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Directora: Luisa del Rosario. Editor: Xoán M. Carreira. Diseño y mantenimiento: Mundoclasico.com
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Shostacovich imprescindible
Dmitri Shostacovich: Sinfonía nº 5 en Re menor, op. 47; Sinfonía nº 6 en Si menor, op. 54; Sinfonía nº
7 en Do mayor, op. 60; Sinfonía nº 8 en Do menor, op. 65; Sinfonía nº 10 en Mi menor, op. 93;
Sinfonía nº 11 en Sol menor “Año 1905”, op. 103; Sinfonía nº 12 en Re menor “Año 1917”, op. 112;
Sinfonía nº 15 en La mayor, op. 141; Oratorio “El canto de los bosques”, op. 81 (Vitaly Kilichevsky,
tenor; Ivan Petrov, bajo. Orquesta Sinfónica Estatal de la URSS. Coro Académico Estatal Ruso de l a
URSS. Coro de Niños del Colegio Coral de Moscú; Alexander Sveshnikov, director del coro). Orquesta
Filarmónica de Leningrado. Yevgueni Mravinski, director. Ingenieros de sonido: David Gaklin,
Svetlana Svetukhina, Ilya Grodzenski Nikolai Kustov, Igor Veprintsev, Gerhard Tses, Alexander
Grossmann, y Semyon Shugal. Seis discos compactos de 427 minutos de duración. Grabaciones
realizadas entre diciembre de 1949 y marzo de 1976 en diversos estudios y salas de concierto d e
Moscú y Leningrado. Melodiya MEL CD 10 00770 ADD STEREO/MONO. Distribuidor en España: Diverdi
Pablo-L. Rodríguez
Todos los 19 de enero se repite desde hace casi quince años
la misma escena frente a la tumba del gran director ruso
Yevgueni Mravinski (1903-1988). Varios ex-miembros de la
entonces Filarmónica de Leningrando le llevan flores y beben
vodka en su memoria. Son personas que no pueden olvidar lo
que sintieron tocando bajo su dirección y hablan de él con
pasión, afirmando cosas como que les cambió la vida o que
les convirtió en verdaderos músicos.
Quizá no haya mejor homenaje póstumo para un director de
orquesta que el recuerdo emocionado de los músicos de “su”
orquesta. Y es que pocos directores en la historia han tenido
una relación amorosa con una orquesta tan duradera como
Mravinski con la Filarmónica de Leningrado (hoy San
Petersburgo). Fueron prácticamente cincuenta años de vinculación a esta orquesta en los que
el director ruso modeló a su antojo esta estupenda agrupación. La orquesta llegó a sus manos
en septiembre de 1938, tras haber ocupado durante seis años un puesto de director de ballet en
el Teatro Mariinski. Era, por tanto, un director todavía joven e inexperto al que benefició la
política emprendida por las autoridades soviéticas en 1937 por la que se impedía a los
extranjeros continuar ocupando los principales cargos musicales. En este caso, el extranjero
afectado sería el director judío austriaco Fritz Stiedry.
Pero sus comienzos al frente de la Filarmónica de Leningrado no fueron fáciles. De hecho, la
orquesta tenía un nivel muy mermado, ya que los puestos se otorgaban en relación a la
fidelidad con el Partido más que por méritos musicales. No obstante, Mravinski fue un hombre
tenaz que, a pesar de no comulgar con los ideales soviéticos, supo no sólo construir una
orquesta legendaria, sino convertirse además en uno de los mejores directores del siglo XX.
Como es lógico, los extraordinarios resultados que conseguía al frente de su orquesta no
llegaban por arte de birlibirloque. La autoridad que le otorgó el Estado soviético como director
principal de la Filarmónica de Leningrado le permitió ejercer un poder absolutamente dictatorial
sobre cada uno de sus miembros. Con los años consiguió un conjunto envidiable a base de
hacer pruebas de acceso absolutamente terroríficas en las que cada candidato tocada a
primera vista y bajo su atenta mirada diez o doce fragmentos de enorme dificultad. Una vez
dentro de la orquesta, cada músico estaba sometido por completo a la autoridad férrea de
Mravinski, y podía resultar despedido tan sólo por llegar unos minutos tarde a un ensayo.
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Mravinski apenas se relacionaba con sus músicos. O, en todo caso, se relacionaba con muy
pocos miembros de su orquesta, siendo un grado de distinción el hecho de poderle dar los
buenos días. En una estupenda crítica, Ángel Mayo lo retrató con gran sentido del humor como
“el viejo señor de la limusina negra”, pues no se mezclaba con los músicos de su orquesta ni
siquiera en los viajes y giras. Por su parte, el actual concertino de la San Francisco Symphony,
Alexander Barantschik, que tocó de joven en la orquesta de Mravinski lo califica como “alguien
indiscutible. Un dios”.
Ese halo divino que tenía Mravinski puede verse en los pocos ensayos que de él se han
publicado comercialmente en DVD. No grita nunca y exhibe en todo momento un tono de voz
gentil, aunque con su miraba o su gesto lo dice todo y es suficiente un arqueo de su ceja para
dejar helado de terror a cualquier miembro de su orquesta. Con muy pocas palabras conseguía
siempre lo que quería y no le importaba repetir cien veces un pasaje o dividirlo en secciones
para conseguir el sonido limpio y preciso que buscaba. Era un perfeccionista empedernido y
sufría mucho por ello. De hecho, en una ocasión su primer asistente en Leningrado, Kurt
Sanderling, lo encontró llorando atemorizado en su camerino antes de salir a dirigir por el
simple hecho de que no estaba seguro de que las trompas entraran a la vez en un pasaje.
Paradójicamente no confiaba en la capacidad de sus músicos y se culpaba de todos los errores
que pudieran cometer.
Por esa razón sus ensayos eran épicos. No sólo por su duración, sino por su persistencia. De
hecho, ensayaba cada programa una semana entera, aunque la orquesta conociera las obras de
memoria. Por supuesto que ello resultaba aburrido para algunos músicos, si bien para otros
era la búsqueda continua de algo nuevo. Mravinski experimentaba continuamente con el tempo
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y con el balance hasta conseguir que cada interpretación en concierto fuese completamente
distinta a la anterior.
En cuanto al repertorio, Mravinski fue siempre un director exclusivamente sinfónico y de
gustos clásicos. Tenía un interés primordial en el gran repertorio germano del siglo XIX, es
decir, Beethoven, Schubert, Brahms o Wagner, al que añadía otros grandes nombres rusos
con Chaicovsqui a la cabeza. Pero cultivó también la música contemporánea y, desde luego, si
hubo un compositor decisivo en su duradero matrimonio con la orquesta de Leningrado, ése fue
Dmitri Shostacovich.
Para empezar, el nombramiento de Mravinski como titular de la Filarmónica de Leningrado en
1938 llegó como consecuencia del estreno que dirigió de la Sinfonía nº 5 de Shostacovich el 21
de noviembre de 1937. Tras ese concierto realizaría a comienzos de 1938 su primera grabación
con esa obra y el resultado de todo ello sería juzgado positivamente por las autoridades
soviéticas a la hora de investirle como nuevo director titular de la formación leningradiense.
Además de conseguir el puesto de Leningrado, el estreno de la Quinta de Shostacovich fue el
inicio de una gran amistad con el gran compositor soviético que, por entonces, pasaba uno de
sus momentos más difíciles con el régimen de Stalin. Tras el estreno de la Quinta vendría el de
la Sexta, el 21 de noviembre de 1939, y después el de la Octava, el 3 de noviembre de 1943,
que además le fue dedicada. A continuación colaboró con Shostacovich en la primera audición
de El canto de los bosques en noviembre de 1949 y también del Concierto para violín en octubre
de 1955, a los que seguiría el estreno de la Décima en noviembre de 1953 y una de las primeras
interpretaciones de la Undécima en noviembre de 1957. Tras ello, dirigiría el estreno del Primer
concierto para violonchelo en septiembre de 1959 y también de la Sinfonía nº 12 en octubre de
1961. Paradójicamente, la número trece fue la sinfonía de la discordia entre Shostacovich y
Mravinski, aunque después dirigiría una de las primeras interpretaciones de la Décimoquinta y
última sinfonía.
La amistad y relación entre Shostacovich y Mravinski fue estrecha pero también difícil. Y,
como algunas relaciones amorosas, no acabó del todo bien. En las memorias que
supuestamente dictó el compositor ruso a Solomon Volkov pueden leerse duras opiniones
sobre Mravinski como, por ejemplo, la que expresa en relación a la comprensión de sus
sinfonías: “He descubierto con asombro que el hombre que se considera a sí mismo el más
grande intérprete de mi música [se refiere a Mravinski] no la entiende en absoluto”.
El violinista de la Filarmónica de Leningrado Yarov Milkis, cuenta en la famosa monografía de
Elisabeth Wilson sobre Shostacovich la forma en la que Mravinski solía trabajar con el
compositor los estrenos de sus sinfonías. Según parece, ambos músicos se reunían para
trabajar con detenimiento las partituras y después Shostacovich estaba presente partitura en
mano y armado con un lápiz durante toda la semana de ensayos en la que se preparaba la
nueva obra. A veces había problemas entre ellos pues Mravinski consideraba erróneos algunos
pasajes que Shostacovich defendía como “errores deliberados”. Sin duda, uno de los puntos de
confrontación entre ambos era que mientras Mravinski buscaba una ejecución precisa, limpia y
clara, a Shostacovich le interesaban más otros aspectos de compresión de su música en los
que parece que el director no profundizaba lo suficiente.
Sea como fuere, lo cierto es que cualquier acercamiento a las sinfonías de Shostacovich es
incompleto si uno no conoce las grabaciones de Mravinski. Para ello, la monografía de Kenzo
Amoh y Franck Forman, Legacy of Yevgeni Mravinski (Tokyo, 1998), constituye un estupendo
cicerone para desenvolverse en el laberinto de grabaciones de Mravinski, en las que es muy
habitual encontrar innumerables errores de localización y datación. De hecho, el lanzamiento
de este nuevo cofre tampoco está libre de esos errores, aunque supone una muy grata noticia
por dos razones. Por un lado, porque supone el desembarco en el mercado internacional del
viejo sello estatal soviético Melodiya, ahora en manos privadas; y, por otro, porque nos
permite escuchar muchas joyas del legado fonográfico estatal de la antigua Unión Soviética
debidamente remasterizadas.
En este cofre de Mravinski, Melodiya incluye todas las sinfonías de Shostacovich que grabó el
gran director ruso con el curioso añadido la cantata patriótica El canto de los bosques. No
obstante, es un pena que no se haya incluido un CD más con el Primer concierto para violín y la
Obertura festiva, para disponer así de todas las obras de Shostacovich de las que hemos
conservado grabaciones de Mravinski.
A excepción de la Sinfonía ‘Leningrado’, de las demás se ha conservado más de un registro por
sinfonía, por lo que ha sido necesario seleccionar. Y la selección es ciertamente difícil con
Mravinski, pues los cambios de una grabación a otra pueden ser a veces muy importantes.
Empezando por la Quinta, hay que reconocer que la grabación de 1954 es quizá la más
equilibrada que realizó de esta sinfonía. No por casualidad fue realizada en un estudio de
Leningrado y cuenta con la ventaja de que es una de las versiones más precisas y musicales
que realizó, aunque carece de la espontaneidad de sus dos grabaciones de 1938 y también de la
madurez y experimentación de otras versiones posteriores. Como ejemplo de esto último
puede valer una mera comparación del comienzo del 'Allegro non troppo' final entre esta
grabación de 1954 y la realizada en directo y estéreo disponible de 1984 (editada en los años
noventa tanto por Erato, como por Icone y Leningrad Masters). Mientras que en la versión aquí
incluida de 1954 Mravinski respeta todas las indicaciones de la partitura, en la grabación
treinta años posterior adelanta un par de compases el accelerando del principio con lo que
consigue una fuerza que embriaga con una sola audición.
Como siempre, la mejor versión de una sinfonía dirigida por Mravinski es la conjunción de todas
las disponibles, ya que uno siempre encuentra algo interesante en todas sus interpretaciones.
Eso es lo que pasa con la Sexta aquí incluida -grabada en 1972- que, tras escucharla con
detenimiento, me ha convencido de que no sólo es superior en muchos aspectos a la otra que
ya conocía de 1965, sino que entre la dos conforman posiblemente la mejor grabación de esta
obra. Por ejemplo, en el 'Allegro' central nos encontramos algunas de las características
distintivas del Shostacovich de Mravinski con sus estupendos filarmónicos leningradienses. Me
refiero a esa precisión virtuosística y musical arrolladora en la cuerda, que además está
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perfectamente conjuntada con el resto de las secciones de la orquesta. La capacidad de
Mravinski por regular perfectamente el balance y la dinámica resulta mágica en algunos
momentos en los que parece esconder el sonido. Al mismo tiempo, la forma de tocar es muy
incisiva y cruda como resultado de la insistencia en la articulación pero también en el
tremendo poder sonoro que exhibe tanto la madera como el metal. El final del 'Presto' que
cierra esa sinfonía es absolutamente extraordinario y hasta se agradece que Melodiya haya
dejado los aplausos.
La Sinfonía 'Leningrado' es un problema en la discografía de Mravinski, pues tan sólo se ha
conservado un registro realizado en estudio de ella en 1953. No hay duda de que es una buena
versión, pero no tenemos la misma perspectiva para juzgarla que con otras sinfonías. De todas
formas, es posible que Mravinski no profundizase tanto en esta sinfonía como en las demás,
especialmente en relación a la que es, a mi juicio, su especialidad: la Octava. Como es bien
sabido, en esta sinfonía Shostacovich retrata los horrores de la Segunda Guerra Mundial y es
una obra muy ligada a Mravinski, no sólo por estarle dedicada y haberla estrenado, sino porque
nadie ha llegado tan hondo en su plasmación sonora. La versión que nos propone Melodiya es,
en este caso, una grata novedad. Hoy sus grabaciones más conocidas de esta sinfonía son de
las de 1960 y 1982, que fueron editadas en 1998 por BBC Legends y Philips respectivamente.
Asimismo, dos años antes, en 1996, salió al mercado en BMG la primera grabación de 1947
que realizó Mravinski en estudio de esta obra.
Por tanto, la grabación aquí incluida de 1961 de la Octava se publica por vez primera en CD, si
exceptuamos la edición japonesa de BMG de 1998. De nuevo, todas las versiones son
sumamente interesantes, especialmente las tres realizadas en vivo. En la grabación que nos
propone Melodiya de 1961 escuchamos a una Filarmónica de Leningrado al límite de sus
posibilidades técnicas y sonoras. A pesar de que la toma es monoaural podemos percibir con
facilidad el clima de estoicismo ante la barbarie que propone Mravinski en el 'Adagio-Allegro'
inicial. Los dos movimientos siguientes son de una precisión técnica y de una intensidad
sonora casi hiriente donde el director ruso se despacha a gusto con las dinámicas extremas
indicadas por Shostacovich. En este sentido, el comienzo del 'Allegro non troppo' constituye un
paradigma de orquesta entregada a la causa de director y uno siente a las cuerdas, las
maderas y metales al límite de presión, es decir, como si todo fuera a salir por los aires de un
momento a otro. Por el contrario, el cuarto movimiento nos muestra un Mravinski más
espiritual que consigue en este desnudo 'Largo' que los instrumentos suenen como verdaderos
espectros. La sinfonía se cierra con un 'Allegretto' que retoma toda la tensión pasada, pero
también esa sensación de paz y descanso que tiene la muerte con la que termina la obra, y que
Mravinski no sólo entiende a la perfección sino que además es capaz de transmitir.
De las otras cuatro sinfonías restantes, se incluyen en este cofre igualmente quizá las
versiones más acabadas de Mravinski. Así, de la Décima se ha seleccionado su última
grabación que, a pesar de su sonido monoaural, tiene una fuerza e intensidad asombrosa.
Muchos críticos prefieren la grabación en estudio de 1954, que quizá resulte más próxima
cronológicamente a la esencia de esta sinfonía, es decir, a la terrible descripción programática
que realiza Shostacovich del régimen de Stalin tras su muerte. Sin embargo, en las dos
grabaciones en vivo de 1976 encontramos ya una distancia con respecto a los hechos que
permite a Mravinski profundizar en esta música. De hecho, esta grabación de 1976 monoaural
es superior a la otra en estéreo, aunque entre ambas no haya más de un mes. En ella,
Mravinski no sólo es capaz de convertir en sonido la frustración que evoca el primer
movimiento sin perder un ápice de precisión dinámica y rítmica, sino que a continuación el
retrato de Stalin en el 'Allegro' resulta más grotesco que nunca o incluso el obsesivo vals del
'Allegretto', en donde se retrata a sí mismo (con la transcripción musical de sus iniciales
'DSCH'), suena ciertamente más cargado de ironía que de costumbre. No obstante, es en la
lucha entre los motivos de Stalin y Shostacovich del 'Andante-Allegro' final en donde Mravinski
junto a los músicos de su orquesta dan lo mejor de sí mismos desde todos los puntos de vista.
Está claro que la influencia de Mahler en la Décima es tan alta como en algunas sinfonías
anteriores y posteriores. Sin embargo, quien tenga in mente un Shostacovich de tintes
mahlerianos, como el de Karajan o Haitink, no disfrutará de entrada con el acercamiento de
Mravinski. Y es que el director ruso era un bruckneriano y straussiano estupendo, pero no tuvo
ningún interés por las sinfonías de Mahler. Por tanto, su Shostacovich es crudo y extremo, y
carece de cualquier remilgo o refinamiento vienés. Eso lo podemos comprobar con claridad en
las dos sinfonías “cinematográficas” de las que Mravinski era un consumado intérprete. Tanto
de la Undécima que retrata el terrible “Domingo sangriento” de 1905, como la Duodécima, que
se centra en la Revolución de octubre de 1917.
Para la Undécima se ha seleccionado la grabación en estudio de 1959, muy superior en
resultados a la realizada en vivo dos años atrás. La convicción de Mravinski se une aquí con
una capacidad increíble de los instrumentistas de la Filarmónica de Leningrado para sacar todo
lo que tiene de folclórico esta obra en medio de la barbarie sonora generalizada. De hecho, la
claridad y precisión que se consigue en esta sinfonía es igualmente sorprendente en la
Duodécima, donde uno siente una enorme coherencia en los cuatro movimientos que se
suceden uno tras otro sin pausas. De esta Sinfonía nº 12 se ha elegido el registro de 1961, que
fue la última grabación que realizó Mravinski en estudio. Se trata de una versión excepcional,
pero quizá suene más vívida la otra grabación disponible en vivo de 1984, que es además la
última grabación que se ha conservado del gran director ruso.
Se incluye también la habitual grabación de 1976 en vivo de la Décimoquinta, ya que la otra
versión conservada de esta sinfonía, también en vivo y de 1972, no se ha editado nunca en CD.
Mravinski, tras negarse a aceptar las sinfonías trece y catorce, añadió la última sinfonía de
Shostacovich a su repertorio, a pesar de su aire ligero y humorístico. El ambiente es en ella
completamente diferente a las anteriormente comentadas y de nuevo Mravinski es capaz de
combinar precisión con imaginación a la hora de retratar los ambientes propuestos por
Shostacovich, en donde encontramos un compendio de su obra unida a citas de Rossini y
Wagner o incluso evocaciones de Glinka y Mahler. Por lo demás, se ha incluido como relleno del
CD que incluye la Quinta la grabación subsiguiente al estreno de una de las cantatas patrióticas
de Shostacovich, El canto de los bosques, con la que se celebró el repoblamiento forestal
realizado por Stalin en el oeste de la entonces Unión Soviética, y cuyo estilo musical nada
tiene que ver con las sinfonías o los cuartetos coetáneos.
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La calidad sonora de las grabaciones de este cofre es ciertamente destacable. Se nota la
remasterización digital aplicada y todo suena mucho más limpio. No obstante, la calidad
sonora varía mucho de unas grabaciones a otras. Si exceptuamos la grabación de El canto de
los bosques, las cintas utilizadas están siempre en buen estado, aunque hay varias gamas de
sonido mono, debidas seguramente a que hay tomas realizadas con menos micrófonos como
las de la Séptima de 1953 y otras con más, como ocurre con la Quinta de 1954. Entre las
grabaciones en vivo hay algunas que no tienen una afortunada colocación de los micrófonos,
como ocurre con la Décima de 1976. Sin embargo, hay grabaciones estupendas como la
realizada por Semyon Shugal en 1976 de la Décimoquinta que tiene un sonido muy claro y
transparente en estéreo, aunque las toses del público resulten muy molestas, tal como ocurre
en la Sexta y otras grabaciones en directo.
La presentación es digna y cada CD va acompañado de una carpetilla en la que encontramos
notas en ruso con traducciones al inglés. En todas las carpetillas se incluye la misma biografía
de Mravinski de N. Grinev junto a notas específicas de cada obra, alguna de las cuales son
curiosamente anónimas. Sin embargo, lo peor de la información aportada son las confusiones
de ingenieros de sonido y de fechas y lugares de grabación que he intentado corregir a partir,
por supuesto, del fundamental estudio de Kenzo Amoh y Franck Forman sobre el legado
fonográfico de Mravinski, y que se relacionan a continuación.
12 de diciembre de 1949 en un estudio de [Moscú] (op. 81)
26 de febrero de 1953 en un estudio de Leningrado (op. 60)
[3 de abril de 1954] en un estudio de Leningrado (op. 47)
2 de febrero de 1959 en el Estudio Grande de la Radio de Moscú (op. 103)
25 de febrero de 1961 en la Gran Sala de la Filarmonía de Leningrado (op. 65)
Octubre de 1961 en el Estudio Grande de la Radio de Moscú (op. 112)
27 de enero de 1972 en la Gran Sala del Conservatorio de Moscú (op. 54).
31 de marzo de 1976 en la Gran Sala de la Filarmonía de Leningrado (op. 93)
26 de mayo de 1976 en la Gran Sala de la Filarmonía de Leningrado (op. 141)
Este texto fue publicado el 18.10.2005
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