Leer la Biblia despues del Vaticano II

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Leer la Biblia después del Vaticano II1
Apuntes para una animación bíblica de la pastoral
Índice.1)
2)
3)
4)
Introducción
El Vaticano II: el fin de un largo exilio de la Palabra
De la Dei Verbum hasta nuestros días: Verbum Domini
Verbum Domini, una oportunidad para el impulso a una
animación bíblica de la pastoral
1.- Introducción
Cuando me ofrecí para llevar a cabo esta lección más o menos tenía
claro cuál iba a ser el tema. Había leído por casualidad, a raíz de la
presentación de la Biblia litúrgica de la Conferencia Episcopal Española, un
artículo de Arturo Pérez-Reverte en un dominical del XLSemanal de ABC que
me dio qué pensar: se titulaba “Ese monumento de papel” 2. Además había
reflexionado sobre el don que ha supuesto para la Iglesia la celebración de
los dos últimos sínodos de obispos dedicados a la “Eucaristía, fuente y
culmen de la vida y misión de la Iglesia” y a “la Sagrada Escritura en la vida
y misión de la Iglesia”.
He titulado esta disertación: Leer la Biblia después del Vaticano II.
Quiero que sea una lección dirigida a todos: leer la Biblia es una tarea que
debería empeñar a cualquier persona que haya nacido en medio de la
cultura que llamamos occidental. Además, hacerlo después de lo que
supuso el Concilio Vaticano II facilita muchísimo la tarea. El Concilio terminó
de confirmar la re-apertura para todos los públicos, creyentes o no, de este
hermoso “monumento de papel”, tal como la define el polémico Arturo
Pérez-Reverte. Y le he añadido un subtítulo: Apuntes para una animación
bíblica de la pastoral. Si quienes la leen son creyentes y, además, se están
preparando para el noble servicio de la Palabra, han de encontrar en ella el
alimento de toda su vida espiritual (DV 21). De ahí que también pretenda
hacer un esbozo, dar unos apuntes, que nos animen a colocar la Biblia en el
centro de la pastoral y de la vida de nuestras vidas y de nuestra iglesia
diocesana.
Mi lección, por tanto, no quiere ser más que una llamada de atención
para que todos volvamos a recuperar el interés, si es que lo perdimos, por
este “monumento de papel”. En medio de una cultura occidental que parece
renegar de sus raíces bíblicas y judeo-cristianas, resuenan con fuerza las
palabras de este agnóstico, desencantado y deslenguado literato de fama
que es Arturo Pérez-Reverte: “no estamos hablando del opio del pueblo, ni
1
Esta conferencia fue pronunciada por primera vez el 3 de octubre de 2011 como lección inaugural del
curso académico del Seminario Conciliar de San Julián en Cuenca. El título está tomado del subtítulo de
una conferencia cuaresmal mantenida por Enzo Bianchi, prior del Monasterio de Bose, en Italia, en la
catedral de París el 28 de febrero de 2010: “Parola di Dio e Sante Scritture. Leggere la Bibbia dopo il
Concilio Vaticano II”.
2
Cf. Arturo Pérez Reverte, “Ese monumento de papel”, XLSEMANAL del 3 de abril de 2011 (Dominical de
ABC), p. 8.
de tocapelotas nietos de Trento, ni de estragos históricos y sociales, sino de
cultura, chaval… De uno de los caudales de sabiduría que nos hizo lo que
somos, cóscate, Viejo y Nuevo Testamento, cultura judeocristiana que,
combinada con el Islam mediterráneo, Grecia, Roma y toda la parafernalia,
hizo lo que llamamos Europa y de rebote Occidente… Te hablo del mayor
bestseller de la Historia, necesario para quien pretenda estar al tanto de lo
que es y lo que hace… La de la peña practicante, sólo es una parte. Al fin y
al cabo, la Biblia es también, y sobre todo, un magnífico caudal de diversión,
reflexión y conocimiento. Un monumento indispensable para comprender
sobre qué cañamazo se tejió lo que algunos todavía llaman cultura
occidental. En ese contexto la Biblia es una fuente extraordinaria de relatos,
aventuras, batallas, traiciones, amores, emociones y simbolismos; materia
de la que hace tres mil años viene nutriéndose el mundo civilizado y que
inspiró a los más grandes filósofos y artistas de todas las épocas… Nadie
que busque lucidez e inteligencia, que quiera interpretar el mundo donde
vive y morirá, puede pasar por alto la lectura, al menos una vez en la vida,
del libro más famoso e influyente de todos los tiempos… Sólo la Biblia,
releída una y otra vez, bastaría para colmar una vida entera. Y ojo. Insisto
en que no se trata de religión, sino de cultura. La de verdad… Oponer
prejuicios a la Biblia es como oponerlos a una catedral, no hace falta creer
en Dios para visitarla y admirar su belleza. Para sentir lo majestuoso de la
memoria que atesoran sus viejas piedras”. De un modo más resumido, León
Felipe decía lo mismo al afirmar: “Me he buscado en la Biblia y por todos los
rincones he encontrado mis huellas”.
El interés que un incrédulo de nuestro tiempo deja entrever en estas
palabras, nos pone en la pista de lo que nos estamos jugando en la Iglesia
en cuanto a la relación que mantengamos con la Escritura Sagrada. Esto
muy bien lo sabía los Padres de la Iglesia de los primeros siglos que
trataron de ofrecer la Biblia cristiana a los diferentes tipos de destinatarios
de su época. Para ello plantearon la cuestión de los sentidos de la Escritura.
La Biblia encierra diversos sentidos: tiene, en primer lugar, un sentido
literal para los judíos (la historia religiosa del antiguo Israel es la recogida
en sus páginas); en segundo lugar, posee un sentido moral para los
paganos (las verdades más humanas y universales comunes a las
sabidurías antiguas las podemos encontrar entre sus páginas); y, por último,
contiene un sentido espiritual para los cristianos (quienes confiesan la
salvación de Dios en Cristo son capaces de descubrir en esas letras muertas
para unos, orientadoras para otros, una palabra viva que conduce al
encuentro con el que es la Palabra). Por tanto, la Biblia cristiana sigue
siendo patrimonio inexcusable de toda la humanidad.
Además, tanto el ambiente cultural de los primeros siglos de
cristianismo como el de nuestros días son muy similares: pluralidad
religiosa, sociedad pagana, rechazo de la especificidad cristiana… En el
intento por ofrecer la Biblia a judíos (otra religión distinta ya) y a paganos,
los Padres de la Iglesia supieron descubrir en la Sagrada Escritura esos
diversos sentidos que les permitieron superar dificultades y abrir los tesoros
bíblicos, que son los de Dios, a los de fuera. Tanto en el diálogo con el
judaísmo como en la manifestación del interés cultural y la riqueza humana
de la Biblia cristiana a los no creyentes, “iba a veces la superviviencia del
grupo cristiano, en el seno de una sociedad pagana poco inclinada a
soportar la especificidad cristiana, a menos que se le demostrara la
coherencia racional del dogma cristiano, comenzando por la pertinencia
antropológica de los escritos bíblicos” 3. También hoy seremos capaces de
sobrevivir como verdaderamente cristianos si conseguimos ofrecer el tesoro
de la Escritura para nuestra cultura y nuestros hermanos, creyentes o no.
2.- El Vaticano II: el fin de un largo exilio de la Palabra4
Si existe un acontecimiento que ha marcado un nuevo modo de
relacionarse con la Palabra de Dios en el mundo católico, ése no es otro que
el Concilio Vaticano II. Se han dado muchos calificativos a este concilio:
concilio de la actualización, concilio de la unidad, concilio de la renovación…
Uno más, aunque en mi opinión el que mejor lo define y el principal, es el
de “concilio de la Biblia”. Digo que es el más importante, porque donde se
deja que resuene la palabra de Dios y se escucha se produce una verdadera
actualización, se comienza a construir unidad en torno al Dios que se revela
y que nos habla a todos, y se lleva a cabo una renovación auténtica,
conforme al querer de Dios.
Con palabras de Paul Claudel, se podría describir la situación hasta el
inicio del siglo XX del siguiente modo: “El respeto hacia la Sagrada Escritura
no tiene límites: ¡se manifiesta sobre todo estando lejos!”5. Ciertamente, no
fue sencillo soltar el lastre que se arrastraba de modo larvado desde el siglo
XII (“la exégesis de la Iglesia es reemplazada por la exégesis de la
Sorbona”6) y de modo más que evidente desde la reforma de Lutero. Se
había producido un largísimo exilio de la Palabra de Dios. Durante casi todo
el segundo milenio de la vida de la Iglesia se había vivido un interminable y
agónico destierro de la Escritura en la vida de la Iglesia y en la vida de los
creyentes. Aunque los católicos, especialmente los laicos, habían mantenido
diversos modos de contacto con el contenido de la Sagrada Escritura,
habían permanecido muy alejados. Las razones eran muy variadas: muchos
cristianos no sabían leer; los manuscritos eran muy escasos y costosos; las
autoridades eclesiásticas desconfiaban de una lectura de la Biblia por parte
de los laicos, desconfianza incrementada a partir de la reforma protestante
y de otros movimientos que promovían una lectura separada del contexto
eclesial. Desde la promulgación del índice de libros prohibidos por parte de
Pablo IV (1559) y Pío IV (1564), se impidió la impresión y la tenencia de
Biblias en lengua vulgar, si no era con un permiso especial. El acceso a la
Palabra de Dios se reducía a la edición latina de la Vulgata, que muy pocos
podían leer o entender en aquella época. Tuvieron que pasar dos siglos para
que en 1757 Benedicto XIV permitiera de manera general las ediciones en
lengua vulgar traducidas a partir de la Vulgata, siempre y cuando fuesen
aprobadas por las autoridades competentes y tuviesen notas de los Santos
3
Cf. Yves-Marie Blanchard, “En las fuentes de la hermenéutica cristiana” en Gérard Billon (dir), Leer la
Biblia hoy. Desafíos para la Iglesia, Estella, Verbo Divino, 2008 (CB 141), pp. 18-25.
4
Cf. Enzo Bianchi, Orar la Palabra, Burgos, Monte Carmelo, 2001, pp. 21ss.
5
Cf. Paul Claudel, La Escritura Santa, en La Vie intellectuele 16 (1948) 10, tal como lo cita Carlo María
Martini en una conferencia mantenida en Roma en el 2005 en el Congreso sobre al Dei Verbum llevado a
cabo por la FEBIC para conmemorar los cuarenta años del concilio. El título de la conferencia es: “La
centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia: animación bíblica de toda la pastoral”.
6
Cf. Francisco Contreras Molina, “La lectio divina en la Iglesia” en Reseña Bíblica nº 58, El Sínodo sobre
la Palabra de Dios (Estella, Verbo Divino, 2008), p. 57.
Padres y exégetas católicos en los lugares de difícil comprensión. En Italia,
por ejemplo, la primera versión católica a partir de los textos originales
apareció sólo en la primera mitad del 1900. En España, la situación fue muy
similar: Fray Luis de León tradujo con finalidad privada el Cantar de los
Cantares hacia el 1570 y su divulgación posterior le costó cinco años de
cárcel (habrían de pasar dos siglos hasta que se aprobase dicha traducción).
No dispondremos en España de una traducción íntegra de la Biblia hasta
1793 con la realizada por el escolapio Felipe Scío de San Miguel y 1825 con
la del obispo de Astorga Félix Torres Amat. Versiones que serán las únicas
existentes hasta 1940.7
De este modo, llegamos a inicios del siglo XX momento en que
comienzan a producirse movimientos muy importantes en el mundo católico
con respecto a la atención a la Sagrada Escritura. Desde el magisterio de la
Iglesia se produce un cambio firme y decisivo que va ir en aumento hasta
nuestros días. León XIII publica la encíclica Providentissimus Deus (1893), y
crea la Comisión Bíblica en 1902; Pío X pone en funcionamiento en 1909 el
Pontificio Instituto Bíblico; Benedicto XV celebra en 1920 el decimoquinto
centenario de la muerte de San Jerónimo con una encíclica sobre la
interpretación de la Biblia (Spiritus Paraclitus); y Pío XII, con la Divino
Afflante Spiritu, da el espaldarazo definitivo a esta corriente en 1943.
Al mismo tiempo y también a nivel de la exégesis y de los fieles, un
movimiento bíblico se había ido abriendo paso en la primera mitad del siglo
XX, junto al movimiento litúrgico y el movimiento ecuménico. Estos
movimientos diversos, pero alentados por una misma inquietud, se habían
convertido en una fuerza espiritual en el seno de la Iglesia que no podía ser
ignorada. El movimiento bíblico en España, por ejemplo, dio origen a
instituciones como la AFEBE (Asociación para el Fomento de los Estudios
Bíblicos en España (1923), con el objeto de traducir la Biblia al castellano);
de ésta asociación dependió la revista Estudios Bíblicos hasta 1936 y desde
1944 la revista Cultura Bíblica, y, ya más tarde, en pleno Concilio, en 1964
se crea la Casa de la Biblia (institución con la que tengo la suerte de
colaborar desde hace ocho años y que inició en 1969 la Escuela Bíblica) y
que aún hoy sigue trabajando alentada por la Dei Verbum. Este movimiento
gozaba de un contacto directo y una familiaridad orante con el texto
completo de la Escritura en la lengua del pueblo, traducida a partir de los
textos originales. Este movimiento quería, en sus expresiones más maduras
(puesto que por momentos fue demasiado elitista y, por ello, algo
sospechoso), que la lectura se realizara en el cuadro de la tradición de la
Iglesia: en la vida, en el culto, en la oración, en la doctrina.
Pues bien, el concilio Vaticano II supuso el confluir de todos estos
diversos movimientos de renovación que venían gestándose durante los
decenios previos y supo recoger toda su inquietud. El Concilio alcanzó a
reconocer la fuerza y la centralidad de una Palabra de Dios que comenzaba
a resonar de nuevo con claridad. No fue fácil esta empresa. Precisamente la
7
Cf. Carlo María Martini, “La centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia: animación bíblica
de toda la pastoral”, parágrafo 4º con el título: ¿Cuál fue la presencia de la Sagrada Escritura en la
Iglesia en la época del Vaticano II?. Para una primera aproximación a la Biblia en España puede verse
J.M. Sánchez Caro (coordinador), La Biblia en su entorno (Estella, Verbo Divino, 1990), pp. 553-574
(punto III “La Biblia en España”, del capítulo XVII “Versiones del AT y NT”).
historia de la constitución dogmática sobre la Revelación, la Dei Verbum, es
un ejemplo vivo de lo dificultoso que fue salvar tantos escollos históricos y
de cómo la acción del Espíritu se fue abriendo paso en las deliberaciones de
los padres conciliares (primer esquema rechazado; documento más
discutido y durante más tiempo; cuatro esquemas; añadidos de última
hora…).
Esta recuperación de la centralidad de la Sagrada Escritura en la vida
de la Iglesia los padres conciliares la supieron simbolizar desde el comienzo:
todas las sesiones del concilio se realizaron en la Basílica de San Pedro
alrededor de la Biblia entronizada en el centro. Pero no fue algo
simplemente simbólico, sino que el proemio, que nos da la clave de lectura
de todo el documento y que fue una de las últimas aportaciones que se
hicieron para que la constitución saliese adelante en la última votación de
noviembre de 1965, define la importancia de la Palabra de Dios y la esencia
de la Iglesia: “Dei Verbum religiose audiens et fideliter proclamans,
Sacrosancta Synodus… ut salutis praeconio mundus universus audiendo
credat, credendo speret, sperando amet” (“La Palabra de Dios la escucha
con devoción y la proclama con valentía este santo Concilio… para que todo
el mundo, con el anuncio de la salvación, crea, y creyendo espere, y
esperando ame”). ¡Qué pena si este añadido final hubiese quedado en el
olvido! La constitución habría sido otra. La Iglesia se define a sí misma y del
mejor modo posible en estas dos líneas. Ciertamente, estas palabras
iniciales de la Constitución dogmática sobre la divina Revelación del Concilio
Vaticano II tienen una valencia eclesiológica fundamental en cuanto que
expresan una dimensión constitutiva de la esencia y de la misión de la
Iglesia. La Iglesia está habitada por el doble movimiento de escucha
(audiens) y de proclamación (proclamans) de la palabra de Dios. Sólo una
Iglesia que escucha puede también ser iglesia que enseña porque la palabra
que la Iglesia anuncia y testimonia no es suya, sino de Dios. “No hay
ninguna duda: la Palabra de Dios está en el primer lugar. Solamente a
través suyo podemos comprender a la Iglesia” (cardenal Walter Kasper). El
nombre mismo de la Iglesia (desde el griego ekklesía, que reenvía al verbo
kaleîn, “llamar”, e indica el conjunto de las personas convocadas y reunidas
por la palabra de Dios) la pone en directa continuidad con el Dios que habla:
la palabra de Dios está en las raíces de la existencia de la Iglesia y
representa el horizonte de su misión en el mundo. De esta Palabra la Iglesia
no es dueña, sino sierva y discípula y es la escucha lo que la hace sierva y
la hace discípula. Comentando el inicio de la Dei Verbum, escribió el teólogo
Joseph Ratzinger en el 1967: “Es como si la entera existencia de la Iglesia
se encontrase recogida en esta escucha de la que sólo puede proceder su
acto de palabra”.
Y añade el proemio de la constitución que la Palabra de Dios
escuchada con temor religioso y anunciada con valentía es un “praeconium
salutis”, un mensaje salvífico, una Palabra de vida. Ciertamente, de este
modo, en la introducción la Dei Verbum nos da las claves de lectura de toda
la constitución.
Pero la novedad del Vaticano II no sólo está en estas palabras
añadidas en el proemio y en la presentación que el capítulo primero hace de
la revelación en términos de conversación: “en esta revelación, el Dios
invisible, movido por su gran amor, habla a los hombres como amigos, y
conversa con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV 2), sino
en el último capítulo que sitúa las recomendaciones pastorales en este
marco teológico y eclesiológico: un Dios que habla el lenguaje de la amistad
y una Iglesia que se define como comunidad que, en primer lugar, escucha,
para después anunciar con valentía una palabra que no es suya, sino de la
que es servidora. El capítulo VI trata sobre “La Sagrada Escritura en la vida
de la Iglesia”. Son seis números que dan una serie de orientaciones para
hacer que todo este movimiento bíblico alcance a toda la Iglesia y a todos
los ámbitos de la misma. Es curioso observar cómo este capítulo se inicia y
termina con una referencia a la Eucaristía, como lugar donde esta Palabra
de Dios adquiere toda su vitalidad e importancia: la Escritura se relaciona
con la Eucaristía, en la que la Iglesia “nunca ha cesado de tomar y repartir a
sus fieles el pan de vida que ofrece tanto en la mesa de la Palabra de Dios
como en la del Cuerpo de Cristo” (DV 21). Esta doble mesa que se ofrece a
los fieles en la Eucaristía es la que nutre y da vida a la Iglesia (DV 26). Y en
el centro de esta inclusión, la afirmación central del capítulo que significaba
el final de una etapa de plena recuperación de una Palabra de Dios olvidada
y el inicio de un camino que llega hasta nuestros días y que está aún
abierto: “toda la predicación de la Iglesia, así como toda la vida cristiana se
debe alimentar y regir con la Sagrada Escritura” (DV 21).
Este capítulo final, lleno de recomendaciones concretas que se
derivan de esta afirmación principal, dio el pistoletazo de salida a una nueva
etapa en la vida de la Iglesia que ha marcado estos últimos cuarenta y seis
años. Entre estas sugerencias prácticas la más importante de la Dei Verbum
es la renovación de la tradición bíblica y patrística de la “Lectio divina”.
Ciertamente, es el modo de leer la Escritura que permite sumergirse en ese
diálogo que Dios ha ofrecido al ser humano con su revelación. Se trata de
un modo de leer la Escritura en sintonía con la práctica sinagogal hebrea y
con la tradición del Antiguo y del Nuevo Testamento (Neh 8; Lc 4,16-21).
3) De la Dei Verbum hasta nuestros días: Verbum Domini
Con la Dei Verbum y su difícil pero providencial gestación se puso fin
al largo período de exilio de la Palabra de Dios que ésta había vivido en el
seno de la Iglesia católica. Gran parte de las recomendaciones concretas del
capítulo VI se han llevado a cabo. De un destierro de la Palabra hemos
pasado a una presencia cada vez más importante en los diversos ámbitos
de la vida de la Iglesia: las catequesis son más bíblicas, la liturgia da una
mayor importancia a la liturgia de la Palabra, la teología ha recuperado en
gran parte su conexión vital con la Escritura, la exégesis ha multiplicado los
métodos y acercamientos que emplea para desentrañar el sentido de los
textos bíblicos, el diálogo ecuménico ha avanzado enormemente en torno a
la Biblia… La Iglesia ha puesto todos los medios a su alcance para hacer
posible que la Escritura ocupe un papel central y relevante en su vida y en
su misión. Pero, ciertamente, no es tarea fácil ni de unos pocos años
reeducar a una Iglesia que había orillado durante muchos siglos la Sagrada
Escritura. Debido a estas dificultades, Juan Pablo II reconocía en 1986,
dirigiéndose a la Federación Bíblica Católica: "El Sínodo de los Obispos de
1985 conmemoró y ratificó el Concilio Vaticano II e hizo un examen de sus
resultados. Dedicó especial atención a la importancia central de la Palabra
de Dios en la vida de la Iglesia. El documento final del Sínodo dice que la
Constitución dogmática Dei Verbum ha sido bastante descuidada durante
los veinte años siguientes al Concilio, y que es preciso recuperarla y ponerla
en práctica. ¿Puedo pedirles a ustedes que apoyen de manera especial los
esfuerzos que tienden a responder a este reto?"
Ciertamente, apenas dos años después del final del Concilio, en 1967,
el Cardenal Bea, uno de los que más había impulsado la Dei Verbum
rechazando enérgicamente el primer esquema, comenzó a tomar contacto
con las organizaciones bíblicas católicas existentes. Impulsado por el
mandato conciliar de que “todos los fieles cristianos tuvieran amplio acceso
a la Sagrada Escritura” (DV 2), todas estas organizaciones instaron al
Secretariado para la Unidad de los Cristianos la creación de la Federación
Bíblica Católica Mundial el 16 de abril de 1969. Desde ella se ha trabajado
para llevar a la práctica, en los diversos campos de la pastoral y el
apostolado, las recomendaciones del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada
Escritura, en concreto las del capítulo VI.
El influjo de la Dei Verbum en la pastoral y en la vida de nuestras
iglesias ha sido enorme: se han elaborado nuevos leccionarios en lenguas
vernáculas; se han publicado un sin fin de traducciones bíblicas (de la
escasez hemos pasado a la sobreabundancia de traducciones en castellano
y en casi todas las lenguas del mundo: la última ha sido la presentada el
pasado año por la Conferencia Episcopal Española); se han escrito
comentarios bíblicos de muy diversos tipos (el de la Casa de la Biblia que
complementa las notas de su Biblia); traducciones interconfesionales que
han posibilitado el acercamiento y el trabajo en común entre distintas
confesiones cristianas (la BTI, presentada en la Biblioteca Nacional en el
2008, tras un trabajo conjunto entre protestantes y católicos que comenzó
allá por febrero de 1973).
Con estos logros se progresaba en el modo de entender el lugar de la
Biblia en la vida de la Iglesia. El movimiento bíblico antes del Concilio había
dado un primer y difícil paso que significó romper el silencio de la Palabra y
declarar el final del exilio de la Palabra de Dios y la recuperación de su voz
en medio de la Iglesia: en este caso la pastoral bíblica se había
comprendido como la tarea de distribuir y dar a conocer la Biblia entre los
católicos por el escaso conocimiento que tenían de ella. Se buscaba que la
Escritura no sólo fuera patrimonio de protestantes y evangélicos, sino que
también fuera conocida por los católicos.
Tras el Vaticano II, gracias a las recomendaciones de la Dei Verbum,
se comenzaba a hablar de pastoral bíblica en otro sentido. Ésta se
comprendía como un servicio de la Iglesia realizado al estilo de las otras
pastorales parroquiales y diocesanas como la familiar, juvenil, social…
Corrían los tiempos en que se procuraban pastorales diversificadas en la
que se insertaba, como una más, la pastoral bíblica. Por tanto, en una
parroquia o diócesis aquellos que forman parte de la pastoral bíblica se
encargan de “la Biblia”. Debía haber un responsable de la pastoral bíblica
que trabajara con las personas interesadas en la Biblia. En la práctica, la
“comisión bíblica” de una parroquia o diócesis, cuyo servicio pastoral se
centraba en la Biblia, no pasaba de ser una más entre tantas pastorales. A
diferencia del “movimiento bíblico”, la pastoral bíblica se encargaba sobre
todo de que los que participaban de dicha pastoral conocieran la Biblia
mediante cursos, charlas, retiros, grupos y círculos bíblicos…
En los últimos veinte años se ha ido abriendo paso un nuevo sentido
de pastoral bíblica. Fue en el ámbito de la FEBIC cuando se comenzó a
hablar de la animación bíblica de toda la pastoral. Se trataría en este caso
de descubrir que la pastoral bíblica no es una pastoral junto a otras
pastorales específicas, sino un elemento fundamental de toda la pastoral. La
Biblia debe animar, como dice el Concilio, toda la vida de la Iglesia. En este
sentido el CELAM lleva trabajando en gran parte de América latina desde
hace algunos años, hasta el punto de que ya existen países como Chile cuya
Conferencia Episcopal ha creado una Comisión Nacional de Animación
bíblica de la pastoral. Esta idea definida como “animación bíblica de toda la
pastoral” fue una de las aportaciones que la FEBIC, a instancias de Juan
Pablo II, propuso al final de los ochenta, y que Benedicto XVI ha recogido
en el nº 73 de Verbum Domini.
Durante todo este tiempo posconciliar, el magisterio ha seguido
apoyando e iluminando la relación de la Iglesia con la Palabra desde su
enseñanza y con el apoyo de diversas iniciativas. La Pontificia Comisión
Bíblica, en 1993 presentaba La interpretación de la Biblia en la Iglesia, para
tratar de iluminar la proliferación de diferentes métodos y acercamientos a
la Biblia en los últimos tiempos dentro de la exégesis, siempre preocupada,
como muestra el capítulo IV, porque el esfuerzo de la exégesis alcance y
haga bien al uso de la Biblia en la Iglesia.
El año 2005 la FEBIC organizaba en Roma un Congreso titulado “La
Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia” para celebrar el cuarenta
aniversario de la Dei Verbum. Ahí Benedicto XVI, en la audiencia a los
participantes, decía: “En este contexto, quisiera evocar y recomendar
especialmente la antigua tradición de la lectio divina: la asidua lectura de la
Sagrada Escritura acompañada de la oración realiza aquel íntimo coloquio
en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, rezando, se le responde
con un corazón abierto y confiado (cf. DV 25). Esta praxis, si se promueve
eficazmente, traerá a la Iglesia – estoy convencido de ello – una nueva
primavera espiritual. En cuanto punto clave de la pastoral bíblica, la lectio
divina hay que alentarla cada vez más mediante el uso de métodos nuevos,
valorados con atención, de acuerdo con el paso de los tiempos. Nunca hay
que olvidar que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en
nuestro camino”.
Ahí el arzobispo de Abuja, Nigeria, John Onaiyekan, le lanzó un desafío al
Papa: hay que “pedirle al Santo Padre que convoque lo antes posible una
Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre «La Palabra de Dios en
la vida y la misión de la Iglesia». Ahora , como bien sabemos, los Sínodos
se han vuelto un aspecto importante de la Iglesia posconciliar…
Retrospectivamente, podemos ver que los sínodos han confirmado y
retomado muchos temas del magisterio del Vaticano II…Ha llegado el
momento de examinar Dei Verbum, en especial, las cuestiones planteadas
en su capítulo 6. En una audiencia privada concedida al Comité Ejecutivo de
la Federación Bíblica Católica en 1986, el Papa Juan Pablo II lamentó que
Dei Verbum hubiera sido «tan desatendida». No me parece que la situación
haya mejorado demasiado desde entonces”.
De ese modo llegamos hasta el año 2008, en octubre se celebró el
Sínodo de Obispos sobre “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la
Iglesia”. A partir del trabajo realizado en el sínodo Benedicto XVI ha
presentado un par de años después la exhortación sinodal Verbum Domini
(septiembre de 2010).
4.- Verbum Domini, la oportunidad para el impulso a una
animación bíblica de la pastoral
Sigue siento válida la descripción de la situación de nuestra iglesia
con relación a la Palabra de Dios que hacía el cardenal Carlo Maria Martini
en uno de sus programas pastorales de los años ochenta para la diócesis de
Milán: “Es necesario que se viva el primado de la Palabra. Ahora no lo es.
Nuestra vida está lejos de poderse decir alimentada y regulada por la
Palabra. Nos regulamos, incluso en el bien, sobre la base de algunas buenas
costumbres, de algunos principios de buen sentido, nos referimos a un
contexto tradicional de creencias religiosas y de normas morales recibidas.
Pero fuera de esto experimentamos por lo general muy poco cómo la
Palabra de Dios se puede convertir en nuestro apoyo y consolación, cómo
puede iluminarnos sobre el verdadero Dios cuya manifestación nos llenaría
el corazón de alegría”.
Esta descripción podría ser una buena respuesta a una de las
preguntas que Juan Pablo II hacía en Tertio milenio adveniente (36) cuando
reflexionaba ante el tercer milenio y sus desafíos para la Iglesia echando un
vistazo a la historia más reciente de la Iglesia: “El examen de conciencia
debe mirar también la recepción del Concilio, este gran don del Espíritu a la
Iglesia al final del segundo milenio. ¿En qué medida la Palabra de Dios ha
llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora de toda la
existencia cristiana, como pedía la Dei Verbum? ¿Se vive la liturgia como
«fuente y culmen» de la vida eclesial, según las enseñanzas de la
Sacrosanctum Concilium? ¿Se consolida, en la Iglesia universal y en las
Iglesias particulares, la eclesiología de comunión de la Lumen gentium,
dando espacio a los carismas, los ministerios, las varias formas de
participación del Pueblo de Dios, aunque sin admitir un democraticismo y un
sociologismo que no reflejan la visión católica de la Iglesia y el auténtico
espíritu del Vaticano II?”
Pues bien, sin entrar en un análisis pormenorizado, Verbum Domini
puede proporcionarnos unas cuantas pistas para lograr que la Palabra de
Dios llegue a ser la inspiradora de toda la existencia cristiana. En la
introducción, Benedicto XVI, situándose claramente en la línea que hemos
venido trazando del Concilio Vaticano II junto a los obispos del Sínodo, trata
de verificar la puesta en práctica de la indicaciones conciliares y hacer
frente a los nuevos desafíos que plantea la actualidad a los creyentes.
El papa articula este documento en tres partes, precedida de una
introducción que da las claves de lectura de todo el documento y seguida de
una conclusión que trae de la mano el tema del nuevo sínodo sobre la
nueva evangelización cuyos lineamenta se están trabajando ya (“Nueva
evangelización, nueva escucha”). En una primera parte “Verbum Dei”, más
densa, hace una presentación de la revelación de Dios en la que éste se
define como el Dios que habla y que conlleva la escucha y la respuesta por
parte del ser humano a este Dios que habla. En la segunda titulada
“Verbum in Ecclesia” se detiene a analizar la relación entre la Palabra de
Dios y la Iglesia. Y en la tercera, “Verbum Mundo”, se centra en la misión
de la Iglesia, que no es otra que ofrecer al mundo la buena noticia de que
Dios nos ha regalado su amistad y su Palabra, Jesucristo, el rostro de la
palabra de Dios.
Me centraré en un aspecto del segundo capítulo, que por reiterativo
desde la Dei Verbum hasta hoy nos está dando una pista. Ya señalábamos
más arriba que la Dei Verbum en el capítulo VI comienza y acaba haciendo
una referencia a la relación que se da entre la Eucaristía y la Palabra de
Dios: “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha
hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia,
nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece
la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (DV 21). Cuando la
Comisión Bíblica habla en La interpretación de la Biblia en la Iglesia sobre el
uso de la Biblia en la Iglesia, comienza por su uso en la liturgia: “hoy es
sobre todo en la liturgia donde los cristianos entran en contacto con las
Escrituras, con ocasión de la celebración eucarística dominical”. Pues bien,
al comenzar la segunda parte de su exhortación, Benedicto XVI se refiere a
la Iglesia como la casa de la Palabra, cuyo ámbito privilegiado donde Dios
nos habla es el de la liturgia. Por tanto, la liturgia, y en especial la eucaristía
dominical (penúltimo sínodo: fuente y culmen de la vida y de la misión de la
Iglesia), y la Palabra de Dios tienen una relación especial que se ha de
cuidar y desde la que ha de nacer cualquier intento de nueva evangelización.
Creo que éste es uno de los puntos clave desde los que se puede comenzar
a construir una verdadera animación bíblica de la pastoral en nuestras
iglesias.
1) La liturgia dominical es el lugar propio y privilegiado donde la
Palabra de Dios se hace viva y eficaz. Por varios motivos:
+ La liturgia es epifanía o manifestación del misterio de Dios que
viene a establecer alianza con su pueblo
+ La liturgia es epifanía de la iglesia, comunidad que responde en
oración a la invitación de Dios
+ Es el día del Señor, el día del Resucitado que se hace presente y
reúne a su pueblo para desvelar el sentido de la historia y de la vida. Por la
experiencia de los discípulos de Emaús (Lc 24,26), sabemos que es Cristo
resucitado el que permite al cristiano comprender las Escrituras. Y el lugar
privilegiado de encuentro con el Resucitado es el de la liturgia, el de la
comunidad reunida en oración el día del Señor.
Por lo tanto, cuando la liturgia comienza, toda ella, gestos, palabras, la
Palabra, no tiene importancia en sí, sino en cuanto en que señalan a Aquel
que habla, a Dios mismo. Dios hace resonar su voz a través de toda la
liturgia. Las Sagradas Escrituras y la liturgia se convierten en la epifanía de
la presencia de Dios en medio de la vida y de la historia de este mundo
2) En la liturgia se hace realmente una lectura creyente de la Palabra
de Dios:
+ es una lectura respetuosa de los textos;
+ una lectura “canónica”: se pasa sin violencia del A.T. al N.T.,
porque es Dios el que hace resonar su voz a lo largo de los dos testamentos
(SC 7: “Cristo está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia
la Sagrada Escritura, es él quien habla”);
+ una lectura en comunidad;
+ una lectura desde la vida y para la vida;
+ una lectura animada e iluminada por la fe en Cristo resucitado.
3) Como ya se ha apuntado, toda la celebración y no sólo la liturgia
de la Palabra tienen un apoyo en la Escritura: la misma estructura de la
liturgia es bíblica (Ap; Lc 4; Lc 24; Neh 8). De este modo, toda la
celebración litúrgica se convierte enteramente en proclamación, bajo
modelos diversificados, de la única Palabra de Dios.
Todo esto a nivel teológico y eclesiológico, suena muy bonito y lo
sabe el papa. Pero la constatación que hacemos no es esa. Leccionarios
nuevos adaptados, ritos preciosos con la procesión del Evangeliario… pero
vemos que la liturgia no consigue suscitar el diálogo entre Dios y el hombre
del que hablaba la Dei Verbum y del que habla Verbum Domini. Son muchas
las razones:
+ La proclamación que no se cuida con frecuencia: lectores sin
preparación para hacer viva la palabra de Dios en medio de su comunidad.
+ La homilía, que muchas veces deja mucho que desear: “las
palabrerías piadosas, eruditas o incluso moralizantes pueden cubrir las
Escrituras con una auténtica mortaja”8. La homilía no sólo debe explicar la
Escritura, sino sobre todo anunciar el Evangelio, es decir, mostrar la
realización de las promesas en la propia celebración.
+ Pero la razón principal es la falta de una iniciación bíblica en la
inmensa mayoría de los fieles, y por desgracia a veces también entre
nosotros, los servidores de la Palabra.
De ahí, que Verbum Domini insista en la necesidad de recuperar un
acercamiento orante a la palabra de Dios, conforme a la lectio divina, bien
sea individual o comunitaria. Eso sí, insistiendo en la conexión que debe
darse entre esa lectio y la eucaristía, lugar privilegiado para este tipo de
lectura orante (86). Pensemos en el significado que tendría una lectio divina
comunitaria como preparación de la celebración eucarística del domingo,
una lectio divina que convertiría la homilía en un acto nacido en el seno de
la misma comunidad.
Éste es uno de los retos que urgen a la iglesia en nuestros días y a
todos los creyentes que quieran enraizar su fe sólida y profundamente en
medio de una sociedad plural, compleja, multirreligiosa y multiétnica,
8
Cf. Patrick Prétot, “Las Sagradas Escrituras y la liturgia: epifanía de una presencia” en Gérard Billon
(dir), Leer la Biblia hoy. Desafíos para la Iglesia, Estella, Verbo Divino, 2008 (CB 141), pp. 68-69.
formarse en la lectio divina, en ese contacto asiduo y personal con la fuente
viva de la vida espiritual.
(En primer lugar, el ministro de la Palabra podría comenzar a
preparar su homilía dominical al inicio de la semana. La lectio divina con las
lecturas del domingo durante estos días le consiente interiorizar, reflexionar
y orar una Palabra que habrá tomado posesión de él y le habrá permitido
entrar en la intimidad de Dios, y descubrir sus proyectos de salvación.
Entonces llegará al domingo capacitado para comunicar una Palabra llena
de vida, luminosa, consoladora... para su pueblo.
En segundo lugar, el creyente se reúne en comunidad durante el día
del Señor y asiste atento al diálogo que Dios entabla con su pueblo a través
de las lecturas que el ministro proclama y sirve con esmero en la mesa de
la Palabra. Si también practica la lectio divina durante los días que siguen,
la escucha comunitaria que le ha permitido acoger la Palabra se va
convirtiendo en oración, diálogo íntimo y personal con Dios. La Palabra
conservada y meditada en el corazón hablará incesantemente y podrá
producir frutos en él.9
Esta coordinación entre Eucaristía y lectio divina permitirá respetar la
bipolaridad típica de la escucha de la palabra de Dios: una atención
contemplativa, a la Palabra misma, que permita gustarla y hacerla viva y
una atención a la historia concreta que se vive, en la que la Palabra tiene
que colocarse y desarrollarse.)
9
Cf. Enzo Bianchi, Orar la Palabra, pp. 53-63: “Cuando volváis a casa deberíais coger la Escritura y
con vuestra esposa e hijos releer y repetir juntos la Palabra escuchada en la iglesia”. “Volved a casa y
preparad dos mesas, una con los platos de la comida y otra con la Escritura; que el marido repita lo que
se ha escuchado en la iglesia… haced de vuestra casa una iglesia”.
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