando o expresando posiciones hegemónicas o contrahegemónicas; la configuración de una formación político-cultural que ha sido una clave y
un nudo de significaciones en nuestra historia nacional, en cuanto cristalizadora de procesos del pasado y como matriz de procesos posteriores, que
denominamos «los 70».
Palabras clave: Iglesia - Medios de comunicación - Hegemonía - Década del 70.
The Catholic Church and the Media in the configuration of the 70’s
Abstract
The purpose of this work is the elaboration of a possible guide to comprehend the relationship between three issues:
An Institution like the Catholic Church that, established as universal two thousand years ago, makes its doctrine and its pastoral practice in a particular
way –in this case- in Argentine society.
The Mass Media as institution that gamble inside the cultural scheme producer of hegemony, reproducing itself, accompanying or expressin hegemonic
or counterhegemonic positions.
The configuration about a political-cultural formation that has been a key and a knot of significances in our national history, as crystallizer of processes
from the past and as matrix of later processes, wich we denominate “the 70’s”
Key words: Church – Mass Media – Hegemony – Decade of 70’s
Consideraciones de partida
Para realizar la «guía» que nos proponemos tenemos en cuenta no tanto los medios (comerciales) cuyo consumo se supone ciertamente masivo
y, por supuesto, no confesional (en cuanto no adscripto a una confesión religiosa en particular), sino los medios expresamente católicos o que poseen un
«lector modelo» que adhiere a la confesión católica o a las doctrinas (de alcance sociopolítico) que se articulan con esa confesión. También los órganos
de difusión de ideas pertenecientes a la Iglesia católica o a algún sector de la misma, más los documentos oficiales de la Iglesia universal o en Argentina
que contribuyen a conformar un estilo de opinión que podemos denominar «católico» o «eclesial». Finalmente, los análisis de otros estudiosos, no ya de
los medios u órganos eclesiales, sino de los procesos sociopolíticos en la historia o de la Iglesia en relación con esos procesos.
1/
La Iglesia y la configuración de «los 70»: De la Semana Social de La Plata al asesinato del Padre Mugica (o del «cinismo politiquero» a la
«politicidad católica»)
Comprender la articulación de la Iglesia con la configuración de «los 70» supone, en principio, situar la multiplicidad de procesos que confluyen
o contribuyen para que se produzca esa articulación. Vamos a considerar dos tipos de procesos:
1/a. La repercusión de las pugnas políticas en la Iglesia
•
El primer grupo de procesos hace referencia al mutuo impacto entre la esfera de las pugnas sociopolíticas en el proceso histórico argentino de la
época considerada y la esfera de esas mismas pugnas pero al interior de la Iglesia en la misma época.
a) Un proceso que nace de una tradición que opera como estrato residual y que se articula con dos situaciones histórico-sociales:
a.1) una situación de carácter político: el conflicto entre la Iglesia (ministerial: sacerdotes, obispos, organismos católicos) y el gobierno del Gral. Juan
Domingo Perón, y que representa una situación que podemos llamar arquetípica;
a.2) una situación de carácter cultural: ese conflicto mencionado en la primera situación tiene una distancia con esta segunda situación, en cuanto el
pueblo peronista pertenece (en su inmensa mayoría) a la Iglesia (no ya ministerial, sino entendida como «Pueblo de Dios») o a la confesión católica.
b) El proceso que articula la proscripción del peronismo como partido político (e incluso como imaginario o movimiento histórico) y el prolongado exilio
del líder del mismo, el Gral. Juan Domingo Perón, con el devenir del movimiento obrero y con la resistencia peronista que da textura a la esperanza de
que Perón vuelve!, por un lado, y con la sucesión de gobiernos pseudodemocráticos, cívico-militares o francamente dictatoriales, por otro.
c) La creciente brecha entre el desarrollo ideológico de sectores conservadores de la Iglesia y su compromiso, complicidad o acompañamiento con otros
factores de poder que cristalizarán en la denominada «Revolución Argentina», esto es: el onganiato, y la relativa radicalización de sectores innovadores
cuyo desencadenante clave es también el proceso vivido en torno al onganiato.
1/b. Las pugnas políticas al interior de la Iglesia
•
El segundo grupo de procesos se refiere a la articulación entre esferas eclesiales externas a la Argentina y el devenir interno de la Iglesia Católica
argentina respecto a la cuestión sociopolítica.
d) Un proceso interno de la Iglesia universal que proviene de acontecimientos externos a la Argentina y que impulsará un intenso debate al interior de la
Iglesia argentina. Los hitos de ese proceso serán, entre otros: el desarrollo y las conclusiones del Concilio Vaticano II, la Encíclica Populorum Progressio
del Papa Paulo VI, la Carta de los Obispos del Tercer Mundo y la II Conferencia Episcopal Latinoamericana desarrollada en la ciudad de Medellín, con
la visita del Papa.
e) Las experiencias y las prácticas pastorales de amplios sectores de la Iglesia latinoamericana en lo que va definiéndose como una posición de
compromiso con la organización y las luchas populares por la liberación, más la interpretación de esas experiencias y prácticas en la configuración de la
denominada «teología de la liberación».
1/c. Comienzo y culminación del período considerado
En términos histórico-cronológicos, la articulación entre la Iglesia y la configuración de «los 70» comprende el período que comienza con la
Semana Social de La Plata (1959) y que culmina con el asesinato del sacerdote Carlos Mugica.
A pesar del conflicto con el gobierno de Perón, la popularidad de la Iglesia no se vio herida de muerte ni los valores cristianos en la cultura
popular se vieron resentidos. Tanto los números de la revista de la Juventud Obrera Católica (JOC), Notas de Pastoral Jocista, de 1956 y 1957, como el
documento pastoral extraordinario de la jerarquía católica del 1º de mayo de 1956 (que pasó desapercibido por su escasa circulación y por el silencio de
los medios de comunicación), hicieron reiteradas referencias a la defensa de los trabajadores perseguidos, además de una valorización de la economía
peronista y su obra sindical.
Pese al repliegue de muchos cuadros católicos como consecuencia del conflicto con Perón, hubieron sacerdotes que se comprometieron con los
trabajadores peronistas, como lo testimonia el Diario El Pueblo. El Arzobispo de La Plata, Monseñor Antonio J. Plaza, comprometió a toda su diócesis
en la Semana Social de 1959. "Fue el primer acto eclesial, de efectiva repercusión nacional, que lograba un puente entre los sectores mayoritarios de los
trabajadores y la Iglesia”. El objetivo explicitado por el obispo fue "remediar el alejamiento de la clase obrera de la Iglesia a raíz de la revolución de
1955", según declaraciones al Diario Córdoba.
(Sin embargo, debemos situar a Plaza en su verdadera dimensión: su intervención en ese momento -y en todo momento- tenía un alcance y un
propósito ambicioso, y puede comprenderse en el contexto de la alianza que él trabajara por esos tiempos con Frondizi y Frigerio. Como afirmara en el
Diario La Voz Emilio F. Mignone, "Plaza, pese a su carácter de obispo de la Iglesia católica, nunca ha tenido nada que ver con el Evangelio. En 45 años
que lo conozco jamás le he escuchado una frase que posea relación con la doctrina de Cristo". Cabe recordar cómo Plaza, un politiquero intrigante y
codicioso, llegó a ocupar su cargo como obispo: lo hizo adulando al, por entonces, gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el coronel Domingo
Mercante; lo que sirve como otro dato paradigmático a la hora de elaborar una semblanza completa de este personaje).
En la Semana Social se reconoció a las «62 Organizaciones» sindicales peronistas como expresión de argentinidad y como movimiento de opinión
nacional y cristiano; se atacó el plan económico del Ministro Álvaro Alsogaray; se pidió la terminación de la persecución a dirigentes gremiales por
razones políticas y por ser peronistas.
Los medios de comunicación (además de los diarios mencionados, El Pueblo y Córdoba) se hicieron eco de este acontecimiento que marca el
inicio de la década del 60 en la relación entre la Iglesia y la política nacional. El Diario Mayoría sostuvo que la Semana Social de La Plata fue el eje de
todo el acontecer nacional de la segunda mitad del 59. El Diario El Intransigente de Salta, en cambio, reflejó el repudio de los radicales, socialistas y
demoprogresistas al sostener que la Semana Social fue una cruzada pro-reivindicación del peronismo en Argentina. Monseñor Plaza, en un reportaje
televisado el 18 de octubre de 1959, opinó (como corolario) en favor del retorno de Perón y se interesó por el cadáver de Evita.
Lo cierto es que la cuestión «Iglesia y política», a partir de este acontecimiento, dejó de significar «Iglesia y partidismo» y comenzó a significar
«Iglesia y pueblo» (hacia el encuentro con los sectores populares y el movimiento obrero), por un lado, e inauguró una nueva modalidad de presencia
pública y activa de la Iglesia en la vida nacional.
El período que consideramos culmina con un hecho de extrema gravedad: el asesinato de Carlos Mugica, sacerdote villero de Retiro, miembro
del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Mugica fue la primera víctima sacerdotal de la sangrienta persecución iniciada aún antes del
denominado «Proceso»; fue acribillado a balazos a la salida de la parroquia de San Francisco Solano el 11 de mayo de 1974, cuyo párroco era su amigo
y compañero el padre Jorge Vernazza. Mugica, de muy conocida actuación y militancia, desarrollaba su actividad pastoral en la capilla Cristo Obrero de
la villa de Retiro.
La muerte de Mugica es una culminación en la articulación entre la Iglesia y la configuración de «los 70», ya que él fue una figura significativa
de la relación «Iglesia y pueblo» y representó el alcance del compromiso de una línea dentro de la Iglesia (la línea denominada «popular») con los más
pobres. Por otro lado, porque su muerte significó un preanuncio del genocidio que vendría (relacionado con la Iglesia) y el primer dato denso del ataque
sistemático contra «los 70» como formación político-cultural (que incluyó una forma de resolver la relación entre la Iglesia, el pueblo y la política).
2/
La tendencia tradicional (preconciliar) en la década del '60 y sus medios de difusión
Las encíclicas del Papa Juan XXIII (1958-1963) Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963) marcaron una rotación en la posición de la
Iglesia universal, cuyo corolario fue el Concilio Vaticano II (1962-65). Luego del Concilio las cosas no podrían ser iguales: la Iglesia universal adoptaba
posiciones ante los problemas del mundo y a los conflictos sociopolíticos y económicos; frente a esas posiciones la Iglesia local no podría quedar
indiferente. Además, iniciaba un camino de renovación en su interior que marcaría un antes y un después del Vaticano II.
En Argentina, los procesos de toma de posición frente a la realidad sociopolítica teniendo en cuenta las enseñanzas del Concilio se aceleraron con
la llamada «Revolución Argentina». En ese contexto es que el obispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, en una entrevista de José Manuel Quijano, del
semanario uruguayo Marcha, denomina al Presidente Onganía con un término no muy conocido en la sociedad: le llama preconciliar. El término,
utilizado en el interior de los ambientes eclesiales, no sólo se popularizó, sino que adquirió una significación política a partir de la aplicación que hizo
Podestá refiriéndose a Onganía y su particular dictadura.
En los 60, las publicaciones eclesiales, católicas confesas o de inspiración católica influyeron y acompañaron el desarrollo de acontecimientos
políticos fuera y dentro de la Iglesia. Muchas de ellas sostuvieron posiciones preconciliares o tradicionalistas en lo doctrinal pero, lo que es más
significativo, acompañaron y alentaron la articulación con posiciones políticas cada vez más decididamente preconciliares: ultraconservadoras, en
algunos casos, y fascistas católicas, en otros.
La construcción imaginaria del «caos» y la «anarquía» (y luego los peligros del «comunismo») y, por lo tanto, la necesidad del «orden», tuvo
como principales promotores a las Fuerzas Armadas, algunos partidos políticos, los sectores patronales-empresariales, la dirigencia sindical y las «logias»
religiosas preconciliares. Las publicaciones católicas contribuyeron a la construcción de ese imaginario en la opinión pública, articulándose con aquéllos
grupos cívico-militares. Veamos algunos casos.
•
Cuadernos del Sur, una publicación mensual chileno-argentina, representó una posición confesional, conservadora e integrista. En su consejo de
redacción figuran Mario Díaz Colodrero y Carlos Mendioroz, miembros del Opus Dei y fundadores del «Ateneo de la República» en 1962, organización
que proveyó tres ministros al General Juan Carlos Onganía: Díaz Colodrero, Costa Méndez y Mazzinghi. Cuadernos del Sur, aunque veladamente, era
una publicación del Opus Dei, una organización católica española llamada en Francia «La Santa Mafia», a la que estaban vinculados no sólo sectores
oligárquicos, sino también sindicalistas como el dirigente de Luz y Fuerza, Juan José Taccone . Del Opus Dei era también la Editorial Pomaire S. R. L.,
inscripta en Argentina en 1965 y cuyo representante en el país fue Nicanor Costa Méndez, tristemente recordado Canciller de Onganía y luego, durante
la Guerra de Malvinas, del Gral. Leopoldo Fortunato Galtieri.
•
Ulises es una revista católica ultramontana que llega, en agosto de 1966, a ver en los ministros y secretarios de Onganía a socialcristianos salidos
del Colegio jesuita del Salvador, del CIAS (Centro de Estudios y Acción Social, también de los jesuitas) y del Instituto Di Tella, además de desarrollistas
frigeristas. Para Ulises esa es la izquierda católica, que se ha enquistado en el régimen de Onganía. Ulises es una publicación cercana al pensamiento
ultranacionalista y antisemita del padre Julio Meinvielle, del escritor Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) y de Jordán Bruno Genta (recordado
«filósofo» de las FF. AA., especialmente de sectores de la Fuerza Aérea).
•
Otra publicación de esa tendencia es De este tiempo que (como Ulises, Presencia, Cruzada y Verbo) tildará de anticlericales a quienes desean
«aggiornarse» colocándose, con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, al ritmo de los tiempos. De este tiempo sostiene una posición preconciliar de
acomodamiento al statu quo.
•
La revista Presencia pertenece al sacerdote (para Gregorio Selser "indescriptible" ) Julio Meinvielle, al que podríamos calificar como fascista
católico, autor de una curiosa y peregrina teoría satánica de la historia según la cual se conjugan siniestramente el capitalismo, el comunismo, la masonería
y el judaísmo. La revista Presencia, por algunas épocas quincenal, descreyendo de la democracia, representa el pensamiento teórico integrista formulado
con firmeza en los números editados entre 1958 y 1961. Meinvielle creía, ya desde los años 30, en un inminente derrumbe de las formas democráticas
de gobierno; como tal, había sido el principal referente teórico del nacionalismo restaurador . Ya que nos va a interesar por su resignificación en los 60,
cabe recordar que orientó dos organizaciones, «Baluarte» y «Restauración», entre 1933 y 1941, a los que perteneció Marcelo Sánchez Sorondo (y también
César Pico, Jordán Bruno Genta, Ezcurra Medrano, Llambías, Gustavo Martínez Zuviría, entre otros). Esos y otros grupos nacionalistas compartieron
algunas características comunes: el tradicionalismo, el elitismo y el culto del líder, la idealización de la Edad Media, la modernidad como decadencia y
la imagen del enemigo (los judíos, los comunistas, los masones) .
•
El grupo ultraderechista Cruzada poseyó una publicación de idéntico nombre, que nombra un emprendimiento de reminiscencias típicamente
medievales. Con motivo del Plan de Lucha de la CGT, de agosto de 1965, el 18 del mismo mes Cruzada, en una solicitada, trata de comprobar el
parentesco y las coincidencias entre la CGT y el marxismo. Allí se describen los hechos con términos, y con las caracterizaciones, de una guerra santa;
y se sostiene que "la Iglesia Católica enseña que los verdaderos amigos del pueblo son los tradicionalista". Con otra solicitada, en septiembre del mismo
año, responden grupos católicos (algunos de la Universidad Católica Argentina) de tendencia más progresista. En esa oportunidad pudo evidenciarse la
influencia mutua de opinión entre Cruzada y el rector de la UCA, el derechista obispo auxiliar de La Plata, Monseñor Octavio Nicolás Derisi. En efecto,
por la ordenanza XXIV del Consejo Su-perior de la UCA, Derisi prescribe la prohibición de toda declaración pública de cualquier grupo de la Universidad
Católica sin su expresa autorización. Y de paso, avala la posición de Cruzada.
Tempranamente, desde 1956, escribe en Cruzada (publicación dirigida por Federico Ezcurra y Cosme Beccar Varela Jr.) un personaje que luego
será, durante la dictadura de Onganía, Director de Provincias de la Secretaría de Gobierno (a cargo de Mario Díaz Colodrero), el Dr. Jorge Nicolás
Labanca. Labanca ve en la Revolución Francesa, antes que en la Rusa, la cuna de todos los males presentes y futuros de la humanidad. En diversos
artículos se ha destacado como teórico integrista, tanto en Cruzada como en Presencia , admirando el orden medieval, ilusionándose con la «virilidad»
del fascismo y con el falangismo y descreyendo, por supuesto -como Lugones en otras épocas-, de la democracia «liberal».
A esta altura, las conexiones entre los preconciliares, ultranacionalistas y antiliberales, es notoria. Se ha consolidado a través de dos «logias»: el
«Ateneo de la República» y «La Cité Catholique» en Argentina. Sin embargo, la figura de Álvaro Alsogaray como mentor y hacedor (con su hermano el
Gral. Julio) del golpe del 66 contra Arturo Illia, precipitó entre los preconciliares la definición de posiciones y, dentro del mismo gabinete del nuevo
gobierno, las contradicciones entre posiciones nacionalistas antiliberales en lo político, por un lado, como las del ministro del Interior Guillermo Borda
o el secretario de Gobierno Mario Díaz Colodrero, y ultracipayas (liberales) en lo económico, por otro, como las de Alsogaray y el ministro de Economía
Adalbert Krieger Vasena. Merecerá, en este contexto, una mención aparte la posición política nacionalista y defensora de la economía nacional de la
revista Azul y Blanco, dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo.
•
Otro capítulo entre las publicaciones y personajes preconciliares lo merece la revista Verbo, del grupo ultracatólico «La Cité Catholique», que se
conformó en Francia en los 40 promoviendo un nuevo orden de carácter corporativo. En Ar-gentina, este grupo que tendrá una clara relación con el
Onganiato, edita Verbo desde 1959. Verbo procura actuar desde una ortodoxia doctrinaria orientada a la acción social, como enlace entre organizaciones
católicas y políticas, adoptando posiciones francamente integristas. Su mentor es el padre Jorge Grasset, francés radicado en Argentina desde 1962, que
fue asesor espiritual de los generales de la rebelión argelina y luego de los «requetés» en España, es decir, de la extrema derecha. Admirador del
autoritarismo de Franco, es además corporativista y defensor del Orden Social Cristiano.
En Verbo muchas veces se reproducen artículos de la revista Verbe, edición original francesa que se inspira en el pensamiento ultraderechista de
Jean Ousser y Charles Maurras. Su actitud preconciliar lleva a este grupo a desafiar el aggior-namento preconizado a partir de Juan XXIII.
Al momento del golpe del 66, la conducción del grupo la ejerce el Ing. Mateo Gorostiaga, que será ministro de Onganía y, en un segundo lugar,
el coronel Juan Francisco («Tú») Guevara, que será nombrado Embajador en Colombia. El compromiso del grupo con el golpe y con Onganía lleva a
que Grasset rompa relaciones con Guevara. Seguramente participaban del grupo Verbo los generales Eduardo Señorans (jefe de la SIDE), Francisco
Ímaz (gobernador de Buenos Aires y ministro del Interior) y Conessa. El grupo tiene la particularidad de ser preconciliar y neofascista en lo sociopolítico,
pero partidario del statu quo capitalista en lo económico. Suscribe, y alimenta, la intención de los generales de Onganía de "poner el país en orden de
una buena vez" preconizando un nuevo orden social cristiano.
El grupo fue acompañado, además, por la «Obra de Cooperadoras Parroquiales de Cristo Rey», constituida por sacerdotes y laicos enrolados en
la derecha preconciliar. Entre 1965 y 1966, Verbo trabó relación con personajes que habían participado de los «Cursillos de Cristiandad», especialmente
militares como Lanusse (verdadero propulsor del «cursillismo» dentro del Ejército), Onganía, Martínez Zubiría y Señorans. Por este lado tenemos que
ver una de las aristas de la relación entre el Onganiato y el «cursillismo», un movimiento también de origen francés que sirvió de punto de reunión entre
militares y civiles. Los cursillistas realizaban retiros espirituales en estancias o edificios aislados (como fueron los de Gándara y La Montonera) y
reuniones llamadas «ultreyas», donde se apelaba, por vía de una desestructuración en la sensibilidad, a la confusión entre religión y política basada en el
pensamiento corporativista o ultraderechista. De los Cursillos participaron los futuros funcionarios del general cursillista Onganía: Jorge Salimei
(Economía), Roberto Petracca (Bienestar Social), Gorostiaga (Promoción y Asistencia a la Comunidad), Señorans (SIDE), Enrique Martínez Paz
(Interior), Nicanor Costa Méndez (Relaciones Exteriores); miembros de la Suprema Corte de Justicia como Borda y Cabral; gobernadores como Roberto
Avellaneda (Tucumán), Carlos Caballero (Córdoba) y el general Ímaz (Buenos Aires), además del futuro jefe del Ejército y Presidente de la Nación
Alejandro Lanusse, entre otros.
Ya por esta época, pasan a formar parte del lenguaje político términos eclesiales que adquieren un significado ideológico derechista, y que están
todos ligados a la tendencia tradicional preconciliar, como «cursillos de cristiandad», «cursillistas», «Cooperadores parroquiales de Cristo Rey», «Opus
Dei», «comunitarismo», «integrismo», «orden natural» y otros, que se reflejan en crónicas y debates de publicaciones como Primera Plana, Análisis y
Confirmado.
•
Nos queda otra revista que refleja, con matices diferenciados, el pensamiento preconciliar y que, por épocas, tuvo un público más numeroso entre
los católi¬cos. Nos referimos al semanario Esquiú, dirigido por el padre Agustín Luchía Puig. Dos significativas interpretaciones de Esquiú, que siempre
mantuvo una posición clerical más católica y anticomunista, ponen de manifiesto su ideología: cuando la Universidad Nacional es intervenida en 1966,
Luchía Puig titula el hecho de esta manera: "Cayó la Mafia", y cuando se suscita el problema de la intervención de EUDEBA califica a la editorial de
"bolche" y de "filocastrista", atendiendo a sus catálogos.
•
Azul y Blanco, semanario dirigido por Marcelo Sánchez Sorondo, es la única publicación que, si bien enrolada en la derecha y en cierto sentido
preconciliar, defenderá abiertamente los intereses de la economía nacional frente a los avances de Alsogaray y Krieger Vasena y, por lo tanto, a los
embates del capitalismo del norte o internacional. Podría decirse que, en este sentido, adopta una posición antiimperialista.
Conviene recordar que Sánchez Sorondo sostuvo, ya en los 40, que el derecho de las minorías fuertes se encuentra muy por encima de las
demandas de las minorías débiles. La política, para Sánchez Sorondo, es un asunto de pocos, de los mejores, que deben ser reconocidos como jefes. Por
su parte, Máximo Etchecopar, que fuera secretario de redacción de Azul y Blanco, fue presidente del «Ateneo de la República» a principios de 1966 y
luego Director del Instituto del Servicio Exterior de la Nación durante el gobierno de Onganía.
Con motivo de la intervención a la Universidad, Azul y Blanco sentenció que Hilario Fernández Long (por entonces Rector de la UBA) era un
"idiota útil" del marxismo y afirmó que la «Noche de los Bastones Largos» justificaba y daba vida a la «Revolución Argentina». Además, arremetió
contra los cuarenta profesores de la Universidad Católica Santa María de los Buenos Aires que repudiaron la intervención en nombre del derecho a la
libertad de pensamiento y de expresión dentro de las cátedras, del principio de autonomía universitaria y de la no discriminación por razones ideológicas.
Para la publicación de Sánchez Sorondo, esos profesores sólo defienden el derecho de los comunistas a ocupar las cátedras del Estado.
En junio de 1967, Azul y Blanco expresará su preocupación por el clericalismo militar en Argentina. Diversos hechos, pero en especial el perfil
liberalizante (entreguista) de la política económica, llevan a que Azul y Blanco adopte una opinión contraria al gobierno de Onganía. Pero la defensa de
lo nacional frente a la entrega los lleva al equívoco (común en Sánchez Sorondo) de asociar lo judío con lo antinacional, asumiendo una posición
antisemita. Gregorio Selser recuerda a Marcelo Sánchez Sorondo, conocido por su devoción católica, que quienes promueven la entrega son muchos
católicos de comunión diaria enquistados en el gobierno. Por otro costado, Sánchez Sorondo en su publicación se pronuncia contra la Ley Anticomunista
del ministro Borda, pero porque considera que la represión del comunismo lo alimenta ya que alienta un giro de la opinión pública hacia la izquierda
(especialmente cuando esa represión está unida al sometimiento por parte del gobierno a los intereses internacionales del dinero).
Sin dudas que de todas las publicaciones mencionadas, Azul y Blanco es la más seria en la expresión de un análisis político de la época, desde un
marco nacionalista católico. La denuncia persistente de los equívocos del régimen y la crítica a la ambigüedad de los mandos militares en la «revolución»,
lleva a que Onganía clausure esta publicación en octubre de 1967. Para Sánchez Sorondo, que alentó y apoyó el golpe del 66, no cabe duda: las cosas
están como están porque los que orientaron la «Revolución» son, en realidad, el Gral. Julio Alsogaray (Comandante en Jefe del Ejército) y el Ing. Álvaro
Alsogaray (Embajador en EE. UU.).
El carácter corporativista de la tendencia preconciliar, como es notorio, alcanzó uno de sus puntos máximos en la vinculación con el Vicariato
Castrense, el cual encaró una fuerte promoción del nuevo orden y, más adelante ya en «los 70», un activismo militante en la persecución y delación de
sectores, cristianos o no, populares de izquierda, y en el encubrimiento y complicidad con la reacción neofascista que cristalizó en el genocidio llevado
a cabo por el autodenominado «Proceso de Reorganización Nacional».
La más fuerte cohesión entre la Iglesia y el Estado durante el Onganiato estuvo representada principalmente por el pre (anti)conciliar Vicariato
Castrense. En los 60, el Vicariato fue ejercido por el Cardenal Antonio Caggiano y luego por monseñor Adolfo Servando Tortolo, asesor en los 40 de la
Juventud de Acción Católica (JAC) y luego obispo de Catamarca y finalmente arzobispo de Paraná. El Vicario Castrense Tortolo inspiró una publicación
del seminario arquidiocesano de Paraná, la revista Mikael, que contribuyó a la configuración de una mentalidad ultraconservadora y anticonciliar entre
los sectores del clero. Cabe recordar que entre 1976 y 1978, Tortolo fue el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, cómplice del genocidio.
Provicario fue, durante años, monseñor Victorio Bonamín, quien durante años contribuyó a elaborar una doctrina seudorreligiosa que concebía al
catolicismo como ideología nacional, sustentando el ejercicio del poder político por las FF. AA. y la utilización de cualquier medio para lograr sus fines.
3/
La tendencia posconciliar y sus principales medios gráficos en la década del '60
La tendencia posconciliar en la Iglesia argentina nace a partir de dos cuestiones externas: el Concilio Vaticano II (1962-1965) y los documentos
que de él emanan (en 1965), por un lado, y el creciente aggiornamento de otras iglesias latinoamericanas y el definido compromiso con los sectores
populares y el reclamo y la práctica por lo que va del «desarrollo» a la «liberación» en muchas de ellas. De todos modos, no es hasta el Onganiato que
la Iglesia argentina comienza a definir una tendencia auténticamente posconciliar. Esta tendencia, en muy poco tiempo, va a contener y conformar, a su
vez, dos líneas que paulatinamente van a diferenciarse: una línea que podemos denominar renovadora y propulsora de ideas de «desarrollo» y, del mismo
seno de ésta, otra que llamaremos popular y que se inscribe en la búsqueda de la «liberación». Esa diferenciación comienza a definirse con la distancia
que toman algunos obispos, y luego sacerdotes y laicos, con el régimen de Onganía (en 1966), se profundiza durante el Onganiato y culmina con hechos
producidos en épocas del Cordobazo (en 1969), alcanzando en esos momentos su mayor nitidez.
Entre otras, dos publicaciones vienen a representar los inicios de una tendencia posconciliar: la revista Criterio, muy ligada a intelectuales
moderados o desarrollistas católicos y a la Facultad de Teología de la UCA, de Villa Devoto, y la revista CIAS del organismo homónimo: Centro de
Investigación y Acción Social, de los sacerdotes de la Compañía de Jesús (jesuitas). Cabe recordar que, en esta época, mucho del proceso interno de la
Iglesia respecto del poder político pasa por el enfrentamiento entre el Opus Dei y la Compañía de Jesús.
A diferencia de las publicaciones preconciliares (salvo el semanario Esquiú) estas revistas están dirigidas por sacerdotes y pueden considerarse
publicaciones teológicas y de reflexión de la realidad nacional o latinoamericana desde una óptica que abreva en la Doctrina Social de la Iglesia
específicamente posconciliar. De similares características, pero de consumo reducido a los estudiosos de la teología posconciliar en el país (sacerdotes,
obispos y unos pocos laicos), circula una revista que se publica en Europa en su versión en español desde las épocas del Concilio: la revista Concilium,
donde se reflejan los grandes debates teológico-pastorales y las más significativas líneas de renovación a nivel de la Iglesia mundial.
•
La revista Criterio, publicación quincenal por entonces (en la década del 60) dirigida por el padre Jorge Mejía (primo del obispo de Neuquén,
Jaime de Nevares, distinguido profesor de exégesis bíblica en la Facultad de Teología de Villa Devoto y actualmente, en los 90, secretario del Papa Juan
Pablo II), acompañó y, por momentos, promovió los procesos de renovación de la Iglesia argentina en los 60. En la revista Criterio, donde en ocasiones
escribiera el joven abogado Mariano Grondona, el sociólogo José Miguens, el historiador Carlos Floria, los sacerdotes Artiles o Rossi (luego
«tercermundistas») y los principales teólogos del momento o es-pecialistas en doctrina social católica, entre otros, reflejó el complejo proceso de cambio
en la Iglesia. Desde el inicio de la década, Criterio opinó acerca de los acontecimientos políticos pero, fundamentalmente, abrió el debate dentro de la
Iglesia y reflejó el debate producido a propósito de los acontecimientos políticos. Cabe señalar que, a diferencia de otras publicaciones católicas, Criterio
-así como la revista del CIAS- tuvo un excelente nivel (idéntica diferencia había existido entre las publicaciones nacionalistas católicas de la Década
Infame y Criterio en ese período). Como tal, ha sido la revista católica de interés general de mayor independencia y gravitación en la opinión pública. A
veces refleja y adopta posiciones desarrollistas y se constituye en escenario de reconocidos estudiosos sobre el desarrollo. En otras ocasiones, realiza un
seguimiento de las actitudes de franco compromiso sociopolítico de religiosos o de iglesias particulares latinoamericanas; en especial, en los primeros
años de la década, de los cambios y decisiones de alcance social de las iglesias de Chile y Perú. Leyendo la revista Criterio de la década del 60 es posible
seguir, considerando su mirada católica renovada, la historia política de nuestro país paso a paso.
Al comenzar la década, algunos fenómenos vinculados a la resistencia peronista, como la aparición del grupo Uturunco (en diciembre de 1958),
luego el puente entre el peronismo radicalizado y el proceso revolucionario cubano (puente que pretende tender John William Cooke a su regreso de
Cuba, en 1963) y, entre medio, el triunfo del viejo socialista Alfredo L. Palacios en febrero de 1961 con votos de peronistas de izquierda, iban haciendo
realidad la idea de una revolución socialista de carácter nacional. En esos momentos, Criterio muestra preocupación por la creciente credibilidad y
fascinación del fenómeno revolucionario. Criterio había alertado en 1959 sobre los peligros de la infiltración marxista en Argentina, sobre todo en la
Universidad. Sin embargo, la revista del padre Mejía es una muestra elocuente de las dificultades casi insuperables para mantener una posición estable
frente a los 60 y, menos aún, para hacer que esa posición no concluyera girando en torno a alguna de las polarizaciones de la época. Cabe recordar que,
por ejemplo, en el 66, por la posición adoptada frente al gobierno de Onganía (a poco de comenzar) y a la «Noche de los Bastones Largos», los católicos
preconciliares y en particular el semanario Esquiú, atacaron a Criterio y a su director Jorge Mejía por tener veleidades marxistas.
Con respecto al onganiato, Criterio tampoco adoptó una mirada estable o monolítica. Antes del golpe de Onganía, Mariano Grondona y Carlos
Floria, de modos similares, sostienen que las fuerzas armadas constituyen una instancia de reserva del sistema. Grondona afirma que "el país espera un
Moisés porque vislumbró la tierra prometida y se encuentra muy lejos de ella”, ya que -según declara Floria en Criterio- "la tregua se ha quebrado y el
país se aproxima a otro torbellino". En el momento de crisis más profunda del onganiato, por otra parte, ha sido notable el espacio que otorgó Criterio
para publicar las condenas a la brutal represión del Cordobazo, como la formulada por monseñor Alberto Devoto, obispo de Goya.
En otro orden de cuestiones, la revista Criterio seguirá de cerca las secuencias del diálogo que se abre entre católicos y marxistas. El registro de
las alternativas de ese diálogo resulta clave en esta publicación desde el comienzo de los 60. Un diálogo que, en el campo de la filosofía, promoverá
Conrado Eggers Lan. Por el pensamiento de Eggers Lan ha circulado la idea de que la lucha de clases no es un enfrentamiento del hombre contra el
hombre, sino de los hombres contra las estructuras que los enajenan. Esa noción, que va a ser nominada con el término «liberación», comenzó por
entonces a formar parte del sentido común de muchos católicos.
Criterio ha reflejado el pensamiento que enfrenta tanto al capitalismo liberal como al comunismo. Adscribe al desarrollismo, pero a la significación
del desarrollo que contiene la célebre frase del Cardenal Feltin: "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz", y que enarbola en América Latina el obispo
de Olinda y Recife (Brasil), Dom Helder Cámara. Ha sido una revista que ha denunciado consecuentemente (aunque con altibajos durante el Proceso del
76 al 83) al integrismo católico. ¿Por qué, entonces, la ubicamos en la línea renovadora de los posconciliares? Porque cuando se precipitan los
acontecimientos de definición nítida de posiciones en la segunda mitad de la década del 60, desde Criterio el padre Mejía (un intelectual aristocrático)
propone un equilibrio entre la extrema derecha preconciliar y el izquierdismo del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo», en una línea más
liberal. Criterio termina la década representando a un centro liberal cristiano.
El comienzo de las actitudes públicas renovadoras de los obispos argentinos debe buscarse en el distanciamiento de éstos con Onganía, lo que
contribuía a aclarar la distancia entre la Iglesia y el Estado, posición típica de la línea renovadora. Son unos quince obispos los que se pronuncian en este
sentido en la segunda mitad del año 1966. El distanciamiento comienza con un documento del, por entonces, obispo de Nueve de Julio, monseñor Antonio
Quarracino, donde afirma -en nombre del Concilio- que los católicos que están en el gobierno de Onganía son Iglesia, pero no son la Iglesia. La cuestión
continúa con un documento del arzobispo de Corrientes, monseñor Francisco Vicentín, donde afirma que "el clero no es una agencia de colocaciones"
en el gobierno y llama a los católicos a "no frecuentar en demasía los despachos oficiales". Luego de otras expresiones de obispos como monseñor Moisés
Blanchoud, de Río Cuarto, Carlos Caferatta de San Luis, Brasca de Rafaela y otros, el distanciamiento culmina con la supresión de los aranceles oficiales
en su diócesis por parte del obispo de Goya, monseñor Alberto Devoto, y la opción de éste por hacer votos de pobreza, para ser pobre con los pobres.
Sin embargo, el más popular representante de la renovación fue el obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá, que ya era conocido por la
experiencia en su diócesis de los «curas obreros». Podestá, unos años más tarde, será uno de los más fervientes difusores de la Populorum Progressio,
encíclica del Papa Paulo VI que dará un espaldarazo a la conformación de la línea popular. Cabe destacar que en la línea renovadora encontramos desde
un obispo como el de Tucumán, monseñor Juan Carlos Aramburu (luego arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de Argentina) hasta otro como
el obispo auxiliar de La Plata y renovador del Seminario arquidiocesano (que luego será obispo de Mar del Plata y secretario de dos Papas), monseñor
Eduardo Francisco Pironio.
•
La revista del CIAS (en realidad un boletín mensual del Centro de Documentación de ese organismo) representa la posición de los jesuitas referida
a los problemas sociopolíticos vistos desde la perspectiva de la renovación teológica, pero también representa un hito en el trabajo sociológico católico
de avanzada. El director del Centro de Investigación y Acción Social de la Compañía de Jesús fue el padre Alberto Sily, quien participara activamente
del «concilio» de Chapadmalal en junio de 1966. En ese encuentro participaron unos setenta sacerdotes, entre ellos el jesuita Justino O'Farrell, del
Departamento de Sociología de la UCA, y el padre Lucio Gera, destacado profesor del Seminario de Villa Devoto (decano de la Facultad de Teología en
los 70), uno de los más notables teólogos de lo que será la línea «popular», y candidato frustrado a suceder al cardenal Caggiano como arzobispo de
Buenos Aires, a fines de los 60, quizás por razones políticas. El «concilio» de Chapadmalal es considerado uno de los antecedentes directos de la creación
del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo». El padre Sily, junto con el padre Justino O'Farrell, ambos profesores de Sociología de la UCA,
fueron los primeros sancionados por el rector, monseñor Derisi, debido a su público repudio a la «Noche de los Bastones Largos». Todo esto signi-fica
que, si bien la revista del CIAS puede tener un momento renovador, los acontecimientos políticos llevarán a ese organismo a desplazarse hacia la línea
popular, en especial en el planteamiento del compromiso de la Iglesia en el mundo, en las cuestiones temporales, frente a los problemas sociales del
pueblo argentino.
La vitalidad de la revista del CIAS, siempre de escasa circulación y res¬ringida a ámbitos intelectuales o eclesiásticos, comenzó a principios de
los 60. Por entonces, es digno de recordar el trabajo del jesuita Antonio Donini, quien publicó un análisis sociológico pastoral de la misión de Buenos
Aires de 1960 , que provocó la ira del cardenal Caggiano y de su obispo auxiliar Guillermo Bolatti (luego arzobispo, preconciliar, de Rosario). Esa
vitalidad del CIAS decaerá hacia 1977, luego del exilio del padre jesuita Vicente Pellegrini, que escribió un artículo titulado "Los derechos humanos en
el presente contexto sociopolítico de la Argentina" , que reprodujo La Opinión (de Jacobo Timerman) en febrero de 1977, cuestión que le valió la clausura
del diario. En la declinación del CIAS incidirá, además, la creciente influencia entre los jesuitas a partir de entonces del padre Jorge Bergoglio, actual
arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de la Argentina.
Pero, ¿cuáles son las más significativas diferencias entre la línea renovadora y la línea popular de los posconciliares? Para precisar estas
diferencias, y compararlas también con la tendencia preconciliar, sugerimos ver el Cuadro comparativo de tendencias en la Iglesia argentina en el período
considerado, que incluimos a continuación.
Cuadro comparativo de tendencias en la Iglesia argentina en el período considerado
Cuadro comparativo de tendencias en la Iglesia argentina en el período considerado
1
Tendencia posconciliar
Tendencia
preconciliar
Visión
de la
1
La realidad les espanta; los cambios los
desconciertan. Ven desorden, caos y crisis moral.
El cambio social es una pérdida de los valores
Línea renovadora
Escaso énfasis en destacar la situación en que se
vive. Si se la menciona, se lo hace sólo desde el
punto de vista teórico.
Línea popular
Contacto con los más débiles y marginados.
Procuran ser la voz de los que no tienen voz,
acompañando la praxis popular para reivindicar
Fuente principal: López, Mauricio, Los cristianos y el cambio social en la Argentina. 1965-1975, Mendoza, Alfa, 1989.
realidad
La Iglesia
Justificaciones
Obispos
representantes
cristianos, por lo que el pueblo está padeciendo
una crisis moral.
Los conflictos sociopolíticos son vistos como
morales. Las soluciones pasan por el diálogo entre
los gobernantes y los gobernados.
La realidad es un lugar de aplicación de las
Encíclicas o las líneas teológicas progresistas
europeas.
Destacan la importancia del cambio social
relacionado con el cambio de mentalidad. Se
soslaya el campo de la lucha por el poder.
sus derechos.
La realidad es conflictiva y el nudo de su análisis
es la injusticia, la desigualdad y la miseria,
captadas desde la sensibilidad.
Aparecen términos como «opresión» y
«explotación». Se alude a la violencia de los
opresores y se denuncia esa situación.
Los conflictos en su seno son parte de la crisis
Insisten en la necesidad de separación entre la
Asumen que la Iglesia está en conflicto, lo que
moral. Defienden la autoridad eclesial frente a las Iglesia y el Estado. Sus fuentes son los filósofos redefine la misión sacerdotal. En una actitud de
actitudes que significan un «abandono de la
y teólogos franceses, en especial Jaques Maritain búsqueda, suelen respaldar al «Movimiento de
Verdad». Propugnan la restauración del concepto
e Yves Congar.
Sacerdotes para el Tercer Mundo».
de obediencia: a la jerarquía le corresponde
La Iglesia tiene una función de crítica frente a la La crítica abarca a los poderes establecidos, fuera
anunciar la Verdad y a los súbditos cumplirla.
sociedad, conjugada con el llamado a la
o dentro de la Iglesia. La Iglesia está inmersa en
Debe buscarse la mutua colaboración con el poder conversión personal.
los problemas temporales y debe hacer una
político y económico. Su misión es estrictamente
Adoptan posiciones neutras y universalistas y
«opción por los pobres».
espiritual y moral.
rechazan una «opción por los pobres».
Se justifican en la «realidad trascendente» (la vieja Las encuentran en la filosofía personalista.
La reflexión teológica de la liberación (Enrique
Civitas Dei): los sectores de la realidad mundana
También en el Magisterio de la Iglesia universal: Dussel, Gustavo Gutiérrez, etc.) y, en Argentina, la
deben integrarse a la Verdad superior. Es fuente la en el Concilio Vaticano II, las Encíclicas y los
«teología del pueblo» (Lucio Gera, Arturo Paoli,
doctrina previa al Concilio.
Sínodos romanos, más que en Medellín e,
etc.), donde la justificación más significativa es la
La redención de Cristo no es la liberación de la
incluso, que en la Pupulorum Progressio.
praxis de acercamiento concreto al pueblo
injusticia, la pobreza y el dolor.
oprimido.
Caggiano (Bs. As.), Tortolo (Paraná), Plaza (La
Quarracino (Nueve de Julio), Aramburu
Podestá (Avellaneda), Angelelli (La Rioja), De
Plata), Derisi (auxiliar de La Plata y rector de la
(Tucumán), Primatesta (Córdoba), Blanchoud
Nevares (Neuquén), Di Stéfano (Roque Sáenz
UCA), Bolatti (Rosario), Castellanos (Córdoba),
(Río Cuarto), Pironio (Mar del Plata, aunque
Peña, luego desplazado a la derecha), Devoto
Buteler (Men-doza), Medina (Jujuy), Esorto (Bahía desplazado a la línea popular), Marengo (Azul), (Goya), Caferatta (San Luis), Brasca (Rafaela). En
Blanca). Los Nuncios Mazzone y Zanini.
Kémerer (Posadas).
los 70, también Hessayne (Viedma) y Novak
(Quilmes).
La Iglesia
Los conflictos en su seno son parte de la crisis moral. Defienden la autoridad
eclesial frente a las actitudes que significan un «abandono de la Verdad». Propugnan la
restauración del concepto de obediencia: a la jerarquía le corresponde anunciar la Verdad
y a los súbditos cumplirla. Debe buscarse la mutua colaboración con el poder político y
económico. Su misión es estrictamente espiritual y moral.
Insisten en la necesidad de separación entre la Iglesia y el Estado. Sus fuentes son
los filósofos y teólogos franceses, en especial Jaques Maritain e Yves Congar.
La Iglesia tiene una función de crítica frente a la sociedad, conjugada con el llamado a la
conversión personal.
Adoptan posiciones neutras y universalistas y rechazan una «opción por los pobres».
Asumen que la Iglesia está en conflicto, lo que redefine la misión sacerdotal. En
una actitud de búsqueda, suelen respaldar al «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo».
La crítica abarca a los poderes establecidos, fuera o dentro de la Iglesia. La Iglesia está
inmersa en los problemas temporales y debe hacer una «opción por los pobres».
Justifi-caciones
Se justifican en la «realidad trascendente» (la vieja Civitas Dei): los sectores de la
realidad mundana deben integrarse a la Verdad superior. Es fuente la doctrina previa al
Concilio.
La redención de Cristo no es la liberación de la injusticia, la pobreza y el dolor.
Las encuentran en la filosofía personalista.
También en el Magisterio de la Iglesia universal: en el Concilio Vaticano II, las Encíclicas
y los Sínodos romanos, más que en Medellín e, incluso, que en la Pupulorum Progressio.
La reflexión teológica de la liberación (Enrique Dussel, Gustavo Gutiérrez, etc.)
y, en Argentina, la «teología del pueblo» (Lucio Gera, Arturo Paoli, etc.), donde la
justificación más significativa es la praxis de acercamiento concreto al pueblo oprimido.
Obispos representantes
Caggiano (Bs. As.), Tortolo (Paraná), Plaza (La Plata), Derisi (auxiliar de La Plata
y rector de la UCA), Bolatti (Rosario), Castellanos (Córdoba), Buteler (Men-doza),
Medina (Jujuy), Esorto (Bahía Blanca). Los Nuncios Mazzone y Zanini.
Quarracino (Nueve de Ju¬lio), Aramburu (Tucumán), Primatesta (Córdoba),
Blanchoud (Río Cuarto), Pironio (Mar del Plata, aunque desplazado a la línea popular),
Marengo (Azul), Kémerer (Posadas).
Podestá (Avellaneda), Angelelli (La Rioja), De Nevares (Neuquén), Di Stéfano
(Roque Sáenz Peña, luego desplazado a la derecha), Devoto (Goya), Caferatta (San Luis),
Bras¬ca (Rafaela). En los 70, también Hessayne (Viedma) y Novak (Quilmes).
4/
Entre el '66 y el Cordobazo: la articulación de la línea «popular» y los medios de
comunicación
La línea «popular» dentro de la Iglesia católica argentina tiene sus antece¬dentes
remotos en la experiencia de los «curas obreros», que prefigurarán lo que constituirá la
definición más acabada de la línea «popular»: la corriente tercermundista. La experiencia
de los «curas obreros» se inicia en Argentina a mediados de la década del 50, por
influencia no sólo de las experiencias realizadas en Francia desde los años 40, sino
también del proceso político nacional que giró alrededor del gobierno peronista y, desde
el 55, de la proscripción del movimiento obrero. El movimiento de «curas obreros» estaba
dirigido a compartir la vida misma de los trabajadores peronistas y de los marginados en
la Argentina industrializada. Esto los llevó a trabajar en fábricas, a participar de los
conflictos laborales e incluso a involucrarse en las luchas sindicales, en muchos casos. La
experiencia de los «curas obreros» fue, sin embargo, limitada: no fueron más de cien en
el Gran Buenos Aires y otras ciudades del interior del país, sobre un total de unos cinco
mil sacerdotes en toda Argentina (lo que significa un 2 % del total).
A nivel latinoamericano hay al menos tres imágenes que influyeron en la
articulación de una línea «popular» en nuestra Iglesia nacional, a las cuales se las puede
identificar por nombre y apellido, como condensadoras de un movimiento de vinculación
entre la Iglesia y los sectores populares. A estas tres imágenes cabe agregarles la del
obispo de Olinda y Recife, Dom Helder Pessoa Cámara, que luego consideraremos como
antecedente del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo».
La primera imagen es la del obispo de Talca, Chile, Don Manuel Larrain Errázuris,
quien a principios de los 60 permitió (y alentó) distribuir las tierras pertenecientes a su
diócesis entre los campesinos carentes de ellas. Con esa actitud, Larrain inició un
movimiento de reforma agraria espontáneo y en pequeño en Chile, acontecimiento que se
repitió por esa época en algunas zonas de Perú. Monseñor Larrain contó con el apoyo del
cardenal Raúl Silva Henríquez, recordado defensor de los derechos humanos (a través de
la famosa «Vicaría de la So-lidaridad») durante la férrea dictadura del general Augusto
Pinochet Ugarte. En 1962, Larrain y Silva Henríquez promovieron la célebre pastoral El
deber social y político de la hora presente, que marcó un hito en la Iglesia latinoamericana,
ya que en ella se atribuyó la injusticia y el hambre a la mala distribución de la riqueza y
a situaciones de privilegio, se denunció el orden social injusto como consecuencia del
sistema capitalista e individualista y se convocó a llevar a cabo la reforma agraria.
La segunda es la imagen del obispo de Veraguas, en la selva de Panamá, Don
Marcos MacGrath, uno de los más jóvenes miembros del episcopado latinoamericano (de
unos 40 años al inicio de la década), quien sostiene la inseparabilidad de las
transformaciones socioeconómicas estructurales con la construcción del Reino de Dios.
Por eso es acusado de subversivo y de intelectual marxista. Para él, la búsqueda de hoy
no es tanto la búsqueda de Dios, sino de la justicia y el progreso de los pueblos oprimidos.
Es recordada su mediación entre los nacionalistas panameños y las tropas
norteamericanas del Canal de Panamá en el conflicto de enero y febrero de 1964; lo que
le valió que perdiese la posibilidad de ser designado arzobispo de Panamá. También se
recuerda su denuncia del imperialismo mediático: si bien el desarrollo es el nuevo nombre
de la paz, no hay que promoverlo sólo para que el hombre lea tiras cómicas y pase horas
frente al televisor, porque esto significaría no haber alterado nada.
La tercera imagen es la del sacerdote bogotano Camilo Torres Restrepo, quien en
1964 (a los 35 años) se une a las guerrillas de Colombia porque los que tienen hambre de
pan, de justicia y de humanidad no pueden ya esperar. Camilo Torres, imagen del
activismo cristiano, muere en combate en 1966. Camilo pone de manifiesto, con su actitud
militante, cuáles son las consecuencias de las vacilaciones de la Iglesia y cuáles los
compromisos posibles con los procesos revolucionarios que superen el desánimo y el
abandono de los cristianos frente a la situación de opresión de los pueblos
latinoamericanos.
La línea «popular», en definitiva, se precipita con el onganiato. En octubre de
1966, el obispo de Olinda y Recife, Dom Helder Cámara, llega a la Argentina con motivo
de la X Asamblea Extraordinaria del CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana).
Dom Helder se ha hecho famoso por denunciar la violencia del hambre y por asumir la
voz de los que no tienen voz. Amigo personal (y, para algunos, consejero) del Papa Paulo
VI, Cámara no pudo presentarse ni en un programa de televisión en el que iba a participar,
ni en la Catedral de Avellaneda (cuya jefatura ejercía el obispo Podestá) porque el
gobierno de Onganía lo prohibió. Ese hecho fue altamente significativo y repercutió en el
seno de la Iglesia argentina, en especial entre algunos sacerdotes que auspiciaban su
presencia, entre ellos los padres Artiles, Rossi y Mugica.
Unos días antes, en agosto de 1966, setenta y dos estudiantes universitarios del
Movimiento Integralista (orientado por católicos) se refugian en el templo parroquial de
Cristo Obrero de Córdoba e inician una huelga de hambre co-lectiva (la primera de la
historia argentina), como protesta por la detención del estudiante Luis Alberto Cerdá,
quien fuera herido por la policía, además de la detención de 148 personas (médicos,
enfermeras, estudiantes y enfermos) por ocupar el Hospital de Clínicas donde Cerdá era
atendido. A este acontecimiento se suma otro en la provincia de Tucumán: el 9 de
septiembre de 1966 los estudiantes universitarios pretenden iniciar una huelga de hambre
en la Catedral tucumana, pero son dispersados por la policía.
Además del seguimiento informativo por parte de la revista Criterio de todas estas
experiencias y acontecimientos, es posible mencionar a dos publicaciones que
contribuyen a configurar el pensamiento de la línea «popular»: la revista Sociología de la
UCA y la revista Tierra Nueva.
•
La revista Sociología es el órgano de la Asociación de Estudiantes de Sociología
de la UCA y, como tal, asume la defensa de la autonomía universitaria en la época de la
«Noche de los bastones largos» de 1966. Por dos escritos del brillante estudiante Juan
José Llach publicados en Sociología, este alumno es sancionado por el rector de la UCA,
Octavio Derisi (junto a otros dos excelentes estudiantes: Saguier y Amadasi, pero por
otros motivos vinculados con la defensa de la auto-nomía. El primer escrito de Llach es
una crítica a la ideología de la UCA, expresada con motivo de su renuncia como delegado
de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Asociación de Estudiantes de Sociología.
El artículo lo remata afirmando que "somos una universidad espantosamente burguesa".
El segundo escrito publicado por Sociología lleva por título "Camilo Torres y los usos de
la libertad". En él, Llach traduce el estado de ánimo de muchos estudiantes católi¬cos de
la época, para quienes el martirio del cura colombiano Camilo Torres se ha convertido en
bandera porque, conmovido por la injusticia y la inhumanidad del orden social y político
vigente, asume una actitud de compromiso ejemplar. Ante la sanción impuesta a Juan
Llach, los profesores de Sociología, encabezados por Miguens (director del
Departamento), piden que la suspensión sea revocada, como también las impuestas a
Saguier y Amadasi. Las autoridades de la UCA amenazan con borrar el Departamento de
Sociología y entonces Miguens renun¬cia a su cargo. Los hechos se complican por una
entrevista al padre Justino O'Fa¬rrell publicada por la revista Sociología, quien simboliza
la actitud de militancia social cristiana y de progresismo teológico y sociológico en la
época. La revista Sociología, según especula Gregorio Selser, debe haber provocado muy
diferentes posiciones entre los obispos, quienes seguramente la recibían y la leían.
•
Por su parte, la revista Tierra Nueva también tuvo una importante difusión entre
la jerarquía católica durante la dictadura de Onganía. En ella participaron los sacerdotes
Artiles, Juan José Rossi (que también escribieron asiduamente en la revista Criterio),
Jorge Pascale y el padre Carlos Mugica. Quizás por dos actos públicos fue conocido
Mugica. El primero fue una mesa redonda que debió realizarse el 8 de octubre de 1966
en el teatro Santa María del Buen Ayre, organizado por la Acción Católica Argentina y
de la que debían participar varios sacerdotes del grupo Tierra Nueva (entre ellos el padre
Pascale) y laicos, donde deba¬tirían sobre "La acción y personalidad de monseñor Helder
Cámara"; la mesa re¬donda se suspendió y Mugica fue golpeado por la policía. El
segundo fue otra mesa redonda prohibida por la policía, sobre "Iglesia y cambio en la
Argentina", que se realizaría en el Centro de Artes y Ciencias el 31 de octubre del mismo
año y de la que participarían, además de Mugica, la escritora María Esther de Miguel, el
ex rector de la Universidad Hilario Fernández Long y el politicólogo Carlos Alberto
Floria. La revista fue creada después de estos episodios, pero con la marca de la
persecución y la prohibición.
Tierra Nueva es una revista de lenguaje más directo y menos intelectual que otras
como por ejemplo Sociología. Está sostenida por un grupo de católicos, muchos de los
cuales participarán más adelante en el «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo». Han hecho un seguimiento y un acompañamiento de personajes como Dom
Helder Cámara y de procesos de transformación sociopolítica, ya que se proponen
formular nexos entre el pensamiento cristiano y los problemas filosófico-sociales del
mundo en esa época. Tierra Nueva responde al padre Jorge Pascale, por entonces asesor
nacional de la JUC (juventud Universitaria Católica). De hecho, el hincapié hecho por la
revista en los aspectos sociopolíticos (más que en los confesionales) ya encontraba
asidero en la JUC, que adoptaba por ese entonces posiciones que pueden caracterizarse
como de «izquierda cristiana». El padre Pascale, desde ese posicionamiento de la JUC,
forma su propio grupo en torno a Tierra Nueva, con sacerdotes y laicos. Precisamente ese
hincapié en lo sociopolítico es lo que molesta al Cardenal Caggiano, así como la actitud
dialogal con otros sectores de pensamiento. En efecto, el Cardenal censuró
prematuramente al grupo de sacerdotes de Tierra Nueva: Alejandro Mayol, Pedro
Geltman, Rodolfo Ricciardelli, Manuel Artiles, Mugica y Pascale. Es que desde el grupo
Tierra Nueva, entre otras cosas, se desarrollaba un diálogo entre católicos y marxistas que
fue percibido desde la SIDE como un «frente popular católico-comunista». Hacia el final
de la década del 60, Carlos Sacheri (de la revista Verbo) denunciaba en su libro La iglesia
clandestina, la infiltración del marxismo ateo en Tierra Nueva y en las revistas Panorama
y Primera Plana. En realidad, la voluntad de la revista Tierra Nueva era alentar un proceso
de actualización de la Iglesia en ese momento histórico, confiando en la fe como motor
de la transformación de los hombres y la sociedad; y, para eso, se abría al encuentro y el
diálogo con otros sectores sociopolíticos con voluntad de transformación.
Otras revistas de la época contribuyeron a hacer pública tanto la pugna interna de
la Iglesia argentina y latinoamericana, como las diversas posiciones que la Iglesia
adoptaba frente a las situaciones sociopolíticas de esos momentos. Nos referimos a
publicaciones no confesionales, como por ejemplo: Primera Plana, Confirmado,
Panorama, Inédito o Análisis. Por otra parte, en el quincenario Imagen del País y en el
semanario uruguayo Marcha (prohibido en Buenos Aires) escribió o colaboró por esos
años el obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá. Como dato curioso y a la vez
significativo, en esos tiempos en Imagen del País, y con el seudónimo de Descartes,
también colaboró Juan Domingo Perón.
Aparentemente la «línea popular» se fue articulando en torno de los medios
gráficos. Si bien esto es cierto, debemos mencionar que también existió (sobre todo en
dos provincias eclesiásticas) un significativo papel de la comunicación radiofónica en la
configuración de la «línea popular». Nos referimos a los casos de Goya (Corrientes) y La
Rioja. Monseñor Alberto Devoto, obispo de Goya, quien ya se había definido en contra
de la participación católica en la dictadura de Onganía, expresaba sus posicionamientos
en una audición radial propia. A través de esta audición Devoto radicalizó su posición
con motivo del Cordobazo, en mayo de 1969, manifestándose enérgicamente contra la
represión y a favor de los reclamos de justicia de los trabajadores y los estudiantes. Por
su parte, monseñor Enrique Angelelli, designado obispo de La Rioja el 11 de julio de
1968, denunciaba constantemente los abusos del gobierno a través de la radio y en su
misa radiofónica. Apoyaba a los peones rurales y a organizaciones sindicales como la de
Trabajadores Rurales (de Famatina) y la de Mineros (de Olta), así como la creación de la
CODETRAL (Cooperativa de Trabajo de Aminga). Esto le valió, en 1971, la prohibición
de su espacio radiofónico y de la misa transmitida semanalmente por radio.
No solamente los medios gráficos (confesionales o no) y algunos radiofónicos
contribuyeron a la configuración de la «línea popular» dentro de la Iglesia católica
argentina. También tuvo un papel clave la difusión masiva de los nuevos Documentos de
la Iglesia en la formación de opinión. Más allá de los documentos menores (como
declaraciones del episcopado o de algún obispo en particular) de relativamente escasa
circulación, publicados por la AICA (Agencia Informativa Católica de la Arquidiócesis
de Buenos Aires), o por el Boletín Informativo de la COEPAL (Comisión Episcopal de
Pastoral), y que reflejaban desde las posiciones dominantes hasta las de oposición, fueron
tres Documentos de la Iglesia los que marcaron a fuego el ideario de la «línea popular».
Nos referimos a la Encíclica del Papa Paulo VI Populorum Progressio, a los Documentos
de la II Conferencia de Obispos Latinoamericanos celebrada en Medellín (Colombia) y
al Documento de la Asamblea de los Obispos Argentinos de San Miguel.
Coincidentemente, además, fueron estos tres documentos los primeros en alcanzar una
circulación y lectura masiva entre las comunidades cristianas, en especial las vinculadas
con el pensamiento de renovación y popular.
La Encíclica Populorum Progressio fue promulgada el 26 de marzo de 1967. En
ella Paulo VI denuncia los más graves obstáculos puestos por los países poderosos para
el desarrollo de los pueblos pobres, y llama a producir transformaciones audaces y a
emprender urgentes reformas de la situación. En la Encíclica un punto que resultó clave
en el debate de la época: si bien el Papa rechaza la insurrección revolucionaria, exceptúa
de ese rechazo los casos en los que se atenta contra los derechos fundamentales,
dañándose peligrosamente el bien común de un país. Este punto hizo que sectores del
peronismo hicieran suyos los enunciados de la Populorum Progressio como impulso y
justificación de su accionar contra la dictadura. El mismo Leopoldo Marechal, en abril de
1967, expresa que la Populorum Progressio significa una sentencia de muerte para los
gobernantes argentinos, que proclamaron a gritos su fe católica.
Los Documentos de Medellín, fruto de la II Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano realizada del 26 de agosto al 7 de septiembre de 1968, posee dos ejes
que le dan dinamismo: por un lado, la denuncia de las estructuras sociales injustas y de la
opresión en América Latina y, por otro, el llamado a la liberación latinoamericana a través
de la acción en diferentes ámbitos. En los Documentos de Medellín se habla de
concientización política, de las situaciones de pobreza y opresión, de la necesidad de una
educación liberadora, de la violencia generada por las estructuras injustas; los obispos,
incluso, afirman que "no debe extrañarnos que nazca en América Latina la 'tentación de
la violencia' para superar la injusticia”.
La Declaración de San Miguel, como conclusión de la Asamblea Episcopal
Argentina realizada entre el 21 y el 26 de abril de 1969, tuvo como propósito adaptar los
Documentos de Medellín a la situación particular de la Argentina. En la Declaración de
San Miguel se analiza la realidad de nuestro «pueblo» (considerado sujeto y agente
histórico), la estructuración histórica de la injusticia y la opresión y la continuidad
histórica de la lucha por la liberación. A diferencia de Medellín, en San Miguel se pone
un acento especial en la dupla «pueblo»/«historia» y no tanto en la opresión/liberación
como un proceso inaugural o novedoso. En esta perspectiva, San Miguel contribuye a
consolidar la «línea popular» en el interior de la jerarquía, al tiempo que le otorga
elementos más precisos en la definición de su identidad.
En este contexto, y al mes de la Declaración de San Miguel se produce un hecho
clave en la década, que marca el cierre de la misma: el Cordobazo. Más allá de las
características de este movimiento popular producido el 29 de mayo de 1969, nos interesa
resaltar cómo contribuyó a fortalecer una «línea popular» dentro de la Iglesia argentina,
distinguiéndola radicalmente de otras corrientes. Mientras para monseñor Tortolo en el
Cordobazo se pusieron de manifiesto las fuerzas ocultas antinacionales y anticristianas
que quieren producir el caos en la Patria, para el obispo Devoto lo que debe lamentarse
es la brutal represión de las justas reclamaciones de los estudiantes. Al mismo tiempo, el
Cordobazo acelera la definición del ideario «tercermundista», como una de las más claras
expresiones de la «línea popular». Sacerdotes «tercermundistas» de Goya, Corrientes,
Reconquista (Santa Fe), Resistencia, Rosario, Tucumán, Mendoza, entre otros, condenan
la violenta represión de la dictadura con motivo del Cordobazo, abriendo una red de
oposición a nivel no sólo jerárquico (que en todo caso, fue minoritaria) sino parroquial,
local y comunitaria. Como dato significativo, el padre Rafael Yacuzzi, de Córdoba,
responde el 18 de junio del 69 a un mensaje del general Onganía, afirmando que el
Cordobazo fue un movimiento contra los opresores del pueblo, iniciando y señalando un
camino de liberación nacional y social.
5/
La Iglesia «popular», el peronismo y los Montoneros
Entre 1969 y 1974 se ve en un creciente proceso de desarrollo una corriente que
articula expresamente al cristianismo con el peronismo, particularmente con la
«resistencia peronista», con el ala izquierda del movimiento nacional y popular y con la
organización denominada «Montoneros». Como expresión de diferentes niveles de
vinculación entre la «línea popular» de la Iglesia con el movimiento peronista y, en
particular, con los Montoneros, debemos considerar tres tipos de publicaciones:
1.
Las publicaciones que, en formato de libro, ofrecen un contexto de pensamiento
de alcance latinoamericano y que representan las referencias de la «teología de la
liberación» como una suerte de voluntad de conjugación entre los posicionamientos de la
Iglesia expresados en la Populorum Progressio y en Medellín y los procesos de liberación
de la opresión en América Latina. Estas publicaciones tuvieron en la época (1969-1974)
una importante circulación entre sacerdotes y laicos militantes de organizaciones
católicas de izquierda. Entre esos libros debemos mencionar el del sacerdote peruano
Gustavo Gutiérrez, Teología de la Liberación, que marcó el inicio más sistemático de la
corriente teológica latinoamericana de referencia; la obra del franciscano brasileño
Leonardo Boff (más tarde suspendido por el Papa Juan Pablo II), Jesucristo Liberador;
las diferentes obras del filósofo e historiador de la Iglesia mendocino Enrique Dussel
(actualmente radicado en México), entre ellas los tres volúmenes de Caminos de
Liberación Latinoamericana; las conferencias y libros del sacerdote entrerriano Arturo
Paoli, entre ellos quizás el más significativo: La perspectiva política de San Lucas. A
estos trabajos indudablemente teológicos (pero en el sentido en que se plantea la Teología
en esta corriente continental) deben sumarse algunos otros de carácter literario, como los
del monje trapense de Nicaragua Ernesto Cardenal (más adelante ministro de la
Revolución Sandinista).
2.
Las publicaciones de carácter teológico-pastoral argentinas, que definen (dentro
de la perspectiva de la «teología de la liberación») una corriente de apropiación argentina
que muchos denominaron «teología del pueblo», por considerarse en ella la raigambre
histórica de los procesos de liberación y la centralidad de la categoría «pueblo», entendido
como sujeto histórico-político. Esta línea se hizo fuerte en el Seminario de Villa Devoto,
a través de la enseñanza y las publicaciones de los sacerdotes Lucio Gera y Rafael Tello,
en-tre otros, pero también con los trabajos de Juan Carlos Scannone (considerado uno de
los teólogos de la liberación en Argentina), Justino O'Farrell, Francisco Jalics y Gerardo
Farrell, entre otros. Entre otros, Lucio Gera y G. Rodríguez Melgarejo publicaron en esos
tiempos la revista Cristianismo y Sociedad, de un lúcido carácter teológico-popular.
Dentro de esta perspectiva, en esta misma época, se publica la Revista Bíblica,
publicación que sostiene una interpretación teológica liberadora, cuyo director es el
sa¬cerdote de don Orione, padre Enzo Giustozzi (más adelante miembro de la conducción
nacional de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos). En la perspectiva
bíblica, debemos mencionar las ediciones de libros bíblicos de los sacerdotes platenses
Armando Levoratti y Alfredo Trusso; los comentarios y los poemas del padre Osvaldo
Catena; la colección Jesús el Liberador (sobre el Evangelio de san Juan) del padre Santo
Benetti; la historia sagrada, titulada Historia de la Salvación, del padre Severino Croatto,
entre muchísimos trabajos más.
3.
Las publicaciones que asumen explícitamente la politicidad específica de la «línea
popular» y que contribuyen a sostener el definido compromiso de grupos numerosos de
sacerdotes y laicos con el movimiento peronista y con los Montoneros. Entre esas,
mencionaremos dos revistas: la Cristianismo y Revolución, de Juan García Elorrio, y la
revista Enlace, órgano del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo». Ambas
fueron definitorias en la configuración de «los 70», en especial como espacio particular
de difusión de un movimiento que iba radicalizándose en su expresión del compromiso
cristiano con el pueblo y su proceso de liberación.
Es preciso recordar que el «tercermundismo» tiene como punto referencial
universal el «Mensaje de los 17 Obispos del Tercer Mundo» de agosto de 1967,
encabezados por dom Helder Camara, de Olinda y Recife, Brasil. El Mensaje lo firman 8
obispos de Brasil y un obispo de cada uno de las siguientes regiones: Argelia, Egipto,
Colombia, Oceanía, Yugoslavia, Líbano, Singapur, Laos e Indonesia. En el documento
se alienta el legítimo combate de los pueblos del Tercer Mundo (que forman el
proletariado explotado de la humanidad actual) en favor de la justicia y la libertad. Los
obispos sostienen que no toda revolución es condenada por la Iglesia; por el contrario, la
Iglesia debe aceptar y desear las revoluciones que sirven a la justicia. Reconocen que la
Iglesia ha estado generalmente ligada al «sistema», pero ha llegado la hora en que debe
divorciarse del «imperialismo internacional del dinero», sumándose a los pueblos pobres
en su lucha por derribar a los poderosos de sus tronos y enaltecer a los humildes y los
hambrientos.
El 15 de agosto de 1967 se lleva a cabo una reunión sacerdotal para comentar el
«Mensaje». En enero de 1968, 270 sacerdotes argentinos firman una carta de adhesión al
«Mensaje»; en marzo, los adherentes sumaron casi 400 sacerdotes y se convocó a un
Primer Encuentro Nacional del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo»
(MSPTM), a realizarse en Córdoba los días 1 y 2 de mayo de 1968.
•
Un antecedente del MSPTM fueron las reuniones sacerdotales de Quilmes (1965)
y Chapadmalal (1966), que caracterizaron una corriente de «denuncia profética» de las
situaciones sociales injustas y de las políticas dictatoriales, a la vez que significaron una
clara apertura al diálogo entre católicos y marxistas, que desembocará en la publicación
de la revista Cristianismo y Revolución, a partir de septiembre de 1966, dirigida por el ex
seminarista de San Isidro, Juan García Elorrio. En octubre de 1966, el grupo Cristianismo
y Revolución critican los esfuerzos por crear un partido político socialcristiano (en el
Encuentro de Unquillo, Córdoba) y decide convocar a los cristianos para la acción
revolucionaria contra la dictadura militar y contra el imperialismo. Desde entonces, la
revista Cristianismo y Revolución difundió la opción por la lucha armada en América
Latina, siguiendo el ejemplo del sacerdote Camilo Torres. Precisamente en 1967, García
Elorrio crea el «Comando Camilo Torres», nucleando a numerosos católicos, entre ellos
a futuros líderes montoneros, como Fernando Abal Medina. Esta vinculación se
consolidará en julio del mismo año, cuando asisten en La Habana (Cuba) a la Primera
Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), además de
García Elorrio, John William Cooke (que preside la delegación argentina) y los futuros
montoneros Abal Medina, Norma Arrostito, Emilio Maza, Roberto Quieto, entre otros. A
su regreso, García Elorrio desarrolló el lazo de Cristianismo y Revolución con el
peronismo revolucionario y la CGT de los Argentinos, y proporcionó a los
«protomontoneros» (como Abal Medina, Ra-mus y Firmenich) una posición
tercermundista y una actitud escatológica cimentada en la glorificación de los militantes
muertos por la liberación latinoamericana.
Si bien la vida de Cristianismo y Revolución es breve (como la vida pública de
Juan García Elorrio, que muere en un accidente presumiblemente intencional en 1970),
tendrá una gran importancia en la evolución del MSPTM. La revista le otorgará al
Movimiento un amplio espacio de difusión, apoyará su accionar e influirá en muchos de
sus integrantes. Pero, más todavía, representará el punto de encuentro entre los católicos
y los Montoneros. Los jóvenes protomontoneros Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo
Ramus habían pertenecido al derechista «Tacuara» a los 14 años, movimiento del que
simpatizaron los jóvenes naciona¬listas católicos Rodolfo Galimberti y Dardo Cabo (que
dirigió el grupo católico pro-peronista «Movimiento de la Nueva Argentina», hasta ser
encarcelado en 1966). El padre Carlos Mugica, que se hizo peronista a los 26 años, trabó
contac¬to en 1964 con Abal Medina y Ramus, así como con Mario Eduardo Firmenich,
cuando los tres eran estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires y militan¬tes de
la Juventud Estudiantil Católica (JEC). En febrero del 66, luego de varios trabajos en la
villa de Retiro, Mugica lleva a esos jóvenes a «misionar» con los pobres de Tartagal
(Salta). A partir de esas experiencias, y del ejemplo de Camilo Torres, los jóvenes
radicalizan su posición y comprenden que la solución era la política revolucionaria
armada. Esto los separó de Mugica en 1967 y los acercó al «Comando Camilo Torres»
ligado a Cristianismo y Revolución, de Juan García Elorrio. Otros jóvenes
protomontoneros abrazaron la militancia católica y luego se contactaron con el grupo
Cristianismo y Revolución; entre ellos Emilio Ángel Maza de la «Juventud Integralista»
(de la Universidad Católica de Córdoba), José Sabino Navarro y Jorge Gustavo Rossi de
la Juventud Obrera Católica (JOC) y Carlos Capuano Martínez de la JEC.
•
Existe, sin embargo, otra posible descripción del recorrido «tercermundista». Y
ese recorrido, precisamente, es el que refleja el órgano oficial del MSPTM, la revista
Enlace. Luego de los «concilios» de Quilmes y Chapadmalal, en febrero de 1967 un grupo
de sacerdotes (encabezados por el padre Miguel Ramondetti, más tarde secretario general
del MSPTM) rechaza acusaciones del gobierno a las movilizaciones obreras: si esos
reclamos son "subversiones injustas" (tal la expresión de la dictadura), el Evangelio es
injusto. Entretanto, a principios de 1968 surge la «CGT de los Argentinos», liderada por
un obrero gráfico proveniente de la izquierda cristiana: Raimundo Ongaro (diferenciada
del vandorismo de la «CGT de Azopardo»). Ongaro convocó a los sacerdotes que habían
adherido al «Mensaje de los Obispos del Tercer Mundo». Rápidamente, la «CGT de los
Argentinos» y, luego, el MSPTM se transformarían en un fuerte polo de oposición al
Onganiato.
Como ya se dijo, el 1 y 2 de mayo de 1968 se realiza el Primer Encuentro
Nacional del MSPTM, con la participación de 21 sacerdotes representantes de 13
diócesis. Allí se habla de «socialismo latinoamericano», diferente de los partidos
socialistas y cercano al movimiento nacional y popular (en este caso, el peronismo). En
ese Encuentro, el Movimiento resuelve encomendar al padre Alberto Carbone (recordado
por su presunta implicación en el secuestro del general Pedro Eugenio Aramburu, en
mayo de 1970) la publicación y distribución de un boletín: Enlace, destinado a fortalecer
el contacto entre los miembros del Movimiento. El primer número de Enlace apareció el
15 de septiembre de 1968, dos años después que Cristianismo y Revolución. Cabe
destacar que, si la de García Elorrio fue una revista en la que participaron sacerdotes y
laicos, Enlace representa una publicación estrictamente sacerdotal. Además del
movimiento de sacerdotes villeros, en Buenos Aires comenzó a distribuirse Enlace en las
bocas de subterráneos, así como mensajes aislados del MSPTM.
Luego del Primer Encuentro, el crecimiento del MSPTM se hace notable, en
especial por la participación en un acto de protesta villero contra la erradicación de villas
anunciada por el gobierno en diciembre de 1968, del que participan los sacerdotes Carlos
Mugica, Jorge Vernazza, Rodolfo Ricciardelli, José Meiseggeier, entre muchos otros
más. Unos días después, entre el 22 y el 24 de diciembre, en dieciocho ciudades de la
Argentina, sacerdotes tercermundistas y laicos ayunan como protesta por las injusticias y
luego (en muchas parroquias) suspendieron la Misa de Nochebuena, en lo que se dio en
llamar la «Navidad Rebelde». Incluso logran, el 10 de abril de 1969, que el Arzobispo
Juan Carlos Aramburu y su vicario monseñor Nolasco, participaran en una reunión del
MSPTM en la iglesia de la Santa Cruz, de Buenos Aires, de la que participaron Mugica,
Vernazza, Ricciardelli, Carbone, Alfredo Beranger, Lucio Gera, Jorge Goñi, Osvaldo
Musto, Rodolfo Ferrari, Telmo de Läurenti, Juan José Rossi, entre otros miembros del
Movimiento.
El Segundo Encuentro Nacional del MSPTM se lleva a cabo en Colonia Caroya
(Córdoba) entre el 1 y el 3 de mayo de 1969, unas semanas antes del Cordobazo, con la
participación de 80 sacerdotes de 27 diócesis. Se trató allí la relación entre el Movimiento
y la política nacional, a partir de un diagnóstico nacional de la miseria, el desamparo y la
dominación. Se redacta un documento que publica Enlace, titulado "Nuestras
coincidencias básicas". En este Encuentro (y en el Tercer Encuentro Nacional realizado
en Santa Fe el 1 y 2 de mayo de 1970, unos días antes del secuestro de Aramburu) se
comienza a vislumbrar el acercamiento al peronismo por parte del MSPTM. Expresan:
"En Argentina constatamos que la experiencia peronista y la larga fidelidad de las masas
al movimiento peronista constituyen un elemento clave en la incorporación de nuestro
pueblo al proceso revolucionario" . El Movimiento refuerza entonces una terminología
propiamente argentina para designar la «lucha de clases» alejándose de las categorías
importadas, que lo adscribe al peronismo radicalizado: hablan de «nación y antinación»,
«explotadores y explotados», «popular y antipopular», «pueblo y antipueblo».
Si bien el Cordobazo marcó un momento de compromiso y reconocimiento del
MSPTM, 1970 fue el año clave para el Movimiento. No sólo por la frustrada participación
de los tercermundistas en el congreso de gremios combativos impulsado por Agustín
Tosco en Córdoba, debido a la represión policial, o por la huelga de El Chocón apoyada
por el padre Pascual Rodríguez y el obispo Jaime de Nevares, o por el Tercer Encuentro
Nacional del MSPTM (del que participaron 117 curas de 25 diócesis), sino por las
consecuencias del secuestro de Aramburu. En él actuaron, entre otros, Abal Medina,
Ramus y Firmenich, vinculados a curas tercermundistas, entre ellos Carlos Mugica; a
partir de este hecho recayó una investigación sobre el compromiso en el hecho del padre
Alberto Carbone, director de Enlace y miembro del Secretariado del MSPTM, quien fue
detenido en la Casa del Clero. En general, la cobertura periodística de estos hechos fue
contraproducente para el Movimiento, ya que se lo vinculaba con los Montoneros y el
secuestro de Aramburu. De hecho, cuando el 7 de septiembre asesinan a Ramus y Abal
Medina en William Morris, ofician una misa de cuerpo presente en la parroquia de San
Francisco Solano, el padre Hernán Benítez y los tercer-mundistas Mugica, Ricciardelli,
Vernazza y Adur. Mugica ya se había referido a Firmenich como «cristiano ejemplar» y
en los funerales de Ramus y Abal Medina hizo una defensa de los guerrilleros católicos
a los que consideró un ejemplo para la juventud; de igual forma se pronunció el padre
Hernán Benítez (quien fuera confesor de Eva Perón), quien afirmó que Ramus y Abal
Medina fueron asesinados por una nación que no llegó a comprenderlos. Pero también
Arturo Jauretche había presentado sus respetos en el funeral, Perón envió una ofrenda
floral y cientos de jóvenes de la Acción Católica asistieron a la ceremonia.
La revista Enlace continuará reflejando y difundiendo el pensamiento del
Movimiento en el documento "Nuestra reflexión: carta a los obispos argentinos" (1970)
y los documentos emanados del Cuarto Encuentro Nacional (1971): "Comunicado de
Carlos Paz" y el Quinto Encuentro Nacional (1972): "Dependencia o liberación". En el
Cuarto Encuentro, realizado Carlos Paz (Córdoba) el 8 y 9 de julio de 1971, el MSPTM
se vuelca francamente hacia el peronismo de la Juventud Peronista, el Peronismo de Base
y el Peronismo Revolucionario; sólo un 10% adscribía a posiciones socialistas no
partidarias. El Quinto Encuentro, en San Antonio de Arredondo (Córdoba, agosto de
1972) marcó el punto máximo de elaboración teórica presentado por los tercermundistas,
proclamando que el sujeto revolucionario es el pueblo oprimido. En diciembre de 1972,
los miembros del MSPTM se reúnen con el general Juan Domingo Perón. El Sexto
Encuentro Nacional es el último y se realiza en junio de 1973; de él no surge ninguna
declaración oficial y se produce lo que podría denominarse una ruptura: el Secreta¬riado
y el grupo de Buenos Aires se retiran y el Movimiento se regionaliza. En ese contexto es
que Enlace se suprime, a partir de junio de 1973. Si bien existe una declaración el 29 de
abril de 1974, titulada "Sacerdotes para el Tercer Mundo de Buenos Aires y gobierno
popular", el corolario más significativo del período de configuración de «los 70», en lo
que hace al proceso vivido por la Iglesia, es el asesinato del sacerdote tercermundista
Carlos Mugica.
El asesinato del padre Carlos Mugica es punto de cierre en cuanto al papel de la
Iglesia en la configuración de «los 70». Pero es punto de inicio de una etapa trágica cuyos
hitos son, entre otros: el asesinato en Bahía Blanca del salesiano Carlos Dorniak, el 21 de
marzo de 1975; el asesinato, en la madrugada del 4 de julio de 1976, de tres sacerdotes y
dos seminaristas de la comunidad palotina de la parroquia de San Patricio, en el barrio de
Belgrano R de Buenos Aires; el secuestro y asesinato, el 18 de julio de 1976, de los
sacerdotes de Chamical (La Rioja) Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville; el
asesinato del obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli, el 4 de agosto de 1976, en
la ruta que va de La Rioja a Chamical; la desaparición, el 14 de junio de 1977 del
sacerdote uruguayo de la Fraternidad de Jesús Mauricio Silva, entrañable amigo del
obispo neuquino Jaime de Nevares, que trabajaba como barrendero y vivía en un
conventillo; el asesinato el 11 de julio de 1977, en otro sospechoso accidente
automovilístico, del obispo de San Nicolás, monseñor Carlos Ponce de León, cuando se
dirigía a la Nunciatura con importante documentación sobre represión, secuestros y
torturas, que desapareció luego del «accidente». En definitiva, los diecisiete sacerdotes
desaparecidos o asesinados entre 1974 y 1983, más las religiosas desaparecidas o
asesinadas y los innumerables detenidos, torturados o desterrados laicos.
Bibliografía de consulta:
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Selser, Gregorio (1972-1973), El Onganiato, 2 Tomos, Buenos Aires, Samonta, 19721973.
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