Capítulo 7.

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La verdad, me da un poco de vergüenza enviar este capítulo al
profesor Sai Long o al profesor colombiano, a Orestes. A ver si
me entendéis. Os lo digo con toda sinceridad: se trata de una
parte de la historia de Europa, no de Asia, ni de Africa ni de
América. Bien. Pero -¡eso es lo grave!- nosotros, los europeos,
pretendemos que lo que pasó aquí, en esta región pequeñita del
mundo, ha tenido consecuencias, efectos, como queráis, en
TODO el mundo.
-¿Será verdad?
Por de pronto, vamos a estudiarlo. Vamos a ser cronistas,
periodistas de lo que pasó aquí, en este espacio reducido del
mundo. Luego lo analizaremos. Así que, tranquilos, y a hincar el
diente.
Capítulo VII
UN CAPITULO DE HISTORIA EUROPEA: DE LA REVOLUCION FRANCESA A
LA DERROTA DE NAPOLEON III
Habíamos dejado para este capítulo la revolución francesa,
separándola de la revolución de independencia de los Estados Unidos y de
la llamada “revolución industrial”. Iniciada en 1789, las consecuencias de la
Revolución Francesa se extienden –suele decirse- por todo el siglo XIX.
Porque lo que parecía una mera revuelta parlamentaria se transformó en
una experiencia radical de transformación política y social. En Francia,
después de unos momentos muy revolucionarios se pasó a un régimen
burgués moderado y luego a un imperio, el de Napoleón I, que continuó la
extensión del ”modelo francés” por Europa y por el mundo.
Derrotado el emperador francés por una coalición de potencias
enemigas, en 1815 se intentó una “Restauración”, una vuelta en cada uno
de los países europeos al absolutismo de derecho divino. Durante medio
siglo en Europa se enfrentan conservadores y liberales y se producen varias
revoluciones. Progresivamente, en algunos países los liberales consiguen el
poder y desde él realizan una reforma del estado, desmantelan el sistema
feudal e imponen regímenes parlamentarios. En la segunda mitad de este
siglo XIX se extiende por los países avanzados un modelo común de estado
burgués, centralista y moderado.
En este capítulo cubrimos el periodo que transcurre entre 1789,
inicio de la revolución francesa y 1870, final del imperio de Napoleón III,
nieto del primer general de ese nombre. Analizaremos la evolución de la
vida política, económica y social: tanto las luchas liberales y la
construcción de estados parlamentarios como el desarrollo del
nacionalismo, especialmente en Italia y Alemania, la evolución y extensión
de la industrialización y del capitalismo y la emergencia del movimiento
obrero y del socialismo. ¡Casi nada! Todas las raíces del mundo en que
vivimos, podrán decir algunos. Y dejamos para otro capítulo el impacto del
capitalismo europeo en el mundo, la superación de las fronteras del viejo
continente para ver qué pasa en América y Asia, y para ver el reparto del
mundo por las principales potencias (europeas, claro).
El preámbulo del siglo XIX: la Revolución Francesa
En el siglo XVIII la estructura social de los países europeos ocultaba
un tenso equilibrio en el que las periódicas crisis de subsistencias
ocasionaban malestar y revueltas. En Francia la monarquía, absolutista
pero ilustrada, intentó llevar a cabo una reforma fiscal, para conseguir más
recursos con que costear los gastos bélicos. Apeló a la contribución de los
privilegiados, estamentos que hasta entonces habían quedado exentos de
tributación. Los privilegiados se rebelan y solicitan la convocatoria de los
“Estados Generales” -el equivalente de las Cortes en España- en que están
representados los tres estamentos (nobleza, clero y “tercer estado”) y que
no se habían reunido desde 1614.
Reunidos los Estados Generales de Francia en 1789, el “tercer
estado”, los burgueses, consiguen transformar esa representación tripartita
en una única Asamblea Nacional Constituyente, es decir una asamblea
encargada de redactar una constitución para Francia. Se apoyan para
conseguir sus objetivos en las revueltas populares antifeudales que
estallan por todas partes y sobre todo en París, donde las masas asaltan la
prisión de La Bastilla (14 de julio de 1789).
La Asamblea emprende la transformación de la monarquía absoluta
en una monarquía constitucional. Promulga una Declaración de Derechos
del Hombre en que, por lo menos sobre el papel, se consagra la libertad de
conciencia, de propiedad y de expresión de todos los ciudadanos. Otras
medidas renovadoras de la Asamblea fueron la abolición de la servidumbre
-es decir, de la dependencia feudal-, la confiscación de las propiedades de
la iglesia y la supresión de títulos hereditarios. La Constitución que se
acuerda en 1791 establece el sufragio censitario (es decir, en el que sólo
participan los ricos, los que tienen “censo”) y la división de poderes. El
trasfondo social de la crisis de subsistencia explica una nueva oleada de
miseria y de malestar rural que lleva a los campesinos a asaltar y destruir
propiedades nobiliarias.
Los franceses revolucionarios sin rey
El rey Luis XVI, asustado, se pone en acción e intenta conseguir el
apoyo de los monarcas europeos para que intervengan, y acallen a sus
súbditos franceses díscolos. Descubierto ese proyecto, el rey es procesado
y ejecutado en enero de 1793. Francia se convierte en una república.
Ante este hecho, que consideran una provocación, las monarquías
europeas declaran la guerra a los republicanos franceses. Temen el triunfo
de la revolución en Francia y temen también posibles contagios en sus
territorios. Ante la amenaza exterior, en Paris asume el poder un “Comité
de Salvación Pública” dirigido por Robespierre que emprende reformas
radicales, y crea un ejército nacional popular, para vencer a los enemigos
reaccionarios. Para cerrar filas en torno a la revolución, se persigue y se
ejecuta sin grandes miramientos a supuestos enemigos de la revolución, a
nobles y miembros del clero. Es la “época del Terror”, de 1793-1794, en la
que mueren unas 200.000 personas.
Mientras tanto los ejércitos franceses, los “hijos de la Patria” vencen
a los soldados de los ejércitos convencionales. Gran Bretaña, los Países
Bajos, España, Prusia y Austria se habían aliado contra la república
(1792-1802); más tarde lo hará también Rusia.
En ese momento en Francia los sectores revolucionarios burgueses
moderados, asustados por el rumbo de los acontecimientos, ponen freno a
la radicalización, dan un golpe de estado en 1794, acaban con “el Terror”
y establecen un orden burgués, dentro de la república, suprimiendo los
deseos más democráticos y participativos del pueblo.
De las filas del ejército popular han ido ganando protagonismo y
popularidad varios oficiales jóvenes. Uno de ellos, Napoleón Bonaparte,
que llega hasta ser general, apoyado por el pueblo y con hábiles
estratagemas políticas se convierte en cónsul en 1799 y en emperador en
1804, es decir, en amo de Francia y de su revolución domesticada. De este
modo, en doce años se ha pasado de una monarquía parlamentaria a una
república radical, y luego a un imperio burgués.
Napoleón extiende la revolución por Europa
La experiencia francesa ha tenido eco en muchos países europeos.
Napoleón, que se hace cargo de la situación, lleva sus ejércitos invencibles
desde Egipto a España , Alemania y Rusia, y consigue convertirse en el
amo de Europa, imponiendo una estructura continental basada en un
imperio francés que ha ampliado sus fronteras tradicionales y en una serie
de estados satélites, algunos de ellos gobernados por familiares o
generales fieles. La originalidad de Napoleón es que en los territorios
controlados introduce reformas legales que consagran las reformas
revolucionarias burguesas, incorporando a ellas las estructuras del Antiguo
Régimen.
El gobierno del Emperador Napoleón combina rasgos de gobierno
personal y dictatorial con medidas reformistas: laicidad, libertad individual
y de conciencia, Código Civil de 1804 (Código Napoleón),sistema de
medidas uniformes, sistema educativo estatal, administración centralizada,
respeto a los derechos de propiedad y escasa participación parlamentaria.
Puede considerarse esta forma de gobierno como un despotismo ilustrado
laico y burgués.
Napoleón consiguió derrotar a todos sus enemigos coaligados y en
1802 Gran Bretaña se vio obligada a firmar el tratado de Amiens. Pero, por
miedo al expansionismo del emperador, al año siguiente Gran Bretaña
vuelve a declarar la guerra a Francia, y consigue tener como aliados a
Austria, Suecia, Prusia y Rusia. Todos sus ejércitos son derrotados por los
ejércitos de Napoleón, que parecen invencibles. Conquistada Alemania,
suprime Napoleón lo que quedaba del Imperio Romano Germánico.
¿Estamos ante una nueva Europa?
Sólo Rusia y Gran Bretaña logran superar la estrategia
napoleónica. La campaña de Rusia de 1812 fue un fracaso estrepitoso, ya
que los franceses fueron vencidos por el duro invierno y por la estrategia
de retirada rusa dejando un territorio asolado. Gran Bretaña, por su parte,
seguía siendo dueña de los mares. Napoleón intentó impedir que el resto
de Europa comerciara con Gran Bretaña mediante un “bloqueo continental”.
Portugal, aliada tradicional de los británicos se negó a acatar las órdenes y
fue ocupada por tropas francesas. Pero toda la corte portuguesa de la reina
María y de su hijo el regente Juan VI pudieron escapar rumbo a la colonia
del Brasil, protegidos por la escuadra británica.
España fue uno de los países ocupados por Napoleón, quien depuso
a los Borbones y entronizó como rey a su propio hermano José I. Este
monarca, denostado por el pueblo español, comenzó la tarea de
modernización del estado desde 1808 y con él tuvo España su primera
constitución (la de Bayona). Sin embargo, careció de apoyos, salvo los de
algunos ilustrados.
Estallaron en varios puntos rebeliones populares anti-francesas que
contaron con el apoyo de fuerzas británicas. Además, en la ciudad de
Cádiz, sitiada por los franceses y protegida por la escuadra británica,
algunos representantes del pueblo establecieron un gobierno patriótico
legitimista y redactaron una Constitución, la de 1812, alternativa a la
constitución de Bayona pero, de todos modos, constitución liberal,
parlamentaria y reformista.
El Congreso de Viena intenta dar marcha atrás
Derrotado definitivamente Napoleón en Waterloo en 1815 y exilado a
la isla de Santa Elena, los representantes de las potencias vencedoras se
reunieron en Viena en 1814-1815. Allí desmontaron la estructura políticojurídica creada por Napoleón y restablecieron a los monarcas y soberanos
en sus tronos. De ese modo Francia y España recuperan a los Borbones,
Luis XVIII y Fernando VII.
Se reparten también territorios entre los estados, en Europa y en las
colonias americanas. Se afirma la soberanía española en sus colonias, que
habían iniciado procesos de independencia. Los ministros reunidos en
Viena preocupados por posibles estallidos liberales adoptan el compromiso
de un pacto anti-revolucionario, la llamada “Santa Alianza” ( Rusia,
Austria, Prusia, y luego Francia) dispuesta a enviar tropas de pacificación
allá donde fueren necesarias.
Oleada de revoluciones liberales en 1820, 1830, 1848
Pero, aunque la frase parezca una tontería, es difícil dar marcha atrás
en la historia. En diversos países de Europa , restablecidos los soberanos
“legítimos” en sus tronos, grupos de burgueses intentarán desde 1815, por
todo tipo de medios, poner fin a esa Restauración (que quiere eliminar las
reformas) e instaurar, en su lugar, el liberalismo político, con o sin
soberano. Cada nación, dicen, ha de tener una constitución escrita en que
quede consagrada la forma de estado, la soberanía nacional o popular y la
división de poderes. Los habitantes son ciudadanos libres, no súbditos de
un monarca, y deben participar en la vida política mediante el voto, el
sufragio. Las divisiones entre los liberales aparecen a la hora de decidir
quiénes pueden votar, si todos o sólo los de cierto nivel económico,
quiénes pueden ser elegidos y por qué tipo de sufragio.
La agitación liberal se manifiesta en conspiraciones, sociedades
secretas y logias, actividades de emigrados, y en contactos con generales
para conseguir el apoyo del ejército. Cuando la situación es favorable, el
ejército se lanza a la calle, se “pronuncia” por la libertad y las reformas,
con el apoyo necesario de las masas populares, que, sobre todo en las
grandes ciudades, sirven de carne de cañón para enfrentarse a las tropas
del monarca o a las que envía la Santa Alianza. Cuando las cosas van mal,
los liberales son encarcelados y expulsados del país.
Los liberales hablan en nombre del pueblo, pero defienden la
propiedad privada y la herencia. En algunos casos el liberalismo va unido al
nacionalismo, es decir, a una lucha por conseguir la autonomía política
para una cultura o etnia común. Y mientras tanto, como trasfondo, va
extendiéndose por el continente la revolución industrial
Revoluciones en España y Francia
Repuesto Fernando VII como rey absoluto, en 1820 triunfa en España
un golpe militar, el de Rafael de Riego, que hace que se instaure una
monarquía parlamentaria y liberal que aplica por vez primera la
constitución de 1812. El impacto de ese cambio de rumbo en la monarquía
de Fernando VII se extiende por Italia y llegará hasta Rusia. Otra
consecuencia de la revuelta española fue la aceleración de los procesos de
independencia de las colonias americanas, como luego veremos. Los
griegos, por su parte, inician una lucha contra el imperio otomano que
recibe apoyo de las potencias europeas y de los intelectuales románticos,
como lord Byron.
La experiencia liberal española duró sólo hasta 1823, porque las
tropas de la Santa Alianza devolvieron a Fernando VII a su poder absoluto.
Unos años más tarde, en 1830, la inestabilidad política de la
Restauración favorece una serie de revueltas en un contexto -o como
consecuencia inmediata- de crisis agrícolas e industriales, aumento de
precios, aumento del paro y descontento social. La insurrección liberal se
inicia en Francia en 1830, se extiende por toda Europa occidental y
consigue en algunos países la sustitución de los regímenes absolutistas
por otros, constitucionales moderados.
En 1848 se inicia en París otra oleada revolucionaria, en un nuevo
contexto de crisis económica. Sus protagonistas, la clase media aliada a los
trabajadores urbanos. Reivindican reformas radicales, como el sufragio
universal, el reconocimiento de la soberanía popular y la igualdad social.
En Francia se proclama la república y se establece el sufragio universal
(masculino). La revolución se extiende por toda Europa, amenazando la
estabilidad del imperio de los Habsburgo en Austria, Hungría, Croacia y
Chequia. En Italia los liberales establecen repúblicas.
La situación en Alemania también es turbulenta. En Frankfurt se
reúne un parlamento con el objetivo expreso de unificar Alemania.
Triunfan a medias: consiguen, por ejemplo que el emperador austriaco
abdique en su hijo y conceda una constitución liberal.
A mediados del siglo XIX puede decirse que a excepción de Rusia en
toda Europa se ha liquidado el feudalismo y se han establecido regímenes
parlamentarios con constituciones moderadas y sistemas electorales
censitarios. En Francia, Luis Napoleón, sobrino del depuesto emperador,
consigue ser elegido presidente de la República y, emulando a su tío, en
1862, mediante un plebiscito se convierte en emperador, Napoleón III. Su
imperio, que durará casi veinte años, fue una época dorada del triunfo
burgués conservador y una época de triunfo de la industrialización.
Las ideas nacionalistas
En varios países europeos, la ocupación por las tropas de Napoleón
despertó, como reacción frente a los invasores extranjeros, el nacionalismo
político, que se relaciona también con un movimiento cultural nuevo, el
romanticismo. El romanticismo se opone a la Ilustración y resalta los
valores del sentimiento, de la pasión, de lo individual. Identifica al pueblo
con su pasado histórico y destaca las diferencias trazadas por los siglos:
idiomas, tradiciones, costumbres. En Alemania, en Escocia, en Grecia o en
Cataluña se rechaza la pertenencia a una unidad política más amplia que
la del propio pueblo. Para el genovés Giuseppe Mazzini, hay una nación si
existe la voluntad de un pueblo de vivir en común con las mismas
instituciones; para los alemanes Herder o Fichte la nación es una fuerza
viva que se manifiesta a través de unos caracteres externos y hereditarios.
A la luz de las ideas románticas y nacionalistas existían en Europa
pueblos divididos, que pertenecían administrativamente a varios estados,
como los alemanes y los italianos, ya que parte de la península estaba
controlada por el imperio austriaco. Desde el Congreso de Viena habían
ido desarrollándose movimientos e ideologías unificadoras en los pueblos
germánicos e italianos. Por otra parte también puede explicarse la
unificación de Italia y de Alemania como una consecuencia de la
industrialización, del deseo de la burguesía de disponer de mercados
amplios, bien comunicados, con las mismas tarifas aduaneras.
Grecia, Bélgica, Italia, Alemania
Dos pueblos que consiguen su independencia en 1830 son los
griegos, que vencen a las tropas turcas con apoyo europeo, y Bélgica, que
se desgaja del Reino de los Países Bajos del que había formado parte
desde 1815 . En ambos casos se establecen monarquías constitucionales.
Moldavia y Valaquia, los “principados danubianos”, se separan del imperio
turco y forman el reino de Rumania en 1861.
En Italia el nacionalismo se plasma en rebeliones antiaustriacas en
la primera mitad de siglo y en el llamado “Risorgimento”, un movimiento
intelectual pro unificación apoyado por la burguesía, que quiere controlar
el proceso para evitar excesos revolucionarios. Entre 1859 y 1872 el
Piamonte asume el proyecto: es una monarquía italiana industrializada y
liberal situada en el norte. Allí el conde de Cavour, primer ministro del rey
Victor Manuel, consigue apoyo francés para derrotar a Austria, y así
incorpora a su reino la Lombardia austriaca y algunos estados del centro. El
revolucionario Garibaldi, por su parte, conquista Nápoles y Sicilia, expulsa
del trono a los Borbones e incorpora la región al reino del Piamonte.
Queda entonces el problema de las tierras del centro de la península,
los estados pontificios de los que es soberano el papa, que no desea en
absoluto la incorporación al reino del norte, y que está protegido por
tropas francesas. Después de la conquista de Roma por tropas del
Piamonte en 1870, cerrando el ciclo unificador, el Papa excomulga al
monarca del nuevo reino de Italia, Victor Manuel. La toma de Roma provoca
también la indignación de los católicos y la convocatoria de un concilio, el
Vaticano I, en el que se proclamará el dogma de la infalibilidad pontificia.
El Congreso de Viena de 1815 había restablecido como recuerdo del
viejo imperio medieval, una Confederación Germánica, formada por treinta
y ocho estados, los más poderosos de los cuales eran Prusia al norte y
Austria-Hungria al sur. Prusia, país industrializado, creó en 1834 una
unión aduanera con los estados septentrionales, con el beneplácito de la
burguesía y también de la nobleza terrateniente. Mediante una
combinación de astutas maniobras, intrigas y guerras, Bismarck, canciller
del rey Guillermo I consigue vencer a Dinamarca (con apoyo austríaco) a la
que arrebata los ducados de Schleswig y Holstein, vencer a Austria en la
batalla de Sadowa (1866) y crear una Confederación Alemana del Norte, un
estado federal presidido por Prusia del que se excluye a Austria.
Pretextando un incidente diplomático, en 1870 Prusia declara la
guerra al imperio francés, y consigue que los demás estados alemanes se
alíen con ella y compartan su guerra y su victoria. Porque el ejército de
Napoleón III es vencido y el emperador es hecho prisionero. En París se
proclama la República Francesa, las tropas prusianas se acercan a la capital
de Francia, donde estalla una insurrección popular, “la Comuna de París”.
Los rebeldes, entre ellos obreros revolucionarios, asumen el gobierno,
introducen mejoras laborales y establecen un modelo de cooperación y
participación democrática.
Los “communards” son masacrados por tropas prusianas y francesas
de la recién nacida República. Y en el palacio de Versalles, se constituye el
Segundo Reich o segundo imperio alemán: veintiséis estados dominados
por Prusia.
En el corazón de Europa, junto a una Francia humillada, Prusia se ha
constituido en la potencia militar hegemónica, que ha unificado también
parte de los pueblos germánicos, pues al sur sigue el imperio austrohúngaro, que incluye también a Chequia, Eslovaquia y parte de la
península balcánica, verdadero mosaico de pueblos, idiomas, religiones y
formas de vida.
La Europa liberal de finales del siglo XIX
Hacia 1873, fecha en que se inicia una crisis del sistema
capitalista llamada "Gran Depresión", podemos considerar que existe una
Europa a dos velocidades: Por un lado una serie de gobiernos liberales,
moderados, en que los burgueses industriales han pactado con la
burguesía terrateniente. Por otro lado una serie de países de estructura
feudal y estamental con pequeños enclaves industriales, como es el caso
del imperio ruso o el turco.
Entre los primeros existen monarquías constitucionales en Suecia,
Dinamarca, Holanda, Bélgica y Gran Bretaña, donde la reina Victoria,
emperatriz de la India, predomina una época de burguesía dorada, de
control social, de turno de partidos en el poder, los liberales (whigs) y los
conservadores (tories). En la Alemania unificada de Guillermo I de Prusia
una constitución garantiza el sufragio universal masculino pero los
procesos electorales favorecen a los terratenientes; el parlamento no puede
controlar las actuaciones del monarca ni de su primer ministro.
En España la monarquía burguesa y moderada de Isabel II terminó
con una revolución, la de 1868. En 1873 gobierna el país Amadeo I, un
monarca liberal de origen piamontés, pero en ese mismo año se retira de la
escena política y una República (la Primera República Española) intentará
abrirse paso, con dificultades. Tantas -entre otras, revueltas obreras y
federalistas y guerra carlista- que las clases burguesas y los terratenientes
optarán de nuevo por la monarquía constitucional en la figura del hijo de la
reina depuesta, Alfonso XII, que inicia su reinado en 1875.
La clase obrera, el movimiento obrero
Se denomina, en su conjunto, “movimiento obrero” a las respuestas
diversas y a veces contradictorias de un nuevo sector de la población, los
obreros industriales, a los problemas, la explotación y las injusticias
causados por la industrialización y por el capitalismo. En un largo proceso
de lucha y toma de conciencia los obreros se darán cuenta de que
constituyen una clase social nueva con intereses comunes.
La dureza de las condiciones de trabajo era habitual en los primeros
años de la revolución industrial en toda Europa. Los campesinos se
convertían en obreros ligados a las máquinas, encerrados con ellas gran
parte del día. Las largas jornadas y bajos salarios provocaron deserciones y
revueltas en que los obreros destrozaban máquinas, consideradas las
culpables de su desgracia, denominadas movimientos luditas por el
nombre de un tejedor inglés, Ludd. La legislación liberal prohibía la
asociación de obreros, por considerarla contraria a la libertad de
contratación del individuo.
Desde 824 van apareciendo en diversos países sociedades de ayuda
mutua y beneficencia, y también asociaciones de obreros del mismo oficio
(“trade unions” o sindicatos); hacia 1830 en Inglaterra esas asociaciones se
unen formando la Grand National, una federación de "trade unions" que
llegará a contar con medio millón de afiliados. El obrero necesitaba ante
todo protección frente el paro, la enfermedad o el accidente, alimentación
y vivienda apropiada, escuela para sus hijos y la sociedad tradicional no
solucionaba los problemas más que con paños calientes de obras
caritativas. La presión laboral y la incapacidad del pensamiento tradicional
de explicar y mejorar la situación explica la difusión del alcoholismo o de
la violencia hacia la mujer.
Los partidos políticos en el poder no daban respuesta a los
problemas reales de obrero. Algunos proponían soluciones de tipo
“democrático”, como la extensión del voto. En Inglaterra el movimiento
“cartista” fue una alternativa importante; defendía una Carta del Pueblo con
reformas que proponían llevar al parlamento.
Socialistas utópicos y marxismo
Pero, ¿era ese el camino para superar las miserias de la condición
obrera? ¿Era inevitable que la ley de la oferta y la demanda y el hecho de
que el trabajo humano fuera un factor de producción más, condenara a los
obreros a la inseguridad? Algunos pensadores propusieron soluciones
alternativas al capitalismo, mundos mejores en que el trabajo industrial no
significara necesariamente violencia y explotación. Se les denomina
“socialistas utópicos”. Entre ellos Owen, fabricante de algodón, imaginó y
fundó una fábrica en Escocia con jornadas más reducidas, mejores salarios,
cooperativas de consumo y escuelas para los hijos de obreros. SaintSimon, noble francés, propuso un sistema de talleres cooperativos, con
escuelas y asistencia médica; Fourier llegó a imaginar un mundo feliz, con
células sociales denominadas falansterios, a modo de comunidades de
producción y consumo en que la relaciones sociales y el trabajo serían
armónicas.
Para los alemanes Karl Marx y Friedrich Engels, cuyo opúsculo “El
manifiesto comunista” aparece en 1848, el año de la oleada revolucionaria,
más que proponer alternativas indagan en las razones profundas de la
explotación, la historia y la génesis del capitalismo industrial. Para ello
había que aplicar el método de análisis que llamaron materialismo
histórico. En síntesis, la clave para entender las sociedades humanas es la
manera como cada sociedad organizar la producción y los intercambios; si
se alteran aspectos clave de la organización económica se provocan
cambios importantes en la estructura social. El motor de los cambios
históricos es la contradicción y el antagonismo entre las clases sociales
debido a su situación relativa respecto a los medios de producción: unos
son los dominantes y otros los dominados. En el pasado hubo propietarios
y esclavos; luego señores feudales y siervos, y por último burgueses y
proletarios; esta es la clave fundamental que explica la sociedad del siglo
XIX, y no la mayor o menor extensión del sufragio o el mayor o menor
grado de democracia política.
La solución del problema obrero, pues, a largo plazo, estriba en que
la clase oprimida, el proletariado, venza a la burguesía e instaure un nuevo
orden en el que desaparezcan las contradicciones de clase, una sociedad
ideal en que todos sean iguales, sociedad que Marx denomina comunismo.
Para llegar a esa sociedad habrá que pasar sin duda por una etapa
socialista y por una dictadura del proletariado.
Alternativas de lucha sindical y política
Claro que aunque al obrero pueda alegrarle saber que en un día no
muy lejano llegará la revolución social, lo que quiere son conseguir
mejoras concretas de su miseria presente, soluciones a corto plazo. Para
ello puede continuar la labor de las sociedades de apoyo mutuo o los
sindicatos, y también puede aprovechar la fuerza de la solidaridad obrera
nacional y también internacional. Además, puede aprovechar en beneficio
propio los recursos del propio estado burgués liberal. Es posible formar
partidos obreros, que lleven a los parlamentos a representantes del pueblo
para que, desde allí, promulguen leyes beneficiosas. Para ello habría que
ampliar el sufragio, habría que permitir que todos (los varones) puedan
votar. Otro instrumento poderoso de acción obrera es la huelga, el paro
laboral para exigir reformas concretas. Y, claro, otro instrumento es la
educación del obrero, la toma de conciencia de su papel en la historia.
Frente a las ideas de los “marxistas” o “socialistas”, otros
pensadores, que se denominarán “anarquistas”, partiendo de un análisis
similar de la sociedad industrial capitalista, propondrán en contraposición
a las ideas socialistas el alejamiento de la política, la actuación sindical o
revolucionaria directa. Porque aceptar el parlamentarismo significa para
ellos aceptar la farsa de la seudo-representación ciudadana, es decir,
aceptar las reglas de juego de los burgueses. El ideal a perseguir debe ser
una sociedad sin autoridad ni coacción del hombre sobre el hombre, una
sociedad sin patronos ni policías, sin ejército, una sociedad de comunas
asociadas, de cooperativas de producción y consumo. Proponen los
anarquistas el control de los medios de producción, la supresión de la
propiedad privada y la colectivización de todos los bienes. La ideología
anarquista se plasma a lo largo de los siglos XIX y XX en formas de acción
muy diversa, desde el anarco-sindicalismo a la actuación de grupos
terroristas.
En 1864 se fundaba en Londres una Asociación Internacional de
Trabajadores, con representantes de varios países europeos y americanos.
El fracaso de la Comuna de París y la persecución de los
“internacionalistas” acusados de instigar aquella revuelta inicia un declive
de su influencia; además, los anarquistas salen de la Asociación. Los
sindicatos y asociaciones obreras locales y profesionales, en sus diversas
formas, son sin embargo un hecho establecido a finales de siglo, así como
los Partidos Socialistas; el primero fue el alemán fundado en 1875. Y en
1889 nace en París una Segunda Asociación Internacional, que en realidad
era una asociación de sindicatos y partidos socialistas. Más adelante
veremos su evolución.
Bueno. Una vez leído el capítulo he decidido enviárselo a Sai
Long y a Orestes, el colombiano. Porque, veamos, nos guste o
no nos guste, las ideas de Marx, el socialismo, triunfarán luego
en la China durante la mayor parte del siglo XX! Y las ideas de
Marx también han sido muy importantes en América!
El concepto de parlamentarismo, democracia, liberalismo… ¿lo
inventamos los europeos y lo exportamos a todo el mundo? No
lo tengo muy claro, pero, si es verdad que hemos creado
modelos de comportamiento político, ¿tenemos que
avergonzarnos de ellos?
Preguntaré a Sai Long y al colombiano, pero también habría que
hacerlo a estudiantes de Marruecos, de Mali, de Camboya, de
Túnez o de las islas Fiji.
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