SADE

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I. ¿QUIÉN FUÉ ÉL MARQUÉS DÉ
SADÉ?
*Francisco Hernández Echeverría
Primeros años. Cuando DONATIEN-ALPHONSE-FRANÇOIS DE SADE, nacía el 2 de junio de
1740 en París, “el totalitarismo, hijo del cardenal Richelieu, comenzaba a flaquear. Ya no
podía continuar sin dar una explicación, así que tomó a Descartes y a Leibnitz como pilares
que mostraban lógicamente que la nobleza y el clero eran el único camino en esta vida y la
obediencia a estos dos grupos la única entrada del Édén” (Álvarez, 1969: 10). Único heredero
de una de las familias nobles más antiguas de Aviñón, en la región de la Provenza, el pequeño
Marqués contaba entre sus antepasados a Hugues de Sade (o Hugues III), quien en 1325 se
desposó con Laura de Noves (o Laura Sade), la musa que Francesco Petrarca inmortalizó con
sus cantos; de ahí la razón por la que el futuro escritor siempre sintió exaltada admiración
por este poeta. Su padre, Jean-Baptiste, Conde de Sade, era un tipo culto, que así como se
dedicaba privadamente a la literatura, también gastaba parte de su fortuna en bailes y fiestas
de alta sociedad, persiguiendo a mujeres como Madame de Pompadour. Esta actividad viciosa
y libertina le hizo abandonar Provenza y dirigirse a París con el objetivo de disfrutar no solo
de las francachelas que la nobleza realizaba sino también de jóvenes chaperos callejeros1. Su
madre, Marie-Eléonore, era princesa de la familia Condé, vinculada a la rama menor de la
casa de Borbón, muy influyente en Francia.
Su primer compañero de juegos sería el príncipe Louis-Joseph de Borbón, pues siendo
todavía niño fue llevado a Provenza (1745-1746) para recibir la formación inicial de manos
de su tío paterno, Jacques François Paul Aldonce de Sade, titular de la abadía de Ebbreuil,
diócesis de Limoges, muy amigo de Voltaire y autor erudito de Mémoires pour la vie de
François Pétrarque (Memorias para la vida de Francisco Petrarca, 1764). Cabe mencionar que
el Abad de Sade era un hombre tan dedicado a los asuntos religiosos como al libertinaje,
proveyéndose de prostitutas cada noche.
El muchacho regresó a París en 1750 para ser instruido por los brillantes pedagogos jesuitas
del Collège Louis-le-Grand para, apenas cumplidos los 14 años, en 1754, se le destina a una
corta carrera militar, alistándose en la escuela preparatoria de caballería ligera, reservada a
los jóvenes de rancia nobleza. Tres años después, en calidad de subteniente del regimiento
1
El término “chapero” se utiliza para un prostituto que vende favores sexuales a otros hombres.
1
del Rey, participó en la Guerra de los Siete Años2. Su desempeño en esta campaña de Prusia
le hizo ganar las insignias correspondientes al grado de capitán de caballería. Pero entregado
al juego y a las mujeres en las guarniciones, según las costumbres de la época, le valieron
frecuentes divergencias con su padre y una pronta fama de libertino acreditado.
Abandonó el ejército y se regresó a París, frecuentando las casas de juego y los medios
teatrales. El padre intentó llevarle por el buen camino del matrimonio y en 1763 se
comprometió con una rica heredera, Mlle. Renée-Pélaguie Cordier de Launay de Montreuil,
hija mayor del presidente de la Cour des Aides (Tribunal Central en cuestión de impuestos)
de París. Sin embargo, mantenía al mismo tiempo una relación con Laure-Victorie de Lauris
en Aviñón, con la cual esperaba casarse. Además, Sade, de quien en realidad se había
enamorado era de Mlle. Anne-Porpère de Launay, hermana menor de Renée-Pélagie, la cual
había ingresado a un convento como canonesa, produciéndole esta determinación de la
familia un profundo despecho y tristeza. Con todo, se unió finalmente a Renée-Pelagie el 17
de mayo de 1763, con la que procreo tres hijos.
Algunos biógrafos afirman que Renée-Pelagie gozaba de una belleza extraordinaria, pero en
realidad era poco agraciada, y a pesar de que Sade sabía que su mujer sentía por él verdadera
pasión, no abandonó sus antiguos hábitos desordenados. A los pocos meses de matrimonio
es encarcelado en Vincennes por “desenfreno exagerado”, y luego puesto en libertad por
orden real, pero obligado a residir en Normandía en el castillo de Echauffour, propiedad de
sus suegros. A partir de ese momento, Sade comenzaría sus escaramuzas con la Justicia.
En los primeros días de mayo de 1764 se le autorizó trasladarse a Dijon, con el fin de recibir
del Parlamento de Borgoña el cargo de lugarteniente general de las provincias de Bresse,
Bugey, Valromey y Gex, que su padre había cedido. En esta asamblea pronunciaría un
discurso que ha sido conservado como parte de sus textos juveniles. A la muerte de su padre,
en 1767, hereda el título de Conde. No obstante prefirió firmar muchas de sus obras con el
título que tenía antes de la muerte del jefe de familia. Vuelve durante algún tiempo al servicio
militar como capitán, pero atrae de nuevo la atención de la policía debido a sus escandalosas
fiestas, las cuales llegan a su punto crítico el 3 de abril de 1768, con la denuncia que interpone
una mendiga llamada Rose Keller, quien lo acusa de haberla llevado al célebre castillo de
Arcueil, l’Aumônerie, para obligarla bárbaramente a realizar ciertas prácticas erótico-sádicas.
Esto motiva su detención y confinamiento en el castillo de Saumur, y luego en la cárcel de
Pierre-Encise, cerca de Lyon, pero, al cabo de seis semanas, el rey lo pone de nuevo en libertad
a condición de que resida en sus posesiones de La Coste (en Provenza). Mas en realidad, antes
2
Se denomina Guerra de los Siete Años a la serie de conflictos internacionales desarrollados entre 1756 y 1763, para establecer el
control sobre Silesia y por la supremacía colonial de América del Norte e India. Tomaron parte, por un lado, Prusia, Hannover y
Gran Bretaña, junto a sus colonias americanas y su aliado Portugal tiempo más tarde; y por otra parte, Sajonia, Austria, Francia,
Rusia, Suecia y España, esta última a partir de 1761. Se producía un cambio de coaliciones con respecto a la Guerra de Sucesión
Austriaca si bien el conflicto de Silesia y la pugna francobritánica siguen siendo las claves.
2
de regresar a reunirse con su mujer en el palacio de La Coste, el Marqués vuelve a París, reside
algún tiempo en los Países Bajos (1769), y sirve en el regimiento de Borgoña estacionado en
Poitou (1770).
Condenado a muerte. El 27 de junio de 1772 ocurrirá otro escándalo que hará de Sade ya una
leyenda consumada. El Marqués, junto con su criado Latour, organiza en Marsella una orgía
con cinco mujerzuelas. Una de las mozas de partido, indispuesta por la ingestión de grageas
de cantárida3, le acusa de intento de envenenamiento. Se decreta su captura y el Parlamento
de Aix, Marsella, le condena a muerte en rebeldía por el crimen de sodomía 4 e intento de
envenenamiento y Sade es quemado en efigie5. Pero Sade logra seducir y convertir en su
amante a su cuñada monja, Mlle. de Launay, y huyen hacia Génova para recorrer las
principales ciudades italianas; con esto, lograba por fin consumar la loca pasión que sentía
hacia ella. La monja moriría poco después.
Esta relación con Anne-Propère le procuró la implacable enemistad de su suegra, mujer de
carácter dinámico y autoritario, quien logró obtener una lettre de cachet (carta sellada con el
sello real) para detener al yerno sinvergüenza. Con el deseo de aproximarse a Francia se
dirigió a Chambéry, donde es capturado por la policía del Rey de Cerdeña, quien le hace
encarcelar el 8 de diciembre de 1772 en el castillo de Miolans. Pero gracias a su esposa, logró
escapar en la noche del 1º al 2 de mayo de 1773, ocultándose en los alrededores de La Coste,
donde prosigue su vida disoluta en medio de innumerables orgías.Denunciado en 1775 por
antiguas servidoras suyas, vuelve a emprender el camino de Italia, pasando por Grenoble y
Montpellier. En Roma mantiene contactos con Giuseppe Oberti, quien le ayuda a construir los
elementos de un estudio de patología sexual, estudio al que, a través de novelas y diálogos,
Sade se consagrará hasta el fin de su vida.
De regreso a Francia, reanuda en el castillo de La Coste su vida depravada; de dichas
actividades resultan heridas sus empleadas. Uno de los padres de sus empleadas trata de
matarlo, pero lamentablemente el arma no funcionó. Con frecuencia iba a París, originando
que, en virtud de la lettre de cachet de Mme. de Montreuil, se le detenga allí el 14 de enero de
1777 y es conducido a la fortaleza de Vincennes y de allí trasladado a Aix, donde por auto del
30 de junio de 1778 quedó anulada la sentencia de 1772. Entonces, otra sentencia le condenó
3
Las grageas de cantárida o “mosca de España” es una sustancia extraída del cuerpo de un insecto verde del Mediterráneo, que
desde la antigüedad tenía la fama de poseer propiedades afrodisiacas.
4
La sodomía es un término de origen religioso que hace referencia a determinados comportamientos sexuales. Comúnmente utilizado
para describir el acto del sexo anal entre heterosexuales u homosexuales, el término “sodomía” también puede referirse
erróneamente a actos sexuales sin coito, tales como sexo oral y parafilias.
5
Quemar en efigie era una pena de muerte alegórica bastante común en el siglo XVIII, consistente en aplicar la pena a un maniquí.
Según la época, estas penas de muerte estaban concebidas para “provocar un efecto edificante en el público” (Plessix Gray, 2003:
228). Sin embargo, como comenta Álvarez (1972: 15), la cuestión de fondo era que bajo “una sociedad corrupta, frívola, escéptica,
los términos de justicia e injusticia eran prácticamente desconocidos, como no fuera para referirlos a las pequeñas triquiñuelas,
insidias y jugarretas de las clases dominantes. A los poderosos se les toleraba casi todo: caprichos sexuales, abusos ampliamente
tolerados, incluso crímenes”.
3
por los hechos de Marsella a no ir a dicha ciudad en tres años y a 50 libras de multa a beneficio
de la obra de los presos. Cuando el 7 de septiembre de 1778 lo trasladan de Aix a Vincennes
para ser recluido, logra escaparse otra vez con el auxilio de su esposa y se traslada a La Coste,
donde tiene amores platónicos con Mlle. de Rousset, su amiga de la infancia. Sin embargo, en
virtud de las presiones de su suegra, es detenido algunos meses más tarde, y encerrado en
Vincennes en abril de 1779. En esta época escribe Valmor et Lydia, ou Voyage autour du
Monde de deux amants qui se cherchent (Valmor y Lidia, o viaje de dos amantes que se buscan,
París, 1779) y Alzonde et Koradin (Alzonde y Koradin, París, 1779).
El 29 de febrero de 1784 saldría de Vincennes para ser encerrado en la célebre prisión de la
Bastilla —símbolo por excelencia del Ancien Régime-. Allí compone su profesión de ateísmo
con escritos tales como Dialogue entre un prêtre et un moribond (Diálogo entre un sacerdote
y un moribundo, 1782, publicada en 1926), Les Cent Vingt Journées de Sodome, ou l’École du
libertinage (Los 120 días de Sodoma o la Escuela del libertinaje, 1785 y publicada en 1904) y
Les Malheurs de la vertu (Las desgracias de la virtud, 1787, y publicada por Maurice Heine en
1930), primera versión y la menos audaz de lo que luego será Justine ou Les Mailheurs de la
vertu (Justine o los males de la virtud, 1791). En 1788 escribe un Catalogue raisonne des
oeuvres de l’auteur (Catálogo razonado editado en la década de 1980 e integrado con la
enumeración de sus obras escritas o proyectadas, muy útil para el estudio de su bibliografía).
En 1789, al tener noticia de la Revolución que se preparaba, el Marqués empezó a agitarse, y
tuvo algunos enfrentamientos con Bernard Jordan de Launay, gobernador de la Bastilla. El 2
de julio tuvo la ocurrencia de servirse, a guisa de altavoz, de un tubo largo de hoja de lata
terminado por una especie de embudo, que le habían facilitado para el desagüe de
inundaciones, desde el foso de la ventana de su celda que daba a la calle de Saint-Antoine; por
allí gritó repetidas veces al pueblo que “degollaban a los presos de la Bastilla y que era preciso
que fueran a salvarlos” (en Énciclopedia Universal Ilustrada Éuropeo-Americana, 1981, vol.
LII: 1193). En aquel momento eran muy pocos los presos que había en la Bastilla, y resultaría
difícil descubrir las razones que, excitando el furor del pueblo, le impulsaron precisamente
contra una cárcel casi desierta; hay quien supone que tal vez los llamamientos de Sade, los
escritos que echaba por la ventana, en los cuales daba detalles sobre las torturas a las cuales,
según él, se sometía a los presos en aquel castillo, debieron ejercer alguna influencia sobre
los espíritus ya excitados y determinaron la efervescencia popular que acabó con la toma de
la antigua fortaleza, el 14 de julio de 1789. Pero cuando esto ocurrió ya no estaba Sade en la
Bastilla, pues temeroso De Launay de la conducta del Marqués, consiguió que lo trasladaran
a la una de la madrugada del 4 de julio al hospicio de locos de Charenton-Saint-Maurice, cerca
de París.
El primero de abril de 1790 Sade es puesto en libertad con otros presos gracias al decreto de
la Asamblea Constituyente que suprimía las lettre de cachet. Mientras tanto, su esposa no
4
quiso volver a vivir con él y se retiró a un convento hasta que fuera decretada la separación
legal. Ya divorciados Madame Sade se trasladó a su castillo de Echauffour, donde moriría el 7
de julio de 1800.
Al principio, el Marqués llevó una vida regular y se consagró por un tiempo a escribir varias
obras de teatro, tales como Le mari crédule (1790) y Le misánthrope par amour ou Sophie et
Desfrancs (1790), aceptadas por la Comédie Française. Pasado al lado de los revolucionarios,
Sade milita en la Sección de las Picas en 1791, pero, acuciado por necesidades económicas,
que le obligan a solicitar, en vano, un empleo cualquiera, Sade decide a instancias de su editor
relegar estas historias y dar a la imprenta, en su lugar, la serie de novelas libertinas que había
escrito durante sus largos períodos de encarcelamiento, las cuales saldrían publicadas
anónimamente. En 1791 inició la impresión de la segunda versión de Justine, que vería la luz
el mismo año en dos volúmenes —esta segunda redacción alcanzó seis ediciones en diez
años. También se representaron sus comedias en París y Versalles, como fue el caso de
Oxtiern, ou Les effets du libertinage, drame en trios actes et en prose (Oxtiern o las desdichas
del libertinaje, drama en tres actos y en prosa, París, 1801), que se presentó en el Théâtre
Molière.
Dedicado por completo al teatro, compuso una tragedia histórica, Jeanne de Laisné ou Les
siègle de Beauvais, y en marzo de 1792 hizo presentar en el Théâtre Italien Le Souborneur,
que fracasó debido a la hostilidad de los jacobinos. Ese mismo año se convierte en secretario
de la Sección de Picas, y el siguiente, en presidente. Pero su comportamiento durante el
Terror fue humano y bienhechor; poco después del asesinato de Jean-Paul Marat escribió el
opúsculo político titulado Discours aux mânes de Marat et Le Pelletier (1793), donde se
pronuncia contra la pena de muerte. Al ser el documento difundido por la Convención en los
departamentos y en el ejército, la visión política de Sade fue percibida como inestable y
extravagante, pero sobre todo, sospechosa. Por lo que el 6 de diciembre de 1793 fue detenido
por orden de Robespierre y encarcelado; ahora los motivos serán políticos: “moderantismo”,
dado su origen noble:
“Aldonze Sade, ex conde, capitán de los guardias del Capeto en 1792, que ha mantenido
correspondencia e inteligencia con los enemigos de la República. No ha dejado de
combatir al gobierno revolucionario manteniendo en su sección que tal gobierno era
impracticable. Se ha mostrado partidario del federalismo y del provocador y traidor
Roland. En fin, parece que las pruebas de patriotismo que ha pretendido dar no han sido
sino un vil satélite” (en Conte, 1990: 188).
Después de visitar cuatro prisiones distintas en el lapso de ocho meses, el 26 de julio de 1794,
mientras se encontraba encerrado en Picpus, el acusador público incluyó el nombre de Sade
con el de otros 27 acusados para ser buscados por sus agentes en las diversas cárceles de
5
París, citándolos para el día siguiente en el tribunal revolucionario. Sólo gracias a los
desórdenes administrativos y a los traslados consigue librarse de la guillotina. Este largo
periodo de cautiverio le sirvió para poner a punto La Philosophie dans le boudoir ou les
Instituteurs libertins (Filosofía en el tocador o los preceptores libertinos, Londres), la cual
publicará anónimamente después de recobrar su libertad el 15 de octubre de 1794.
En los años siguientes, sus pretensiones literarias y un afán por salir del anonimato le mueven
a preparar meticulosamente las once “nouvelles” que van a formar Les crimes de l’amour ou
le délire des passions (Los crímenes del amor, París). En 1795 aparece la ambiciosa novela
Aline et Valcour ou le Roman philosophique, écrit à la Bastille un an avant de la Révolution de
France (Aline y Valcour, o La novela filosófica, escrita en la Bastilla un año antes de la
Revolución Francesa, 8 vols.; parte de ella, Histoire de Sainteville et de Léonore, ed. G. Lély,
París, 1962), que sirve de pretexto para expresar su ideario general y ratificar su ateísmo
declarado.
En 1796 publica Juliette ou la suite de Justine (Juliette o la continuación de Justine, 4 vols.) y
en 1797 la tercera y definitiva redacción de Justine titulada La nouvelle Justine ou les malheurs
de la vertu, suivie de L´Histoire de Juliette, sa soeur ou Les Prospérités du vice (La nueva Justine
o las desgracias de la virtud, seguida de la historia de Juliette, su hermana o las recompensas
del vicio, 10 vols.), la cual se vendió públicamente, aumentada por nuevos episodios e
ilustrada con grabados; en 1798 dio a la estampa Juliette, en seis volúmenes, libro más
obsceno que el anterior; Les crimes de l’amour ou le délire des passions sale en el mes de julio
de 1800 en París, y es la primera obra que publica con su nombre. Pero cuando ese mismo
año publica el roman à clef 6 titulado Zoloé et ses deux acolytes ou quelques décades de la vie
de trois jolies femmes (Zoloé y sus dos acólitas o unas semanas de la vida de tres bellas
mujeres), estallará un gran escándalo debido a que el autor apenas presentaba disimulados
a Joséphine de Beauharnais, al vizconde Barras y al mismo Napoleón Bonaparte.
Este embarazoso asunto hizo que el Consulado inmediatamente ordenara la detención de
Sade el 5 de marzo de 1801, tomando como pretexto el original arreglado para una nueva
edición de Juliette. Acusado de impiedad por ser autor de obras consideradas obscenas y
perversas, Sade llegaba a su última y definitiva reclusión en la cárcel de Sainte-Pélagie.
Después se le trasladó al Hospital de Bicêtre, ya declarado loco incurable. Finalmente, su tío
el abad propuso internarlo en el hospicio de Charenton-Saint-Maurice el 27 de abril de 1803,
un “lugar mucho más apacible que mis prisiones anteriores y donde gozaba de una mayor
libertad” (Sade, en Conte, 1990: 163).
6
Un Roman à clef es una novela de clave o novela en clave que, adecuadamente entendida, presenta como imaginarios
determinados personajes, acontecimientos y lugares del mundo real.
6
En efecto, durante este último cautiverio, Sade se la pasó administrando la biblioteca, siguió
organizando obras teatrales y redactando su incesantemente producción literaria integrada
por una serie de nuevos escritos que aparecieron de forma clandestina todavía en vida del
autor, o bien ya póstumamente: La marquise de Gange (La marquesa de Gange, 2 vols., París,
1797, publicada en 1813), Idee sur les romans (Idea sobre las novelas, París, 1872), Pauline et
Belval ou les victimes d’un amour criminel (Pauline y Belval o las víctimas de un amor criminal,
París, 1812), Dorci ou la Bizarrerie du sort (Dorci o las rarezas de la suerte, París, 1881),
Histoire secrète d'Isabelle de Bavière (Historia secreta de Isabel de Baviera, 1952), Complets
chantés à Son Eminence le cardinal Maury, le 6 octubre 1812, à la maison de santé près de
Charenton, 1812 y L’Auteur des crimes de l’amour à Villeterque an IX, é Idée sur le mode de la
sanction des lois. También se le atribuyen otras obras, y quedan inéditas múltiples proyectos
abandonados, cartas y otros documentos, de los cuales se han publicado algunos de ellos bajo
el título de Historiettes, Contes et Fabliaux (Historietas, cuentos y fábulas, París, 1925), un
volumen que contiene 25 novelitas (Lanuzza, 2012: 20).
El 2 de diciembre de 1814 moría aquel hombre que le tocaría vivir una época de cambios
radicales en Francia: la caída de la monarquía, la Revolución y la ascensión del nuevo orden
con Napoleón. Antes de morir, el Marqués exigiría por testamento que desapareciese todo
rastro de su tumba: “[…] à fin que […] les traces de ma tombe disparaissent de dessus la
surface de la terre come je me flatte que ma mémoire s’effacera de l’esprit des hommes [...]”
(Sade en Paz, 1993: 11 y Plessix Gray, 2003: 710).7
Como podemos observar, la vida del Marqués de Sade es un típico producto del crepúsculo
del racionalista siglo de las Luces, sólo comparable con las correrías de Giacomo Casanova, o
del conde Alessandro di Cagliostro. Pero si hablamos de su obra, con su desenfrenada
imaginación erótica, podemos decir que se trata más de un producto carcelario, ya que,
parafraseando a Berlanga (2005), Sade perdió veintisiete años en las catacumbas de la
clandestinidad maldita entre trece cárceles diferentes y los asilos para locos, todo esto, bajo
tres regímenes políticos distintos.
II. PROYECCIÓN PORNOGRÁFICA
La suma sexológica. Podemos situar el período de 1777-1788 como el germen nuclear del
universo imaginario de Sade, en el que gestó veinte cuadernos contenidos de una serie de
narraciones ordenadas de manera que a una “aventura pícara” siguiera una aventura seria o
trágica. Especialmente, durante su cautiverio en la Bastilla, este gran generador de escritura,
nos dará sus textos capitales: Dialogue entre un prêtre et un moribond, Les Cent Vingt Journées
de Sodome y Les Malheurs de la vertu (Pérez, 1994: 670). También dentro de este rubro
7
“[…] de manera que […] los rastros de mi sepultura desaparezcan de la faz de la tierra, al igual que espero que mi recuerdo se borre
de la memoria de los hombres” (Trad. de Abel Debritto y Merce Diago).
7
podemos ubicar otras de sus obras más significativas: La Philosophie dans le boudoir, Justine,
Les crimes de l’amour y La nouvelle Justine.
El Dialogue entre un prêtre et un moribond es un opúsculo inscrito dentro del género de
diálogo. Sin embargo, al ser un texto no solamente representativo del pensamiento filosófico
de Sade, sino también del siglo XVIII, lo analizaremos detenidamente más adelante.
Tal vez el relato más pornográfico dentro de los clásicos sadianos sea Les Cent Vingt Journées
de Sodome. Cuando fue escrito, Sade sólo disponía de un rollo de papel de doce metros por
doce centímetros, que recubrió con su letra abigarrada. Teniendo en cuenta estas condiciones
de trabajo, es sorprendente que haya podido seguir su plan literario con prolijidad. El texto
ha llegado con ciertas curiosidades, como los comentarios que el autor anotaba para ordenar
su trabajo y que se han conservado. Le llevó, según su propio testimonio, treinta y siete días.
Por lo demás, no es que el texto tenga muchas alternativas, ya que es más que nada un
catálogo de filias, perversiones y crímenes, no obstante, por su estructura, tiene su abolengo
en el Decameron de Giovanni Boccaccio y en algunas novelitas picantes de la época, que
tenían escasa factura literaria y restringida circulación. Pero por los hechos y las
circunstancias narrados que no tienen parangón, sus precursoras han llegado al punto de ser
reducidas a meros relatos para niños (Maldonado, 2009: 3-4).
La narración refiere a cuatro libertinos que se encierran en un castillo alejado de la
civilización, acompañados de un grupo de niños y niñas adolescentes (que han sido
secuestrados), mancebos y viejas chaperonas, con el premeditado objeto de someterlos a
todos de distintas maneras. El grupo lo completan cuatro experimentadas prostitutas, cuya
única tarea será calentar las cabezas de los protagonistas, relatando sus experiencias y las de
los clientes que han conocido (Ibíd.: 4).
En los primeros párrafos Sade se dedica a contar la organización de este plan, incluyendo la
precisa descripción del castillo, la topografía de la montaña donde se encuentra, los víveres
que llevarán, etc. Finalizando el relato de los preparativos, se incluyen dos enumeraciones de
personajes, que parecen una parodia del famoso catálogo de las naves homéricas, ya que no
dejan de incluir el linaje de las víctimas y las circunstancias de sus raptos (Ibídem).
Cuatro meses piensan pasar nuestros libertinos en el castillo, escuchando las historias de las
viejas putas, desvirgando a muchachitas y muchachitos, comiendo y bebiendo como cerdos.
El relato del primer mes está completo, pero sólo tenemos el plan de lo que hubieran sido los
otros tres. Sade ya no tenía mucho papel y, terminadas las peripecias de las treinta jornadas,
incluye una tabla con los sucesos de las novelas siguientes; probablemente se proponía
escribirlas cuando pudiera, pero que se sepa, nunca llegó a hacerlo (Ibídem).
8
Lo relatado en Les Cent Vingt Journées de Sodome no debería sorprendernos, pues escritores
menos dados a la truculencia, como Sébastien Mercier en su Tableau de Paris, describen
costumbres no demasiado edificantes, difundidas por los barrios bajos y, sobre todo, en uno
de los escenarios de moda, que habría de tener largo futuro un siglo más tarde, e incluso en
el XX: el fantasma del médico que destroza cadáveres en las salas de disección de los
hospitales, o de los estudiantes que los roban para experimentos; no nace de la imaginación
de ningún novelista, es un hecho real que tiene en el nombre de Sade su cristalización
(Armiño, 2000: 14).
Sin embargo, dos siglos después, su lectura sigue deparando una mezcla de reacciones: puede
ser excitante por momentos, repugnante por otros, agobiante al fin. Y es que el relato no se
limita a las variantes del sexo no convencional, sino que incluye todo tipo de vejaciones,
torturas y formas de asesinato. Su analogía no es ya entonces la pornografía legal sino más
bien las snuff-movies, películas clandestinas donde también se ven violaciones, mutilaciones
y homicidios. Sade relata su historia con un tono neutral en el que algunas veces se cuelan
sus propias opiniones y objetivos. Declara este último sin ambages en los preliminares de su
historia, cuando dice que invita a los lectores a leerlo todo, pues no puede saber de antemano
qué cosa excitará a uno o a otro (Maldonado, 2009: 5).
En Les Cent Vingt Journées algunos personajes se liberan del festival de sangre identificándose
con sus opresores. Ahora bien, sería bueno, en este punto, mencionar un desacierto del autor.
En su afán por mostrar los extremos de esta relación entre opresores y oprimidos, olvida
muchos detalles que atentan contra lo verosímil del relato. Dejando de lado la facilidad con
la que los cuatro protagonistas secuestran y abusan, es increíble que en un castillo donde
nadie tiene asegurada su integridad física y su vida, apenas haya conato de resistencia. Pero
naturalmente, eso hubiera significado llevar la historia a un género que no le interesaba al
Marqués (Maldonado, 2009: 5-6).
Sobre La Philosophie dans le boudoir, podemos decir que hasta el momento no conocemos
ningún manuscrito ni tampoco disponemos de indicación alguna sobre las circunstancias de
su redacción. Por tanto, sólo queda la descripción de la edición original. La que Gilbert Lély
hace en su Vie de Sade (Vida de Sade) es un poco menos precisa que la de Pascal Pia en sus
Livres d’Enfer (Los libros del Infierno). He aquí la descripción de Lély: “La philosophie dans
le boudoir: ouvrage posthume de l'auteur de Justine. Public á Londres, aux dé pens de la
Compagnie, M. DCC. XCXV” (La filosofía en el tocador. Obra póstuma del autor de Justine.
Publicada en Londres, a cargo de la Compañía, M. DCC. XCXV). 2 vols. en 18 de 180 y 214 págs.
Frontispicio alegórico y cuatro aguafuertes eróticas”.
Desde luego, la obra no estaba impresa en Londres sino en París. Los cuatro grabados son
efectivamente muy eróticos. Dice Lély:
9
[…] para hacerse una idea de su tono […] basta la descripción del más recatado:
los tres personajes que aparecen están completamente desnudos; Mlle. Eugenia
de Mistival, representada de perfil, está de pie sobre un cojín; arrodillados delante
y detrás de ella, Mme. de Saint-Ange y Dolmancé practican en su alumna el tipo
de cunnilinctus que conviene a su respectivas posiciones; además Mme. de SaintAnge, que ha pasado su mano entre las piernas separadas de la joven, no deja de
acariciar el miembro viril de Dolmancé (en Pauvert, 2005: 9).
Louis Perceau fue el primero en indicar, en una edición clandestina de 1923, que el epígrafe:
“La mère en prescrira la lecture à sa fille” (La madre recomendará a su hija la lectura de este
libro), es una modificación jocosa que invierte el sentido de la frase que introduce un panfleto
revolucionario de 1791 titulado Les Fureurs utérines de Marie-Antoinette, femme de Louis XVI
(Los furores uterinos de María Antonieta, esposa de Luis XVI), que reza: “La mère en proscrira
la lecture à sa fille” (La madre prohibirá a su hija la lectura de este libro) (en Plessix Gray,
2003: 615).
A diferencia de Lély, Pascal Pia también transcribe el texto del frontispicio del tomo I:
“Por un instante la Costumbre nos alarma un poco
Pero pronto en un corazón que a la razón obedece,
La voz del placer sobre todas las demás prevalece”.
También es el único que reproduce exactamente la fecha defectuosa de la carátula:
“MDCCXCXV”, en lugar de “MDCCXCV”.
Algunos bibliógrafos mencionan otra edición en 12, publicada poco después de la original.
También existirá otra edición en Cazin, igualmente clandestina (Pauvert, 2005: 1).
En La Philosophie dans le boudoir Sade utiliza diversos géneros literarios, aunque el diálogo
es el que más destaca, un recurso que también ya ha intentado en Dialogue entre un prêtre et
un moribond, aunque existe una diferencia y una similitud esenciales en ambos casos: la
diferencia estriba sobre todo en las dimensiones y en parte del contenido, fuertemente
erótico en el primero; la similitud consiste en el apartado en que expresa sus ideas sobre
filosofía y religión, asunto que como ya mencionamos precedentemente veremos más
adelante.
Entonces, constituido prácticamente por una serie de siete minuciosos diálogos, La
Philosophie dans le boudoir es considerada la Opus Sadicum por varios motivos: en primer
lugar, por contener todos los recursos del pastiche narrativo sadiano y, en segundo, por la
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idéntica presencia de los personajes que se entregan con gran desenfado al juego orgiástico
de Éugène, una entusiasta y encantadora quinceañera. Los “preceptores” de este abecé de
corrupción, casi científico, que desconocen —o quieren ignorar— los límites entre el bien y
el mal, son Dolmancé y Madame de Saint-Ange. El primero es un noble libertino, descrito por
sus amigos como “el individuo más perverso y disoluto de su tiempo”, la segunda es una
depravada beldad bisexual de unos 25 años que está resuelta a meter “en esa linda cabecita”
de la adolescente una completa formación teórica y práctica en los misterios secretos de
Venus (Sade, 2005: 19). En una sesión de una tarde Eugène se convierte en una degenerada
tan licenciosa como sus maestros.
Sade franquea con esta obra una vez más la barrera de todo precepto moral, de ayer y de hoy,
introduciéndose a sí mismo —y de paso introduciéndonos a nosotros— en los abismos de los
fantasmas y de las fantasías sexuales que todos incubamos, con mayor o menos intensidad,
en lo más recóndito de nuestro inconsciente (Berlanga, 2005). Es de relevancia mencionar
que en uno de los episodios de La nouvelle Justine, Sade dice: “Cuando las mujeres entraron
con el prelado, encontraron en el lugar a un abad gordo de cuarenta y cinco años, de rostro
repugnante y de corpulencia gigantesca; en un canapé, leía La filosofía en el tocador”.
En Justine y Juliette ou Les Prospérités du vice, continuación de la primera, es la historia de dos
muchachas de buena familia, educadas en un convento, pero que se ven obligadas a ganarse
la vida por la bancarrota del padre y la muerte de la madre. Las dos hermanas se separan.
Justine, la hermana menor, joven y hermosa, tierna y melancólica, mientras se aflige por su
desgracia y quiere conservarse virtuosa no recoge más que sinsabores, porque rechaza los
placeres al considerarlos sólo desde una perspectiva axiológica. Busca ayuda entre los amigos
de su familia, que se desentienden de ella; andando por casa de su pariente, el conde de
Germande, de la familia Verneuil, de los jesuitas, etc., sufre aventuras horrendas, atropellos
abominables, es encerrada en la cárcel de Grenoble y condenada a muerte. Un joven abogado
le devolverá la libertad y mientras vaga desolada encuentra a una distinguida señora
acompañada de cuatro gentilhombres, quienes la llevan a la casa de campo del arzobispo de
esa localidad francesa: Justine pasa a un gabinete de espejos que puede transformarse en una
cámara de tormentos donde el arzobispo ultraja primero a las mujeres para hacerlas
decapitar después: “cuando las mujeres entraron con el prelado, encontraron en el lugar a un
abad gordo de cuarenta y cinco años, de rostro repugnante y de corpulencia gigantesca; en
un canapé, leía La filosofía en el tocador” (en Armiño, 2000: 11).
Juliette, despreocupada, dominante y bella representará el polo opuesto de Justine; en lugar
de conservar la virtud, se ha entregado al vicio y “no ha encontrado más que rosas en el
camino”. Participa gozosamente de todo lo que le acontece y aunque termina trágicamente
fulminada por un rayo, es el paradigma de la entrega, del no dejar pasar la oportunidad de
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aprender a gozar de la degradación y la humillación como forma de alcanzar los placeres más
bajos y constantemente renovados de la existencia humana.
La colección de relatos titulada Les crimes de l’Amour es la primera obra en la que aparecerá
el nombre de Sade y, para poder inscribirlo en la cubierta, ha tenido que suprimir términos
escandalosos, “escabrosos o impíos” de labios de sus libertinos: el erotismo inicial queda
suavizado ante el temor a ser acusado de indecencia por la censura. Abre la colección una
trama basada en un hecho histórico, Juliette y Raunai; conforme avanza el volumen Sade se
va liberando de la descripción y comienza a ofrecer personajes cada vez más monstruosos.
Así, a partir del relato Rodrigo, o la torre encantada, se abre paso el tema del incesto, que
alcanza alturas trágicas y edípicas en las últimas historias. Incesto buscado como forma
suprema del amor en Ernestina, o cometido por error en Florville y Courval, o el fatalismo. El
Divino Marqués logra una negrura ambiental y psicológica propia de la novela gótica en estos
relatos, que describen el viaje de la pasión hacia el crimen.
Ahora bien, dimensionando esta obra erótico-pornográfica de Sade, podemos ultimar que
estos trabajos pasan a ser algo más que pura narración ya que excitar es el plan. Y como al
autor no le faltan cultura e ingenio, su lectura nos hace pensar que, de haber querido, Sade
podría haberse dedicado a temáticas bien distintas y hubiera salido airoso de la prueba.
Es importante destacar que para Sade, y más tarde para Georges Bataille, el erotismo es el eje
central de una determinada visión del mundo, en cuyos destellos se encuentra todo el sistema
de un pensamiento profundamente original. Pero existe otro vínculo que une a Sade no ya
con Bataille, sino con Leopold von Sacher-Masoch: las novelas de Sade, si bien se les ha
encasillado en el “género” literario de novelas libertinas de índole escandalosa son, sobre
todo, “novelas negras” decadentistas, o bien, fusionando, podemos decir que son más bien
“novela negra libertina”.
Én efecto, el siglo XVIII, que enterró a “la novela gótica”, conoció la eclosión de una literatura
que buscaba impresionar por medio del terror, y Sade, hombre de su tiempo, haría suya la
búsqueda de la felicidad, si bien, en su caso, se trataba de la felicidad desde una filosofía del
Mal, desde el lado oscuro del hombre, lo cual con frecuencia anticipa los estudios de Sigmund
Freud: “Sumergirse en la obra sadiana nos permite visitar un pequeño distrito de nuestras
almas, que afortunadamente no es, en la mayoría de nosotros, el preponderante”
(Maldonado, 2014: 6).
El discurso cínico que se construye desde el continuo vaivén de la parodia genera una
dinámica de transgresión, esencia de la escritura según Sade. Ésta es entonces la máscara que
le permite adoptar la polimorfía del actor, prestidigitador de la palabra que serpentea por su
propio texto. La teatralidad es, en efecto, la dimensión realmente definitoria de esta escritura.
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Desde los tiempos de La Coste hasta los últimos años en Charenton, el teatro fue la gran y
frustrada pasión de Sade, quien sostuvo una verdadera lucha por el reconocimiento oficial de
sus piezas teatrales. Pero no es este teatro, inserto en los moldes temáticos y formales de la
época, la verdadera creación sadiana, sino aquella que se construye en el universo narrativo
a través de la ficción libertina. El verdadero teatro sadiano es esa ensoñación teatral donde
se unen cuerpo, gesto y palabra, teatro puro e integral, donde el cuerpo se configura
plenamente como complejo significante, al ser sujeto y objeto de representación,
permitiendo un manejo que en un montaje real sería impensable. Es en la ceremonia de la
puesta en escena infinitamente renovada, desde una escritura que traspasa las fronteras del
género narrativo, donde se encuentra su verdadera originalidad y esa fuerza innovadora que
ha servido de base a escenógrafos como Antonin Artaud para una renovación en la
concepción escénica. Teatro experimental, verdadero taller, el espectáculo de la Orgia se
concibe como un espacio abierto de creación en constante actividad (Pérez, 1994: 680).
En función de esta apertura el aparato teatral despliega una total exteriorización que hace de
la escena libertina no sólo un “panóptico erótico”, como se le ha calificado, sino auditivo,
liberando por igual cuerpo y palabra, engranados en una simbiosis de energía cuya dinámica
describe una evolución paradójica, pues, según su ley, a mayor desgaste, mayor adquisición
de potencia. Desnudo integral, en el más puro sentido de la palabra, el teatro de la Orgía se
configura como un verdadero prisma totalizante que descompone y refracta la imagen
corporal. Y ello tanto a partir de la función cubierta por los espejos que rodean el decorado
espacial, permitiendo a la mirada el acceso a todas las formas corporales posibles, como por
la propia disposición especular de los cuerpos en las figuras eróticas. El prisma erótico hace
posible entonces, al tiempo que una condensación de energía, su multiplicación en la
refracción polimórfica, a través de una variación formal potencialmente infinita (Ibídem).
Pero si el libertino, actor y demiurgo, es el gran experimentador en su teatro, el
experimentador último, totalizador de todo espectáculo, no es otro que el gran actor de la
escritura. La modernidad de Sade se sitúa en una concepción experimental de aquélla, a
partir de una transgresión radical, que funde la teatralidad en el molde de la estructura
narrativa, diacronía y sincronía, en la acronía de la ceremonia escritural de cada puesta en
escena. El escritor, “hombre de la naturaleza”, a imagen de aquélla, tal como testimonia Sade
en su Ideé sur le roman (Idea sobre la novela, 1800) debe hallar en la fuerza subversiva y
transgresora de la escritura la energía de una creación en perpetuo devenir. Y así, la pluma
provocativa del Divino Marqués, subvierte el código de escritura del siglo XVIII, haciendo de
la novela una anti-novela, de la filosofía una anti-filosofía, del erotismo un anti-erotismo,
reivindicando la teatralidad como el más poderoso mecanismo generador de ficción (Ibíd.:
680-681).
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Sin embargo, la obra erótica de Sade no es sólo una introspección en el mundo de lo
incontrolable, mucho antes de la aparición del psicoanálisis, sino también un auténtico
tratado sobre las múltiples caras de la moral en un período histórico de grandes
conmociones, en el que los valores establecidos perdían su razón de ser. Así, Sade desafía la
razón y toda sumisión a las normas milenarias de la moral platónica o cristiana, tal como lo
podemos ver en Dialogue entre un prêtre et un moribond, pero sobre todo, en La Philosophie
dans le boudoir, a lo que Octavio Paz ha opinado al respecto:
[…] Saint-Fond, Juliette, el duque de Blangis o Dolmancé son espíritus sistemáticos
que aprovechan cada ocasión, y son muchas, para exponer sus ideas. Usan todos los
recursos de la dialéctica, no temen las repeticiones y las digresiones, abusan de la
erudición y se sirven de sus crímenes como de una prueba más de la verdad de sus
discursos. En este sentido Sade es un Platón al revés; cada una de sus obras encierra
varios diálogos filosóficos, morales y políticos. La filosofía en el boudoir, sí, pero
también en los castillos y en los monasterios, en los bosques y en altamar, en las
mazmorras y en los palacios, en el cráter de un volcán. Y en todos los casos, por
descomunales o terribles que sean los hechos que realizan los personajes, la acción
es hija del discurso. Los cuerpos se unen y se desenlazan, crepitan, se desangran,
perecen, conforme al orden del pensamiento. Las escenas se suceden como una
demostración lógica. La sorpresa desaparece en beneficio de la simetría intelectual
(Paz, 1993: 29-30).
En este sentido, no tenemos razones para pensar que, en los pocos momentos en que Sade se
detiene a hablarnos de la condición humana, de la crueldad y de la injusticia, haya sido
insincero. Probablemente era un cínico, en el sentido de no creer en la propia virtud porque
no confiaba en las ajenas. La vida, así mirada, se convierte en un paseo turbulento en el que
cada cual debe velar por sus intereses. Los libertinos de Sade son ateos y amorales y la ley
existe sólo para burlarse de ella. De ahí que aunque el “tópico base” del laboratorio de Sade
es el sexo, a pesar de presentarlo a nivel de degradación, pero al fin sexo, es una decisión que
no nos obliga a ver la vida del Marqués tan inútil que es imposible que pueda encontrarse en
su obra hospedaje para algún tipo de móvil filosófico digno, o sociopolítico capaz de
denunciar cosas que, en efecto, sucedían en la Francia prerrevolucionaria, y aún después.
Debemos de ir más allá de las mentes obtusas que irresponsablemente encerraron a Sade por
largo tiempo en el “infierno” de las bibliotecas (véase Apollinaire, 1919: 1047), e ir en
definitiva en pos de aquella otra faceta, que así como ha sido negada por varios, al mismo
tiempo ha sido muy señalada por otros: la del Sade intelectual progresista.
De este modo, su obra permaneció casi inédita hasta el siglo XX, cuando los surrealistas se
esforzaron en revalorizarla, iniciando un auténtico proceso de rehabilitación humana y
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literaria de Sade. Esto motivó a investigadores, literatos y filósofos8 a analizar, por un lado,
el temperamento del Marqués con mayor hondura y, por otro, la “infernal grandeza” de su
obra con base en elementos distintos de su deslumbrante erotomanía.
Én 1929 aparece la famosa “Introducción” de Bourdin a la Correspóndanse inédite du Marquis
de Sade (Carta inéditas del Marqués de Sade), Heine escribe el artículo “L’affaire des bonbons
cantharidés du marquis de Sade” (Él asunto de los bombones de cantáridas del Marqués de
Sade) para la revista Hippocrates (marzo de 1933). Para Klossowski, que pasó por
prolongados retiros monásticos, el caso de Sade no puede explicarse sin topar con la
dimensión religiosa, entonces publica Sade mon prochain (Sade, mi prójimo), en el que
analiza el ateísmo del autor y cómo este termina convirtiéndose en su contrario. No sin razón
escritores como Flaubert o los hermanos Goncourt, ya habían visto en la obra sadiana “la
última palabra del catolicismo”.
A mediados del mediados del siglo XX comenzaron a realizarse innovadores hallazgos de
escritos inéditos, tales como Histoires secrètes d’Isabelle de Bavière (La vida secreta de Isabel
de Baviera), Adelaida de Brunswick, así como un conjunto de documentos y otros papeles
personales que aparecieron como Journal inédit du marquis de Sade. Y gracias a la minuciosa
reconstrucción que Gilbert Lély hace de la vida del Marqués (1957, 2 vols.), se nos presenta
a un hombre bastante distinto del personaje inventado a partir de sus obras. Así, comenzaba
a romperse la imagen de un monstruo “adúltero, incestuoso [que] maltrató a las mujeres [y
que] se batió con los hombres” (Sainz de Robles, 1956, vol. III: 1011). Y a pesar de que el
mismo Marqués se autorretrata en una carta que escribe a su esposa a finales de noviembre
de 1783 como “imperioso, colérico, exaltado, extremista en todo y de una anarquía
imaginativas sobre las costumbres, que en toda su vida no ha tenido par” (en Lély, 1957, vol.
I: 233), es muy interesante la revelación que hace él mismo en una carta anterior, escrita
desde Vincennes el 20 de febrero de 1781: “Oui je suis un libertin, je l’avoue. J’ai conçu tout
ce qu’on peut concevoir dans ce genre là, mais je n’ai sûrement pas fait tout ce que j’ai conçu
et ne le ferai sûrement jamais. Je suis un libertin, mais ne suis pas un criminel ni un meurtrier”
(Sade, 1963)9.
Bajo esta óptica, la crítica comenzó poco a poco a desmitificar el sombrío halo de totalidad
pornográfica a la que se había reducido la obra sadiana, a lo que en gran parte había
contribuido el mismo Marqués, para releerla como una invención ficticia, a veces dramática
8
Cabe mencionar entre ellos a Maurice Heine, Gilbert Lély, André Bretón, Paulhan, Maurice Blanchot, Maurice Nadeau, P. Bourdin,
Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Georges Bataille, Louis Paulwels, Pierree Klossowski, Pieyre de Mandiargues, Michel
Mardone, Pauline Réage, Emmanuel Arsan y sus imitadores, así como todos los autores editados por Régine Deforges o Eric
Losfeld.
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“Sí, soy un libertino, lo confieso. He concebido todo lo que puede concebirse en este género, pero seguramente no he hecho todo
cuanto he concebido ni, sin duda, lo haré jamás. Soy un libertino, pero no un criminal ni un asesino” (Trad. de Gros 1976: 473).
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o trágica, incluso cómica en algunos casos. Entonces llegó el momento en que los críticos
comenzaron a modificar su juicio hacia el Marqués e iniciaron sugestivas posibilidades
hermenéuticas que dieron lugar a una nueva lectura enfocada más al descubrimiento de una
obra multifacética, integrada de novelas fantásticas, escritos filosófico-políticos, poemas,
panfletos y ensayos colmados de moralismo subversivo con su negación utópica de toda
prohibición, anarquismo y nihilismo radical, fuera de su tradicional apología de crueldad
erótico-atea cínicamente crítica.
Y pese a que esta nueva visión fue acogida por algunos especialistas como todo un empeño
mal intencionado, ya que la consideraron un intento “forzado” por descubrir o sembrar
valores en la obra sadiana con el fin de tener cierta optimista influencia (Nuñez Ladeveze,
1989, vol. XX: 654), se pudo por fin confirmar que los “divinos placeres del libertinaje” del
Marqués no se reducían meramente a una lectura de perversidad e inmoralidad, sino que
también estaban ligados a las condiciones sociales y realidades económico-políticas de su
tiempo que le hacían plantear motivos impregnados de sugestiones socioculturales. Con esto
se logra pintar el retrato de un poeta, un filósofo y, ante todo, un gran escritor fantástico,
cabalista y demiurgo, capaz de establecer un discurso más allá de las propuestas de un
Friedrich Nietszche, un Karl Marx y un Sigmund Freud que, aunque se dice que son los
precursores de la “Modernidad”, no opacan a Sade, de quien podemos divisar los verdaderos
cimientos de dicho proyecto (Rincón Pérez, 2002: 10 y Gros, 1976: 474). De ahí que Maurice
Blanchot (1953: 729) ha podido escribir que Sade es “el maestro de los grandes temas del
pensamiento y la sensibilidad modernos”.
Acerca del autor: Maestría en Educación Superior de la BUAP, catedrático en la Maestría en Dirección de
Empresas de la UVP.
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