Escocia 1665. Cinco años después de la Peste Negra. El ex ángel Jophiel vive su vida en soledad como un mortal, después de haberse retirado sus propias alas como castigo por haberse enamorado de un vampiro. Un día, sus viejos amigos, Michael y Zadkiel, le ofrecen la posibilidad de regresar a su antigua vida en los Cielos. ¿El precio? Capturar a su ex amante, y cortarle la cabeza. Lord Frederik Jasper Grimm, el hombre a quien Jophiel había amado, es un vampiro Belial nacido con la mitad de un alma y emociones mortales. Su crimen, haber destruido una aldea llena de inocentes para poder rescatar a su querida hermana Amelia, a quien el mago asesino Malcolm MacNiel, mantiene como rehén. Pero antes de que Frederik pueda recuperar a Amelia de la fortaleza de MacNiel, Jophiel lo captura. Antes de que Jophiel pueda levantar su espada, Frederik le pide misericordia, explicándole por qué destruyó la aldea. Aunque Frederik le ha mentido antes, Jo no puede matar a su ex amante. Su única opción es mantenerlo prisionero hasta que pueda encontrar la respuesta a la pregunta: ¿Por qué iban a enviarlo a ejecutar a un vampiro inocente? Al mismo tiempo, tendrá que mantener su nueva y mortal situación en secreto. Inglaterra. Época de la Peste Negra. —Eres un idiota, Jo. —¿Cómo dices? —Jo retrocedió un paso ante el insulto y vio el fulgor en los ojos de su amante, que lo miraba duramente. No era una burla amorosa, sino una que tenía la intención de quemar y cortar. Y lo hacía. Jo se enojó, tensando su cuerpo, sus dedos se encresparon en puños, erizando sus alas como las de un ave ofendida. Las alas eran invisibles para los hombres de Frederik que estaban dispersos sobre el césped de su vasto jardín, a unos diez metros de donde estaban discutiendo. Pero no podía ocultar sus emociones como hacía con sus alas, y el vampiro hijo de puta podía ver claramente su ira. Sin embargo, la ira de Jo parecía no generar ninguna otra respuesta de Frederik que no fuera una actitud indiferente. —Sé muy bien que no puedo permanecer en la tierra sin que empiece a ser mortal. ¿Qué hay de estúpido en eso? —La peste, maldito idiota. Frederik hervía. Por primera vez, Jo vio algo parecido al odio brillando en sus furiosos ojos. Los sirvientes se persignaron ante la mención de la enfermedad. A pesar de que Frederik le temía al fuego, las altas llamas quemaban acaloradamente cada habitación de su casa, y también oscilaban en varios lugares de las fosas que la rodeaban como medida para mantener a las ratas y las pulgas lejos de los mortales que estaban bajo su cuidado. Era más de medianoche, y aunque la luna llena dejaba caer su resplandor plateado de costumbre, éste apenas era perceptible debido a los fuegos que afloraban y resaltaban a su alrededor. ¡Era casi tan luminoso como el día! La cara de Frederik brillaba húmeda de sudor por el calor. —Si te conviertes en mortal, la plaga te consumirá, como ha hecho con todo lo demás, y tú eres más estúpido de lo que imaginaba, si piensas por un momento que voy a transformarte en uno de mi especie. No voy a ir al infierno por nada, ni por ti, ni por nadie. —Nunca te he sugerido que me transformes en un vampiro. —La voz de Jo se levantó con impaciencia. Los sirvientes de Frederik ni siquiera parpadearon ante las palabras. Sabían perfectamente a quien servían. Jo sintió el miedo en ellos, no hacia su amo, sino hacia la peste que casi había arrasado a la totalidad de los mortales de la tierra, y a la posibilidad de perder sus vidas, ya que Frederik no pensaba transformarlos. Tenían depositadas sus esperanzas en el malvado demonio, pero Frederik nunca se atrevería a transformar a ningún ser viviente en un vampiro. No con la amenaza de que se convertiría en una criatura de la noche sin alma. Frederik era un vampiro Belial. A diferencia de otros vampiros, había nacido con la mitad de un alma. Su creencia y la de otros Belials, muy arraigada en ellos, era que si querían tener la paz eterna una vez que terminara su larga vida, nunca, absolutamente nunca, podían crear vampiros. Ni uno. Jo tomó una respiración e intentó calmarse, obligando a sus dedos a relajarse. —Frederik, me he quedado cuanto he podido, pero ya no puedo esperar más. —Bajó la voz para que los sirvientes no lo oyeran. Aunque se sentían cómodos al servicio de un vampiro, saber que había un ángel delante de ellos los mataría de miedo, porque todos los mortales, cuando pensaban que el final de los días estaba sobre ellos, se aterrorizaban. A pesar de que Jo llevaba la armadura tradicional de los ángeles, el peto y la capa eran invisibles para ellos, al igual que sus alas. Sólo veían a un hombre mortal con prendas mortales pidiéndole a su amante que no lo echara—. El cielo me llama. Apenas puedo luchar por más tiempo ahora que mis alas están curadas. Estoy dispuesto a volverme mortal por nosotros, Frederik. Quiero quedarme. Además... un cuerpo mortal le permitiría compartirse de formas que sólo los mortales podían. Frederik parecía poco impresionado por su declaración. Sus brazos se mantuvieron cruzados sobre su chaleco azul de manga larga y plantó sus botas negras firmemente en la hierba mientras permanecía de pie con la espalda rígida. —Jo, lo siento si te he engañado con mis afectos. Si el cielo te está llamando, no deberías ignorarlo. —¿Qué...? ¿Qué dices? ¿Cómo puedo haber engañado? Sé perfectamente cuales son nuestros afectos. sido Como ángel, Jo no tenía órganos sexuales con los que poder experimentar el afecto físico. Sin embargo, Frederik lo había besado y había hecho otras cosas con la boca, una y otra vez, lo suficiente para calentar la sangre de Jo y para no dejarle dudas de las intenciones del vampiro. —Me parece que no lo sabes. Vete a casa, Jo. —Con eso, Frederik se volvió y comenzó a caminar hacia el aire relativamente más fresco de su casa. Enojado, el calor se inflamaba dentro del pecho de Jo y amenazaba con consumirlo. —¡No me vuelvas la espalda! Siguió al vampiro, pero una rápida mano en la manga de metal de su coraza lo detuvo. Tiró de su hombro, se alejó y se giró, su mano en su espada, listo para desenvainar. El sirviente se paró y dio un paso atrás, la incertidumbre en su rostro. Un segundo hombre miraba la escena con cuidado unos pasos más atrás, a la espera en caso de que lo necesitaran. Jo podría ver la bondad de estos hombres. Había pasado la última semana bajo el techo de Frederik y en ocasiones los había visto colocar las mesas y darles suaves órdenes a las criadas. Jo no los conocía y apenas si había hablado dos palabras con ellos, pero no quería causarles ningún dolor. Tal vez esa fue la razón por la que Frederik los había escogido para que fueran testigos de este intercambio. Sabía que Jo no lucharía contra ellos sólo por el privilegio de seguir al otro hombre como un cachorro perdido. —Frederik, ¿realmente he juzgado mal la situación? —le gritó. El vampiro se paró, giró su cabeza y luego siguió adelante, como si Jo no le hubiera dicho nada en absoluto. La más extraña e incómoda sensación recorrió el pecho de Jo. Nunca, en todos sus años luchando contra los demonios, había experimentado tanto dolor. Miró hacia abajo, casi esperando ver una mano con garras perforando su armadura y directamente su alma. Pero allí no había nada. El dolor sólo existía dentro de él. —¿Milord? —preguntó el sirviente con el pelo claro y ojos suplicantes, el otro, de pelo más oscuro justo detrás de él—. Tenemos que acompañarle fuera. Su tono rogaba a Jo que no hiciera una escena allí. Un portazo lo hizo volverse en la dirección de Frederik, y este ya se había ido. Ahora, una pesada puerta de madera impedía a Jo ir tras él. La amargura comenzó a crecer dentro de él una vez más. —No necesito escolta. —Jo se marchó de la casa. No necesitaba dirección. En ese campo, donde todo estaba rodeado por el bosque, estaría solo muy pronto. —Perdóneme, señor, pero tenemos que acompañarlo — repitió el sirviente. Esta vez Jo no pudo contener su ceño fruncido. Tanto, que los hombres dieron un paso atrás, pero lo siguieron a distancia mientras se marchaba. Pronto, el aire fresco de la noche superó al calor e hizo un alto en sus pasos. Lejos de las hogueras, el campo era mucho más oscuro y también mucho más peligroso para los mortales que trataban de evitar a los gatos, las ratas y las pulgas que transmitían la enfermedad. Jo entró en el bosque, su cuerpo todavía zumbando por haber sido despedido de la propiedad. Era como si Frederik quisiera estar absolutamente seguro de que no volvería y trataría de colarse por una ventana o cualquier otra tontería. Su espíritu se hundió un poco al darse cuenta de que podría muy bien haberlo hecho si los siervos no lo hubieran escoltado. La ira que había sentido hacia Frederik ahora se retorcía sobre sí mismo. La humillación y la vergüenza seguían presionándolo tan fuertemente que encorvó la espalda. Echó la mano hacia el árbol más cercano para estabilizarse. Arriba sonó un trueno. La cabeza de Jo se disparó. Los árboles no eran tan densos como para que perdiera de vista el cielo. Este era lo más importante para él. Estaba negro como la noche, pero la luna y las estrellas seguían siendo brillantes, sin asomo de nubes de tormenta, y no había ninguna brisa fría o violenta que sugiriera que llegaba la lluvia. Sabía lo que había oído, aunque deseaba no haberlo hecho. —Lo siento mucho —dijo. ¿Qué había hecho? Había caído a la tierra debido a una lesión en una batalla, y sin embargo hacía días que sus alas habían sanado lo suficiente como para volar a casa. El Cielo lo había llamado, sin embargo, permaneció en la casa de un demonio de nivel inferior. Había permitido que Frederik lo tocara y besara, y se había subido a sus rodillas. No quería pensar en cómo de perversamente se había comportado. Jo había amado a un vampiro y se había ofrecido a sacrificar su inmortalidad, sus alas, su propio ser. Quizás solo tenía que alejarse. ¿Cómo se atrevía siquiera a considerar la idea de darle la espalda a sus hermanos? ¿Sus responsabilidades? Su puño golpeó la tierra y la hierba dispersa. No fue consciente de que había caído de rodillas. El trueno golpeó de nuevo. Jo hizo una mueca. Si esto era una prueba, entonces, seguramente había fallado, y se despreciaba por ello. Quería gritar. Él quería… necesitaba… ¡Argh! ¡No sabía lo que necesitaba! ¿Cómo podía volver a casa después de lo que había hecho? Casi le había dado la espalda a su familia por un demonio. No volvería nunca. No quería volver. La vergüenza era demasiado grande. Entonces, la respuesta, su castigo, se hizo evidente. No iba a volver. Jo suspiró pesadamente, sus ojos regresaron a las estrellas. Había querido ser mortal y ahora lo sería, pero sin el lujo de un amante a su lado. Incluso el Cielo tenía que mantener su equilibrio. Jo llevó sus manos atrás, tanteó con los dedos hasta encontrar las plumas más suaves que crecían a lo largo de los delgados huesos de sus alas más cercanos a los omóplatos. Sus manos se cerraron alrededor de los tallos, donde las plumas eran tan finas que era visible la carne rosada de su piel. Las agarró fuertemente y tiró. Con el primer horrible tirón, se le escapó un gruñido, la piel de su espalda se extendió mientras tiraba de sus alas. Sus extremidades estaban rígidas y su agarre cortaba el flujo de sangre, y mientras tiraba más y más duro, las alas se estremecían y temblaban. Las propias alas estaban entumecidas, pero los huesos donde estas se unían a la espalda, estaban a fuego vivo con pulsos de agonía. Aunque trató de contenerse, emitió un grito áspero cuando el dolor lo consumió como si fuera fuego. Los huesos de sus hombros estaban encorvados bajo la presión de su asalto. Entonces oyó el terrible desgarro del músculo y el sonido de los huesos dislocados en su espalda. Liberó sus alas y cayó hacia adelante sobre su pecho, una ráfaga de aire silbaba de su garganta. Aspiró profundamente el aroma de la hierba y las hojas, sintió frío a medida que presionaba su cara caliente y sudorosa contra ellas, sus alas, sus muertas y blancas alas, caídas a sus costados. Aún estaban unidas a su espalda por finos hilos de piel que aun no había arrancado, pero ya no eran parte de él. Tenía que actuar con rapidez. Ya podía sentir el cosquilleo frío de sus músculos cuando la carne trataba de volver a unirse de nuevo y los huesos se rehacían para volver a montarse. Con brazos temblorosos, sacó su espada de la vaina de cuero sujeta en su cadera. La hoja estalló en llamas y fue feliz de ser capaz de ver su fuego una vez más. Usando su mano libre, Jo se levantó de nuevo sobre sus rodillas. Sus alas se mantuvieron como un peso inútil en el suelo, pero sus articulaciones gritaron por el movimiento. Agarró su ala izquierda y colocó la espada en la rama emplumada que aun la unía a su espalda. Siseó porque el fuego ardía, pero empezó a cortar y la quemazón no fue nada más que un inconveniente en comparación con el dolor causado por la hoja. Jo se mordió los labios cuando movió su brazo hacia arriba y hacia abajo, cortando limpiamente a través de la carne y el hueso hasta que su ala cayó. Estuvo a punto de caer sobre el costado derecho debido a la desigual distribución de peso. Le echó un vistazo a su miembro ensangrentado, su espalda y la parte posterior de sus muslos y pantorrillas estaban mojadas por el flujo sanguíneo. Dio un grito ante la vista de su cuerpo sin alas, su brillo celestial se había ido con ellas para siempre. Sin embargo aún podía sentir su conexión con los Cielos, la luz dentro de él parpadeaba débilmente, pero todavía estaba allí. Agarró su otra ala, y sin dudarlo, la cortó limpiamente y la quitó como había hecho con la primera. Con ningún peso sobre su espalda para equilibrarlo, Jo cayó de nuevo hacia adelante, el golpe de su pecho contra la tierra fue más doloroso de lo que esperaba. El empuje de las pequeñas piedras contra su pecho y el desnivel de la tierra, fueron algo que lo sorprendió. Se puso de manos y rodillas, su cuerpo temblando por el esfuerzo de mantener el equilibrio. La coraza de metal de Jo se había desvanecido y había sido remplazada con un traje fino que parecía un saco. A continuación, las sandalias desaparecieron de sus piernas, dejando que sus pies desnudos sintieran la arena seca. Sus ojos fueron a su espada, aún en su mano. En primer lugar, las llamas se apagaron, y por apenas un segundo, jugó con la esperanza de que le permitieran mantenerla. Entonces, la esperanza también se vino abajo, ya no podía mantenerla, no sin una mano celestial para sostenerla. Jo no tuvo que buscar para saber que sus alas ya no estaban donde las había dejado. No quería agotar las pocas fuerzas que le quedaban mirando cuando ya sabía que no estarían allí. Su cuerpo se sentía más ligero. Con la ausencia de sus alas, se sintió pequeño y bastante ingrávido, se las arregló para ponerse en pie y saltar hacia el cielo, pensando que el viento lo llevaría lejos. Luego, sus entrañas se retorcieron y lo envolvió el caos, su rostro se calentó, y un timbre que era casi como el de las trompetas de su hogar sonó en sus oídos. Volvió la cabeza y vomitó sobre el césped un líquido claro y caliente que le quemó la garganta y la boca. El olor agrio de su vómito flotó en su nariz. Su estómago y su garganta oprimieron su pecho y vomitó otra vez, totalmente en contra de su voluntad. No tenía ningún control sobre este nuevo órgano. Fue un recordatorio de que era ahora un indefenso mortal desangrándose en el bosque. ¡Era también un recordatorio de la gran enfermedad que barría la tierra! Si quería sobrevivir a su nueva existencia, tenía que encontrar refugio. Jo se puso en pie y, con paso tambaleante, viajó más lejos en el bosque, alejándose de la casa de Frederik. Tierras bajas de Escocia. Verano 1670. Cinco años después de la Peste Negra. Jophiel tenía una pequeña cabaña sin puerta a la que llamaba casa. Un trozo de tela sobre la entrada era todo lo que tenía para proteger su privacidad y mantener fuera el aire frío por la noche y por las mañanas. Empujó la tela fuera de su camino y salió al sol de la mañana desperezándose y rascándose la barriga a través de la tela irregular de las finas prendas que vestía. Se quedó paralizado a medio camino. Arqueando la espalda, dejó caer sus hombros y apretó los puños mientras iba hacia el pequeño espacio que componía su jardín. Jo se puso de rodillas entre los escombros, haciendo caso omiso de la suciedad en sus piernas. El pequeño monstruo responsable de excavar y consumir la mayor parte de sus zanahorias, dejándole apenas una, continuaba mordisqueando un tallo entre sus patas pequeñas, su nariz nerviosa y sus ojos negros, sin miedo. Jo hizo una mueca al conejo tan ferozmente como pudo. — Eres una plaga peor que cualquier demonio que me haya encontrado. —Era cierto. Por lo menos los demonios sólo habían tratado de matarlo en batalla, no obligarlo a pasar hambre hasta que muriera. El conejo le dio otro pequeño mordisco y Jo se sintió aún más insultado. Los pequeños animales salvajes no lo temían, y eso que era un depredador incluso aunque hubiera renunciado a sus nobles dones y responsabilidades para convertirse en mortal. Eso fue al mismo tiempo una bendición y una maldición durante sus primeros días como hombre. Mantener a los animales pequeños fuera del alcance de su jardín resultó difícil, sin embargo, la caza era fácil. Con el tiempo, se las había arreglado para alejarlos de su comida, menos a éste. Este valiente animalito marrón claro y peludo, continuaba persiguiéndolo. Extendió la mano y le dio un golpe en su lomo. Se deslizó fuera en respuesta a su miserable ataque, corriendo hacia la maleza y desapareciendo con la barriga llena. Le gritó. —¡Un día llevaré tu piel en mis manos! Una risa sonó detrás de él. —Podrías haberlo capturado fácilmente y acabado con él ahora. La sorprendente voz, lo hizo girarse. Estaba en cuclillas, por lo que cuando se giró, se mantuvo sobre las puntas de sus zapatos de cuero, pero luego su mente se bloqueó por lo que estaba viendo. Parpadeó para despejarla, pero la visión seguía siendo la misma. Michael, General de Ejército del Cielo al que Jo había servido una vez, le sonreía. Sus alas de color blanco puro parpadeaban detrás de su espalda y sus brazos estaban cruzados sobre una reluciente coraza de plata que moldeaba su musculoso pecho. Su pelo, Jo casi había olvidado lo negro que era y como descansaba sobre sus hombros, enmarcaba su fuerte rostro. Una sonrisa juguetona brillaba en los labios de Michael mientras observaba a Jo todavía de rodillas en el suelo oscuro entre los restos del jardín. Jo y él una vez habían sido casi lo mismo, ahora, no podrían ser más diferentes. —¿Por qué te escapaste? Michael ya sabía el porqué. Podía leer los pensamientos de Jo, al igual que los del resto de los mortales. No podía creer su buena fortuna. Su amigo más querido le pagaba con una visita después de cinco años de vivir como un mortal. ¿Estaba imaginándolo? Michael se echó a reír y sacudió la cabeza. —¡No es un sueño, hermano! Estoy aquí. En efecto, una alucinación de su mente diría una cosa así. Pero Jo le creyó. Sin embargo, no se sintió aliviado. Los seres humanos creían que cuando los ángeles los visitaban, estos se los llevaban entre luces brillantes y una hermosa canción. No podía ser verdad. Un momento antes, no había nadie, y al siguiente, un ángel con una brillante armadura y con las alas plegadas, alto y de pie, estaba en un lugar que previamente había estado desocupado. Una astilla de miedo se extendió por la piel de Jo. Tal vez, hoy, por fin, iba a ser castigado por darle la espalda a su familia. —Michael, ¿cómo te va? —preguntó. Michael levantó una ceja y dio un paso adelante, pero se detuvo. —¿Podemos... bueno? —Por supuesto. —Jo se puso de pie ante su superior, sus manos a la espalda, las piernas separadas y los hombros rectos, aunque sus rodillas cubiertas de la tierra húmeda, le quitaban mérito a su intento de asumir una apariencia de respeto. Michael miró hacia abajo a las piernas sucias de Jo, apenas suprimiendo una arruga en su nariz. —No te desprecio por no estar presentable, pero, ¿cómo lo soportas? Por su reacción, uno podría pensar que Michael había dejado de limpiar su armadura como siempre había hecho y que era él quien estaba cubierto de suciedad en lugar de Jo. Sin embargo, Jo respondió. —Me acostumbré, viviendo aquí. Michael se echó a reír, sorprendiéndolo, y dio un paso adelante. Tomó el brazo de Jo y lo apretó como hacían los viejos amigos. Como tantas veces lo habían hecho antes… bien, antes. Michael tuvo la precaución de mantener a Jo a un brazo de distancia, pero su sonrisa parecía sincera. Sin embargo, en parte sólo era para aliviar los pensamientos tensos de Jo. Este le devolvió el abrazo amistoso de la mejor manera que pudo. Michael era más alto que él, por lo que Jo se vio obligado a mirar hacia arriba al azul marino de los ojos del ángel. Este era un recordatorio de su casa, de su ocupación anterior, de una vida que alguna vez había sido inmutable y sin fin. La pulida armadura de Michael y su capa roja eran la ropa estándar entre los soldados del Cielo, pero la banda roja que cruzaba la gran extensión de su torso era lo que indicaba su rango. La larga túnica por debajo de la armadura se detenía justo encima de sus rodillas, dejando ver sus fuertes piernas desnudas salvo por las sandalias que recorrían sus piernas desde los tobillos hasta la mitad de la pantorrilla. Jo solía llevar una armadura igual. Había luchado con orgullo con ella junto con su propia espada de fuego y se había desangrado él mismo. Pero estaba allí, no en el campo de batalla, y no quería pensar en las circunstancias que lo habían llevado hasta ese lugar. La sonrisa de Michael despareció de sus labios. Lo liberó y dio un paso atrás. Con esto, pensamientos. Jo supo que Michael había oído sus —Ellos son ruidosos desde tu transformación —dijo Michael. Jo se encogió de hombros. Los mortales no tenían la capacidad de ocultar sus pensamientos, por lo que estos volaban en los Cielos o se escondían en el bajo y caliente vientre del Infierno. —No estás aquí para una visita social. Michael negó, el pelo voló alrededor de sus hombros como un agua oscura. —No. Venimos a ofrecerte la oportunidad de volver a casa. Jo se dio la vuelta y se encontró cara a cara con un pelo de oro como el sol y una amplia sonrisa en una cara que no había visto en cinco años. Zadkiel estaba delante de él, había aparecido silenciosa y repentinamente, como su General, y usaba la misma armadura, aunque sin la banda roja. Mientras que Jo estaba paralizado en estado de shock al ver a otro amigo perdido hacía mucho tiempo, Zad chasqueó la lengua y tocó un mechón de su cabello pálido y sucio. —Ya no es de color oro. Es como la vida lo dejó cuando tus alas se... —Él no terminó, sino que se rio con tristeza—. Aunque ese no es el caso. Se oscureció cuando elegiste esta vida. Sí, su pelo había sido del mismo color oro que el de Zad, tan brillante que parecía el mismo sol, incluso en los días más oscuros. Ahora era pálido, como uno esperaría en un hombre mortal. Los músculos de Jo le instaron a tocar a Zad de la misma manera que había abrazado a Michael. Zad no chillaría como Michael había hecho, lo más probable es que disfrutara de verlo un poco sucio. Pero Jo no hizo ningún movimiento. Las palabras anteriores de Zad lo habían golpeado duramente. —¿V… volver? ¿De verdad? —Miró de un ángel al otro. Michael cruzó los brazos de nuevo y asintió gravemente. Zad le dio una palmada en la espalda. —Dejarás de estar lisiado, mi amigo. Tus alas te serán devueltas y podremos volver a los Cielos juntos. Michael miró con dureza al ángel más joven para hacerlo callar. En respuesta a la mirada sorprendida de Zad, Michael murmuró que debía mantener sus buenos modales y no señalar la evidente falta de Jo de los importantes elementos celestiales. Pero Jo apenas les prestó atención, su mente a la deriva. La alegría no brotó a través de su cuerpo con esa revelación. Al contrario, la sospecha corrió por su sangre. Tal vez tenía que ver con el rostro severo de Michael. —Hermano, ¿qué te pasa? —preguntó, aunque parte de él no quería saber la respuesta. Zad empujó el hombro de Jo y le susurró al oído sigilosamente, porque estaba seguro de que si hablaba muy alto, Michael lo escucharía. —Él está afligido, pero su culo sigue tieso. —Zad —replicó Michael. Zad se encogió de hombros. —No es nada por lo que tengas que preocuparte, hermano. La tarea que tienes que realizar para volver a casa, es sencilla. Todo será rápido. Incluso en un día. Todo debería ir bien. Jo no se lo creía. Zad disfrutaba haciendo que una montaña pareciera un grano de arena. No. Jo no asumiría que simplemente le darían sus alas por una tarea trivial. El Cielo no era así. Jo sabía que esperaban que demostrara su valía. Lo pondrían a prueba. Severamente. El ancho pecho de Michael se alzó de ida y vuelta con un suspiro. Se adelantó y puso una mano sobre el gran hombro de Jo. —Esto tiene que ver con Grimm. De repente, Jo no pudo respirar. Una mano invisible había llegado por debajo de sus costillas y había agarrado sus pulmones, su hígado y su corazón, todos juntos en un solo apretón, triturándolos. —Fácil hombre, fácil. —Zad, siendo el buen amigo que era, le pasó un brazo alrededor de la cintura y lo mantuvo en posición vertical cuando sus rodillas amenazaron con fallarle. —¿Frederik? —La voz de Jo era áspera. Necesitaba la confirmación. —Sí. Lord Frederik Jasper Grimm. Un vampiro oculto a plena vista entre la clase alta inglesa, y el amor de la vida de Jo. La última vez que Jo lo había visto, había sido hacía cinco años, de espaldas, cuando fue escoltado fuera de su jardín por sus guardias personales. Jo lo sabía. Le daba vergüenza admitirlo, pero se había imaginado que se había enamorado del vampiro, y que, a su vez, Frederik lo había amado. Pero era un vampiro Belial, nacido con la mitad de un alma, y capaz de tener emociones humanas. Cuando se habían conocido, después de una cierta desconfianza inicial, Frederik había convertido en su misión demostrarle a Jo lo hermosas que eran esas emociones cuando se experimentaban en carne propia, en lugar observarlas a distancia. Por supuesto, había sido un juego para él. Un flirteo para pasar el tiempo, y nada más. Todo esto planteaba la cuestión: —¿Qué ha hecho? Zad se alejó de Jo, permitiendo que permaneciera de pie por su propia fuerza. Michael y Zad se colocaron uno al lado del otro delante de él. Ambos ángeles tenían ahora los rostros adustos. —Sacrificar a todo un pueblo —dijo Michael. Una vez más, una mano apretó todos los órganos importantes dentro del cuerpo de Jo. Unió sus rodillas para evitar que la pérdida de fuerzas lo dejara caer. No, seguramente no podía ser Frederik… a pesar de que había matado antes, muchas veces en su juventud. Jo sacudió la cabeza. —Frederik se reformó, está tratando de ganar la otra mitad de su alma. No puede haber hecho tal cosa sin pensar en las consecuencias. Él las conoce. —No sabemos las razones —dijo Michael, haciendo caso omiso de la negación de Jo—. Sin embargo, hace dos días, fue solo a un pequeño pueblo supervisado por un terrateniente y en silencio mató a los hombres, mujeres y niños mientras dormían. Aquellos que despertaron durante la masacre, fueron eliminados rápidamente. Jo no podía creer que Frederik, un vampiro que alguna vez le acarició la mejilla con tanta ternura, pudiera usar sus manos para hacerle daño a los niños. —¿Estáis seguros de que era él? ¿Se deslizó en sus casas y los mató mientras dormían? Zad asintió. —Sí. Nadie sobrevivió, excepto el terrateniente de la aldea y su familia. Ellos fueron perdonados por completo. Los pobres mortales no supieron quién o qué los atacó, pero los vampiros no tienen la capacidad de esconderse de los Cielos. —Dejó al terrateniente y su familia con vida, y sin embargo mató a todo el mundo bajo su mando. —Jo lo pensó largamente—. Tenía que ser un mensaje. Pero, ¿con que objetivo? —No tenemos la respuesta a eso —dijo Michael—. Por alguna razón, no puedo escuchar sus pensamientos. Algo me bloquea. La mente de Jo corrió. Los vampiros eran una forma inferior de demonios, sus pensamientos no eran tan fáciles de leer como los de un mortal, pero Michael debería haber sido capaz de descubrir la razón de ese ataque innecesario. El Cielo había sido testigo de que Frederik realizaba tal atrocidad, sin embargo, ahora, ¿cómo podía bloquear su mente de la detección de Michael. ¿Por qué Michael y Zadkiel habían sido enviados a contarle lo que había hecho Frederik? Ah, por supuesto. —¿Queréis que le de caza? ¿Qué lo lleve a juicio para ganarme mis alas? Michael asintió. —Sí. No puedo escuchar sus pensamientos, pero sabemos dónde está. Viaja de día y de noche en su forma de lobo. Parece que avanza hacia otra aldea que está bajo la protección de otro hacendado. Éste aún más pobre que el anterior. La respiración de Jo salió de él. —¿Otro? Por el amor de Dios. Michael tendió las manos y apareció en ellas una larga cadena de oro. Los engarces eran pequeños, su apariencia delicada en las grandes palmas de Michael. Los grilletes no eran visibles, pero esa cadena estaba lejos de ser inocente. Jo supo que era la cadena de Gedeón en cuanto la vio. Un gran guerrero de hace mucho tiempo, Gedeón, usó esa cadena no sólo contra sus enemigos mortales, sino también en los seres demoníacos que habían sido tan estúpidos como para intentar desafiar a sus ejércitos. Ahora, la cadena se utilizaba en el Cielo para detener e interrogar a los prisioneros. Sólo había dos maneras de quitarla, y ninguna favorecía al cautivo. —Pónsela. La cadena te reconocerá como su maestro. Estará totalmente a tu merced. Casi mortal. Jo tomó la cadena de las manos de su amigo. Pesaba menos que un pájaro pequeño, y el oro brillaba bajo la luz del sol. La agarró con fuerza. —Haré lo que me pides y lo llevaré ante ti —prometió Jo. Esta era su primera misión desde que él mismo se había dejado caer en desgracia y abandonado su puesto. Una oleada de emoción lo llenó con la anticipación que había jurado que nunca volvería a sentir de nuevo. Pero su sangre luchaba por volver a servir. Sólo que ahora se daba cuenta de lo mucho que había perdido. Era necesario que Frederik fuera castigado por sus pecados. Jo había recibido la orden de impartir justicia y no descansaría hasta completar su misión. Zad y Michael se movieron incómodos. —No tienes que traérnoslo con vida. Mátalo y tráenos su cabeza, y entonces volverás a casa. «¡Corre, corre, corre!» Los músculos de Lord Frederik Jasper Grimm le dolían y le gritaban que se detuviera a descansar, pero en su mente seguía el cántico al mismo ritmo que sus pesadas patas golpeaban la tierra. Aspiraba el aire y lo liberaba a través de su largo hocico, y mantenía su lengua colgando para evitar el sobrecalentamiento y mantenerse en pie. «¡Corre, corre, corre!» En ese momento, el sol estaba empezando a esconderse. Los vampiros pasaban un mal rato cuando estaba alto, incluso cuando estaban en su forma animal. Sus garras de lobo cavaban encima de la suciedad y el follaje húmedo, lanzándolos hacia atrás mientras corría. Estaba decidido a llegar al castillo de MacNiel justo cuando se acercara el anochecer. «¡Ese cerdo! ¡Cerdo asqueroso! Si la ha tocado…» La había tocado de la peor manera, pero al menos solo había sido un dedo. Lo que era suficientemente horrible. Pero ¿qué si no hubiera sido un simple dígito? Eso era más de lo que Frederik se permitía imaginar. «¿Y si hubiera…?» No, no podía permitir que sus pensamientos fueran en esa dirección. Se volvería loco con las posibilidades. Estuvo a punto de volverse loco después de lo que había hecho hacía dos días. Sí, estaba loco. Loco de rabia. En el momento en que llegara al torreón de MacNiel y tomara lo que era suyo, él tendría su venganza. Tomaría la cabeza de MacNiel y se comería la maldita cosa. Anochecer. El anochecer era lo que necesitaba. Si llegaba al castillo por la noche podría transformarse en su forma normal y rescatar a su hermana. Entonces podrían salir de inmediato, sin verse obligados a esperar a una hora conveniente. Obviamente, ella no podría cambiar a su forma animal, un murciélago, y volar lejos. Ya lo habría hecho si hubiera sido tan sencillo. Debía estar impidiéndoselo un hechizo de algún tipo. MacNiel era un conocido brujo. Debía haber encantado a Amelia cuando la tomó como rehén. Ahora que Frederik había hecho lo que le había ordenado, tendría que dejarla en libertad. Y Malcolm MacNiel sufriría la muerte dolorosa que se merecía un hombre que había exigido que sacrificara a todo un pueblo. «¡Corre, corre, corre!» Su afilada nariz detectó cerca de allí el suave perfume de lavanda que Amelia utilizaba para sus manos, por lo que ella no debía estar muy lejos. «¡Sí! ¡Allí!» El castillo MacNiel y su torre de piedra rodeada de murallas, se levantaban en la distancia mientras corría. El verde de los pinos y los sicómoros, y el musgo que trepaba por las paredes de la torre, de alguna manera le daban al pequeño castillo un aire de inocencia que contrastaba con su verdadera naturaleza y la maldad del hombre en su interior. Con el sol casi en su cuna, llegaría a esas paredes en el momento en el que la luz del cielo dejara de existir. Iba a… Una poderosa fuerza se estrelló contra un costado de su cuerpo, sacándolo del camino y haciendo que se golpeara contra un roble macizo. Sonó un fuerte chasquido, pero no podía decir si había sido el árbol o su cabeza. Frederik perdió el balance de sus patas en un movimiento torpe de borracho. Se tambaleó y sacudió su cabeza, que latía como si un herrero estuviera haciendo su mejor trabajo en ella. La grieta había sido en su cabeza. Gruñó y se enderezó. Un jinete, un jinete sangriento, se encontraba en medio del sendero, bloqueando su camino. El magnífico semental blanco, pateaba la suciedad debajo de él con impaciencia, sin mostrar ninguna señal de que se había visto afectado por la colisión. Frederik gruñó cuando el hombre desmontó, pero luego su nariz tembló al captar el olor de algo más que la loción de Amelia. Un hombre que Frederik pensó que no volvería a ver nunca. Jophiel. Los ojos de Jo aterrizaron en él, y si era posible, los músculos debajo de su pelaje gris se tensaron aún más. ¿Sabría esto…? —Sé que eres tú, Frederik. Ya no hay lobos por aquí, así que tienes que serlo. «Me cago en la puta.» Jo sacó su espada de su vaina, lo que hizo que los oídos de Frederik se irguieran de inmediato. Jo lo atacó, su armadura sagrada brillando en la luz mortecina. Frederik apenas pudo saltar a los árboles antes de que la espada se empalara en la tierra oscura. ¡Jo lo estaba atacando! ¡El jodido idiota realmente estaba tratando de cortarle la cabeza! Jo tiró de la empuñadura de su espada, liberándola de un tirón fuerte, sus ojos centelleantes mientras miraba a Frederik. —¡Vas a pagar por lo que le has hecho a ese pueblo! «Por supuesto, está aquí por eso.» Jo corrió hacia él. Frederik saltó a un lado para volver a la senda, pero Jo lanzó la espada con un grito, empalándola de nuevo profundamente en la hierba y el musgo. Casi consiguió cortarle una pata antes de que Frederik saltara de nuevo en la otra dirección. Pero Jo había previsto ese movimiento. Sus cuerpos chocaron. Las manos de Jo enrolladas alrededor del cuello de Frederik, dieron un tirón hacia abajo, aplastándolo. Sus garras excavaron líneas duras en la tierra mientras luchaba por liberarse. Sólo tenía unos segundos. Menos que eso. Jo no era cualquier guerrero, tenía una espada que planeaba usar en el momento en que lo sometiera. Frederik movió el cuello con furia, su pelaje impedía que Jo lograra un asimiento apretado, sus patas traseras daban patadas y arañazos, desesperado por escapar. Jo lanzó un gruñido detrás de él cuando las garras Frederik se clavaron en sus piernas. El brillo de un puñal llamó la atención de Frederik, y el pánico se apoderó de él, desesperado por poner su garganta fuera de peligro. Sus labios y sus dientes pronto encontraron la carne caliente, y mordió con fuerza, sus dientes rompieron la piel y perforaron el músculo. Jo gritó de dolor y rabia. No tenía más remedio que aflojar su control sobre Frederik o de lo contrario perdería una parte de sí mismo. El estrecho hocico de Frederik se deslizó debajo de los brazos de Jo, pero este giró su daga en un golpe rápido. La cuchilla cortó la nariz de Frederik mientras este salía fuera del camino. Fue más allá, hasta la sombra de los árboles, cojeando con sólo tres de sus patas, la cuarta pata frotaba la picadura caliente del corte. No se sentía particularmente profunda y ya estaba empezando a sanar. Su hocico tampoco se caería, en el peor de los casos. Jadeando por la lucha, Jo se puso de pie, su muslo y antebrazo sangrando fuertemente. Frederik sabía que las heridas de Jo también se curarían rápidamente, eso era una consecuencia de su naturaleza angelical, y que no pararía hasta que su misión estuviera completada. Hasta que Frederik hubiera muerto. —Sabías que esto llegaría, Frederik. Sí, lo esperaba. «Pero el momento podría haber sido más oportuno», pensó, mirando hacia el castillo de MacNiel una vez más. Jo se trasladó hasta su espada todavía clavada en el musgo a un lado del camino. La sacó y deslizó un trozo de tela sobre el metal para limpiar la cuchilla, acercándose a Frederik cuando hubo terminado. El corazón de Frederik latía rápidamente mientras se enfocaba en Jo. Podía correr. Lo había estado haciendo durante días, pero podría hacerlo de nuevo. ¿Pero entonces, qué? Jo podría darle caza con lo que era sin duda un corcel angelical, y por otro lado, Frederik no podía refugiarse en el castillo del mago que se había llevado a su hermana. Tendría que posponer el rescate de Amelia unos momentos más. Tenía que dar explicaciones para ganarse la simpatía de Jo, para ganar sólo un poco más de tiempo. El sol estaba casi abajo. De hecho, las estrellas habían comenzado a salir en el lejano Oriente, y la sombra de los árboles era lo suficientemente oscura para que no se quemara. En vez de huir para salvar su vida, permitió que el familiar hormigueo lo acariciase, rezando para que Jo tuviera el suficiente honor como para no atacarlo mientras era incapaz de defenderse. El pelaje de su forma de lobo fue desapareciendo como las hojas secas de los árboles, dejando al descubierto su piel de alabastro y su pelo oscuro recogido con una tira de cuero. Cuando sus cuatro patas cambiaron a unas robustas piernas, se puso de pie, se estiró y se enderezó. El pelo que no había desaparecido hizo su propia transformación, convirtiéndose de nuevo en sus zapatos y sus costosas prendas de vestir de seda azul y encaje, aunque nadie sabría su valor si las mirara ahora. Estaban arruinadas por el barro que había pisado las pocas veces que había cambiado durante su viaje. Por suerte, estaban poco manchadas de la sangre derramada en el pueblo de MacGreggor. Había sido un trabajo rápido y limpio. Con muy poco desorden. Pensaba que sería capaz de soportar tener toda esa sangre en su conciencia. Ya era bastante difícil aceptar que había bebido un poco de ella. Le dio las gracias a Jo por no atacarlo. —Buenas noches, Jo. Jo asintió y dio un paso adelante, sus sandalias aplastando las rocas en el barro. Envainó el puñal en su cintura y agarró la espada con su mano. —Buenas noches, Lord Grimm. Frederik quería reírse de su formalidad, sobre todo porque habían intentado matarse uno al otro. —Ya veo que cinco años han hecho una diferencia. Jo se detuvo y lo miró. Durante el tiempo que estuvieron juntos, Frederik nunca había visto esa expresión en su hermoso rostro. Al menos, no dirigida a él. —Después de nuestro último encuentro, no podías esperar que siguiéramos siendo amigos. «Ah, sí, eso». —Aunque me deleita la oportunidad que tenemos para ponernos al día, ahora no es posible. Estoy ocupado. Jo asintió. —Sí, como lo estuviste la última vez que quise hablar contigo, si no recuerdo mal. —Levantó su mano izquierda y apareció en ella una cadena de oro—. No puedo permitirte que continúes con tu compromiso. Ahora, todo el cuerpo de Frederik se tensó. Aunque la cadena parecía muy pequeña, y más de una vez había roto hierros tan gruesos como la muñeca de un gigante, sabía que no debía dejarse engañar por las apariencias. El hecho de que Jo sostuviera la cadena significaba que estaba aquí sólo por una razón. Miró el sol que seguía marchando a espaldas de Jo una vez más. No estaba lo suficientemente seguro como para salir de la sombra del árbol, y transformarse de nuevo en un lobo le tomaría demasiado tiempo. Estaba agotado, y Jo lo atraparía si corría entre los árboles. «¡Idiota! ¡Jodido estúpido! Te ha atrapado.» Frederik se cruzó de brazos cuando Jo se acercó con calma, la cadena de oro meciéndose todo el tiempo con su paso. Habló rápidamente, con la esperanza de conseguir cualquier distracción. —¿Es esta tu venganza? ¿Tus superiores te han pedido que me captures por robar tu inocencia hace tantos años? Jo se detuvo abruptamente, los músculos de sus brazos y sus hombros rígidos de ira, su rostro una roja sombra espectral. —No me hables de eso a mí, monstruo de maldad. Su estómago se hundió. «No». —Jo, el pueblo… —Estaba lleno de inocentes, a los que asesinaste. Y estoy aquí para buscar justicia. —Jo se abalanzó de nuevo sobre él, sujetando la cadena con sus dos manos. Frederik saltó fuera del camino, su habitual aterrizaje lleno de gracia impedido por su cuerpo débil. La luz del sol que aun persistía salpicaba contra su cara como agua hirviendo. Cuando el fuego lamió sus mejillas, sus labios y sus párpados, siseó y gritó ante el tacto de la luz solar y se protegió el rostro con las manos. Al menos, lo intentó. El aire al salir de sus pulmones lo hizo parecer más un sonido susurrado que un auténtico grito de agonía cuando Jo lo derribó en el lodo. Frederik ciegamente lanzó su puño hacia arriba, y a pesar del golpe torpe, conectó contra su mandíbula. Jo gruñó y voló de nuevo, como si su puño hubiera aterrizado perfectamente. No tenía tiempo para pensar en ello ahora. Frederik se puso de rodillas y se arriesgó a abrir los ojos bajo el sol ardiente. La luz apenas lo atacaba ahora, y no estaba en llamas. Eso era una buena cosa. El fango fresco le había aliviado un poco el dolor de la quemadura, y actuaba como una barrera entre la luz y su carne. El espíritu de Frederik se levantó. Nunca pensó que estaría agradecido por esta inmundicia pestilente. Le permitiría luchar contra Jo y lograr llegar hasta MacNiel con tiempo suficiente para recoger a Amelia. Se centró en su cuerpo, concentrándose en el lobo que conocía tan bien. Podía sobrevivir a esta luz solar deprimente, pero eso no significa que quisiera hacerlo. La punzada del grueso pelaje asomándose a través de los poros de su piel fangosa, no había hecho más que empezar cuando fue abordado una vez más y su transformación se interrumpió. ¡Joder! El ángel era demasiado rápido recuperándose, sin embargo Frederik tenía que hacer esto mientras su piel hervía y se despellejaba. El barro fresco ya se estaba derritiendo. No le proporcionaría protección suficiente. Pero, mientras luchaban, rodaron, añadiendo otra capa de barro y suciedad, que profundizó por el resto de la cara y las manos de Frederik. Su fuerza comenzó a regresar. Mostró los colmillos y siseó cuando Jo, igualmente cubierto de barro, rodó encima de él. Jo le dio un puñetazo en la mandíbula. Uno de los colmillos de Frederik se partió limpiamente y cayó en la parte posterior de su garganta. Se atragantó antes de que pudiera girar su cara y escupirlo. Tomó varias respiraciones profundas y apenas registró el tintineo y el sonido haciendo clic dentro de su cuello. —Así es como funciona. Frederik empujó fuera a Jo una vez más, pero entonces un fuerte tirón en el cuello lo dejó sin aliento. Alzó la mano y agarró la cadena. No parecía haber ningún mecanismo de bloqueo en ella, sin embargo, estaba ceñida alrededor de su cuello, como si hierros candentes se hubieran instalado allí. Se sentía apretada al principio, pero luego se aflojó. Debía haberse enredado a su alrededor mientras se movía. Despejó sus vías respiratorias, se sentó, y Jo dio un salto atrás bruscamente. Frederik entrecerró los ojos ante la visión del otro extremo de la cadena en las manos de Jo. —Cuando consiga quitármela, usaré mis manos para ahogarte a ti. Jo agarró la cadena más fuertemente por la amenaza. — Inténtalo todo lo que quieras. Nunca lo lograrás. —Ya veremos. —Frederik se apoderó de la cadena alrededor de su cuello con ambas manos, sin apartar los ojos de Jo, porque quería ver el miedo en él mientras se escapaba. Tiró. La pequeña cadena se mantuvo intacta. Tal vez estaba hecha de algo más fuerte de lo que Frederik pensaba originalmente. Agarró los delgados enlaces de oro más duramente y tiró con más fuerza. Sin embargo, no se quebraron. Cayó de rodillas, respiró hondo y empezó a tirar y tirar con todo lo que poseía. —Nunca se desprenderá, Grimm. Te lo dije. Hizo caso omiso de Jo, el condenado ángel, y siguió tirando. —Grimm, la cara te está cambiando de color. Sí, eso probablemente fuera cierto, pero, de nuevo, Frederik se guardó el malestar de la sangre que viajaba hasta su cuello e inundaba su rostro mientras se esforzaba por eliminar esa cadena maldita. Tuvo que parar con una fuerte exhalación en su respiración que no se había dado cuenta de que había estado sosteniendo. La sangre abandonó su rostro en un apuro, haciendo que cayera, mareado y sin aliento, sobre sus manos y rodillas. —¿Qué…? —Es una cadena Celestial. No se puede quitar. —A menos que tú me la quites. —Frederik dio un rugido más temible—. Quítamela. Jo sacudió la cabeza. —Sólo después de que te corte la cabeza. —Jo le dio la espalda, y sin soltar la cadena, se acercó a su espada. La cadena parecía alargarse según era necesario para permitirle moverse más lejos de su cautivo, pero Frederik no se sentía como él mismo estando en esa posición, arrodillado. —Me gustaría poder lamentar haber llegado a esto. En ese momento la cadena disminuyó de tamaño, y Frederik se encontró siendo arrastrado hacia el ángel, a pesar de que Jo no tenía la cadena alrededor de su mano. Sostenía la espada en su mano derecha mientras que la cadena colgaba en la izquierda. Frederik se levantó y lo derribó, atrapándolo con la guardia baja, y lanzándolos a los dos al suelo. ¡No perdería la cabeza! ¡No lo haría! La pareja se hundió un poco más en el fango. Jo perdió su espada en la lucha y la cadena se liberó de su control mientras Frederik y él luchaban por controlar al otro. Jo luchaba bastante bien, lo que suponía un problema para Frederik que todavía tenía la intención de rescatar a su hermana. Necesitaba dominar al jodido ángel, y rápidamente. Al menos, el pequeño idiota aún no había pensado en revelar sus alas. Sin duda le darían la ventaja en una pelea. Rodaron una vez más, pero entonces Frederik apretó sus muslos alrededor de la cintura de Jo, evitando que el maldito ángel rodara sobre él en el barro de nuevo. Llevó las manos a la garganta de Jo y las apretó. Matarlo sólo sería una solución temporal. Enviaría a Jo de vuelta al Cielo de donde volvería a ser enviado para capturarlo y matarlo. Pero si podía comprar el tiempo suficiente para rescatar a Amelia, no se quejaría cuando Jo volviera a por él. Las manos de Jo agarraron sus muñecas, su boca se abría y cerraba buscando un aire que no podía obtener. Parecía un pez moribundo, pero todavía no extendía sus alas para luchar contra el ataque de Frederik. Tal vez estuvieran inmovilizadas mientras Jo permaneciera en esa posición. La manos de Jo dejaron las suyas y comenzaron a revolver en el barro, en busca de la tierra dura bajo el lodo resbaloso para poder sostenerse adecuadamente y empujar fuertemente a Frederik. Una explosión de color blanco apareció detrás de los ojos de Frederik y un dolor agudo en su oído lo siguió. Frederik cayó, parcialmente ciego, con un dolor punzante, mientras que otra parte de sí mismo se castigaba por haber sido tan tonto. No, no en busca de tierra sólida, sino a la búsqueda de algo sólido, como una roca del tamaño de un puño con el que golpearlo. «Sucio bastardo, hijo de puta, cabrón.» En realidad, el dolor del golpe era mucho más de lo que una simple roca golpeándole el cráneo podría haberle causado. Jo se sentó a horcajadas en sus caderas, la cadena en una mano y la espada atrás, agarrada firmemente. Apuntó hacia el extremo de la garganta de Frederik. La mano que sostenía la cadena también se apoderó de su pelo para mantenerlo quieto. Jo parecía lo suficientemente enojado como para matarlo. —¿No te gustaría saber por qué lo hice? —Frederik le preguntó. —Eso no importa. Frederik habló rápidamente cuando la punta de la espada tocó su garganta. —Mi hermana está encerrada en ese castillo. —Hizo un gesto con la cabeza hacia la torre MacNiel, tanto como se atrevió sin querer cortar la parte más vital de sí mismo de lado a lado—. Usó un hechizo de algún tipo para secuestrarla, y ella está allí. ¡Esperándome! No tenía la intención de que sus palabras fueran subiendo de tono cuanto más hablaba, pero cuando miró a su ex amante, la posibilidad de que Jo no esperara para obtener una explicación antes de cortarle la cabeza se convirtió en una preocupación cada vez mayor. Jo no le dio el golpe de muerte, sino que levantó un poco la espada, el lodo manchaba la frente rubia de Frederik mientras contaba su historia. —No sabía que tenías una hermana. —Nosotros casi no nos conocíamos —dijo Frederik, refiriéndose a los mejores días de su tiempo, cuando posiblemente estaba a punto de terminar su vida—. Todavía no te la había presentado. Era mi intención, pero primero tuve que esperar para estar seguros de que no habías sido enviado a matarnos. Jo no parecía convencido, sino indiferente. —Ya me has mentido anteriormente acerca de tener familia. «¡Joder!» Jo tenía razón. Lo había hecho. Pero eso era algo que hacía con todos los invitados para explicar el estado de soledad de su mansión, inventar una familia que estaba siempre de vacaciones visitando a otros amigos y familiares. Por lo general tenía que pretender ser su propio hijo para mantener a los seres humanos alejados de su verdadera naturaleza. Amelia estaba de vacaciones en el momento en el que Jo había caído en la Tierra, y no había querido que Jo supiera de ella de inmediato. —¡Eso fue diferente! Apenas nos conocíamos. Jo frunció los labios y envió una sacudida de cabeza apenas perceptible en dirección a la torre del homenaje de MacNiel. —¿Quién es el señor de aquel castillo? —El Laird Malcolm MacNiel, y reside allí con su clan. Me envió un mensajero después de que Amelia desapareció, con su dedo y nuestro anillo de familia, afirmando que, si no destruía el pueblo que pertenecía al clan MacGreggor, la ejecutaría. La echaría al amanecer y dejaría que el sol se encargara de ella. Sólo el diablo sabía lo que ese hijo de puta había estado haciendo con ella mientras Frederik había estado fuera obedeciendo órdenes como un perro encadenado. Ahora bien, sin duda estaba encadenado. ¿Le habría cortado más dedos? ¿Habría abusado sexualmente de ella? —Voy a hacerle pagar por ello. Jo se humedeció los labios y luego retiró la hoja del cuello de Frederik. El alivio de este se extendió tan profundamente como podría ser un océano. Pero Jo no se levantó del cuerpo de Frederik. —¿Todavía tienes el dedo? —¡Por supuesto que no! —Se había deshecho de él en el momento que fue capaz. No podía soportar mantener la carne cortada de su hermana—. ¡Tengo el anillo! Jo levantó una ceja. —¡Mira mi bolsillo! ¡Está ahí! Incluso todavía tiene su sangre —gruñó la última parte. Sin soltar la cadena y su espada con una mano, Jo utilizó la otra para pelar contra la capa de barro apelmazado en la chaqueta de Frederik. Su mano buscó a tientas alrededor del bolsillo interior. —No siento nada. Frederik sintió un escalofrío a través de él. —¡Tiene que estar ahí! —No está ahí. Ni siquiera hay un agujero suficientemente grande para que se hubiera deslizado un anillo. No quería creerlo, pero tenía que ser verdad. El bolsillo era tan pequeño que los dedos de Jo deberían haberlo sentido de inmediato. Pero entonces, ¿cómo se le cayó? —Debe haberse caído mientras me transformaba, o mientras luchabas conmigo en esta inmundicia. —Lo miró acusadoramente. Jo le dirigió una mirada que sugería que su paciencia estaba colgando de un hilo extremadamente fino. —Suponiendo que hubiera habido un anillo, y un dedo para encajarlo, ¿por qué el Laird MacNiel querría hacer tal cosa a tu hermana y al pueblo? —¿Dudas de mis palabras? Jo asintió. —Sí. Esa tranquila admisión le había dolido más de lo que debería. Y esta criatura celestial estaba tratando de separar la cabeza de su cuello. —No conozco todos los detalles, pero MacNiel quería casarse con una de las hijas de MacGreggor. Este se negó. —¿Por qué se negó? —¡No lo sé! ¡Tal vez porque es un tirano sin dinero! Me dijo que esperaba que le llegara la noticia de la destrucción del clan MacGreggor, si no me enviaría más de un dedo. Que la mataría y luego me enviaría su cabeza. — Incluso para sus oídos le sonó patético. Una pobre amenaza, con términos vagos. No le había parecido lo mismo en el momento que mantuvo el dedo ensangrentado de Amelia en la palma de su mano, la piel amoratada parecía una fruta en mal estado, el olor pegajoso y maloliente de la sangre así como la podredumbre se habían pegado en su nariz. Lo había dejado caer una vez se había dado cuenta de lo que era, y vomitó por todo el escritorio de su estudio. Tenía que pensar en esa cosa arrugada, aferrarse a esa idea, independientemente de la posibilidad de que cualquier número de espías de MacNiel pudieran estar observándolo cuando matara a los agricultores y sus hijos, y luego prendiera fuego a sus casas y cultivos. La cara de Jo cayó. Sus ojos se posaron brevemente en la torre del homenaje. —Independientemente de las razones, ya sean verdad o no, no tenías ningún derecho, ningún derecho, a robar las vidas de inocentes, ya fueran uno o cien. Frederik abrió la boca para discutir, pero Jo lo interrumpió. —Sin embargo, si existe la posibilidad de que digas la verdad, entonces, no puedo matarte. Debo llevarte ante Michael. Él sabrá qué hacer. —¿Michael? ¿Quién diablos sangrientos es Michael? Déjame ir, ahora. Jo se puso de pie. Hizo ademán de tenderle la mano, pero luego lo pensó mejor y tiró de la cadena de oro hasta que Frederik se levantó. —Deberías saber quién es Michael. Está por encima de todos los ángeles que servimos en el ejército. Una imagen de Amelia pasó por la mente de Frederik. Miró hacia el cielo. No estaba del todo negro, pero sí lo suficientemente oscuro, ahora que ya no necesitaba la protección del barro. Jo quería llevárselo cuando estaba tan cerca de rescatar a su hermana. Tiró contra la cadena. La maldita cosa brillaba como si no hubiera estado en el barro con él. —Podrás llevarme para que haga frente a mi ejecución después de rescatar a Amelia. Jo se detuvo temporalmente aliviando el cuello de Frederik mientras este tiraba en contra de la cadena. Luego continuó hacia el caballo, tirando de él, y montó en la criatura. Bajó los ojos mientras le daba un toque al animal poniéndolo al trote en dirección opuesta a la del castillo. Frederik tiró más duro, el pánico lo inundó ante las evidentes intenciones de Jo. —¡No! ¡Ella está allí! ¡Lo juro! — Apretó sus pies en el barro, pero fue retirado poco a poco lejos de su meta—. ¡Jophiel! —gruñó, y corrió por delante del caballo, sujetando las riendas. El animal movió la cabeza y relinchó hasta que Frederik lo puso en libertad—. Por favor, te lo ruego. —Cayó de rodillas, el barro húmedo aplastado bajo sus rodillas. Tuvo que inclinar la cabeza completamente hacia atrás para ver a Jo, la mirada fija en él sin piedad. —Toma mi cabeza, pero no me obligues a irme sin ella. Ella es inocente. —Ella es un demonio de nivel inferior. Difícilmente puede ser inocente. Frederik luchó contra su temperamento. —Por favor. Jo dudó, la pena regresó a sus ojos. —Tengo órdenes de impedirte llegar a ese castillo para que no puedas repetir el trabajo que hiciste en el pueblo MacGreggor. —¡A la mierda tus órdenes! Los ojos de Jo se convirtieron en piedra, y la misma expresión pasó a sus labios. Su mano se tensó sobre la cadena de oro y las riendas del caballo mientras se alejaban, y pasó por delante de Frederik. —Una vez creí en cada una de tus palabras. Ya no lo hago. Vamos. Frederik permaneció de rodillas, sin poder creerlo. Incluso a través de la oscuridad que se lo tragaba, aún podía ver el castillo MacNiel en la distancia, mientras las antorchas y los fuegos se encendían para la noche. Amelia estaba allí. Justo ahí. Esperando por él. ¿Podría sentirlo? ¿Sentiría que estaba tan cerca y a punto de marcharse? La holgura de la cadena se acabó, y tiró de él arrastrándolo sobre su espalda. Luchaba y gritaba mientras se alejaba de su única familia. —Cuando escape, tendré tu cabeza. —No escaparás —replicó Jo. No había ningún destello de ira tocando sus ojos o su voz por las amenazas que le había lanzado, lo cual enfureció aún más a Frederik. Llevaban en el camino varias horas. —Si hemos de ir ante tus superiores para que se celebre un juicio, lo menos que podrías hacer es ir más rápido. Mi hermana no puede esperar para siempre. —Cada momento era una tortura. —Siempre pensé que los vampiros eran inmortales como el resto de sus primos demonios. —Sabes muy bien lo que quiero decir. Al menos vamos a intentar llegar rápidamente hasta Michael para que pueda volver con Amelia. Jo no respondió de inmediato. —¿Quieres montar en el caballo delante de mí? Anael es mucho más rápido. —Prefiero estar muerto a permitir que me toques. — Frederik soltó la réplica sin pensar. Jo lo miró con desprecio y se volvió hacia el camino. — Bien, pues camina, porque a menos que te arrastre detrás de Anael, seguiremos a este ritmo. Frederik deseaba romperle la garganta a Jo y dejarlo para que las bestias se ocuparan de él. No es que no lo hubiera intentado, pero, cuando lo hizo, los eslabones de la cadena alrededor de su cuello se apretaron hasta que lo obligaron a caer de rodillas, asfixiado y jadeando. La cadena no se aflojó hasta que pensó que iba a desmayarse por la falta de oxígeno. Además de su anterior carrera como un lobo enloquecido, no estaba acostumbrado a viajar de una forma tan humillante. Pero al menos finalmente había crecido su otro colmillo. Frederik continuó tirando de la cadena antes de golpear la maldita cosa con rabia. —¿Aun está Michael en este plano? ¿Y por qué no puedes simplemente extender tus alas y llevarme volando hasta él? Jo no dijo nada. Frederik frunció el ceño. —Muy bien, ¿por qué no puedes comparecer ante tu general, como apareciste delante de mí? Jo murmuró algo que Frederik no entendió. ¡Maldita sea, esa cadena anulaba sus puntos fuertes! —¿Qué has dicho? ¡Habla! Jo se volvió en su caballo para mirar hacia él. —No es de tu incumbencia, eso es lo que he dicho. Así es como viajaremos. —¡Estamos perdiendo el tiempo! MacNiel podría estar haciéndole a mi hermana quién sabe qué cosas lascivas mientras nos alejamos. ¿A dónde diablos vamos? Por primera vez desde su encuentro, Jo pareció realmente incómodo. Se movió inquieto en su silla de montar. —No estoy del todo seguro. Frederik se paró en seco por la incredulidad y fue empujado hacia delante por el tirón de la cadena. —¿No lo sabes? ¿Cómo que no lo sabes? —Michael me dejó aquí y me dijo que te atrapara. Si tuviera que adivinar por todos los MacNiel´s y MacGreggor´s gruñendo, apostaría a que todavía estamos en Escocia. La mandíbula de Frederik cayó, y luego le vino una revelación. —¿Tienes tus alas? La falta de reacción de Jo, así como su buen ojo para lo que debería haber sido una estúpida pregunta, fue suficiente respuesta. —¿Eres mortal? El caballo se detuvo. Jo giró sobre él. —¡No soy tal cosa! Mi falta de alas para alzar el vuelo es... —¿Es qué? —Un castigo. —Castigado. Ah, por... sí, por supuesto. —Frederik hizo una mueca, la alegría llenándolo como un líquido a una taza. Jo era poco convincente, y sin duda era el resultado de haberse permitido convertirse en amigo de un demonio. —Quita esa sonrisa de tu cara. Eso significa que tendremos que caminar. Y solo con eso, su ansia por la sangre de Jo regresó, a pesar de que había bebido lo suficiente como para que le durara un par de semanas en la… Se cortó antes de que pudiera terminar su propio pensamiento. La sangre de Jo. Eso es lo que deseaba en este momento. No la de los aldeanos. Era en la sangre de Jo en lo que iba a enfocarse. Nada más. —Con el tiempo bajarás la guardia, y cuando lo hagas... —Quería que Jo utilizara su imaginación para ubicar el resto. Aun sin alas, seguía siendo un ángel, y aunque los ángeles nunca dormían, sus cuerpos necesitaban una especie de descanso de la vigilia que los hacía vulnerables. Jo se lo había dicho años atrás. Además, el caballo también necesitaría descanso, bestia celestial o no. Jo se rascó la nuca, su rostro adquiriendo un aspecto nervioso antes de tirar su cabeza hacia atrás para mirar hacia el cielo. —Debemos montar un campamento. El sol subirá pronto. Frederik se puso tenso y observó la oscuridad. Las estrellas no eran tan brillantes, sin duda, pero eso significaba… La cadena realmente lo desorientaba. Ni siquiera podía sentir el calor de la llegada del alba. Tuvo un resquicio de esperanza por eso. No había protección contra el sol a excepción de la débil sombra de los árboles. Jo tendría que acercarse a él. Tendría que aflojar la cadena de alrededor de su cuello para que pudiera transformarse en lobo. De lo contrario, se quemaría. Y sabía, o más bien esperaba, que Jo no permitiría eso. Una vez que Jo soltara la cadena, sólo sería cuestión de tirar del idiota y regresar corriendo a la torre MacNiel. —¿Y bien? ¿Dónde montaremos el campamento? —le preguntó burlonamente—. No veo cuevas o castillos donde pueda ocultarme del sol. Jo se bajó de su caballo y se burló. —Si lo que sugieres es que encontremos un pueblo para descansar, estás muy equivocado. No permitiré que estés cerca de seres humanos durante nuestro camino. Frederik se erizó. —¿Cómo te atreves? Te expliqué por qué sucedió eso. Jo no le hizo caso y los sacó del sendero adentrándose entre la maleza y los árboles. El olor húmedo de la llegada del alba flotaba en el aire, los pájaros piaban despertándose en sus nidos en las ramas por encima de ellos y las hojas húmedas se derramaban a sus pies. Frederik hizo una mueca a su espalda mientras seguía, enfurecido. —Durante todos estos años desde que me alejaste yo tenía razón al pensar que eras un asesino peligroso. —¿Asesino yo? —¡Sí! Mi hermana puede estar siendo asesinada por MacNiel mientras estamos perdiendo el tiempo entre los arbustos. Arrancaré tu cabeza y la de tu Dios. Un fuerte y gutural graznido crujió sobre sus cabezas. Jo giró, sorprendido por la interrupción repentina de la pelea. Cientos de cuervos estaban encaramados en las ramas de los árboles al otro lado del sendero. Había tantos que su peso hacía que las ramas se doblaran. Todos mirando con sus ojos negros a Frederik y a él. A pesar de que ya no tenía ninguno de sus sentidos angelicales y lo que le habían hecho creer sobre Frederik, los músculos de Jo se contrajeron en alarma. Sólo un momento antes las aves no estaban allí. Frederik se cruzó de brazos mientras miraba hacia atrás a los espantosos pájaros en el aire, era difícil que algo impresionara a un noble como él. —¿Ahora, qué? ¿Más castigos de tu Cielo? Los cuervos graznaron como uno solo y luego, a intervalos regulares, cada uno gritó por encima de los otros mientras extendían sus alas negras. Anael arañaba el suelo debajo de él. Jo desmontó y sacó su espada. —Corramos hacia los árboles. —¿Qué? Las aves se abalanzaron cascada tras cascada negra desde los árboles y se estrellaron contra ellos. Frederik y Jo giraron, pero ya estaban envueltos en una nube negra. Largas garras arañaron profundamente a lo largo del brazo y la espada de Jo. Este se abrió camino, la hoja de su espada cortando patas, alas, plumas y cuerpos, pero por todo lo que servía, bien podría haber estado cortando gotas de lluvia que cayeran desde el cielo. Jo se protegió los ojos de sus picos, que golpearon en su brazo. Agarró la cadena de Frederik apretándola mientras corrían más lejos para refugiarse en los bosques. No podía permitir que Frederik usara este incidente como una oportunidad para escapar. ¡No podía! Pero a través de la nube del negro aleteo de las alas, los ojos furiosos, y las garras lacerantes, Frederik estaba siendo golpeado más que él. Sus garras y colmillos estaban fuera, y apartaba y golpeaba a los cuervos, mordiéndolos todo lo que podía cuando se acercaban demasiado a su boca. Pero su cara y sus manos tenían líneas rojas de los zarpazos de sus garras. Esto no podía ser sólo el castigo de Jo por desafiar las órdenes. Tenía que ser también por Frederik. —¡Sácamelos de encima! —Frederik gritó, agarrando las alas de otro pájaro que se abalanzó demasiado cerca de su rostro y arrancándoselas limpiamente. Los pájaros intentaban picarle los ojos y el cuello mientras él los arrojaba lejos. Ellos no se estaban limitando a castigarlo. Atacaban directamente a sus arterias. ¡No! ¡No podían matarlo! ¡Esa era su misión y de nadie más! Jo levantó su espada y la lanzó con fuerza, su puntería concreta y certera, como si nunca hubiera dejado de empuñar la espada. Cortó las patas a los cuervos que agarraban la parte posterior de Frederik. Sus graznidos sonaban estridentes, ensordecedores, mientras caían o intentaban frenéticamente escapar volando. —¡Michael! —Jo gritó, balanceando la espada una vez más a medida que más pájaros negros llegaban hasta ellos desde los árboles—. ¡Michael, ven aquí! La única respuesta fue un rasguño en su mejilla. Anael relinchó. Un estallido de luz le llegó como si fuera una poderosa estrella explosionando. Los cuervos reventaron en una lluvia de plumas y polvo negro que cayó sobre ellos como nieve oscura. A Jo le faltaba el aire por la nube, niebla y bruma de ceniza que casi lo cegaban. Apenas podía ver a través de la tenue luz que penetraba. —¿Qué diablos fue todo eso? —Frederik exigió. Jo apenas podía distinguir la furiosa forma del vampiro debido al polvo que se asentaba. Frederik estaba sacudiéndose lo que quedaba de los cuervos de su pelo y hombros, la fina cadena tintineó mientras se movía alrededor. La mano de Jo estaba relajada en el otro extremo de la cadena, aunque aun sostenía la espada con mano firme y sus músculos doloridos. Jo no respondió. Se volvió hacia la luz pura que se acercaba cada vez más a ellos. Se cubrió los ojos con la mano por el resplandor. —¿Michael? Le respondió un relincho, y la luz se acercó más aún. La forma de Anael se hizo más clara. Jo dejó caer la mano cuando la nariz blanca del semental le tocó el brazo de la espada. El caballo había alejado esas malas bestias de ellos. Michael se había olvidado de decirle que Anael tenía esa habilidad. —Gracias, amigo —dijo acariciando al caballo detrás de las orejas. —Una vez más, Jo, ¿qué infierno sangriento ha sido eso? ¿Por qué hemos sido atacados por pájaros enloquecidos? Las cenizas de la destrucción de los cuervos ya se habían asentado lo suficiente como para que Jo pudiera ver al enfadado Frederik y lo que le habían hecho en su cara. Los largos arañazos ya se estaban curando, haciéndose cada vez más pequeños, cerrándose. ¿Quién era el responsable? ¿Habrían sido enviados por Michael, que recibía las órdenes directamente del Consejo de los Espíritus? Seguramente Anael no los habría desterrado si los hubiera enviado él. No habría sido tan osado como para desobedecer las órdenes. —Tal vez haya sido un regalo de tu Malcolm MacNiel —le dijo, al no tener otra respuesta que darle. —¡Ja! ¿Puedes verlo ahora? Tenemos que volver a por Amelia. Jo envainó su espada y tomó las riendas de Anael. — Realmente era solo una especulación de esto viniera de su mano. De todos modos, está claro que el ataque estaba dirigido sobre todo contra ti. ¿Por qué te iba a atacar cuando ya habías cumplido su voluntad? Frederik hervía. Había una discusión en sus labios a punto de estallar. En lugar de eso, agarró la cadena alrededor de su cuello y se alejó de Jo. —Vamos a alejarnos un poco. No deseo dormir sobre todo este polvo. —Jo pateó el hollín negro suelto con la punta de sus pies. Frederik no dijo nada, y aunque le permitió alejarlo de la maleza, Jo sabía que no debía pensar que se había rendido de repente. Frederik estaba esperando el momento adecuado para atacar. Frederik no quitó su mala cara y Jo sintió la mirada del otro hombre en la parte posterior de su cabeza. Se sentía como un pequeño cuerno demoníaco que golpeaba como un martillo contra la base de su cráneo. Pero no era la primera vez que había tomado un prisionero que hervía y le gruñía durante el desplazamiento. Jo sobreviviría. Que el hijo de puta se enojara. No le importaba. Su principal preocupación era tratar las picaduras que él mismo tenía en los brazos y la cara antes de que se infectaran, y después poner remedio al ruido de sus entrañas. Jo dejó sus largas zancadas después de diez minutos de caminata sin ver más signos de pájaros poseídos. —Descansaremos aquí. Frederik se acercó a él. Jo no sería el primero en dar un paso a distancia. —¿Qué vas a hacer? No veo nada. Jo sonrió. Siempre había disfrutado clavándole los estribos. Frederik no tenía idea de que su intención era atarlo al álamo cercano. —Bueno, ¿qué vamos a hacer aquí? Jo no respondió. Simplemente dio un paso adelante y enrolló la cadena de oro alrededor de la base del árbol con marcas en forma de diamante. Como si adivinara su plan, la cadena hizo un hormigueo a medida que iba bloqueándose. —¿Qué estás haciendo? —Frederik corrió y empujó las dos manos de Jo fuera de su camino. Jo se tambaleó hacia atrás. No podía dejar de reírse en su interior viendo como Frederik inspeccionaba la cadena. —¿Estás loco? ¡No puedes encadenarme! Me quemaré cuando se levante el sol. —No lo harás. —Jo tomó las riendas de Anael y se llevó el caballo más lejos en el bosque—. Gimes como una mujer. —¡Eso es debido a que vas a dejarme morir! ¿Qué pasará si MacNiel envía más criaturas? —Me quedaré al alcance del oído. Volveré contigo cuando haya descansado —dijo por encima del hombro. Era un mal necesario que tuviera que usar los arbustos y, demonios o no, no iba a estar cerca de Frederik para eso—. El viaje lo había cansado. Frederik siguió gritando detrás de él, pero Jo no se volvió ni se detuvo hasta que los árboles y la maleza se hicieron tan espesos que no fue capaz de verlo, ni Frederik a él, pero fiel a su palabra, aún podía oír los gritos de pánico del vampiro. Jo hubiera preferido un árbol mucho más grueso, pero una vez que hubo dejado atado a Frederik ya no le importó. Ningún hombre podía arrancarlo en una mañana, o incluso en varias, y mientras tuviera la cadena alrededor de su cuello, Frederik era como cualquier mortal. Cuando el sol pasó a través del dosel de los árboles, Frederik volvió a gritar, y Jo rodó los ojos. Tonto cobarde. No tenía nada que temer al sol siempre y cuando la cadena estuviera en su lugar. Michael se lo había asegurado a Jo cuando se la dio. A decir verdad, Jo no quería parar, pero la necesidad de descanso no había sido una excusa, aunque había mentido al dar a entender que paraba sólo para beneficio de Frederik. Los vampiros seguían necesitando dormir como cualquier otra criatura sobre la tierra. Incluso los demonios pura sangre lo requerían de vez en cuando. Sin embargo los ángeles no lo necesitaban. Descansaban sus cuerpos, pero no era verdaderamente dormir. Frederik pensaba que Jo todavía era un ángel. Un ángel sin alas, pero no obstante un ángel. No podía permitir que Frederik lo atrapara y lo utilizara como almuerzo mientras dormía o realizaba las desagradables funciones corporales propias de los mortales. Hablando de eso, Jo encontró un arbusto y realizó una de esas funciones, a continuación, puso distancia entre ella y él, en busca de otro lugar para acomodar su cuerpo dolorido. Estaba desesperado por el descanso, pero luchó contra la fuerza del sueño. Después de patear un poco con los pies, encontró un trozo de tierra relativamente seco lleno de hojas a los pies de un roble. Tiró de las riendas y le quitó a Anael la silla de montar, dejando que el caballo hiciera lo que quisiera. Su misión había sido concebida inicialmente para que durara sólo unos segundos, por lo que no tenía ninguna pomada o alcohol para frotar su piel. Ni siquiera un pequeño pan para aliviar su dolor de estómago. Miró fijamente a Anael. —Quédate aquí. Entonces se fue a cazar. Era un dolor en el culo tener que estar tan cerca del infeliz Frederik gritando, pero al final consiguió un faisán y una pequeña ardilla para cocinar. Sabía cómo hacer fuego sin pedernal, por lo que podría comer muy pronto. No pudo encontrar nada para sus heridas. Tendría que esperar para tratárselas. Esperaba que no fuera mucho tiempo. Con la barriga llena, Jo se echó hacia atrás en contra del árbol. Nunca le darían la bienvenida en el Cielo después de esto, pero necesitaba ayuda. —Michael, ven por favor. Te necesito. Esperó. No hubo respuesta y Michael no apareció. Suspiró. —Michael, por favor, sé que he errado, pero no puedo... debes venir por nosotros. Todavía no había respuesta. Miró a Anael como si el caballo pudiera dárselas. —¿No tendrás la capacidad de transportarnos de nuevo a mi casa? Anael sacudió la cola y se acercó más hacia los árboles. El corazón de Jo dio un vuelco. Tendría que encontrar su propio camino. En tanto que viajara hacia el sur, todo debería estar bien, siempre que no hubiera más ataques. De alguna manera dudaba que tuviera tanta suerte. Se puso sobre sus rodillas para orar. Un hábito difícil de romper, incluso después de dejar a sus hermanos. Pidió lo habitual, el perdón de sus pecados y compasión por los muertos y los moribundos, pero hizo una petición especial para tener la fuerza necesaria y resistir la tentación de ese maldito hombre que tenía encadenado a un árbol. Mientras luchaban, cuando Jo estuvo encima de él, apenas si había logrado controlarse a sí mismo. No podía dejar de notar los pómulos altos, hermosos y pálidos de su cara, y los ojos color oro como el sol, que lo miraban fijamente. Su pelo castaño rojizo estaba endurecido por el lodo oscuro, al igual que la mayor parte del resto de su piel, pero aun así estaba tan maravillosamente encantador como siempre. Jo había sentido la forma delgada y sin embargo muscular de Frederik entre sus muslos cuando su boca y su lengua se movieron, pronunciando palabras que apenas pudo entender porque la voz lo acariciaba de una manera que le había sido negada desde entonces. No. No podía pensar en eso. Una punzada en su ingle le decía que otra parte de su cuerpo estaba más que feliz de pensar en ello. Apartó la vista de la carpa que se estaba formando debajo de la tela de su armadura. Otra respuesta del cuerpo humano. Una vez había esperado disfrutar con Frederik, pero luego aprendió a satisfacerse por su cuenta. Y había estado satisfaciéndose, de hecho, había incluso sido mejor que un beso. Al principio. Sin embargo, no se había tocado en mucho tiempo. Sobre todo porque después de hacerlo de forma continua, se había dado cuenta de que un vacío lo llenaba cuando su cuerpo liberaba toda esa energía, y, pronto, quedó patente que cuanto más cedía ante sí mismo, menos le gustaba. Salvo que no había sentido tal latido, mendicidad y dolor en años. Era como si fuera un hombre recién cambiado de nuevo, y el menor contacto, como un simple cambio en el viento, ponía ese trozo de su carne dura y caliente. Su tentación por el hombre atado al árbol, y que lo llamara por su nombre, era, por supuesto, la causa. Decidió que cedería a la tentación sólo por esta vez, y poniendo su agotamiento en el último rincón de su mente, yació de espaldas en la cama de hojas y hierba, se puso cómodo, y se agachó. Levantó la tela lejos de la cintura y sacó su miembro de la pieza extra que lo escondía. Cerró los ojos y con la boca abierta se deleitó sin igual cuando la primera chispa de placer calentó su sangre. Nadie tendría por qué saberlo. Frederik había dejado de gritar a Jo en el segundo que se hizo evidente que el jodido culo no iba a volver a por él. Eso había sido hacía cinco horas, momentos después de que se diera cuenta de que ningún calor tortuoso lo rodeaba, que no había llamas infernales atacándolo, destruyéndolo, y convirtiéndolo en un montón de cenizas. En ese momento estaba escondido detrás del árbol al que Jo lo había atado, pero este tenía la mitad del grosor de su cuerpo, por lo que no podría haberlo protegido. Sin embargo su piel se mantuvo indiferente y no se convirtió en un montículo de polvo a pesar de estar al descubierto. Parpadeó cuando le llegó la respuesta, y tocó el oro en su cuello. La cadena no solo le había robado su fuerza, sino que también lo había despojado de su única y verdadera debilidad, o eso parecía. Sin embargo siguió escondido detrás los árboles, en caso de que estuviera equivocado. Sacó una mano temblorosa de su débil refugio a la sombra y sus dedos tocaron ligeramente el rayo de luz. Se calentó, y rápidamente la echó hacia atrás. —¡Ah! —siseó, aunque no había dolor. Se miró la punta de los dedos. Las uñas y la piel estaban intactas, no negras y humeantes como la leña. No, a pesar del color marrón debido a la suciedad, estaba ileso. Probó poco a poco con toda la mano. Su cuerpo se estremeció con el esfuerzo, pero su mano no estalló en llamas ni se desvaneció en una nube de fuego y humo. En la siguiente prueba tuvo más valor, tras diez respiraciones profundas y dos intentos fallidos, puso la cara bajo la luz amarilla. —Ah. —Esta vez, fue un suspiro de placer, y se rio. Estaba de pie bajo el sol. El sol. Giró bañándose en la luz. Su forma de lobo podía manejar la luz del sol, pero a duras penas, ya que seguía siendo incómodo. Frederik se sentó, se recostó en un lado del árbol frente a la luz y cerró los ojos para disfrutarla. Cuando escapara, llevaría esta cadena con él. No podía romperla, pero tenía que haber una manera de transformar y moldear la misma. Podría hacer un collar para Amelia aunque lo suficientemente grande para que pudiera quitárselo, y ambos podrían salir de su casa de campo sin tener que transformarse en sus formas nocturnas y moverse por la ciudad. Sin duda Londres sería un buen lugar después de ese fuego horrible, y en caso de que existiera la amenaza de otro brote de la plaga, no era como si le preocupara ninguna enfermedad mortal. Frunció el ceño. La plaga sí lo había preocupado. Esa era la razón por la que Jo lo odiaba. No tenía dudas de que, si no hubiera sido por su propia crueldad al despedirlo hacía cinco años, Jo lo hubiera creído… ¿Qué? ¿Inocente? No, ciertamente estaba lejos de ser inocente, después de lo que había hecho. Pero era tan víctima como las almas perdidas de ese pueblo en ruinas. Era un vampiro con la mitad de un alma. Después de lo que había hecho, nunca ganaría la otra mitad. Nunca entraría en el paraíso tras su muerte. Nunca estaría entero. Si Jo no estuviera tan enojado con él, se daría cuenta. Jo podía esconderse detrás de su ira todo lo que quisiera, y podía ponerle esta extraña cadena que le había robado sus habilidades, pero todavía era un vampiro. Los vampiros eran criaturas sensuales, y Frederik sabía que Jo sentía por él algo más que ira. Jo todavía lo amaba. Frederik disfrutó del seco sentido del humor de la vida. Realmente lo hizo. Jo lo amaba. Podría utilizar eso. Ya había seducido a ese ángel una vez sin órganos sexuales para que lo ayudaran. Podría hacerlo de nuevo el tiempo suficiente para hacer que su mano bronceada aflojara su control sobre esa sangrienta cadena. —¿Por qué estás sonriendo? Frederik saltó abriendo sus ojos. Jo estaba directamente delante de él, hojas de diferentes tamaños que actuaban como vendajes improvisados estaban pegadas a su brazo y a lo largo de su mandíbula y mejilla. Después de tanto tiempo, las musculosas piernas de Jo estaban lo suficientemente cerca para que Frederik las tocara. Lástima que los ángeles no tuvieran órganos sexuales. Aun así, sabía perfectamente que aún podría hacerlo retorcerse y gemir solamente con besos y masajes. La base de sus alas, a la derecha, donde se unían a su espalda, había sido la parte más sensible del cuerpo de Jo. Frederik había disfrutado acariciándole las alas. —Simplemente estaba disfrutando del sol. Me dejaste preocuparme de que podría quemarme. —No era mi intención. —Podría haber sido atacado de nuevo. —Te ves lo suficientemente bien para mí. «Pequeño pinchazo». —Me gusta el sol tanto como a cualquier criatura que ha sido privada de él, pero aun me gusta más ser un vampiro. —¿Eso es así? Frederik asintió. —La vida eterna, la fuerza. —Golpeó con los nudillos sobre la zona con una costra seca de barro de su chaqueta que ocultaba su pecho—. Costillas fuertes, sólidas para prevenir los ataques con una estaca—. Esta era la forma en la que una vez se habían hablado uno al otro. Como amigos, antes de que se convirtieran en amantes. Una vez le había preguntado a Jo lo que se sentía al recibir placer con el conocimiento de que no podría liberarse. Jo siempre tenía que esperar a que su cuerpo se relajara por su propia cuenta. Le había respondido que se trataba de una extraña forma de tortura, a pesar de que no comprendía cómo podían brotar líquidos pegajosos de una polla, que señalaban a la vez la máxima altura del placer y el final del mismo. Frederik se inclinó hacia delante y extendió la mano. Agarró a Jo por sus firmes piernas y dejó que sus manos se deslizan hacia arriba, le hizo cosquillas a través del vello de sus pantorrillas antes de detenerse justo detrás de las rodillas. Los suave muslos de Jo siempre fueron un punto de placer para él. Frunció el ceño ante las costras todavía visibles por la pelea que tuvieron cuando estaba en su forma de lobo. ¿Este era otro de los castigos de Jo? ¿Quitarle sus habilidades de curación? Jo se puso tenso, sus azules ojos muy abiertos. —¿Qué es lo que…? Frederik empujó rápidamente detrás de las articulaciones, y Jo cayó de rodillas con un grito sorprendido, que Frederik rápidamente sofocó con un beso. Puso un brazo sobre sus hombros para evitar que luchara y una mano en su cabello claro, para mantener su cara todavía cerca. A pesar de que fue un trabajo rápido, había algo peculiar. Jo no tenía el mismo sabor que antes. Frederik abrió la boca para que su lengua se encontrara con la de Jo. Extendieron sus manos y se tocaron y acariciaron uno al otro en un abrazo de bienvenida que Frederik había extrañado más de lo que pensaba que hacía. De repente, Jo lo agarró igual de fuerte. La suciedad debida al barro de la ropa de Frederik, estaba haciendo un lío en la reluciente armadura de Jo, y sin embargo, este lo apretó todavía más. Se escuchó otro gemido. Frederik vagamente se dio cuenta de que había sido él quien había hecho el ruido. Debería haber dejado que Jo desatara la cadena del árbol antes de hacer eso. Jo era completamente maleable en sus brazos, y si eso fuera posible, era mucho más sensible que antes. La piel de su mandíbula y mejilla eran suaves al tacto. Jo no necesitaba afeitarse. Esto había sido un error. Frederik se estaba convirtiendo en víctima de su propia estratagema. Su piel cosquilleó, el calor se hizo insoportable, casi no podía respirar porque su nariz se aplastaba contra la mejilla de Jo donde una hoja sobresalía, sin embargo, no se atrevió a detenerlo. Su pene estaba lleno y pulsaba al mismo tiempo que los latidos de su corazón que de repente estaba vivo en su pecho. Jo no podía darle el tipo de alivio que Frederik quería, pero eso no significaba que tuviera que sufrir. Manteniendo las bocas firmemente unidas, agarró a Jo por las caderas y tiró de él adelante buscando la deliciosa fricción. La mano de Jo le dio un empujón. Entonces su puño se estrelló en la cara de Frederik enviando su cabeza y su espalda disparadas hacia atrás y haciendo que se golpeara contra el árbol. Destellos intermitentes de luces de estrellas explotaron detrás de sus ojos. Cuando su visión se aclaró, su erección por desgracia se había suavizado. La ira de Frederik se disparó. «Pequeño desertor». Simplemente ¿por qué no se dejaba disfrutar de los placeres de la carne sin que hubiera ninguna razón para castigarlo por ello? Jo se puso de pie y le dio la espalda. Frederik podía decir que estaba tenso de la rabia a pesar de que estaba escondido detrás de su capa roja, manteniendo los puños en una bola, y la cabeza en alto como si estuviera rezando buscando fuerzas. Condenado ángel, probablemente estaba haciendo precisamente eso. —Acabas de arruinar lo que iba a ser la única cosa buena de estar pegado a ti. Jo volvió la cabeza poco a poco, fulminándolo con la mirada por encima de su hombro. —Si tu polla esperaba después las atenciones de mi boca, no siento haberte decepcionado. Frederik nunca se acostumbraría a todas esas maldiciones abandonado esa hinchada boca. Pero luego sonrió y lo sacó de su mente. ¿Jo lo había deseado? Tal vez por eso lo había empujado tan rudamente. Frederik se levantó, cruzó los brazos y se apoyó contra el árbol. Su confianza en alza. —No buscaba el calor de tu boca ni el roce de tus muslos. Sin embargo, desde que acercaste tus atenciones... —Se acarició el pene indiferentemente, fingiendo que todavía estaba duro. Jo hervía. —No sucederá de nuevo. Frederik levantó las manos. —Bien, bien. No te honraré con el privilegio de chupar mi polla. Solías hacerlo muy bien. ¿No te acuerdas? Con un rugido, Jo se lanzó sobre Frederik. Este no se movió y dejó que lo derribara. Jo luchó contra él alejándolo del árbol. Con la fuerza de sus pesos combinados romperían esa cadena de mierda y él sería libre. Sin embargo, la jodida cadena se hizo más larga para adaptarse a ellos, los enlaces se multiplicaban a medida que caían. Y ahora, Frederik tenía un ángel enojado sobre él. Jo lo inmovilizó sobre las hojas muertas del otoño, levantó su puño y lo dejó caer en la cara de Frederik. Le dolió más de lo que debería, razón por la cual se defendió. ¿El idiota no recordaba que mientras llevara la cadena con grilletes no tenía fuerza? Si Jo era demasiado duro, podría aplastarle el cráneo con su fuerza angelical. Frederik empujó al estúpido ángel lejos de él. Jo se alejó, y Frederik atacó, pero Jo agarró la cadena antes de que pudiera llegar hasta él y la apretó alrededor de su cuello. Frederik se detuvo al instante cuando la presión robó el aire de sus pulmones y la sangre subió a su cara. «Cabrón». ¡Maldita sea! Se había olvidado de esa parte de su encarcelamiento. Se quedó de rodillas, agarrándose a la cadena, con los dedos excavando en su cuello, tratando de meterse debajo de la cadena para poder respirar. El calor húmedo le corría por la piel y las uñas de sus manos le hicieron un corte profundo. Cayó de espaldas, pateando sus piernas y arqueando su espalda, tratando de forzar el aire a sus pulmones. La cadena no cedía. Una nube negra y gris apareció alrededor de los bordes de su visión y comenzó a difundirse. Era la muerte, venía a reclamarlo. Se estaba muriendo, se estaba muriendo, y ni siquiera había rescatado a su hermana. Todo lo que había hecho había sido en vano. Cuando la oscuridad cayó sobre él, apenas podía ver los pies de Jo. Justo cuando la oscuridad lo consumía, la mano de Jo en su hombro se lo prohibió. La cadena se soltó y Frederik tragó el aire como si fuera la preciada sangre de la vida. La cabeza le daba vueltas mientras la sangre volvió a su cara viajando a través de su cuerpo y sus entrañas, girando en todos los rincones por donde pasaba. Se dio la vuelta quedándose en sus manos y rodillas. Seguía aspirando de nuevo el aire, listo para vomitar. Se contuvo tanto como pudo, no estaba dispuesto a verse débil frente a ese ángel bastardo. Pasaron unos segundos antes de que se diera cuenta de la mano de Jo acariciándole la espalda a través de su manto sucio. Incluso con esa capa y la camisa que estaba debajo, la mano de Jo seguía trayendo un calor agradable. No lo quería. Se encogió de hombros para distanciarse y tropezó con sus pies. Su primer intento de seducción resultó un caos sangriento y fallido. Fue una pérdida de tiempo que no podía permitirse el lujo de repetir. —¿Frederik? ¿Estás bien? No se volvió para mirar hacia atrás a Jo. ¡Qué extraño era oír su nombre en esa voz baja después de tantos años! Eso casi deshizo su ira, y la necesitaba desesperadamente en ese momento. —¿Qué te importa? Me estás llevando a mi muerte. Jo se puso rígido, sus ojos azules cambiaron a un tono duro como una piedra. Sus manos se movieron para desatar la cadena del árbol. —No me corresponde decidir si tenías una razón válida para lo que hiciste. Eso es todo lo que te diré. Ahora ven, tenemos que darnos prisa si queremos encontrar a Michael. Hacía mucho tiempo que Michael se había dado cuenta de que su Creador siempre tenía una razón para hacer las cosas. Aunque al principio no siempre entendía esas razones, al final lo hacía. Esto era lo mismo para la mayoría de los ángeles del Cielo. Ellos confiaban en que el Creador hiciera lo correcto para ellos, que los amara y velara por sus necesidades. A cambio de ese amor, todo lo que les pedía era su confianza. Jophiel había sido uno de los pocos ángeles que había desafiado eso. Oh, nunca fue ruidoso o agresivo en sus investigaciones. Era un ángel joven y curioso, y la mayoría de sus preguntas no se consideraron una amenaza. Eran del tipo inocente. Más o menos. »—¿Por qué los ángeles tienen alas y los mortales no? »—¿Por qué los demonios no pueden ser perdonados? »—¿Por qué el hombre tiene libre albedrío y los ángeles no? Esta última había sido la pregunta más peligrosa que había hecho Jophiel. Por supuesto, los hombres tenían libre albedrío, ellos podían optar por no creer, por no servirlo. Pero que un ángel preguntara tal cosa, significaba que también quería tener la opción de no creer. Esa había sido la misma cuestión que Lucifer planteó una vez, antes de causar numerosos estragos y ser expulsado. Sin embargo, Michael sabía que Jophiel era fan de él y de las cosas que contaba. Sabía que la pregunta había sido sólo la expresión de un infante curioso. Aun así, le advirtió que no las hiciera ni una vez más, no fuera que alguien escuchara y empezara a especular. No debería haberlo obligado a mantener sus pensamientos para sí mismo. Tal vez, si hubiera permitido a su hermano ser más abierto, toda esta situación se podría haber evitado. Poco después de esa discusión, Lucifer envió a sus demonios al Cielo, y el caos había hecho erupción, tanto en el Cielo como en la Tierra. Los demonios estaban afectados y enfermos, algunos tenían una sarna negra en sus ojos, y a medida que atacaban el Cielo y luchaban contra los ángeles, su peste se extendía a la Tierra cuando eran derribados. La batalla había sido feroz y duró años. Zadkiel y Jophiel estaban al lado de Michael cuando dio el golpe final con su espada flamígera al general, eliminado su pus y su infección. Pero un demonio perdido había enviado un último estallido de fuego y energía hacia él. Jophiel había empujado a Michael fuera del camino, arriesgando su propia existencia. La explosión no mató a Jophiel, pero, al igual que la enfermedad, el ángel cayó a la Tierra. Los ángeles no podían aparecer en la Tierra sin el permiso divino, pero Jophiel había caído. Peor aún, había sido encontrado por un vampiro. Estos eran los más bajos de los demonios, humanos en la apariencia, y sin embargo sin alma. Estaban tan abajo en la lista de atención que requerían los demonios, que solo quedaban la mayoría de los mortales para hacerles frente. Que este vampiro fuera descendiente de los Belials y tuviera la mitad de un alma, no tenía ninguna importancia para Michael. Todos ellos acababan matando tarde o temprano, como había quedado probado por el ataque de Grimm a un pueblo mortal. Michael había querido bajar a buscar Jophiel. No podía soportar verlo impotente en la casa de esa cosa, necesitando su cuidado hasta que sanara. Sin embargo, una y otra vez su solicitud fue denegada. En un primer momento, Michael pensó que podía ser una prueba, aunque para quien, no podía decirlo con certeza. Jophiel estaba siendo escondido por el vampiro y lo trató y cuidó hasta que sus alas sanaron. Sin embargo, incluso cuando las alas estuvieron lo suficientemente fuertes como para sostenerlo en el aire, Jo no regresó a casa. Luchó una y otra vez contra la necesidad de ir a buscarlo y llevarlo de regreso al Cielo. Entonces, para su horror, Michael descubrió la razón de la reticencia de Jophiel a regresar cuando vio que le había permitido al vampiro besarlo por primera vez. Después de eso, no pudo ver nada más. Más tarde descubrió que Jophiel se había cortado las alas. ¡Era tan ridículo y triste! Como un pez sin aletas o un hombre sin piernas. A pesar de que había sido grosero por su parte señalarlo, Zadkiel tenía razón. Jo estaba cojo sin ellas. Cuando las alas de Jo se fueron, todo contacto con él se cortó por completo hasta hacía tres días. Michael había sido llevado ante su Creador donde le había contado lo que el vampiro había hecho a la aldea. Zadkiel y él recibieron la orden de ir a la Tierra, encontrar a Jophiel, que había estado viviendo solo como un mortal los últimos cinco años, y ofrecerle redimirse si le llevaba la cabeza del vampiro que lo había traicionado. Sólo entonces se le permitiría regresar. Zadkiel y él habían hecho lo que se les indicó, dándole a Jophiel la cadena de Gedeón y trasladándolo a la ubicación del vampiro, pero Jophiel no había regresado. Zad y él habían esperado toda la noche e incluso hasta que esta se convirtió en un frío amanecer con un cielo gris. Sin embargo, ni siquiera entonces llegó Jophiel. Lo que significaba que aún no había matado al vampiro. Michael y Zadkiel habían regresado a casa inmediatamente y Michael había ido ante su Creador para transmitirle lo que había ocurrido, temeroso de que Grimm hubiera matado a su hermano al igual que había hecho con los habitantes del pueblo. La verdad resultó ser mucho peor. Jophiel mantenía al vampiro vivo. La rabia creció dentro de él como una emoción caliente, hirviente, que rara vez sentía. Quería ir y matar al vampiro él mismo ante la sola idea de que utilizara a Jophiel nuevamente. Pero se le negó una vez más. Zadkiel y él tenían que esperar. Su amado Creador siempre sabía lo que era mejor, tuvo que recordarse Michael a sí mismo continuamente a medida que las horas se arrastraban y crecía su impotencia. Pronto, llegaría otra mañana. Cualquiera que fuera su plan, su Creador sabía lo que era mejor. —No podemos simplemente sentarnos aquí —se quejó Zadkiel, algo que ya había hecho numerosas veces. —Se nos han dado nuestras órdenes —Michael declaró desde la suave nube que usaba como cojín. Mantenía los ojos cerrados para poder concentrarse en tener paciencia y no en las rigurosas quejas de Zad. —¡Jo recibió la orden de matar a ese vampiro, y aun no lo ha hecho! —Zadkiel pisaba fuerte mientras daba vueltas en círculo en torno a Michael. Parecía que el pánico se construía en su interior. —Existe la posibilidad de que no conozcamos las capacidades persuasivas del vampiro sobre Jophiel —dijo Zadkiel—. Nuestro hermano es una criatura de corazón. Le ofrecería misericordia incluso a un ser que no se lo mereciera. Michael pensó por un momento. —Tal vez supiera que esto iba a suceder. Zad giró sobre él, presa del pánico que corría por sus venas. —¡No puede ser! —Ten calma. —Tenemos que ir allí y matarlo nosotros mismos. Los ojos de Michael se abrieron de golpe. Extendió sus alas y voló hasta sus pies, irguiéndose en toda su estatura. Los ojos de Zadkiel se abrieron y dio un paso atrás, por suerte para él, porque de lo contrario podría haber estado en el camino del ansioso puño de Michael. —No vamos a hacer tal cosa —dijo Michael—. Tenemos nuestras órdenes. Debemos obedecerlas. Que Zadkiel hablara de regresar a la Tierra sin autorización, sólo podía significar una cosa, y Michael no lo haría jamás. Zadkiel frunció el ceño, pero luego le dio la espalda y expandió sus propias alas. Caminó hasta el borde de la nube en la que se había sentado, como si quisiera saltar. Se detuvo y volvió la cabeza en el último momento. —Siempre eres el buen hijo, Michael, aun cuando un hermano pueda estar en peligro de enfrentarse a la condenación. Zadkiel saltó antes de que Michael pudiera contestarle y se fue volando. Michael no siguió a su airado hermano, ni se enfureció más por sus palabras. Esas palabras lo habían… lo entristecían. ¿Eran verdad? Él haría cualquier cosa para mantener a sus hermanos a salvo, pero... Mejor no pensar en esas cosas, sobre todo ahora que estaba solo. Le pediría a su Creador una vez más licencia para ir a la Tierra. Sólo una vez más. Frederik y Jo viajaron hasta que el sol se puso por la noche. Frederik estaba ahora un día completo de viaje más lejos de su hermana. Odiaba darse cuenta de que, sin embargo, estaba agradecido por la oscuridad. Aunque le gustó poner su rostro a la luz los primeros minutos, después de caminar bajo él durante tanto tiempo, había empezado a sudar de una forma y en lugares que nunca había experimentado antes. En las raras ocasiones que estaba fuera durante el día, siempre permanecía en su forma de lobo, y su abrigo gris lo protegía del calor. Al caminar bajo el sol en su forma humana, se había visto obligado a aflojar sus ropas y a descartar completamente su manto. Para empeorar las cosas, durante el día, Jo se había detenido varias veces, lo había atado a otros árboles, jóvenes sauces, y se había desviado hacia el bosque por cualquier razón misteriosa. Cada vez, se había ido no más de cinco minutos. Tal vez todo era para darle un descanso al caballo, aunque por qué una criatura celestial requeriría descanso iba más allá de Frederik. Pero ahora, al menos el sol se estaba poniendo. Jo se había ido hacía una hora, el tiempo más largo. El caballo blanco relinchó junto a él con impaciencia. —Yo también le daría una dura paliza —Frederik contestó. —La cadena no te lo permitiría. Un diminuto músculo bajo su ojo se contrajo duramente ante el sonido de la voz de Jo. —¿Dónde has estado? Esta es la tercera vez que nos has dejado para hacer cabriolas ahí fuera. —Cállate. —Jo desenrolló la cadena del árbol y Frederik se dejó llevar por él hacia la parte trasera de su caballo y regresó a su cansada caminata. Frederik esperó, pero Jo no le ofreció explicaciones. — Entonces, ¿qué estabas haciendo ahí fuera? La indecisión de Jo fue apenas perceptible, pero Frederik la pilló. —Orar. —¿Orar? ¿Para qué necesita orar un ángel? —He estado rezando para que Michael, o incluso otro de mis hermanos, venga a recuperarnos. —Era cada vez más obvio para Frederik que no iban a hacer tal cosa hasta que estuvieran muertos, pero no se lo dijo. La noche llegó, y un haz de la luna iluminó su camino. Estaban perdidos. ¿Cómo iban a encontrar el lugar de reunión con Michael cuando el pequeño tonto de Jo no sabía dónde estaba? —¿Por qué no paramos para preguntar por el camino? Jo volvió la cabeza para mirarlo. —¿Y dónde propones conseguir esas indicaciones? Frederik suspiró y se encogió de hombros. No tenía la menor idea de donde estaba la ciudad más cercana. —No lo sé. —Apretó los puños con fuerza—. Tal vez deberías matarme. Al menos eso te devolverá a tus hermanos con la suficiente rapidez, y entonces podrías rescatar a mi hermana y todo esto se habría acabado. Eso era lo que en un principio quería. La única diferencia sería que, de esta manera, no sería él mismo quien matara a MacNiel. Pero en este viaje se estaba desperdiciando demasiado tiempo, y estaba perdiendo la esperanza de escapar. Jo optó por ignorarlo, o eso pareció. —Todavía estoy en contra de eso, pero en cuanto haya un pueblo a la vista, tal vez te ate a uno de estos útiles árboles y pregunte lo lejos que estamos —él mismo se cortó—. Pregunte por el camino. Frederik resopló y se cruzó de brazos. Si lo ataba a otro árbol iba a matar… alguna cosa. —¿Tienes sed? Frederik parpadeó ante sus pensamientos violentos. Jo se volvió a mirarlo de arriba abajo mientras cabalgaba, preocupado por las necesidades de su prisionero. Frederik había tomado suficiente sangre para toda su pequeña vida, y su vientre tampoco anhelaba alimentos. —No, estoy completo —se estremeció. Jo se apartó de él. Tenía que hablar. —Tienes que creer que no les deseé ningún mal. Jo aún no lo miraba. —Lo que yo haga o crea, no importa. Frederik hizo una mueca. —Ya no pretenderé que la única razón de tu odio es ese pueblo —ese pueblo de menos de 200 sencillos agricultores—. Es por mí... estoy sinceramente arrepentido por la forma en la que nos separamos. —Frederik… —Pero con la plaga, y tantos muertos y moribundos, no podía arriesgarme a… Anael se detuvo bruscamente, y Frederik sintió un tirón en el cuello debido a la cadena mientras Jo lo acercara. El ángel lo agarró por el cuello. La cabeza de Frederik apenas alcanzaba la cima del enorme animal sobre el que Jo se sentaba. Su mandíbula estaba prácticamente en el regazo de Jo. No, estaba totalmente en su regazo. Su barbilla se apoyaba en el músculo tenso del muslo del ángel. A pesar de que era el peor momento para él, quería enterrar su rostro allí, hundir sus dientes para degustarlo aunque no tenía sed. Echaba de menos el sabor de Jo, el sabor de su piel… Antes de ese día, Frederik nunca había experimentado la luz del sol de la manera en la que quería experimentarlo, pero, cada vez que pasaba la lengua por la piel angelical de Jo, siempre pensaba en el calor del sol. Jo no parecía darse cuenta. Su rostro era una máscara de rabia. —Deja. De. Hablar. De. Eso. Era mi decisión, no la tuya. Si elegía llegar a ser mortal, con o sin tu bendición, eso no te daba ningún derecho a tratarme como lo hiciste. Frederik suspiró y trató de asentir, la acción sólo logró que el rastrojo de su barbilla rozara a lo largo de la suave piel de Jo. —Tienes razón. Pido disculpas. La carne de Jo se calentó súbitamente bajo la barbilla de Frederik. Su cercanía apagó la ira que lo había encendido con su charla. Con valentía, Frederik llevó sus manos hasta el muslo del ángel, su carne llena y placentera, y apretó sus labios, con sus ojos en el rostro de Jo. —Frederik. —La voz de Jo vaciló—. No deberías... —Si quisiera hacerte daño, la cadena me castigaría —dijo Frederik. Frederik se acercó, pero sólo podía tocar el brazo de Jo, no su cara y su pelo como le hubiera gustado. El toque solo duró un mínimo momento antes de que Jo se encogiera de hombros, distanciándose, taconeando a Anael para ponerla a paso ligero. —No seré tu puta otra vez. Frederik sentía como su ira iba en aumento en su interior. —¿Es eso lo que piensas? —¡Es lo que sé! Ya me utilizaste para tu liberación, y, cuando quise estar contigo de forma indefinida, me apartaste. —¡Idiota! —Frederik bramó—. Ya te he dicho mis razones. Hubo una maldita plaga. ¿De verdad crees que hubiera permitido que murieras por mí? —Sobreviví. —Sólo porque eres un ángel. No puedes contraer la enfermedad más que yo. Pero si hubieras sido humano, un hombre débil, te habría arrasado. Jo escupió. —No voy a hablar nada más de esto contigo —dijo Frederik finalmente—. Cuando lleguemos ante Michael, puede tomar mi cabeza, siempre y cuando Amelia sea liberada. Mientras tanto, no tendré nada más que ver contigo. Jo apenas podía soportar el silencio en el que habían estado viajando durante horas. Al principio, había sido agradable viajar sin argumentos acalorados. Esa sensación no duró ni cinco minutos antes de que comenzara a pensar en cuando le hablaría Frederik una vez más, demandándole que lo liberara, o incluso cuando les atacaría a Anael y a él. No ocurrió ninguna de esas cosas. De vez en cuando, se daba la vuelta para asegurarse de que Frederik aún lo seguía, a pesar de que era imposible que el vampiro pudiera escapar con la cadena alrededor de su cuello. La luna se deslizó baja en el cielo. Jo se detuvo una vez más, ató a Frederik a otro árbol, fue a buscar comida, aliviarse a sí mismo y dormir. Se quitó las hojas que ocultaban sus cortes y arañazos. Las heridas hacía tiempo que habían empezado a picarle, en los bordes tenía una fina capa de una sustancia blanca que sabía que no debería estar allí. Las limpió e intercambió las hojas por unas más suaves, verdes y frescas. Esperaba que el cambio aliviara su malestar antes de regresar con su prisionero. Frederik no le dio ninguna queja porque lo hubiera dejado solo. Estaba a punto de amanecer, cuando ya no pudo aguantar más el silencio. —¿No dices nada? Frederik permaneció callado. Jo dejó a Anael y se volvió. —Frederik, te estás comportando como un niño. Háblame. Frederik apretó sus puños. —Mis disculpas si mi rechazo porque me llevas preso te causa sentimientos de dolor. Jo volvió al camino y tocó suavemente a Anael para que continuara. Aunque él mismo se comprometió a dejar en paz a Frederik, después de unos instantes, se encontró que no podía. —¿Por qué nunca me hablaste de tu hermana al principio? Esperaba una respuesta, sin embargo, no esperaba las palabras que siguieron. —Tenía que estar seguro de que no habías sido enviado a matarnos. Los ángeles matan a los demonios y para ellos los vampiros somos la misma cosa. —Sí, pero no valéis la pena como para que nos preocupemos. Frederik levantó las manos al aire. —Gracias por eso. —¿Me vas a interrumpir? —Jo se rompió—. ¿Viste legiones de ángeles a tus puertas después de que caí a la tierra? Frederik apretó los labios. —No sabía si debía esperarlos o no, por lo que te oculté la existencia de Amelia y te permití creer en mi farsa de familia. Jo suspiró. ¿Por qué le molestaba esa información? No hacía ninguna diferencia en absoluto, considerando lo que Frederik le había hecho al clan MacGreggor. —¿Dónde estaba tu hermana cuando nos conocimos? —Londres. Jo escupió. —¿Londres? Londres estaba infectado por la plaga. Cada tienda de sombreros y guantes había cerrado. Frederik lo miró. —Ella había estado viviendo con una amiga. Una chica mortal y su familia. El padre de su amiga se creía por encima de la enfermedad y no quería dejar la casa por temor a los ladrones, o vete tú a saber. Cuando las manchas y protuberancias negras aparecieron en él, estuvieron encerrados en su casa durante cuarenta días. Mi hermana no tenía nada que temer, pero aun así tuvo que ver a un querido amigo enfermar y ser consumido por la enfermedad. La simpatía creció dentro de él. —Lo siento por tu hermana. —Simplemente no lo sientes lo suficiente como para salvarla. Mortificado por sus propias contradicciones, Jo se dio la vuelta. Frederik se quejó. —Por supuesto que no. Anael detuvo su paso repentinamente y se zarandeó. Hizo un ruido de disgusto y movió su cola. Jo se alegró de la vista delante de él hasta que se dio cuenta de lo que significaba. —¡Tú animal mal entrenado casi pisotea mi pie! —Frederik se quejó. —¡Esa debería ser la menor de tus preocupaciones! —dijo Jo, asintiendo hacia lo que lo había detenido. Zadkiel estaba de pie en medio del camino, su espada flameante en su mano. Por segunda vez en su vida, Frederik vio a un guerrero con alas, sólo que éste no había resultado herido en batalla. Más bien, a juzgar por el arma de fuego que empuñaba, parecía listo para saltar a una. Su armadura era la misma que la que llevaba Jo, sólo que limpia. También era más alto que él, probablemente tan alto como Frederik. Sus níveas alas se desplegaban detrás de él, formando un arco sobre su cabeza y cayendo casi hasta sus pies calzados con sandalias, las plumas puntiagudas paradas apenas sobre el borde del camino seco. Una expresión de odio feroz torcía lo que de otro modo habría sido un rostro atractivo. Él agarró y retorció su jodida y ardiente espada. Frederik sospechaba que la hoja estaba destinada a su cuello. Michael. Su mente le proporcionó el nombre. Así que este era el ángel guerrero que lo mataría. —Jo. —Frederik miró a su captor, quien estaba mirando al ángel en el camino como si este fuera el último lugar en el que esperaba verlo. Por lo tanto, este no era el lugar de reunión. Este ángel había respondido finalmente a las oraciones de Jo y había llegado hasta ellos. —¿Sí? —contestó Jo. —Tienes que prometerme que salvarás a mi hermana cuando él tome mi cabeza. La cabeza de Jo se giró a mirarlo. —No está aquí, para… Jo se apartó de él para hacerle frente al otro ángel. — Zadkiel, ¿por qué has venido? ¿Dónde está Michael? ¿Zadkiel? —¿Quién diablos es Zadkiel? —Frederik le preguntó. —No temas. Es un amigo. —Jo aún no había vuelto sus ojos hacia el otro guerrero. «Sí, sin duda es un amigo». Si ese ángel no estaba allí por la cabeza de Frederik, entonces era un centauro vestido de vampiro. —¿Por qué no le has cortado la cabeza? ¿Por qué sigue encadenado? —Zadkiel preguntó, señalando con la hoja de fuego hacia Frederik e ignorando las preguntas de Jo. Jo frunció los labios. Bajó de Anael, cayendo al suelo antes de caminar hacia donde estaba su amigo, tirando de Frederik al mismo tiempo. Frederik se cruzó de brazos con amargura mientras era llevado como un perro encadenado, aunque Jo se detuvo varios metros fuera del alcance de la espada. —Él asegura que hay otro igualmente responsable del ataque sobre el clan MacGreggor. ¿Dónde está Michael? Él podrá responder a por qué he sido enviado para matar a un solo hombre. Frederik también esperaba con impaciencia la respuesta a eso. Zadkiel negó. —Eso no importa. Destruyó a todo un pueblo, asesinó a sus habitantes a sangre fría y quemó los restos. Frederik se puso tenso. —Si quieres acabar con el responsable, entonces ¿por qué no decapitas a Malcolm MacNiel? Él me envió a ellos. Zadkiel giró la espada flamígera en su mano. —Sí, y tú obedeciste perfectamente sus órdenes. Esta vez, Jo se puso rígido a su lado. —¡Entonces es verdad! —Su voz sonó descorazonadora—. ¿Por qué no me hicisteis consciente de eso? ¿Dónde está Michael? —Michael no está aquí. —¿No? ¿Y te dejó bajar sin permiso? —Ese hecho parecía horrorizar a Jo, pero Frederik no entendía su significado. Zadkiel se apartó brevemente, pero luego dio un paso adelante, decidido una vez más. —Michael no quería terminar la tarea con la que te honró. —¡Zad! Las largas alas se estiraron y expandieron detrás del guerrero cuando corrió y saltó sobre sus pies. Sus alas lo sostuvieron en el aire y lo lanzaron más rápido que cualquier caballo hacia Frederik. Jo se volvió y Frederik se giró cuando la hoja de fuego cayó sobre la cadena entre ellos. Frederik cayó. La cadena estaba ahora en la mano de Jo, pero aun no tenía su fuerza y agilidad de vampiro. Zadkiel aterrizó sobre sus pies calzados con sandalias y giró sobre él, sus ojos de color ámbar ardiendo con fuego mientras levantaba la espada sobre su cabeza. Frederik salió de su camino, aunque el sonido del hierro golpeando en la tierra blanda no llegó a sus oídos. El ruido del frío metal contra otro frío metal sí lo hizo. Jo estaba por encima del lugar donde Frederik había estado, la espada en alto para bloquear el ataque de Zadkiel. En todo caso, los ojos de color ámbar de Zadkiel se iluminaron aún más. —¿Lo defiendes? ¿A un agente de Satanás? Los ojos azules de Jo se volvieron tan fríos como las heladas del invierno. Blandió su espada con un poderoso golpe contra la hoja en llamas de Zadkiel, lo que provocó que chispas se dispersaran y el fuego bailara. —¡Jo! Apártate por tu propio bien. Este no es tu lugar. Frederik fue hacia Anael, que permanecía en su sitio, pero moviendo ligeramente los cascos, como si estuviera confundido de por qué esos dos aliados luchaban entre sí. Lo vio aproximarse y se movió con un relincho de ansiedad. Frederik levantó sus manos pálidas en un gesto de paz. —No voy a hacerte daño. Anael sacudió su melena alrededor y no hizo ningún otro movimiento cuando Frederik tomó de las riendas y se subió en la silla de montar. Hizo que el caballo girara alrededor. Ahora tenía un punto de vista no comprometido de la batalla entre los ángeles. Jo lanzó su espada de nuevo, y de nuevo, sus ataques constantemente frustrados por los bloqueos de Zadkiel, hasta que finalmente, la deslizó hacia abajo y golpeó su objetivo. Zadkiel gritó y se tambaleó hacia atrás, cayendo de rodillas. —¡Mi ala! ¡Jophiel! —¡Es un rasguño! Sanarás. —Con esa pequeña victoria, todo el aire frío dejó a Jo. —No me enfrentes otra vez sin Michael. Si es que acepta verte después de esto. Los ojos de Zadkiel se volvieron de un rojo brillante, como si la sangre se derramase detrás de los iris, consumido por la rabia. Jo se apartó de él. —¿Qué haces? Frederik llevó a Anael junto a Jo. Miró hacia arriba y se llevó una sorpresa al verlo como jinete. Le ofreció la mano a Jo. Este le estrechó la palma y se arrastró detrás de él. El pánico entró en los ojos de Zadkiel, superando el color rojo que Jo había visto en ellos. —¿Dónde vais? —Eso no te concierne —dijo Jo. Iban a capturar a MacNiel, Frederik no podía esperar para castigarlo, pero, ahora que Frederik sabía de la participación de este otro ángel en ocultar la parte de MacNiel, Zadkiel era el siguiente en su lista. Pero sólo después de que Amelia estuviera a salvo. Frederik puso a Anael al galope. La bestia iba rápido, considerando que ahora llevaba a dos hombres en lugar de a uno. Tan rápido que Frederik no pudo oír lo que el ángel que dejaban atrás les gritó. Era algo dirigido a Jo, pero Frederik no estaba dispuesto a frenar, girar, y pedir educadamente que se lo repitiera. Incluso un caballo celestial necesitaba descansar, o eso parecía. Después de una hora de viaje con dos pasajeros, Anael empezó a luchar para detenerse, volviendo constantemente la cabeza y resistiéndose a las órdenes. Frederik pronto se vio obligado a aliviar al animal pasando de un galope feroz a un trote, y luego a un paso suave. —¡Es hora de que paremos! —dijo Jo deslizándose desde su posición y avanzando hacia la cabeza de Anael para comprobar a la bestia—. Te dije que no podía aguantar mucho más. —¿Por qué no me has dicho que eres humano? Todo el cuerpo de Jo se puso rígido, sus ojos alejándose del caballo y buscando los de Frederik. —Yo… La rotundidad con que la cuestión aparentemente había sorprendido a Jo y su única palabra, era toda la confirmación que necesitaba. —Entonces es cierto. Jo se armó de valor, convirtiéndose en un guerrero una vez más. —Estaba decidido a que no supieras mi debilidad para que no trataras de explotarla en la batalla. Frederik saltó de Anael, casi perdiendo el equilibrio con la cadena sangrienta que todavía colgaba de su cuello, y corrió hacia el pequeño idiota. Jo se mantuvo firme hasta que Frederik lo agarró por los bordes de su coraza de metal y lo golpeó de nuevo contra un roble. Jo abrió la boca para protestar, pero Frederik enganchó sus labios contra los de Jo con una fuerza que le dejaría magulladuras para hacerlo callar. Jo hizo un sonido de sorpresa, pero sus labios se movieron rápidamente hacia atrás con tanta fuerza que sus dientes se enfrentaron. Puso sus dedos en el pelo de Frederik y lo agarró firmemente, lo suficiente como para sacar un gruñido de la garganta del vampiro. Cada uno de ellos se aferró desesperadamente al otro. Jo acababa de abrir su boca en una invitación gloriosa de sí mismo, cuando Frederik gritó. —¿Cuándo? Jo parpadeó en su nube, con la boca roja que comenzaba a hincharse. —¿Cuándo? Frederik lo agarró del cuello de la armadura y lo sacudió. —Sí, ¿cuándo? ¡Tú absoluto idiota! ¿Cuándo te hiciste esto a ti mismo? Jo lo miró. —El día que me echaste. Frederik cerró los ojos. Un dolor punzante se empujó con fuerza contra su pecho, como si alguien le hubiera clavado una estaca. —¿Antes…? —No pudo terminar. Jo lo miró. —No seas tan dramático. Te dije que quería ser mortal. Decidí hacerlo con o sin ti. Frederik se apartó de él horrorizado con un gruñido de disgusto. Las alas de Jo, sus hermosas alas, que él había acariciado y mimado, no se habían ido temporalmente por algún castigo. Se habían ido para siempre, y Frederik lloró por ellas y por la mortalidad de Jo. —Idiota. Puto idiota. ¿Cómo pudiste hacerte eso a ti mismo? Jo suspiró. —Era mi decisión. Frederik replicó. —Una decisión estúpida. Jo le gruñó, pero Frederik no le hizo caso. El diablo le llevara. ¿Cómo podía no haberlo visto? Todas sus conversaciones de castigos y cosas como esa. Frederik miró a la cara de Jo, a su pelo, y lo estudió por primera vez desde que había comenzado esta farsa, tocándolo y comparando su textura de ahora con la que recordaba, dándoles un buen vistazo a las hebras. Sí, ya no eran tan doradas como antes. Su piel tenía un tono más oscuro debido a las largas horas bajo el sol. Jo no estaba tan curtido cuando tenía sus alas. Frederik visualizó de nuevo las hojas y el musgo que había utilizado para vendar sus heridas y recordó que se había arañado sin cesar mientras cabalgaban. Alargó la mano hacia un escollo a lo largo de la mandíbula de Jo, hasta una joven y lisa hoja. Como Jo no se movió para detenerlo, Frederik la retiró. Siseó, ya que el área detrás de la pequeña hoja se había vuelto de un color rojo brillante. La leve hinchazón sugería que la infección era reciente, pero sin duda, más manchas de color rojo se encontrarían donde Frederik, lo había mordido en su forma de lobo, es decir, en el brazo y las piernas. —Si hubieras seguido siendo un ángel, estas heridas se habrían curado ya, pero como mortal, tendrías que estar más preocupado por la infección si no recibes tratamiento rápidamente. —¿Cuándo lo descubriste? —Jo preguntó. Frederik lo miró a los ojos. El ex ángel parecía incómodo bajo su escrutinio. Frederik se aclaró la garganta. —Durante tu lucha contra el otro ángel. Parecíais tan diferentes entre vosotros. No daba la sensación de que pertenecierais a la misma especie. —Frederik pensó de nuevo—. Y tu espada no estalló en llamas. —Tampoco llameó la primera vez que luchamos entre nosotros. Frederik hizo una mueca. —Mi atención estaba demasiado centrada en otras cosas para darme cuenta. —A duras penas podía mantener su desesperación en su lugar—. ¿Cómo sobreviviste todos estos años? La plaga lo consumió todo. Jo hizo una mueca. —Durante un tiempo, casi no sobreviví. Pensé que la vida en la tierra sería bastante fácil para mí. Estaba equivocado, tanto más cuando rápidamente las necesidades de mi cuerpo mortal me llamaban a cada momento de vigilia. Entré en el bosque más cercano y me escondí, apenas viajaba por temor de los transeúntes que podían portar la enfermedad. —No fue hasta que descubrí a tres niños muertos por la peste… —¿Te acercaste a ellos? —Frederik gritó. Jo le lanzó una mirada agria. —Aun estoy vivo. Me alojé a una distancia suficiente para evitar la infección. —Él continuó con su relato—. Sus padres se vieron obligados a abandonarlos cuando ellos empeoraron. Los vi y me di cuenta de que sus problemas eran más duros que los míos. Yo había elegido estar donde estaba. Ellos no. Jo apretó la mandíbula, como si recordar los hechos le doliera. Frederik se había visto afectado muchas veces mientras viajaba. Hombres, mujeres y niños, y ninguno de ellos había sido un bonito espectáculo. Tres niños, completamente solos y yendo a su muerte, debía haber sido horrible para un ángel, o un hombre que había vivido anteriormente en los Cielos y nunca había visto los sufrimientos de los mortales. Frederik le dio un codazo. —Adelante. Jo se acomodó para sentarse contra el árbol, y Frederik hizo lo mismo. —Ellos estaban escondidos bajo el abrigo de un sauce, todos cubiertos de llagas negras. Una niña y dos niños. El muchacho más joven ya había muerto, pero sus hermanos lo trataban como si simplemente estuviera durmiendo. O tal vez no lo sabían. El mayor no podría tener más de once años. Trató de apartar de mí a su otra hermana arrojándome piedras. Aunque sus brazos eran demasiado débiles para enviar las rocas muy lejos. »La niña se quejaba de hambre. Hacía días desde que tú y yo nos habíamos separado, y aunque también tenía hambre, en aquel momento apenas sabía qué era eso. —Jo le dio una risa sardónica—. Ella me lo explicó, y fui a cazar por primera vez, hicieron un fuego, y cocinaron la carne. No estaba muy bien hecha, pero estaba seguro de que era comestible. Frederik hizo una mueca. Jo suspiró de nuevo e inclinó la cabeza hacia atrás. —El cuento, obviamente, terminó con la muerte. No sé por qué estoy hablando de ella. Vacilante, ya que de alguna manera el acto parecía más íntimo que un beso, Frederik curvó su brazo alrededor de los hombros de Jo. Este se inclinó hacia él. Se sentía extraño tener al hombre allí, cuando había estado ausente durante cinco largos años. Aun así, Frederik no estaba acostumbrado a proporcionar comodidad. Hacía tiempo que Amelia había dejado de acudir a él cuando necesitaba consuelo, así que ser el hombre al que otros vinieran buscando ese tipo de satisfacción, era una nueva experiencia. —¿Después los dejaste? —No, canté para ellos. —¿En serio? —Recordó la voz de Jo. Al ángel le gustaba hacer música antigua entre batallas. Frederik, tuvo el honor de escuchar esa voz una vez. Una profunda voz de tenor que podría poner a los reyes de rodillas—. Entonces les hiciste el camino más cómodo para que entraran en la otra vida. No podía ver la cara de Jo en ese ángulo, pero tenía la impresión de que sonreía. Frederik no sabía qué más podía decir. Jo había renunciado a sus alas, se había quedado en la tierra durante todo ese tiempo. Si él lo hubiera sabido, lo habría buscado, hubiera preparado su mejor barco y hubiera zarpado con él, no hubieran vuelto a puerto hasta que hubiera estado seguro de que la enfermedad había desaparecido. Ahora no servía de nada llorar. —Debería haberte protegido mejor. Jo se alejó, dejando a Frederik frío. —¿Cuál es el problema? Jo puso de pie. —Cero materia, eso es lo que tú tienes aparte de grueso cráneo. —Grueso —Frederik farfulló, levantándose—. Es un milagro que todavía estés vivo, Jo. ¿Qué más quieres que diga? Jo dejó escapar un suspiro. —Por el momento, sólo hay una cosa que te puedo dar. —Jo tomó la mano de Frederik y la aplastó entre sus piernas. El corazón sin vida de Frederik comenzó a latir, la sangre fluyó libre y caliente cuando la lujuria y la sorpresa lo reclamaron. Una erecta polla se asentaba entre las piernas de Jo. Una que no había estado allí cuando Frederik lo había tocado en su anterior vida juntos. Emocionado como un niño descubriendo el sexo por primera vez, Frederik rodó la palma de su mano sobre la tela de la túnica de Jo, lo que provocó una contracción de sus muslos y una inhalación suave que tuvo a la polla de Frederik lista para follar todo lo que se le pusiera a tiro. De repente, las manos de Jo estaban luchando con su armadura. —Ayúdame a quitarme esta cosa. No discutió esa orden ni una sola vez. Trabajó hábilmente en las correas y pasadores que sujetaban la coraza de metal sobre el pecho y la espalda. Las deshizo sin dificultad y Jo agachó la cabeza por el agujero del cuello, lo que le permitió a Frederik levantarla antes de sacársela y dejarla a un lado junto con la capa roja. Una hazaña que era más fácil de considerar que de hacer. La cosa era realmente pesada, y la sacudida de Frederik no la envió muy lejos. El resto de la armadura se desprendió mucho más fácilmente. Jo lo empujó hacia abajo y se sentó a horcajadas sobre sus caderas. Frederik miró la vasta extensión del duro y musculoso pecho y el estómago y los muslos que lo cubrían y rodeaban, algo que había perdido durante mucho tiempo, y ahora que lo tenía otra vez, su mente necesitaba ponerse al día con su cuerpo. Sus dedos torpes trabajaron sobre las correas de los pantalones. Una tarea difícil, debido a la distracción de la polla con fugas de Jo que se asomaba a través de la mata de pelo claro y grueso. Era perfecta, hermosa, y la quería más que a nada. Sus dedos torpes aflojaron los lazos de sus pantalones, mientras que Jo se hacía cargo de su jubón y camisa. Jo se levantó de Frederik lo suficiente para quitar y alejar completamente las prendas que los separaban. La piel caliente de Frederik había tenido la oportunidad de refrescarse a la sombra del árbol, pero Jo se acomodó hacia abajo, de modo que estuvieran piel con piel, y su sangre se calentó de nuevo. Los dos estaban sucios como el infierno, incluso sin la ropa sucia, pero era maravilloso, y Frederik gruñó. Aparte de sus botas y las sandalias de Jo, ahora estaban gloriosamente desnudos, la piel fina de Jo, los musculosos muslos asentados sobre sus piernas deliciosamente. La polla de Frederik estaba roja, dura y erguida, buscando el toque de la polla de Jo, como si se quisieran conocerse una a la otra. Frederik se humedeció los labios ante la vista. No podía apartar los ojos. Gimió cuando Jo agarró su polla con fugas en la mano y le dio un firme apretón. —He querido esto durante mucho tiempo. Tiempo suficiente para que no le importara follárselo en un lecho de hojas húmedas. Frederik no podía contar el número de veces que había fantaseado con hacerle el amor, solo que hubiera sido unilateral. —Aprendí a tocarme después de convertirme en mortal. Los ojos de Frederik se abrieron como platos. Cada vaso sanguíneo explotó gritando a la vida, y el placer que palpitaba en su polla apretó sus bolas hacia arriba a su vientre. —¿Lo harías ahora? —preguntó. Jo lo miró, sus ojos azules se oscurecieron mientras se acariciaba de nuevo. —Es diferente a cuando me besas o acaricias mi piel. Ahora sé lo que querías decir cuando me hablabas de la liberación. Frederik gimió, sus caderas se desplazaron hacia arriba, en busca de algún tipo de fricción, pero Jo se levantó a sí mismo lo suficientemente alto para impedírselo. Tomó al ángel por los hombros y trató de tirar de él hacia abajo por un beso, pero Jo se negó también a ceder en eso. —Maldita sea —Frederik gruñó. Los ojos de Jo brillaron, casi tan brillantes como lo habían sido cuando tenía sus alas. —Todavía no. Siempre hubo una cosa que hacía por ti que me ponía celoso. Frederik pensó en eso, pero había varias cosas que Jo había tenido que hacer por él. Cualquiera de ellas podría ser a lo que se refería. —Difícilmente puedes esperar que piense con claridad ahora. Jo se rio entre dientes. —Tal vez esperaba demasiado. Frederik abrió la boca para gritarle al idiota, cuando Jo se empujó contra él. «Oh, ¡por fin!» Frederik lo agarró y se quejó cuando su caliente carne finalmente fue apretada. Envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Jo y lo presionó más abajo para que sus pollas mantuvieran la fricción haciendo que el fuego rápidamente creciera y se extendiera por sus piernas y vientre. —Estar en tu boca —Jo quedó sin aliento en su contra. Frederik le dio un beso, cumpliendo con el deseo. Jo puso la palma de la mano en el pecho de Frederik y lo apartó. —No es lo que quise decir —dijo—. Siempre disfrutabas cuando mi boca te chupaba. Quiero que me hagas lo mismo. —¿Por qué no me lo dijiste antes? —Frederik lo levantó y colocó a su amante en el musgo sobre su espalda. Se situó rápidamente entre sus piernas. Frunció el ceño cuando la posición acercó su rostro a las heridas mal vendadas de las piernas de Jo. —Frederik —dijo Jo, sacándolo de sus pensamientos. «Más tarde», se prometió a sí mismo, volviendo al asunto que los ocupaba. —Esto es algo siempre que he querido hacer. Jo se levantó sobre sus codos para mirar, y Frederik le sonrió. El hombre, obviamente recordó las muchas veces que Frederik se había levantado de una manera similar. La boca de Jo cayó con una exhalación temblorosa cuando Frederik pasó la lengua por la parte inferior de su polla. Era una virilidad impresionante. Al menos del mismo tamaño que la de Frederik, pero más gruesa, de eso estaba seguro. ¿Sabía Jo siquiera lo afortunado que era? Sin duda hubiera sido desafortunado, si hubiera pasado por todos los problemas para llegar a ser mortal, y hubiera terminado con un sexo del tamaño de un pulgar. Cuando Frederik se la metió en la boca con un zumbido, todo el cuerpo de Jo vibró y tembló, sus caderas saltaron cuando Frederik tiró de la polla con sus labios. —¡Mierda! —Jo dijo. Jo comenzó a empujar sus caderas, y maldijo una y otra vez. Continuó así durante menos de un minuto antes de que tuviera bastante. —Frederik, voy a… Frederik alejó su boca. Jo no se había corrido, y Frederik no se atrevió a tanto como para soltar su aliento en él y que no se pudiera contener. No le sorprendía que el hombre no durara. Era su primera vez. Jo miró hacia abajo. —¿Qué estás haciendo? Había pasado el tiempo suficiente como para estar seguro de que su amante no se correría como un adolescente. Frederik se impulsó hacia arriba sobre cuerpo de Jo por lo que quedaron pecho contra pecho y cadera contra cadera. Jo era más ancho, por lo que Frederik no cubría totalmente su cuerpo con el suyo propio, pero al hombre debajo de él no parecía importarle que se subiera. —Esta es otra cosa que siempre he querido hacer contigo. —Frotó su polla duramente contra la de Jo, el placer chisporroteó haciendo que sus ojos rodaran. Jo abrió la boca y apretó los hombros, levantando las rodillas para mantener a Frederik en su lugar. Ah, hermoso. Frederik lo hizo de nuevo, el placer cada vez mayor dentro de él. Se quedó sin aliento y se empujó de nuevo una y otra vez, creando un ritmo que Jo intentó seguir. Ellos se ajustaron sincronizándose antes de convertirse en una melodía, y, cuando sus cuerpos se pusieron cada vez más calientes, la carne de gallina de sus pieles desapareció. Esto fue demasiado para Jo. Su agarre de los hombros de Frederik se tensó como el hierro cuando gritó, echando la cabeza hacia atrás en el musgo mientras su polla soltaba chorros que se derramaban sobre su estómago, y en el estómago de Frederik. Este no tardó en seguirlo con un estremecimiento. Se desplomó en la parte superior de Jo, sin aliento y maravillosamente saciado. El frío se apoderó de él rápidamente, y supo que Jo también debía sentirlo, pero se sentía tan bien, que no se movió para recuperar su ropa. Prefería compartir el calor del cuerpo por el momento y permitir que la satisfacción se afianzase. Eso fue todo. Eso era precisamente lo que necesitaba. —Creo que hemos terminado. Esas palabras fueron como un atizador caliente atravesando su pecho. Frederik se levantó sobre sus codos. Sin embargo Jo siguió empujándolo hasta que Frederik rodó a su lado. No podía hacer nada más que ver como el hombre recogía sus ropas y su armadura y comenzaba a ponérselas de nuevo, ocultando su desnudez. Frederik gruñó e hizo lo mismo, agarrando sus pantalones y su túnica y vistiéndose con un gesto de rabia. —¿Conseguiste lo que querías? Jo se congeló cuando se giró atando su espada a su cintura. Volvió la cabeza para mirar por encima del hombro. — ¿Cómo? —¿Qué significa esto? Jo giró su cara completamente hacia él. No había ni malicia en su rostro, ni ira en su voz. Parecía resignado. —No quieren que me veas como un mortal, se me ha dado la oportunidad de volver a casa. —Ya veo. El pecho de Jo dejó escapar un suspiro. —No hagas eso. Todavía siento duramente por ti, Frederik. No quiero seguir muriendo de hambre en la tierra, pero no puedo evitar besarte. Aunque quiera volver, me dolerá mucho. La mandíbula de Frederik se apretó. Sus puños hicieron lo mismo. —¿Puedo recordarte lo que tienes que hacer para que ese evento se produzca? —No tienes por qué temer. Soy incapaz de matarte. Deberías saberlo ya. Después de rescatar a tu hermana, hablaré con Michael y le pediré que acuda al Señor en tu nombre para que suspenda la orden que hay sobre tu cabeza. Tal vez, una vez que le entregamos al verdadero responsable de lo de la aldea, nos conceda su misericordia. Frederik no estaba totalmente convencido de merecer esa misericordia. —Nunca deseaste a un humano por amante, sin embargo, mientras que yo lo sea, los dos estamos en condiciones de darnos uno al otro lo que siempre quisimos. Una liberación adecuada. Piénsalo, por favor. —La última cosa que querría es una follada vacía. Frederik había sido un idiota al no darse cuenta de lo que era. Jo había pasado cinco años cuidando de sí mismo en condiciones en las que Frederik no quería ni siquiera pensar, y después de todo ese tiempo, Jo quería volver a casa. Sería mejor si Jo se mantenía a sí mismo durante el resto de su viaje que les quedaba juntos. Frederik le dio la espalda y caminó hacia Anael. Metió la mano para agarrar las riendas, pero el condenado caballo se deslizó fuera del camino. Hizo otro intento, pero Anael se apartó de un salto y tiró de la cola moviéndose otra vez. Jo llegó, y cuando agarró las riendas, el caballo de mierda solo sacudió su cabeza. Con la fiel bestia en la mano, Jo lo miró expectante, su voz exigente. —¿Dónde vas? Frederik comenzó a caminar hacia la torre MacNiel. —Has oído a tu amigo, yo soy... de todo menos inocente de cualquier delito. Voy a recoger a mi hermana, llevarla a casa, y rezar para que su calvario no haya dañado su mente, así como su cuerpo. —Para empezar, había sido un idiota al perder tanto tiempo—. Si me doy prisa, podré estar de vuelta en la torre MacNiel mañana al mediodía. Jo lo siguió. —Zadkiel se curará en cuestión de horas y estará de vuelta en el sendero en breve. Con esa cadena alrededor de tu cuello, sigues siendo tan impotente en su contra o en la de MacNiel como cualquier mortal. Frederik se negó a mirarlo. —No necesito que me rescates como la última vez que me atacó. —Eso es discutible. ¿Vas a detenerte? Jo lo agarró de su túnica. Frederik llevó la mano hacia abajo y cortó la conexión. El ex ángel se le quedó mirando. —¿Te has vuelto loco? Casi parecía como si Anael asintiera. Frederik lo fulminó con la mirada. —No tienes ninguna necesidad de seguirme a todas partes. Eres mortal y ya no eres mi carcelero. —Estarás indefenso siempre y cuando esto esté alrededor de tu cuello. Antes de que pudiera detenerlo, Jo agarró la larga cadena que todavía colgaba de su cuello. El suave tintineo de los eslabones de oro le heló la sangre. Sus ojos cayeron en la muñeca de Jo. El extremo de la cadena de oro en su cuello se había convertido en una pulsera en la mano de Jo. Frederik quería gritar. Jo tuvo la osadía de sonreír. — Parece que vamos a estar juntos por un poco más de tiempo. Frederik quería matarlo. Envolver la cadena de oro alrededor de la garganta de Jo, y apretarla hasta que la vida dejara el cuerpo del idiota. Incluso lo intentó, olvidando que la cadena reaccionaba ante tal agresión. Pero en esta ocasión no lo hizo. Parecía como si Jo ya no fuera su amo después de lo que había sucedido con el otro ángel, y Frederik se lanzó a matarlo. Jo se salvó sólo porque sacó su espada y la presionó contra la suave garganta del vampiro. Frederik logró detenerse antes de que pudiera empalarlo. Anael se movía con inquietud entre los dos hombres que se miraban el uno al otro. Aunque todavía no se había liberado de la cadena, aun tenía la intención de matar a Jo con ella, pero este no había bajado la espada. —Te has vuelto loco —dijo Jo. Frederik no respondió. Jo se negó a mover su espada. Con un suspiro de odio que estaba a medio camino de convertirse en un gruñido, Frederik tiró de la cadena, pero esta no chocó contra el suelo como él hubiera preferido, sino que quedó colgando en el aire entre ellos, conectándolos. Frederik caminó, y, cuando la holgura de la cadena terminó, dio un tirón hacia adelante, obligando a Jo a seguirlo. —Tú mismo te estrangularás si insistes en viajar de esa manera. No le importaba. El sonido de la espada siendo envainada y de Jo montando a Anael le llenó los oídos, pero eso no logró levantar su estado de ánimo. Él iba a pie, mientras que Jo cabalgaba tranquilamente en el lomo de ese caballo de mierda. —Voy a rescatar a mi hermana. —Te ayudaré. —¿Por qué? Ella es un vampiro. ¿Por qué querrías ir a su rescate? —Me gustaría hacer las paces… —Se detuvo de lo que fuera que estuviera a punto de decir. Frederik no deseaba pensar en el significado de las posibles palabras no dichas. Un dedo en la llaga ya era bastante malo. —Cuando huimos, los ojos de Zad estaban rojos —dijo Jo cuando Frederik no dijo nada. Frederik lo miró por encima del hombro. No era ningún tonto. Sabía que ningún ángel podía tener los ojos rojos. —¿Es un demonio? Jo apretó la mandíbula. —Es muy probable que lo sea. Aunque tal cosa lo obligaría a vender su alma. —Miró fijamente a Frederik—. Hay una conexión entre él y... bueno, todo lo que ha sucedido contigo y tu hermana en estos últimos días. —¿Y ahora harás que tu misión sea descubrir cuál es la conexión? —Sí. A Frederik no le gustaba. Pero que Jo estuviera de acuerdo en rescatar a Amelia porque finalmente se había enfrentado con una evidencia de que Frederik podía no ser el demonio que pensaba que era… bien, eso renovó levemente en su interior algunos de los sentimientos más dulces hacia el ángel. Prefería que lo hubiera creído, que hubiera tenido un poco más de fe en los de su clase, que tan bien conocía. Pero, de todos modos, tampoco estaba dispuesto a cuestionar su nueva suerte. —Tendremos que buscar otro camino. —Este es el mismo camino que hemos recorrido. Si nos apresuramos a volver… —Zadkiel sabe que estamos en este camino. Lo seguirá y tratará de encontrarnos, y si quieres que lleguemos hasta tu hermana en el momento oportuno, no podemos darnos el lujo de ser abordados por él. Frederik resopló. —Un buen momento para que desees darte prisa, cuando sugieres que el camino ya no nos es útil. No puedes esperar a montar a caballo a través de los arbustos. —Anael puede correr por el bosque como ningún otro caballo. —Jo se inclinó y le tendió la mano. De mala gana y con la promesa en su interior de darle un puñetazo después, Frederik la tomó y se subió detrás del ángel. Con una patada, Anael dio un salto y se salió de la carretera, volando entre los árboles a una velocidad que Frederik no pensaba que fuera posible a través de la espesura del bosque. Ni siquiera él podía moverse con tanta rapidez a través del follaje sin que las ramas rasgaran su piel. Apenas sentía el golpeteo de los árboles mientras los pasaban, y el viento casi no silbaba en sus oídos. Se las arregló para sonreír a su alma. Volverían hasta MacNiel en la mitad del tiempo. La cadena de Gedeón ya no seguía las órdenes de Jo. Ahora que Frederik y él estaban unidos por ella, no podían separarse. El responsable era Zadkiel, Jo estaba seguro de ello. Cuando el ángel bajó su espada celestial y cortó la cadena, esta debió haber reconocido a un nuevo amo. A pesar de que Zad ya no era totalmente un ángel, su espada aún ardía cuando golpeaba. Por lo que Jo sabía, la cadena de Gedeón nunca había estado antes sometida a un medio demonio. Sólo la hoja de la espada de fuego de un ángel, o el tacto de la mano de uno de ellos, podría separarlos ahora. A pesar de todo eso, su nueva conexión hacía la necesidad de Jo de aliviarse tras los arbustos mucho más difícil. La parada que habían hecho es ese momento era suficiente para ponerle color a sus mejillas mientras lo hacía. Frederik tenía que estar detrás del tronco de un sauce joven para permitirle a Jo hacer lo que todos los seres humanos tenían que hacer dos o tres veces al día, y eso no era espacio suficiente. —Me preguntaba por qué seguías deteniendo al caballo y atándome a los malditos árboles tan a menudo —dijo Frederik desde detrás de uno de esos árboles—. Aunque eso no explica por qué desaparecías a veces durante varias horas. —Bueno, ahora tengo que comer —respondió Jo secamente, arreglándose y volviendo a la vista de Frederik. Ambos caminaron rápidamente de vuelta a Anael—. Y dormir. El cielo encima de ellos ahora emitía un tono más oscuro de azul. Las sombras de los árboles se extendían mucho, lo que indicaba la llegada de la noche. —Sé que necesitaré reposo muy pronto, así que lo asumiré. —Tenemos que seguir cabalgando. Podríamos llegar a la torre MacNiel al amanecer, si nos empujamos con suficiente fuerza. —Sí, ¿y de que le serviría tu hermana que entráramos en las tierras de MacNiel encadenados como estamos y sin ayuda? ¿Qué haríamos con Amelia una vez que salga el sol? Frederik lo miró. Le dio una patada a los arbustos y ramas a sus pies. —Este no es un buen lugar para tu descanso. No hay nada que pueda ser utilizado para hacer un refugio. Continuemos un poco más y hagamos un campamento. El vampiro sólo quería una excusa para seguir adelante, y Jo no tenía la energía para discutir con él. En todo caso, estaba en lo cierto. Se subieron en Anael y siguieron adelante. Jo puso a correr a Anael solo unos pocos minutos más antes de tirar de ella y ponerla a un trote constante cuando el sol se puso más y más por el oeste, y tuvo que confiar en la visión de Anael sobre la suya. Cuando la última penumbra estaba sobre ellos, y Jo pensó que por fin era hora de descansar, apareció inesperadamente un claro entre los árboles. Un espacio circular de gran tamaño. Su repentina aparición hizo que se detuviera. Anael trató de seguir adelante, pero Jo hacia atrás. El caballo dejó escapar un sonido de disgusto y negó con la cabeza mirándolo, pero Jo se mantuvo firme y le dio unas palmaditas en su costado. —Tranquilo. No seas tan impaciente. —¿Qué es este lugar? —Frederik le preguntó. Sin embargo, Jo no tenía respuesta. Un pueblo, viejo y podrido, se asentaba en el centro del claro. Aunque solo se podía llamar pueblo con mucha imaginación. Había sólo cinco casas de barro situadas en un círculo alrededor de un pequeño claro con un pozo de piedra. En el otro extremo había un pequeño lago. El pueblo parecía muerto. Se puso rígido. ¿Esto era…? «No. No puede ser». Jo dejó escapar un suspiro pesado. Durante apenas un momento, pensó que este podría ser el pueblo que Frederik había destruido. Sin embargo era imposible. Ese pueblo estaba a kilómetros de este lugar, y era lo suficientemente grande como para albergar cientos de casas supervisadas por el terrateniente del castillo, y ahora en su mayoría quemadas. Anael relinchó y se removió inquieto en sus cascos. —Creo que el animal desea descansar aquí —arrastró Frederik las palabras, mirando hacia abajo de Anael. Jo se mantuvo entre la seguridad que proporcionaban los árboles. —Zadkiel podría estar viéndonos desde el cielo. Frederik sacudió la cabeza con disgusto y se deslizó de su asiento. Agarró y tiró de Jo por la cadena. —Tú eres el que quería encontrar un lugar para dormir. Ahí está. Jo vaciló, sus ojos se movieron en un intento de visualizar criaturas con alas que no fueran aves. —¿Dónde están los habitantes del pueblo? Algo se siente mal. —Todo ha estado fuera de lugar desde que me apartaste de mi misión. Jo hizo lo posible por mantener controlado su temperamento. Miró hacia arriba una vez más. No había cuervos ni ángeles. Esperaba que la oscuridad impidiera a Zadkiel verlos. No había nada, por lo que se dejó llevar al pueblo. Tal vez fuera la oscuridad, pero las casas lo hicieron sentirse aprensivo al entrar en el solitario espacio. Las ventanas estaban a oscuras, no había ni un fuego ni una vela quemándose en ningún lugar. Algo no era correcto. Sintiendo que no debería haber permitido que lo dirigiera aquí, envolvió su mano alrededor de la empuñadura de su espada. ¿Dónde se había ido la gente? —Aquí hay alguien. Jo se puso rígido y sacó la espada de su vaina. La oscuridad ya estaba plenamente sobre ellos, y apenas podían ver. Eso era un inconveniente, pero había sido entrenado para luchar usando sus otros sentidos, en caso de que requiriera esas habilidades. La verdadera prueba sería luchar encadenado a Frederik. —¿Dónde están? Frederik gruñó a modo de respuesta. Trató de seguir adelante, probablemente en dirección al olor, pero Jo le dio un tirón hacia atrás. —¡No sigas! —siseó—. No tienes tu fuerza ni vas armado. Frederik agarró y la cadena de Jo de nuevo, tirando de la mano que sostenía la espada. —¿No eres un guerrero? ¡Actúa como uno! —No tenía miedo por mí —murmuró, permitiendo que Frederik lo arrastrara, mientras trataba de mantener un mayor control de su arma. Un sonido chirriante a lo largo de las paredes de la casa situada al lado de ellos les hizo darse la vuelta. —¡Cuidado con la hoja! —Frederik siseó—. ¡Casi me cortas! Jo ignoró el dramatismo de Frederik y dio un paso más cerca del sonido. Se detuvo para mirar alrededor de la esquina de la casa. Un fragmento de un poste golpeó a Frederik, que se sujetó la nariz y rugió de dolor y rabia. Jo lo agarró por la parte trasera de su chaqueta y lo apartó de la amenaza. Una pequeña sombra con pies rápidos se escabulló, levantando polvo a través del claro, dentro de la casa situada directamente a su derecha. Tenía que ser un dañino demonio. A Jo no se le ocurría ninguna otra cosa. Sin duda alguna, eso explicaría el estado de abandono de la aldea. Ciertamente no pasaría la noche aquí si hubiera dos o tres de esas cosas deambulando por el lugar. Y cualquier otra cosa sin duda habría matado a Frederik en lugar de simplemente golpearlo antes de salir corriendo. Volviendo a eso, Jo se rio de su compañero, que se había caído en el culo y ahora estaba apretándose la nariz con ambas manos, lanzando maldiciones ahogadas. —¡No es nada gracioso! —gritó Frederik. Con las manos en alto y dolorido, sonaba como un pato ofendido. Jo se echó a reír más fuerte. —¡Tú! —Frederik lo derribó al suelo. Su espada se le cayó de inmediato, pero eso no importaba. Jo no podía dejar de reír, convirtiéndose así en un rival fácil de fijar al suelo. —¿Te ríes cuando podría haberme asesinado? —Has sido golpeado por un pequeño demonio. Tu vida difícilmente estaba en peligro. —¿Por qué tú…? —Todo lo que Frederik había estado a punto de decir fue interrumpido por otro raspón en su espalda. Frederik se giró y Jo dejó de reírse, ya que la criatura se encontraba ahora ante su vista, una silueta de color negro. El pequeño demonio sostenía el extremo de un palo de escoba en sus manos. Un palo de escoba que había roto sobre los huesos duros como piedras de las costillas de Frederik. Este sacó sus garras hacia la delgada criatura. Un grito infantil llenó el aire. —¡Déjame en paz! —Pequeños puños golpeaban los brazos de Frederik, quien sujetó al niño por su garganta. —¡Frederik! —Jo se adelantó y lo agarró del brazo antes de que el vampiro pudiera hacer ningún daño—. ¡Detente, Frederik! ¡Es un niño! —¡Eso lo sé, pero él me atacó! —Ponlo en libertad, Frederik —Jo demandó. Cuando el agarre de Frederik disminuyó, el muchacho cayó al suelo, pero sus pequeños pies no se fueron lejos. Sin luna en el cielo, Jo todavía luchaba para ver algo más que la oscura silueta del niño mientras estaba sentado con los brazos alrededor de sus rodillas y comenzaba a llorar. Frederik hizo un ruido de disgusto antes de alejarse, o, al menos, ir tan lejos como pudo con la cadena alrededor de su cuello. Jo era vagamente consciente de él empujando los troncos y las piedras fuera del camino con el pie, su brazo extendido, incluso cuando Frederik trató de ir más lejos. —Jo. Jo no le hizo caso. Bajó a una de sus rodillas ante el muchacho. —¿Cuál es tu nombre, hijo? No temas. Nadie está aquí para hacerte daño. —Puso su mano en el cabello del niño, pero este gritó y se revolvió de nuevo—. ¡No me toques! Jo parpadeó. —No estoy aquí para dañarte. —Jophiel. —¡No quiero que te contagies de la peste! —¡La peste! Una brillante luz titilante apareció por detrás de él. Jo se giró. Frederik se quedó allí, mirándolo con fuerza, descontento por tener que llevar una antorcha en una mano y una niña en la otra, a pesar de que la mantenía a distancia de sí mismo. —La niña se escondía entre esas grietas. Ella ha sido lo suficientemente buena como para darnos su pedernal —dijo, la máscara ruda aún en su lugar. El niño manchado de suciedad estaba rígido de terror. —Breanna ¡Te dije que te quedaras escondida! —gritó, poniéndose de pie, su coraje renovado. La niña se echó a llorar. De pronto, Jo lo comprendió. Esos niños estaban solos en el pueblo, sin el cuidado de una madre o un padre. —Frederik, debemos… La antorcha en la mano de Frederik parpadeó y reventó. La arrojó lejos de sí mismo con un grito y aterrizó con un ruido junto al pozo, pero las llamas continuaron creciendo en tamaño, el calor lo consumía todo. Los niños gritaron. El muchacho se puso de pie, corrió hacia su hermana y la tomó de la otra mano. Frederik les permitió irse mientras él se alejaba del calor, protegiéndose el rostro con los brazos. Jo sólo fue capaz de capturar su espada una vez más antes de que el fuego de la antorcha se hiciera más amplio, y salieran de la oscuridad cientos de pequeños y redondos demonios riéndose, saltando y atacando. Numerosos demonios traviesos y gordos, cada uno casi tan alto como las rodillas de Jo, salieron, excitados por su liberación. Sus cuerpos de color rojo, llenos de verrugas y costras, brincaban, bailaban y cantaban, moviendo sus cuernos puntiagudos, dejando a los dos hombres y al niño que se había considerado invencible empuñando su espada de madera por primera vez, asombrados. Cuando se acercaron demasiado Jo sacó su propia espada, cortando a uno limpiamente por la mitad. Los pedazos se hicieron polvo y volvieron al infierno mientras cortaba la delgada pierna de otro. —¡Frederik! —lo llamó Jo, pero el vampiro todavía tenía los ojos fijos en el fuego ardiente de donde vinieron las criaturas. Los demonios, traviesos por naturaleza, no viajaban en grupos grandes e incluso casi nunca aparecían en pares. Sin embargo, no podía haber menos de tres o cuatro docenas de ellos, y Jo no podía contener a tantos. —¡Frederik, lucha! —gritó mientras esquivaba a otra de las criaturas con su espada y se dirigía hacia el vampiro y los niños que estaban contra la pared de una de las casas. Cuando las pequeñas criaturas se aferraron a las piernas, del vampiro, este parpadeó saliendo de su bruma y, finalmente, tomando suficiente nota de lo que sucedía a su alrededor, como para olvidarse del peligro del fuego y defenderse a sí mismo de las criaturas que empezaron a subir por su cuerpo y a apuñalarlo con sus pequeñas lanzas. El hermano de Breanna la protegía, mientras golpeaba y pateaba con más fuerza de la que una persona tan joven podía tener. Los pequeños demonios se reían de sus esfuerzos, le escupían, y hacía muecas, y la niña lloraba de miedo. Uno ellos llegó demasiado cerca y el niño lo pateó con una pierna, golpeando su cara y enviándolo lejos, rebotando como si fuera una pelota. Sus bracitos y piernas se agitaban sin poder hacer nada mientras rodaba, su lengua negra maldecía en un idioma que sólo el ángel podía entender. Jo llegó hasta los tres y agarró uno de los demonios que se aferraba a los hombros de Frederik y lo tiró lejos. La cara de Frederik estaba pelada por el calor del portal de fuego, y los arañazos y cortes cubrían sus manos debido a sus intentos de protegerse de las afiladas armas de los demonios, pero por lo demás estaba todavía en buen estado. —Tenemos que partir de inmediato —dijo Jo. Él iba a sacar al niño cuando, de repente, el aire a su espalda se volvió frío. Se dio la vuelta. El fuego de la antorcha había regresado a su tamaño acostumbrado, sin embargo, los demonios no habían desaparecido. Todo estaba en calma, todos los estaban mirando y sonreían mostrando sus dientes triangulares y puntiagudos. Algunos se lamían los labios como si pretendieran darse un festín con sus presas. Este no era el comportamiento de unos demonios traviesos. —Zad, ¿qué has hecho? —Jo, ¿qué es esto? —le preguntó Frederik. Todas las cabezas se volvieron hacia el vampiro. —Ellos están aquí por ti —respondió Jo, dando un paso delante de él, la espada lista. Con un grito de batalla que sonó como el chillido de un pájaro, los demonios se precipitaron como uno solo, un río de color rojo se meneó cuando se lanzaron sobre ellos y atacaron sus piernas. Jo se movió dándoles patadas, desesperado por protegerse de sus lanzas. La niña volvió a gritar y Jo perdió su enfoque cuando se volvió. Sin embargo, ahora todas las criaturas ignoraban a los niños, ya que concentraban su atención mayoritariamente en Frederik. Jo siseó cuando una pequeña lanza entró en su pantorrilla. El pequeño demonio cuya pierna Jo había cortado todavía estaba haciendo esfuerzos por atacar. Golpeó al demonio duramente, por lo que este voló por encima de las casas de enfrente con gritos indignados, y sacó la patética arma de su pierna con un silbido, tirándola a un lado. Uno de los demonios, con cuernos que cubrían su redondo cuerpo, apuntó con su lanza a Frederik con un grito de batalla que le recordó a Jo el sonido de una rata. Una vez más los demonios reunieron sus fuerzas y cargaron. Jo lanzó un golpe duro de su espada y le dio a uno de ellos en el vientre. Su cuerpo se convirtió en polvo tras la herida. Nadie más vino por él. Saltaban más allá de Jo hacia Frederik y continuaban como un enjambre de grandes insectos sobre el vampiro, tirando de él hacia abajo, dominándolo debido a que el vampiro no tenía su fuerza sobrenatural. Estando sujeto por la cadena, la distancia a la que se encontraba de Jo, hizo que cayera de rodillas. El corazón de Jo se atragantó en su garganta, cuando los demonios cubrieron completamente su cuerpo y comenzaron a golpear sus lanzas hacia arriba y abajo, golpeando a su rehén. —¡No! —Olvidándose de su espada, Jo cargó. Usó sus puños para pegar a una de las criaturas, enviándolo volando en una explosión de sangre de demonio. Le dio una patada a otro, le robó la pequeña lanza a un tercero, y apuñaló su ojo. No podía usar su espada con las pequeñas bestias sobre Frederik, porque no era suficientemente hábil para ello. Los demonios volvieron su atención a Jo cuando este se convirtió en una amenaza para su misión. Saltaron de Frederik a Jo, agarrándolo por su armadura y su pelo, poniéndolo en el suelo sobre su espalda. No lo atacaban con sus lanzas. Esta vez, utilizaron sus puños y garras. Su armadura protegía el pecho donde ellos lo golpeaban, pero sus brazos, cara y piernas, sentían cada pequeño golpe y rasguño. Daba patadas y puñetazos, hasta que sintió un fuerte pinchazo en su mejilla, por lo que la sangre se agrupó en su boca. Puso un brazo sobre su rostro para protegerse, pero esos hijos de puta puntiagudos se pegaron a él hasta que se encontró enterrado bajo una montaña de criaturas que dejaban más arañazos en sus brazos, y mordiscos en sus puños. El veneno hizo que sus extremidades se sintieran pesadas y sus sentidos entumecidos cuando deberían haber estado alerta. Sus orejas trabajaron lo suficiente como para escuchar el rugido de Frederik elevarse por encima de la vibración de los traviesos demonios. La cadena tiró del brazo que protegía su rostro, hacia la antorcha. ¡Ellos intentaban llevarse a Frederik! ¡Se lo estaban llevando! Los demonios lanzaron un grito y volaron fuera de él como si poseyesen alas. Una luz pura, brillante y blanca, a diferencia de las llamas de donde habían venido las criaturas, pareció espantarlos. Se replegaron y se arrastraron lejos de ellos con movimientos lentos y dolientes, como si fueran vampiros quemados por el sol buscando un poco de sombra. Se limpió la sangre de la cara y se sentó. Sin duda Michael había venido en su ayuda. Sin embargo, esa no era la luz de Michael. Era Anael, que brillaba con la misma luz pura que había lanzado para vencer a los cuervos. El caballo relinchó y se levantó alto sobre sus patas traseras, con orgullo y fuerza. Jo consiguió esbozar una débil sonrisa. Debería haberlo sabido. Unas manos normales, hermosas y masculinas, se acercaron a él, y fue levantado por un par de familiares brazos vestidos que lo rodeaban. Luchó contra la comodidad. —Los demonios… —Se han ido, Jo. Mira. Él lo hizo. Las llamas de la antorcha parpadeaban y morían. Los traviesos demonios estaban a la vista. La luz de Anael los había vencido a todos o a la mayoría de ellos antes de que pudieran regresar al infierno por su propia fuerza. A pesar de haber sido él quien había intentado rescatar a Frederik, Jo se acomodó en sus brazos. Su cuerpo se sentía débil, y su piel picaba por los rasguños y heridas de arma blanca. Sus lesiones anteriores debido al ataque de Frederik en su forma de lobo, habían vuelto a abrirse y quemaban. A pesar de que los brazos de Frederik alrededor de él sólo inflamaban esas sensaciones, se quedó completamente inmóvil. No podía hacer nada más que estar vagamente consciente de su entorno, de la tranquila escena. Anael estaba cerca, su propia luz celestial más apagada pero sin consumirse del todo, como si quisiera protegerlos de una nueva invasión. Los niños se acercaron poco a poco, y todavía se aferraban uno al otro, por primera vez menos asustados de lo que lo habían estado con los extranjeros en su pueblo y los demonios que habían venido con ellos. Tal vez fue el resplandor que Anael había liberado lo que les había dado ese valor. Más que nada, Jo quería consolarles y decirles que todo iba a estar bien de nuevo para ellos, pero apenas podía moverse, con el veneno de las garras de los demonios tirando de él más y más hacia el sueño. Vagamente se daba cuenta de la presión de unos labios contra sus ojos, y de Frederik murmurándole palabras de consuelo que no podía distinguir. Entonces, todo se volvió oscuro. —¿Demonios traviesos? —dijo Frederik. Parecía amargado por el hecho de que sus atacantes hubieran sido unos demonios de tan baja calidad, indignos de ser sus oponentes, y aun así hubieran llegado tan cerca de él. Jo asintió. —Sí. Por lo general, los ángeles nunca se molestan con ellos porque se les considera una forma del mal inferior. Por debajo incluso de los vampiros. Frederik se quejó en voz alta ante ese comentario. Jo dejó de prestarle atención. Los demonios traviesos habían sido creados precisamente con ese propósito, para crear daño. No para atacar como soldados. Una o dos veces, se habían dado casos de que secuestraran niños y arruinaran cultivos, pero eso fue todo. Normalmente, eran relativamente inofensivos. Los mortales trataban con ellos y rara vez era necesarios los ángeles para prestar su ayuda en asuntos tan pequeños. Por supuesto, por lo general causaban sus travesuras solos, individualmente, nunca en parejas o en grupos. El hecho de que se hubieran reunido muchos para atacarles a Frederik y a él, significaba que alguien estaba tirando de sus hilos. Zad. El niño, Angus, y su hermana menor, habían explicado que la peste había vuelto a su aldea. Todos habían muerto excepto Angus y Breanna, que se habían quedado escondidos en su casa, y rara vez se aventuraban fuera durante la noche, demasiado asustados para salir. Era imposible que hubiera sido otra plaga. Jo conocía de primera mano lo que había causado la última. Creyó a Angus, cuando le habló de que los ancianos enfermaron, algunos se alejaron y nunca regresaron, pero le aseguró al muchacho que eso no fue la peste. Pero Frederik y él habían llegado la noche anterior. A menos que Zad hubiera desarrollado la capacidad de saber hacia dónde se dirigían antes de que ni siquiera Jo o Frederik lo supieran, sólo podrían culpar a los demonios, no a Zad por lo que había ocurrido allí. Por supuesto, Frederik estaba sanando muy bien después del ataque. Las numerosas heridas de arma blanca en su cara, brazos y manos se habían cerrado y curado después de una sola noche, y eran poco más que unas pequeñas manchas rojas que desaparecerían por completo al mediodía. Jo acarició el manto de Anael, tratando de ocultar sus celos de menor importancia. Sus propias heridas podían verse claramente en sus brazos, piernas y cara, incluso después de que había pasado la noche inconsciente. Su curación progresaba al ritmo de un mortal. Suponía que eran lo suficientemente profundas para haberse desangrado, pero Frederik se las había limpiado, mientras él dormía debido a los efectos del veneno. Sin embargo, muchos de los largos arañazos de color rojo destacaban, quemándole y picándole como nunca antes. Era una lucha no rascárselos. Volvió sus pensamientos a acicalar a Anael antes de que pudiera llegar a amargarse por no tener sus anteriores habilidades de rápida curación. No estaba del todo seguro de si un caballo celestial requería tanto tratamiento, porque este había cabalgado durante días sin tan siquiera tener un signo de suciedad en su fino pelaje y cascos, ni nudos en su melena y cola. Sin embargo, Anael se erguía orgullosamente bajo toda su atención. No había duda de que el animal realmente veía los fuertes movimientos de Jo más como un masaje que como un cepillado necesario. Anael se lo merecía por su rescate de la noche anterior. Ahora que los dos estaban de nuevo en sus pies, dejarían el pueblo abandonado pronto. Sólo esperaban a que los niños, Angus y Breanna, terminaran su comida a base de conejo y bayas que Frederik habían encontrado para su desayuno antes de salir. Por supuesto, si Frederik seguía con sus quejas, Jo terminaría enojado durante las horas que tenían por delante. —Soy un vampiro, joder. Lucifer debería haber enviado al menos un troll de fuego o un dragón escupe ácido. Algo con un poco más de desafío. —Deberías ser más agradecido de lo que fue enviado después de nuestra actuación de anoche. Y Lucifer no los envió. Tiene mejores cosas que atender. —¿Quién más podría enviar a esas criaturas sin valor a por mí? Jo lo miró con intención. Frederik maldijo entre dientes, sus ojos como dardos mirando a los niños sentados ante el fuego. —¿Podemos suponer que también envió a los cuervos detrás de nosotros la primera vez? Jo se trasladó al otro lado para cepillarle un mechón de pelo a Anael. —Sí. Debemos estar agradecidos que no envió nada más fuerte. O tal vez no pudo. Dudo que ninguno de nosotros pudiera haber manejado cualquier otra cosa, encadenados como estamos. No se atrevió a mencionar el beso que sintió cuando Frederik sin duda creía que estaba inconsciente. Eso habría confundido a Angus y Breanna. O tal vez estaban demasiado preocupados por Anael para notar a dos hombres en ese abrazo. De cualquier manera, ni Frederik ni él se refirieron a ese hecho. Frederik pateó una piedra y acarició el oro en su cuello. — Tenemos que irnos ya si queremos llegar a la torre MacNiel al crepúsculo. Jo asintió. Habló con Angus y Breanna una vez más y les devolvió sus cepillos. Frederik permanecía a una distancia prudencial de la hoguera tanto como le era posible. Jo no podía pasar por alto su deber. Aunque Frederik y él habían preparado suficiente comida para que les durara algunos días, les prometió volver con más para ellos. Cuando sus asuntos con MacNiel y Frederik hubieran terminado, volver sería imposible para él, pero con una veintena de sus sirvientes, Frederik podría encontrarles un lugar decente para que vivieran. Al fin y al cabo, el vampiro deseaba hacer el bien para redimirse a sí mismo por todo el mal que había hecho. Jo y Frederik montaron en Anael. —¿Recordarás este lugar? —Jo preguntó. —No lo olvidaré. Eso era tan bueno como una promesa para Jo. Breanna se puso de pie y agitó su brazo cuando se alejaron. Los árboles se convirtieron en un borrón a su paso. Debido a que dejaron la aldea antes de que el sol estuviera totalmente en el cielo, si mantenían un ritmo constante, probablemente llegarían a MacNiel antes de que cayera tras las montañas. Jo hizo correr a Anael a galope total, y volaron hacia el bosque. —¿Todavía por el bosque? —Frederik le preguntó a su espalda. —Ahora más que nunca. Si Zad quiere encontrarnos, no se lo voy a poner fácil. Frederik dio un gruñido que Jo entendió como un acuerdo. Si Zadkiel estaba enviando a los animales que poseía y a demonios menores a este reino para capturarlos, Jo no tenía la intención de ser visto fácilmente desde arriba. A Frederik no le importaban demasiado las razones para quedarse en el bosque, pero aceptó que Jo estaba en lo cierto. Tenían que evitar que los detectaran. Ese pueblo había resultado ser un escondite ineficaz, donde podían ser vistos desde arriba y desde abajo, y alguien lo había hecho y atacado. Seguramente, si no hubiera sido por la cadena que lo obstaculizaba, podría haber luchado contra los pequeños demonios con facilidad, pero no pudo. Afortunadamente, sus capacidades curativas no lo habían abandonado como había hecho su fuerza. A pesar de que lo habían apuñalado numerosas veces, Frederik ya no tenía nada que mostrar por sus esfuerzos, a excepción de algunos agujeros en su ropa. Por otro lado, las garras de las criaturas habían envenenado a Jo. El veneno robaba su fuerza, ningún buen descanso nocturno podía mejorarlo. Pero era más que eso, la infección era cada vez mayor. Incluso ahora, tan cerca de él, Frederik podía sentir el calor creciendo, como un fuego interno que quemaba. El pecho de Jo se notaba demasiado caliente a través de la armadura que llevaba. Él estaba enfermo. Incluso con la cadena obstaculizándolo, Frederik todavía podía sentir el cambio en la sangre de Jo. Una razón más que darse prisa en llegar a la torre MacNiel. Cuanto antes resolvieran la cuestión, más pronto volvería Jo a un estado donde la enfermedad no pudiera tocarlo. Se detuvieron una sola vez. Jo era todavía humano, todavía requería de las necesidades básicas, pero, a excepción de eso, continuaron. Mientras tanto, él masticaba pedazos de conejo ahumado y bebía de su odre mientras cabalgaban. Llegaron a la tierra MacNiel en el mejor momento que Frederik hubiera podido esperar. Se quedaron dentro de la línea de árboles en la colina justo al norte de la propiedad, mirando hacia abajo a la única torre rodeada de grandes puertas de madera. El patio contenía los establos, algunas casas pequeñas, y una vivienda más grande que conectaba con la torre. Los ojos de Frederik estaban fijos en la casa y la torre. Ahí era donde MacNiel vivía, donde se había llevado a Amelia. El débil color oro de la puesta de sol, de una manera extraña lo hacía todo más brillante, e incluso hubo una ráfaga de color rosa y lavanda, unos momentos antes de que la luz se desvaneciera en favor de la noche. Eso le permitía a MacNiel mantener un resplandor casi inocente. Incluso en la única torre, uno no creería que dentro de esas paredes viviera un tirano hechicero que violaba a las mujeres y ordenaba la destrucción de pueblos enteros. Con los colmillos alargados, Frederik saltó de Anael. Se había olvidado por completo de que Jophiel estaba unido a él por su brazo. Por suerte, Jo saltó al mismo tiempo, sus reflejos rápidos, incluso aunque a esa luz podía verse el sudor que había comenzado a construirse sobre su piel enrojecida. Sin embargo, le dio una mueca feroz a Frederik. —¡Eres un maldito idiota! ¿Estás tratando de estrangularte a ti mismo? —¡Estoy tratando de matarlo! Jo se apoderó de sus hombros y lo sacudió. No había mucha fuerza en su mano. —Oye, tú idiota. Yo no soy infalible, y, mientras esta cadena esté envuelta alrededor de tu cuello, tu tampoco. Una de sus cálidas manos se deslizó por su cuello y tomó su rostro. El amable gesto tranquilizó a Frederik. —Cabeza fría, y un plan, eso es lo que necesitamos. Ya estamos aquí, pero si nos lanzamos sobre su propiedad, pondrá a sus hombres sobre nosotros y tu hermana pagará el precio. Frederik cerró los ojos. Antes de que Jo le hubiera puesto esa cadena alrededor de su cuello, su plan había sido saltar por encima de las puntas de hierro que rodeaban la muralla de la torre del homenaje y luego, con un solo puño, batir las gruesas puertas, convirtiéndolas en astillas. Nada se hubiera interpuesto en su camino, ninguna cantidad de piedra o magia. Pero ya no podía confiar en esa fuerza, y, ahora, con otro hombre, cuya velocidad y fuerza estaban siendo rápidamente absorbidas de él, unido a su cuello, todo era mucho más complicado. Sin embargo, las manos de Jo mantenían su mente donde necesitaba estar. —¿Qué sugieres? Jo suspiró y se apartó de él para mirar el castillo. —Va a ser difícil. No es una gran fortaleza, pero sigue siendo un reto para dos hombres encadenados. Debes tomar mi daga en caso de que seamos abordados. Frederik resopló, pero tomó el arma que le ofrecía. Él preferiría matar a MacNiel con sus propias manos, pero lo haría con esa hoja si era necesario. Jo continuó. —No creo que haya muchos hombres custodiando las puertas, a pesar de la reputación de MacNiel. Probablemente controle con su magia la mayor parte de lo que entra y sale. Frederik estuvo de acuerdo. Los días que requerían protección medieval, estaban llegando a su fin. Sin embargo, MacNiel no era del tipo que no pondría conjuros que le hicieran saber quien se escondía a lo largo de las puertas, en busca de una entrada. —¿Qué sabes de la propiedad? —preguntó Jo. —Sólo que supuestamente ha pertenecido a la familia MacNiel durante generaciones, desde la época en que los Vikingos todavía causaban problemas, pero tengo mis dudas sobre eso. —Por todo lo que Frederik sabía, MacNiel le había robado la pequeña fortaleza al dueño anterior. Era lo suficientemente pequeña como para que eso fuera posible para un hombre con algunas habilidades mágicas. Jo miró a la única torre del homenaje, la casa anexa de yeso y madera, y las puertas, también construidas a partir de los troncos de los árboles del bosque. —La casa en sí es una adición reciente —Frederik también creía eso. No parecía tener cientos de años de antigüedad. —¿Alguna debilidad en las defensas? —Aparte de las paredes que no están hechas de piedra, y un número patético de hombres para custodiar la propiedad, no lo sé. Los ojos de Jo se abrieron como platos. —¿Realmente habías planeado el asedio al castillo, bajo el amparo de la noche, sin un plan? —Nunca he afirmado ser un experto en estrategia. Nunca lo había necesitado, siempre he tenido la sartén por el mango. —Idiota. —Jo se pasó las manos por el pelo suelto, suspiró y se volvió hacia el castillo. Se mordió el nudillo de un dedo y murmuró para sí mismo en esta ocasión. El oro y rosa de las luces se había difuminado a tonos más oscuros de azul y púrpura y las estrellas hacían su aparición en el horizonte. Era el momento de volver a hablar. —Los espacios entre las almenas son gruesos. Frederik miró. En efecto, lo eran. —¿Y? —MacNiel tiene ventaja. Viviendo dentro de una fortaleza compuesta en su mayoría de madera de roble gruesa, es más fácil ajustar los cañones. Si los tiene, entonces es probable que algunos de sus hombres, si no todos, también lleven pistolas o mosquetes. —Y estamos atrapados juntos con solo una espada y una daga. —Frederik quería destruir algo, pero no había nada que pudiera destruir en tanto que la cadena estuviera alrededor de su cuello. Si le daba un puñetazo a un árbol, se rompería los nudillos. Jo se rascó la barbilla, hizo una mueca cuando tocó un corte inflamado, y luego volvió a hablar. —MacNiel nos espera, ¿no? —Hace unos días. Jo ignoraba eso. —Después de lo que ha hecho y lo que has hecho tú, no puede esperar que simplemente entres, tomes a Amelia, y luego te vayas tranquilamente como si nada hubiera pasado. Estará esperando luchar contra ti. Pero si un hombre te tomara como rehén y se presentara ante MacNiel... Frederik vio lo que Jo estaba pensando. —Capturarme a mí, una criatura que puede golpear a los enemigos que lo pongan en duda o lo insulten... Jo asintió. —El plan es defectuoso. Una vez que estemos en el interior, nuestras posibilidades de ver a Amelia de inmediato son escasas, y esta cadena ya no acepta mis órdenes para separarnos en cuanto la hayas detectado. —Anael es rápido y nos puede brindar una distracción para escapar —dijo Frederik. —Pero no sabemos dónde está Amelia. —Ya le ha cortado un dedo. —El recuerdo de sostener el sangriento dígito en la palma de su mano, calentaba su sangre— . No tenemos tiempo para esto. —Frederik, sabes tan bien como yo que ningún mortal puede retener a un vampiro contra su voluntad solo con la fuerza. Un hechizo de algún tipo la sostiene. Algo en su mente, tal vez. No podemos confiar en su fuerza o que ella pueda huir una vez que le proporcionemos una distracción. Incluso nos podría atacar. Entrar en el interior será bastante simple, pero todavía tenemos que pensar en el resto. Discutieron sobre el débil plan, agregando y quitando detalles, Frederik con una prisa constante, independientemente de lo que Jo dijera, y del hecho de que estar encadenados arruinaba al final todas las ideas que se les ocurrían. Lo hicieron hasta que una voz interrumpió. —¿Puedo? Como si fueran uno, Frederik y Jo se giraron. Frederik enseñó los colmillos y las garras, olvidándose de la daga, mientras que Jo sacó su espada y la blandió hacia la amenaza. Un ángel de pelo oscuro, los brazos cruzados sobre una coraza de plata brillante con el mismo diseño que la de Jo y Zadkiel, pero por una banda roja sobre el pecho, se situó en el extremo de la hoja. Sus claros ojos azul verdosos parpadeaban hacia abajo al extremo puntiagudo en su garganta, una ceja oscura levantada. —Michael. —La voz de Jo era áspera. Los pelos en el cuello de Frederik se erizaron ante la vista del ángel. Incluso la barba que empezaba a crecerle le picaba. El brazo de Jo se inclinó como si estuviera a punto de tirar la hoja a distancia antes de que se pusiera rígido otra vez. —No voy a permitir que mates a Frederik. —Sí, soy consciente. He visto lo que pasó con Zadkiel. —Entonces ya sabes que lucharé hasta la muerte antes que permitirte tocarlo. La declaración sorprendió a Frederik. Primero, con Zadkiel, y ahora con Michael, el ángel del que Jo había hablado una vez de con tanta dedicación. Michael suspiró. —Como no soy una criatura mortal, y, actualmente, tú sí, odiaría mucho tener que matarte. Por favor, baja el arma. Sabes que no me puedes derrotar ni ayudarlo a escapar. —Muéstrame tus ojos en primer lugar. La mandíbula de Michael se apretó. Dio un paso más cerca, se inclinó un poco para quedarse al nivel de los ojos de Jo por lo que la carne de su cuello tocaba la punta de su espada, y, con dos dedos, tiró de piel situada debajo de su ojo derecho, exponiendo completamente la esclerótica. Jo frunció el ceño, y luego bajó provisionalmente la hoja, aunque no le quitó a Michael los ojos de encima, ni enfundó el arma. —Mejor —dijo Michael, enderezándose. —¿Qué estás haciendo aquí, Michael? —preguntó Jo. —Después de algún tiempo orando me dieron permiso para venir. —Esa es una pobre excusa para un ángel con tú —añadió Frederik. —Cierto. —La cabeza de Michael bajó, dolorido—. Zadkiel tampoco tendrá una. Jo también bajó la mirada, herido. —¿Cuándo descubriste lo que había hecho? —No lo hice. Cuando bajó a las tierras mortales en contra de sus órdenes, sus intenciones y acciones se hicieron evidentes para el Consejo Espiritual. Lo suficiente para deducirlo todo a partir de ahí, incluso antes de que Zad y tú pelearais. Me dieron permiso para venir e… interceptarte. Los ojos de Frederik parpadearon hacia la torre del homenaje. —He venido a por mi hermana. Te ofrezco mi cabeza a cambio si eso es lo que deseas. —¡Frederik! —Pero sólo lo haré después de que Amelia esté fuera de peligro y el hombre responsable de la destrucción de esa aldea haya sido destruido. Michael asintió. —De acuerdo. Sin embargo, ese hombre no está dentro de esos muros. Frederik frunció el ceño. —MacNiel es un hacendado, no abandonaría a su clan. Él no iba a tolerar la idea de que MacNiel no estuviera en la torre y se hubiera llevado a Amelia con él. Tenía que estar en el interior. —Sí —dijo Michael—. Pero no es el hombre que te envió a esa descabellada empresa. Michael apartó la mirada de ellos, como si se avergonzara. —Ahora lo sabemos. Frederik se tambaleó. —¡Por supuesto que fue MacNiel! Un mensajero del hechicero me dio las órdenes de MacNiel, su sello… Frederik se apagó cuando la expresión de Michael se mantuvo sin cambios. Encontró una pizca de piedad en sus ojos, y por primera vez Frederik comenzó a sospechar. Teniendo en cuenta todo lo que había hecho, era una sospecha terrible. Volvió a pensar en el día en que recibió la misiva de MacNiel. El mensajero, un joven de no más de veinte años, tenía la expresión vaga y lejana de alguien que estaba en un ensueño. Eso por sí solo le había salvado la vida. Todo lo demás estaba en su lugar. El sello de cera de MacNiel en la carta. El dedo sangriento que había manchado la hoja de papel, por lo que algunas de las palabras eran ilegibles. Sin embargo, los sellos podían ser falsificados, y MacNiel no era el único hechicero en la tierra. Michael asintió. —Estás en el camino correcto, amigo — dijo, como si hubiera escuchado sus pensamientos anteriores. Frederik sintió frío por todas partes. Jo suspiró y se cubrió los ojos con la mano. —Entonces, es tan malo como me imaginaba. —¿Qué? —Frederik exigió—. ¿Qué podría ser peor que esto? —Zadkiel —dijo Jo, mirándolo con ojos tristes—. Él te envió a destruir la aldea MacGreggor sin la ayuda de MacNiel. —¿Entonces? —Tu hermana está dentro de los muros del castillo —dijo Michael—. Pero ella no está prisionera de los hombres que viven allí. Has sido engañado, Grimm. Frederik se giró lejos de ellos y vomitó en la maleza. Con un toque de su mano, Michael liberó a Jo y su enlace con Frederik. La cadena se mantuvo alrededor del cuello de Frederik y él no hizo ningún movimiento para liberarse, pero por primera vez en tantos días, no había nadie para sujetarla. Aunque Jo nunca había sido un amo cruel, y no lo había tratado como un animal, había sido apasionado. Y sin embargo, ahora no había ya ninguna razón para los dos permanecieran cerca. Aun así, Michael le dio una firme advertencia de que le cortaría la cabeza, quemaría su cuerpo y su casa, y luego lo dejaría pudriéndose para que las criaturas salvajes lo devoraran, en caso de que intentara huir. Frederik escondió la cadena de oro debajo de su chaqueta con un gruñido. No era ningún cobarde. No escaparía mientras que la vida de Amelia pendiera de un hilo. El ángel de pelo negro le había dicho que MacNiel no era responsable de la orden sobre el clan MacGreggor, pero eso no explicaba por qué su hermana estaba dentro de esas paredes, ni tampoco le daba una explicación adecuada de su condición. La siguiente acción de Michael fue utilizar esas mismas manos para ahuecar la cara de Jo. Trabajó cuidadosamente sobre el profundo corte en la zona izquierda su cara, la capa de sudor se desvaneció, y muchos de los grandes arañazos se desvanecieron de su piel ahora saludable. —Te he entrenado mejor como para que aceptes tales daños, Jo —Michael lo amonestó cuando la curación estuvo completa. Jo respiró hondo cuando Michael apartó sus manos de inmediato. —Es difícil siendo mortal. Cada arañazo deja una marca. El ángel tomó las riendas de Anael, y se dirigió colina abajo hacia las puertas con tanta seguridad como si hubieran sido invitados. Por todo lo que Frederik sabía, Michael ya había estado en el interior y le había dicho a MacNiel que esperara su visita. Por el bien de las apariencias, le habían dado permiso a Frederik para que montara en Anael, como si fuera el amo de la bestia. Tanto Michael como Jo caminaban a uno y otro lado de él como si fueran sus guardias personales en lugar de sus vigilantes. En un primer momento, Frederik se preocupó de los hombres por encima de ellos, entrecerrando los ojos a través de la luz de las antorchas para ver las ballestas y las armas de fuego, o las alas de Michael, o incluso que les negaran la entrada en base a su sucia vestimenta y la de Jo. En su lugar, le gritaron para que se identificara. Cuando anunció quienes eran, los hombres levantaron la puerta de madera sin dudarlo. Entonces era cierto que lo esperaban. Miró hacia abajo a Michael. El ángel mantenía los ojos firmemente hacia el frente mientras pasaban bajo el rastrillo de madera. En el patio, un escudero salió para tomar a Anael y llevarlo a la cuadra, mientras que otro los llevó a su interior. Hacía muchos días desde que Frederik había tenido un techo sobre su cabeza. El espacio no era en absoluto pequeño, pero las paredes que lo rodeaban, y el golpeteo de sus zapatos contra el suelo de piedra, parecían de repente ajenos y alarmantes. No había salas donde buscar, y no tenía ni idea de por dónde empezar. ¿Dónde mantendrían a Amelia? ¿En una habitación? ¿Un pozo? ¿Un hoyo? Su sangre hormigueaba y picaba como si las hormigas se arrastraran debajo de su piel. Tuvo que recordarse que Amelia no era prisionera de esta casa. Ella no estaba en peligro. —El señor y la señora os están esperando —dijo un enviado, sacando a Frederik de sus reflexiones. —¿Señora? MacNiel no está casado —contestó Frederik. Esa fue la única razón para su… o más bien para que Zadkiel le engañara sobre clan MacGreggor. El muchacho le dio una mirada extraña y continuó para guiarlos dentro de la torre del homenaje. —Se casó este último mes, mi señor. Frederik no dijo nada más, ya que estaban entrando a través de pesadas puertas de madera con herrajes negros, de hierro. «Casado este último mes». Intentó recordar el tiempo que había pasado exactamente desde que su hermana lo dejó, pero era mucho más de un mes. Tiempo suficiente para ser cortejada y casarse estando segura. Pero Amelia nunca... «No». Aquí tenía que haber un error. La torre del homenaje a la que entraron parecía en su interior una casa señorial, aunque casi no tenía los lujos de una. Los muebles de roble eran voluminosos, lacados, pero seguían siendo normales. Un reloj de pie estaba en una esquina, más abajo en el pasillo, Frederik podía ver donde acababa la piedra y comenzaban las paredes modernas, de madera, y girando en una esquina de la piedra, decorada con una flor de lis, apareció Amelia. Una agradable sonrisa en sus labios dejaba al descubierto sus largos colmillos. Llevaba un manto azul envuelto alrededor de un vestido rojo, y que terminaba encima del hombro, su cabello largo y oscuro en una trenza bien cuidada. Tenía el aire despreocupado de una mujer que no había pasado ningún tiempo bajo coacción. Se detuvo ante la vista de Frederik, el shock brevemente drenó la sangre de sus rasgos encantadores antes de que sus mejillas recuperaran su color rojo. Que sus mejillas estuvieran coloreadas significaba que había sido bien alimentada. Frederik y Amelia se miraron uno al otro abiertamente. Ella no lo esperaba. Había entrado en la sala antes de que alguien pudiera anunciar su presencia en la reunión. —¿Es esta tu hermana? —preguntó Jo. Sin duda, también estaba buscando cualquier signo de sufrimiento. La boca de Amelia se contrajo en una sonrisa nerviosa que se desvaneció cuando no se la devolvió. —Frederik, ¿qué estás haciendo aquí? Con una velocidad que pensaba que la cadena alrededor de su cuello, le había robado, Frederik corrió adelante y la agarró por los hombros delgados, apretándolos con fuerza. —¿Estás herida? Dame tu mano. —¡Frederik! —protestó por el agarre de sus manos, pero al final lo dejó que tirara de sus dos muñecas para que las examinara. Contó los dedos de ambas manos dos veces para estar seguro de que todos estaban allí. Sintió la sensación de mareo, el caliente vómito rosa en su interior otra vez. Allí estaba, alta, rosada y saludable, las uñas bien cuidadas, y lo que es más, ardía en su interior. El anillo de la familia, pasado de madre a hija durante años, un rubí del tamaño de una baya que Frederik había limpiado de sangre, descansaba justo donde se suponía que debía hacerlo. ¿Algo de lo que había visto, leído, y sentido en sus manos, había sido verdad? Por ello había matado a mucha gente. Había mirado a los ojos de las madres y de sus hijos antes de quitarles la vida, y se maldijo a sí mismo de haber puesto en peligro la otra mitad de su alma, todo por un trato. —¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Frederik. Ella trató de alejarse, pero él no la soltaba. —Yo… Yo vine aquí. —¿Vine aquí? —gritó—. ¡Se suponía que estabas en Londres! Una mano le tocó el hombro, pero se encogió apartándola. —Recibí un mensaje en el que decía que estabas retenida contra tu voluntad. ¿Por qué no me dijiste que ibas a venir? ¿Por qué? La mano en el hombro lo agarró más fuerte. —Voy a ser mucho más agradable si liberas a la muchacha. —La voz gruesa y que pronunciaba la ‘r’ duramente, no pertenecía a nadie de su grupo. Frederik volvió la cabeza sin soltar a su hermana. Un pecho muy musculoso se enfrentaba a él. Frederik estiró el cuello hacia arriba para ver una cabeza cuadrada enmarcada por un pelo de color arena y una gruesa barba. Ese mortal, ciertamente era grande. —Supongo que eres MacNiel. El escocés gigante con el pelo largo asintió y disparó. —¿Sí, y tú eres? —Mi hermano, Frederik —Amelia respondió por él—. Te hablé de él, ¿recuerdas? —Sí, pero nunca mencionaste que tenía el hábito de poner sus manos sobre ti. —La pregunta que más me preocupa es si tú has puesto tus manos sobre ella. —Es mi esposa —MacNiel gruñó. ¡Confirmado! Frederik vio rojo. Soltó a Amelia y se pegó pecho a pecho con el guerrero escocés hasta que una espada de fuego se interpuso entre ellos y los hizo saltar a distancia uno del otro. Amelia gritó y se agarró a Frederik. Cayeron de espaldas en su prisa por estar lejos de la llama, y ella lo atrajo hacia sí alejándolo del fuego para protegerlo y protegerse a sí misma. Frederik se dio cuenta de esto por la forma en que sus ojos miraron la hoja de fuego con recelo y temor. Lo preocupante era que, de no haber sido porque el suyo era el cuerpo más cercano disponible, sentía que ella habría agarrado de MacNiel en su lugar. Mientras que una espada de hierro fundida en el fuego era algo que los vampiros, que despreciaban incluso la llama de una vela, temían, MacNiel, en un arranque de valentía y velocidad que incluso Frederik encontró impresionante, sacó su propia espada de su pesada vaina a la espalda y se preparó para la batalla. Miró a Michael y su rostro enfurecido se relajó, aunque su expresión no era menos molesta que antes. —Hmph —dijo, apartando su espada lejos de la cara de Michael, y deslizándola hacia abajo dentro de su vaina—. Has vuelto rápidamente. Michael hizo lo mismo con su propia espada, el fuego desapareció cuando la enfundó. —Te dije que lo haría. Sólo entonces los ojos de Michael se volvieron hacia Frederik, quien se aferró con fiereza a Amelia. El rostro barbudo tomó una expresión de shock. —¿Él es el maldito? Amelia se quedó sin aliento ante las palabras de MacNiel, y la poca carne visible bajo todo eso pelo rojo, la escudriñó. — No porque sea un vampiro, amor. Frederik sintió los brazos de Amelia apretarse alrededor de sus hombros. —Entonces, ¿por qué? Frederik se apoderó de sus manos y les dio un suave apretón. —Te lo diré en un momento —dijo—. Ahora no. Ella lo miró, y luego a Michael y Jo. Consideró que la situación era segura, y se arrastró por detrás de él y salió corriendo a los brazos abiertos de su marido. Frederik aplastó la ira que se levantó en su interior, cuando él mismo se levantó sobre sus pies. —Amelia, ¿él te forzó al matrimonio? Amelia llevó sus pequeñas manos alrededor de los hombros como rocas de MacNiel. Tenía que estirar los dedos con el fin de lograrlo debido a su tamaño. —¡No! —¿No? —Apenas podía creer lo que escuchaba—. Entonces, ¿cómo llegaste a casarte, sin mi conocimiento, con un escocés? —Un escocés mortal, quería decir. —Creo que la señora ha sido clara —dijo Michael rotundamente. —¡Tú no te metas en esto! MacNiel miró a los tres hombres delante de él, para a continuación, poner una mano sobre el delgado brazo de Amelia mientras esta intentaba protegerlo. Él no se quejó de la forma en ella que cuidaba de él. MacNiel era consciente de que su esposa no era tan frágil como las otras damas de pequeño tamaño por lo general eran. Sin embargo, Frederik seguía necesitando una aclaración. —Eres consciente de que ella es un vampiro, ¿no? Amelia le siseó. Frederik dio un paso atrás. MacNiel respondió en lugar de su esposa. —Lo que el sol no puede tener, con mucho gusto lo tendré yo. No me importa que ella no sea como las demás mujeres. —Sonrió a través de esa barba ridícula—. Eso se convierte en una buena diversión en la cama. Amelia se sonrojó e hizo un ruido para acallarlo, agitando sus manos como si quisiera protegerse de la humillación de sus palabras. Él estaba hablando de su fuerza. A Frederik le llegó una imagen de cómo su hermana, la única persona que compartía su sangre que quedaba viva, dominaba a ese guerrero increíblemente grande que llevaba un cinturón a cuadros y una espada de asta a su espalda. A medida que su temperamento comenzó a elevarse una vez más, Jo habló. Su voz era apagada, apenas perceptible bajo la tensión de la habitación. —Realmente crees que los vampiros sois realmente malos, Frederik, si piensas que no podéis ser amados. —No es que crea que nadie pueda amarnos —dijo Frederik, su párpado inferior crispado cuando MacNiel puso su mano en la cintura de Amelia—. Solo que no podemos encontrar el amor entre los mortales. —¿Por qué no? —Amelia exigió, volviendo su atención hacia él—. ¿Por qué no puedo tener a este hombre como marido? Es tan bueno como cualquier otro. —Amelia… —No. Eso no es cierto. Es mejor que todos los demás. Sin duda mejor que todos aquellos que son como nosotros con los que me he encontrado. —Su pecho bombeaba hacia arriba y abajo cuando la ira se apoderó de ella. MacNiel le acariciaba el pelo y la tranquilizaba como si fuera un caballo al que pudiera dominar. La respiración de Amelia se igualó, el gruñido de sus labios se suavizó, ocultó sus colmillos, y dejó de cerrar sus dedos como si quisiera estrangular a alguien. —Pensé que estabas en peligro —dijo Frederik al fin—. Las cosas que he hecho por ti, mientras que tú te escondías aquí con un... —No sabía cómo hacer referencia a MacNiel. Él no podía llamar al hombre su amante, ya que se habían casado, pero se negaba a referirse a él como su hermano. Una curiosidad cautelosa entró en los ojos de Amelia. — ¿Qué cosas has hecho? Frederik no podía mirarla. Miró a MacNiel. El hombre en el que había gastado gran parte de su energía odiándolo y con el que había fantaseado, elaborando una gran variedad de maneras en las que podría rasgar la piel de sus huesos. —¿Eres consciente de lo sucedido al clan MacGreggor? — dijo Frederik. El armatoste gigante de hombre realmente se tambaleó. — ¿Eso fue...? ¿Hiciste eso? —Sí. No se molestó en mirar hacia atrás a Amelia. Podía verla suficientemente por su visión periférica. Ella permaneció en silencio, abriendo la boca de una manera muy inapropiada en una dama. Había matado a cientos de mortales por nada. Cuando terminó con ellos, algunos parecían tan pacíficos en la muerte como lo habían parecido en vida mientras dormían. La mayoría de ellos no habían sido tan afortunados. Frederik apretó sus puños contra sus ojos para protegerse de las imágenes. Ellas lo perseguirían durante el resto de su vida, por poca que fuera. Le había prometido su cabeza a Michael, siempre y cuando rescatara a Amelia. Como no había nada que rescatar, no tenía nada que hacer sino esperar a que el ángel reclamara su deuda. Michael se aclaró la garganta. —Ahora que todos sois conscientes del error que se ha cometido, tal vez debería contaros porqué se ha hecho. Frederik no podía creer su suerte. Su suerte horrible y despiadada. MacNiel era en realidad un anfitrión hospitalario. Una vez que Michael hubo explicado todo, el gran escocés les había ofrecido de inmediato alimentos y una silla para descansar a Jo y a Michael. Incluso había enviado a por un animal del que Frederik pudiera beber sangre. Había ordenado preparar los baños, y a continuación, los sirvientes se llevaron sus prendas de vestir para lavarlas y remendarlas. Era casi demasiado para soportar. Malcolm MacNiel no era el villano de esa historia. Parecía ser una especie de alegre hombre que tal vez disfrutaba de su cerveza un poco más que la mayoría, pero a Amelia no parecía importarle nada de eso, incluso se había sentado en su regazo a la mesa en el gran salón durante la cena, y de vez en cuando le acariciaba la barba y ronroneaba como un gatito. Ella era una mujer que, obviamente, estaba muy enamorada, y MacNiel la miraba constantemente con ojos cariñosos. Ni siquiera cuando las sirvientas llegaron, jadeantes, revelando sus pechos pesados a través de los delgados vestidos que llevaban, y se inclinaron para llenar las copas, miró en su dirección. Era un marido fiel. Esposo. Frederik se había estremecido mientras se dirigía a su habitación. A Jo y a él les asignaron sus propios aposentos, donde unas tinas humeantes los esperaban. Había un servicio de sirvientas dispuestas a ayudarlo con su baño, pero quería estar solo. Pidió que le dejasen su ropa seca al alcance y las despidió. Se bañó y se afeitó a sí mismo por primera vez en mucho tiempo, aunque MacNiel había tratado de hablar con él de esto último, estaba a la espera de su ropa para poder salir de ese ridículo vestuario a cuadros que llevaba ahora. Después de todo lo que había pasado, no le habría importado compartir su habitación con Jo y encontrar comodidad en él. Esperaba que Jo no hubiera aceptado la ayuda de las criadas. Frederik tomó el único taburete de madera, sólo en su cámara prestada lejos del fuego que ardía, lo colocó debajo de la ventana estrecha de piedra, se sentó y miró. A pesar de los limitados fondos de MacNiel, parecía que aún podía darse el lujo del vidrio, y, a través de este, miró a los hombres armados con espadas mientras caminaban por las almenas bajo la luz de la luna azul, rota por la luz anaranjada de las antorchas. Michael le había hablado de la amenaza de Zadkiel, y MacNiel había actuado de inmediato poniendo más hombres de guardia. Desde la posición de Frederik, podía ver sus rostros, alerta y en busca de cualquier posible amenaza que viniera contra ellos o su señor. Tal dedicación era producto de la lealtad, no un hechizo de la mente. MacNiel no era tan poderoso como Frederik alguna vez se pensó que fuera. Deseó haberlo sabido antes. MacNiel había sido hasta ahora un buen hombre a quien Frederik habría sido feliz de haber llamado amigo bajo cualquier otra circunstancia, pero se había casado con su hermana sin informarlo primero. Tal vez se podría haber evitado todo este lío si solamente uno de ellos le hubiera dicho algo. Al parecer, habían estado en contacto durante meses, y Frederik nunca lo había sospechado. Apretó las manos en su cara y dejó escapar un duro suspiro. Un suave golpe llamó a su puerta. Él sabía quien estaba al otro lado. —Entra, Amelia. —Por supuesto, ella quería hablar con él en privado. En la gran sala MacNiel, había tenido pocas oportunidades de hacer algo más que mirarlo con inquietud. La puerta se abrió con un gemido, luego la cerró detrás de ella con un sonido fuerte de metal. No podía soportar mirarla. La oyó suspirar. —Hermano, por favor. —¿Soy tan horrible para tenerme como hermano? Una pausa. Luego: —¿Qué? Se volvió para mirarla. Parecía a la vez cauta y recelosa de él. Él mismo se había condenado por lo que había hecho, por lo que podía darle a ella la impresión de que tenía que temerlo. —Siempre había supuesto que era tu orgullo de soltera lo que te impedía casarte, no el temor de lo que yo podría hacerle a tu marido. Amelia raramente parecía tan pequeña delante de él, pero, allí de pie, mirándolo, sus manos cruzadas delante de ella, era una extraña imagen. —No creía que matarías al hombre que eligiera. Sólo sabía que, a menos que se tratara de otro vampiro, nunca lo aprobarías. Frederik frotó lejos el dolor de cabeza que le llegaba desde su cráneo. —Por supuesto, no estoy de acuerdo. Los ojos de Amelia se encogieron, parpadeando. Frederik se levantó y se acercó a ella, que se cruzó de brazos. Puso las manos sobre sus hombros a pesar de la evidente falta de invitación. —No estoy de acuerdo porque envejecerá frente a ti, se marchitará y morirá. No podrás tener hijos con él, su semilla… —se detuvo e hizo una mueca. No quería pensar en la semilla de un hombre cerca de ella—. No puede crear vida dentro de ti. Tú lo sabes. ¿Por qué lo elegiste? —Por la misma razón que tú elegiste a ese hombre de abajo. Y no me mires así. Te pasaste una hora en la gran sala, y siempre que no me mirabas, lo mirabas a él. —Bueno, eso poco importa porque no hay nada entre él y yo. —¿Pero lo quieres? Frederik apretó los puños. —No veo por qué… —¿Lo quieres, o no? —Eso no tiene nada que ver con lo que tú y yo estamos hablando. Es un ángel, y volverá a casa. No puedo tener una vida con él. —Esa es toda la confirmación que necesito. Tú lo amas, porque no podemos elegir a quien amamos. —No —él estuvo de acuerdo—. Sin embargo, elegimos si debemos o no actuar sobre ese amor. —Pensó en el día en que se alejó de Jo hacía cinco años. Empujó los recuerdos a distancia. Amelia lo miró boquiabierta. Su rostro se endureció en una máscara de infelicidad. —Si esta es la forma en la que deseas vivir tu vida, entonces no puedo pararte. Pero adoro a Malcolm, y si amarlo significa que algún día tendré que verlo morir, pues que así sea. Los mortales ven a sus seres queridos morir cada día. Se trata de una parte de su existencia, sin embargo, aun así aman. Tal vez eso sea un sacrificio suficiente para ganarme la otra mitad de mi alma, o tal vez él sea la otra mitad de la misma. —Esa es una gran cantidad de ‘tal vez’ —dijo Frederik—. Nuestras almas se completarán a través del sacrificio, la oración y los actos de bondad. No se encuentran dentro de los demás. —Tú, por supuesto, crees algo así. —Con un remolino de su vestido, se volvió de espaldas a él y se dirigió a la puerta de su cámara. Hizo una pausa antes de salir—. Malcolm y yo hemos hablado de nuestra… —tenía la mandíbula apretada, y Frederik podía ver claramente la dificultad que tenía con el tema—. Incapacidad de tener una familia, pero los niños que encontraste en ese pueblo, tendrán un buen hogar con nosotros. —¿Serías feliz criando a unos hijos que no son tuyos? Ella lo miró. —Tú mismo lo dijiste. Soy incapaz de ser madre con Malcolm, y él adora a los más pequeños. ¿Por qué no compartir nuestro amor con los niños que lo necesitan? ¿No es eso un acto de bondad? Frederik no tenía nada que decir a eso. Amelia sacudió la cabeza y lo dejó en un furioso arrebato, cerrando la puerta detrás de ella. Frederik casi corrió tras ella. Sus últimas horas se acercaban rápidamente, y no quería tenerla enojada con él. Pero se detuvo antes de que pudiera llegar a la puerta. No, era mejor así. Entre su ira y su nueva visión de él como un ogro sin corazón, no lloraría tan profundamente cuando se enterara de su muerte. Amelia se había casado con un hombre mortal. Frederik deseaba con todas sus fuerzas su felicidad. Lo último que quería era que ella sintiera dolor. Le gustara a ella o no, MacNiel, su pesado y gigante hombre, con su fuerte voz escocesa moriría un día, dejándola completamente sola y triste, con sólo sus recuerdos para hacerle compañía. Podía transformarlo si quería, pero entonces se convertiría en un vampiro sin alma, y estaría para siempre condenada a tener sólo la mitad de su alma, y se quemaría en el infierno. Ese sería el castigo por haberse atrevido a convertir a un hombre en un monstruo. —Justo como habría sucedido si le hubieras permitido a Jophiel permanecer contigo, ¿no? Cerró los ojos al oír la voz celestial. —¿Cuántos visitantes podía esperar esta noche? Michael. A pesar de que el ángel lo había librado de derramar más sangre innecesaria, Frederik no deseaba estar cerca de él. De hecho, Michael era la última criatura a la que deseaba ver. El ángel era un recordatorio del mal que había hecho. —Sólo yo —respondió Michael. No oyó al ángel entrar en su cámara, y aún enfrentaba la puerta cerrada. —¿Otro de tus trucos celestiales? —No pude dejar de oír la conversación que tuviste con tu hermana. Esos pensamientos no son muy agradables —dijo Michael. —Eso es lo que he llegado a creer. De repente, su voz estaba más cerca, a la distancia de un brazo en lugar de al otro extremo de la alcoba. —Hay asuntos que necesitan ser discutidos, Grimm. Frederik sabía que esto vendría, incluso si Jo lo negaba. Todavía había un precio que tenía que pagar para enmendar sus acciones. —Lo sé. —Bien. Frederik se volvió para mirar a la criatura que quería matarlo, pero que no era su enemigo. Aunque MacNiel les había ofrecido tanto a Jophiel como a él ropa limpia, Michael todavía estaba vestido con su armadura angelical. La luna brillaba sobre los músculos artificiales del pulido pectoral. Frederik recordó un momento en el que había visto un espectáculo similar en Jo. Cuando se hubo quitado la coraza, el placer de ver el musculoso pecho y el abdomen que había debajo, era tan exquisito como la misma armadura. Los labios de Michael se torcieron. —Yo no soy Jophiel. Frederik miró hacia otro lado con un rubor caliente. Se humedeció los labios y respondió. —No. Perdóname, pero ¿tienes que hacer eso? Michael ni siquiera tuvo la arrepentido. —Sí, tengo que hacerlo. decencia de parecer Jo no podía leer la mente, ni siquiera cuando tenía sus alas. Debía ser el rango de este ángel particular lo que le permitía meterse en su cabeza con tanta facilidad. Michael hizo una especie de mueca en su rostro que sugería que estaba de acuerdo con ese pensamiento, pero no dijo nada. Frederik lo miró. Michael levantó las manos. —Lo prometo, lo haré... trataré de no escuchar ninguno de tus pensamientos perdidos. Frederik suponía que debía estar agradecido por eso. — ¿Cuándo vendrá Jo por mí? Michael suspiró, y cuando su mano descansó en la empuñadura de su espada, Frederik se puso rígido. Michael levantó la mano. —Es por costumbre. Perdóname. Es un hábito que mi mano descanse ahí. Frederik no bajó la guardia. La mano de Michael regresó a su lugar de descanso. —Jophiel está siendo difícil. Parece creer que, ya que no todo es como parecía, debería darte una licencia por no estar en tu sano juicio cuando atacaste ese pueblo. —¿Licencia por no estar en mi sano juicio? —Una segunda oportunidad. —Sé sangrientamente bien lo que quieres decir — murmuró Frederik. No podía entender por qué los ángeles hablaban así. Michael lo miró duramente. —De todos modos, aunque lo desee, no puede regresar al cielo mientras tú no hayas pagado tu deuda. Frederik hizo una mueca. De hecho, no la había pagado. Merecía morir después de lo que había hecho. Es más, se merecía mucho más que eso. —¿Tiene que ser Jo quien finalmente empuje la hoja? —Jo no querría hacerlo, y Frederik no quería tener que tratar de convencerlo de que se lo hiciera a pesar de que se lo mereciera. El motivo de la visita de Michael se hizo de repente evidente para él. Y Michael, leyéndole el pensamiento, asintió. —Seré yo el que tome tu cabeza. —¿Cuándo? —Tan pronto como el asunto con Zadkiel se resuelva. Eso podría ser en cualquier momento, desde una hora hasta un par de semanas. —Antes de que vayamos más lejos, tengo una petición. Una que no me puedes negar. —¿Y qué sería eso? —Que a cambio de mi colaboración, mi alma no sea enviada al infierno. Michael apenas pareció contener su burla. Sostuvo su mirada. —No puedes creer que haya un lugar en el cielo para ti. Frederik sintió su ira en aumento. —Tenía la esperanza de quedarme en el medio. —¿Limbo? Frederik asintió. Él no era del todo consciente de los detalles del mismo, con excepción de que era un lugar extremadamente duro para residir. Pero había una cosa que esperaba que fuera verdad. —De hecho, es un lugar bastante solitario, sin compañía — dijo Michael, de acuerdo con sus pensamientos—. Pero, con un comportamiento adecuado, podrías reencarnarte de nuevo al plano mortal. Eso era precisamente lo que Frederik quería oír. La posibilidad de una segunda oportunidad de levantar la carga que llevaba desde que descubrió que los ángeles querían buscar justicia personalmente. Ciertamente, una eternidad de existencia en el aburrimiento era más de lo que podía haber esperado. —¿Tengo tu palabra de que seré enviado allí después de mi muerte? Michael entrecerró los ojos, pensativo. —Jophiel me dijo cómo continuamente ofrecías tu vida a cambio de la seguridad de tu hermana, y lo he podido comprobar cuando nos hemos conocido aquí. ¿Fue todo una farsa simplemente porque pensabas que era una manera de salir del infierno? Frederik quería darle un puñetazo al hombre por su frustración, pero a pesar de todo, todavía llevaba la cadena de oro, y Michael era un ángel. No había ninguna duda de quién ganaría en una pelea. Tomó aliento tranquilamente. —Cuando Jo me dijo que había sido enviado por alguien a matarme, sabía que no habría negociación para mi destino que no fuera ganar tiempo. Si hubiera decidido matarme ahí mismo, hubiera ido encantado al infierno siempre que me hubiera prometido rescatarla. Ahora que tengo la oportunidad de recibir... una pena menor, por así decirlo, ¿me puedes culpar por intentarlo? Las comisuras de la boca de Michael se levantaron muy brevemente, y luego asintió. —Supongo que no puedo. Muy bien. Tenemos un acuerdo. Frederik suspiró. —¿Cuál es tu plan para devolverle las alas a Jo? Michael puso una mano sobre su hombro como si fueran compañeros de armas, lo cual, supuso, era un hecho ahora. —En primer lugar, debemos ver a Zadkiel. Déjame el resto a mí. Jo odiaba admitir lo extraño que se sentía no tener a Frederik junto a él quejándose en voz alta a medida que viajaban, o incluso esperando atado a un árbol, una imagen que todavía le traía una sonrisa a los labios. ¡Era ridículo! Habían estado juntos sólo durante tres días. La necesidad de Jo por el otro hombre debería haber desaparecido después de su contacto en el bosque, pero era tan fuerte como siempre y aumentaba con cada hora que pasaba. Y Michael seguía queriendo a matar a Frederik. Jo no podía hacerlo, aunque a Frederik no parecía que le importara tanto como a él. Se preocupaba por él y no quería que dañaran al vampiro. La culpabilidad que el hombre albergaba sobre lo ocurrido en el pueblo MacGreggor, era suficiente castigo. Tomando una profunda respiración, se armó de valor y entró en la gran sala de MacNiel. Tuvo que esforzarse para mostrar su habitual confianza en sí mismo, a lo que no ayudaba que llevara extrañas prendas de vestir a cuadros en el lugar de su armadura. A pesar de la ausencia de pantalones, eran cómodas y familiares, la extraña mezcla de colores y la pieza larga y pesada de tela doblada que se envolvía por encima de su hombro casi lo hacían sentirse listo para la batalla. No podía esperar para recuperar sus alas. Entonces su armadura y capa pulidas y limpias regresarían. Por supuesto, tenía que encontrar una manera de convertirse de nuevo en un ángel sin matar a Frederik. La gran sala estaba tan oscura ahora como lo había estado la noche anterior. Las antorchas encendidas y un fuego diminuto que crujía en la chimenea eran las únicas fuentes de luz. Las pesadas cortinas de las ventanas bloqueaban la luz natural del día, que sería fatal para una criatura de la noche. A pesar de ello, las sirvientas que se ocupaban del castillo y las que trabajaban en la cocina, y los niños, se dedicaban a sus tareas como si la luz del día se filtrara por todas las ventanas. Sin duda era una de las órdenes de MacNiel. Este levantó la vista de donde arrullaba a Amelia, que estaba de nuevo en su regazo. Jo detuvo su vista en ellos. El malestar se metió debajo de su piel. La boca de MacNiel se abrió en una sonrisa en pleno auge. —Ay, muchacho que miras tan angustiado. Siéntate y toma un poco de pan con nosotros. MacNiel señaló con su mano una silla y Jo la tomó. La silla de MacNiel era la única de la mesa que tenía grabados y dibujos, y Jo se sentó rígidamente. No hacía tantos días que él habría permitido que la señora en el regazo de MacNiel muriera horriblemente. MacNiel no sería tan agradable con él si el hombre lo supiera. De hecho, todo el mundo parecía estar en un estado de ánimo encantado. Ni MacNiel ni su esposa debían saber que Jo que había recibido el encargo de matar a Frederik. Si hubieran sabido que tenía la intención de hacerlo, probablemente la mujer hubiera intentado arrancarle los ojos con sus garras de vampiro. No podía permitirse el lujo de bajar la guardia con esa amenaza que se cernía sobre él. Jo la miró cuidadosamente mientras la atención de Lady MacNiel estaba en su señor. El vestido de Amelia era de color de rosa con encaje blanco en los extremos de las mangas y escote. A pesar de sus poderes de vampiro, tal prenda le dificultaría la velocidad. Incluso en su débil estado mortal, Jo sería capaz de manejar cualquiera de sus posibles ataques. Su pelo negro estaba recogido de nuevo en una trenza reluciente, y su sonrisa era más amplia que la mano que alimentaba a su señor con piezas de pan con mantequilla. Parecía una mujer joven e inocente que apenas podría sujetar un ratón, y mucho menos mostrar la fuerza de diez magníficos guerreros. MacNiel le acarició la mejilla. Ella se rio y se retorció en sus brazos. Ya fuera que su alegría era natural, o el producto de la inminente llegada de Breanna y Angus, Jo no lo podía decir. Frederik lo había tocado así una vez. Jo era incapaz de que le creciera vello facial, incluso después de que se hubiera convertido en mortal, pero el vello de Frederik crecía espeso a lo largo de su mandíbula, mentón y labios. Inclinó sus dedos en un puño pesaroso. Los dos se habían comportado como unos tontos. Las pesadas puertas de roble se abrieron con un largo gemido. Jo volvió la cabeza y se levantó. MacNiel y su esposa dejaron su juego lo suficiente como para presentarse ante Frederik y Michael. MacNiel podía ser el señor de estas tierras, pero era lo suficientemente sabio como para saber cuándo ofrecer su respeto a un ángel. —¿Qué noticias hay? —Jo le preguntó, haciendo todo lo posible para evitar centrarse en Frederik. A pesar de esto, había visto la evidente falta de rastrojos negros a lo largo de su mandíbula. Frederik se había afeitado. La cara de Michael era sombría. —Ya sabemos por qué Zadkiel está utilizando demonios menores para cazar al Señor Grimm y capturarlo. Probablemente eso es todo lo que puede controlar. Su engaño fue descubierto cuando atacó a Jophiel y Grimm abiertamente, ya que yo era el único que tenía permiso para ofrecer ayuda. —¿Qué significa eso de que Zadkiel quiere llevarse a mi hermano? —Amelia le preguntó. —El… Jo abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera completar la frase, Frederik lo golpeó. —Su deseo es ver a Jophiel como un ángel una vez más. Eso no puede suceder a menos que esté muerto. No les dijo que Jo debería cortar su cabeza, pero Amelia se erizó y lo miró con recelo, con los ojos fríos. —¿De veras? —No voy a matarlo —dijo Jo—. Te doy mi palabra. —Confío en él Amelia —dijo Frederik—. Cálmate. —Los últimos demonios que os atacaron no estaban tratando de matar a Grimm, sino de arrastrarlo al Infierno — dijo Michael. —¿Quién será el siguiente en atacar? —MacNiel gruñó—. Todos ustedes estarán a salvo detrás de las paredes de mi torre. Mis hombres lucharán contra cualquier criatura de sonrisa tonta que se atreva a tratar de llevarse a mi hermano. Frederik se movió incómodo con eso. Jo hizo una mueca. —Ese es el problema —dijo Michael, su pulgar acariciando la empuñadura de su espada—. Un demonio menor no es necesariamente menos peligroso que algo con una gran cantidad de poder. De uno en uno, los demonios traviesos no plantean una seria molestia en el peor de los casos, pero convocar a tantos en el mismo lugar es una táctica peligrosa. Jo sabía de primera mano cómo los pequeños bastardos se volvían de peligrosos. —Por lo que Jo me ha dicho, Zadkiel está convocando cada vez más demonios. Lógicamente, esto significa que los demonios menores que utilice en el siguiente ataque, serán algo aún más peligroso. —¿Cómo qué? —Jo preguntó. No podía pensar en nada más en el Infierno que fuera lo suficientemente débil como para obedecer a un ángel, o lo suficientemente inteligente como para permanecer en grupos, y lo suficientemente fuerte para la batalla. Frederik respondió por él. —Vampiros. Amelia se burló. —¿Los vampiros? ¡Ridículo! Nosotros pertenecemos a la tierra, no al Infierno. —Tú no eres un demonio, mi amor —dijo MacNiel. Michael aclaró sus palabras anteriores, haciendo caso omiso de MacNiel. —Vosotros sois demonios unidos a la tierra hasta que morís. La sonrisa de Amelia se derritió en sus labios por la sorpresa. Jo suspiró. —Vampiros Belials, supongo. Michael asintió. —Sí. MacNiel parpadeó y miró entre su esposa y los otros hombres en la sala. —No entiendo. ¿Qué es un vampiro Belial? ¿Son de temer? Frederik abrió los ojos asombrado mientras miraba a su hermana con la boca abierta. —¿No se lo has explicado? Amelia se movió incómoda. —No he visto la importancia de decirlo. Frederik se golpeó la frente y sacudió la cabeza. —Amelia… MacNiel en realidad comenzó a gruñir. —¡Och! ¡Estoy de pie aquí! Dime tu pena mi señora. Dime lo que significa. Ni Amelia, ni Frederik hablaron. Jo no entendía su malestar. No veía ninguna vergüenza en lo que eran. En su opinión, tener la mitad de un alma era tan bueno como tener una completa. —No es más que una de las especies de vampiros que existen. —Jo dijo, explicándolo por los dos—. Una de ellas son los Belials. De los otros no necesitas ninguna información porque carecen de alma y llegarán en cualquier momento para matarnos. Los vampiros Belials, como Grimm y tu señora, tienen alma. —La mitad del alma —murmuró Frederik. Jo ignoró eso. —Ellos tienen alma y conciencia. Cómo eligen vivir sus vidas determina si consiguen o no la otra mitad de su alma y una vida confortable tras su muerte. —¿Entonces, los vampiros Belials que vienen a la batalla, son tus parientes? Michael negó. —Hay otros aparte de ellos. Como ha explicado Jo, los otros no tienen alma. Cuando mueren, no hay nada para ellos. Dejan de existir. Los que vienen a por nosotros son las almas de los vampiros Belials que eligieron un camino más oscuro para sí mismos mientras vivieron, y fueron condenados al Infierno. Michael terminó de explicar las diferencias entre esos vampiros y la forma en la que llegaban al mundo, al parecer intentando no asustar al hombre y que se alejara de su esposa. MacNiel sostenía a Amelia cerca, y ella debía haber tenido miedo de que fuera a tener una reacción diferente ante la noticia de que tenía sólo la mitad de un alma, porque lo sostenía en un apretadísimo abrazo. Jo prestaba sólo la mitad pensamientos estaban en otra parte. de su atención. Sus Independientemente de la mitad del alma de Frederik, había sacrificado a todo un pueblo apenas unos días antes, y en el Cielo lo querían muerto. Debido a la negativa de Jo, Zadkiel ha tomado medidas por su cuenta, y aunque Michael estaba siendo paciente con ello, seguramente la paciencia no le podía durar, sobre todo con este tipo de ataques despiadados desde el otro mundo que se estaban produciendo en el plano mortal. Michael perdería su paciencia, y, si no, enviarían a otro a realizar la tarea a la que Jo se había negado, y Frederik sería enviado al Infierno. A menos que Jo descubriera algún tipo de influencia, algo que pudiera utilizar para negociar por su vida y la posibilidad de que consiguiera su alma completa, si no, iría al Infierno a pudrirse mientras que él se quedaba en la Tierra como un ser mortal. Jo volvió la cabeza para mirar a Frederik, quien permaneció en silencio mientras Michael contaba los detalles de la batalla que se había producido en el Cielo y que había enviado a los vampiros a la Tierra más de un milenio atrás. Jo había querido dejar el Cielo por él. Iría en contra de sus poderes por él si fuera necesario. —¿Cuando atacarán? —preguntó MacNiel sacándolo de sus pensamientos. MacNiel debió haberlo interrumpido, porque Michael no podía haber terminado con su enseñanza de la historia de los ángeles con tanta rapidez. Michael apretó su mandíbula, pero respondió: —Ya que son vampiros, el ataque será por la noche — dijo. —No entiendo —dijo Amelia—. ¿Cómo pueden los espíritus de los vampiros verse debilitados por la luz del sol? —Se les dará cuerpos con los que combatir —respondió Jo—. Es una de las leyes del Cielo y el Infierno. En realidad, no puede ser de otra manera, porque sólo con cuerpos físicos se puede alcanzar verdaderamente la Tierra. Por eso los demonios necesitan la ayuda de seres superiores para venir aquí. Frederik parecía pensativo. —¿Sabemos la noche en que llegarán? —Eso es incierto —dijo Michael. Lo que significaba que podían tener desde unas pocas horas hasta un par de semanas. Y Jo tenía una idea de cuál de las dos opciones sería. —La última vez que Zadkiel nos atacó fue hace días. Cuando había niños cerca —añadió en silencio—. Impaciente como es, deseará volver a atacar tan pronto como sea posible. Probablemente, será en el momento en el que tenga a suficientes vampiros bajo su control. —Entonces vamos a suponer que atacará esta noche —dijo Michael asintiendo hacia MacNiel. —Tendré listos a mis mejores hombres. Nadie sitia mis tierras y vive para contarlo. Jo no señaló que lo que venía tras ellos ya estaba muerto. Cuando tuvo de nuevo su amada armadura, la coraza pulida y las prendas limpias de barro y sudor, Jo se quitó la manta que le habían dado y se la puso con un suspiro que podría sugerir que había abrazado a un viejo amigo. Sin sus alas para completarlo, todavía se sentía como un niño vistiendo las prendas de un guerrero, pero era mejor que nada. La última vez que se la había quitado, no se la había vuelto a poner de nuevo en cinco años. Sería apartada de él de nuevo, esta vez de forma permanente, si no mataba a Frederik. No habría más posibilidades, no habría más misiones para redimirse. Se quedaría atrás, olvidado en la Tierra hasta que se hiciera viejo y muriera, y aun entonces, moriría como un hombre mortal. En caso de que se le diera el don de volver al Cielo después de su muerte, nunca recuperaría sus alas de todas formas. Negó. «No pienses en eso». Había algo más. Había algo que le faltaba. Si se apoderaba de Zadkiel en la batalla que se avecinaba y lo presentaba al Consejo como un traidor, o incluso si lo hacía el propio Frederik, se verían obligados a respetar la vida del vampiro. Jo frunció el ceño. Ellos salvarían la vida de Frederik, pero eso no lo equilibraría todo. El Consejo no tendría que pagarle ningún favor por gratitud a Jo y no le concederían sus alas. Tenía que encontrar otra cosa. Algo que los obligara a ofrecerle misericordia a Frederik, mientras que le permitían a él regresar. Jo se sentó en su taburete y apoyó la barbilla sobre sus manos entrelazadas, los codos en las rodillas, y se mantuvo en esa posición hasta que la luz de su cámara se fue apagando hasta volverse amarillenta porque la noche llegaba. No se le ocurrió nada a pesar de sus esfuerzos por obligar a su mente a trabajar. Jo acarició la coraza de metal, siguiendo las curvas que reflejaban sus músculos debajo del acero. Si tenía que regresar esta armadura de nuevo, podría sobrevivir. Había vivido sin su comodidad durante cinco años. Pero si tuviera que permanecer en la Tierra, vivir, envejecer, mientras que Frederik... De repente ya no podía recordar sus razones para evitar a Frederik. El vampiro parecía sincero cuando habló de su temor de que la peste tomara la vida de Jo. Si era honesto consigo mismo, tenía que admitir que, después de oírlo, todavía estaba demasiado enojado como para permitirse a sí mismo creerlo. Echaba de menos su casa, sus alas y a sus hermanos, pero, si tuviera que elegir, si no hubiera nada que le trajera al mismo tiempo la redención de Frederik y sus alas, elegiría al vampiro. La puerta de su pequeña alcoba se abrió. Se volvió, esperando a un sirviente, o incluso al Laird MacNiel. Sus ojos se abrieron. No era ninguna de esas personas. ¡Era el hombre en el que había estado pensando! Frederik estaba de vuelta en su habitual atuendo fino, y con la ventana detrás de Jo abierta, la luz del sol color oroanaranjado abrazaba al vampiro como un amante perdido hacía mucho tiempo. Cerró la puerta detrás de él, caminó dos pasos y quedaron cara a cara, pero en realidad, parecía que no había nada más en la pequeña cámara que ellos. Jo podía sentir el calor que irradia del cuerpo de Frederik y su respiración acariciando su carne, y su cuerpo recordó la última vez que había estado tan cerca del vampiro y respondió en consecuencia, con el bombeo de su sangre y su excitación. —¿Qué estás haciendo aquí? —Jo preguntó, con la sangre moviéndose hacia abajo, donde menos necesitaba que fuera, pero donde se sentía más maravillosa. Frederik se cruzó de brazos, como si se dispusiera a defenderse. Abrió la boca, pero enseguida la volvió a cerrar y no dijo nada. —¿Deseas que cierre la ventana? —Jo preguntó, ya moviéndose hacia las ventanas. Cualquier cosa que lo alejara de él. —No —dijo Frederik—. Tú... brillas intensamente. Extrañas palabras. Palabras falsas, Jo lo sabía, porque, en su estado mortal, su cuerpo ya no emitía el brillo angelical que alguna vez tuvo. —¿Qué estás buscando? Frederik suspiró. —Jo, sé que deseas regresar al Cielo. Jo se puso tenso. —No voy a matarte para recuperar mis alas. Frederik lamió con su lengua la punta de sus colmillos. — Tu amigo ya está tratando de forzar tu mano con estos ataques que está lanzando. Las personas inocentes se llevan la peor parte de ellos. Mi hermana, los niños en el bosque. El clan MacGreggor ya ha sufrido más que cualquier otro. Jo hizo una mueca. Lo despreciaba cuando le hablaba con tanta lógica. Todo lo que decía era cierto. MacNiel había enviado a un selecto grupo de sus hombres con pertrechos y víveres para el Laird y su familia, pero no había nada que pudiera hacer por el pueblo en sí mismo. Que todo hubiera sido urdido por Zadkiel, lo hacía mucho peor. —No voy a hacerlo —repitió. Los labios carnosos de Frederik hicieron una mueca. — Entonces envejecerás y morirás en la Tierra. —Eso no importa. —¿Ah, sí? —Frederik levantó una ceja. «Criatura exasperante»—. ¿Ya no te importa volver a casa? ¿Tener tus alas? —Por supuesto que me importa. Pero no voy a enviarte al Infierno por obtener esas cosas. —Jo se irguió alto—. Ya no — agregó a toda prisa. Eso hubiera estado dispuesto a hacerlo el primer día, lo habría hecho si Frederik no le hubiera pedido clemencia, lo que le trajo gran pesar. Las largas pestañas de Frederik casi tocaban sus mejillas cuando sus ojos se entrecerraron. Ahí estaban ellos. Él no se movió lejos de Jo durante su intercambio. Seguía de pie cerca, mirándolo, y la lujuria de Jo se transformó en una fuerza gigante que fue directa a su polla, haciendo que quisiera cosas que le harían daño conseguir, aunque quizás no le importaba que le doliera. —No puedes convencerme de que te mate —dijo Jo—. Nunca lo haré. Las manos de Frederik salieron de su lugar dobladas sobre el pecho y bajaron hasta apoyarse en las caderas de Jo. Este se puso tenso. —No debes renunciar a tu eternidad por mí. —Ese argumento es viejo. Siempre tendré la eternidad — dijo Jo, refiriéndose a su alma inmortal que sufriría por Frederik, que se sentiría incompleta sin él. Los labios Frederik se torcieron de nuevo. —Eso no es lo que quise decir, y lo sabes condenadamente bien. —Sus dedos comenzaron a moverse, apretando y dándole masajes a lo largo de sus caderas, y se movieron lentamente para arriba hacia el estómago y la coraza de acero. Le dolía el cuerpo cuando se rompió el contacto. Jo no pudo aguantar más. —Frederik, te pido disculpas por lo que dije en el bosque. Ahora Frederik se puso tenso, pero no lo miró. Se miró las manos que descansaban en la coraza de Jo. —Todavía te amo. Si tú quisieras… Frederik le dio un beso, silenciándolo de manera efectiva. Sus labios se engancharon en los de Jo, un movimiento fuerte que llevó a que sus dientes chocaran entre sí. La mandíbula de Frederik, lisa debido a su reciente afeitado, era dura contra su boca. Los brazos musculosos se movieron a su alrededor, bloqueándolos a uno contra el otro. Frederik empujó a Jo hacia atrás hasta que cayó sobre la cama. Sus labios se separaron por la caída, pero Frederik aprovechó la oportunidad para atacar el cuello de Jo y comenzó a chuparlo. Era como si estuvieran de regreso en el castillo de Frederik, los dos, tomando sus cuerpos tan lejos como podían ir con las limitadas habilidades sexuales de Jo. Sólo que esta vez Jo podría seguir a Frederik en ese camino. Entonces Jo reconoció esto por lo que era. A pesar de sus palabras de amor, no había felicidad en los ojos de Frederik, ni una sonrisa en sus labios, ni la alegría que Jo sentía con estas acciones. Jo estaba siendo silenciado. Cualquiera que fuera el daño que había causado con sus acciones y sus palabras, era demasiado tarde para repararlo. Frederik estaba… Jo no estaba del todo seguro de lo que estaba haciendo o por qué lo estaba haciendo. Sin embargo, su excitación estaba en su pico máximo, y no podía contenerse a pesar de esa triste revelación. La dureza de la tienda de campaña de Jo bajo la parte inferior de su túnica se presionaba con impaciencia contra la de los pantalones de Frederik, buscando la tan deseada fricción. Oh. Se sentía tan maravillosamente bien. Quería esto. Pero entonces Frederik se alejó rápidamente, su pecho subiendo y bajando con respiraciones irregulares. —Esta vez follaremos antes de que llegue la noche. Jo ya sabía por dónde iba. Un leve temor lo invadió con la idea de hacer una cosa así. A pesar de eso, asintió. —Sí. Jo quería saber verdaderamente lo que era el sexo. No sólo los roces que habían tenido juntos o la sensación de su mano. Quería disfrutar del sexo real. —Te pido disculpas por quitártela tan poco tiempo después de habértela puesto, pero... —Las manos de Frederik trabajaron en los cierres de la armadura de Jo. En primer lugar, el pectoral, y luego el relleno, y, por último, su larga túnica. Durante todo el tiempo, los dedos de Jo hurgaban a tientas con las prendas de vestir de Frederik. Pantalones, medias, botas, todos echados a un lado hasta que estuvieron gloriosamente piel contra piel. Jo consiguió darle un beso y frotó su pene contra el de Frederik, porque ni por su vida podía parar. «Si sólo Frederik quisiera un amante mortal». Aplastó el pensamiento a distancia mientras rodaba al vampiro sobre su espalda y se tambaleaba hacia abajo por otro beso, sus caderas se follaban juntas en una muestra de lo que estaba por venir. Besarlo había sido una de las pocas cosas que había sido capaz de hacer por Frederik cuando habían estado juntos, ya que Jo era un ángel sin ningún tipo de órganos sexuales. Él podía estarlo besando para siempre. —Tú eres el más… —Frederik se cortó bruscamente a sí mismo, su aliento enganchado entre gemidos y estremecimientos—. Tus mejillas están rosas. Sí, se imaginó que lo estaban. Una breve humillación nubló su alrededor y detuvo sus movimientos. —¿Por qué? —Frederik le preguntó, decepcionado por la demora. A pesar de que no estaban pecho contra pecho, Jo podía escuchar los latidos frenéticos del corazón de su amante. —No sé cómo proceder —admitió. La sonrisa de Frederik reveló sus colmillos. —Lo sé. Lo he planeado con anticipación. Levantó a Jo de su regazo y fue hacia el revoltijo de la arrugada ropa que estaba en el suelo junto a la cama. Volvió con un pequeño frasco de vidrio con un corcho pequeño. Había un líquido translúcido y de color ámbar en su interior, sin embargo, cuando los dedos de Frederik lo agitaron y no chapoteó alrededor, le dio la impresión de que era espeso. —¿Qué es? —El aceite de manos y cara que usa Amelia. La mayoría de los vampiros utilizan estas cosas para fortalecer su piel y así evitar un poco los efectos de la luz solar si nos pilla desprevenidos. —Destapó la pequeña botella con los dientes y escupió el tapón al suelo. El olor de la hierbabuena llenó rápidamente el pequeño espacio—. No me molesté en empacar ninguna para mí cuando comencé mi viaje. Espero que no te importe el olor. No lo hacía. Jo le arrebató el frasco de aceite con la codicia de un niño, aunque todavía no estaba muy seguro de lo que se esperaba que hiciera con él. —Tal vez tú deberías… —No —dijo Frederik—. La respuesta es no. Mientras Jo aún sostenía el frasco, Frederik le agarró el puño con el que lo hacía y le levantó la mano. Jo vio como Frederik colocaba sus dedos y los untaba con el aceite, y antes de que dejara reposar el vial, se aseguró de que los dedos de Jo también estuvieran completamente cubiertos con él, y bombeó la polla del ángel con movimientos rápidos. La vista le recordó a Jo tantas noches, cuando su propia mano se había movido de tal manera sobre su dolorida polla, y las veces anteriores, cuando había hecho lo mismo con la polla de Frederik. Su virilidad se movió, llegando hasta Frederik en un movimiento de mendicidad. —Tienes que decirme qué hacer —dijo Jo, odiaba tener que ser entrenado. Frederik lo besó en los labios castamente, se puso de rodillas sobre la cama, y bajó su pecho, tomando una de las almohadas y colocándola debajo de sus caderas. Se retorció hasta que estuvo cómodo, dejando toda su espalda expuesta. La boca de Jo se llenó de humedad ante la vista de las caderas de Frederik en el aire. Frederik miró sobre su hombro y sonrió. —Lo harás bien. Ahora ven aquí. Jo obedeció. Frederik hizo que Jo lo preparase en primer lugar, un acto que Jo pensó que era ridículo; el culo de un hombre era el último lugar en el que jamás hubiera pensado que iba a poner sus dedos. Pero a medida que estiraba y metía la mano, Frederik comenzó a temblar y a gemir tan lindamente en la cama, que la polla de Jo lloró en respuesta al sonido. La pulsación de los latidos de su corazón iba al mismo tiempo que el latido de su polla. Jo quitó los dedos. Su cuerpo cubrió fácilmente a Frederik. El vampiro le había hablado muchas veces de su atracción por la constitución de Jo y su altura. Jo intentó entrar poco a poco para darle al cuerpo por debajo de él tiempo para adaptarse, pero al segundo había ido tan profundo como pudo, hasta que estuvo todo dentro. —Uhh, Frederik, me quedas como un guante. El vampiro respondió algo, pero Jo no lo entendió. Sus caderas golpeaban con rapidez, frenéticamente. Por suerte para él, Frederik le regresaba el movimiento, empujándose entre él y la almohada, y, durante unos segundos, pareció que estaban en una carrera. Las paredes de Frederik se apretaron alrededor de la palpitante polla de Jo después de sólo unos pocos duros empujones mientras él derramaba su semilla sobre la almohada, y gimió en voz alta. Jo se corrió con él. Jo se derrumbó en gran medida en la parte posterior de Frederik, que ahora estaba húmeda de sudor. Sonrió mientras jadeaba para recuperar el aliento. Aunque no tenía nada con qué compararlo, estaba seguro de que su actuación fue menos que estelar. Lo haría mejor la próxima vez. Entonces recordó que no habría una segunda vez. Sus labios encontraron los hombros Frederik contra el mejor juicio de su mente. Su corazón era como un tambor que tocaba una melodía lírica en su pecho, y el propio corazón de Frederik le correspondía a pesar de que ya lo habían hecho. Fue rápido, pero ahora sabía por qué los mortales le daban tanta importancia al acto del acoplamiento. Sostendría este sentimiento cerca por el resto de su vida. Frederik permaneció inmóvil durante un momento antes de gruñir. Jo se levantó para permitirle al otro hombre salir de la cama, su cuerpo ahora frío sin Frederik para calentarlo. Le hubiera gustado haber estado con él de nuevo, pero Frederik comenzó a levantar tranquilamente sus prendas de vestir de donde habían sido dejadas en el suelo, haciéndole saber que no deseaba nada más. Jo pensó que era mejor que recogiera su armadura y se vistiera. Frederik le había dado un regalo, y haría bien en no perderlo. Se vistieron sin mirarse uno al otro, la armadura de Jo requería un trabajo más pesado así como la hebilla que Frederik le enganchó. Enderezando sus puños y cuello, Frederik miró por la ventana. La habitación estaba más oscura, Jo se dio cuenta, y fuera el sol había pasado de color naranja brillante a una llama casi inexistente en la distancia con las estrellas naciendo. —Voy a preguntarle a Michael si me quitaría la cadena — dijo Frederik—. Necesitaremos mi fuerza si tenemos que luchar contra una serie de vampiros infernales. Jo asintió, mirando fijamente a los ojos de Frederik. —Por supuesto. Se quedaron en silencio, y luego Frederik se volvió y salió de la alcoba. El corazón de Jo dio un vuelco. Una horrible sensación lo reclamó, y se frotó el pecho justo por encima de su corazón, a pesar de que la coraza le impedía toda comodidad. El vampiro tenía su propio plan, Jo lo podría decir, pero independientemente de cuál fuera, después de esta noche ninguno de ellos se vería nunca más. Y entonces comprendió por qué Frederik había hecho lo que había hecho. ¡No era lástima! No, en absoluto. Esta era su despedida. Cuando el sol cayó tras las montañas, como si fuera una cabeza redonda y calva que se escondía para dormir, dejó escapar un último estallido de la luz antes de desaparecer por completo. Las manos de Frederik se agarraron al borde caliente de madera de las almenas en las que estaba parado. Sentir los rayos del sol en contra de su piel en su forma de lobo, no se comparaba con la calidez contra su piel desnuda. Faltaba el miedo, el dolor. Por supuesto, los guerreros mortales que se preparaban en el patio de abajo habían dejado de apreciarlo, como las criaturas malcriadas que eran. Sintió unas manos fantasmas alrededor de su cuello, y Michael eliminó la cadena, poniendo fin a su poder sobre él. A pesar de la abrumadora oscuridad ahora que se había ido la luz, sin los efectos de la cadena podía sentir el calor en el aire a través de su ropa, y una capa de sudor las humedeció al instante e hizo que le picara todo. Frederik era un verdadero vampiro de nuevo. La luz del sol había sido hermosa, y el tiempo que había podido disfrutarla fue un regalo. Uno de los muchos que había recibido en este viaje. —Tengo un plan —dijo Michael. Esa voz lo irritaba. Michael no tenía ninguna apreciación de lo difícil que era para él. —¿Cuál es? —La espada de Jo. Si te hubiera decapitado con ella, como debía ser —Frederik apretó los puños, pero Michael hizo caso omiso de esto—, le habrían sido devuelta las alas, y habría sido admitido de nuevo en los Cielos. Es el encantamiento de la espada lo que decide, no el que la empuña. Si esa espada se lleva tu cabeza, Jo volverá al lugar que le corresponde. Frederik se frotó la cara. Los hombres se arremolinaban alrededor, algunos con mosquetes, la mayoría con ballestas. Los hombres a nivel del suelo llevaban espadas, lanzas y dagas. Jo había preguntado si había cañones en las almenas, pero parecía que MacNiel no podía permitirse cañones por el momento, teniendo en cuenta el costo de la obra que necesitaba hacerse en las paredes. Tendrían que conformarse. Con el sol oculto, esperaban un ataque en cualquier momento y a cualquier hora de la noche. Si no pasaba nada esta noche, tendrían que montar guardia la siguiente. Y una y otra vez hasta que su enemigo finalmente llegara. Frederik no podía morir hasta entonces. No cuando su fuerza podría ser usada para ayudar a salvar a estas personas. —¿Qué sugieres? —Estoy sugiriendo que detengamos a Zadkiel antes de que venga para que puedas implorarle perdón. —¿Implorarle perdón? —No podía soportar la idea de pedir perdón al ángel que era totalmente responsable de lo que había pasado—. Eres asqueroso. La mano de Michael salió disparada como una flecha para encontrar la cara de Frederik, sus dedos escarbaron en sus mejillas y agarraron su mandíbula entera. Los colmillos de Frederik cortaron su carne dentro de su boca cuando Michael le dio un tirón para acercarlo, una sonrisa tranquila en su rostro como si estuvieran todavía estuvieran teniendo una discusión caballerosa. —No pretendas cuestionar mi amor y lealtad hacia mi hermano. —Lo apretó más fuerte, empujando los colmillos de Frederik más profundamente en su interior. Dio un respingo, pero se mantuvo quieto. —¿Me entiendes? Los ojos de Frederik miraron a un lado y hacia abajo al patio. Jo era visible, pero estaba hablando con los guerreros de MacNiel, aclarándoles lo que podían esperar durante su próxima batalla. Estaban tan ocupados con las instrucciones de Jo, que nadie se dio cuenta del intercambio entre Michael y él. «Jódete, cabrón», pensó Frederik mirándolo. El ‘cabrón’ frunció el ceño, pero lo dejó en libertad. Frederik se tambaleó hacia atrás y tuvo que ajustar sus mejillas para sacar los colmillos de los agujeros que habían creado en su boca. Luego escupió la sangre que había sobre la base de su lengua en las tablas de madera a los pies de Michael. Beber la propia sangre nunca era una buena idea. —Si pudiera te mataría por eso —dijo Frederik—. Lo haría. —Dejarías de ser un Belial —señaló Michael. —Voy a morir de todos modos —murmuró Frederik. Un guerrero joven que caminaba a lo largo de las almenas, cuando pasó por su lado y captó sus palabras le lanzó a Frederik una mirada. Tanto Michael como él no dijeron nada más hasta que se alejó y estuvo fuera del alcance de su oído. La voz de Frederik era suave cuando volvió a hablar. Jo estaba todavía abajo con los hombres, y no quería que escuchara nada de todo lo que Michael y él hablaban. —Dime que tendrá algún castigo por sus acciones. —Cálmate, Grimm —dijo Michael—. No quería decir que vaya a regresar a sus funciones sin siquiera una palmada en la muñeca. Sólo, que se le dará la oportunidad de permanecer fuera del Infierno después de que sus alas sean eliminadas. ¿Sería eso suficiente castigo? —No, en absoluto. —De todos modos, eso es lo que espero para él después de siglos de leal servicio. Frederik se cruzó de brazos. La dura convicción en la voz del ángel significaba que no sería él quien decidiera. No debería importarle ser enviado al limbo mientras al responsable de todo esto se le permitía vivir como un mortal, pero aun así le molestaba. —Dime cuál es tu plan —dijo. —Cuando todo está dicho y hecho con Zadkiel, tomaré la espada de Jo, y tú y yo iremos a algún lugar tranquilo en el bosque para poner fin a esto. El plan lo sorprendió. Casi esperaba que Michael sugiriera que robara la espada de Jo y se la diera a Zadkiel para que este acabara con él. No tenía ninguna duda de que ese era el propósito de todo lo que había tramado Zadkiel, y difícilmente podría haber más repercusiones contra él por matarlo después de lo que Frederik había hecho. Y, sin embargo, si Zadkiel tuviera en sus manos la espada de Jo, era muy dudoso que fuera tan misericordioso a la hora de asesinarlo como Michael. Que lo hiciera este último le parecía la opción preferible. El plan era defectuoso. —Si le pides a Jo su espada, sabrá lo que pensamos hacer. Yo se la pediré. Michael lo observó en silencio durante un momento antes de asentir. —Vamos a hacerlo, entonces. —Confiaré en ti para esto —dijo Frederik, mirando hacia abajo a Jo una vez más, una mano agarrando la cornisa de madera—. No quiero ir al Infierno. La mandíbula de Michael se apretó. —Y haré todo lo que esté a mi alcance para evitar que eso suceda. Frederik quería preguntarle más, pero el viento y los árboles se silenciaron bruscamente, dejando el aire extrañamente tranquilo. El vello de la nuca de Frederik estaba tieso y le picaba. El silencio era tan intenso como golpes de tambores de guerra por todo el país. Incluso los guerreros en el patio se miraron, preguntándose donde se había ido el ruido. Los sonidos de las hojas aplaudiendo juntas en los árboles, se estancaron. El canto y el deslizamiento de otras criaturas del bosque se desvanecieron en la noche. —Ya están aquí —dijo Frederik, a pesar de que no era necesario. Michael ya estaba lanzando sus órdenes. —No intentéis perforar su corazón con sus espadas — gritó—. Dañaríais vuestras armas. Atacadlos en el cuello y en los ojos. A pesar de que era sumamente infantil, la furia de Frederik rugió dentro de él porque el secreto de como matar a los vampiros se propagara con tanta libertad. MacNiel apareció, vestido de manera muy parecida a como siempre lo hacía, pero con su pesada espada en la mano y listo para la batalla junto a sus guerreros. Su espada parpadeó con una llama de color naranja. Michael se quedó mirando el arma, y luego miró sagazmente a MacNiel, que sólo sonrió y se encogió de hombros. —No deberías malgastar tus habilidades con trucos de salón. —Esto sólo es un truco para los vampiros, que temen el fuego —tronó MacNiel, agitando la espada. Frederik se apartó del fuego, molesto. Se dio cuenta de que Amelia no estaba con su marido pero sin duda estaba en alguna parte preparando la batalla por su cuenta. Su principal preocupación era Jo, en el suelo, manteniendo alto y preparado el espíritu de los hombres detrás de él. Algunos de ellos eran jóvenes, tan jóvenes que Frederik dudaban que su falta de vello en la cara fuese el resultado de un afeitado, y Jo se quedó sobre todo cerca de ellos. El batallón y él se enfrentaban a las puertas, sus armas desenfundadas. Frederik obligó a sus ojos a apartarse. No podía permitirse distracciones. Los vampiros atacarían a todas las personas dentro de esas paredes. Zadkiel era un tonto al pensar que podía controlarlos. Todo había sido mucho más simple cuando asumía que el único enemigo con el que tenía que pelear era MacNiel. Esperaron y esperaron. El viento empezó a soplar de nuevo, pero no llegó nada para ellos. Nada salió de la oscuridad del bosque con excepción de un conejo perdido corriendo en busca de refugio. Ningún vampiro, mucho menos un ejército de ellos. —¿Que les está tomando tanto tiempo? ¡No soy conocido por mi paciencia, Grimm! —MacNiel gritó. El muy cabrón sabía perfectamente que fácilmente la batalla podría no tener lugar esta noche. Algunos de sus hombres se rieron entre dientes nerviosamente. —¡Silencio! —Jo interrumpió. Las risas cesaron abruptamente ante la orden. Los ojos de Jo fueron a Michael. El ángel tenía la cabeza inclinada. Parecía estar escuchando algo que nadie más podía oír, ni siquiera Frederik. Sus oídos debían de haber encontrado lo que buscaban, porque su rostro se contrajo horrorizado. —¡Ya vienen! —Michael rugió. El viento se levantó y se lanzó a su alrededor, una ráfaga violenta que se retorcía y hacía chocar y chasquear las ramas más pesadas de los árboles, que se rompían como si fueran tronadores aplausos. El polvo voló hacia arriba, por encima y alrededor de ellos, deslizándose en torno a los hombres en una nube que era más gruesa, y los cegaba más que cualquier niebla. Frederik dejó de ver a Jo entre la arena, y el pánico apretó sus entrañas. —¡Jo! —gritó. Se puso de pie sobre la cerca de la muralla y se disponía a saltar cuando el viento y el polvo se asentaron tan rápido como habían llegado. Frederik lo vio de nuevo, pero su alivio fue momentáneo cuando se dio cuenta de que tropezaba como si estuviera borracho, con el brazo por encima de sus ojos. Sabía lo que eso significaba: el polvo lo había cegado. No sólo a Jo. Cada hombre de abajo se tambaleaba y tanteaba todo a ciegas, tratando de asirse a algo. Jo se frotó los ojos en un vano intento para limpiárselos, pero estaba tan impotente como los demás hombres. Un guerrero escocés cayó sobre otro, emitiendo un grito de sorpresa, y, maldiciendo, ambos perdieron sus espadas. En un ataque de pánico, cada guerrero cegado adoptó una postura de batalla. —¡Mantengan sus armas! —MacNiel llamó, a pesar de que también tenía su mano gigante en su rostro, y su arma ya no ardía—. Que nadie haga un movimiento hasta que grite: ¡ataquen! Frederik bajó de un salto, una pequeña nube de polvo flotó a sus pies al aterrizar. —Jo, estoy a tu lado. Mantén tu condenada hoja para ti mismo. —Alcanzó a Jo y lo agarró de los hombros. Jo siseó. —¡No puedo ver! —Parecía que la ira y el dolor lo arrasaban. —Lo sé, ven conmigo. —Frederik lo apartó de los cincuenta guerreros antes de que uno de ellos cortara su cabeza, o la de Jo, por error. Jo no luchó contra él. Lo siguió a un ritmo acelerado para un ciego. Varios arqueros en las puertas tuvieron la misma idea que Frederik y dejaron sus puestos para ayudar a sus amigos, pero eran pocos para ayudar a los muchos que estaban cegados. No todos podrían ser ayudados a tiempo. Frederik llevó a Jo debajo de las almenas, donde estarían al abrigo de un nuevo repunte de viento. Agarró el odre de agua que le habían dado, tomó Jo por su cabello dorado, y lo obligó a echar la cabeza hacia atrás. —Abre los ojos —dijo mientras vertía el agua sobre ellos. Jo hizo un sonido de disgusto cuando el agua le cayó sobre los ojos, lavándoselos, pero se mantuvo quieto. —Era Zad —dijo entre dientes, sacudiéndose el agua de la cara y el pelo después de que Frederik se apartó, aunque sus ojos todavía estaban turbios, por lo que siguió presionándose el izquierdo con el puño—. Está llegando. Trajo el viento. —¡Lo sé! Sin embargo, aparte del lamento y el tropiezo de los guerreros en el pequeño patio y el ocasional grito de MacNiel para que todos sus hombres mantuvieran sus espadas abajo, cuando sus compañeros se apresuraron sin previo aviso a verterles agua en sus ojos, todo había quedado en silencio otra vez. —Trajo más que eso —dijo Frederik, mirando ahora a los pies de los guerreros. Una niebla se levantaba del suelo, flotando en el aire como los rastros de un fantasma antes de que se engrosara. Jo miró a lo que Frederik veía. —¿Pueden los vampiros Belials crear niebla? —Algunos lo hacen. La niebla gris subía por las piernas de los guerreros, alcanzando sus pechos y cuellos, hasta que los hombres ciegos desaparecieron dentro de la manta. Los arqueros que habían acudido en ayuda de los hombres salieron de ella antes de que los consumiera, llevando a los pocos hombres que pudieron con ellos. No se atrevieron a volver a entrar después de eso. —¿Milord, sus órdenes? Frederik miró la cara juvenil del hombre que hablaba. Para su extremo disgusto, el hombre había dirigido la pregunta a Jo. —Bajad vuestras armas hasta que podáis ver a vuestro oponente, no le disparéis a cualquier cosa. De repente, el muchacho parecía como si prefiriera no haber preguntado. —¿Estás seguro de que era Zadkiel? —Frederik le preguntó. Jo no tuvo la oportunidad de responder, ya que una docena de sombras cayó en el patio empañado. Gritos de pánico llenaron el aire, la mayoría se transformaron en gritos de gorgoteo cuando los que todavía estaban en pie fueron derribados, sus cuerpos cayeron pesadamente con un ruido sordo en el suelo, creando ondas en la niebla. Los vampiros habían llegado. El roce metálico de las espadas desenvainadas llegó a la mente de Frederik al igual que a la de Jo cuando el ángel trató de adelantarse para luchar. Frederik salió como un látigo y lo sujetó por la capa roja de su armadura, tirando de él hacia atrás. —¡Suéltame! —No irás allí. ¡Conseguirás que te corten la cabeza! Jo volvió los ojos hacia el caos, hacia los movimientos de los cuerpos agitándose y los vampiros ocultos por la niebla, aunque era difícil ver más que sombras en la misma. Michael apareció junto a ellos. —¡Haz algo! —Frederik rompió. —¿Qué quieres que haga? —Usa tus alas para eliminar la niebla —dijo Jo. —¿Y levantar más polvo a tus ojos? —Michael habló con una calma que Frederik no entendía—. Estamos obligados a esperar. Había más hombres que vampiros, muchos más, Frederik podía decirlo. Pero los guerreros que no habían sido emboscados levantaban sus espadas para atacar a las criaturas y apartarlas de sus compañeros. Había más fallos que aciertos, y, debido a ello, los hombres recibían largos tajos que los hacían sangrar profusamente por los brazos, cuellos y costillas, por lo que eran víctimas fáciles. Los gritos adicionales de los propios hombres que estaban cargando confundieron más a los guerreros ciegos, que creyeron que los demonios atacaban a sus compañeros. A través de la niebla, en algún lugar donde no podía verlo, MacNiel gritó a sus hombres. —¡Atacad! ¡Luchad por nuestra tierra! El pánico de los hombres, debido a su ceguera y a la niebla, mientras que eran atacados, hizo que las órdenes de MacNiel fueran inútiles, como si las hubiera susurrado. Entonces la niebla empezó a despejarse lo suficiente como para que Frederik pudiera ver con más detalle, y sintió el olor de la carnicería, como si una ventana se hubiera abierto en una habitación ensangrentada, lo que sólo hacía que sintiera que estaban aun más indefensos. Algunos de los guerreros más veteranos, de los más experimentados, mantuvieron la calma y la valentía y permanecieron callados. La mayoría de los que luchaban continuaban balanceándose y embistiendo, y cuando hundían su espada en un vampiro, sus hojas pasaban a través del cuerpo y se hundían en la carne de los hombres que pretendían salvar. Fue una masacre. El olor de la sangre, los huesos, y la mierda estancada, se aferraban a su ropa y al interior de su nariz. Por supuesto, Frederik no debería haber esperado que Jo permaneciera inmóvil en medio de todo. Al igual que muchos otros, un guerrero joven estaba a punto de empujar su espada ciegamente hacia abajo en un vampiro enganchado al cuello de su compañero. Fue empujado por Frederik a distancia y Jo saltó a la palestra. —¡Jo! ¡Idiota! El ex ángel no le hizo caso y saltó por encima de un guerrero muerto, se acercó y detuvo la mano del hombre que estaba a punto de matar a su amigo. El joven escocés entró en pánico ante lo que percibió como un ataque. Estalló entre ellos una pelea por el control del arma. El escocés sacó su daga y torpemente intentó golpear con ella, tropezando con sus propios pies y cortando la pierna de Jo antes de que este pudiera salir fuera del camino. —Sangras, jodido idiota. —Frederik corrió hacia adelante, saltó, y volvió a bajar. En el momento en el que aterrizó, ya estaba en su forma de lobo. Pero incluso con su velocidad de vampiro restaurada, no podía moverse lo suficientemente rápido como para ofrecerle su ayuda antes de que Jo consiguiera darle un puñetazo en el ojo al guerrero MacNiel, desarmándolo. Jo tenía la situación bajo control, pero Frederik no pensaba abandonarlo, así que volvió su atención hacia una mujer vampiro que estaba chupando la sangre vital de un hombre ahora inmóvil en el suelo. Con dientes rápidos, abrió sus mandíbulas y atrapó entre ellas la cabeza de la vampiro, la bloqueó dentro de sus colmillos aplastando los incisivos en el hueso de su cráneo. Los dientes que la succionaban, tiraron hacia fuera de su carne, la víctima fue pillada por sorpresa, y antes de que pudiera defenderse, Frederik los retorció hasta que le partió el cráneo con un fuerte sonido, y su cuerpo quedó inerte. —Frederik. Lanzó el cuerpo y se giró. Jo lo estaba mirando, su boca colgando ligeramente. Se transformó de nuevo rápidamente y se limpió la sangre de sus labios con la manga. —Estaba matando a ese hombre —le dijo, mirando hacia abajo al cuerpo que ya estaba muerto a pesar del intento de Frederik por rescatarlo. —Lo sé. No era consciente de que tu lobo fuera tan poderoso. Deberías seguir así hasta que la batalla termine. —Eres tú quien me preocupa. Jo frunció el ceño ante esas palabras. Miró sobre el terreno por el espacio que quedaba entre los dos hombres. La niebla se había levantado completamente. Los vampiros se habían ido tan rápido como habían llegado, y cuando los pocos hombres que quedaban en pie finalmente parpadearon quitándose el polvo, desearon no tener que estar allí. Los ojos de Jo se posaron sobre el guerrero que había golpeado. No se movía, su ojo ya estaba hinchado y sangraba por el ataque de Jo, pero su pecho subía y bajaba en una sucesión saludable. —Este aun está vivo. —Pronto seremos atacados de nuevo —dijo Frederik. Sabía que no debía pensar que este momento de tregua significaba que estaban a salvo. La expresión de Jo se mantuvo seria y plana. —Frederik —Jo lo agarró del brazo y señaló a MacNiel, que aún parpadeaba aturdido, sus fuertes músculos temblorosos por el esfuerzo de mantener los ojos abiertos. A Frederik le tomó medio segundo ver a las criaturas oscuras que se arrastran por detrás de él, acostados en el suelo tendidos sobre sus manos y pies, algunos sobre sus vientres en sus formas de lobo acechando a su presa, otros transformados en arañas. Jo y Frederik corrían hacia él cuando el grito de una Banshee congeló el aire. Amelia voló sobre los vampiros. Voló literalmente, transformándose en el aire a su forma de murciélago, con unas alas largas y un cuerpo peludo y alargado más grande que el de cualquier mujer de la tierra, llevando todavía un vestido de montar a caballo y una capa a cuadros. Sus manos se transformaron en largos dedos de color marrón que se enroscaban en los extremos puntiagudos, y puso sus garras en los ojos de uno de los vampiros antes de que un segundo se apoderara de su trenza y tirara de ella como si fuera una cuerda, levantándola y lanzándola. MacNiel escuchó sus gritos enfurecidos. —¡Ami! ¡Ami! —él la llamó. Se tambaleó hacia el sonido de su voz, pero no levantó su espada por miedo a abatirla sobre ella. Frederik, con toda la velocidad que poseía, se precipitó al campo de batalla, asiendo con sus manos al estúpido que se había atrevido a tocar a su hermana. Se levantó de un salto, aterrizando de rodillas sobre los hombros del vampiro macho. Las puntas de sus dedos ya estaban las garras cuando agarró el cráneo del vampiro que había atacado a su hermana. Lo giró duramente, obligando a la cabeza a girarse, incluso aunque los huesos y los músculos se esforzaban por detenerlo, y escuchó con profunda satisfacción como el cuello se doblaba y rompía de la misma forma que lo había hecho el de su anterior víctima. El cuerpo quedó inerte, liberando a Amelia tan bruscamente que cayó de rodillas y tosió sobre el terreno. En lugar de mostrar su gratitud adecuadamente, ella lo miró y se sacudió la tierra de la boca con el dorso de la mano. — Lo tenía todo controlado. —No, no lo hacías. —Ami, ¿dónde estás? —gritó MacNiel, que todavía estaba luchando para encontrarla, sus brazos por encima de sus ojos, frotándolos en un desesperado intento de eliminar las piedritas para poder ver. —Estoy aquí. —Se acercó a él y puso sus pequeños brazos alrededor de los grandes hombros del hombre. Sus abultadas y gigantes manos se cerraron sobre ella. Si hubiera sido tan frágil como parecía, Frederik no tenía ninguna duda de que él la habría aplastado con su abrazo. Aun así, estuvo a punto de desaparecer dentro de sus enormes brazos. Frederik apartó la mirada de su afecto. Jo alzó una ceja cuestionándolo a él, y también la apartó. Frederik tendió el odre de agua a su hermana. —Lávale los ojos. Amelia tiró de MacNiel, le arrebató el odre, y vertió el agua sobre el rostro de su marido. La ira de Frederik porque ella se atreviera a entrar en esta batalla no tenía límites, pero tendría que esperar a más adelante para gritarle. Miró alrededor buscando más enemigos que fueran a atacar, pero nada, los vampiros que no había sido cortados en pedazos por los guerreros a los que habían atacado, habían desaparecido. —Se están preparando para otro ataque —dijo Michael vacilante con la espada todavía en la mano—. No tenemos mucho tiempo. Amelia limpiaba los ojos de MacNiel con extrema delicadeza. El escocés sacudía la cabeza como un perro, el agua le caía en la barba y el pelo. Por último, abrió los ojos y parpadeó rápidamente cuando lo último del agua limpia lavó la suciedad y la arena. Cuando la vio, sus ojos se endurecieron. La agarró por los hombros y la sacudió. Al menos lo intentó. Mientras que el otro vampiro había sido capaz de arrastrarla a su alrededor en círculos, MacNiel, con toda su fuerza física, apenas podía empujarla. —¡Te dije que te quedaras en la torre! ¡Podrías haber sido asesinada! Frederik no tendría la necesidad de castigar a Amelia, después de todo. La voz fiera de MacNiel trajo un temblor a sus labios que sugirió un castigo mejor que el que Frederik podría ofrecerle. —Tenía que salvarte —dijo. Su suave voz fue suficiente para que MacNiel se fundiera alrededor de ella, consolándola y meciéndola como a un niño. Frederik rodó los ojos, su irritación chisporroteando en su interior. Una voz a sus pies robó la atención de Frederik. —¡No voy a volver! Todos ellos se detuvieron y miraron hacia abajo al cuerpo arrugado de uno de los vampiros que acababan de destruir. Su cuerpo estaba inerte y muerto, pero su cabeza estaba lejos de no tener vida. El pelo negro le había caído sobre la boca con colmillos mientras hablaba, y sin la capacidad de quitárselo, trató de escupir cuando los miró y gruñó. —¡No me mandarán de vuelta! ¡Los mataré a todos si me mandan de vuelta! El Infierno, se dio cuenta Frederik. El vampiro hablaba del Infierno. Frederik debería haber esperado esto. En tanto que la cabeza se mantuviera unida, el corazón continuaba latiendo y proveía de sangre al cerebro. Mirando hacia atrás, al primer vampiro cuyo cuello había roto también estaba con vida, y aunque su garganta no estaba en condiciones de funcionar, murmuraba de rabia. Uno de los arqueros de MacNiel fue a examinar a la criatura desvalida. Las mandíbulas del vampiro se abrían y cerraban de golpe en movimientos de mordida, como tratando de asustarlo. El rostro del muchacho se retorció de rabia, alzó su espada y la dejó caer en la garganta del vampiro, separando la cabeza por completo. Después el guerrero pateó la cabeza en un ataque de rabia. Se estrelló contra la pared de las puertas y reventó como si hubiera sido una fruta en lugar de una cabeza. —¿De verdad creías que podrías conseguir un alma completa a cambio de toda esta sangre? —Frederik le preguntó al vampiro a sus pies. Los ojos dorados se ampliaron, pero no contrajo ninguna otra parte de su cuerpo. —¡Se me prometió! —Lo que significa que Zadkiel ya ha perdido el control — dijo Michael mirándolo con desprecio. —Nunca tuvo control —dijo Frederik—. No, si acostumbra a empezarlo todo con una promesa. —Echó un vistazo al patio ensangrentado en el que sólo unos pocos guerreros quedaban con vida, o, como mucho, de pie. Una vez que el pequeño grupo de vampiros se había desvanecido, los hombres que quedaban fueron abandonados para que se ayudaran a sí mismos, así como a sus heridos. Gemidos de los heridos llenaban la noche—. Envió a esos hijos de puta a matarnos a todos. —¡Tenía sed! —El vampiro se quejó—. ¡No he bebido nada durante años! Desde que fui enviado al Infierno. Frederik hizo una mueca ante eso. Una de las leyendas de las torturas infligidas a un vampiro con media alma o que estuviera atrapado en el Infierno, involucraba estar dentro de una pequeña cueva, con un cerdo sangrando al alcance de un brazo de distancia. Pero cada vez que el vampiro se acercaba, este se escabullía, sin dejar ni una gota de sangre que pudiera lamerse, siempre demasiado rápido para ser capturado. Esto, por supuesto, sólo era una historia que se contaba a los jóvenes vampiros Belials para asustarlos y que vivieran lo que se entendía como una vida buena y decente: que no robaran, que nunca convirtieran en vampiro a un mortal, y lo más importante, que nunca mataran a un inocente. Pero que en realidad fuera cierto o no, nadie podía decirlo con certeza. Sin embargo, este vampiro, que hablaba sobre el hambre en el Infierno, y la promesa de libertad, hizo que Frederik creyera que la historia sobre ese lugar tenía cierta precisión. Jo sacó su espada de su vaina. La levantó y la dejó caer sobre el vampiro, apuñalándolo entre los ojos, apagando su vida prestada para siempre. No fue una decapitación, pero funcionó igual de bien. Frederik lo miró, sorprendido. La expresión de Jo era sombría. —No había salvación para él. No con su cuerpo inutilizado. Frederik puso su mano sobre el hombro de Jo. Este extendió la suya como si fuera a tocar esa mano tendida, pero en lugar de ello, se encogió de hombros y se alejó hacia el centro del patio. Levantó la cabeza hacia el cielo. —¡Zadkiel! —bramó con una ira en su voz que Frederik nunca le había oído antes, ni siquiera cuando lo acusó a él de asesinato—. ¡Muéstrate! —Jophiel —dijo Michael tratando de calmarlo. Jo empujó a Michael con ambas manos y siguió gritando al cielo. —¡Zad, ven aquí ahora mismo! Michael volvió a él. —Jophiel, cálmate. —¡No! —Jo empujó a Michael otra vez. El ángel se puso rígido y apretó su mandíbula. Por primera vez desde que Frederik lo conocía, parecía que estaba luchando por tener paciencia. —Zadkiel tiene que responder por esto. Es un traidor. Somos protectores, no asesinos —dijo Jo. —¡Es fácil para vosotros decir esas cosas! Todo el mundo miró hacia arriba. Zadkiel estaba sobre uno de los postes de madera de las murallas, ahora vacías. El ángel extendió sus alas. Parecían oscuras, incluso bajo la luz de las antorchas. Frederik entrecerró los ojos. No. No era un truco de las sombras y las antorchas. Las alas de Zadkiel ya no eran blancas, ahora eran tan negras como los cuervos que el ángel había enviado a por él el primer día, cuando Jo rompió su acuerdo con el Cielo. Zadkiel saltó desde su posición. Un hombre herido apenas se las arregló para salir de su camino cuando Zadkiel aterrizó en cuclillas, el suelo tembló bajo su peso. Jo desenvainó su espada y se dirigió hacia él. —Voy a tomar tu cabeza. El interior de Frederik se transformó en hielo. —¡Jophiel, alto! —Michael rugió. Para alivio de Frederik, Jo obedeció la orden de Michael. Quizás los años o siglos acatando sus ordenes, habían arraigado en Jo a pesar del tiempo pasado en la Tierra. —¡No! —dijo Zadkiel, sus ojos azules en una fusión de cobre rojo, el mismo color que habían tenido la última vez que Jo y él escaparon. De hecho, dos manchas gemelas se fueron formando en su frente. Una a cada lado por encima de sus ojos y justo debajo de la línea del pelo de oro. Eran de color rosa brillante y tenían el aspecto de una infección. «Cuernos», Frederik se dio cuenta. Los cuernos estaban brotando de su cráneo, estirándole la piel y tratando de abrirse paso. —Si Jophiel hubiera seguido sus órdenes, esto no estaría sucediendo. Frederik parpadeó. Zadkiel le estaba hablando. El ángeldemonio, estaba escuchando sus pensamientos. Frederik giró sobre Michael con una mirada. —¿Cuántos más de ustedes pueden escuchar nuestros pensamientos? —Sólo yo —dijo—. Zadkiel, ¿qué has hecho? —Él es un demonio —dijo Jo. MacNiel gruñó ante esas palabras, puso a Amelia detrás de él y preparó su espada, como si esperara que Zadkiel cargara en cualquier momento. Michael suspiró y cerró los ojos. Frederik no conocía demonios que pudieran escuchar los pensamientos de los demás. Tal vez sólo pudieran hacerlo algunos de ellos, tal como ocurría con Michael entre los ángeles. Los ojos de Zadkiel resplandecieron más brillantes, el rojo había consumido por completo el blanco, y les enseñó los dientes, algunos de los cuales se habían transformado en colmillos. —¡No. Me. Llames. Eso! —Un vapor caliente fluía de sus ojos, oídos y boca—. Soy un siervo de los Cielos, no una de esas criaturas del Infierno. —Zadkiel, mira lo que has hecho. —Jo movió su brazo alrededor de la matanza del patio, como si de alguna manera Zadkiel la hubiera pasado por alto. —Has vendido tu alma. Has puesto a inocentes en peligro de extinguirse y has matado a los demás. —¡No he vendido mi alma! ¡No he matado a nadie! — Zadkiel gritó. Entonces el una vez orgulloso y recto ángel, se dobló hacia atrás—. Yo... yo me comprometí a ayudar a los vampiros a obtener un alma completa y escapar del Infierno si lo reclamaban. —Señaló hacia Frederik, pero no se molestó en mirarlo como si realmente no tuviera ninguna importancia—. Ellos no estaban destinados a hacer... todo esto. Zadkiel inclinó perezosamente su cabeza alrededor para ver la muerte a sus pies. Rápidamente cerró los ojos frente a ella y levantó la mano a su cara, protegiéndose los ojos y la nariz. No era la mano normal de un ángel. Estaban creciéndole unas garras, que sobresalían como las espigas donde debería haber uñas. Forúnculos profundos y rojos estropeaban la piel de sus brazos. Su pelo negro, desigual, y una fibrosa barba como la de MacNiel, sobresalían en ángulos extraños desde el interior de los forúnculos, e incluso en las palmas de sus manos. Su piel se veía como la carne de los demonios traviesos, sus alas negras como las de los cuervos, además de colmillos, y forúnculos rojos. —Cada demonio que convocas se convierte en una parte de ti —dijo Frederik. Lo que significaba que el ángel estaba perdiendo, o ya había perdido sus dones angelicales. Jo se acercó. Frederik dio un paso adelante para detenerlo, pero la mano de Michael en su hombro lo detuvo. El control del ángel era apretado, más fuerte incluso que la cadena de oro que una vez Jo le había puesto alrededor de su cuello. Recibió el mensaje con claridad. «No te muevas.» Jo se detuvo ante su amigo. Su armadura era la misma, pero sus cuerpos ahora eran totalmente diferentes. Jo apartó la mano diabólica de la cara de Zadkiel. El demonio estaba llorando en silencio. A pesar de su aspecto sumamente preocupante, las lágrimas seguían siendo claras y puras. Jo sacudió la cabeza hacia la criatura y rápidamente le dio la espalda. El rechazo sólo provocó más gritos de Zadkiel que se hicieron más fuertes, más infantiles. Disculpas se derramaron de su garganta, pero Jo no se detuvo hasta que estuvo al lado de su comandante. —¿Qué vamos a hacer ahora con él? —Pregúntale si es capaz de enviar de vuelta a los vampiros. —Michael lanzó sobre el hombro de Frederik. Michael fue hasta a Zadkiel, vaciló, y luego puso su mano sobre la espalda encorvada. El antiguo ángel se estremeció ante el gesto y lo miró. —¿Por qué te has hecho esto, Zad? —preguntó Michael. Zadkiel volvió los ojos rojos acusadoramente hacia Frederik, como si hubiera sido él el que hubiera traído tal monstruosidad. —Jophiel fue ridiculizado por esa criatura. Se rio del Cielo follando con ese demonio del Infierno. Frederik siseó. Jo no parecía darse cuenta de las miradas de odio que se intercambiaban. —Si eso es verdad, ya no importa. —¡Por supuesto, que importa! Esa historia se ha repetido en muchas ocasiones. Dijo cosas repugnantes, cosas que no puedo repetir. Frederik apretó los puños, desgarrado entre la necesidad de saber lo que se había dicho y sin querer oír hablar de ello. —¡Quería a mi hermano! —Zadkiel escupió—. Tú podías quedarte tranquilamente sentado en las nubes mientras escuchabas como torturaban su memoria mientras él pasaba hambre en la Tierra, ¡pero yo no podía! —Al final de sus gritos, Zadkiel se abalanzó sobre Michael—. Has visto su rostro, has visto lo que esta existencia mortal le ha hecho. —Michael sanó mis heridas, Zad —dijo Jo. —Tu propio cuerpo debería haberlo hecho. —Mi opinión es que esas heridas fueron provocadas por los esbirros que tú enviaste detrás de ellos. En cuanto a ser mortal, esa fue su decisión. Quería tener libre albedrío y lo consiguió. —Michael se cruzó de brazos. —¡Porque lo permitiste! —Zadkiel se situó cerca de Michael. Señaló con el dedo a su cara, mientras gritaba su defensa—. Nos salvó de esos demonios y dejaste que se pudriera aquí abajo. MacNiel escupió con disgusto. Su pecho se hinchó subiendo y bajando por el insulto a su planeta de origen. La mano de Amelia acariciaba su pecho calmándolo, y probablemente eso fue lo que le impidió arremeter. —No, Zad —dijo Jo, hablando con calma a pesar de la emisión de la energía y el calor de sus amigos—. Michael tiene razón. Hasta que corté mis alas, tuve la oportunidad de volver a casa, pero yo elegí no hacerlo. Cometí un error y tuve que vivir con él. Frederik hizo una mueca al escuchar a Jo llamarlo un error. Jo siguió suplicándole a Zadkiel. —No voy a matarlo, Zadkiel. Bastante daño se ha hecho ya. Devuelve tu ejército al Infierno. Zadkiel escondió su hirviente cara en su mano otra vez. — No puedo. Lo he intentado. No estaba previsto que hicieran esto, pero no me han escuchado. —¡Voy a darte una patada en tu culo! —MacNiel rugió, después de haber aguantado suficiente. Levantó su espada, listo para bajarla. Michael desenvainó su espada de fuego, pero detuvo al escocés con sólo una mirada. MacNiel bombardeó. —¡Miente! ¡Mátalo! —No —dijo Frederik, sorprendiendo a quienes lo rodeaban. Dio un paso adelante, haciendo caso omiso de la mirada de Michael y la indignación Zadkiel, que eran como silbidos de serpiente. Pero entonces el demonio se precipitó adelante, poniéndose a sí mismo directamente entre Frederik y Jo. Frederik no podía creerlo. El maldito idiota creía que estaba protegiéndolo de él. «Él». —No fui yo el que lo atacó, ni envió a los demonios y a los vampiros detrás de él. —Frederik apenas podía contener la calma. —No eran para él, tonto. Eran para ti. —Y, sin embargo, él tiene las huellas de sus ataques. También él ha sido atacado por los vampiros, y si mal no recuerdo, luchó también contra ti. Los ojos de Zadkiel brillaron a un tono más oscuro de color rojo. Más oscuro que la sangre. Sus puños y sus uñas se volvieron más largas, un líquido violeta goteaba de sus extremos puntiagudos. Veneno. Por supuesto. —Has dicho que no has vendido tu alma —continuó Frederik rápidamente. Estaban, después de todo, en el límite de tiempo. No sabía si los vampiros se volverían locos ni cuando lo harían, o a dónde irían—. Las pruebas visuales apuntan a lo contrario. —Sí —dijo Jo, caminando hasta rodear a Zadkiel de manera que ahora se interponía entre Frederik y él—. ¿Cómo te has convertido en esto, Zadkiel? El demonio miró a su amigo y hermano durante un largo rato, y luego su pecho se hinchó en un gran aliento. —He hecho un trato, pero no vendí mi alma. —¿Qué vendiste? —Jo preguntó. Zadkiel, finalmente volvió a mirar a Frederik. —La suya. Un fuerte grito se hizo eco en el negro cielo. A pesar de la conmoción por la revelación de Zad, Jo levantó la vista hacia el horrible sonido, pero lo único que podía ver era la negra oscuridad. Era como si las estrellas se hubieran ido a la clandestinidad para evitar mirar la sangrienta escena que se abría debajo de ellas. Los guerreros de MacNiel, los que aún tenían sus cuerpos en condiciones, tomaron sus espadas una vez más, también mirando el cielo, ya que no estaban dispuesto a ser tomados por sorpresa otra vez. Los vampiros, al parecer, habían optado por regresar por más comida en lugar de salir inmediatamente corriendo hacia el mundo. —¿Tú vendiste... mi alma? —Frederik le preguntó—. ¿La mía? —Sí. Jo se obligó a alejar su vista del cielo. Se quedó mirando a Zad, su mejor amigo, y no sintió nada en su interior ante esa revelación. En esta ocasión, el grito de batalla de Amelia cortó el aire. Ella se apresuró hacia Zadkiel, sus colmillos y garras dispuestos a romperlo en pedazos, aun con el cuerpo pesado de MacNiel intentando tirar de ella hacia atrás, pisándole los talones mientras ella daba largos arañazos en la tierra, haciendo un progreso constante hacia él. —Tú monstruo. ¿Cómo pudiste hacer tal cosa? Zadkiel hinchó el pecho hacia fuera y se cruzó de brazos. — Que irónico ser llamado monstruo por uno de ellos. Frederik tuvo que ayudar a MacNiel rápidamente cuando el comentario sumió a su hermana en la rabia. Eso la frenó y dejó de luchar después de que se hizo evidente que no podía dominar a su hermano. Frederik se resistía a dejarla en libertad. Jo luchaba por darle sentido a todo. —Tú vendiste un alma que no te pertenecía. ¿Cómo es eso posible? Michael no se había movido para ayudar a MacNiel o a Frederik a someter a Amelia. Su mano se quedó sobre su espada y sus ojos en el cielo. —Hay más de una manera de cerrar un trato con Lucifer, Jo. —Michael se frotó los ojos—. Ha debido prometerle a Lucifer, si fallaba, su propia transformación a cambio del medio alma de Frederik. Todo esto por la capacidad de convocar a los demonios y las almas perdidas. La decepción llenó a Jo como un líquido a una jarra. Cada palabra dicha sólo parecía condenar más a Zad. —Jo, por favor, he hecho todo esto para ayudarte a volver a casa. —Zad puso su mano sobre el hombro de Jo—. Nada de esto tenía que suceder. Jo le tomó la mano y se la quitó. —No quiero oír nada más de lo que tengas que decir. —Pero sólo he tratado... —Ni una sola palabra —dijo Jo, mirándolo esta vez. Zad retrocedió, tomando la pista. Hubo un incómodo silencio durante algunos segundos hasta que Frederik, alejándose de su hermana poco a poco, se acercó y le tendió la mano. —Jo, dame tu espada. Los dedos de Jo se envolvieron instintivamente alrededor de la empuñadura de su arma. —No. —¡No se la des a él! —Zadkiel gritó. Se lanzó hacia adelante, pero Michael envolvió sus brazos alrededor de él antes de que pudiera atacar. Arrojó a su amigo en el suelo, aplastó el pie sobre su espalda y apoyó la punta de su espada al lado del cuello de Zad—. Cállate. Zad farfulló una protesta. —Tiene que matarlo. No puede volver a no ser que lo mate. Michael puso la suficiente presión en la espada como para que atravesara la carne de la garganta de Zad. Sólo lo suficiente para asustarlo y sacarle sangre. La sangre ya no era roja, sino de un color más claro, cerca del rosa. A la vista de ello, Zad respiró conmocionado y cerró la boca. —Ya has hecho bastante daño —dijo Michael. Jo se alejó de la escena. No podía mirar al ángel que una vez había considerado un amigo. —¿Por qué me pides mi espada? La necesito. Frederik cerró la mano y la bajó a su lado, como si acabara de recordar la horda del mal de vampiros que esperaban a que bajaran la guardia. Como si quisieran recordárselo, una risa malvada sonó un poco más allá de las paredes, fuerte y audaz, entretenida al pensar en las presas frescas y sus estómagos llenos. Frederik no cedió —Michael dijo que no eras tú, sino la propia espada, quien tiene que matarme para enviarte de vuelta. Jophiel finalmente entendió, y su pecho se paralizó. —Si te mato, los vampiros... —Se calló, consciente de la cantidad de miradas fijas de los soldados que se habían reunido para visualizar a la criatura que había traído esa pesadilla sobre ellos. Cada hombre tenía su mano sobre su arma, y todos parecían estar luchando contra el impulso de atacar a Zad en ese mismo momento. Si Jo dijera en voz alta que los vampiros volverían al Infierno si mataba a Frederik con la espada que tenía, fácilmente podría haber un motín. —Zadkiel se convertirá en un ángel una vez más. —Al menos eso era cierto. Frederik gruñó y lanzó una mirada rotunda a Zad. —Sí. Como quieras. Él no lo permitiría. —No voy a tocarte, Frederik. Ni siquiera para ganar mis alas. Tienes mi palabra. —No confío en tu palabra. Dame tu espada. —¿Y cómo pelearé? —Jo se quebró, la ira corriendo a través de él, calentando y quemando su sangre—. ¿Qué voy a hacer mientras todos vosotros lucháis por vuestras vidas? Michael respondió a esa pregunta. —Lleva a Zadkiel dentro y vigílalo. Le hará frente al Consejo y pagará por sus acciones. —La espada de Michael todavía estaba peligrosamente en el cuello de Zad, la sangre caía por su carne. —¡Que lo vigile un mortal! Yo soy un guerrero. Estoy entrenado para luchar contra este tipo de amenaza. Los ojos de Michael llamearon hacia él, duro y enojado. Jo se enderezó. —Disculpas, señor. Michael asintió. —Eres un guerrero, sí, pero has sido entrenado para luchar con alas, una hoja de fuego y una fuerza que los simples mortales ni sueñan con poseer. Ya no tienes nada de eso y han pasado cinco años desde que has entrado en batalla—. Los ojos de Michael bajaron a la nueva herida en la pierna de Jo, confirmando en silencio sus palabras. Jo se mordió los labios juntos para mantener sus protestas. —Zadkiel ya no tiene la fuerza angelical para combatir, y la batalla terminará antes de que pueda conseguir más vampiros cualificados. Tendrás mi propia espada a cambio. Es más ligera y te servirá mejor. Podrás defender a las mujeres si alguno de esos villanos pasan nuestras defensas. —Tu presencia hará más daño que bien, Jo. —Fue Frederik quien habló en esta ocasión. Puso su mano sobre el hombro de Jo, como si tal cosa pudiera suavizar la picadura de ser expulsado de la batalla como un niño indefenso—. Tienes que entender que serás una distracción para Michael y para mí. Zadkiel es tu amigo. No luchará contra ti como lo haría con otros, y estará más seguro contigo que con ellos. Por favor, Jo. Jo restó importancia a la mano de Frederik y empujó la espada alejándola. —Tómala entonces. —Frederik apenas había agarrado el mango de oro cuando se cayó al suelo. Michael liberó a Zadkiel cuando Jo se agachó y lo agarró, tomando a su antiguo amigo como su prisionero. Michael le tendió su propia espada, y Jo la tomó, el fuego se extinguió en su mano, un recordatorio a sus ojos de su propia mortalidad y de la inmortalidad de Michael y de Frederik. Sin embargo, todavía había algo de luz en su mano. No tenía duda de que todavía podría cortar hasta las gotas de lluvia con ella, y Zadkiel no protestó cuando Jo se lo llevó de nuevo a la torre del homenaje. Parecía consolado con eso. —Hay un hoyo en la cocina que puede ser útil para él — dijo MacNiel a sus espaldas—. Verás lo a gusto que está en él. Jo golpeó las pesadas puertas con el puño y las doncellas en el interior le permitieron la entrada. Se quedaron sin aliento y apartaron la vista de Zadkiel, alejándose de la pareja cuando pasaban, pero Jo no les prestó ninguna atención mientras empujaba a Zad. —Jo, no puedes hacer esto. Él tiene que morir —le suplicaba, pero Jo apenas escuchaba una palabra. Se sentía como un cobarde dejando a sus compañeros guerreros atrás. Encontró la fosa. Era poco más que un agujero en el suelo, uno en el que Zadkiel tendría que permanecer sentado, sus rodillas dobladas sobre el pecho, con el fin de encajar. Debido a que no se fiaba de Zadkiel lo suficiente como para darle la espalda, lo hizo pasar él mismo, y buscó alrededor cadenas para sujetarlo. Zadkiel las lanzó, todavía protestando cuando Jo lo engrilletó. —Hermano, te puedo ayudar. Ese vampiro sigue ahí, y, mientras esté vivo, esta amenaza continuará. —Gracias a ti. —Jo encontró un taburete y se sentó frente al hoyo, viendo como Zad hacia un mohín desde el agujero. Jo lo miró con la misma ferocidad mientras descansaba la espada de Michael sobre sus rodillas. Escuchaba pacientemente los gritos que llegaban de fuera. Podía ignorar los gritos de batalla, ya que no iba a participar, pero los gritos de dolor… «No, no pienses en ello. Ahora tienes una nueva misión.» La empuñadura de la espada aún mantenía el calor de las manos de Jo. La hoja era pesada, sólida y fuerte. Un arma apta para cortarle la cabeza. Frederik dudaba que sintiera nada. —Hermano —dijo Amelia, alejando sus pensamientos de la hoja—. ¿Qué vamos a hacer? MacNiel permaneció en silencio junto a su esposa, como si también le diera la bienvenida a una sugerencia. El resto de sus hombres, incluso aquellos que habían sido heridos en la batalla pero finalmente habían recuperado la vista, estaban todos alrededor de ellos, en una valiente muestra de lealtad. ¡Era conmovedor! Frederik sólo deseaba tener un plan para ellos. El único plan que tenía en ese momento era no permitir que Michael le cortara la cabeza delante de su hermana. Jo se había salvado de eso. Él quería lo mismo para Amelia. Por primera vez, estaba agradecido de que Michael tuviera la capacidad de leer sus pensamientos. Michael envolvió su mano alrededor del mango de la espada y suavemente la sacó de las garras de Frederik. Este lo miró, pero soltó el arma. Michael se enfrentó al ejército dándoles esperanzas. La hoja estalló en una llama de color naranja en la mano de Michael, algo que no había hecho en la de Jo. Instintivamente, Frederik dio un paso atrás. —Grimm y yo atacaremos a la primera línea y dispersaremos a la multitud. Por lo que he visto, los vampiros nos rodean, pero hay menos de una docena. No nos tomaran por sorpresa otra vez. Grimm y yo destruiremos el mayor número posible. Los pocos que consigan romper nuestras defensas serán vuestros para que los devolváis a los fuegos del Infierno. Ah, ese era su plan. Al parecer el más lógico, y con lo que Michael se aseguraba de no cortarle la cabeza frente a su querida hermana. Todos los guerreros de MacNiel se mostraron satisfechos con el plan de Michael, con fe en sus habilidades combativas, sin duda provocada por las fuertes alas y la gloriosa espalda. Sin embargo, el Laird y la señora MacNiel apretaron sus labios, pensativamente. —El plan es una locura —dijo Amelia finalmente—. Debemos permanecer juntos. —Sí —dijo MacNiel, apretando los hombros de Frederik—. Quedaos con nosotros. Juntos podemos enviarlos a todos llorando a la cueva de la que vinieron. —MacNiel levantó su espada, una mirada ansiosa sobre su rostro, dispuesto a luchar otra vez ahora que la ceguera no se lo impedía. —Querido mío —dijo Amelia con dulzura—. Quise decir que somos nosotros los que debemos permanecer junto a ellos. Dos vampiros son realmente mejor que uno y un ángel. —Ella miraba a Michael con una astuta desconfianza desde que él sostenía la espada de Jo. La cara de MacNiel palideció, y suavemente bajó la espada. Luego, su rostro pálido se puso rojo cuando gritó a su esposa. — ¿Se puede saber que pasa por tu maldita cabeza? ¿Realmente piensas que te enviaría a la batalla por mí? Frederik rápidamente lo interrumpió. —MacNiel tiene razón, Amelia. Debes mantenerte refugiada en la torre del homenaje con el resto de las mujeres, no aquí dispuesta a luchar con los guerreros. —Sí —dijo MacNiel, olvidando todo lo demás que había estado a punto de decir. Señaló con un dedo pesado hacia las puertas por las que Jo había desaparecido momentos antes—. Entra, según lo acordado. —Como ‘tú’ has acordado —dijo Amelia, su voz fuerte cuando miró a su marido—. Tengo tanta fuerza como cualquier guerrero de aquí. Tal vez más. A los hombres de MacNiel no les gustó oír tal cosa. Se movieron en el lugar, murmurando entre sí por lo que sin duda habían percibido como un insulto. La pareja no llevaba casada el tiempo suficiente como para que los hombres de MacNiel se hubieran acostumbrado al hecho de que este había tomado como esposa una vampiro, pero al menos no la dejaría luchar a su lado, o eso parecía. —No hay tiempo para esto —dijo Michael agarrando el brazo de Frederik y tirando de él hacia la puerta—. Arreglen el asunto entre ustedes. Vamos. Frederik permitió que lo llevase, los nervios de su cuerpo se apretaron cuando se alejó de la relativa seguridad de la torre del homenaje. A medida que se alejaban, Amelia le gritaba amenazas a Michael si le pasaba algo a su hermano. —¡Abrid las puertas! —MacNiel les ordenó a los que se encontraban en las mismas. —¡No! —Michael gritó por encima del hombro—. Encontraremos nuestro propio camino. No les dejes más aberturas de las que ya tenemos. Frederik entendió eso. Los vampiros aún podían entrar si así lo deseaban sin necesidad de utilizar la puerta. Podían saltar limpiamente sobre las paredes. Pero así MacNiel y Amelia sólo tendrían que mirar al cielo buscando el inminente ataque, y no en cualquier otra dirección, por lo que sería mucho más fácil defenderse. Michael extendió sus alas, dobló las rodillas, y se lanzó hacia el cielo, desapareciendo en la oscuridad. Frederik miró por última vez a su hermana, quien, a pesar de que su marido estaba protestando, no pudo convencerla de que se escondiera en la torre del homenaje. Frederik tuvo que conformarse con mirar la torre donde estaba Jo, en lugar de darle una última mirada al hombre. No tenía alas, pero sin duda era capaz de saltar por encima del muro. Dobló las rodillas y se lanzó alto, haciendo un arco sobre las almenas y aterrizando de pie al otro lado. A través de su ropa sintió inmediatamente que hacía más frío de este lado. También estaba más oscuro, pero a eso le dio la bienvenida. Las antorchas encendidas por los guerreros antes de que cayera la noche habían sido derribadas y apagadas recientemente por los vampiros enemigos, a decir por las volutas de humo que aún salían de su interior. Frederik se complació puerilmente con la vista de las brasas ennegrecidas. Una carcajada resonó en los árboles lejanos, haciendo eco. Más risas, de un tono diferente provenían de una mujer a su derecha, y luego de nuevo desde la izquierda, de un varón. Todos estaban a su alrededor. —Ellos nos están observando —dijo Michael. El corazón de Frederik latía como un tambor pesado. No había notado al ángel directamente frente a él hasta que habló. Debería estar aterrorizado. —Debemos acabar con esto rápidamente —dijo Michael, aprovechando la espada de Jo. La hoja estalló con lealtad en llamas una vez más. Frederik no ocultó una mueca de dolor. Tuvo que tensar los músculos de sus piernas para no alejarse de ella. —Supongo que deberíamos —murmuró. —Es necesario que sepas que debido a la negociación de Zad, si te mato ahora, el Infierno será el único reino que te dará la bienvenida. Frederik habló con los dientes y los colmillos apretados. — Soy consciente. —Si tenía que pasar un tiempo en el Infierno siendo torturado y destrozado una y otra vez, tal vez entonces expirara verdaderamente sus pecados, aunque no era una buena noticia. «Sangriento Infierno.» —No puedo hacerte ninguna promesa de que pueda liberarte rápidamente. Quizás nunca. —Lo sé. Michael se encogió de hombros. —Muy bien. Arrodíllate. Frederik lo miró. —¿Pretendes hacerlo aquí? —¡Es tan buen lugar como cualquier otro! —Sonó otra risa, que sacudió un arbusto cercano—. No, en realidad, es mejor que si tenemos que pasarlos primero a ellos. Frederik miró a los ojos que brillaban intensamente mientras lo observaban a través de la oscura selva. Un cuerpo apareció a la vista, seguido de más. Muchos más de todos los tamaños y de diferentes épocas. Se movían lentamente en torno a la pareja, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Michael se había equivocado en lo que dijo anteriormente. Había más de una docena, todos ellos deseosos de romper su carne. El ángel y él podrían destruir a muchos de ellos por su cuenta ya que podían usar sus trucos, pero no podrían matarlos a todos. Por lo que alguno podía llegar hasta a Amelia y Jo y atacarlos, y eso era demasiado. Le irritaba tener que ponerse de rodillas en el barro húmedo ante este hombre, además cuando acababan de limpiarle y repararle los pantalones, pero lo hizo. —Sé rápido con eso —murmuró inclinando la cabeza. Michael levantó la espada, la luz de la llama extendiéndose más lejos. Los vampiros daban vueltas alrededor de ellos susurrando. —El Cielo te perdonará. Un vampiro solo, desafió al fuego santo de la espada de Michael, salió fuera de la seguridad de los árboles con un grito demoníaco, agarró el arco de sus alas y lo tiró al suelo. Descubriendo sus colmillos, el vampiro le lanzó un mordisco mortal al tiempo que Michael levantó la espada de Jo, empalando a la criatura a través de su boca abierta. El extremo puntiagudo de la espada apareció en el otro lado de la cabeza oscura, y el cuerpo todavía con espasmos se deslizó más abajo del acero hasta que se detuvo totalmente a la altura de Michael. El vampiro miró con los ojos abiertos a Michael, sorprendido mientras que la sangre se derramaba de su boca abierta como una corriente bajando del brazo de Michael. Los otros vampiros tomaron eso como su oportunidad para atacar. Con chirriantes gritos de guerra asaltaron el campo. Michael sólo se las arregló para deshacerse del cuerpo encima de él y darle una rápida patada antes de que los vampiros se lanzaran sobre él. Espada de fuego o no, querían su sangre, y no podía mantenerlos a raya solo con su arma. Frederik enseñó los colmillos y las garras y se puso a la defensiva. Arrancó a una mujer vampiro de la espalda de Michael y le dio una patada en la cabeza a otro que estaba a punto de hundir sus colmillos en la pantorrilla expuesta de Michael. «¡Maldito calzado ridículo el de ángel!» Uno de los vampiros llevaba un traje francés que parecía el típico atuendo de invierno por la longitud y el grosor de la capa. Frederik lo agarró y, utilizando el peso de la criatura en su contra, lanzó el vampiro a través de la oscura extensión del campo. Hizo lo mismo con los demás, todos vestidos de diferentes maneras, dejándolos sin zapatos, pelucas y sombreros, cuando lo hacía. Cuando Michael se vio libre de la mayoría de ellos, se agachó y se lanzó por su espada. La usó con maestría, cortando el brazo de una mujer vampiro que llevaba un vestido de noche y decapitándola cuando ella cayó de rodillas y gritó. Se dio la vuelta, esquivando los ataques, mientras lanzaba los suyos propios. Frederik abrió la boca para ordenarle a Michael que soltara la espada y luchara mano a mano. A pesar de su valor inicial, eran pocos los que estaban dispuestos a permitirle a Michael que se acercara a ellos mientras el fuego ardiera. Pero entonces, cuando los vampiros infernales se retiraron de la espada de fuego, Michael dio un grito de guerra y encaró a Frederik. Los ojos de Jo no se perdieron nada cuando Zadkiel de repente se irguió. Sus labios temblaban y sus ojos se iluminaron antes de que se pusiera serio otra vez. Inclinó la cabeza, haciéndose cada vez más pequeño una vez que se inclinó en el hoyo con sus grilletes. Jo sabía que era una farsa, ya que había visto su cambio. —¿Qué pasa? —exigió, aguzando los oídos para detectar mejor cualquier sonido macabro que Zad hubiera atrapado. No podía oír nada más que el llanto de las mujeres en la cámara siguiente. Su oído mortal no iría más lejos que eso. Zad movió la cabeza, negándose a levantarse. Jo pensaba que había tratado de ocultar una sonrisa. Lo había intentado y había fracasado. —Nada, hermano. Jo apretó la espada de Michael, el arma de un general, con más fuerza. Pensó en golpear a Zad en la cabeza con la empuñadura y ensangrentar sus alas moldeándolas con el metal. Aunque causaría menos daños con esta espada que con la suya. Ese pensamiento estancó su sangre, y las imágenes de castigar a Zad volaron de su mente como el polvo ante el viento. Jo se disparó de su asiento, derribando su silla cuando salió corriendo de la cocina. Zadkiel lo llamaba. Frederik se quedó inmóvil, paralizado entre el miedo y el deber cuando Michael lo enfrentó y levantó su espada balanceándola para matarlo, al mismo tiempo que otro vampiro abordó a Frederik por las piernas y lo derribó en el momento en que la hoja de la espada rozaba la carne de su cuello. Hubo un pequeño destello de dolor, pero todavía era capaz de respirar y no sentía la sangre correr por su carne. Era poco más que un rasguño. El vampiro se sentó a horcajadas sobre él con una terrible rapidez inmortal y lo tuvo fijado antes de que pudiera presentar defensa. Cuando sus fauces se abrieron y sus dientes largos bajaron, Frederik levantó su mano. Tenía la intención de apoderarse de pálido rostro del vampiro para detener la mordida que venía y empujarlo fuera, pero en lugar de eso su mano quedó atrapada dentro de los dientes. El loco vampiro le mordió el dedo pulgar cuando Frederik entró en su boca. Rugió cuando la carne se rompió. Las gotas de su propia sangre se derramaban de los labios del vampiro y caían en los ojos de Frederik. —¡Michael! —gritó, tratando de liberar su mano, sin lograrlo—. ¡Date prisa, maldita sea! Pero luego fue capaz de ver, aunque sólo durante las décimas de segundo que sus ojos estuvieron lejos de su atacante encima de él, lo que estaba causando el retraso de Michael. El último de los vampiros había decidido abandonar sus intentos de matar a Michael y Frederik. Había saltado las murallas de MacNiel, intentando volver a entrar en su patio. Michael mantenía a raya a los que podía, pero muchos pasaban mientras él se ocupaba de quitarles la cabeza a los demás. Algunos se enfrentaron al fuego de la espada de Michael, pero los demás pasaban completamente, ya que estaba distraído decapitando a los otros. Saltaron limpiamente sobre las puertas y aterrizaron en el patio con la facilidad de las pulgas. Los gritos de batalla y los hombres cargando sonaban al otro lado. Su hermana cargaba junto con ellos. —¡No! —Frederik lanzó su puño libre duramente, formando grietas en la dura mandíbula del vampiro encima de él, golpeándolo hasta que lo soltó y su cabeza fue hacia atrás. Por desgracia, sus dientes no soltaron la carne de la mano de Frederik, y algunos trozos de esta se fueron con la mandíbula rota. No había perdido ningún miembro, aunque ahora podía ver los huesos de su mano en algunos lugares. Pero no sentía dolor, sólo un deseo ardiente que vibraba a través de su cuerpo y le ordenaba que pusiera su atención sobre todo lo demás. Oyó más y más gritos desde el otro lado de la pared. Se puso de pie y tuvo que luchar contra el impulso de correr hacia la mezcla furiosa de gritos de muerte y de guerra de los guerreros y de los vampiros. El olor espeso de la sangre colgaba en el aire, tanto de los no muertos como de los vivos. Frederik no podía decir quién estaba ganando la pelea. No podía correr el riesgo de que no fueran los de su lado. —Michael, estoy dispuesto. Michael se había girado como si estuviera a punto de saltar detrás de los vampiros que habían logrado superarlo, pero se detuvo al oír el sonido de la voz de Frederik. Avanzó hacia él, preparado, balanceando su espada una vez más. —No más de esto. Frederik no podía estar más de acuerdo. Al menos, ahora, no habría distracciones. Pero entonces la voz de Jo se levantó por encima de todo. —¡Abrid las puertas! ¡Abrid las puertas! Los ojos de Frederik se ampliaron. ¿Qué demonios estaba él…? Una gran fuerza, igual a la carga de un caballo, lo golpeó, tirándolo de sus pies. Aterrizó de espaldas y miró hacia arriba. Michael estaba encima de él, espada en mano, la punta de la hoja de fuego insoportablemente cerca de su cuello. Podía sentir la descamación de la piel, el olor de su propia carne quemada. Frederik siseó hacia él. El ángel no necesitaba ser tan duro. La voz de Jo sonaba en sus oídos otra vez. —¡Abrid las puertas, maldita sea! ¡Abrid las puertas! El gemido de pesados cerrojos que se hacían a un lado crujía en la noche. Frederik lo miró. —Él verá mi cuerpo. Michael levantó la espada y Frederik tuvo al menos un poco de alivio del fuego que lamía su piel. —No hay tiempo para que nos movamos de nuevo. —Entonces, date prisa. No deseo que me vea muerto y sin cabeza. Las alas de Michael se extendieron mientras sus manos apretaban el mango de la espada de Jo, los músculos de los brazos apretados y repletos por la tensión de lo que estaba a punto de hacer. —Te veré en el limbo, te lo prometo. —La hoja silbó cuando cayó sobre su cuello. Durante un segundo fue como el aliento de un pájaro y el cuerpo de Frederik se calentó por el fuego de la espada. Entonces ya no hubo más que oscuridad y paz. Su paz no duró mucho. En cuestión de segundos, todo su cuerpo se iluminó con las llamas del Infierno. Todo estaba en llamas. Su carne, estómago, boca, lengua, ojos. Todo lo que existía en su mundo era el sonido de sus propios gritos. Las puertas se abrieron a paso de babosa, a pesar de los gritos de Jo para que los hombres se movieran más rápido y empujaran con más fuerza contra ellas. Entre la niebla creada por algunos de los vampiros, todos ellos estaban muertos o hecho añicos a través del patio, pero las puertas de madera seguían testarudamente duras, acabando con la paciencia de Jo mientras se abrían lentamente, muy lentamente. Más hombres se acercaron para ayudarlo, empujando las puertas todos juntos. Jo sintió un peso en su espalda, una extraña sensación. Supuso que era la fuerza de uno de los hombres que empujaban. A través de la grieta que se ampliaba, primero vio las piernas de Frederik. El miedo congeló sus entrañas mientras la esperanza aún parpadeaba en su interior. Esperaba poder salvarlo. Entonces vio a Michael de pie encima de su amante. Apretó a través de las puertas, su cuerpo torpe y pesado. — Michael, no… Se detuvo y exhaló todo el aire de sus pulmones antes de caer sobre sus rodillas y sus manos. Su espada estaba empalada en el suelo, la hoja cubierta de sangre producía rastros de vapor de agua que serpenteaban por el acero caliente. Lo más horrible de todo era la cabeza de Frederik separada de su cuerpo que estaba siendo sostenida suavemente de las mejillas por las grandes manos de Michael. Jo se dio cuenta de que el peso se encontraba todavía a su espalda. ¡Ahora sabía que lo que le pesaba y le hacía torpe eran sus alas! La primera vez que se las quitó, tuvo que aprender a caminar otra vez sin ellas. Sentía casi la misma torpeza, ahora que le habían sido devueltas, pesadas en su espalda. Continuó el inventario de su cuerpo. De hecho, también había un vacío notable entre sus piernas que resultó que no era un hechizo de la mente. Su transformación de mortal a ángel estaba completa. El día que se cortó las alas, quería castigarse a sí mismo, pero este era el verdadero castigo. Su amante asesinado y su pene cortado. No le importaba tener otra vez sus alas, su velocidad, fuerza y capacidad de curación. Se había acostumbrado a vivir sin ellos. Los devolvería otra vez y para siempre si eso significaba que podría volver el tiempo atrás por un minuto. Ahora era más rápido con sus pies, más fuerte con la puerta, pero era demasiado tarde. La noche se había vuelto silenciosa. Esos vampiros no había sido enviados de vuelta al Infierno por su espada, o incluso por MacNiel ni uno de sus hombres, habían vuelto por la decapitación de Frederik a manos de su espada. La cara de Michael estaba retorcida de dolor cuando sus ojos se posaron en Jo. Puso la cabeza abajo al lado del cuerpo con un tierno cuidado. ¡Como si a Frederik le importara con qué delicadeza fuera tratado su cadáver ahora que su alma estaba en el Infierno! —Jophiel, estoy profundamente… Jo dio un grito de batalla que puso a prueba sus pulmones mientras cargaba contra Michael. Abordó al otro ángel con todas sus fuerzas y cayó con él al suelo. Sus puños bajaron sobre él en una rápida sucesión. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, derecha, izquierda. Sobre la mandíbula, la nariz, mejillas y ojos, pero sobre todo su nariz. ¡Quería romperle su cráneo! Sacárselo. Jo no sintió dolor en los nudillos. Más satisfactorio aún, la piel de la perfecta cara de Michael estaba abierta y sangrando bajo los abusos. Sin embargo, eso sólo era porque Jo tenía su antigua fuerza una vez más. Le había sido devuelta por el asesinato de Frederik. Agarró la faja roja de Michael y tiró de él hasta que sus narices casi se tocaron, su visión del ángel más difusa a medida que la lluvia crepitaba hacia abajo de su rostro. —Te mataré — gruñó—. Entonces te seguiré al Cielo para volver a hacerlo una y otra vez. —Con eso no lo traerás de vuelta —dijo Michael con voz áspera a través de la sangre en su boca y labios. Escupió un diente. Jophiel quería darle un puñetazo al resto de ellos antes de que volviera a crecerle, ya que las contusiones y fracturas en la cara de Michael, ya estaban sanando. Eso lo enfureció aún más. Un grito sonó detrás de él. Jo giró lejos, pensando con pánico que no todos los vampiros habían sido vencidos. En cambio, vio como Amelia, la única sangre que quedaba de Frederik, caía de rodillas ante el cuerpo de su hermano, y sus manos temblorosas llegaron hasta él antes de que ella pusiera su cara sobre su pecho y comenzara a llorar abiertamente. Era el llanto desconsolado de una criatura sin corazón de quien nadie podría dudar que amara a su hermano. Ni siquiera los ángeles que despreciaban a los vampiros. Confiaba en que ellos estuvieran viéndolo. Rogaba porque vieran el dolor que habían causado. MacNiel se arrodilló detrás de ella, las grandes manos de oso en sus pequeños hombros mientras ella gemía. Aquellos de sus guerreros que aún estaban con vida habían ido a cuidar a sus muertos o estaban demasiado heridos para prestarle mucha atención a una mujer que lloraba. Jo no podía mirarla, no después de que tontamente le dio la espada a Michael. Sin embargo, no tenía nada más que mirar a excepción del ángel. Michael bajo él estaba en calma, incluso su aliento, como si no acabara de recibir una paliza sin ni siquiera defenderse. Jo quería acabar con él. Quería tomar su cabeza por haberse atrevido a tomar la de Frederik. Quería vencer al ángel con los puños y hacer que se defendiera. Pero Michael estaba en lo cierto. Tales acciones no traerían de vuelta de Frederik de donde había ido. —Ya no eres mi hermano —dijo Jo. Apartó la cabeza de Michael, lo que hizo que se golpeara contra la dura tierra antes de que se levantara y se alejara de él. Amelia no parecía estar dispuesta a liberar el cuerpo de su hermano. Jo dudaba de que pudiera consolarse aferrando la mano de Frederik, mientras lloraba tan fuerte sobre él. Sin embargo no lamentaba apartarse. No podía soportar la idea de estar en cualquier lugar cerca de Frederik, mientras que su cabeza no estaba en sus hombros. Se secó la humedad de sus mejillas. Sólo entonces se dio cuenta de que no estaba lloviendo, y apretó los puños contra sus ojos para evitar que cayeran más lágrimas. Su pecho le dolía y palpitaba. No podía seguir allí. Jo extendió sus alas. Abriéndolas perfectamente como si nunca las hubiera perdido, batiéndolas flexiblemente como antes. Pero ya nunca volvería a disfrutar de ellas. Dio un salto hacia el cielo, dejando que el viento lo atrapara mientras volaba hacia arriba y arriba y arriba. Los músculos fuertes debajo de las plumas se lo llevaban como si fuera ingrávido. Michael vio la forma de Jophiel desaparecer sin encontrar satisfacción en ello. Sin la alegría de ver a su hermano volando después de los años pasados en la tierra como un pájaro paralizado. Se puso de pie, se limpió la sangre de los labios en el brazo, y la escupió de su boca. MacNiel estaba delante de él antes de que pudiera dar un paso. —¿Qué pasó? —preguntó con esa voz gruesa suya—. ¿Por qué ha muerto? El escocés no parecía contento mientras señalaba hacia el cuerpo de su esposa que continuaba llorando y se lamentaba sobre él. De hecho, MacNiel sabía cómo había muerto. Era obvio para el humano que Michael había cometido el crimen, pero estaba confundido acerca de la razón de ello. Michael había anticipado esto. MacNiel amaba a su mujer, las acciones de Michael en contra de su hermano habían sido las responsables de su angustia, y MacNiel tenía la intención de poner remedio a eso. Pero no había una explicación rápida que pudiera darles a cualquiera de ellos y que lo entendieran. Michael aún tenía una misión. Caminó alrededor del irritado escocés, se apoderó de la espada de Jo, la sacó de la tierra y la envainó, apagando así las llamas, y luego se trasladó hacia las puertas de madera de la torre del homenaje. MacNiel gritó detrás de él. —¡Condenado, te he hecho una pregunta! —No respondo ante los mortales —dijo Michael. Ante el sonido de la voz disgustada de su amo, varios de los guerreros aún capaces de luchar se pusieron en su camino con las espadas en ristre, aunque ninguno se mostraba confiado delante de él. Michael extendió sus alas y las batió, una ráfaga de viento salió de ellas, golpeando a los hombres de sus pies. Ninguno de ellos fue herido, pero todos sabían que era mejor no levantarse y desafiarlo de nuevo mientras el ángel pasaba entre ellos tranquilamente. Un hombre hizo la señal de la cruz sobre sí mismo cuando Michael pasó. Era vagamente consciente de MacNiel tratando de consolar a su esposa mientras cruzaba el pequeño patio. Las puertas de la torre del homenaje se abrieron para él, sin ni siquiera un toque de su mano. Las mujeres y los más pequeños en el interior que se habían encogido, acurrucados juntos para protegerse, se congelaron suspirando ante su vista. No les prestó atención. —¿Ya está? —una de las doncellas preguntó con valentía. —Sí —dijo mientras seguía de largo y se dirigía a la cocina. Empezaron a llorar, esta vez de alegría, mientras se abrazaban entre ellos y se echaban a reír. Michael instintivamente supo qué camino tomar, y, de nuevo, la pesada puerta de roble se abrió para él sin tener que tocar con su mano el mango de hierro. Zadkiel se encontraba todavía encadenado, sin embargo, las ampollas en su piel había desaparecido, dejando la carne suave y radiante de un ángel. Los pequeños cuernos que sobresalían de su cráneo se habían desvanecido. Sus alas eran una vez más blancas y hermosas, en lugar de delgadas, negras, y decrépitas. Sin duda, los colmillos se habían ido también. Cuando Michael entró, Zad se levantó rápidamente y le presentó sus manos. Antes no había sido capaz de romperlas, pero ahora si podría, aunque se había quedado donde estaba, esperando. Michael agarró el mango de la espada con la que había matado al amante de Jo. Los ojos de Zadkiel se abrieron. —¿Vas a matarme? Michael negó. —Esas no son mis órdenes. El pecho de Zadkiel bajó con una exhalación de alivio. — ¿Entonces, vamos a volver a casa? —Yo voy a volver. Tú no. Zadkiel se tensó, sus ojos como los de un gamo asustado. —Yo, pero había pensado… A Michael se le había agotado la paciencia, pero se sentía demasiado débil, demasiado descorazonado por los recientes acontecimientos y acciones como para expresar otra cosa que no fuera decepción. —Blandiste tu espalda contra nuestros hermanos, nuestras leyes. Vendiste tu alma. —Lo hice para salvar a Jo —dijo Zadkiel. Su postura ya no era tranquila y respetuosa, estaba devastado y asustado. —Has desobedecido a nuestro Creador. Zadkiel se estremeció al oír eso. —He rogado por mi perdón. Sin duda, me entenderá. —Sin duda —coincidió Michael—. Pero tú no eres un hombre. No te va a perdonar simplemente porque se lo hayas pedido. Zadkiel se dio cuenta de cuál sería su castigo, y se tambaleó hacia atrás. La parte posterior de sus rodillas estaba atrapada en el pozo, y cayó hacia atrás de culo. Salió a toda prisa y trató de alejarse de Michael y de su espada hasta que su armadura chocó contra el muro de piedra. Sacudió la cabeza con furia. —Michael, no. Michael desenvainó la espada. El fuego había limpiado la sangre, pero aún se sentía pesada en su mano. —Considérate afortunado. Cuando seas mortal, tus oraciones serán escuchadas y serás perdonado. —¡No quiero ser mortal! —Las alas de Zadkiel se estremecieron. Las cruzó con fuerza detrás de la espalda, como escondiéndolas de la espada ardiente de Michael. Michael sacudió la espada mientras se acercaba. —No tienes otra opción. Jo apareció en la nube donde una vez había vivido, por primera vez en cinco largos años. Era el lugar natural para él. Cuando los ángeles regresaban al Cielo de sus deberes terrenales, se sentían atraídos instintivamente hacia sus nubes, sus espacios personales de soledad después de una labor difícil. Los ángeles no usaban muchas cosas decorativas como los mortales. Los suelos eran más suaves que cualquier alfombra, el paisaje azul más hermoso y lleno de color que cualquier campo verde. El aire estaba siempre fresco, y su cama, que era parte de su nube y hecho de la misma materia de luz, le ofrecía más comodidad de lo que jamás podría requerir. A pesar de que sabía que nada había cambiado, todo parecía diferente a sus ojos. Su nube era más pequeña de lo que recordaba. No era tan brillante, y el aire no era tan vigorizante. Se sentía frío y vacío, y no deseado. Con una orden silenciosa, le ordenó a las paredes que se abrieran para él. Al instante, lo hicieron, extendió sus alas y saltó fuera de su casa. Voló hacia el horizonte brillante, donde el sol siempre brilla, al palacio de oro donde vivía su Creador y donde el Consejo adoptaba sus decisiones, siempre moviéndose hacia él, siempre hacia la luz. Él era el motivo por el que demonios, fantasmas y vampiros tenían más poder durante la noche. La tierra giraba alrededor del sol y no todo podía ser bañado por la luz sagrada del mismo durante su rotación completa. Sólo había un vampiro por el que estaba preocupado en ese momento, y, sintiendo el calor del sol y los ojos de su Creador en él, mientras volaba cada vez más cerca, no podía dejar de pensar en él, no podía dejar su preocupación sobre el lugar donde Frederik podría estar. «En el Infierno no. Por favor, allí no.» Él había asumido que Frederik había sido enviado al Infierno una vez que vio el cuerpo y su cabeza en las manos de Michael, pero mantenía la esperanza de hacerlo regresar mientras se acercaba al palacio sagrado. Se aferró a ella como un niño a un juguete amado, no estando dispuesto a renunciar. No importaba lo que Frederik hubiera hecho, no importa lo que era, su alma, mitad o no, era buena. Había ofrecido su ayuda a MacNiel después de descubrir la amenaza de los vampiros que se aproximaban. Se hizo cargo de Jo cuando cayó herido a la Tierra. Era capaz de amar y ser amado y no merecía ser arrojado al Infierno como un demonio insensible. Jo inclinó su cuerpo para que sus pies aterrizaran suavemente en el balcón de mármol reluciente. Los santos y los ángeles dejaron de hablar, levantaron sus ojos de sus pergaminos y dejaron sus otras tareas para mirarlo. No les prestó ninguna atención mientras salía del balcón y entraba en el palacio a través del arco de oro. Zadkiel le había dicho aquellas palabras crueles cuando hablaron. Jo puso el pensamiento a distancia. Sólo había un lugar en el que deseaba estar. Como Michael no estaba aquí para detenerlo, era libre para empujar las altas, pulidas y brillantes puertas de plata con pestillos de oro y asaltar la cámara del Consejo. —¿Dónde está? Jo nunca había estado en esa sala. Había visto el interior una vez, cuando todavía era un soldado, hacía mucho tiempo, en una ocasión en que Michael entró en la habitación para hablar con las entidades que habitaban allí. Había visto luces brillantes alrededor de una alta fuente que estaba situada en el medio de la amplia habitación, en la que la luz capturaba el agua y reflejaba muchos colores brillantes. Nada había cambiado. Las puertas cerradas, observó Jo, eran tan brillantes como antes. Las paredes blancas acogían las luces y capturaban el brillo de sus ojos, cegándolo parcialmente, por lo que no veía nada excepto lo que tenía delante de ellos. No había ángeles o santos aquí. Al menos no sus cuerpos físicos, y con una leve descarga eléctrica, Jo se dio cuenta de que la docena de luces que se cernían alrededor de la fuente eran… «Espíritus». No había sillas para sentarse. Los espíritus no poseían cuerpos físicos para hablar. Brillaban con todo el poder y el brillo de una llama de color blanco puro. La necesidad de arrodillarse delante de ellos era grande, pero cerró sus piernas. —Jophiel, hemos estado esperando tu visita. Él parpadeó. —¿Me esperabais? A pesar de que no tenían cuerpos, y por lo tanto no tenían cabeza, el más alto de ellos pareció inclinarse en lo que podría haber sido un gesto de estar de acuerdo. Las intenciones no podían ser fácilmente vistas, pero ¿dónde más podría ir a Jo después de lo ocurrido? No pudo identificar al hablante. La voz parecía venir de su alrededor. Sonaba cerca y lejos al mismo tiempo, fuerte, sin embargo, con el tenor de alguien que hablaba en su nivel de confort. De hecho, el tono de voz no era ni masculino ni femenino. Por un momento, temió haber irrumpido en la cámara del Creador para exigir respuestas, pero luego sacó el pensamiento de su cabeza. Independientemente de si Michael hubiera estado allí para detenerlo, nunca habría sido capaz de entrar sin permiso y sin previo aviso, si ésta hubiera sido la habitación de su Padre. Jo encontró sus modales. Había esperado una fría indiferencia a sus preguntas, pero esta reacción fue sorprendente. Le recordó quién era y dónde estaba. Hizo una profunda reverencia ante ellos antes de ponerse derecho. —Pido disculpas por mi intromisión, pero mis razones para venir son de suma importancia. Se quedaron en silencio, y se le ocurrió que estaban esperando que justificara dichos motivos, a pesar de que probablemente ya lo sabían. —Lord Frederik Jasper Grimm fue asesinado en la Tierra. —Lo sabemos —dijo la voz en ese tono tranquilo, extraño. Jo no pretendió comprenderlo. —Entonces, ¿por qué? Las puertas detrás de él se abrieron una vez más con un bostezo ruidoso. Jo se giró, y allí estaba Michael, bien arreglado y fresco, como si Jo no lo hubiera atacado hacía menos de una hora. Su armadura brillaba impecablemente en la luz santa de los espíritus. Jo quiso abollársela y ensuciársela de nuevo. —Jophiel… —No tengo nada que decirte a ti. —Jo le dio la espalda a su antiguo amigo y una vez más se puso frente al Consejo—. Sólo pido saber dónde está. ¿Se encuentra bien? ¿Puedo hablar con él? —No, no puedes. Su corazón se apretó, y luego comenzó a golpear violentamente, como si fuera un herrero golpeando una y otra vez con su pesado martillo. Les preguntó, aunque sabía la respuesta. —¿Por qué no? La voz odiosa que respondió fue la de Michael. —Está en un lugar donde no puedes llegar a él, Jophiel. Jo apretó los puños. Había orado, pero se equivocó. Había pedido que no fuera así. Si Frederik hubiera sido enviado al limbo, su sufrimiento sólo habría sido el aburrimiento hasta que pudiera renacer en la Tierra. Pero, en el Infierno, el tiempo sería una eternidad, y su estancia sería menos que agradable. —¿Por qué? —La voz de Jo se quebró a pesar de sus mejores esfuerzos. —Sus acciones son respuesta suficiente. —La voz asexuada habló en esta ocasión—. Su sentencia es justa. Jo lanzó un suspiro desmoronándose. Se obligó a eliminar rápidamente cualquier emoción de sus ojos con la palma de su mano para no mostrarles ninguna emoción a estos seres que, obviamente, no tenían ninguna. —¿Y Zad? —Jo exigió—. ¿Cuál será su castigo por su participación en este... este...? —No tenía palabras amables para darles a los espíritus, y no se atrevió a llamarlo hijo de puta otra vez. —Si a él se le permite regresar a su antiguo puesto, entonces yo no volveré al mío. El color de los espíritus cambio de blanco puro a un rojo impaciente. —¿Regresarías a la Tierra? Jo asintió. —Lo haría. —¿Abandonarías tus obligaciones una vez más? —Sí. —Jo. —Michael puso su mano sobre el hombro de Jo, pero la retiró de nuevo cuando este lo miró. Lo habría golpeado una vez más si no hubiera estado en tan alta compañía. Michael suspiró. —Jophiel, cuando las alas de Zadkiel volvieron a su estado normal después de que tomé la cabeza de Grimm... «No lo ataques. No lo ataques.» »Fui a verle después de que te fueras. Le corté las alas. La necesidad de atacarlo desapareció. —¿Le quitaste sus alas? Michael asintió. —Sí. Jo se había quitado sus propias alas, había optado por quedarse en la Tierra ese día hacía mucho tiempo. Pero que las alas fueran arrancadas por la fuerza, se consideraba un castigo peor que cualquier tipo de muerte. Jo ya no lo veía como tal, después haber vivido en la Tierra durante cinco años. Sabía que no era todo felicidad, pero solamente vivir un poco cada día ya lo era, valía la pena. Zadkiel y Michael, sin embargo, pensaban de manera diferente. Probablemente Zadkiel estaría, en este momento, revolcándose en la miseria. Y Michael lo había puesto allí. No, sólo el Consejo Espiritual podría haberle dado a Michael esa orden. Jo les hizo una profunda reverencia, juntando sus manos en frente de sí mismo. —Perdonadme, Consejo. Su color volvió a su estado puro y perlado. —Estás perdonado, hijo. Michael dio la vuelta para hacer frente a Jo y a los espíritus en la cámara de oro. —Consejo, se ha cometido otra injusticia. Le prometí a Grimm que si tomaba su cabeza, no sólo desaparecerían las pesadillas que Zadkiel había traído sobre Jophiel y él, sino que sería enviado al limbo. Un regalo por aceptar voluntariamente su muerte. Jo silbó en un soplo. Debería haberlo sabido. No había ninguna criatura que fuera de buena gana alguna vez al Infierno. Frederik había sido engañado, haciéndole ver que la situación era mucho mejor. Se sintió herido, como si uno de esos demonios traviesos lo hubiera acuchillado, especialmente con su siguiente descubrimiento. Cuando estuvieron en la cama, Frederik no se limitó simplemente a decirle adiós porque irían por caminos separados. Estaba despidiéndose porque sabía que la muerte estaba sobre él. La necesidad de atacar era fuerte una vez más. —No estabas en libertad de ofrecer tales promesas, Michael. Jo lo sabía, tenía que haber advertido a Frederik. Nunca debió permitir que lo enviaran dentro de la torre del homenaje, como una doncella indefensa, mientras Frederik iba hacia su muerte. —No. —Michael negó, y luego se volvió hacia Jo—. No tenía la intención de engañarlo. Le hice la promesa antes de que descubriéramos los términos del acuerdo de Zad. —Poco importa. —contestó Jo. Frederik se había dejado matar y ser enviado al Infierno para salvar a todo el mundo en la torre MacNiel. Los espíritus volvieron a hablar. —Está más allá de nuestras fuerzas sacarlo de su prisión. —¿Pero no podéis…? —No —dijo la voz—. No podemos. Las leyes hablan por él. Es un demonio con la mitad de un alma. Permanecerá en el Infierno como castigo. —Zad sacó los demonios del Infierno —dijo Jo—. No se puede… —Zadkiel hizo un pacto con Lucifer. Ese pacto se ha cumplido. Nosotros no podemos interferir. —¡No! —Jo gritó. Tendió la mano, arrebató la espada de la cadera de Michael y desenvainó antes de que el otro ángel pudiera reaccionar. Estalló en llamas en su mano, y, de repente, pareció como si esas esferas brillantes alrededor de la fuente se hubieran quedado mirándolo en estado de shock, y alarmados, los colores se reflejaran en el brillo de color naranja del arma de Jo. La cara de Michael dolía, mendigándole a Jo que no hiciera nada más de lo que ya había hecho. —No voy a cruzarme de brazos y permitir que esto suceda —dijo Jo—. Aunque tenga que ir yo mismo al Infierno, no va a pasar un momento más allí. —No puedes dejar el Cielo sin permiso divino —dijo la voz, todavía en ese tono amable, llena de una paciencia y amor que Jo estaba empezando a despreciar. ¿Dónde estaba la paciencia y el amor en medio de su sufrimiento? ¿El sufrimiento de Frederik? —Está en lo correcto, amigo mío —dijo Michael, dando un paso hacia él y levantando la mano como si fuera a tomar la hoja. Jo se apartó de él. Michael detuvo su enfoque. —Todavía podemos persuadirlos. Podemos hablar con nuestro Creador. La esperanza no está perdida. —Ni un minuto más —Jo insistió. Michael se puso tenso, el lenguaje de su cuerpo ya no era amigable, era defensivo. —No voy a permitir que ataques al Consejo, Jophiel. Jo se echó a reír. —¿Crees que me refiero a…? No, dije que yo iría al Infierno, y eso es lo que quiero hacer. —No sin permiso divino, niño —dijeron los espíritus de nuevo. —A menos que venda algo precioso —dijo Jo. Vendería lo único que le permitiría ir a los Infiernos, a la Tierra, a cualquier lugar que deseara en caso de que la negociación no fuera lo suficientemente bien. Las formas brillantes se tensaron, su luz tenue, como si los espíritus hubieran palideciendo en estado de shock y desesperación. Michael se congeló. Su shock rápidamente fue remplazado por una furia total. —Jo, no, no venderás tu alma. ¡Lo prohíbo! —No puedes prohibirme nada. Es mi alma. Puedo hacer lo que quiera con ella. Estoy seguro de que Lucifer prefiere el alma de un ángel sobre la de un simple vampiro. Sobre todo ahora que Zadkiel se ha deslizado de entre sus dedos. —No vas a vender tu alma —dijeron las voces fantasmales al unísono. Esta vez, había irritación e ira dentro del sonido de sus palabras—. Es demasiado valiosa para ti. —Jophiel. —Michael sacudió sus extremidades—. No amenaces con eso. Jo tomó una respiración, preparándose. —No es una amenaza. Lo haré. Si aquí nadie me va a dar permiso, si mi propio Padre se niega a ofrecerme su ayuda, voy a recuperarlo de cualquier otra manera. Frederik realmente no se había equivocado al adivinar la tortura de los vampiros que estaban en el Infierno. Era cierto, algunos vampiros se morían de inanición por falta de sangre, mientras que otros se ahogaban en ella. Su tortura no era quemarse para siempre en las llamas de su nueva prisión. No. Esa parte no era más que su iniciación, como el demonio encima de él le había dicho una vez que lo había apartado de la quema. No sabía cuántos demonios lo estaban custodiando. Cuando el fuego cesó por fin, poco quedaba de su piel, y estaba ciego. Sus ojos se habían desvanecido por completo. Su piel y ojos habían vuelto con el tiempo, dolorosamente, poco a poco, durante lo que le parecieron días. Pero los vapores ardientes que ennegrecieron y dejaron colgando sus huesos frágiles habían desaparecido, y se renovaba como si fuera una serpiente, sólo que estaba seguro de que era mucho más doloroso. Cuando despertó de esa pesadilla, sus manos, cara, y torso, estaban tal como habían sido antes. Incluso su ropa, que se había quemado totalmente, dejándolo desnudo, estaba sobre él, como si el fuego nunca hubiera aparecido. Había pensado que no podían hacerle nada peor que el fuego, pero luego... un nuevo suplicio había llegado. Había imaginado que su tortura sería el hambre de sangre para siempre, siempre vivo y sin embargo sin ser capaz de beber jamás. Pero su tortura sería ahogarse en sangre durante toda la eternidad. Después de varios días sin aliento en un espacio cerrado inundado de sangre, no había duda de que esa tortura era la peor. Este castigo había sido elegido para él porque había matado y bebido mucho antes de morir. Estaba seguro de ello. Su castigo era irónico, y el Infierno y los responsables del mismo eran conocidos por su sentido del humor. Le dieron ganas de reír. Pero luego se cayó de la estalactita a la que estaba pegado, y volvió a caer en el charco de sangre. Se hundió hasta la cabeza, y, por un momento terrible, no pudo respirar ni pensar. Dio una patada con sus piernas, entumecidas por el frío, y no se permitió ni siquiera el privilegio de ahogarse en la sangre caliente, tanto más terrible cuando se convirtió en sed para beber, pero finalmente su cabeza estaba de nuevo en la bolsa de aire ubicada en el techo de la cueva donde estaba atrapado. Tosió la sangre de su boca y se quedó sin aliento, aferrado a la roca con los dedos blancos. La piscina por debajo de él era tan profunda que no podía sentir la parte inferior. Hubo una vez, que incluso nadó hasta tratar de encontrarla, pero había vuelto con las manos vacías. Había tratado de encontrar una salida, muchas, muchas veces. Sólo había encontrado otros focos de aire, algunos apenas lo suficientemente grandes como para que pudiera respirar antes verse visto obligado a hundirse en la sangre. Su posición actual duraría lo suficiente. Había espacio suficiente para toda la cabeza, el cuello, y hasta un poco de sus hombros. Se quedaría ahí hasta que se viera obligado a nadar. Los peores momentos eran cuando veía un cadáver flotando atrapado en el techo desigual. A pesar de la negrura de la sangre a su alrededor, y el rojo en la ropa del cuerpo, siempre reconocía los cadáveres. Los habitantes del pueblo que había asesinado. Sabía perfectamente que no eran los aldeanos de verdad, pero las ilusiones creadas para poner a prueba su cordura, eran pruebas difíciles de pasar. Otro cadáver flotó hacia él, ahora con una velocidad que no debería ser posible, dada la debilidad de la corriente y el techo puntiagudo que lo dificultaba. Cerró los ojos y apretó la cara a la roca cuando se aproximaba. No quería ver a otro esqueleto mirándolo acusadoramente. No quería sentir la presión de los dedos largos y puntiagudos que lo agarraban y lo empujaban a la piscina negra, tirando y tirando hasta hundirlo. La sangre comenzó a sentirse. No tanto como una onda en movimiento a su alrededor o el eco de un goteo lejano, sólo oía el sonido de su respiración apretada contra la piedra caliza de la cueva. Pasaron los minutos. Tomó la oportunidad de mirar, de abrir los ojos, para ver si alguien estaba mirándolo. Un rostro casi sin piel y sin labios, dejando al descubierto unos dientes grandes, y sus cuencas que aún contenían los ojos muy abiertos, enojados, y la carne suficiente como para formar una nariz torcida, lo miraba fijamente, a centímetros de su cara. Frederik contuvo la respiración. Los segundos pasaron sin movimiento. ¿Tal vez esto era realmente un cadáver? Huesudas manos se abalanzaron y lo agarraron por la chaqueta. Frederik rugió y luchó por liberarse, pero ahí se dio cuenta que había sido un error colgarse de la piedra puntiaguda. Fue sacado con la misma facilidad que lo había sido otras incontables veces. «Quédate quieto. Deja que te lleve. Te liberará tarde o temprano», pensó. Pero había tomado la sangre en sus pulmones y sintió el pánico de los condenados. La necesidad de aire era demasiado fuerte, así que obligó a sus miembros a moverse, a luchar, a pesar de que, inevitablemente, prolongaba su sufrimiento. Los dedos delgados y descarnados se apoderaron de él por debajo de la sangre. Su ropa, piernas, brazos y cuello. Los dientes lo mordieron duramente en todos los lugares donde la sangre de un hombre normal fluía mejor, parodiando las veces que se había alimentado. Sus pulmones le ardían y se ampliaban en su pecho, pidiendo aire. Se mordió los labios para evitar la inhalación de más sangre a sus pulmones, sin embargo, esta corría por su nariz. No lo liberaban. Lo retenían más de lo habitual. Realmente tenían la intención de ahogarlo. Ya estaba muerto y en el Infierno. ¿Qué pasaría si lo mataban otra vez? El pánico golpeó a través de él, y renovó su lucha, propinando patadas y puñetazos. El espesor de la sangre hacía sus golpes lentos, cerca de lo inútil. Alcanzó sus manos para asir uno de los huesos unidos a él. Agarrando con fuerza, lo dobló hasta que se rompió. El cadáver lo soltó y se alejó nadando a la velocidad de un pez. Estiró la mano para hacerlo de nuevo, pero todos ellos renunciaron a su control, temerosos de que también les rompiera los huesos. Por último, libre de las cadenas óseas, Frederik comenzó a empujarse hacia donde creía que lo esperaba el aire. Llegó a la superficie de la piscina de sangre, deseoso de liberar su rostro de la sangre y empujando hacia arriba con tanta fuerza que la parte superior de su cabeza golpeó contra el techo de piedra. Una sola estrella blanca destelló en sus ojos. Una ola de vértigo se apoderó de él, lo consumió, y, a pesar de que apenas había dado un aliento que solo podría llenar los pulmones de un ave pequeña, casi no le importó que su cuerpo laxo se hundiera en la sangre, donde más manos se apoderaron de él para acariciarlo y torturarlo. «Acuérdate de las normas. No mires hacia atrás. Si miras atrás, lo perderás para toda la eternidad.» Primero tenía que encontrar a Frederik. Tomó otra piedra ámbar de su bolsa y la dejó caer al suelo oscuro, con un ruido cristalino. El Infierno no era una fosa a cielo abierto incendiaria y de cámaras brillantes lleno de cadenas y de los gritos de los muertos. Era un laberinto oscuro y pequeño, con apenas espacio suficiente para que se enderezara en toda su altura, y el aire, era incluso menos. El poco que había era caluroso y polvoriento, aplastando sus pulmones y dificultando su progreso a través del laberinto. Estaba obligado a caminar constantemente con la cabeza baja, y si no hubiera sido por la espada que ardía en su mano, tendría que confiar en el tacto para encontrar su camino. Y se alegraba de poder hacerlo sin tocar las cosas de aquí abajo. Las paredes de piedra estaban mojadas con sangre fresca y otras cosas. Incluso con el fuego sagrado que llevaba, continuó tropezando en el suelo irregular y en ocasiones golpeando con su cabeza los filos de las rocas por encima de él. Era golpes dolorosos y que lo herían, y tenía sangre en su pelo y en la frente. Por lo menos era capaz de ver las piedras cuando caían y así apartarse. El Infierno no se daría por vencido tan fácilmente. Robar un alma era casi inaudito. Sin embargo, había sido la solución que le ofrecieron para evitar que vendiera su propia alma. Jo mantuvo alerta los oídos. Estaba cada vez más cerca. Lo sabía, lo sentía. Los gritos ahogados le decían que estaba cerca de las cámaras de los presos. No había puertas o barras en las jaulas para que pudiera ver a través de ellas. Pero cada vez que daba un paso más allá de sala de tortura de un alma, una parte de la áspera roca sólida de color rojo y piedra gris se transformaba en una superficie lisa y transparente que era más clara que cualquier ventana de cristal. Vio a hombres y mujeres siendo violadas por los demonios, siendo comidos vivos, con los órganos sexuales y otras partes del cuerpo arrancados y su carne desprendida. Oró porque no estuvieran infligiendo esos horrores a Frederik. Lo más horrible de todo, era cuando las miserables almas se fijaban en él, y veían su espada y alas expuestas en los túneles estrechos, y se tenía que obligar a caminar, mientras estas clamaban por su ayuda, pensando que era su salvador. Pero cuando los miraba veía vívidamente las imágenes de sus pecados en su mente, como si estuviera reviviendo sus recuerdos de las cosas terribles que habían hecho, y no sintió remordimientos cuando los dejó atrás. Sentía más ganas de correr por su vida que de ayudarlos, y cuando los guardianes demoníacos, inevitablemente, también lo veían, lo perseguían. En una ocasión, un demonio se negó a renunciar a perseguirlo, obligándolo a detenerse y luchar contra él hasta la muerte. Los demonios no eran amables anfitriones con los intrusos, especialmente con los ángeles. Estar en este lugar hizo que Jo se alegrara de no haber vendido su alma para llegar aquí. Aunque lo habría hecho sin pestañear si el Consejo se hubiera negado a ayudarlo. Su amenaza había funcionado, y los espíritus resplandecientes le concedieron el permiso que necesitaba para dejar el Cielo, y tiraron de las cuerdas y le susurraron al oído derecho para abrir un pequeño portal a ese pozo húmedo. La única regla era que, una vez que obtuviera su premio, no podía mirar hacia atrás. No entendía esa regla, pero tampoco la pondría en duda. Al pasar junto a otra sala las paredes se abrieron, y miró hacia el interior muy rápidamente antes de seguir adelante. No podía permitirse otra batalla con los guardianes demonios. Su cuerpo estaba debilitándose, y los arcos de sus alas estaban sangrando, ya que se raspaban continuamente contra la parte superior del túnel. Pronto, no tendría fuerzas para rescatar a Frederik en absoluto, y mucho menos liberarlos a los dos de este lugar. Pasó el pozo rápidamente. El alma triste en esta prisión no era Frederik. Era un hombre viejo con ropas brillantes, con anillos de piedras preciosas y una corona de oro sobre su cabeza. Estaba sentado encadenado al suelo, muerto de hambre, mientras un banquete de alimentos estaba fuera de su alcance en una larga mesa. Dos demonios estaban sentados a la mesa, comiendo con calma y cortesía, como si estuvieran teniendo una pequeña fiesta. De vez en cuando se limpiaban sus labios con las servilletas para quitarse las migas de pan, y conversaban a través de sus mandíbulas largas y negras en un idioma que Jo no entendía. Pasó a otra sala, constituida de una manera similar. Más demonios torturaban otra alma que colgaba por los pies desde el techo. Y así fue pasando sucesivamente durante lo que le parecieron horas. Se le estaban agotando las piedras de ámbar. Entonces sintió un ruido sordo a sus pies. O más bien, se sentía bajo sus pies. Detuvo su paso lento, temeroso de que un demonio se dispusiera a romper el suelo debajo de él, y sin embargo, no oyó nada más. Aunque, su cuerpo instintivamente se preparó para luchar. Sus miembros se quedaron flexibles y ágiles en caso de que necesitara actuar con rapidez, su respiración lenta para oír mejor. Si algo no deseado conseguía escapar y atacarlo, estaría listo para ello. Pero nada salió, y todo permaneció en silencio. Sin embargo, había algo ahí abajo. Había visto cámaras de tortura a derecha e izquierda mientras iba a través de este laberinto. ¿Podría haber también cámaras por encima y debajo de él? Dio dos pasos tentativos más hacia delante, y, cuando lo hizo, el suelo se abrió bajo sus sandalias, dejando al descubierto un charco de líquido negro debajo de él. Incluso a través de la roca, por el olor que surgió a su alrededor, supo que era de sangre humana. Curioso, no había visto otra cámara como esa. A pesar de que la curiosidad no era una razón para retrasar su búsqueda, no pudo convencer a sus pies para que se movieran. Todo su cuerpo quería lanzarse hacia abajo, y cayó sobre una rodilla para tener una mejor vista, cediendo a la obligación de quedarse, observar, esperar y estar seguro de que quien fuera que se encontraba en esa prisión no fuera su amante. Una imagen sangrienta flotaba desde las profundidades, a las pequeñas manos y piernas le faltaban trozos grandes de carne. Tendido, el cuerpo flotaba boca arriba, pero con una parte del rostro oculto, dejando al descubierto el hueso suave y blanco con gotitas rojas. El pelo suelto era de color amarillo, fibroso y desigual en los lugares donde antes había estado la carne del cráneo destrozado. Un cadáver. Lo que había sido una vez un niño. Una niña pequeña. «No es una niña real» se decía. Esta niña muerta tendría tal vez seis años de edad si fuera real, y ningún niño de esa edad podía haber hecho nada que pudiera justificar una sentencia al Infierno. Más órganos aparecieron, algunos mayores, otros menores, todas las prendas que llevaban estaban rotas, lo que los identificaban como campesinos, y, cuando ellos aparecieron, supo que eran tan falsos como la niña. Tal vez esa era la intención para así torturar a la víctima de esta cámara en particular. Había tantos. Jo contuvo el aliento cuando el propósito de esta cámara y el castigo infligido lo golpeó. Estos eran los habitantes del pueblo. La gente por la que Frederik había sido engañado para que la matara. Esta era la cámara de Frederik. Su castigo eterno. Qué ironía lanzar a un vampiro a un profundo pozo de sangre con la gente que había matado. Apenas ese pensamiento pasó por su mente, Frederik emergió. Incluso a través del negro y rojo de la sangre que le manchaba la ropa y el cabello, Jo sabía que era él. La forma de su cuerpo era algo que nunca podría olvidar, incluso con la sangre que manchaba su pelo y su ropa. Estaba boca abajo e inmóvil. Jo pasó las manos a lo largo de la piedra clara, en busca de una entrada antes de que empezara a golpearla con los puños. — ¡Frederik! Frederik no respondió, y Jo sólo logró herir sus nudillos. A pesar de que podía ver a través de ella, aun había piedra bajo sus manos y rodillas. —¡Frederik! ¡Grimm! ¡Despierta! —Jo levantó la espada y llevó la punta de la hoja hacia abajo con fuerza una y otra vez, el fuego sagrado arrancaba trozos del suelo que estaba sobre la cámara. Estaba haciendo ruido, un ruido que hacía eco a través de los túneles. Lo sabía, sabía que los demonios lo habrían escuchado y vendrían corriendo a inspeccionar, pero no podía parar. Se ocuparía de ellos cuando llegaran. Su espada desgarró la roca, haciendo grietas en la superficie como de cristal. Su amante no se movía ni siquiera cuando Jo le gritaba. Cansado y con su cuerpo dolorido y protestando por sus movimientos, levantó la hoja sobre su cabeza una vez más y la dejó caer con un rugido. La espada atravesó la roca, atravesando a uno de los cadáveres esqueléticos a través del pecho, el fuego de su misma silbó cuando se encontró con la sangre húmeda. Jo trató de liberar la hoja para continuar el astillado, pero en ese momento el suelo y las rocas se derrumbaron debajo de él. Gritó cuando casi perdió el equilibrio y cayó en el charco de sangre donde flotaban los cadáveres, pero se acercó y se agarró con la otra mano al borde todavía sólido, negándose a soltar su espada. La necesitaba para escapar. Reposicionándose y respirando con dificultad por la caída, utilizó su espada para agarrar a Frederik por la ropa y tirar de él hacia atrás. —Será mejor que te despiertes, Grimm —murmuró—. Vas a salir de aquí, pero tienes que despertarte. Cuando Frederik se acercó lo suficiente, Jo se agachó y lo agarró por la espalda de su chaqueta empapada, aplastando la sangre con sus dedos. Con un tirón resbaladizo, lo sacó de la piscina de sangre y lo derribó con un sonido húmedo y un golpetazo en la piedra sólida. Frederik no parpadeó ni abrió los ojos como Jo esperaba. No respiraba, pero tampoco estaba muerto. El Infierno hacía trucos como este. Crear la ilusión de que por fin se caía en la muerte escapando de la pesadilla de torturas que a todo el mundo le esperaba aquí, sólo para volver a despertarse de nuevo en sus celdas. Jo no tenía tiempo para ello. Necesitaba a Frederik despierto y en movimiento. —¡Grimm, despierta! —Le dio una palmada en la mejilla y luego le una bofetada más dura una y otra vez, pero no despertaba. Tampoco temblaba. No sabía qué hacer. No sabía cómo conseguir que respirara de nuevo. Peor aún, las imágenes de los pecados que Frederik había cometido en su vida pasaron por la mente de Jo, distrayéndolo. Los aldeanos de MacGreggor, otras escenas anteriores de su juventud, cuando cazaba y mataba libremente, como si la muerte nunca pudiera reclamarlo. El chapoteo y los gemidos en la cámara de sangre hicieron que Jo girara su cabeza. Los cadáveres habían cobrado vida, tan vivos como se podría llegar a estar, y estaban tratando de recobrarlo a través del agujero que Jo había creado, pero el gran número de ellos que había tratando de subir por el borde del agujero, solo lograba que se hundieran bajo sus pesos, impidiendo su progreso. Con el tiempo vendrían a por Frederik, por los dos si pudieran tenerlos. Eran los demonios de esa cámara en particular, y no querían renunciar a su propiedad. Jo agarró la chaqueta de Frederik y tiró de él más lejos del hoyo y de los demonios que había dentro antes de regresar al trabajo. —Grimm, hijo de puta, eres un egoísta, si me oyes, levántate. Arriba. No te puedo cargar para sacarte de aquí, tienes que caminar tú mismo. ¡Frederik! —Ya podía sentir como el hechizo del Infierno comienzan a tomar su control. Ahora que tenía lo que había venido a buscar, no debía mirar detrás de él, ni siquiera mirar a Frederik, era peligroso. Le llegaron más recuerdos de los asesinatos cometidos por Frederik, y esta vez no podía quitárselos de encima. Frederik había bebido de los habitantes del pueblo hasta que no tuvieron la sangre suficiente para vivir. Cuando no pudo beber más, las manos le temblaban mientras estrangulaba en sus camas a los que quedaban. Lloró en silencio cuando lo hizo con los más jóvenes. Esa era la diferencia entre el Frederik de estos recuerdos y el más joven de los siglos pasados. Jo se obligó a alejar esas imágenes con un grito. Un ligero mareo se apoderó de él e hizo girar el túnel, los gemidos de los muertos sonaban muy lejos. Se frotó los ojos y más sangre corrió por su rostro. Hizo caso omiso de los fluidos pegajosos en sus mejillas y volvió a sacudir y golpear a su amante. — ¡Frederik! Sin embargo, el vampiro no se movía. Sus ojos no se abrieron, y su pecho no subía y bajaba para tomar aliento. Los enojosos gemidos de los zombis detrás de ellos se hicieron más impacientes, y el sonido de la sangre en la que se peleaban por salir se volvió violenta. Jo no sabía qué hacer. Por un momento su corazón se paró, pensó que no habría escapatoria para cualquiera de ellos, todo porque había tenido la desgracia de intentar el rescate cuando Frederik estaba inconsciente. Pero no podía salir sin él. A continuación, un pensamiento ridículo le llegó. Una epifanía al azar. Una respuesta a una oración. Alguien estaba respondiendo a sus oraciones. Jo siguió las instrucciones de las imágenes que llegaban a su mente. Pellizcó la nariz de Frederik y ladeó su cabeza hacia atrás antes de cubrir su boca con la suya. Lanzó una larga exhalación a través de él, y sintió la elevación de su pecho, y luego, como si Jo lo hubiera traído a la vida, Frederik comenzó a temblar. Su garganta gorgoteaba cuando tosió y escupió, con los ojos ampliándosele cuando se atragantó. Jo se apartó mientras Frederik escupía la sangre de su garganta y pulmones. Frederik se giró bruscamente a un lado para vomitar charcos de sangre, ahogándose con el aire entre arcadas. Jo se echó a reír tontamente. Frotó la espalda de Frederik para ayudarlo a expulsar la sangre, pero no hizo más que eso. Los zombis que querían infligirle torturas peores que la muerte seguían trepando para llegar hasta ellos. Ahora estaban fuera de la piscina y arrastraban sus cuerpos por el suelo. Jo escupió la sangre de sus labios. Frederik llevó sus manos hacia él, sus ojos se transformación de la confusión a la alegría y el horror en cuestión de segundos. —¿Qué estás…? —No hay tiempo, tenemos que correr. —Jo agarró la empuñadura de su espada de donde la había dejado para darle el beso de vida. Estalló en llamas en su mano, quemando todo rastro de sangre de su acero, y, por primera vez, no presenció en Frederik una mueca de dolor ante el espectáculo de fuego—. Sígueme, y no mires hacia atrás. Frederik volvió a toser y asintió. Jo lo agarró por la chaqueta y la tiró de él hacia arriba, tomando su mano. Se movió con rapidez, dejando que el fuego de su espada iluminara el camino. Frederik tropezó sobre sus pies y el terreno irregular como si estuviera borracho, la sangre seguía saliendo en algunos momentos a borbotones de su garganta, pero no había tiempo para permitirle que recuperara las fuerzas. Los cadáveres detrás de ellos anunciaban que habían escapado en una voz tan alta, que contrastaba con la condición de sus cuerpos en descomposición, pero Jo no se atrevía a mirar hacia atrás. En ese momento, el hechizo del Infierno se apoderó de él y se agarró con firmeza. Jo se sentía tan seguro de su presencia como sentía la espada en su mano o el peso de las pisadas de Frederik detrás de él. Lo rodeaba, se burlaba de él, de su certeza, y lo desafiaba a volver la cabeza. El impulso de mirar tras de sí, para estar seguro de que Frederik iba detrás de él, era fuerte. Tuvo que luchar contra él. A pesar de que podía sentir la mano de Frederik en la suya, ya no se sentía tan pesada como antes. Por un momento, creyó que tal vez solo llevaba un brazo sin unir a un cuerpo. Tiró de Frederik, sintió su peso una vez más, e hizo caso omiso de la queja indignada del vampiro, aliviado al sentir su cuerpo. Luchó para mantener alejados cualquiera de los otros hechizos del Infierno que tratarían de engañarlo otra vez. No podía cometer ningún error. Una mirada hacia atrás, un pequeño vistazo a Frederik, y los demonios atraparían al vampiro para siempre. No habría segundas oportunidades. —Espera, Jo. —No hay tiempo. No mires atrás —gritó. No tenía idea de si el hechizo funcionaba de la misma manera en Frederik, pero no se atrevía a correr el riesgo—. Si te miro te perderás para siempre. Encontró las piedras amarillas que había dejado caer en su viaje. Brillaban débilmente bajo la luz de su espada. La acumulación de sangre en las paredes y en el suelo casi había cubierto a algunas de ellas. Ahora que las tenía que seguir, lamentaba no haberlas dejado caer más próximas, con lo que sería más fácil seguir a través de los giros y vueltas. —¿A dónde vamos? ¿Cómo has llegado hasta aquí? —¡Ahora no! Un demonio alto, encorvado casi hasta la cintura por la estrechez de los túneles, se dirigía directamente a su paso. Sus brazos eran largos y negros como el carbón, y caían casi hasta el suelo. Las piernas del esqueleto eran delgadas como las mismas manos, sin embargo, el torso era musculado en exceso. Los músculos de allí eran más gruesos en el pecho, para proteger todos los órganos vitales. A Jo le recordaba las defensas naturales de los vampiros. La criatura parecía que no los había notado hasta que casi se tropezó con ellos. Su cabeza, alargada como la de un caballo, se giró, y patinó hasta detenerse. Sus ojos mostraban un brillo rojo rubí con rabia, y también abrió su boca en un largo y agudo rugido. El aire caliente y la saliva volaron desde su boca abierta. Jo tuvo que cubrir su cara con el brazo en el que llevaba la espada para protegerse contra cualquier veneno. Sin embargo, no se detuvo. No atacó. Sólo rugió, revelando su paradero. Obligado a renunciar a sostener a Frederik, Jo cargó y blandió su espada, la punta arañó la pared durante el balanceo y creó chispas mientras la giraba, pero su fuerza y su objetivo eran claros. Su espada golpeó en el cuello de la bestia, pero la dura piel le impidió una decapitación completa. Su espada se quedó a mitad de camino a través del cuello, cortando el hueso. Sin embargo eso fue suficiente para silenciar a la criatura que cayó con un ruido sordo, su sangre negra mezclándose con el rojo de las paredes. Jo extendió ciegamente la mano detrás de él, buscando. — Frederik. —Estoy aquí. —Una palma cálida y pegajosa se deslizó en la suya, y Jo suspiró. —Salgamos fuera de aquí —dijo. No podía esperar el momento en el que regresaran a la superficie donde Anael esperaba, en el que pudiera mirar a Frederik una vez más, sin demonios y sangre humana sobre ellos. —Frederik, yo… —Lo que estás a punto de decir, puedes decirlo cuando salgamos de aquí. Esa era la mejor idea que nunca hubiera escuchado. Ahora no era el momento oportuno. —Si nos separamos, sigue las piedras del suelo. —Jo señaló con su espada en llamas hacia las pequeñas gemas de color amarillo. —Las veo —respondió Frederik. Jo asintió. —Bien. Conducen a la salida. Si nos vemos obligados a separarnos, me encontrarás allí. Pero Frederik estrechó más su mano. Si aplicara más presión, sus huesos se fragmentarían. Su avance estaba dividido entre correr furtivamente y apresurarse lo más silenciosamente posible al pasar por los calabozos de otras almas condenadas. —¿Dónde está nuestra salida? —preguntó Frederick después de un tiempo, su voz trabajosa. De vez en cuando, Jo podía oír como tosía y escupía más sangre. Jo empezó a volverse para mirarlo, pero se contuvo a tiempo. Los latidos de su corazón eran salvajes. Se aclaró la garganta y señaló hacia su derecha, frenando su cuello. Eso había sido estado demasiado cerca. —No he llegado de la manera tradicional. No iremos al río. Nos espera un portal al final de las piedras de ámbar. —Sí —susurró una voz ronca a su espalda—. Gracias por enseñarnos una salida también a nosotros. Sintió el impulso de mirar atrás para ver al dueño de la voz, y eso aumentó la necesidad de tirar del brazo de su amante. —No mires detrás de nosotros. —No iba a… —murmuró Frederik. —¡Qué mala educación! —dijo otra voz, esta vez femenina, más sensual, más refinada y moderna—. No mirarnos a los ojos cuando te hemos saludado, incluso después de que nos enviaras aquí. —Jo... —Sé quiénes son. ¡Corre! Ellos salieron disparados por el túnel. Gritos y risas animales de los depredadores los seguían disfrutando de la caza. Jo no se atrevió a volver la cabeza. Una prueba. O, mejor, el humor horrible del Infierno por enviar tras ellos a los mismos vampiros que habían matado en la torre MacNiel. Si los vampiros los capturaban, ningún guardia demonio podría hacerles jamás nada peor que lo que estos vampiros enojados les harían. ¿Cuántos serían? ¿Sólo algunos de los vampiros que les habían atacado en la torre del homenaje, o todos ellos? Jo tuvo que aumentar su velocidad para mantenerse a la vanguardia de Frederik y no mirarlo. Frederik continuó tropezando con el desigual camino, lo que dificultaba la huida. Tenían a los vampiros en sus talones mientras arrastraba a Frederik de nuevo a una carrera. —¡Te mataremos! ¡Estamos aquí por ti! —Voces, voces airadas, gritaban. Estaban cerca. A centímetros de distancia. —¡No mires hacia atrás, no mires atrás! —¿Quién había gritado la orden? Jo no podía decirlo. ¿Dónde estaba el portal? ¿La salida? ¡Los vampiros casi estaban sobre ellos! Pero entonces, ¡sí! ¡La caverna! El espacio abierto por el que había entrado al Infierno por fin apareció. Estaban a punto de salvarse. —¡Casi estamos allí! ¡No te detengas! Al llegar a la boca que se abría hacia la cueva, dos vampiros aparecieron en la entrada, los brazos extendidos hacia fuera. Jo no pudo contenerse. Iba demasiado rápido, demasiado ansioso por escapar. Demasiado descuidado. Aquellos brazos se endurecieron y lo hicieron girar como un tronco, golpeando a Jo en el cuello y levantándolo de sus pies antes de tirarlo abajo. Se despertó con unas manos presionando sobre su rostro. Luchó y pateó para conseguir quitarse de encima al vampiro. Oyó el sonido de su puño que se estrellaba contra un estómago. —¡Jo, Jo! ¡Soy yo, tonto! Jo se aflojó y las palmas de Frederik, que lo presionaban cuando atacaba, se suavizaron. —Cierra los ojos. No puedes mirarme. Por supuesto. Cuando fue derribado, debía de haber aterrizado de una manera que lo obligaría a mirar hacia atrás. Cuando un hombre se despierta, su primer instinto es abrir los ojos. Frederik lo sabía. Cerró los ojos y asintió. Frederik apartó sus manos inmediatamente. Alguien o algo tenía que haber empujado a Frederik, porque se derrumbó torpemente sobre Jo con un gruñido. Sus ojos debían estar cerrados, así, los vampiros no podrían engañarlo y que mirara a su alrededor. Un pie golpeó un lado de Jo, lo suficientemente fuerte como para mellar la armadura contra sus costillas y raspar la carne. Gritó y tiró del metal. Afortunadamente, se enderezó rápidamente. No podía verlos, pero podía sentir los movimientos a su alrededor. El sonido de los pies descalzos arrastrando pies y zapatos por la roca. Lo que no podía sentir, sin embargo, era su espada. La había dejado cuando se cayó, y ahora estaban totalmente indefensos. —Abre los ojos. —Era la voz de un vampiro quien le había dado la orden. —Sí, ábrelos. Mirarnos no te hará daño. Es cierto, pero si estaban en la entrada de la cueva que conducía al Infierno, se haría una gran cantidad de daño. No se arriesgaría. Unas garras se inclinaron sobre su rostro y arañaron a lo largo de su mandíbula, labios, nariz y ojos. Jo silbó y dio un respingo hacia atrás. —¡Míranos! El puño de Jo salió volando, pero sólo golpeó el aire. —¡Apartaos de nosotros! —Aunque sus ojos estaban cerrados, el golpe de aire le decía que Frederik intentar girarse ciegamente, tratando de defenderlo sin tener en cuenta donde estaba el enemigo. Más risas y el sonido de los pies alejándose del débil ataque los hundía más. Jo tenía la esperanza de razonar con ellos. —Tenéis que comprenderlo. Nosotros no pretendíamos haceros daño, pero nos atacasteis. Incluso si hubierais escapado del castillo de MacNiel, hubierais vuelto aquí cuando vuestra misión hubiera terminado por haber matado a esos hombres. —¡Mientes! —La voz estaba tan cerca de su oído, que se sacudió y se golpeó la cabeza con Frederik. —¡Ah! Unas manos que no eran las de Frederik se apoderaron de su rostro, unas manos con dedos largos y delgados, abultadas llagas, y puntiagudas uñas. Trató de alejar a la criatura, pero el control sobre sus mejillas apretadas y las uñas arañando sus párpados se lo impedían. —No es que lamente lo que sucederá si no abrís los ojos. Trató de empujar a la ofendida criatura fuera, pero no pudo moverla. Las manos de Jo se envolvieron alrededor de las muñecas como hierro de su atacante, sin embargo, no se movía. Su puño voló y conectó con algo, pero sus nudillos estallaron de dolor. —¡Frederik! —Llamó, aunque por los sonidos de lucha cerca de él, estaba seguro de que su amante estaba recibiendo un trato similar. Esas uñas largas y afiladas hicieron su camino bajo sus pestañas y comenzaron a empujarlas hacia arriba, arañándole la parte blanca de los ojos. Jo lanzó un grito. Las uñas se alejaron. La hoja de una espada cantó en el aire, y un sonido húmedo siguió a un ruido sordo. Sonaron dos golpes secos, uno más pesado que el otro, el segundo haciendo un ruido distinto al de un corte. El primero era el sonido de la tela y la carne de un cuerpo rasgándose. El otro sonido era sin duda de una cabeza que había caído. Los otros vampiros silbaron, y hubo un roce de pies. —¿Frederik? —Jo preguntó, encontrando y sosteniendo al otro hombre. Utilizó sus manos para sentir el largo de su cuerpo en busca de posibles lesiones. Era difícil con tanta sangre humedeciendo sus ropas. Sus manos fueron alejadas de inmediato. —Estoy bien, ¿Quien es…? Un feroz grito de guerra fue liberado y rebotó en las paredes. —¡Manteneos alejados de ellos, monstruos! Los ojos de Jo casi se abrieron por el shock, pero se las arregló para mantenerlos cerrados. «¿Zad? ¿Aquí?» —¡No aceptamos más órdenes tuyas, ángel cobarde! Ya no era un ángel, no si Michael había dicho la verdad. ¿Qué podía, o mejor dicho, cómo estaba aquí? —¿Él? —Frederik exclamó. Jo recordó que Frederik no sabía nada del destino de Zad después de que hubiera sido enviado al Infierno—. ¿Lo han enviado para que nos ayude? Jo se tiró a sus pies y dio la vuelta. Se agarró al brazo que lo detuvo y suspiró. Era suave muscular y saludable, no la carne fina y fría de las criaturas que llevaban aquí tanto tiempo. —Abre tus ojos, amigo mío. Jo vaciló. La voz de Zad era tensa. —Por favor. No había nada que hacer. Si Jo quería fugarse con Frederik, tendría que confiar en que su ex hermano no quería dejarlos atrapados aquí abajo por toda la eternidad. Abrió los ojos con cara de preocupación y Zadkiel le devolvió la mirada. Le habían permitido mantener la armadura de sus hermanos, pero no tenía alas en su espalda. Su rostro y sus cabellos estaban empapadas de sudor, y la espada de Jo en su mano no ardía. Zad era ahora un hombre mortal. Jo sólo estaba agradecido porque la ayuda hubiera llegado. Debido al Consejo Espiritual, ningún ángel podía ayudarlos. Jo había venido por su propia cuenta a esta misión. Sin embargo, aquí estaba Zad, y Jo no podría haber estado más feliz. Mejor aún, la pared con el portal de salida de ese lugar estaba detrás de él, y todavía parecía intacto. Jo sabía que estaba allí porque había venido a través de él. Los vampiros no lo habían descubierto, de lo contrario, ya habrían escapado. Esperaba que no fueran capaces de ver el portal. Michael había dicho que lo cerraría una vez que Frederik y él pasaran, y si no, se cerraría con el tiempo por sí solo, a pesar de todo. Pero, si los vampiros pasaban, lo mantendrían abierto y permitirían que una gran cantidad de ellos escaparan. Los vampiros que quedaban bloqueaban su camino hacia el portal sin darse cuenta. Otros llegaron desde todos los lados, envolviéndolos en un amplio círculo. Pero no alarmaron a Jo tanto como lo había hecho antes. —Tómala. —Zad colocó el mango de la espada en la mano de Jo. Se iluminó como esperaba. Los vampiros sisearon ante las llamas. Zad sonrió al fuego, con su mano aun sin soltar la empuñadura. —Esta será la última vez que sostenga una hoja de fuego. Jo no tenía tiempo para el arrepentimiento de Zad o el sentimentalismo. Liberó la espada de las manos de Zad y extendió la mano libre por detrás de él. —¿Frederik? La palma de una mano tanteando en el aire tomó la suya y la estrechó con fuerza. —Te tengo. —Puedes abrir los ojos. Frederik se enderezó y debió haberlo hecho, porque siseó. Ya fuera por Zad, por el fuego, o sus enemigos, Jo no podía estar seguro. —Hemos de abrirnos camino a través de ellos. —Yo lo haré. —Zadkiel sacó su propia espada de su cinto con un raspado largo. La falta de fuego la hacía parecer un poco más pequeña que antes. —Vosotros dos debéis escapar. —Pero, ¿cómo? —No os podéis mirar uno al otro a la cara sin condenaros a vosotros mismos. Seríais inútiles para ayudarme en la batalla. El círculo de vampiros que los rodeaban lo tomaron como su signo para saltar y atacar todos a la vez. Zad se abalanzó con la espada en el aire sobre los tres que estaban delante de él con un grito de batalla, su cuerpo impulsado con tanta gracia como si sus alas aún estuvieran con él. Dos vampiros, uno a la izquierda de Jo, y el otro a su derecha, saltaron al aire con las garras y los colmillos expuestos mientras se preparaban para atacar. Jo se fue a la derecha con su arma, y Frederik fue hacia la izquierda. Golpeó con fuerza el torso de un posible atacante, cortando a través de tela y la carne. Su espada dividió al vampiro en dos mitades ya que no tenía huesos duros como piedras en sus costillas que le impidieran una separación completa. La criatura cayó pesadamente y murió. Detrás de él sonó un chirrido de huesos rompiéndose. Sin mirar, Jo sabía que Frederik le había roto el cuello al vampiro con una sola mano. Más vampiros se dirigieron hacia ellos, pero Jo se negó a luchar. No podía. Eligió retirarse y corrió hacia la pared donde sabía que estaba el portal, donde había dejado la primera piedra de ámbar, y arrastró a Frederik detrás de él blandiendo su arma ante cualquiera que se interpusiera en su camino, eliminando cabezas, brazos y manos extendidas. Zad estaba en lo cierto. Simplemente porque Frederik y él hubieran tenido buena suerte con los dos primeros vampiros, no significaba que pudieran luchar contra una horda de ellos sin mirarse uno al otro. Tampoco podían mirar a sus espaldas sin hacerlo. —¡Jo! Pensó que Frederik lo llamaba porque estaba abandonando la batalla, y no vio a la mujer vampiro que saltó hacia él desde la pared lateral hasta que fue demasiado tarde. Su peso era demasiado, y Jo fue derribado, por lo que su mano se separó de la de Frederik. Se mantuvo alerta esta vez para ver como la diablesa levantaba sus garras y se disponía a bajarlas sobre su cuello. Ella fue lanzada fuera de él por un cuerpo fuerte. Por Frederik, que ya estaba directamente encima de él. Se miraron el uno al otro, y Frederik comenzó a desvanecerse ante sus ojos. —¡No! —Jo intentó agarrar su forma transparente con los brazos, abrigarlo, cualquier cosa para evitar que se desvaneciera, pero, en vez de tocar carne sólida y musculosa, sus manos pasaron directamente a través de Frederik, como si fuera un fantasma. Frederik abrió la boca, pero Jo nunca supo lo que quería decirle, porque desapareció por completo. —¡Frederik! ¡Frederik! —Jo lanzó un grito. Se puso en pie y se volvió como si simplemente esperara verlo de pie en algún lugar cercano en el espacio abierto. Lo único que encontró fue más lucha y cuerpos sin vida—. ¡Frederik! Zadkiel rasgó a dos vampiros que intentaban apoderarse de él y agarró su brazo. Empezó a tirar de él hacia la pared donde se encontraba el portal oculto, el brazo que sostenía la espada empujaba hacia afuera, moviéndose adelante y atrás, manteniendo a raya a las demás criaturas que todavía estaban en posición y deseaban encarcelarlos o matarlos. —Tenemos que dejarlo, hermano. Jo lo empujó. —¡No me iré sin él! —¡No tienes otra opción! —gritó Zad, en esta ocasión agarrándolo de su coraza y tirando de él fuera del rango de alcance de un par de garras—. Has tenido tu oportunidad, Jo. Lo miraste. El Infierno lo ha reclamado y no lo devolverá otra vez. Tenía razón, por supuesto, pero Jo no podía aceptarlo. Se negaba a salir mientras Frederik estuviera allí. No podía soportar la separación. No lo soportaría. Jo levantó su espada de fuego hacia los vampiros condenados. —Vete, Zad. Me quedaré. —No te abandonaré de nuevo. Ningún mortal vivo podía venir a este reino. Debía haber sido enviado por Michael para ayudarlos. —«Los ángeles no te ayudarán» —había dicho el Consejo. Pero Zad ya no era un ángel, y aunque a él no le importaba el bienestar de Frederik, todavía se preocupaba por Jo. —Zad, déjame. No quiero que me siguas a donde voy. Saltó hacia los vampiros que lo querían, haciendo caso omiso del grito indignado de Zad. Mantuvo su espada en alto para evitar que los cuerpos se acercaran, aunque no se detuvo hasta que los vampiros le tuvieron dentro de su círculo. —Ahora está con nosotros —se burlaban de Zad cuando Jo permitió que lo rodearan. Un vampiro niño, dijo con su vocecita: —Un media alma maldito, como nosotros. Hablaban de Frederik. El pecho de Jo subía y bajaba con la irritación, enojado. Otro vampiro femenino puso su mano sobre el brazo de Jo y siseó. —No lo volverás a ver. —Jo, no lo hagas. Jo lo ignoró todo lo mejor que pudo, sobre todo a los vampiros, teniendo en cuenta que hablaban de sus verdaderos miedos. Tiró de su brazo para liberarlo de las garras de la vampiro. Ella se limitó a reír y se alejó. Jo levantó la cabeza, proyectando su voz hasta que fue lo suficientemente fuerte para hacerse eco a través de las paredes de cada túnel del laberinto. —Hago un llamado a Lucifer, estrella de la mañana. Quiero hacer un trato contigo. —¡Jo…! No oyó lo que Zad estaba a punto de gritarle. Cuando las palabras salieron de su boca, la cueva giró en torno a él, los lugares se volvieron borrosos hasta que se tiñeron de un color triste. Fue vertiginoso, la sangre en su interior se precipitó hacia su cabeza y cerró los ojos para no enfermarse. Estaba siendo transportado. Jo sólo esperaba que Zad fuera lo suficientemente sabio como para escabullirse por el portal mientras su desaparición distraía a los vampiros sedientos de sangre. El mundo dejó de girar a su alrededor, cuando llegó a donde Lucifer lo había enviado. El suelo debajo de él era como agua. Jo dio un paso, tropezó y cayó sobre sus manos y rodillas. No podía oír nada más que el sonido de un timbre y su propia dificultad para respirar mientras luchaba por el control de sí mismo. Incluso con los ojos cerrados, cuando se levantó, el suelo debajo de él seguía cambiando. Sin embargo, al menos el suelo estaba hecho de suave y frío mármol blanco y negro, para nada parecido a la roca desigual y sangrienta de los túneles de la cueva en la que había estado caminando durante horas y horas. Dio un largo suspiro, luego dos, y repitió el proceso hasta que todo él se sintió sólido y sus tripas ya no se arremolinaban en su garganta. Antes de que se hubiera quitado sus alas, el transporte no le hubiera afectado tanto. Ahora, ya no estaba acostumbrado a la turbulencia. Jo abrió los ojos. Casi esperaba un ejército de demonios a la espera de arrancarle sus nuevas alas de su espalda, pero sólo una criatura estaba a la vista. La cueva a la que había sido transportado parecía tan interminable que no podía ver los muros de la misma. Larga, con columnas de mármol cortadas abruptamente y crepitantes por la edad y el abuso, se extendían hasta el alto techo, que no se podía ver a través de la oscuridad de la parte superior. Las antorchas ardían en los pilares, más brillantes que la llama de su espada, tan brillantes y poderosas que en comparación con la espada, hacían parecer a esta última una brasa moribunda. Sin embargo, ni siquiera los fuegos podían perforar el negro infinito y la frialdad del lugar. La luz era lo suficientemente fuerte como para que Jo pudiera distinguir la figura que yacía desnuda tendida en el suelo, así como a la criatura encima de ella, lamiendo la carne a lo largo de su espalda y sus nalgas hacia abajo, la saliva envenenada dejando huellas y ronchas rojas. El alma en cuestión no se movió mientras era utilizada, y sus ojos miraban sin pestañear hacia delante. Por último, los abrió y cerró, y luego levantó la cabeza a pesar del rugido del demonio por encima de él. Jo se dio cuenta de que, al igual que las otras almas despreciables antes que él, los ojos de este fueron a las alas de Jo, y gritó. —Ayúdame. ¡Oh, Dios mío, ayúdame! Los sonidos de disgusto del demonio sobre él aumentaron ante esa explosión. Con los ojos rojos brillantes de cólera, por decirlo de alguna forma, puso una garra negra carbonizada en el hombro del alma, empalándola al suelo de mármol para mantenerlo quieto. Eso no impidió que el ser humano implorara a Jo. —¡Ayúdame! ¡Por favor, Señor, ayúdame! Jo no podía sentir lástima de él. Las imágenes de lo que hizo en su vida estaban invadiendo su mente. Había hecho cosas desagradables, cosas horribles a niños no mayores que Angus y Breanna. Jo giró su cara en un esfuerzo para poner fin a los recuerdos. —Asqueroso. ¿Verdad? Jo levantó la cabeza. En un soplo suave de niebla negra, algo que no había estado allí antes apareció en el vasto espacio. Antorchas gemelas iluminaban un trono de piedra tan alto como los dos pilares sobre los que se asentaba. Una cortina roja de terciopelo con un ribete de oro, colgaba de la parte superior. Pequeños rostros retorcidos en silenciosos gemidos de desesperación, habían sido tallados en la espalda y los brazos del trono. Jo no trató de engañarse a sí mismo confiando en que fueran simplemente parte de un inocente y demente diseño. Esas almas habían hecho algo concreto que molestaba el dueño de este lugar, un maestro que estaba sentado en ese momento en el trono, observando a Jo con unos ojos silenciosos y tan rojos como los del demonio que violaba al mortal. Una corona de oro de diseño humilde en comparación con la silla, estaba sobre una cabeza de pelo negro medianoche. Brillaba en la oscuridad, como si las mismas estrellas estuvieran atrapadas en su interior. El cuerpo de Jo se tensó en una especie de terror que nunca antes había experimentado. Tenía la esperanza de no tener que ver nunca a esa criatura en todos sus largos años. Sin embargo, allí estaba por voluntad propia. Lucifer estaba reclinado de una forma perezosa, con las piernas flexionadas y cruzadas y un brazo en su trono de mármol, la cabeza inclinada sobre dos dedos mirando hacia arriba, y al contrario que Jo, con una especie de diversión aburrida. —Te pregunté algo. —Sí, por supuesto. Bastante asqueroso —dijo Jo. Mejor no elevar la ira del ser que controlaba este reino, en especial cuando quería algo de él. Lucifer asintió y chasqueó los dedos. El alma mortal que lloraba, y el demonio encima de él, se desvanecieron en una nube de niebla sin duda al lugar de donde habían venido. —Tus hermanos y tú pensáis que soy un monstruo, al menos, que lo parezco, cuando, en realidad todo lo que hago es lo que nadie hace en el Cielo: castigar a los que se lo merecen. La respuesta de Jo a eso habría sido: ‘Todos servimos a sus propósitos’, pero se contuvo antes de hablar. Eso habría implicado que Lucifer aún estaba en el camino de servir al Creador. Aunque era así, tal afirmación seguramente habría enfurecido a Lucifer lo suficiente como para infligirle un castigo al propio Jo, y no quería terminar como ese mortal. —No tenía ni idea de que disfrutabas viendo estas torturas —dijo Jo en su lugar. —Sólo cuando me divierten. ¿Deseas hacer un trato? Jo se irguió y se acercó. Dos enormes demonios con mechones negros aparecieron de las sombras de los pilares, sus lanzas apuntando inmediatamente hacia su cuello, tocando la carne, pinchando justo lo suficiente para extraer la sangre, pero nada más. Se detuvo y no se atrevió a tragar, para no presionar esas cuchillas oxidadas más en su garganta. Sintió un picor cuando una gota de sangre se derramó por su piel. «Idiota», se regañó, apretando los puños. «¿Realmente creías que podías simplemente acercarte al trono sin repercusiones? Sin duda, Lucifer se cuida mejor que eso». Lucifer se echó a reír de una manera alegre, dándose golpes en su rodilla. —Tienes que perdonarlos, pueden ser un poco protectores. —Chasqueó sus dedos hacia ellos. Entonces sus ojos se endurecieron, la sonrisa dejó sus labios mientras miraba la espada todavía en la mano de Jo. La humedad que se reunió en el rostro de Jo, cuando se forzó a regresar su sonrisa, también comenzaba a picarle. Se había olvidado por completo de la espada sujeta en su mano con los nudillos blancos. —Perdóname. —Con movimientos rígidos, envainó su espada, el fuego desapareció a medida que lo hacía. Los enormes demonios exhalaron aire caliente a través de sus fosas nasales del tamaño de un puño antes de dar un paso atrás y alejarse, arrastrando sus pezuñas, y haciendo eco en el suelo. Desaparecieron en las sombras, pero Jo ya sabía que no debía asumir que el mismo Diablo le daría una audiencia privada. —Supongo que te perdono. —Lucifer alzó su brazo a través de su trono hacia una jarra de piedras preciosas y una copa a juego que simplemente aparecieron porque lo él deseó. El metal gris brillaba con rubíes y unos cuernos muy pequeños. Se sirvió un líquido espeso, de color rojo en su taza, que agitó y olió, y luego tomó un sorbo, lamiendo los restos de sus labios antes de continuar—. Después de todo, una vez lucí un arma como la tuya. —Lucifer levantó los ojos y sonrió, mostrando unos dientes y colmillos blancos, lo que le recordó a los de Frederik, aunque estos no tan largos—. Aunque eso fue en otra época. Jo se movió y apretó la mandíbula. No le gustó el recordatorio de que este ser había sido uno de sus hermanos, independientemente de que ahora sirviera a un propósito mayor. —Vine para hacer un cambio —dijo Jo—. Mi alma por la de Frederik. No sólo su alma. Su vida. Quiero que regrese a la Tierra. Lucifer hizo girar el vaso en la mano una vez más, con los ojos entrecerrados y pensativos. —Eres el segundo ángel que ha venido a mí en menos de dos semanas. ¿Estáis todos dándole la espalda a Padre en estos días? Si había una cosa que todos y cada uno de sus hermanos sabían, era que Lucifer siempre quería un buen negocio. Con el tiempo llegaría a la negociación. Lucifer hizo un gesto con la mano como si bateara un insecto molesto. —Tienes que amar mucho a esa criatura, que ni siquiera es un mortal, para hacer esa oferta. Creo que ya he conseguido el mejor negocio. —Su sonrisa se convirtió en lasciva—. Por supuesto, debería aceptar, aunque espero otro regalo a cambio de mi generosidad. —Deberías hacer el trato —Jo insistió, su puños apretados. —¿Por qué habría de hacerlo? —Lucifer, llevó la copa a sus labios. —Un simple vampiro con la mitad de un alma no vale tanto la pena como un ángel, y no te quepa la menor duda, que no voy a rogar, ni a ofrecerte nada más. Lucifer alejó despacio su boca del borde de la copa, y luego se lamió los labios. Su cuerpo daba la impresión de pensar en calma, pero la energía a su alrededor llegó a ser tan notablemente furiosa y caliente, que hacía ondular el aire que lo rodeaba. La cara de Jo se mantuvo estoica. Interiormente, se congratuló mientras observaba como Lucifer reflexionaba durante algunos minutos. Jo era el que ofrecía el mejor trato, no Lucifer. No le suplicaría de rodillas, ni le ofrecería su lealtad ni su cuerpo, se avergonzaría si lo hiciera. En efecto, aunque los ángeles no tenían los órganos necesarios para tener relaciones sexuales, en el Infierno, los demonios, y el mismo Lucifer, violaban y tomaban lo que querían, incluso a los seres que no tenían órganos sexuales con los que pudieran jugar. Siempre podían hacerles agujeros en la carne para ese tipo de entretenimiento. Por último, Lucifer suspiró. Levantó la mano y chasqueó los dedos. —Vamos a negociar, entonces. Frederik apareció en el espacio entre ellos. Al principio parecía aturdido y confundido. Su ropa y cabello no goteaban sangre fresca, lo que sugería que no había sido enviado inmediatamente a su prisión. Entonces vio a Lucifer, y a Jo a su lado. La cara de Frederik se retorció por la desesperación. —¡No, Jo! —Trató de correr hacia él, pero, su paso y su cuerpo golpearon duramente contra una barrera invisible. Jo lo llamó en estado de alarma, pero Frederik no parecía escuchar mientras se agarraba su nariz sangrante. La barrera crujía, como burlándose de los dos, lo que le permitió a Jo ver cómo rodeaba a su amante como una cúpula de cristal, atrapándolo. Lucifer se echó a reír. —Hasta que lleguemos a un acuerdo, este alma todavía me pertenece. Ya lo has tocado bastante. Una imagen acuosa que representaba cómo le quitaría la vida a Frederik si intentaba escapar, apareció sobre sus cabezas, como el reflejo en un lago. Jo miró hacia otro lado y e hizo su mejor esfuerzo para no ver el dolor en los ojos de Frederik. —He hecho mi oferta. Mi alma por la vida de Frederik. Frederik golpeó contra las paredes invisibles que lo contenían, que crepitaban y chisporroteaban, pero no se rompían. —¡Jo! ¡Maldito idiota! ¡No hagas esto! Lucifer, lo miró con una expresión aburrida. —¿Eso es todo? Jo se puso tenso. —Y que nada puede pasarle a su vuelta. Frederik no puede morir o ser asesinado antes de que llegue el momento en que pueda ganarse un alma completa. —Por favor, Jo. ¡Basta! ¡Para esto! El hermoso rostro de Lucifer se torció con una especie de rabia que lo hizo parecer un verdadero demonio. Cuando habló, el sonido que salió de su boca sonó fantasmal. —¿Me crees un tonto? Jo no lo entendía. —No sé de qué estás hablando. —El sacrificio. —Lucifer se rio entre dientes, como si fuera una maldición en su lengua—. Esa es la escapatoria que todos creen que pueden explotar, como si yo fuera ignorante de ella. Ah. Eso. La regla que permitía a cualquiera que se sacrificara obtener borrón y cuenta nueva. Era tan poderosa que ni siquiera el mismo Lucifer podía reclamar las almas que se le adeudaban, cuando se recurría a ella. Era un secreto a voces que Lucifer despreciaba ese tipo de acciones. La parte divertida es que Jo lo había olvidado por completo. —No haré ninguna reclamación sobre la cláusula del sacrificio. Si lo dejas en libertad, me quedaré. —¡No! ¡Jo! —Los golpes contra su confinamiento y el crepitar de Frederik se hacían más fuertes mientras luchaba por liberarse. Dejaba manchas de sangre donde sus puños golpeaban duramente. Lucifer, gruñó y sacudió su muñeca, y todo se quedó en silencio dentro de la pequeña cárcel de Frederik. Era interesante ver cómo el vampiro seguía gritándole, y golpeando la barrera que lo retenía, pero no podía oír los sonidos que emergían de esas acciones. Lucifer se sentó en posición vertical, entrelazó los dedos juntos, y apoyó la barbilla sobre ellos con una sonrisa maliciosa. —¿Ofreces quedarte una vez que él se vaya, independientemente de la cláusula? Jo asintió. —Tienes mi palabra de que no la invocaré. —¿Te das cuenta que te haré cosas terribles? ¿Que te obligaré a ir a la guerra contra sus hermanos? ¿Que te haré matar a cientos de inocentes, e incluso tendrás que traerme sus almas? —Sus ojos se fueron arriba y abajo de la longitud del cuerpo de Jo—. Eso, entre otras cosas. ¿Harás todo eso? Jo contuvo el aliento. Con su negativa a aceptar la cláusula de lealtad, ya no conseguiría el trato que pensaba que tendría. Por supuesto, tendría que aceptar esos términos escalofriantes. Sus ojos se encontraron con Frederik. Había dejado de gritar y golpear su jaula y ahora lo miraba con ojos suplicantes. Negó, tratando de lograr que Jo se negara. Ahora, Jo sabía el dolor por el que Frederik debía haber pasado al descubrir lo que se necesitaba para rescatar a su hermana. Ver los recuerdos no había sido suficiente, pero esto lo era. Había sido un tonto al juzgarlo. Ahora sabía que haría lo mismo para proteger a un ser querido. Para poner en libertad al hombre que amaba, permitiría que Lucifer lo manejara a su antojo. Asintió. —Sí. Lucifer sonrió de nuevo. —Entonces está hecho. Movió la muñeca otra vez y desapareció la barrera que rodeaba a Frederik. El vampiro corrió hacia Jo y lo agarró por los brazos antes de acercarlo a su pecho, envolviéndose alrededor de él lo suficientemente apretado como si tuviera la intención de hacer su abrazo permanente. —¡Jo, maldito idiota! ¿En qué estás pensando? Jo lo detuvo con tanta firmeza como pudo, tratando de tomarlo todo de él, uniéndose a él. Su tacto, su olor, todo. Esta podría ser la última vez que lo viera en toda la eternidad. No quería olvidar ni una pulgada de cómo se sentía. —Estoy pensando que no deseo que te pudras aquí abajo. Frederik se hizo hacia atrás lo suficiente como para enfrentarse a él. —¿Así que serás tú quien se pudra aquí en mi lugar? ¿Cómo puedo volver? ¿Cómo puedo vivir sabiendo que estás aquí? —Esto me aburre. —Lucifer hizo un show de bostezos—. Lo he puesto en libertad. Su vida y su alma están restauradas. — Miró a Frederik y movió su mano hacia él—. Puedes irte. Frederik se apretó a él con más fuerza. —¡No lo haré! Los trolls reaparecieron en un arrebato de nubes negras, y prepararon sus lanzas. Una vez más, un ronquido fuerte y enojado se liberó de sus fosas nasales negras. Esta vez, dirigieron su ira hacia Frederik. Los trolls podrían fulminarlos con la mirada y humear todo lo que quisieran, pero parte del trato era que Frederik no podía ser asesinado antes de que tuviera la oportunidad de ganar un alma completa y entrar en el Cielo. —Vete en paz, amigo mío, tienes que irte. —No lo haré. —De hecho, tienes que hacerlo. —Lucifer, levantó la mano y chasqueó los dedos. Frederik se estremeció desapareció. —Yo... no puedo. a su alrededor, pero no —Deja de pelear contra el hechizo y vete, no va a ser paciente durante mucho tiempo. —Jo trató de alejarse de los brazos de Frederik. El pacto había sido no matarlo, pero había muchas torturas con las que un vampiro podría seguir viviendo. La comprensión de Frederik se agudizó, y una sonrisa apareció en sus labios antes de que una risa brotara de ellos. — No, Jo, no puedo. No sin ti. Desde el rabillo del ojo, vio las cejas de Lucifer unirse, moviéndolas molesta e intermitente mientras se enderezaba en su trono. —¿Qué estás haciendo? Sal de aquí, ya. Hizo chasquear los dedos una vez más, convocando un hechizo que Jo estaba seguro de que conseguiría expulsarlo de allí. Todo su cuerpo se estremeció con la fuerza del mismo, solo que en esta ocasión Jo también se estremeció. Un escalofrío sacudió su cuerpo, pero no hizo ninguna otra cosa. Estrechando la mano de Jo con fuerza, Frederik se enfrentó al diablo con una confianza de ninguna criatura nunca había poseído en su presencia. —¿Quieres que me vaya? Muy bien. Pero me lo llevo conmigo. —¿Qué? —dijo Jo. —Confía en mí, amor. —El cuerpo de Frederik se convirtió en transparente, una figura fantasmal que se burlaba de la fuerza del mal y de la oscuridad más poderosa por primera vez en toda su existencia. La mirada de Jo cayó sobre sus manos unidas y se sorprendió al ver que él también estaba desapareciendo. Lucifer, saltó de su asiento, tirando al suelo la copa de sangre con un ruido desordenado. —¡Imposible! —Sus ojos furiosos, ahora de color rojo hasta en la parte blanca, se volvieron sobre Jo—. ¡Es nuestro trato! ¡No puedes presentar una reclamación por la cláusula de sacrificio! Pero no había sido así. No podía hacer una reclamación sobre la misma debido a su acuerdo, incluso si lo hubiera intentado, pero esto era algo completamente distinto. Algo que los unía a Frederik y a él de tal forma que lo obligaba a abandonar el Infierno, si Frederik se lo ordenaba. Algo que mantenía su alma a pesar de Lucifer. Podía sentir una fuerza dentro de él tirando de él hacia fuera junto con Frederik, desterrándolos a los dos del Infierno debido al hechizo de Lucifer a su amante. No pretendió entenderlo mientras miraba a Frederik, pero no podía contener su felicidad. —¿Cómo estás haciendo esto? La palma de la mano de Frederik acarició su mejilla, su sonrisa tocó sus ojos. —Tú eres la otra mitad de mi alma, Jo. Siempre lo fuiste. Ahora me doy cuenta. —¡Alto! —Lucifer, gritó. No muy a menudo se le negaba algo que le había sido prometido—. ¡Matadlo! Los trolls rugieron, elevando sus altas lanzas sobre Jo con la intención de derribarlo. Frederik se arrojó frente a él para protegerlo. Jo gritó sobre el ruido, pero la punta de la lanza cayó sobre el corazón de Frederik. Gruñó y volvió a caer en brazos de Jo. Y entonces ya no estaban en el Infierno. El aire era frío. El cielo, oscuro encima de ellos. No era el negro vacío de la sala del trono de Lucifer, sino la oscuridad natural de un cielo terrenal, en el que la luna lanzaba un suave resplandor sobre la tierra. Un césped verde y exuberante estaba a sus pies, y, detrás de ellos, antorchas encendidas brillaban sobre la casa de Grimm. La hiedra subía por los muros de piedra y las flores del jardín estaban todavía llenas de vida, incluso en la noche. Pero, lo más importante, era que este era el hogar de Frederik. Sus sirvientes lo podían ayudar. —¡Ayuda! ¡Que alguien venga y nos ayude! —Jo lanzó un grito. —Jo. —No hables, Frederik. Acuéstate. Le dio a Frederik la vuelta hasta que se encontró descansando en la hierba. La sangre de su amante manchaba su mano. Tocó el lugar donde la lanza había golpeado a Frederik. Este puso su mano en la parte superior de la suya, como tratando de calmarlo. La lanza. Esa lanza demoniaca y maldita había viajado con ellos cuando salían del Infierno. Había salido libremente durante el traslado, cayendo sobre la hierba. ¿Dónde infiernos estaban los siervos Frederik? —¡Que venga alguien aquí, ahora! —Jo, por el amor de Dios, estoy vivo. Estoy bien. —Sólo porque la lanza no perforó tu corazón. —Eso, sin embargo, no dejaba a Frederik fuera de peligro. La pérdida de sangre era una preocupación muy real, incluso para los vampiros, si sus cuerpos no se curaban con la rapidez suficiente. Le quitó la capa y la apartó a fin de poder ver la herida abierta. Y se sorprendió al encontrar que no había ninguna en absoluto. La tela de su chaqueta y la túnica habían sido rotas por la lanza que lo había golpeado, pero la piel de Frederik era suave y pálida, pero saludable. Ni siquiera había un rasguño que sugiriera que las costillas se habían roto, y Frederik parecía que respiraba con facilidad. Se le quedó mirando con una expresión divertida y ligera. —La lanza no perforó el pecho. —Ya lo veo. Jo miró a la lanza de nuevo, sus ojos serenos en ese momento. La punta, aunque no estaba completamente doblada, estaba seguro de que ya no podría ser usada como arma. Parecía como si quien la manipulaba la hubiera usado para apuñalar un muro de piedra. —¿Eso es todo lo que puedes decir? ¿Cuando hace un momento estabas lleno de pánico? Jo no estaba tan seguro de que el término fuera pánico. — El troll... no entiendo. —Era parte de tu trato. Lucifer no puede matarme. Jo parpadeó. No podía detener la risa histérica que salió de su garganta. Pero Frederik se apoderó de la parte de atrás de su cuello y tiró de él hacia abajo a su boca para triturarlo con un beso que Jo devolvió con impaciencia. No lo entendía, pero, incluso después de todo lo que había pasado, de haber escapado por los pelos para poder seguir viviendo su existencia, lo único que quería era besar y tocar y ser tocado. La boca de Frederik estaba caliente, y su cuerpo lo invitaba, con lo que el cuerpo de Jo sintió un hormigueo placentero. —Tú me salvaste —dijo Frederik cuando sus labios se separaron. —Tú me salvaste a mi —contestó Jo, poniendo sus labios juntos otra vez, forzando a Frederik a que abriera la boca, de modo que él pudiera tomarlo todo. —Creo que os habéis salvado uno al otro. Aunque Jo reconoció la voz de inmediato, el Infierno todavía lo tenía en el borde, y Frederik y él se separaron abruptamente. La mano de Jo encontró el mango de su espada antes de que fuera capaz de ponerse de pie. Michael estaba a menos de diez metros de distancia en el hermoso jardín de Frederik. El color en sus mejillas decía que había visto lo suficiente del afecto entre Frederik y él. Anael estaba a su lado y Jo estaba encantado de verla moviendo la cola mientras pastaba. Jo se levantó de la hierba para presentarse ante su superior. Frederik también se puso de pie, arreglándose sus ropas ensangrentadas. Jo le tomó la mano y se la apretó con fuerza. La visita de Michael explicaba la falta de asistencia de los sirvientes a los gritos de Jo, y no tenía ninguna duda de porqué el ángel había venido. Estaba allí para recogerlo a él y llevárselo a casa. Ahora que tenía sus alas, su lugar ya no estaba en la Tierra. Antes de descubrir su destino, quería, necesitaba oír hablar de Zad. —¿Qué sabes de Zad? —Se escapó muy bien —dijo Michael, su rostro ligeramente torcido, el rubor había desaparecido ahora que otro tema había saltado a la luz. —¿Qué pasará con él? —Nada. —¿Nada? Michael negó. —Esto no cambia nada. No se le devolverán sus alas, ni siquiera tras su muerte. Jo asintió. Sentía una pena leve por su amigo, pero Zad había sido el responsable del ataque de Frederik a la aldea MacGreggor. Tenía que ser castigado por ello, y el favor de Michael no les devolvería la vida a esos aldeanos. —Esa es la menor de mis preocupaciones —murmuró Frederik. Se había quitado la chaqueta ensangrentada y aflojado las cuerdas de su túnica, deseoso de salir de la ropa mojada. Necesitaría un baño para quitarse la sangre pegada a su piel. —En cuanto a vosotros —dijo Michael—. Cuando el Consejo acordó enviarte al Infierno, Jophiel, lo hicieron bajo el supuesto de que no ibas a comerciar con tu alma cuando llegaras. Las mejillas de Jo se cubrieron de un calor insoportable. Fue sin duda el mismo color que Michael tenía sólo un momento antes. —Lo siento. Pensé que era la única manera de sacarlo de allí. Michael asintió con frialdad. —Eres afortunado de que esa resultara ser la manera de ponerlo en libertad. Frederik estuvo de acuerdo. —Sí, muy afortunado. —¿Qué? —Jo, independientemente de lo que me hubiera pasado a mí, no hubiera querido que te convirtieras en su esclavo. — Frederik silbó, no estaba dispuesto a pronunciar el nombre de Lucifer—. No habría permitido que pasaras todos tus años en el Infierno, no te quería ahí abajo. Michael asintió. —Te hubieras convertido en su esclavo, Jo, te habrías visto obligado a hacer cosas muy despreciables. —Lo sé —dijo Jo. —No, no lo sabes. —Los ojos de Michael se volvieron duros—. Habrías sido un siervo angelical del Diablo. Un ángel caído que no había perdido sus alas. Podrías haber engañado a incontables inocentes para que te entregaran sus almas. Podrías haber abierto las puertas del Cielo, permitiendo a un ejército de demonios entrar para atacar al antojo de Lucifer. Jo siseó. No había pensado que Lucifer le obligaría a hacer esas cosas. Y sin embargo, estaba seguro de que Michael sólo hacía que pareciera peor de lo que realmente era, para profundizar en su vergüenza. Funcionó. Odiaba cuando Michael lo castigaba. Ciertamente, algunos seres humanos habrían sido engañados. Otros, la mayoría, sabían que no debían renunciar a sus almas, incluso ante los ángeles, debían mantenerlas a salvo. Y la única manera de que pudiera regresar al Cielo después de regalar su alma a Lucifer, sería si uno de sus hermanos lo veía y lo dejaba entrar —Lo siento, Michael, pero no lo habría hecho de otra forma. —Para la próxima vez, Jo —dijo Frederik—. Por favor, no vendas tu alma por la mía de nuevo. —Somos dos mitades de un mismo todo, si no recuerdo mal. —Una leve sonrisa tembló en los labios de Jo. Le gustaba la idea de estar tan conectado con Frederik, y no permitiría que lo regañase en ese frente—. ¡De todos modos, es imposible para mí hacer una cosa así de nuevo! Michael soltó un bufido. —Sí, eres la criatura más afortunada que jamás haya existido. Pero no tendrás la suerte de evitar el castigo. —¿Castigo? —¡No te atreverás! —Frederik soltó la mano de Jo y se lanzó. Si no hubiera sido porque Jo lo agarró del brazo y tiró de él hacia atrás, Frederik habría comenzado una pelea con Michael porque estaba ofendido. Sin embargo, Frederik no fue silenciado. Le susurró a Michael como una serpiente ofendida. —No lo tocarás. Deja mi propiedad en este momento. —Frederik, para. —La voz de Jo era tranquila y su firme agarre fue suficiente, ya que Frederik le devolvió la mirada y se contuvo, aunque con un gruñido a Michael. En todo caso, Jo no debería sorprenderse. Zad había vendido su alma, y a pesar de que le había sido devuelta con el intento de asesinato de Frederik, todavía tenía que enfrentarse a la posibilidad de perder sus alas. Probablemente las perdería por segunda vez. Sólo que esta vez, no sería su elección. Se irguió delante de su Comandante. —¿Cuál es mi castigo? —Ya te lo han impuesto. Jo retrocedió un poco, sin comprender lo que Michael decía. Flexionó los músculos de sus alas, lo que confirma que estaban todavía unidas a él. No entendía. Los ojos de Frederik pasaron por él arriba y abajo, buscando heridas de garras u otras marcas evidentes. Aunque el Cielo no solía sancionar de esa manera, Frederik no lo sabía. —¿Qué hiciste con él? —preguntó, su voz mezclada con desconfianza. —Parte del acuerdo con el Cielo fue que si te cortaba la cabeza, volvería a ser un ángel. Aunque realmente el trabajo no lo hizo él, éste se llevó a cabo y le fueron devueltas sus alas. El Consejo ha decidido que no se las quitarán por la fuerza. —¿Entonces... estás aquí para llevártelo? —Frederik le preguntó. Esta vez, su mano agarraba con fuerza la de Jo. Si bien el agarre de los dedos de Frederik era un pequeño consuelo, Jo no quería ni pensar en ello. El peor tipo de crueldad sería que lo separaran de él. Podían compartir sus almas, pero aun así sus cuerpos físicos estarían en dos reinos separados. Afortunadamente, el Infierno solo trataba con almas. Michael negó, sus labios en una línea firme. —No. Ha sido desterrado del Cielo. Jo retrocedió un paso. Tanto por el shock como por su alegría al enterarse. Casi no podía creer en su suerte. Luchó con diligencia para contenerla, pero aun así una sonrisa se formó en su boca. —¿Desterrado? Michael decidió fingir que no lo había visto. —Sí. Debido a que como vuestras almas están conectadas, debes velar por este vampiro, protegerlo, y asegurarte de que nada ni remotamente similar al incidente del pueblo MacGreggor ocurra de nuevo. Frederik hizo una mueca. —Nunca volverá a suceder. Michael asintió. —Bien. No creo que el asunto esté resuelto por completo. Todavía tienes mucho que compensar, independientemente de que compartas tu alma con Jo. Frederik asintió. —Lo sé. Lo haré. Jo no tenía ninguna duda de que su amante tendría que pasar el resto de su larga vida realizando todo tipo de buenas acciones de cualquier índole con el fin de hacer precisamente eso. Él tendría que ayudarlo en todo lo que pudiera. Michael se volvió de nuevo hacia Jo. —Jophiel, solo podrás volver al Cielo cuando llegue el final de tu vida, pero hay un castigo adicional para ti. —¿Hay? —No podía esperar para escucharlo. Por el ceño fruncido de Michael y su versión de los castigos, este se sentía más como una recompensa. Michael asintió. —Sí, se ha decidido que, puesto que tus alas no pueden ser eliminadas, que es el castigo estándar para los ángeles rebeldes, se te dará un cuerpo mortal a pesar de ellas. —¿Un cuerpo mortal? —dijo Frederik. —¡Un cuerpo mortal! —Las manos de Jo volaron a palpar entre sus piernas, buscando debajo de su larga túnica, y, de hecho, allí estaba. Su humanidad había vuelto. ¿Cuándo había ocurrido eso? No había sentido su reaparición. ¿O lo había hecho? No había sentido ese cosquilleo maravilloso y familiar cuando besó a Frederik. —No te la agarres, Jo —dijo Frederik, dándole una palmada en la mano. Jo se echó a reír, una risa alegre. Frederik lo tomó en sus brazos y lo besó. Michael hizo una mueca, como si la idea misma de una polla entre las piernas lo enfermara, y no entendiera el punto de sostenerla. Se aclaró la garganta, las mejillas, una vez más oscuras. —Además ese órgano funcionará. Jo se alejó del beso. —Sí, me lo figuraba—. Si Michael conociera las muchas formas de placer de un cuerpo humano, no parecería tan agrio. —¿Hay algo más? Michael le lanzó una mirada dura por su sencillo castigo. A pesar de que seguramente sabía que era una farsa, seguía siendo el más estricto de los hermanos de Jo. —Eso es todo. Jo hizo una mueca. Estaba lleno de felicidad, y tenía que dejarla salir, pero no podía hacerlo delante de compañía. — Entonces, adiós, Michael. Michael lanzó un suspiro que se extendió por su armadura. —Sí, adiós, hermano. Hasta que volvamos a encontrarnos. Pero Jo no podía dejar las cosas así. Fue hacia su antiguo amigo y puso sus brazos alrededor del ángel. Michael no chilló cuando Jo le levantó de sus pies, y le dio unas palmaditas. A regañadientes, Michael le devolvió el abrazo. Los brazos de Frederik estaban cruzados y una mirada divertida y celosa sombreaba su rostro. Jo apartó a Michael y volvió a su amante antes de que sus plumas se irritaran demasiado, tomándole la mano y sonriéndole hasta que Frederik le devolvió la sonrisa. —Sé feliz, hermano —dijo Michael. —Lo seré. Gracias. Con una sonrisa, Michael extendió sus alas, dobló las piernas y se lanzó alto en la oscuridad hacia el Cielo, volando hasta que desapareció. A Anael no le salieron alas para seguir el mismo camino, pero también desapareció de los jardines justo cuando estaba a punto de tomar otro bocado del césped perfectamente recortado de Frederik. Frederik envolvió sus brazos alrededor de la parte de atrás de los hombros de Jo, su mano acariciando el tallo que conectaba su hombro derecho con su ala y le acarició las plumas. Jo se movió y lanzó un suspiro de placer, su cuerpo calentándose y su polla endureciéndose con el toque. Apretó los dientes. Ah, sí, ese era el cosquilleo que había sentido antes. Podría disfrutar de su polla, así como de sus alas. Muchísimo. —Tenemos que darnos un baño antes de que hagamos nada más. —Ya no goteaban sangre, pero un baño juntos, sería bienvenido. Una vez que hubieran despedido a los criados para mantener su intimidad en privado, por supuesto. Frederik apretó los labios a lo largo de la curva del cuello y la mandíbula de Jo, y el calor en su interior se intensificó como el fuego de su espada. —Entonces tendrás que ser rápido. Ahora eres mío —dijo entre besos. Jo puso sus manos sobre la parte superior de Frederik. Él deseaba desesperadamente continuar con lo que estaban haciendo, pero todavía quedaba una última petición que requería atención antes de que pudiera entregarse libremente al placer y la relajación. —Tenemos que enviar un mensajero a tu hermana. Necesita saber que estás vivo. Ella y el Laird MacNiel seguramente ya tendrán a Angus y Breanna a su cuidado. Frederik asintió, una pequeña sonrisa en sus labios. —Será una buena madre. Además, debo pedirle disculpas. Jo se volvió para mirarlo. —¿Por qué? Frederik parecía sonreír a pesar de sí mismo. —Ella me dijo que esto iba a pasar. Dijo que su alma estaba conectada a MacNiel de la misma forma que la tuya y la mía. Pero no la creí. En cualquier caso, el mensaje puede esperar hasta mañana, y tal vez podamos visitarlos cualquier día. El sonido bajo de la voz de Frederik, la prensión de su cuerpo, la promesa de un futuro juntos, eran suficientes para hacer que la polla de Jo latiera llena de sangre, su respiración acelerada, y su cuerpo impaciente, húmedo de sudor y temblores. —¿Jo? Su respuesta fue un suave gemido. Frederik, sin embargo, se tornó sombrío. —Jo, incluso si no hubieras tenido alas, todavía te querría. Eso lo sacó de su bruma. —Pero no querías un amante humano. Un amante que pudiera morir por la guerra y la enfermedad, ¿no es así? Frederik asintió. —Eso era verdad, pero... Yo no podía soportar tenerte de nuevo sólo para volver a perderte. Te necesito. Tú eres mi otra mitad, eres lo único que tiene sentido, y si no lo hubiera descubierto hoy y te hubieras convertido en un ser humano, una vez más, no habría sido capaz de enviarte lejos de nuevo. No lo hubiera podido soportar. La última vez, se me rompió el corazón. Jo le dio un beso, deteniendo su confesión de culpabilidad. Frederik se aferró a él como si nunca hubiera querido ponerlo en libertad. —Te amo —dijo cuando se separaron. —Y yo te amo a ti —contestó Jo—. Y, ahora que nos hemos confesado nuestros sentimientos, tenemos que darnos prisa en entrar. Mi nuevo cuerpo duele por conseguir más de lo que me diste en la torre MacNiel. Pero en esta ocasión quiero hacerlo correctamente. No de la forma fría de aquella vez. Frederik le sonrió y le tomó la mano. —Me gusta eso. Mandy Rosko vive y trabaja en Ottawa, Ontario, es un drogadicto del romance, diseñador de páginas web, juega a demasiados video juegos, y está trabajando duro para mejorar el arte de crear una trama real. Para saber más sobre Mandy, visita : www.rizzorosko.com Lleu Mai Gaby ¡Y no olvides comprar a los autores, sin ellos no podríamos disfrutar de todas estas historias!