corazón traspasado de jesucristo y misterio pascual

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EDOUARD GLOTIN
CORAZÓN TRASPASADO DE JESUCRISTO Y
MISTERIO PASCUAL EN LA PREDICACIÓN
CRISTIANA
El proceso de penetración cada vez mayor en el conocimiento de Cristo por el que la
conduce el Espíritu, ha llevado a la Iglesia a ver en el Corazón traspasado de Jesús el
resumen, simbólico, del misterio pascual. Ignorar tal signo sería negarle a la Iglesia
esa interiorización progresiva de la Palabra de Dios en Cristo. La predicación y
catequética cristianas, cuyo objeto central es cl misterio pascual, han de tenerlo en
cuenta.
Valeur catéschétique d’un signe symbolique: le Coeur blessé de Jésus-Christ, Lumen
Vitae, 16 (1961), 741-762
El conocimiento del Señor Jesús no puede quedarse en lo exterior. Ha de alcanzar aquel
punto íntimo donde "se encuentran escondidos todos los tesoros" (Col 2,3) de Cristo. La
Tradición, basándose en Juan 7,37, ha llamado a ese polo centralizador de todo el
misterio interior de Jesús, seno, o mejor, corazón, y ha centrado, cada vez más, su
espiritualidad en él. Todavía hoy esta devoción al Corazón de Jesús es una fuente de
santidad para el Cuerpo Místico (cfr., por ejemplo, la experiencia espiritual de los
Hermanitos de Jesús, centrada por entero en el Corazón y la Cruz del Señor).
He aquí, pues, el problema de teología pastoral fundamental que nos proponemos: si el
objeto de la catequesis cristiana es preparar el acceso a las riquezas de Cristo (Ef 3,8)
¿deberá proponer este misterio escondido, interior, del Corazón de Jesús? Se trata, pues,
de determinar la relación entre el signo del Corazón y el misterio central de toda
catequética. Si se probase que este signo constituye como un resumen catequético del
Cristianismo, se habría puesto la base teológica para la utilización pastoral del culto al
Corazón de Jesús.
La catequética se basa toda en la noción de Palabra de Dios. Por eso nuestro problema
se puede enunciar así: ¿el Corazón herido de Jesús es una palabra que la catequética
debe transmitir a todos los cristianos? Y consecuentemente, ¿es una palabra bíblica?
Nuestro trabajo deberá, pues, estudiar: 1.º La noción cristiana de palabra de Dios, para
deducir el objeto principal de la catequética: 2. º Sólo desde esa noción podrá luego
determinar el lugar que dentro de ese objeto, ha de tener el Corazón de Jesús (nos
referimos siempre al Corazón herido de Jesús).
LA PALABRA, ACTO DE DIOS
Desde el punto de vista catequético, el acto de fe se define como un acoger la Palabra
que Dios dice en el tiempo. Esta temporalidad de la Palabra de Dios es característica del
mensaje cristiano y lo distingue de toda otra religión positiva. No podemos concebir una
revelación del Dios trascendente más que a través de una historia humana que a Él le
plugo hacer instrumento de nuestra salvación. Por eso la Escritura, palabra de Dios en la
historia, y sobre la historia, es normativa de toda catequesis. Toda catequesis cristiana
se fundamenta en una teología bíblica de la Palabra. Según esa teología, la irrupción de
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la Palabra de Dios en la historia nos presenta un Dios que obra. La Palabra es un acto de
Dios. Este aspecto dinámico es característico de la mentalidad semita: hablar y realizar
son para Dios una misma cosa. Cuando Dios dice, crea (Gn 1,3). Soberanamente activa,
la Palabra es omnipotente (Sab 18,15) y eficaz (Heb 4,12); es manifestación de la
intervención de la libertad divina en el mundo. El hombre no puede hacer otra cosa que
inclinarse ante la potencia de ese actuar. La fe es la adhesión al querer y al obrar
inscritos en la Palabra: Siempre te alabaré porque has obrado (Sal 51,11).
CRISTO, PALABRA DE DIOS
Pero ese acto decisivo de Dios es, a pesar de sus múltiples apariencias, único. La
Escritura no es una colección cualquiera de libros. Es el libro de Dios. Más: es la
Palabra única de Dios, su Verbo, anunciado por los Profetas, comunicado en Cristo,
comentado por la Tradición.
Todo ese dinamismo por el cual Dios se dice a su pueblo a través de todos los
acontecimientos de la historia sagrada, radica en una iniciativa más profunda, interior a
Dios, aquella por la cual el Padre se dice a Sí mismo en el Verbo. Es decir, cuando Dios
decide manifestarse a los hombres, quiere hacerlo enteramente, sin reservas. No nos
concede solamente algún conocimiento de sus atributos, sino que se entrega a Sí mismo,
dándonos el don de su Verbo en el Espíritu, el Verbo que es la Palabra viva (Heb 4,12)
del Dios vivo y eterno, de la cual somos reengendrados como de una simiente
incorruptible (1 Pe 1, 23).
EL ACTO PASCUAL, OBJETO CENTRAL DE LA CATEQUESIS
Cristo, objeto de la catequesis
Tal concepción del misterio de la Palabra tiene una consecuencia inmediata: la
catequesis no puede tener como objeto central más que este acto único que coincide
fundamentalmente con el misterio de la Encarnación. Es la misión de Cristo al mundo.
Este acto es, pues, una generación, "un Hijo se nos ha dado" (ls 9,6). Dios no tiene otra
cosa que decirnos que su Hijo, nacido de su seno en un silencio eterno: en Él nos dice
nuestra propia filiación divina.
Cristo muerto y resucitado, objeto de la catequesis
Pero esa manifestación del Hijo no alcanza su ple nitud hasta la Resurrección, cuando
Cristo "nacido de la estirpe de David según la carne" "fue constituido Hijo de Dios con
poder, según el Espíritu de santidad, desde su resurrección de entre los muertos" (Rom
1,3-4). Por tanto, el acto por el que Dios se dice a Sí mismo en su Hijo en, el Espíritu
Santo, se nos revela en este otro acto por el que Cristo entra en posesión de una
humanidad regenerada y recibe el poder de someter el universo (1 Cor 15,28).
Este acto histórico es la verdadera Pascua, tránsito de la muerte a la vida. La
Resurrección es la consumación del acto pascual; pero se inicia en el dolor de la Cruz
(Jn 16, 20-21). Dios creador manifiesta la profundidad de su amor, entregando su Hijo a
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la muerte para que por medio de su Resurrección la vida llegue a los que estábamos
muertos (Rom 8,32).
La catequesis no puede tener otro objeto que la proclamación del designio amoroso
encerrado en ese acto salvador, pascual. Es lo que enseña el exordio de la carta a los
Hebreos: "Dios, que en los tiempos pasados muy fragmentaria y variadamente había
hablado a los padres por medio de los profetas, al fin de estos días nos habló a nosotros
en la persona de su Hijo a quien constituyó heredero de todas las cosas". Desde que el
Padre ha puesto a su Hijo resucitado en posesión del reino cósmico que adquirió por su
Sangre, no tiene nada más que decir a los hombres. Empieza por tanto el tiempo de la
catequesis de esa revelación pascual. Así lo hicieron los Apóstoles (cfr. Act 2,32)., La
catequesis de Juan no puede entenderse tampoco sin esa referencia constante al misterio
del Verbo encarnado visto a través de la Pascua. (Así, por ejemplo, el prólogo
contempla al Verbo hecho carne en su humanidad pascual resplandeciente por la luz y la
vida de la Resurrección).
EL SIGNO SIMBÓLICO DEL ACTO PASCUAL
Precisado el objeto central de la catequesis cristiana -el acontecimiento pascual- he aquí
la tesis que estas líneas quieren proponer: El símbolo del Corazón de Jesús es el
resumen catequético del acto pascual; en otras palabras, el Corazón herido de Jesús,
considerado como Palabra de Dios a los hombres, es el signo central de nuestra
catequesis, porque es el único símbolo bíblico que resume históricamente el dinamismo
del acto pascual.
Simbolismo pascual del Corazón traspasado
Pascua es un misterio de vida y muerte. Tránsito del arrancarse doloroso de todo el ser,
que está en el centro del sacrificio de Cristo, a la fecundidad espiritual de ese
acontecimiento salvador.
Ahora bien, el Corazón de Jesús lleva inscrita en sí esa estructura bipolar del acto
pascual. Para descubrirla basta mirar su realidad de signo histórico, va que el Corazón
de Jesús, antes de ser un signo litúrgico y cultual, es un signo histórico. Dios ha dicho el
Corazón de su Hijo en un hecho, el de la transfixión: "uno de los soldados le traspasó el
costado" (Jn 19,34). Este misterio, parte integrante de la catequesis de Juan, no tiene
sentido a los ojos de la fe más que en el orden simbólico. El Corazón traspasado de
Jesús es un símbolo bipolar, pascual, de muerte y vida, agotamiento radical y
fecundidad inexhausta. Muerto, da agua y sangre, signos de resurrección (cfr. Orígenes,
contra Celsum 2;49). Esté cadáver colgado del madero es ya el cuerpo del resucitado. Y
hay que notar que el evangelista dice "al punto salió sangre y agua". El agua y la sangre
saltan en el mismo instante en que se abre la herida en la carne de Cristo sacrificado. En
la unidad histórica más estrecha se realiza una doble acción simbólica: por una parte, la
transfixión, que constituye el último rito de inmolación del verdadero Cordero pascual
(cfr. Jn 19,36; Ex 12;46); por otra, se abre la fuente de agua viva; que representa la
primera efusión del Espíritu en la humanidad pascual del Salvador, la primera efusión
de su triunfó espiritual (Jn 7, 38-39).
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Dinámica pascual y Corazón traspasado
En el signó del agua y sangre es posible vislumbrar todo el dinamismo del acto pascual,
su término y su origen.
Su término es la glorificación del Verbo encarnado, en su doble naturaleza, la humana simbolizada en el lenguaje bíblico por la sangre- y la divina -que viene simbolizada por
el agua que engendra a la nueva vida del Reino de Dios (Jn 3, 3-5)-.
El origen del acto pascual hay que buscarlo mucho más arriba, en el seno del Padre,
dónde tuvo lugar desde toda la eternidad la decisión por la cual la Santísima Trinidad
decretó la Encarnación redentora y la Misión del Espíritu Santo. Simbólicamente, pues,
el Corazón traspasado de Jesús nos conduce al designio salvador de Dios.
Hay más. El Corazón de Jesús traspasado por un soldado que quería asegurarse de su
muerte, nos testimonia el agotamiento total del Hijo de Dios por amor a los hombres.
"Mas a Jesús, como le vieron ya muerto" (Jn 19, 33), muerto antes que sus compañeros,
por un exceso de amor. Aquí se insinúa algo de la donación total que Jesucristo hizo
para nuestra Redención. Nuestra reparación ha sido realizada por un acto de la voluntad
humana de Cristo. Hemos sido rescatados en Él. Él no es solamente -como hemos
dicho- el término y, juntó con el Padre, el origen de todo el misterio cristianó. Es, sobre
todo, el medio. En El la naturaleza humana ha sido asociada a la obra de su propia
reparación. Por eso el acto central del cristiano consiste en unirse al dinamismo de la
voluntad de Cristo para poder gozar de la fecundidad de su acto redentor. La
participación en el acto pascual consiste en la estrecha unión al Corazón del Redentor.
Evangelio de Juan y simbolismo pascual
A nuestra mentalidad moderna, desacostumbrada a lo simbólico, desconcierta una tesis
tan radical sobre el Corazón de Jesús. Sin embargó se es fiel al pensamiento de Juan, al
menos en lo esencial, cuando se señala, con la Tradición, en el signó del Corazón
herido, un elemento capital de la catequesis pascual. En efecto, por dos veces, en el
Evangelio y, en la Primera Carta, insiste sobre esta materia. Y en ambas señala la
importancia teológica del signó del agua y sangre. Bajo este signó da testimonió el
Espíritu de la filiación divina de Jesús (1 Jn 5, 6-9). Juan mismo da testimonio de la
veracidad histórica de ese símbolo (Jn 19, 35-46). Es el testimonio más solemne del
Evangelio. El Bautista había afirmado que el Hijo de Dios vendría "por agua"; el
Evangelista testimonia que viene "por agua y sangre" (1 Jn 5,6). Afirma que el acto de
fe del cristiano, independientemente de todo objeto preciso, depende de este testimonio:
"a fin de que vosotros creáis" (Jn 19,36). Se diría que es una especie de cumbre de la
revelación joánnica. Como si al llegar al final del Evangelio, el Apóstol nos quisiera dar
el signo de los signos, a cuya revelación preparaban los capítulos anteriores. La
manifestación de las llagas (Jn 20), incluida la del costado -que Lucas no mencionasería como un segundo eco. Si se considera el capítulo 21 como una añadidura, el
evangelio de Juan se cierra con este signo.
Según excelentes exegetas, todo san Juan parece progresar hacia la revelación de este
signo supremo del Resucitado, que ofrece a la adoración de la Iglesia el testimonio
eterno del acto pascual: la llaga siempre abierta del "Cordero como degollado" (Ap 5,6)
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de donde no cesa de salir "un río de agua de vida, luciente como cristal" (Ap 22,1).
Todos los demás signos han sido preteridos, como menos propios para mantener la fe en
el Hijo de Dios (Jn 20,31).
EL CORAZÓN DE JESÚS, PLENITUD DE LA PALABRA
Los teólogos están hoy de acuerdo en admitir como núcleo esencial del Cristianismo, el
misterio pascual como manifestación del amor misericordioso de la Trinidad hacia el
género humano pecador. De aquí a admitir que el misterio del Corazón de Jesús -al que
en una teología escrituraria de estilo joanneo, la precedente, demostración ha visto como
resumen simbólico del acto pascual- puede identificarse con el objeto mismo de la
catequesis, no hay más que un paso.
Pero surgen dos dificultades:
1ª¿Por qué encerrar en un signo simbólico toda la riqueza del acto pascual? ¿Qué valor
pedagógico puede tener tal formulación simbólica?
2.ª Hablando del signo del Corazón hemos sobrepasado la terminología joánnica. La
teología católica llegó a este sobrepasar las palabras del evangelista por influjo de las
corrientes místicas que desembocaron en el culto litúrgico del Corazón de Jesús. Una
teología que quiera volver a la simplicidad del kerigma primitivo ¿no deberá prescindir
de tal desarrollo teológico y fijarse más bien en el símbolo de la transfixión, de la fuente
abierta en el costado del Traspasado, abandonando, por tanto, el símbolo del Corazón?
Respondamos primero a la segunda dificultad.
En el movimiento espiritual contemporáneo, la devoción al Corazón de Jesús suscita
problema. Su importancia histórica y su poder santificador inclinan a las almas a vivirla
plenamente. Pero nace una inquietud: si el Corazón no es más que un símbolo marginal
habrá de ceder el paso a otros que expresen mejor la devoción a Cristo. El alma mira al
futuro, no se satisface ya con los frutos de santidad obtenidos en el pasado. Por eso
decimos: el culto al Corazón de Jesús se ha de predicar a los cristianos porque se apoya
sobre un misterio y un signo que representan una plenitud de la Palabra divina que,
según el dinamismo característico de ésta, no podrá ser superada. En otras palabras, el
signo del Corazón de Jesús, signo histórico privilegiado del acto pascual, es a la vez un
signo escatológico, tendente -como la Iglesia- más al futuro que al pasado. Signo
sometido también a las leyes de desenvolvimiento progresivo.
Interiorización progresiva del signo, obra del Espíritu
Tracemos las líneas generales capaces de fundar esta plenitud del signo simbólico del
Corazón de Jesús.
Su culto sólo es auténtico si el misterio de este Corazón es la expresión de la palabra
decisiva de amor que brota del Padre en el acto pascual. Pero hay que subrayar que este
culto no se identifica simplemente con esta Palabra, por lo menos tal como nos la ha
transmitido S. Juan, ya que el análisis del signo de la transfixión en san Juan no nos
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revela el corazón físico del Redentor como elemento central de dicho signo. Sin
embargo una consideración histórica puede solucionarnos esta desigualdad.
En efecto, podemos considerar la decisión divina de salvar al hombre en un doble
aspecto horizontal: antes de Pascua y después de ella. Antes de Pascua, la realización de
la salvación está preparada por múltiples intervenciones proféticas; en cambio, después
de Pascua ilumina su sentido por la actividad del Espíritu en la Iglesia. En este después
vamos a fijarnos, porque parece designio de Dios que en él la Iglesia articulase la
Palabra del Corazón de Jesús. Haciéndolo, la Iglesia ha obrado bajo la moción directa
del Espíritu Santo, cuya misión es introducirla en la plenitud del misterio de Cristo.
Es significativo que el culto del Corazón de Jesús haya brotado del dinamismo de la
piedad cristiana, esclarecida por una serie de revelaciones privadas. Jesús mismo, dado
ahora en el Espíritu, continúa diciéndose cada vez más totalmente a su Iglesia, por una
serie de intervenciones existenciales y por una iluminación interior de las almas.
La encíclica "Haurietis Aquas" se ha esforzado en situar las revelaciones de santa
Margarita María en el movimiento de la Tradición de manera rigurosa. Una revelación
privada no innova doctrinalmente nada. Paray marca sólo el momento en que la Iglesia
adquiere conciencia refleja del misterio del Corazón de Jesús, vivido desde antes -como
asegura la "Haurietis Aquas"- en el pueblo cristiano. La misma encíclica considera
como verdad teológica segura que el culto al corazón de Jesús estaba inscrito, desde el
origen del culto cristiano, en la dinámica misma de la devoción a Cristo. Cuando la
contemplación cristiana se fijaba más en el amor, como alma del Cristianismo, tanto
más la devoción a la humanidad corporal del Salvador y a sus llagas se centraba en su
corazón de carne.
Este progresivo descubrimiento de interioridad en el misterio de Cristo, es el fruto del
Espíritu de verdad. Estaba reservado a la Tercera Persona de la Trinidad -lo dijo Jesús a
los Doce- introducir a la Iglesia en el pleno conocimiento de la Segunda (Jn 16, 14).
Una más seria reflexión sobre la misión del Espíritu y su iluminación progresiva de la
Iglesia debería hacer caer en la cuenta de la importancia vital para la Iglesia de hoy del
misterio del Corazón de Jesús. La abertura del costado de Jesús quiere decir: ha
terminado la misión visible del Hijo, empieza la del Espíritu. Desde ahora Cristo no se
nos dará más que en el Espíritu. Inversamente, la comunicación del Espíritu en el Nuevo
Testamento está ligada a la carne de Cristo el Espíritu no se nos da (al menos
fundamentalmente) más que por el agua y la sangre (es decir sacramentalmente). Cristo
nos es dado en el Espíritu (2 Cor 5,16); el Espíritu por la Carne de Cristo. Por eso el
tiempo del Espíritu es el: tiempo de la Eucaristía. Ahora bien, se sabe lo vinculadas que
están, histórica y litúrgicamente; la devoción al Corazón de Jesús y la devoción a la
Eucaristía. Son dos caras del mismo misterio de Cristo comunicado a la Iglesia en el
Espíritu. Es normal que progresen paralelamente. Como es normal que el Espíritu se
diga a Sí mismo. cada vez más. Predicándonos el Corazón de Jesús, se predica a Sí
mismo como don de ese Corazón.
Esta unión del signo del Corazón al tiempo del Espíritu determina su orientación
escatológica.
EDOUARD GLOTIN
Corazón traspasado, signo escatológico
El culto al Corazón de Cristo no es sólo una herencia, es una promesa que revela toda la
significación del, tiempo de la Iglesia, del tiempo del Espíritu. Quizás no hemos
considerado suficientemente la dimensión escatológica de aquellas palabras del Señor a
santa Margarita al afirmar que el símbolo de su Corazón es un signo para los últimos
tiempos.
La historia se dirige infaliblemente hacia su término: la unión de todos los hombres en
Cristo. Una reflexión teológica debería mostrar en qué sentido el Corazón de Jesús
puede ser entendido como "una facultad mística de recapitulación de todas las cosas en
Cristo" (Guitton). El signo del Hijo del hombre en el último día (Mt 24,30), ¿puede ser
otra cosa, en su centro más esencial, que un signo donde se concentre el movimiento
histórico que empuja al Cuerpo Místico hacia la consumación de todos en la. unidad del
Padre y del Hijo? El Apocalipsis mismo presenta al que "viene entre las nubes" como el
traspasado de Zacarías: "y le verá todo ojo y los mismos que le traspasaron" (Ap 1,7).
Esta doctrina de la recapitulación de todas las cosas en Cristo que nos parece condiciona
el progreso de la teología del Corazón de Jesús -pero que no es el objeto de estas
páginas- debe buscarse en las cartas de la. cautividad de san Pablo. Allí el tiempo de la
Iglesia es la manifestación de un misterio escondido en Dios desde toda la eternidad y
realizado en el acto pascual: "Recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Pío XI,
al escoger el capítulo 3° de la Epístola a los Efesios para la Misa de la fiesta del
Corazón de Jesús, sugería que el fruto normal de una devoción lúcida al Corazón de
Jesús es el conocimiento espiritual del misterio del Cristo místico. Porque si la historia
de la Iglesia se presenta como una interiorización creciente del conocimiento de Cristo,
es natural que el "misterio" del que habla Pablo aparezca cada vez más identificado
con el misterio del Corazón de Cristo. Uno y otro tienen por centro la visión de Cristo
en su acto pascual - muerte y resurrección- como manifestación de la intervenció n
salvífica de Dios en la historia.
En resumen: la Revelación ha terminado; la Palabra ha sido dicha en Jesucristo; pero las
generaciones no entran más que progresivamente en esa plenitud de la Palabra. Había
un misterio oculto y el Hijo nos lo ha revelado, (Jn 1,18). Hay- también un misterio en
el Hijo y nos lo manifiesta, el Espíritu en el signo del corazón. No se puede ya pues, ira
beber del agua viva e ignorar su fuente interior; no se puede ya adorar la herida del
costado sin unirse al latido de amor de su Corazón. En el tiempo de la Iglesia, el
Espíritu ilumina lo que está en el interior del misterio. La predicación cristiana no es
simple repetición, es una interpretación viva, Creciente del misterio.
EL CENTRO DE LA CATEQUESIS CRISTIANA.
Por lo dicho hasta aquí puede deducirse que una catequesis fiel al Espíritu ha de recurrir
de una u otra forma al signo del Corazón. Pero surge el problema que nos hemos
propuesto antes como: primera dificultad: ¿Por qué encerrar, toda la riqueza del acto
pascual en un signo simbólico? ¿Es, en realidad, necesario este signo para anunciarla
plenitud del misterio de amor de la Trinidad a los hombres pecadores? Indiquemos el
principio de solución.
EDOUARD GLOTIN
La catequesis es el medio de unión entre Dios, que se revela, y el oyente, que recibe la
Palabra. Ahora bien, tanto en el orden natural como en el de la gracia; cualquier unión
interpersonal se funda en el uso de cientos signos y de un lenguaje simbólico que han
de traducir el don mutuo de los corazones. En el orden sobrenatural, la iniciativa del don
es exclusiva de Dios, quedando sin embargo al hombre la libertad de la respuesta. El
catequista, instrumento de esa comunicación Dios- hombre, no tiene que inventar el
lenguaje, sino que debe someterse a las leyes de la Palabra divina tal como se las
manifiesta la Biblia y la Liturgia.
Se pueden reducir estas leyes esenciales a tres:
1.ª Ley de Encarnación. La Palabra se ha hecho carne. Por tanto los signos más eficaces
son los que participan de la corporeidad del Verbo encarnado.
2.ª Ley de la interdependencia. Cada signo no es comprensible aisladamente. Se ha de
relacionar con el conjunto de la Revelación y con los otros signos bíblicos litúrgicos.
3.ª Ley de densidad interna. Los diversos signos se diferencian según presenten un
aspecto fundamental o marginal del Cristianismo, y según su capacidad de unifican
otros datos y relaciones en la unidad del misterio cristiano.
De estas tres leyes, deduzcamos ahora algunas conclusiones sobre el signo del Corazón
de Jesús y la catequesis.
Signo del corazón y ley de corporeidad
Hemos de afirmar que este símbolo se funda en la Escritura. En el Antiguo Testamento
corazón designa el centro de la persona. En el Nuevo este signo adquiere un sentido
físico, porque la eficacia de la Palabra de amor de Dios al hombre es obra de la
mediación corporal de Cristo. El signo del Corazón, aplicado a Cristo, no será pues una
simple metáfora del amor espiritual del Hombre-Dios, sino que se referirá también a su
Corazón de carne.
Signo del Corazón y ley de interdependencia
No se crea, sin embargo, que este signo del Corazón de Jesús pueda introducir al
creyente en la totalidad del misterio del amor divino, independientemente de otros
signos, como quizá se ha creído en una concepción estrecha de esta devoción. No se
revalorizará el signo del Corazón si no se reeduca a los fieles en la mentalidad simbólica
bíblica, especialmente en la de san Juan: tienen que volver a gustar los grandes símbolos
unidos a la Fuente de vida del costado de Cristo -el Cordero, el agua, la sangre, el fuego,
el árbol de la vida, el Nuevo Adán, el Templo del Cuerpo...- si se quiere asegurarla
eficacia del de corazón.
EDOUARD GLOTIN
Densidad unificadora del signo del Corazón
Pero lo cierto es que no se puede dejar a un lado el signo simbólico del acto pascual, el
Corazón herido de Jesús. Merece un respeto especial ya que ha sido el mismo Señor
quien nos ha dado este signo en el acto pascual por la transfixión y ya que el mismo
Espíritu nos lo ha revelado. Nos da una síntesis muy segura de la esencia del mensaje
cristiano: la decisión de amor por la que el Padre nos entrega a su Hijo en el Espíritu. Y
es un signo enriquecido además por la corporeidad misma del Verbo encarnado.
K. Rahner ha dicho que el Corazón de Jesús constituye el "centro de mediació n" del
acto religioso. Porque es imposible unirnos a Dios si no es por la mediación persona! de
Cristo, y es imposible acercarnos a este centro de la persona sin pasar (al menos
implícitamente) por la mediación, interior a la misma persona, del corazón corporal.
Quizás se pueda decir lo mismo de la catequesis cristiana. No será instrumento de
conocimiento religioso si no encuentra su centro espiritual en el Corazón traspasado de
Jesucristo.
CONCLUSIÓN
Los esfuerzos realizados hasta hoy para estructurar una teología kerigmática sólo han
llegado a vislumbrar una idea esencial del Cristianismo, que han encerrado en una
síntesis conceptual. Sin embargo, parece esencial a una teología de anunciación que se
presente con un signo simbólico, en el que aparezca la estructura misma del mensaje. La
Religión de Jesús se ha de presentar en un signo simbólico porque es la Religión de
Días hecho carne.
Bibliografía:
H. Rahner. Flumina de ventre Christi, Bíblica 22 (1941), 269-302; 367-403.
J. Cortés-Quirant. Torrentes de agua viva. Una nueva interpretación de Jn 7,38. Estudios
Bíblicos 1957, 279-306.
Durrwell. La resurrección de Cristo, misterio de salvación. (Ed. esp. Barcelona 1962).
Etudes Carmélitaines. Le Coeur. 1950.
Stierli- Rahner. Cor Salvatoris (Edic. esp. Barcelona 1958).
Tradujo y condensó: IGNACIO SALVAT
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