La verdad, me da un poco de vergüenza enviar este capítulo al profesor Sai Long o al profesor colombiano, a Orestes. A ver si me entendéis. Os lo digo con toda sinceridad: se trata de una parte de la historia de Europa, no de Asia, ni de Africa ni de América. Bien. Pero -¡eso es lo grave!- nosotros, los europeos, pretendemos que lo que pasó aquí, en esta región pequeñita del mundo, ha tenido consecuencias, efectos, como queráis, en TODO el mundo. -¿Será verdad? Por de pronto, vamos a estudiarlo. Vamos a ser cronistas, periodistas de lo que pasó aquí, en este espacio reducido del mundo. Luego lo analizaremos. Así que, tranquilos, y a hincar el diente. Capítulo VII UN CAPITULO DE HISTORIA EUROPEA: DE LA REVOLUCION FRANCESA A LA DERROTA DE NAPOLEON III Habíamos dejado para este capítulo la revolución francesa, separándola de la revolución de independencia de los Estados Unidos y de la llamada “revolución industrial”. Iniciada en 1789, las consecuencias de la Revolución Francesa se extienden –suele decirse- por todo el siglo XIX. Porque lo que parecía una mera revuelta parlamentaria se transformó en una experiencia radical de transformación política y social. En Francia, después de unos momentos muy revolucionarios se pasó a un régimen burgués moderado y luego a un imperio, el de Napoleón I, que continuó la extensión del ”modelo francés” por Europa y por el mundo. Derrotado el emperador francés por una coalición de potencias enemigas, en 1815 se intentó una “Restauración”, una vuelta en cada uno de los países europeos al absolutismo de derecho divino. Durante medio siglo en Europa se enfrentan conservadores y liberales y se producen varias revoluciones. Progresivamente, en algunos países los liberales consiguen el poder y desde él realizan una reforma del estado, desmantelan el sistema feudal e imponen regímenes parlamentarios. En la segunda mitad de este siglo XIX se extiende por los países avanzados un modelo común de estado burgués, centralista y moderado. En este capítulo cubrimos el periodo que transcurre entre 1789, inicio de la revolución francesa y 1870, final del imperio de Napoleón III, nieto del primer general de ese nombre. Analizaremos la evolución de la vida política, económica y social: tanto las luchas liberales y la construcción de estados parlamentarios como el desarrollo del nacionalismo, especialmente en Italia y Alemania, la evolución y extensión de la industrialización y del capitalismo y la emergencia del movimiento obrero y del socialismo. ¡Casi nada! Todas las raíces del mundo en que vivimos, podrán decir algunos. Y dejamos para otro capítulo el impacto del capitalismo europeo en el mundo, la superación de las fronteras del viejo continente para ver qué pasa en América y Asia, y para ver el reparto del mundo por las principales potencias (europeas, claro). El preámbulo del siglo XIX: la Revolución Francesa En el siglo XVIII la estructura social de los países europeos ocultaba un tenso equilibrio en el que las periódicas crisis de subsistencias ocasionaban malestar y revueltas. En Francia la monarquía, absolutista pero ilustrada, intentó llevar a cabo una reforma fiscal, para conseguir más recursos con que costear los gastos bélicos. Apeló a la contribución de los privilegiados, estamentos que hasta entonces habían quedado exentos de tributación. Los privilegiados se rebelan y solicitan la convocatoria de los “Estados Generales” -el equivalente de las Cortes en España- en que están representados los tres estamentos (nobleza, clero y “tercer estado”) y que no se habían reunido desde 1614. Reunidos los Estados Generales de Francia en 1789, el “tercer estado”, los burgueses, consiguen transformar esa representación tripartita en una única Asamblea Nacional Constituyente, es decir una asamblea encargada de redactar una constitución para Francia. Se apoyan para conseguir sus objetivos en las revueltas populares antifeudales que estallan por todas partes y sobre todo en París, donde las masas asaltan la prisión de La Bastilla (14 de julio de 1789). La Asamblea emprende la transformación de la monarquía absoluta en una monarquía constitucional. Promulga una Declaración de Derechos del Hombre en que, por lo menos sobre el papel, se consagra la libertad de conciencia, de propiedad y de expresión de todos los ciudadanos. Otras medidas renovadoras de la Asamblea fueron la abolición de la servidumbre -es decir, de la dependencia feudal-, la confiscación de las propiedades de la iglesia y la supresión de títulos hereditarios. La Constitución que se acuerda en 1791 establece el sufragio censitario (es decir, en el que sólo participan los ricos, los que tienen “censo”) y la división de poderes. El trasfondo social de la crisis de subsistencia explica una nueva oleada de miseria y de malestar rural que lleva a los campesinos a asaltar y destruir propiedades nobiliarias. Los franceses revolucionarios sin rey El rey Luis XVI, asustado, se pone en acción e intenta conseguir el apoyo de los monarcas europeos para que intervengan, y acallen a sus súbditos franceses díscolos. Descubierto ese proyecto, el rey es procesado y ejecutado en enero de 1793. Francia se convierte en una república. Ante este hecho, que consideran una provocación, las monarquías europeas declaran la guerra a los republicanos franceses. Temen el triunfo de la revolución en Francia y temen también posibles contagios en sus territorios. Ante la amenaza exterior, en Paris asume el poder un “Comité de Salvación Pública” dirigido por Robespierre que emprende reformas radicales, y crea un ejército nacional popular, para vencer a los enemigos reaccionarios. Para cerrar filas en torno a la revolución, se persigue y se ejecuta sin grandes miramientos a supuestos enemigos de la revolución, a nobles y miembros del clero. Es la “época del Terror”, de 1793-1794, en la que mueren unas 200.000 personas. Mientras tanto los ejércitos franceses, los “hijos de la Patria” vencen a los soldados de los ejércitos convencionales. Gran Bretaña, los Países Bajos, España, Prusia y Austria se habían aliado contra la república (1792-1802); más tarde lo hará también Rusia. En ese momento en Francia los sectores revolucionarios burgueses moderados, asustados por el rumbo de los acontecimientos, ponen freno a la radicalización, dan un golpe de estado en 1794, acaban con “el Terror” y establecen un orden burgués, dentro de la república, suprimiendo los deseos más democráticos y participativos del pueblo. De las filas del ejército popular han ido ganando protagonismo y popularidad varios oficiales jóvenes. Uno de ellos, Napoleón Bonaparte, que llega hasta ser general, apoyado por el pueblo y con hábiles estratagemas políticas se convierte en cónsul en 1799 y en emperador en 1804, es decir, en amo de Francia y de su revolución domesticada. De este modo, en doce años se ha pasado de una monarquía parlamentaria a una república radical, y luego a un imperio burgués. Napoleón extiende la revolución por Europa La experiencia francesa ha tenido eco en muchos países europeos. Napoleón, que se hace cargo de la situación, lleva sus ejércitos invencibles desde Egipto a España , Alemania y Rusia, y consigue convertirse en el amo de Europa, imponiendo una estructura continental basada en un imperio francés que ha ampliado sus fronteras tradicionales y en una serie de estados satélites, algunos de ellos gobernados por familiares o generales fieles. La originalidad de Napoleón es que en los territorios controlados introduce reformas legales que consagran las reformas revolucionarias burguesas, incorporando a ellas las estructuras del Antiguo Régimen. El gobierno del Emperador Napoleón combina rasgos de gobierno personal y dictatorial con medidas reformistas: laicidad, libertad individual y de conciencia, Código Civil de 1804 (Código Napoleón),sistema de medidas uniformes, sistema educativo estatal, administración centralizada, respeto a los derechos de propiedad y escasa participación parlamentaria. Puede considerarse esta forma de gobierno como un despotismo ilustrado laico y burgués. Napoleón consiguió derrotar a todos sus enemigos coaligados y en 1802 Gran Bretaña se vio obligada a firmar el tratado de Amiens. Pero, por miedo al expansionismo del emperador, al año siguiente Gran Bretaña vuelve a declarar la guerra a Francia, y consigue tener como aliados a Austria, Suecia, Prusia y Rusia. Todos sus ejércitos son derrotados por los ejércitos de Napoleón, que parecen invencibles. Conquistada Alemania, suprime Napoleón lo que quedaba del Imperio Romano Germánico. ¿Estamos ante una nueva Europa? Sólo Rusia y Gran Bretaña logran superar la estrategia napoleónica. La campaña de Rusia de 1812 fue un fracaso estrepitoso, ya que los franceses fueron vencidos por el duro invierno y por la estrategia de retirada rusa dejando un territorio asolado. Gran Bretaña, por su parte, seguía siendo dueña de los mares. Napoleón intentó impedir que el resto de Europa comerciara con Gran Bretaña mediante un “bloqueo continental”. Portugal, aliada tradicional de los británicos se negó a acatar las órdenes y fue ocupada por tropas francesas. Pero toda la corte portuguesa de la reina María y de su hijo el regente Juan VI pudieron escapar rumbo a la colonia del Brasil, protegidos por la escuadra británica. España fue uno de los países ocupados por Napoleón, quien depuso a los Borbones y entronizó como rey a su propio hermano José I. Este monarca, denostado por el pueblo español, comenzó la tarea de modernización del estado desde 1808 y con él tuvo España su primera constitución (la de Bayona). Sin embargo, careció de apoyos, salvo los de algunos ilustrados. Estallaron en varios puntos rebeliones populares anti-francesas que contaron con el apoyo de fuerzas británicas. Además, en la ciudad de Cádiz, sitiada por los franceses y protegida por la escuadra británica, algunos representantes del pueblo establecieron un gobierno patriótico legitimista y redactaron una Constitución, la de 1812, alternativa a la constitución de Bayona pero, de todos modos, constitución liberal, parlamentaria y reformista. El Congreso de Viena intenta dar marcha atrás Derrotado definitivamente Napoleón en Waterloo en 1815 y exilado a la isla de Santa Elena, los representantes de las potencias vencedoras se reunieron en Viena en 1814-1815. Allí desmontaron la estructura políticojurídica creada por Napoleón y restablecieron a los monarcas y soberanos en sus tronos. De ese modo Francia y España recuperan a los Borbones, Luis XVIII y Fernando VII. Se reparten también territorios entre los estados, en Europa y en las colonias americanas. Se afirma la soberanía española en sus colonias, que habían iniciado procesos de independencia. Los ministros reunidos en Viena preocupados por posibles estallidos liberales adoptan el compromiso de un pacto anti-revolucionario, la llamada “Santa Alianza” ( Rusia, Austria, Prusia, y luego Francia) dispuesta a enviar tropas de pacificación allá donde fueren necesarias. Oleada de revoluciones liberales en 1820, 1830, 1848 Pero, aunque la frase parezca una tontería, es difícil dar marcha atrás en la historia. En diversos países de Europa , restablecidos los soberanos “legítimos” en sus tronos, grupos de burgueses intentarán desde 1815, por todo tipo de medios, poner fin a esa Restauración (que quiere eliminar las reformas) e instaurar, en su lugar, el liberalismo político, con o sin soberano. Cada nación, dicen, ha de tener una constitución escrita en que quede consagrada la forma de estado, la soberanía nacional o popular y la división de poderes. Los habitantes son ciudadanos libres, no súbditos de un monarca, y deben participar en la vida política mediante el voto, el sufragio. Las divisiones entre los liberales aparecen a la hora de decidir quiénes pueden votar, si todos o sólo los de cierto nivel económico, quiénes pueden ser elegidos y por qué tipo de sufragio. La agitación liberal se manifiesta en conspiraciones, sociedades secretas y logias, actividades de emigrados, y en contactos con generales para conseguir el apoyo del ejército. Cuando la situación es favorable, el ejército se lanza a la calle, se “pronuncia” por la libertad y las reformas, con el apoyo necesario de las masas populares, que, sobre todo en las grandes ciudades, sirven de carne de cañón para enfrentarse a las tropas del monarca o a las que envía la Santa Alianza. Cuando las cosas van mal, los liberales son encarcelados y expulsados del país. Los liberales hablan en nombre del pueblo, pero defienden la propiedad privada y la herencia. En algunos casos el liberalismo va unido al nacionalismo, es decir, a una lucha por conseguir la autonomía política para una cultura o etnia común. Y mientras tanto, como trasfondo, va extendiéndose por el continente la revolución industrial Revoluciones en España y Francia Repuesto Fernando VII como rey absoluto, en 1820 triunfa en España un golpe militar, el de Rafael de Riego, que hace que se instaure una monarquía parlamentaria y liberal que aplica por vez primera la constitución de 1812. El impacto de ese cambio de rumbo en la monarquía de Fernando VII se extiende por Italia y llegará hasta Rusia. Otra consecuencia de la revuelta española fue la aceleración de los procesos de independencia de las colonias americanas, como luego veremos. Los griegos, por su parte, inician una lucha contra el imperio otomano que recibe apoyo de las potencias europeas y de los intelectuales románticos, como lord Byron. La experiencia liberal española duró sólo hasta 1823, porque las tropas de la Santa Alianza devolvieron a Fernando VII a su poder absoluto. Unos años más tarde, en 1830, la inestabilidad política de la Restauración favorece una serie de revueltas en un contexto -o como consecuencia inmediata- de crisis agrícolas e industriales, aumento de precios, aumento del paro y descontento social. La insurrección liberal se inicia en Francia en 1830, se extiende por toda Europa occidental y consigue en algunos países la sustitución de los regímenes absolutistas por otros, constitucionales moderados. En 1848 se inicia en París otra oleada revolucionaria, en un nuevo contexto de crisis económica. Sus protagonistas, la clase media aliada a los trabajadores urbanos. Reivindican reformas radicales, como el sufragio universal, el reconocimiento de la soberanía popular y la igualdad social. En Francia se proclama la república y se establece el sufragio universal (masculino). La revolución se extiende por toda Europa, amenazando la estabilidad del imperio de los Habsburgo en Austria, Hungría, Croacia y Chequia. En Italia los liberales establecen repúblicas. La situación en Alemania también es turbulenta. En Frankfurt se reúne un parlamento con el objetivo expreso de unificar Alemania. Triunfan a medias: consiguen, por ejemplo que el emperador austriaco abdique en su hijo y conceda una constitución liberal. A mediados del siglo XIX puede decirse que a excepción de Rusia en toda Europa se ha liquidado el feudalismo y se han establecido regímenes parlamentarios con constituciones moderadas y sistemas electorales censitarios. En Francia, Luis Napoleón, sobrino del depuesto emperador, consigue ser elegido presidente de la República y, emulando a su tío, en 1862, mediante un plebiscito se convierte en emperador, Napoleón III. Su imperio, que durará casi veinte años, fue una época dorada del triunfo burgués conservador y una época de triunfo de la industrialización. Las ideas nacionalistas En varios países europeos, la ocupación por las tropas de Napoleón despertó, como reacción frente a los invasores extranjeros, el nacionalismo político, que se relaciona también con un movimiento cultural nuevo, el romanticismo. El romanticismo se opone a la Ilustración y resalta los valores del sentimiento, de la pasión, de lo individual. Identifica al pueblo con su pasado histórico y destaca las diferencias trazadas por los siglos: idiomas, tradiciones, costumbres. En Alemania, en Escocia, en Grecia o en Cataluña se rechaza la pertenencia a una unidad política más amplia que la del propio pueblo. Para el genovés Giuseppe Mazzini, hay una nación si existe la voluntad de un pueblo de vivir en común con las mismas instituciones; para los alemanes Herder o Fichte la nación es una fuerza viva que se manifiesta a través de unos caracteres externos y hereditarios. A la luz de las ideas románticas y nacionalistas existían en Europa pueblos divididos, que pertenecían administrativamente a varios estados, como los alemanes y los italianos, ya que parte de la península estaba controlada por el imperio austriaco. Desde el Congreso de Viena habían ido desarrollándose movimientos e ideologías unificadoras en los pueblos germánicos e italianos. Por otra parte también puede explicarse la unificación de Italia y de Alemania como una consecuencia de la industrialización, del deseo de la burguesía de disponer de mercados amplios, bien comunicados, con las mismas tarifas aduaneras. Grecia, Bélgica, Italia, Alemania Dos pueblos que consiguen su independencia en 1830 son los griegos, que vencen a las tropas turcas con apoyo europeo, y Bélgica, que se desgaja del Reino de los Países Bajos del que había formado parte desde 1815 . En ambos casos se establecen monarquías constitucionales. Moldavia y Valaquia, los “principados danubianos”, se separan del imperio turco y forman el reino de Rumania en 1861. En Italia el nacionalismo se plasma en rebeliones antiaustriacas en la primera mitad de siglo y en el llamado “Risorgimento”, un movimiento intelectual pro unificación apoyado por la burguesía, que quiere controlar el proceso para evitar excesos revolucionarios. Entre 1859 y 1872 el Piamonte asume el proyecto: es una monarquía italiana industrializada y liberal situada en el norte. Allí el conde de Cavour, primer ministro del rey Victor Manuel, consigue apoyo francés para derrotar a Austria, y así incorpora a su reino la Lombardia austriaca y algunos estados del centro. El revolucionario Garibaldi, por su parte, conquista Nápoles y Sicilia, expulsa del trono a los Borbones e incorpora la región al reino del Piamonte. Queda entonces el problema de las tierras del centro de la península, los estados pontificios de los que es soberano el papa, que no desea en absoluto la incorporación al reino del norte, y que está protegido por tropas francesas. Después de la conquista de Roma por tropas del Piamonte en 1870, cerrando el ciclo unificador, el Papa excomulga al monarca del nuevo reino de Italia, Victor Manuel. La toma de Roma provoca también la indignación de los católicos y la convocatoria de un concilio, el Vaticano I, en el que se proclamará el dogma de la infalibilidad pontificia. El Congreso de Viena de 1815 había restablecido como recuerdo del viejo imperio medieval, una Confederación Germánica, formada por treinta y ocho estados, los más poderosos de los cuales eran Prusia al norte y Austria-Hungria al sur. Prusia, país industrializado, creó en 1834 una unión aduanera con los estados septentrionales, con el beneplácito de la burguesía y también de la nobleza terrateniente. Mediante una combinación de astutas maniobras, intrigas y guerras, Bismarck, canciller del rey Guillermo I consigue vencer a Dinamarca (con apoyo austríaco) a la que arrebata los ducados de Schleswig y Holstein, vencer a Austria en la batalla de Sadowa (1866) y crear una Confederación Alemana del Norte, un estado federal presidido por Prusia del que se excluye a Austria. Pretextando un incidente diplomático, en 1870 Prusia declara la guerra al imperio francés, y consigue que los demás estados alemanes se alíen con ella y compartan su guerra y su victoria. Porque el ejército de Napoleón III es vencido y el emperador es hecho prisionero. En París se proclama la República Francesa, las tropas prusianas se acercan a la capital de Francia, donde estalla una insurrección popular, “la Comuna de París”. Los rebeldes, entre ellos obreros revolucionarios, asumen el gobierno, introducen mejoras laborales y establecen un modelo de cooperación y participación democrática. Los “communards” son masacrados por tropas prusianas y francesas de la recién nacida República. Y en el palacio de Versalles, se constituye el Segundo Reich o segundo imperio alemán: veintiséis estados dominados por Prusia. En el corazón de Europa, junto a una Francia humillada, Prusia se ha constituido en la potencia militar hegemónica, que ha unificado también parte de los pueblos germánicos, pues al sur sigue el imperio austrohúngaro, que incluye también a Chequia, Eslovaquia y parte de la península balcánica, verdadero mosaico de pueblos, idiomas, religiones y formas de vida. La Europa liberal de finales del siglo XIX Hacia 1873, fecha en que se inicia una crisis del sistema capitalista llamada "Gran Depresión", podemos considerar que existe una Europa a dos velocidades: Por un lado una serie de gobiernos liberales, moderados, en que los burgueses industriales han pactado con la burguesía terrateniente. Por otro lado una serie de países de estructura feudal y estamental con pequeños enclaves industriales, como es el caso del imperio ruso o el turco. Entre los primeros existen monarquías constitucionales en Suecia, Dinamarca, Holanda, Bélgica y Gran Bretaña, donde la reina Victoria, emperatriz de la India, predomina una época de burguesía dorada, de control social, de turno de partidos en el poder, los liberales (whigs) y los conservadores (tories). En la Alemania unificada de Guillermo I de Prusia una constitución garantiza el sufragio universal masculino pero los procesos electorales favorecen a los terratenientes; el parlamento no puede controlar las actuaciones del monarca ni de su primer ministro. En España la monarquía burguesa y moderada de Isabel II terminó con una revolución, la de 1868. En 1873 gobierna el país Amadeo I, un monarca liberal de origen piamontés, pero en ese mismo año se retira de la escena política y una República (la Primera República Española) intentará abrirse paso, con dificultades. Tantas -entre otras, revueltas obreras y federalistas y guerra carlista- que las clases burguesas y los terratenientes optarán de nuevo por la monarquía constitucional en la figura del hijo de la reina depuesta, Alfonso XII, que inicia su reinado en 1875. La clase obrera, el movimiento obrero Se denomina, en su conjunto, “movimiento obrero” a las respuestas diversas y a veces contradictorias de un nuevo sector de la población, los obreros industriales, a los problemas, la explotación y las injusticias causados por la industrialización y por el capitalismo. En un largo proceso de lucha y toma de conciencia los obreros se darán cuenta de que constituyen una clase social nueva con intereses comunes. La dureza de las condiciones de trabajo era habitual en los primeros años de la revolución industrial en toda Europa. Los campesinos se convertían en obreros ligados a las máquinas, encerrados con ellas gran parte del día. Las largas jornadas y bajos salarios provocaron deserciones y revueltas en que los obreros destrozaban máquinas, consideradas las culpables de su desgracia, denominadas movimientos luditas por el nombre de un tejedor inglés, Ludd. La legislación liberal prohibía la asociación de obreros, por considerarla contraria a la libertad de contratación del individuo. Desde 824 van apareciendo en diversos países sociedades de ayuda mutua y beneficencia, y también asociaciones de obreros del mismo oficio (“trade unions” o sindicatos); hacia 1830 en Inglaterra esas asociaciones se unen formando la Grand National, una federación de "trade unions" que llegará a contar con medio millón de afiliados. El obrero necesitaba ante todo protección frente el paro, la enfermedad o el accidente, alimentación y vivienda apropiada, escuela para sus hijos y la sociedad tradicional no solucionaba los problemas más que con paños calientes de obras caritativas. La presión laboral y la incapacidad del pensamiento tradicional de explicar y mejorar la situación explica la difusión del alcoholismo o de la violencia hacia la mujer. Los partidos políticos en el poder no daban respuesta a los problemas reales de obrero. Algunos proponían soluciones de tipo “democrático”, como la extensión del voto. En Inglaterra el movimiento “cartista” fue una alternativa importante; defendía una Carta del Pueblo con reformas que proponían llevar al parlamento. Socialistas utópicos y marxismo Pero, ¿era ese el camino para superar las miserias de la condición obrera? ¿Era inevitable que la ley de la oferta y la demanda y el hecho de que el trabajo humano fuera un factor de producción más, condenara a los obreros a la inseguridad? Algunos pensadores propusieron soluciones alternativas al capitalismo, mundos mejores en que el trabajo industrial no significara necesariamente violencia y explotación. Se les denomina “socialistas utópicos”. Entre ellos Owen, fabricante de algodón, imaginó y fundó una fábrica en Escocia con jornadas más reducidas, mejores salarios, cooperativas de consumo y escuelas para los hijos de obreros. SaintSimon, noble francés, propuso un sistema de talleres cooperativos, con escuelas y asistencia médica; Fourier llegó a imaginar un mundo feliz, con células sociales denominadas falansterios, a modo de comunidades de producción y consumo en que la relaciones sociales y el trabajo serían armónicas. Para los alemanes Karl Marx y Friedrich Engels, cuyo opúsculo “El manifiesto comunista” aparece en 1848, el año de la oleada revolucionaria, más que proponer alternativas indagan en las razones profundas de la explotación, la historia y la génesis del capitalismo industrial. Para ello había que aplicar el método de análisis que llamaron materialismo histórico. En síntesis, la clave para entender las sociedades humanas es la manera como cada sociedad organizar la producción y los intercambios; si se alteran aspectos clave de la organización económica se provocan cambios importantes en la estructura social. El motor de los cambios históricos es la contradicción y el antagonismo entre las clases sociales debido a su situación relativa respecto a los medios de producción: unos son los dominantes y otros los dominados. En el pasado hubo propietarios y esclavos; luego señores feudales y siervos, y por último burgueses y proletarios; esta es la clave fundamental que explica la sociedad del siglo XIX, y no la mayor o menor extensión del sufragio o el mayor o menor grado de democracia política. La solución del problema obrero, pues, a largo plazo, estriba en que la clase oprimida, el proletariado, venza a la burguesía e instaure un nuevo orden en el que desaparezcan las contradicciones de clase, una sociedad ideal en que todos sean iguales, sociedad que Marx denomina comunismo. Para llegar a esa sociedad habrá que pasar sin duda por una etapa socialista y por una dictadura del proletariado. Alternativas de lucha sindical y política Claro que aunque al obrero pueda alegrarle saber que en un día no muy lejano llegará la revolución social, lo que quiere son conseguir mejoras concretas de su miseria presente, soluciones a corto plazo. Para ello puede continuar la labor de las sociedades de apoyo mutuo o los sindicatos, y también puede aprovechar la fuerza de la solidaridad obrera nacional y también internacional. Además, puede aprovechar en beneficio propio los recursos del propio estado burgués liberal. Es posible formar partidos obreros, que lleven a los parlamentos a representantes del pueblo para que, desde allí, promulguen leyes beneficiosas. Para ello habría que ampliar el sufragio, habría que permitir que todos (los varones) puedan votar. Otro instrumento poderoso de acción obrera es la huelga, el paro laboral para exigir reformas concretas. Y, claro, otro instrumento es la educación del obrero, la toma de conciencia de su papel en la historia. Frente a las ideas de los “marxistas” o “socialistas”, otros pensadores, que se denominarán “anarquistas”, partiendo de un análisis similar de la sociedad industrial capitalista, propondrán en contraposición a las ideas socialistas el alejamiento de la política, la actuación sindical o revolucionaria directa. Porque aceptar el parlamentarismo significa para ellos aceptar la farsa de la seudo-representación ciudadana, es decir, aceptar las reglas de juego de los burgueses. El ideal a perseguir debe ser una sociedad sin autoridad ni coacción del hombre sobre el hombre, una sociedad sin patronos ni policías, sin ejército, una sociedad de comunas asociadas, de cooperativas de producción y consumo. Proponen los anarquistas el control de los medios de producción, la supresión de la propiedad privada y la colectivización de todos los bienes. La ideología anarquista se plasma a lo largo de los siglos XIX y XX en formas de acción muy diversa, desde el anarco-sindicalismo a la actuación de grupos terroristas. En 1864 se fundaba en Londres una Asociación Internacional de Trabajadores, con representantes de varios países europeos y americanos. El fracaso de la Comuna de París y la persecución de los “internacionalistas” acusados de instigar aquella revuelta inicia un declive de su influencia; además, los anarquistas salen de la Asociación. Los sindicatos y asociaciones obreras locales y profesionales, en sus diversas formas, son sin embargo un hecho establecido a finales de siglo, así como los Partidos Socialistas; el primero fue el alemán fundado en 1875. Y en 1889 nace en París una Segunda Asociación Internacional, que en realidad era una asociación de sindicatos y partidos socialistas. Más adelante veremos su evolución. Bueno. Una vez leído el capítulo he decidido enviárselo a Sai Long y a Orestes, el colombiano. Porque, veamos, nos guste o no nos guste, las ideas de Marx, el socialismo, triunfarán luego en la China durante la mayor parte del siglo XX! Y las ideas de Marx también han sido muy importantes en América! El concepto de parlamentarismo, democracia, liberalismo… ¿lo inventamos los europeos y lo exportamos a todo el mundo? No lo tengo muy claro, pero, si es verdad que hemos creado modelos de comportamiento político, ¿tenemos que avergonzarnos de ellos? Preguntaré a Sai Long y al colombiano, pero también habría que hacerlo a estudiantes de Marruecos, de Mali, de Camboya, de Túnez o de las islas Fiji.