Ensayo Discurso cultural sobre la Tauromaquia en la

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Ensayo
Desmontando los mitos
Discurso cultural sobre la
Tauromaquia en la sociedad de la
segunda moderna
Por José Francisco Coello Ugalde
Tomando pie de un reciente acuerdo adoptado por el
Ayuntamiento de León, en el estado mexicano de Guanajuato, en
la línea con las corrientes animalistas, el escritor e historiador
José Francisco Coello Ugalde ha construido un magnífico ensayo,
en el que, en el fondo, viene a desmontar esa especie de antítesis
que algunos tratan sostener en el caso de la Tauromaquia entre
cultura y protección animal.
De forma documentada, con una fuerte dosis de racionalidad, el
Dr. Coello Ugalde nos plantea un trabajo que vaya más allá de las
fronteras geográficas, en la misma medida que entra sin rodeos
en los aspectos medulares de la cuestión.
En estos momentos, y ya han pasado varios días de ese acontecimiento, los
medios masivos de comunicación siguen difundiendo la noticia sobre la
aprobación de una iniciativa de reformas al Reglamento de Protección de
Animales Domésticos y al Reglamento de Espectáculos Públicos en el
Ayuntamiento de León (Guanajuato, México), a partir de los argumentos que
plantearon las regidoras Beatriz Manrique (PVEM) y Verónica García Barrios
(PRI). A continuación, procuraré resumir al respecto su contenido.
LEÓN, GTO. En sesión ordinaria de Ayuntamiento, los integrantes del Cabildo
aprobaron por mayoría de votos la propuesta de modificar el reglamento de la
Protección de animales domésticos y el de Espectáculos y festejos públicos del
municipio de León, para no permitir la instalación de circos que usen animales para
sus espectáculos y la prohibición del ingreso de menores de 14 años a corridas de toros
y peleas de gallos.
La iniciativa fue presentada el pasado 13 de febrero por las regidoras Beatriz Manrique
y Verónica García Barrios durante sesión ordinaria de Ayuntamiento, en la cual se
acordó que dicha propuesta se turnaría a las Comisiones Unidas de Gobierno,
Régimen Interior, Seguridad Pública y Salud.
La regidora Beatriz Manrique mencionó que la modificación de ambos reglamentos
entrará en vigor a partir de su publicación en el periódico oficial del Gobierno del
Estado de Guanajuato, con la cual se busca impulsar una nueva cultura de protección a
los derechos de los animales.
Además también se pretenden desarrollar acciones dirigidas a la población en materia
de protección y su trato adecuado.
Dentro de las modificaciones a los reglamentos, también se estableció la prohibición
de juegos mecánicos que se usen con tracción animal, tal como el carrusel donde son
utilizados los ponis.
En el estatuto para la protección a los animales domésticos en el municipio de León, se
reformó el artículo 4 a fin de homologar la protección de animales domésticos
conforme a la definición del artículo 2 de la misma ley.
Se adicionó un capítulo V denominado “de la utilización de animales en espectáculos,
con fines de promoción, ferias, exposición con venta, eventos, exhibición y
concursos”, el cual integrará los artículos 38-bis, 38-ter y 38-quater, en los cuales se
contemplan las disposiciones generales para el manejo de animales con fines de
promoción, ferias, exposición con venta, eventos, exhibición, concursos, filmación de
películas, programas televisivos, anuncios publicitarios, material visual y auditivo o
similar; asimismo se prohíbe el establecimiento en territorio municipal de carácter
temporal o permanente de circos con la presencia e intervención de animales.
Se reformó el artículo 80-bis fracción III, a fin de establecer una multa de 151 a 200
días de salario mínimo general vigente en el estado de Guanajuato, al momento de
imponer la sanción en el caso del artículo 38-ter.
En tanto en el reglamento de Espectáculos y festejos públicos para el municipio de
León, se adicionó el artículo 34 a, en el cual se prohíbe el ingreso de menores de 14
años a espectáculos con contenido violento en el que se agredan animales.
Además se reformó la fracción XXI del tabulador de sanciones, a fin de imponer una
multa de 70 a 100 días de salario mínimo en el caso de permitir el ingreso de menores
de 14 años.
Durante la votación para la aprobación de la iniciativa, los regidores Alejandro
Kornhauser, Jacobo Cabrera, José Luis Zúñiga y Luis Fernando Gómez, votaron en
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1 contra de la modificación del artículo 8 del reglamento de Espectáculos y festejos
públicos y propusieron modificar la regla donde se prohíbe la entrada a menores de 14
años a espectáculos donde se maltraten animales, además del tabulador de sanciones
del mismo reglamento.[1]
En
primer término respeto tales decisiones, pero no comparto los
argumentos, pues varios de ellos están movidos más por el efecto de
humanizar a los animales que dejar a dichas especies en su territorialidad en
tanto principios de animalidad que les son consubstanciales. La
domesticación de infinidad de especies animales para favorecer al ser
humano en determinados aspectos del sustento en la vida cotidiana, llevó a
diversas sociedades a configurar, a lo largo de los siglos otros aspectos que
también significaban esas otras condiciones que cumplieron, y siguen
cumpliendo aspectos en que ciertas especies fueron incorporadas a diversas
expresiones que tuvieron su génesis en el ritual y con los siglos algunas de
ellas se materializaron en auténticas puestas en escenas, donde una fuerte
carga de elementos lúdicos, técnicos o estéticos vinieron a darle el concepto
que hoy día conocemos en espectáculos taurinos o circenses.
En reciente lectura, Francis Wolff ha escrito: No se trata de enfrentar los
hechos o los argumentos a las sensibilidades. Toda sensibilidad, como tal, es
respetable, pero naturalmente sorda a la razón. Razón y sensibilidad no
están hechas para entenderse.[2]
Y algo más: El aficionado tiene que admitirlo: mucha gente se conmueve, e
incluso algunos se indignan con la idea de las corridas de toros. El
sentimiento de compasión es una de las características de la humanidad y
una de las fuentes de la moralidad.[3]
Y aquí pretendo contribuir con los siguientes apuntes:
I
El
uso del lenguaje y este construido en
ideas, puede convertirse en una maravillosa
experiencia o en amarga pesadilla.
En los tiempos que corren, la tauromaquia
ha detonado una serie de encuentros y
desencuentros obligados, no podía ser de
otra manera, por la batalla de las palabras,
sus mensajes, circunstancias, pero sobre
todo por sus diversas interpretaciones. De
igual forma sucede con el racismo, el
género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos
donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de
ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una
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2 lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros.
Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.
En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la
revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas.
Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.
Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los
sociólogos ante la presencia de una “segunda modernidad”, las redes
sociales se han cohesionado hasta entender que la “primavera árabe”
primero; y luego regímenes como los de Mubarak o Gadafi después cayeron
en gran medida por su presencia, como ocurre también con los “indignados”,
señal esta de muchos cambios; algunos de ellos, radicales de suyo que
dejan ver el desacuerdo con los esquemas que a sus ojos, ya se agotaron.
La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.
Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los
tiempos, es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento
de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de
la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la
estética, también consubstanciales al espectáculo, procurando abolirlas al
invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.
La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una
técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen
hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones
todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica
materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus
primigenius o toro de lidia en palabras comunes.
Bajo los efectos de la moral, de “su” moral, ciertos grupos o colectivos que
no comparten ideas u opiniones con respecto a lo que se convierte en blanco
de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera de sus
expresiones. Allí está la segregación racial y social. Ahí el odio por
homofobia[4], biofobia[5], por lesfobia[6] o por transfobia[7]. Ahí el rechazo
rotundo por las corridas de toros, abanderado por abolicionistas que al
amparo de una sensibilidad ecológica pro-animalista, han impuesto como
referencia de sus movimientos la moral hacia los animales. Ellos dicen que
las corridas son formas de sadismo colectivo, anticuado y fanático que
disfruta con el sufrimiento de seres inocentes.
En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la
modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos,
usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar
en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los
toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la
modernidad declara como inmoral e impropio ese espectáculo. Fernando
Savater ha escrito en Tauroética: “…las comparaciones derogatorias de que
se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o
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3 con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la
animalidad”.[8]
Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos
importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su
dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan
humanos como los humanos animales.
Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el
toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el
peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas
especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones
simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.
Singer y Anselmi, veganos convencidos, reivindican a los animales bajo el
desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales)
son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos
plantea:
Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un
hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar
a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?
Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha
tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus
empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus
pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos,
en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas
más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás.
Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus
afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y
medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la
materialización de ese objetivo.
Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una
dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos,
debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su
presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso
momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese
difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus
propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se
produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o
inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas
prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y
domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.
Superados los traumas de la conquistas, permeó entre otras cosas una
cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la
relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los
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4 animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero
nunca iguales- sino solo con los humanos.[9]
II
Es
cierto que desde épocas remotas, el toreo ha
sido cuestionado y puesto en el banquillo de los
acusados debido a la fuerte carga de elementos
que posee en términos de lo que los contrarios
califican
como
“crueldad”,
“tormento”
o
“barbarie”. En todo caso, nosotros, los taurinos,
entendemos el significado de este espectáculo
como una ceremonia en la que ocurre un “acto de
sacrificio”;
o
más
aún:
“inmolación”
u
“holocausto”, que devienen sacrificio y muerte del
toro. Todo ello, independientemente de las otras
connotaciones que suelen aplicársele al toreo, ya
sea por el hecho de que pueda considerarse un
arte, e incluso deporte.
Sacrificio y muerte que, por otro lado cumple con aspectos de un ritual
inveterado, que se ha perdido en el devenir de los siglos, pero que se asocia
directamente con hábitos establecidos por el hombre en edades que se
remontan varios miles de años atrás. Esa forma de convivencia devino culto,
y el culto es una expresión que se aglutinó más tarde en aspectos de la vida
cotidiana de otras tantas sociedades ligadas a los ciclos agrícolas, a la
creación o formación de diversas formas religiosas que, en el fondo de su
creencia fijaban el sacrificio, el derramamiento de sangre o se materializaba
la crueldad, término que proviene del latín crúor y que significa “sangre
derramada”. Y esa sangre derramada se entendió como una forma de
demostrar que se estaba al servicio de dioses o entes cuya dimensión iba
más allá de la de cualquier mortal. Eso ocurrió lo mismo en culturas como la
egipcia, la mesopotámica, la griega, la romana, e incluso las prehispánicas
que todos aquí conocemos. Precisamente durante dicho periodo, las formas
de control y dominio incluyeron prácticas de sacrificio aplicada a todos
aquellos guerreros que eran tomados como prisioneros por los grupos en
conflicto. Muchos de ellos terminaban en la piedra de los sacrificios, mientras
el sacerdote abría su pecho extrayendo el corazón del “condenado”.
Considero que si debemos empezar a entender porqué un espectáculo tan
anacrónico como es el de los toros convive en este ya avanzado siglo XXI,
lleno de modernidad, confort, globalización y demás circunstancias, es
porque ha trascendido las más difíciles barreras y pervive porque diversas
sociedades lo aceptan, lo hacen suyo y por ende, se conserva porque no sólo
es un espectáculo más. Es rito, práctica social, acto festivo que ha logrado
recrearse en miles, en cientos de años hasta ser lo que hoy día conocemos
de él. También habría que valorar que cuando se maneja el concepto de la
“recreación” este significa cambio, transformación, interpretación y
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5 renovación. Eso ha sido también la tauromaquia que, al llegar de España
inmediatamente después de la conquista (a partir de 1521) se estableció
como un espectáculo el que, al cabo de los años se amalgamó, pasó por un
proceso de mestizaje que lleva la carga espiritual de uno y otro pueblo. No
es casual que al paso de los casi cinco siglos de convivir entre nosotros, se
consolidara la tauromaquia como cultura popular lo mismo en el ámbito rural
que en el urbano. todo eso, hoy sigue vigente.
Entre muchas, tres son las herencias que quedaron de 300 años de dominio
español en México: la burocracia de Felipe II, la religión católica y las
corridas de toros. Herencias buenas o malas, no se trata aquí de aplicar un
juicio sumario cargado de maniqueísmos o prejuicios, sino volver a entender
cómo esos valores permearon, penetraron hasta la entraña de nuestro
pueblo al grado de que perviven esas “herencias” por lo que para el próximo
de los domingos en que se tenga prevista una corrida de toros más, ésta se
sumará al largo historial de profundas tradiciones generadas desde esa
fuente secular que todos conocemos como la fiesta de toros, la corrida de
toros o simplemente como tauromaquia.
Creo que estamos dispuestos a defender ese patrimonio vulnerable, hoy día
sometido a diversos riesgos. Si no realizamos las acciones pertinentes
lamentaremos profundamente su desaparición.
III
Empeñados
en defender un anacronismo
en el presente, nos olvidamos del futuro. Y
es que en estos tiempos de modernidad
galopante, que lo mismo nos vemos
afectados
o
beneficiados
por
la
globalización que por el cambio climático o
la hiperindustrialización que pronto nos
pondrá ante una nueva generación de
elementos donde la nanotecnología se
moverá a sus anchas, la fiesta de los toros
debe seguir vigente. Por eso, entre todo
ese maremágnum de condiciones a que
nos vemos sujetos, es preciso aclarar que
también existen las corridas de toros. Y
ese existir es como la supervivencia de un
pasado que convive, se dirá que un poco incómodo con nuestro presente.
Quienes nos hemos comprometido a la conservación, preservación y difusión
de la fiesta de los toros, absolutamente convencidos de lo que hacemos y
decimos, planteamos además que se trata de un espectáculo, una diversión,
pero también de un ritual que pervive en apenas ocho países que por
fortuna lo hacen suyo.
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6 No cabe pensar aquí más que de una manera en la cual se requiere
información práctica para confirmar la fe de los creyentes y atraer a todos
aquellos que, en principio tienen curiosidad e incluso, sienten animadversión
por un misterioso fenómeno que posee la vigorosa razón del enfrentamiento
de un ser racional con un animal. Y más aún. Ya dominado el toro se
produce un espectacular como traumático desenlace que ocurre con el
sacrificio y muerte de ese mismo animal.
Este ritual sujeto a una fuerte carga de elementos simbólicos se desarrolla
además, matizado de razones técnicas y estéticas que le otorgan significado
peculiar. Pero, y aquí la pregunta: frente a todas las embestidas que ahora
se producen contra los toros, ¿tiene este espectáculo garantías de
pervivencia por el resto de los tiempos?
Estoy consciente de que ese punto, dependerá, en buena medida, de la
madurez en los trabajos que vienen realizándose con vistas a documentar el
expediente que habrá de presentarse en algún momento a la UNESCO, con
objeto de generar la declaratoria que permita elevar a la tauromaquia a
patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. En esa medida, es muy
probable que se tengan condiciones de auténtico blindaje para cuidar,
conservar, preservar pero sobre todo mantener en el punto de equilibrio más
pertinente, a una fiesta inveterada como es la de los toros.
Sabemos del largo recorrido milenario y secular de esta fascinante
representación, la cual tiene en su haber legiones de partidarios y
numerosos enemigos. Pero el enigma aquí planteado es sobre su incierto
futuro. No nos convirtamos en convidados de piedra, sino en activos
participantes en pro de esta manifestación. Desplegar todos sus significados
y explicarlos a la luz de la realidad es una de las mejores tareas. Por eso es
importante la difusión, siempre y cuando esta sea coherente y no una barata
provocación.
Termino apuntando que al menos, desde esta trinchera, el toreo en México
va a seguir teniendo todo un tratamiento histórico que permita entender sus
circunstancias a lo largo de 485 años de convivencia y mestizaje. Tres
connotados historiadores me dan la razón:
--Los mexicanos tenemos una doble ascendencia: india y española, que en
mi ánimo no se combaten, sino que conviven amistosamente. Silvio Zavala.
--No somos ya ni españoles ni tampoco indígenas, y sería un error gravísimo
intentar aniquilar uno de los dos elementos, porque quedaríamos mancos o
cojos. Elsa Cecilia Frost del Valle.
--La tensión que se instala en el desarrollo de México a partir de la
conquista, surge también de la presencia de dos pasados que chocan y luego
coexisten largamente, sin que uno logre absorber al otro. Enrique
Florescano.
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7 IV
Ahora
bien, me valgo de algunas opiniones que
provienen precisamente de un libro que no es de
toros. Se trata de la novela El último encuentro[10],
escrita por Sándor Márai. La distancia de 41 años
hace que se recupere en términos no muy gratos
la profunda amistad de tres personajes esenciales,
dos militares y una tercera, ausente, pero que
influyó en buena medida sobre el destino de
aquellos dos jóvenes que construyeron unos lazos
entrañables los cuales, por azares del destino se
dispersaron misteriosamente. No contaré la
historia de un maravilloso trabajo. Los invito a que
hagan la gozosa lectura.
Avanzada su lectura, encontré varias razones que
explican algunos aspectos en los cuales hoy se
encuentra muy activa la polémica, más en contra
que a favor de los toros, pero que los elementos
allí tratados, sirven para justificar muchos de los
significados del espectáculo.
Nos dice Márai que reunidos Konrád y su esposa
Kirsztina en Egipto, donde pasaban su luna de miel, fueron alojados en la
casa de una familia árabe. En cierto momento, al llegar unas visitas “todos
hombres, señores con sus criados” el ambiente de aquel hogar cambió
radicalmente:
Todos nos sentamos alrededor del fuego sin decir palabra. Krisztina era
la única mujer entre nosotros. A continuación, trajeron un cordero, un
cordero blanco; el anfitrión sacó un cuchillo y lo mató con un
movimiento imposible de olvidar… Ese movimiento no se puede
aprender; ese movimiento oriental todavía conserva algo del sentido
simbólico y religioso del acto de matar, del tiempo en que ese acto
significaba una unión con algo esencial, con la víctima. Con ese
movimiento levantó su cuchillo Abraham contra Isaac en el momento
del sacrificio; con ese movimiento se sacrificaba a los animales en los
altares de los templos antiguos, delante de la imagen de los ídolos y
deidades; con ese movimiento se cortó también la cabeza a san Juan
Bautista… Es un movimiento ancestral. Todos los hombres de Oriente lo
llevan en la mano. Quizás el hombre haya nacido con ese movimiento al
separarse de aquel ser intermedio que fue, de aquel ser entre animal y
hombre… según algunos antropólogos, el hombre nació con la capacidad
de doblar el pulgar y así pudo empuñar un arma o una herramienta.
Bueno, quizás empezara por el alma, y no por el dedo pulgar, yo no lo
puedo saber (afirma Konrád). El hecho es que aquel árabe mató el
cordero, y de anciano de capa blanca e inmaculada se convirtió en
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8 sacerdote oriental que hace un sacrificio. Sus ojos brillaron, rejuveneció
de repente, y se hizo un silencio mortal a su alrededor. Estábamos
sentados en torno del fuego, mirando aquel movimiento de matar, el
brillo del cuchillo, el cuerpo agonizante del cordero, la sangre que
manaba a chorros, y todos teníamos el mismo resplandor en los ojos.
Entonces comprendí que aquellos hombres viven todavía cercanos al
acto de matar: la sangre es una cosa conocida para ellos, el brillo del
cuchillo es un fenómeno tan natural como la sonrisa de una mujer o la
lluvia. Aquella noche comprendimos (creo que Krisztina también lo
comprendió, porque estaba muy callada en aquellos momentos, se
había puesto colorada y luego pálida, respiraba con dificultad y volvió la
cabeza hacia un lado, como si estuviera contemplando sin querer una
escena apasionada y sensual), comprendimos que en Oriente todavía se
conoce el sentido sagrado y simbólico de matar, y también su
significado oculto y sensual. Porque todos sonreían, todos aquellos
hombres con rostro de piel oscura, de rasgos nobles, todos entreabrían
los labios y miraban con una expresión de éxtasis y arrobamiento, como
si matar fuera algo cálido, algo bueno, algo parecido a besar. Es
extraño, pero en húngaro, estas dos palabras, matanza y besos, ölés y
ólelés, son parecidas y tienen la misma raíz…
Ahora bien, sorprende una afirmación que Konrád, en la pluma de Márai,
plantea la visión que me parece no es de rechazo, sino de clara comprensión
del hecho presenciado que analiza en estos términos:
Somos occidentales, o por lo menos llegados hasta aquí e instalados.
Para nosotros, matar es una cuestión jurídica y moral, o una cuestión
médica, un acto permitido o prohibido, un fenómeno limitado dentro de
un sistema definido tanto desde un punto de vista jurídico como moral.
Nosotros también matamos, pero lo hacemos de una forma más
complicada; matamos según prescribe y permite la ley. Matamos en
nombre de elevados ideales y en defensa de preciados bienes, matamos
para salvaguardar el orden de la convivencia humana. No se puede
matar de otra manera. Somos cristianos, poseemos sentimiento de
culpa, hemos sido educados en la cultura occidental. Nuestra historia,
antigua y reciente, está llena de matanzas colectivas, pero bajamos la
voz y la cabeza, y hablamos de ello con sermones y con reprimendas,
no podemos evitarlo, éste es el papel que nos toca desempeñar.
Además está la caza y sólo la caza. En las cacerías también respetamos
ciertas leyes caballerescas y prácticas, respetamos a los animales
salvajes, hasta donde lo exijan las costumbres del lugar, pero la caza
[como los toros] sigue siendo un sacrificio, o sea, el vestigio deformado
y ritual de un acto religioso ancestral, de un acto primigenio de la era
del nacimiento de los humanos. Porque no es verdad que el cazador
mate para obtener su presa. Nunca se ha matado solamente por eso, ni
siquiera en los tiempos del hombre primitivo, aunque éste se alimentara
exclusivamente de lo que cazaba. A la caza la acompañaba siempre un
ritual tribal y religioso. El buen cazador era siempre el primer hombre
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9 de la tribu, una especie de sacerdote. Claro, todo esto perdió fuerza con
el paso del tiempo. Sin embargo, quedaron los rituales, aunque
debilitados.
Finalmente, y para el propósito de esta recomendación que ya se ve, trae
bastante sustancia para la reflexión, aparece un importante párrafo que
amplía los significados de la caza, como sigue:
Los pájaros se ponen a cantar, un cervatillo corre por el sendero, lejos,
a unos trescientos pasos de distancia, y tú te escondes entre los
arbustos y pones allí toda tu atención. Has traído el perro, no puede
perseguir al venado… el animal se detiene, no ve, no huele nada,
porque el viento viene de frente, pero sabe que su final está cerca;
levanta la cabeza, vuelve el cuello tierno, su cuerpo se tensa, se
mantiene así durante algunos segundos, en una postura magnífica,
delante de ti, como paralizado, como el hombre que se queda inmóvil
ante su destino, impasible, sabiendo que el destino no es casualidad ni
accidente, sino el resultado natural de unos acontecimientos
encadenados, imprevisibles y difícilmente inteligibles. En ese instante
lamentas no haber traído tu mejor arma de fuego. Tú también te
detienes en medio de los arbustos, te paralizas, tú también, el cazador.
Sientes en tus manos un temblor ancestral, tan antiguo como el hombre
mismo, la disposición para matar, la atracción cargada de prohibiciones,
la pasión más fuerte, un impulso que no es ni bueno ni malo, el impulso
secreto, el más poderoso de todos; ser más fuerte que el otro, más
hábil, ser un maestro, no fallar. Es lo que siente el leopardo cuando se
prepara para saltar, la serpiente cuando se yergue entre las rocas, el
cóndor cuando desciende de las alturas, y el hombre cuando contempla
su presa.
Hasta aquí con estas consideraciones que permiten un fiel de la balanza para
entender cómo, desde una visión ajena, que no necesariamente se acerca a
explicar lo soterrado del toreo, nos lo aclara a partir de estos pasajes que a
mí me han parecido claves en esta obra para traerlos hasta aquí, ponerlos a
la consideración de los lectores para que ustedes también puedan realizar el
mismo ejercicio de análisis. No importa si son aficionados a los toros o
contrarios a este espectáculo. Me permito sugerir que se trata de poner en
práctica algo tan sencillo que se llama “sentido común” de las cosas, para
tratar de entender lo que ha sido el papel de la humanidad desde los
tiempos más primitivos en el que el hombre, ya consciente de sus actos, con
el raciocinio de por medio, comenzó a definir el destino de lo que hoy somos.
Y el hombre, enfrentado a sus necesidades tuvo que desarrollar y practicar
la caza con el objeto preciso de la “disposición para matar” (“la disposición a
la muerte” que decía José Alameda). Por eso tuvo que matar, y no para
cometer un acto indebido, sino para materializar el “sentido sagrado y
simbólico de matar” –como ocurre entre los hombres de Oriente-, mientras
que para el hombre occidental “matar es una cuestión jurídica y moral, o
una cuestión médica, un acto permitido o prohibido, un fenómeno limitado
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10 dentro de un sistema definido tanto desde un punto de vista jurídico como
moral”. Entramos pues en un territorio que otras culturas han cuestionado
en uno u otro sentido, lo que ha provocado una polarización o deformación
del significado original que ha producido las reacciones encontradas de
nuestros días.
Me parece que la oportuna lectura de Sándor Márai viene en un buen
momento para mostrar razones y no desvaríos o simples impulsos
pasionales e irracionales que no siempre traen por consecuencia buenos
resultados. Es preciso que usted, lector, traslade las circunstancias relatadas
en El último encuentro y las deposite en el ámbito taurino. Encontrará
semejanzas representativas que no son ajenas al texto de nuestro autor.
Enfrentadas dos sociedades, pero también integradas en el devenir que la
humanidad ha mostrado en el curso de muchos años, permite entender que
el entrecruzamiento cultural habido siglos atrás, nos deja ver el múltiple
mestizaje que hoy somos como sociedades modernas. No hacerlo nos
condena a vivir ajenos a esa circunstancia.
Ya entramos por el sendero en el que las partes en el debate tienen que
ponerse de acuerdo, evitando lo que cuestiona Fernando Savater en su
último libro dedicado a los toros: Tauroética. El autor hispano recalca el
hecho de que
“En cuanto a la retórica sublime que tanto encandila entre quienes
están a favor o en contra de la fiesta (“la tauromaquia es la expresión
del alma española y por eso nunca podrá ser erradicada de nuestro
país”, “las corridas de toros son formas de sadismo colectivo, anticuado
y fanático, que disfruta con el sufrimiento de seres inocentes”, así como
sus diversas variantes) reconozco que me aburren soberanamente. Me
pasa lo mismo que al admirable Monsier Teste de Valéry: “la bêtise
n´est pas mon fort”.[11]
Lo anterior, forma parte de una serie de ponencias que he venido
planteando al respecto de buscar que la tauromaquia sea considerada como
Patrimonio Cultural Inmaterial[12], pero sobre todo de sumarme a la serie de
planteamientos que permitan sustentar tal propósito. Si todo lo anterior es
un contrapeso a la decisión tomada recientemente en León, Guanajuato, se
esperaría que quienes promovieron la iniciativa, también realicen una lectura
y tengan con ello mayor dimensión de la realidad, no limitándose a un solo
plano de la realidad, cuando esta es múltiple y compleja. Pero también esa
realidad va emparentada con los tiempos que corren, lo que produce muchos
conflictos de interpretación, pero también de asimilación. De ahí la toma de
decisiones tan extremas que se están tomando en diversos espacios donde
diputados o senadores toman las decisiones que concluyen en aprobación o
rechazo de leyes que pueden ser benéficas o adversas a la sociedad a que
van dirigidas. Por tanto, el estado de la cuestión no es un asunto
epidérmico. Requiere, exige mucha inteligencia, pero también mucha
profundidad. Espero que esto ocurra, pues “el que calla, otorga”.
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11 _____________________
[1] Disponible marzo 20, 2014 en:
http://www.getresponse.com/archive/boletinmedios/Boletn-1303-Aprueban-modificacin-alreglamento-de-la-Proteccin-de-animales-domsticos-y-al-de-Espectculos-y-festejos-pblicosdel-municipio-de-Len-27544004.html
[2] Francis Wolff: 50 razones para defender la corrida de toros. 2ª ed. Córdoba, España,
Taurología, editorial Almuzara 94 p., p. 11.
[3] Op. Cit., p. 13.
[4] Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.
[5] Rechazo a los bisexuales, a la homosexualidad o a las personas bisexuales
respectivamente.
[6] Fobia a las lesbianas.
[7] Odio a los transexuales.
[8] Fernando Savater: Tauroética. Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. (Colección
Mirador)., p. 18.
[9] Op. Cit., p 31.
[10] Sándor Márai: El último encuentro. Barcelona, 2ª edición. Publicaciones y Ediciones
Salamandra, S.A., 2010. 187 p. (Letras de Bolsillo, 97), p. 110-114.
[11] Savater: Tauroética…, op. Cit., p. 14-15.
[12] José Francisco Coello Ugalde: “Fisonomía del toreo mexicano en los dos últimos siglos.
Legados y propuestas”, ponencia presentada en el coloquio denominado: “La fiesta de los
toros: Un patrimonio inmaterial compartido”, celebrado en la Real Maestranza de Caballería
de Sevilla. 14, 15 y 16 de abril de 2009;
“Fisonomía del toreo mexicano en los dos últimos siglos. Legados y propuestas”, ponencia
presentada en el coloquio denominado: “La fiesta de los toros: Un patrimonio inmaterial
compartido”, celebrado en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 14, 15 y 16 de abril
de 2009;
“Ambigüedades y diferencias: Confusiones interpretativas de la tauromaquia en nuestros
días”. Ponencia presentada en el II Coloquio Internacional “La fiesta de los toros: Un
patrimonio inmaterial compartido”. Ciudad de Tlaxcala, Tlax. 17, 18 y 19 de enero de 2012,
de la que la sustancia del presente texto se debe a dicha ponencia, y
FIESTA TAURINA: ¿ARTE O TORTURA? Videoconferencia. Universidad Nacional Autónoma de
México. Facultad de Derecho. Auditorio “Dr. Eduardo García Máunez”. Sábado 28 de abril de
2012. Participantes: Dr. Eduardo Oropeza Villavicencio, el Lic. Alejandro Ramírez Escárcega,
M. en H. José Francisco Coello Ugalde, bajo la moderación del Dr. José Luis López
Chavarría.
© José Francisco Coello Ugalde. Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas.
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