Textos del Magisterio y patrísticos *“Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena” (2 Tim 3,16-17). * “Escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia”. * “Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos. Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a ‘los géneros literarios’. Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres” (DV 12) * “El método histórico crítico es el método indispensable para el estudio científico del sentido de los textos antiguos. Puesto que la Sagrada Escritura, en cuanto ‘Palabra de Dios en lenguaje humano’, ha sido compuesta por autores humanos en todas sus partes y todas sus fuentes, su justa comprensión no solamente admite como legitima, sino que requiere la utilización de este método” (Documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia). * El problema de la interpretación de la Biblia no es una invención moderna, como a veces se querría hacer creer. La Biblia misma testimonia que su interpretación presenta dificultades. Al lado los textos límpidos, tiene también pasajes oscuros. Leyendo algunos oráculos de Jeremías, Daniel se interrogaba largamente sobre su sentido ( Dn 9,2). Según los Hechos de los Apóstoles, un etíope del primer siglo se encontraba en la misma situación a propósito de un pasaje del libro de Isaías (Is 53,7-8) y reconocía la necesidad de un intérprete (He 8,30-35). La Segunda carta de Pedro declara que ‘ninguna profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia’ (2 Ped 1,20), y observa, por otra parte, que las cartas del apóstol Pablo contienen ‘algunos puntos difíciles de comprender, que los que carecen de instrucción y firmeza interpretan erróneamente, como hacen con el resto de las Escrituras, acarreándose así su propia perdición’ (2 Ped 3,16)” (Documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia).. * “Los Libros sagrados no pueden equipararse a los escritos ordinarios, sino que, al haber sido dictados por el mismo Espíritu Santo y tener un contenido de suma importancia, misterioso y difícil en muchos aspectos, para comprenderlos y explicarlos, tenemos siempre necesidad de la venida del mismo Espíritu Santo, es decir, de su luz y 1 su gracia, que es preciso pedir ciertamente con una oración humilde y conservar con una vida santa” (Encíclica Providentissimus Deus del papa León XIII). * “Sí, para llegar a una interpretación plenamente válida de las palabras inspiradas por el Espíritu Santo, es necesario que el Espíritu Santo nos guíe; y para esto, es necesario orar, orar mucho, pedir en la oración la luz interior del Espíritu y aceptar dócilmente esta luz, pedir el amor, única realidad que nos hace capaces de comprender el lenguaje de Dios, que ‘es amor’ (1 Jn 4, 8.16). Incluso durante el trabajo de interpretación, es imprescindible que nos mantengamos, lo más posible, en presencia de Dios” (Juan Pablo II, “Discurso en la presentación del documento de la Pontificia Comisión Bíblica” La interpretación de la Biblia en la Iglesia”) * “Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe” (Dei Verbum 12). * “A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Heb 1,1-3): Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (Catecismo de la Iglesia Católica 102; la cita final es de S. Agustín). * “La docilidad al Espíritu Santo produce y refuerza otra disposición, necesaria para la orientación correcta de la exégesis: la fidelidad a la Iglesia. El exegeta católico no alimenta el equívoco individualista de creer que, fuera de la comunidad de los creyentes se pueden comprender mejor los textos bíblicos. Lo que es verdad es todo lo contrario, pues esos textos no han sido dados a investigadores individuales ‘para satisfacer su curiosidad o proporcionarles tema de estudio y de investigación’ (Divino Afflante Spiritu, Enchiridion biblicum 566); han sido confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar su fe y guiar su vida de caridad. Respetar esta finalidad es condición para la validez de la interpretación. La Providentissimus Deus recordó esta verdad fundamental y observó que, lejos de estorbar la investigación bíblica, respetar este dato favorece su progreso auténtico (cf. Enchiridion biblicum, 108109). Es consolador comprobar que los estudios recientes de filosofía hermenéutica han confirmado esta manera de ver y que exegetas de diversas confesiones han trabajado en una perspectiva análoga, subrayando, por ejemplo, la necesidad de interpretar cada texto bíblico como parte del canon de las Escrituras reconocido por la Iglesia, o estando mucho más atentos a las aportaciones de le exégesis patrística. En efecto, ser fiel a la Iglesia significa situarse resueltamente en la corriente de la gran Tradición que, con la guía del Magisterio, que cuenta con la garantía de la asistencia especial del Espíritu Santo, ha reconocido los escritos canónicos como palabra de Dios dirigida a su pueblo, y jamás ha dejado de meditarlas y de descubrir su riqueza inagotable. También el Concilio Vaticano II lo ha afirmado: ‘Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios’ (Dei Verbum, 12) (Juan Pablo II, “Discurso en la presentación del documento de la Pontifica Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia). 2 * “Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación de la Iglesia, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: ‘Pues la palabra de Dios es viva y eficaz’, ‘que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados’” (Dei Verbum 21). * Es conveniente que los fieles tengan fácil acceso a la Sagrada Escritura”. Y, “como la Palabra de Dios tiene que estar disponible en todas las edades, la Iglesia procura con cuidado materno que se hagan traducciones exactas y adaptadas en diversas lenguas, sobre todo partiendo de los textos originales” (Dei Verbum 22). * “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles... la lectura asidua de la Escritura” (Dei Verbum 25). * “Ejercitémonos cotidianamente en la lectura y procuremos imitar aquello que leemos... usa como tus consejeros a Moisés, Isaías, Jeremías, Pedro, Pablo, Juan y al mismo gran consejero, Jesús Hijo de Dios” (S. Ambrosio Exposición sobre el Salmo 118, 12, 33; cf. 13,17). *“Lee con frecuencia y aprende lo mejor que puedas. Que el sueño te sorprenda mientras sostienes el Códice entre las manos, y que las páginas sagradas reciban tu rostro vencido por el sueño” (S. Jerónimo, Epístola 22, 17). * “Todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la Palabra han de leer y estudiar asiduamente la Escritura” (Dei Verbum 25). Como ministros de la Palabra deben “ofrecer al Pueblo de Dios el alimento de la Palabra que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad, encienda el corazón en amor a Dios (Dei Verbum 23). * “También el ministerio de la Palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y, en lugar privilegiado, la homilía, recibe de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad” (Dei Verbum 24). “Los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como obligación principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo… Es siempre su deber enseñar, no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios… no sólo de una forma general y abstracta, sino aplicando a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio (Presbyterorum ordinis 4). * “Entre todas las ayudas espirituales descuellan aquellos actos por los que se nutren los fieles de Cristo con la palabra de Dios y de la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía; de cuánta importancia sea su frecuencia para la santificación propia de los presbíteros, es cosa que a nadie se le oculta” (Presbyterorum ordinis 18). * “El sacerdote mismo debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para 3 que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva: ‘la mente de Cristo’ (1 Cor 2, 16), de modo que sus palabras, sus opciones y sus actitudes sean cada vez más una transparencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio. Solamente ‘permaneciendo’ en la Palabra, el sacerdote será perfecto discípulo del Señor; conocerá la verdad y será verdaderamente libre, superando todo condicionamiento contrario o extraño al Evangelio (cf. Jn 8, 31-32). El sacerdote debe ser el primer ‘creyente’ de la Palabra, con la plena conciencia de que las palabras de su ministerio no son ‘suyas’, sino de Aquel que lo ha enviado. Él no es el dueño de esta Palabra: es su servidor. Él no es el único poseedor de esta Palabra: es deudor ante el Pueblo de Dios. Precisamente porque evangeliza y para poder evangelizar, el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser evangelizado. Él anuncia la Palabra en su calidad de ministro, partícipe de la autoridad profética de Cristo y de la Iglesia. Por esto, por tener en sí mismo y ofrecer a los fieles la garantía de que transmite el Evangelio en su integridad, el sacerdote ha de cultivar una sensibilidad, un amor y una disponibilidad particulares hacia la Tradición viva de la Iglesia y de su Magisterio, que no son extraños a la Palabra, sino que sirven para su recta interpretación y para custodiar su sentido auténtico El conocimiento amoroso y la familiaridad orante con la Palabra de Dios revisten un significado específico en el ministerio profético del sacerdote, para cuyo cumplimiento adecuado son una condición imprescindible, principalmente en el contexto de la ‘nueva evangelización’, a la que hoy la Iglesia está llamada” (Pastores dabo vobis). * “Toda la educación de los alumnos en ellos debe tender a que se formen verdaderos pastores de almas a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, prepárense, por consiguiente, para el ministerio de la palabra: que entiendan cada vez mejor la palabra revelada de Dios, que la posean con la meditación y la expresen en su lenguaje y sus costumbres” (Optatam totius 4) * “La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia” (Dei Verbum 21). * “La Palabra de Dios escrita… resuena de manera especial cuando las palabras de los Profetas y de los Apóstoles se proclaman en la liturgia y muy especialmente en la celebración de la Eucaristía. En efecto, “la economía de la salvación, que la palabra de Dios no cesa de recordar y de prolongar, alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de modo que la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta palabra” (Prenotandos a los leccionarios litúrgicos…, nº 4). * “El sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios” (Pastores dabo vobis). 4