la arbitrariedad en estado puro

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Domingo 03.02.13
LA VERDAD
OPINIÓN A
31
EL INDULTO, A DEBATE
E
Una herencia
del pasado
La arbitrariedad
en estado puro
MANUEL LUNA CARBONELL
MAGISTRADO DE PRIMERA INSTANCIA
E INSTRUCCIÓN 6 DE MOLINA
PRESIDENTE DE LA SECCIÓN TERRITORIAL DE MURCIA
DE LA ASOCIACIÓN PROFESIONAL DE LA MAGISTRATURA
MARÍA CONCEPCIÓN ROIG ANGOSTO
MAGISTRADA DE LO PENAL NÚMERO 3 DEMURCIA.
COORDINADORA DE JUECES
PARA LA DEMOCRACIA DE MURCIA
ntre las distintas noticias que recientemente tienen por objeto
nuestra Administración de Justicia, el asunto de los indultos está
soliviantando especialmente a muchos ciudadanos.
En concreto me refiero al conocido como
‘indulto del kamikaze’, concedido a favor de
una persona que tras circular varios kilómetros en sentido contrario (haciéndolo de manera libre y voluntaria, según la sentencia
condenatoria) por una autovía de Valencia
colisionó, frontalmente con otro vehículo
ocasionando la muerte de un chico de 25
años, y por la que resultó condenado mediante sentencia firme, entre otras penas,
a la de 13 años de prisión, y que tras haber
cumplido únicamente diez meses se le ha
conmutado el resto que le quedaba por cumplir (12 años y 2 meses) por una multa de
4.320 euros.
La figura del indulto, reconocida en el artículo 62 apartado i) de nuestra Constitución, constituye un residuo del Antiguo Régimen, que se encuentra regulado en una
Ley de 1.870, y podemos definirla como una
medida de gracia, de carácter excepcional,
consistente en la remisión total o parcial de
las penas de los condenados por sentencia
firme, que otorga el Rey, a propuesta del Ministro de Justicia, previa deliberación del
Consejo de Ministros.
Se trata por tanto de una decisión que determina la extinción de la responsabilidad
penal declarada por el perdón de la pena impuesta, que habrá de ser aplicada, como se
ha dicho de modo excepcional y cuando imperen razones de justicia, equidad o conveniencia pública.
Ahora bien, la existencia de este derecho
de gracia, a pesar de estar previsto en nuestra Carta Magna, constituye una auténtico
reflejo de la supremacía del poder ejecutivo
frente al legislativo y al judicial, y debería de
ser objeto de una profunda revisión, pues su
regulación actual permite abusos en su utilización y puede dar lugar a decisiones tan
injustas e inexplicables como la del indulto
antes referido, que dinamitan la división de
poderes y usurpan el papel del Poder Judicial, trasladando a la Judicatura, y a toda la
ciudadanía, un mensaje inequívoco de desprecio al situar aquélla en una posición subordinada en el orden constitucional, y subyugada al caprichoso y arbitrario actuar del
Ejecutivo que, cual Leviatán insaciable, amenaza con devorar los contrapesos necesarios
en cualquier Estado de Derecho.
El derecho de gracia debería de ser un instrumento excepcional a utilizar en aquéllos
supuestos en los que la estricta aplicación
de la norma penal pueda producir auténticas situaciones injustas, porque la ejecución
de la pena ya no pueda cumplir sus fines de
prevención y resocialización, en casos en los
que la condena llega con mucho retraso y el
condenado ha acreditado su adecuada integración social. Pero esta norma de prudencia en la utilización de esta figura no ha sido
seguida por nuestros gobernantes. Así, desde el año 1977 se han concedido 17.620 indultos, según los datos del BOE. De ellos, en
sus dos legislaturas, el Gobierno de José Luis
Rodríguez Zapatero concedió 3.226 indultos. Por su parte, durante la época de Aznar
se dieron 5.916 y durante el año 2012 el Gobierno actual concedió 534 indultos, cifras
que contrastan llamativamente con los 22
indultos que ha concedido el presidente de
EE UU Barack Obama desde el año 2008, o
con los 200 indultos que George W. Busch
concedió durante sus ocho años de mandato.
Entre los perdonados está lo mejor de cada
casa: golpistas del 23-F, terroristas de los GAL,
políticos corruptos, jueces prevaricadores,
grandes empresarios y banqueros defraudadores, narcotraficantes…
Así pues, se hace urgente y necesaria una
nueva regulación del derecho de gracia que
impida un uso abusivo y arbitrario del indulto, sometiendo su concesión a criterios de
equidad y proporcionalidad, debidamente
explicitados y motivados, conforme a los
principios de nuestro ordenamiento jurídico, y en el que los informes de la Fiscalía,
del Tribunal sentenciador y de las víctimas
tengan una especial importancia, con el fin
de garantizar la máxima transparencia institucional y responsabilidad en la decisión,
y finalmente un eficaz control judicial de
la misma.
El fortalecimiento de principios como el
de igualdad de todos ante la ley y el de independencia judicial deviene ahora más necesario que nunca para garantizar la subsistencia de nuestro Estado Democrático y de Derecho, restaurar la confianza perdida en los
poderes esenciales de nuestra sociedad, y
evitar así que se extienda una sensación de
arbitrariedad, impunidad e injusticia que
pude hacer temblar pilares esenciales de
nuestro Estado Constitucional como la seguridad jurídica y la separación de poderes.
:: ILUSTRACIÓN MARTÍN OLMOS
E
xtraña que la Ley de 18 de junio de
1.870, por la que se establecen las reglas para el ejercicio de la Gracia de
Indulto, no haya sido sustituida por
otra más acorde con nuestro ordenamiento
constitucional, cuando, diariamente, contemplamos atónitos que todo se soluciona a golpe de BOE.
Si bien la reformó el PSOE, en 1988, fue a
peor al sustituir el «Decreto motivado y acordado en Consejo de Ministros» por el «Real
Decreto», desapareciendo toda mención a la
motivación.
Supresión con la que, según Requejo Pagés,
letrado del Tribunal Constitucional, «se terminaba con casi 120 años de indultos motivados y se volvía –y en ellas seguimos– a las maneras propias de los tiempos de la real gana».
Lamentablemente, a la hora de ser arbitrarios, todos los Gobiernos –incapaces de alcanzar pactos de Estado ante los graves problemas actuales– se dan la mano.
Ciertamente, la Ley de 1.870 no recoge causa o motivo alguno que haga oportuna la concesión de indulto; tan sólo su artículo 11 refiere, para el caso del indulto total, la necesidad
de que existan a favor del penado «razones de
justicia, equidad o utilidad pública, a juicio del
Tribunal sentenciador».
Sin embargo, de nada sirve exigir la motivación de los reales decretos, sin la previsión
de mecanismos de control jurisdiccional sobre dicha motivación, pues solo cabe recurso
en lo relativo al aspecto puramente procedimental de cumplimiento de los trámites establecidos para su adopción y de competencia. Todo lo demás entra dentro del ámbito de
la responsabilidad política.
Su supervivencia quizá responda a que se
trata de una ley ‘cómoda’ para cualquier Gobierno, al dejar al ministro de Justicia (por más
que lo firme el Rey) –con la aprobación del
Consejo de Ministros– las manos libres para
‘enmendar’ al Poder Judicial, sin motivación
y cuándo le parezca.
Y lo ha enmendado con demasiada frecuencia: 405 indultos en 2008, 423 en 2009, 404
en 2010, 301 en 2011 y 534 en 2012.
De los concedidos este último año, han llamado la atención los cuatro indultos concedidos en junio a Tomás G. A., exalcalde de Valle
de Abdalajís, y a los tres concejales que le acompañaban, Antonio P. P., Fermín M. A. y María
Teresa M. P., todos ellos del Partido Popular,
que habían sido condenados como autores de
un total de 31 delitos de prevaricación urbanística con penas de entre 3 años y 9 meses a
10 años y medio de prisión: se les conmutan
las penas por otra de dos años de prisión, para
que eludan la cárcel.
Polémico ha sido también en noviembre
el indulto concedido, por segunda vez, a cuatro mossos condenados por torturas, conmutando las penas de prisión por multas, que provocó que 200 jueces firmaran un manifiesto
en su contra, afirmando que «al instrumentalizar el indulto para la consecución de fines
ajenos a los que lo justifican, el Gobierno dinamita la división de poderes y usurpa el papel del Poder Judicial, trasladando a la judicatura un mensaje inequívoco de desprecio al
situarla en una posición subordinada en el orden constitucional».
Pero, los que suponen un verdadero desprecio hacia las víctimas, son los dos indultos
concedidos, en supuestos de extrema gravedad, en delitos contra la seguridad vial.
Rebajando la pena de 3 años y 3 meses de
prisión a Rafael H.G, por la causación de un
accidente de tráfico, en el que perdieron la
vida tres jóvenes, de 15, 17 y 21 años, que viajaban en su vehículo, para que eluda la cárcel.
Y, sustituyendo la pena de 13 años de prisión a Ramón Jorge R. C., que ocasionó la muerte de un chico de 25 años, y lesiones graves en
su pareja de 21, por otra de multa de 4.380 euros, lo que provocó las críticas del ministro del Interior,
Jorge Fernández Díaz.
Todos los indultos se concedieron con los informes negativos del
tribunal sentenciador y del Ministerio Fiscal.
Quien les escribe, tras haber informado más de 200 indultos en veinticinco años como Juez, no llega a comprender
los motivos de «justicia, equidad o utilidad
pública» que llevaron a conceder ninguno
de los indultos mencionados, pareciendo,
más bien, un acto de arbitrariedad en su estado más puro.
Para acabar con ella, necesitamos una nueva ley del indulto, más acorde con los principios y normas constitucionales, que introduzca más motivación, más objetividad, más control y más regulación.
Empecemos a exigirla.
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