—¿Si estaró yo en realidad soñando? ¿Si habré perdido el juicio, como acaba de decir ese mentecato? Y preocupada su imaginación, desea ver el. desenlace ele aquella comedia, por lo cual se decide á no ir aquel dia al cuartel aun cuando le costara ocho dias de arresto. — ¡Dios mío! decía: ¿Habrá de ser un cuadro fantasmagórico, una verdadera sombra esa encantadora mujer, esa cena, esos muebles, ese lecho, y todas las dulces ilusiones que he tenido en esa corta noche? No : no es posible que yo sea víctima de una ilusión tan grande. Podria yo en este momento referir una por una y minuto por minuto todas las emociones que aquí he recibido, los dulces encantos de que me he visto rodeado, los deliciosos momentos que he pasado. ¿Será posible que seáis tan fugaces que no vuelva á veros? ¿Será dable que todo ello quiera presentarse ante mi ardiente imaginación como un sueño fantástico? No : ni mi memoria me es infiel, ni mis sentidos están enfermos. El zapatero es algún viejo truhán que ha querido divertirse á mi costa. Recobra nuevo aliento con el aire fresco de la mañana , y vuelve otra vez á la casa: la mira, la observa, y está cada vez mas convencido de que es aquella. Pregunta á los mozos de cuerda, y todos le contestan que aquella casa está desalquilada desde hace mucho tiempo. Esta contestación hiela la sangre ele su corazón, y reuniendo sus desperdigadas ideas, vuelve á creerse víctima de la mas horrible pesadilla. Se para, se palpa, duda en efecto si habrá pasado la noche en el campo, y allí habrá perdido la bandolera y el tahalí. Vuelve otra vez en busca del zapatero, quien, según costumbre, después de haber colocado su mesita de trabajo, habia ido á echar el aguardiente ó la parva, como entonces se llamaba, y apenas le ve llegar, vuelve á porfiar con él que ha dormido en la casa , y comienza á darle señas de la señora , de la criada, y de los muebles del cuarto. —Ni conozco á la tal señora, caballero, ni á su criada, ni es posible que en esta casa haya V. dormido; pero para satisfacción de V. podemos subir al cuarto, aunque, á decir verdad , no me hace exacia. m'as Y al decir esto, pasó por sus encarnadas y húmedas narices el revés de la manga de su chaqueta. —Bien pensado, dijo D. Luis; subamos, y no tenga V. miedo, puesto que si V. quiere, yo entraré delante. Suben ambos al piso segundo , cuya puerta reconoce perfectamente D. Luis, esclamando: —Sí: aquí es justamente el cuarto donde yo he pasado la noche mas deliciosa de mi vida. Miróle con asombro el zapatero , como quien dice : ¡Pobre mozo! Busca la llave del cuarto, y por el ruido que hace la llave al entrar en aquella mohosa cerradura, comienza á comprender D. Luis que en efecto debe estar desalquilado el cuarto. Gira la puerta , no sin trabajo , sobre sus goznes , y el olor á cerrado y húmedo que se nota en los desvanes y camaranchones que des. de luego percibe el guardia de Corps, le van convenciendo mas y mas de que ve una cosa que sus sentidos no pueden esplicarle. Entran en la sala y en la alcoba, y todo estaba desmantelado y sucio: inmensas telarañas pendian de los techos y ventanas, y el esqueleto de un gato ó perro , que sin duda quedó allí encerrado desde largo tiempo, le infundió pavor , porque trajo á su memoria la idea de la muerte. —Mirad ese esqueleto, dijo el zapatero ; reparad en la suciedad de ratones que le rodea; indicios todos de haberse comido la carne de ese anima! , y comprendereis si tenia yo razón cuando os decia que hacia mucho tiempo que toda la casa estaba desalquilada. A esto sonó un ruido estraño que llenó de espanto al zapatero, y esclamó, dando un salto y dejando caer al suelo el manojo de llaves : ¡Los duendes, señor guardia! ¡Los duendes! Vamonos pronto de aquí; no registremos mas el cuarto. ¡Jesús María y José ! No se asuste V., buen hombre. ¿No ha conocido V. que ese ruido ha sido arriba y no aquí. En efecto, la mujer del zapatero, cuya bohardilla daba justamente sobre la alcoba, habia dejado caer el tajo, y el ruido sor- — — do y brusco que esto produjo , llenó de espanto á su pobre marido, harto asustado ya con la idea del duende. —Ni yo tampoco necesito ver mas, dijo D. Luis; y mirando estupefacto aquella sala, entra en la alcoba, y al ver la hediondez que despedía, esclama: ¡Cielos! ¿Qué veo? El zapatero, al oír aquella esclamacion, da tres pasos atrás, y repite «vamonos pronto de aquí;» pero el guardia, abismado en su pensamiento, y cual si el otro nada hubiese dicho, repite: —¡Cielos! ¿Qué veo? ¿Dónde está aquella cama tan lujosamente ataviada? ¿Dónde el ornato todo de este cuarto? ¿A dónde ha ido todo á parar en tan cortos momentos? ¿Qué paredes son estas tan negras y cuajadas de telarañas, siendo así que anoche eran tan blancas y seductoras? ¿Dónde están las pinturas licenciosas que pendían de sus paredes? ¿Cómo ha podido formarse en tan corto tiempo este tan insoportable hedor? —También yo la desconozco, dijo el zapatero, y recuerdo que la última vez que subí, hace ya dos meses, no estaba así; y sin embargo, nadie ha entrado aquí, porque las llaves no han salido de mi poder. Pero ¡calla! dijo llamando la atención al guardia y señalándole un objeto en la alcoba , cuya presencia parecía admirarle en estremo. ¿Qué es aquello que cuelga allí en la alcoba? Esplicadme por Dios cómo puede hallarse eso ahí no habiendo subido nadie, ó desde luego creo que tenéis pacto con el diablo. ¡No digáis disparates! dijo D. Luis. ¿Ni cómo queréis que yo os esplique un hecho que me ha dejado mas parado que á vos? Y así fué en realidad, porque en el picaporte de la puerta de escape de la alcoba estaban colgadas la bandolera de! guardia y el tahalí. —Aquí, señor guardia, ha andado por fuerza la mano del diablo. —Decid mas bien que la mano de Dios ha puesto en esa alcoba esos objetos mios, y ha corrompido el aire del cuarto para hacerme ver toda la hediondez de mis pecados y en lo que vienen á parar nuestras liviandades. — Entra en la alcoba presuroso , coje sus dos prendas , y mostrándolas al remendón, le dice : Vos sois el único testigo del milagro que Dios acaba de obrar, dándome una severa lección; sí: lección que tengo bien merecida, y que sabré aprovechar. Acabo de tomar una resolución inquebrantable. Y diciendo esto, se puso ambas prendas y salió con paso ligero á la calle. Apenas vio el zapatero que D. Luis se disponía á marchar, se pegó de tal suerte á su persona, que parecían uno de esos dobles fetos que se conservan en aguardiente. Allá en la estrechez de su entendimiento no comprendía que Dios quisiera tergiversar el orden natural establecido por él , tan solo para dar una lección á un pecador, y desde luego creía que el diablo tuviese bastante poder para invertir aquellas mismas leyes por burlarse de los mortales. ¿Pero á qué admirarnos? ¿Ignoramos por ventura que cuanto mas absurdo es un hecho, cuanto mas en contradicción se halla con las leyes físicas del universo , con tanto mayor entusiasmo es acogido por el vulgo ignorante? De no ser así, ni habría preocupaciones, ni habría fanatismo. Aterrorizado , pues , el buen zapatero , por todo lo que en aquel dia habia presenciado, y sin poder darse cuenta de la existencia de la bandolera y tahalí en aquella alcoba , llegó á creer, en efecto, que en aquella casa habia duendes, y determinó salir de ella á la mayor brevedad; avisó á dos mozos de cuerda y sorprendió á su mujer con la noticia de que todos los trastos habian de quedar fuera sobre la marcha, no pasando aquella noche ya en la casa. Contóle todo lo ocurrido, añadiendo, por supuesto, cuanto su febril imaginación le sugería , y asi lo hicieron , entregando las llaves al casero, y diciéndole : —Buen provecho le haga á V. su finca, Sr. D. Crisanto, pues lo que es yo ni de valde la quiero , porque no es sano para el alma el haber de habitar con duendes y brujas , ni mucho menos dormir cerca del diablo y ser su juguete. Ahí quedan las llaves de tos cuartos, pues yo he buscado ya otra bohardilla, y en cuanto á portales gracias á Dios no faltarán , pues aunque algo inclinado al trinquis sé mi obligación. — Dijo: y se ausentó, propalando por todo Madrid la noticia de lo ocurrido. Mientras tanto D. Luís de Sandoval, fuertemente preocupado con tan estraño acontecimiento, sintió fijarse de repente una idea en su cabeza... era la de retirarse cuanto antes del servicio de las armas, consagrándose esclusivamente , y por el resto de sus dias, á la religión. Parecióle oir una voz que le decía al oido: Descarriado mortal, una belleza ficticia te fascinó, y seducido por sus falsos atractivos te abandonaste en la pendiente del vicio, y su contacto te ensució; aun es tiempo de que vuelvas en tí :aun es tiempo de que arrepintiéndote de tus culpas puedas entrar en el camino de la virtud. Reconcentra tu espíritu, y en los sucesos de la pasada noche vé tan solo el dedo de Dios que te señala el sendero que has de seguir. Pues bien : le seguiré, dijo con voz firme y resuelta, y bajando por la calle de Alcalá atravesó el Prado, pasó por la obra del nuevo jardín Botánico, cuya popular inscripción le distrajo por un momento, y dirigiéndose al convento de Atocha preguntó por el P. Obando, á quien conocía ya por asistir á aquel santuario los sábados que le tocaba de zaguanete con SS. MM. y príncipes; y allí, en forma de confesión, le contó todo lo acontecido, terminando por pedirle el hábito de Santo Domingo. ínterin no tengáis licencia absoluta, dijo el religioso, no podéis ser recibido en esta casa ; porque siendo patronato del rey, nunca podrá ser admitido el que deserte de sus filas sin el soberano permiso. Por otra parte; es fácil que vuestro cerebro esté algo trastornado , y exista tan solo en vuestra imaginación engañada todo lo que acabáis de relatarme. Retiróse de Atocha el penitente después de haber ofrecido volver al otro dia; pero como en esta, y en la anterior confesión , el religioso tuviese á bien rechazarle la absolución hasta hacerse las debidas averiguaciones , y consultar el caso con los moralistas del convento, presentóse el guardia á su brigadier, y le rogó con insistencia que diese inmediato curso á la instancia que le presentaba, solicitando su separación del servicio militar, —¿Lo ha pensado V. bien, caballero guardia? — —Sí, mi brigadier, estoy en la mas firme resolución de trocar la casaca azul por la estameña. —Tal vez algún arrebato de vuestra imaginación* —Nada de eso, mi brigadier; es un aviso, del cielo, y ya sabe V. que no deben ser despreciados; tal vez, yo, á pesar de mi esperiencia , de mi educación y de mis buenas costumbres me halle próximo á precipitarme en un hondo abismo , y toda vez que la mano de la Providencia se brinda ayudándome á resistir, ¿habré de ser tan incauto ó tan criminal que desoiga su voz y desprecie su apoyo ? —Vuestras palabras , el movimiento rápido de vuestros ojos, esa impaciencia que tan de repente mostráis, todo me hace sospechar que sois víctima de alguna fascinación que habéis apadrinado con harta ligereza , un error que os induce á la tal decisión. Miradlo antes bien; pues mas tarde de nada servirá un criminal arrepentimiento que naturalmente habrá de conduciros al no cumplimiento de vuestros deberes. Para conocer y adorar la existencia del Dios omnipotente, no hay necesidad, amigo Sandoval, de encerrarse en un convento. Con solo alzar nuestra vista hacia la inmensa bóveda azul, admiraremos su gran poder y su magnificencia. Mandó Dios al sol que saliese de la nada para presidir al dia, y el sol salió arrojando sobre la tierra, este átomo imperceptible del mundo, sus brillantes resplandores; dando vida á los seres terrenales, y haciendo que la tierra nos proporcione nuestro cotodiano alimento. Hasta los pueblos mas salvajes y bárbaros comprenden el lenguaje de la naturaleza, el idioma de ios cielos , de ese incomprensible techo colocado como un heraldo divino para-proclamar al mundo entero el gran poder de Dios: así es que en medio de su magestuoso silencio, habla el lenguaje de todos los hombres y de todas las naciones; su elocuente voz se estiende por todos los puntos del globo habitados por el hombre. Es el primer libro que Dios, en su inmensa sabiduría, abrió ante los ojos de los mortales para darles á conocer todo su poder, y á su vista se prosternaron admirados y respetuosos adorando al Todopoderoso. No necesitaron profetas que les instruyesen acerca de sus deberes hacia la Suprema Magestad , porque todo lo comprendieron al contemplar la estructura admirable del cielo y la del universo todo. —Mi brigadier, contestó D. Luis, cuando un hombre de mi temple toma una resolución de esta especie, bien podéis comprender que no será ni para desecharla antes de llevarla á cabo , ni para arrepentirse después de haberse empeñado en ella. Pero aun hay mas. Ya sabéis que nuestra conciencia nos da una prueba mas do la inmortalidad del alma, y que cada hombre encierra en el fondo de su corazón el tribunal en que comienza por juzgarse á sí mismo, hasta que el soberano arbitro confirme su sentencia; pues si el vicio fuese tan solo una consonancia física de nuestro organismo, ¿á qué ese temor constante que enturbia los dias de una culpable existencia? ¿A qué arrostrar los rigores de la virtud antes que adquirir los ilegítimos bienes? ¿Por qué existe voz en la sangre y palabra en la piedra? El tigre divide á su víctima en menudos pedazos, y en seguida duerme tranquilo; pero el hombre homicida, en vano busca un sueño que Dios le niega; busca la soledad , á pesar de que Ja soledad le asusta , se acerca á las tumbas , y las tumbas le infunden espanto. Aguzando sus sentidos para mejor apercibirse de les tormentos, sus vicios le persiguen por do quier; su fino oido le hace oir mas ruido donde solo reina el silencio , y al estrechar en sus brazos á un amigo , cree divisar el puñal que lleva oculto bajo sus vestidos, y con el cual ha de herirle un día. En tal situación, solo los consejos de la religión son los que pueden mitigar nuestras penas , borrando al propio tiempo nuestros pecados. Dicho esto creyó conveniente contar á su brigadier los estranos acontecimientos de aquella fatal noche, y así lo hizo. Oyóle el brigadier con la mayor atención, y aunque sus sentidos no le daban clara esplicacion del hecho, ni en ello veia suficiente razón para que un hombre en la fuerza de su juventud y en muy buena posición, renunciase al mundo, respetó los deseos y las creencias de su subordinado , concretándose —Lástima es , en efecto , que un guardia como vos , tan bien quisto en el cuerpo, con buena antigüedad y próximo á salir á porta-estandarte , se separe tan bruscamente de nosotros ; pero veo que estáis decidido, y desde luego os doy palabra de apoyar la instancia ; ya sabéis que el asunto debe ser consultado con el teniente general Sr. Pacheco, hoy capitán de servicio, y acaso que por las circunstancias del caso que motiva vuestro retiro , deba ser sometido á la deliberación de otras personas de mas alta categoría y mas distinguidas. Así fué , en efecto ; el asunto hizo ruido en la época , y por su misma gravedad no podia ser tratado á la ligera. No era una mera licencia absoluta que pedia un guardia de la real persona , era la inmediata conversión de un pecador abrumado, tal vez, por las impresiones de su espíritu. Llegó naturalmente el suceso á oidos del rey. Era el dia 6 de enero , dia en que en palacio se celebraba gran festividad, y acaso por esa circunstancia fué elegido para tratar el grave asunto de conceder ó no á D. Luis de Sandoval su ingreso en la Orden de Santo Domingo. El salón de embajadores, rico ya con su lujosa vestimenta de terciopelo carmesí, sus colosales espejos , sus estatuas de bronce y el magnífico solio que ostenta en su centro, custodiado por dos soberbios leones de bronce dorado á fuego, éralo mucho mas , atendiendo á los escogidos personajes que encerraba en aquellos momentos, y que habian sido convocados para tratar del asunto indicado. Veíase allí al nuncio Raffadeli; al arzobispo de Toledo, señor Lorenzana; al Sr. Anguriano, obispo de Caristo, in partibus, auxiliar de Madrid; al reverendo P. Leta, lector jubilado y confesor del rey; al patriarca de las Indias, D. Antolino de Semanat; al inquisidor general; al arzobispo deCorinto; al presidente de la Cámara de Castilla, conde de Campomanes; al ministro de Gracia y Justicia, Sr. Porlier; al de Hacienda, Sr. Caballero; al de Estado, señor conde de Aranda; al gran Floridablanca , que volvía de la embajada de Roma; al receptor de la capilla; al señor Tabares, capellán de honor y cura de palacio; al sumiller ele cortina, señor marqués de Valldecarzana ; al mayordomo mayor, marqués de Santa Cruz; al caballerizo mayor, marqués de Villena , y finalmente, á D. Pedro de Silva y Bazan, capellán mayor de la encarnación y caballero de Alcántara. No era un acto público y regio el que en aquel momento iba á tener lugar en el suntuoso salón de embajadores, sino mas bien una conferencia particular, en la que, entre otros asuntos, iba á tratarse del de D. Luis de Sandoval. S. M., con el agrado que le era peculiar, abrió la sesión, diciendo que aunque ya sabia la historia del guardia, tendría mucho gusto en oiría otra vez; y entonces el Sr. Porlier, con voz clara y sonora, narró lo ocurrido á D. Luis en la calle del Caballero de Gracia , así como la resolución de este caballero con motivo de tan estraña aventura. Oyéronle todos con la mayor atención y curiosidad, y después de un ligero debate en que salieron á plaza los cuentos de duendes y aparecidos , así como los varios casos de exaltación mental, por la cual muchos individuos juran haber visto lo que nunca existió , terminaron acordando que el pretendiente al hábito de Santo Domingo pocha desde luego ser admitido. Pero el rey no estaba aun bastante satisfecho y queriendo oir de boca del mismo D. Luis todo lo ocurrido , le mandó entrar, pues al efecto estaba en la antecámara. Entró D. Luis vestido de uniforme, pasó desembarazadamente por entre aquella falange de títulos y grandes cruces, y acercándose respetuosamente á S. M., le pidió permiso para besar su real mano. Concedióselo Carlos III,y habiéndolo verificado y apartádose unos cuantos pasos, aguardó á que S. M. hablara. Dícese que quieres mudar de uniforme, dijo el rey, dirigiéndose al guardia. Siempre que V. M. me dé su real permiso. —Desde luego te le concedo, así como también tu retiro; pero ¿qué piensas tú de esa aventura? —Siempre he creído, señor, que fué un aviso del cielo. —¿Y no has vuelto á ver á esa mujer? , — — —Y si te se presentara ahora ¿la conocerías? —Aunque pasaran treinta años. —Todo eso es muy estraño en realidad, y yo no me lo puedo esplicar —Ni yo tampoco, señor, sino de la manera que he dicho. —Está bien :puedes retirarte, y Dios te haga buen religioso. Volvió á besar la mano al rey y salió, haciendo una profunda cortesía. Al poco tiempo D. Luis de Sandoval recibía el hábito en Atocha, sin perdonar ninguna de las formalidades debidas. Al año profesó , y pasados los dos años de artistaclo en el mismo convento, fué trasladado al colegio de San Pedro Mártir de Toledo, donde estudió tres años los lugares teológicos hasta hallarse en disposición de pasar al convento de Santo Tomás de Madrid, donde recibió las sagradas órdenes hasta el diaconado. En nuevas oposiciones ganó cédula de lector; pero el provincial le mandó ir á esplicar filosofía á Atocha, donde lo hizo por espacio de dos años. Prosiguió desempeñando el cargo de maestro de estudiantes en Toledo, el de lector en San Gregorio de Valladolid y otros puntos, hasta que, jubilado en su carrera, fué presentado por el general para el magisterio, nombrándole prior de Atocha. .--.-... Pero no anticipemos los hechos, pues antes de que D. Luis de Sandoval alcanzase tal dignidad, habremos de tropezar con él en nuestra historia, y habrá de entretenernos no poco por lo estraño de Jos sucesos que la Suprema Providencia Je tenia re- DESCUBRIMIENTOS Y SORPRESAS. Cuando D. Luis estuvo en Santo Tomás se recibió en la sacristía un aviso para que fuesen á confesar á un enfermo á la calle de Toledo, y el P. Luis, que á la sazón estaba en hábito de calle, fué á cumplir con tan sagrado ministerio. Halló en la cama á un anciano, bastante malo, pero con la cabeza muy segura para hacer confesión. Oyóle atento, dándole los consejos espirituales que requieren tales casos ; el enfermo, por su parte, no ignorando el grave estado en que se hallaba, hizo á su confesor el relato de toda su vida, lo cual no dejó de interesar al P. Luis; pero la admiración de este subió de punto al oir que el enfermo, con voz temblorosa y casi apagada, se acusaba de haber sido demasiado duro para con su hija, y por otro lado harto ligero para permitir que esta, no estando pura, diera su mano al caballero Mendoza. Añadiendo á todo esto que con el objeto de subsanar en parte tales pecados, habia tratado, aunque en vano, de hallar cierta cruz pequeña de madera , sin la cual no era po sible recobrar á la huérfanita , con el objeto , según decia , de ampararla y protejerla, pues habia llegado á sus oidos que los - padres adoptivos de la niña se hallaban en la mayor indigencia Al oir aquellas palabras de la boca de un moribundo, las ideas acudieron en tropel á la mente del P. Luis. Desde luego comprendió que tenia delante al padre de Margarita, y que dándole á este la cruz , iría á parar á manos de su hija , lo cual era el medio mas seguro de que la niña fuese hallada. El amor de una madre hace milagros, y Dios proteje sus pasos siempre que se encaminan por la senda del bien. Si habíais con sinceridad, como creo, dijo el confesor, tal vez pueda yo, por el acaso mas estraordinario, poner en vuestras manos esa deseada cruz. ¡Qué decís, padre mío! ¿Será posible que Dios, oyendo mis súplicas, me envié por conducto vuestro tanto consuelo? —No tan solo es posible, sino que os doy palabra de sacerdote que la tendréis. ¿No es una cruz con el sagrado nombre de María grabado encima? —Sí; la misma, la misma, dijo el anciano aspirando mayor cantidad de aire de la que cabia en sus pulmones , por lo cual hizo una ligera pausa. ¿Y quién tiene hoy esa cruz? -Yo. —Miróle con fijeza el anciano, y dijo: —Sin embargo , esa cruz solo puede estar en poder de una persona, y vos, padre mió, no sois... —Ya lo creo , como que está en la eternidad y la cruz en mi celda, y os la traeré luego cuando vuelva á reconciliaros. —Decidme por Dios cómo se halla esa cruz en vuestro poder. —Es una historia muy larga y no para esta ocasión. Si con la ayuda de Dios, y si os conviene, recobráis la salud perdida, en- — — — tonces os prometo contárosla. ¿Y quién pudo daros esa cruz? —La mano de un muerto por el poder del Omnipotente, que todo lo dirige, y que no quiso permitir que una criatura inocente pagase culpas que no eran suyas. Ese mismo poder es el que ha dado lugar en vuestro entendimiento á la reflexión , y á que, arrepintióndoos de vuestras culpas, ros é implorar su perdón. tratéis de enmenda- —Pues corred, os ruego, padre mió, y que muera yo con esa cruz sobre mi pecho, como murió Felipe II con el Santo Cristo que su padre habia tenido en Yuste. Ella será mi salvación ,mi consuelo, la redención tal vez de mis pecados. Marchó el P. Luis con paso precipitado al convento, cogió el estuche que contenia la cruz, y volvió á la calle de Toledo, depositándole en manos del enfermo: le reconcilió, y al salir se encontró con Margarita, que esperaba en la pieza contigua la salida del religioso para preguntarle su opinión acerca del estado del enfermo, pues sabido es que los sacerdotes, acostumbrados á esa clase de trabajos, llegan á adquirir un ojo médico envidiable. —¿Qué os ha parecido , padre , el estado del enfermo? dijo la ex-monja , sin sospechar ni remotamente que aquel religioso de hábito y capucha blanca, capa, sobrecapilla y cíngulo negro, pudiese ser el compañero de su primer amante , el único que la comunicó los detalles de su trágica muerte. Está muy malo, hija mia; y según mi pobre opinión, debiera administrársele cuanto antes. ¿Tan malo le creéis? —En los últimos: y eso que mi visita le ha proporcionado un consuelo muy grande. —Dios os bendiga, padre mió. ¿Y qué consuelo fué? Una crucecita de madera con el nombre de María grabado encima; el único medio que tenéis de recobrar á vuestra hija, á la hija de Lope de Luna. ¡Qué oigo, Dios mió! ¿Cómo sabéis todo eso? —Lope de Luna, que murió por vos tras las tapias del convento de las Palmas; Lope de Luna, que también dejó otro niño en el mundo... Solo que este niño es de legítimo matrimonio y puede decir en alta voz me llamo Gonzalo de Luna; mientras que esa niña... no tiene apellido. —Decidme por la Virgen quién sois, dijo Margarita, echándose á los pies del religioso. —Soy un hombre... un humilde pecador... lo mismo que vos, aunque algo mas arrepentido. — — — — Dijo; y salió de aquella casa, dejando á la infeliz Margarita en un estado bien lastimero. Volvía, pues, tranquilo á su convento, absorto con la última escena que acababa de tener lugar en casa del penitente, cuando al pasar por la plazuela de Santa Cruz, oye muy clara y distinta una voz que le dice: D. Luis de Sandoval: El diablo harto de carne se metió fraile. Volvió naturalmente la vista á tan súbita cuanto estraordinaria interpelación, y nuestro religioso hubo de apoyarse en una reja inmediata para no caer al suelo sin sentido. La persona que habia pronunciado aquellas fatídicas palabras, aquellas palabras que, helando su corazón, acabaron de petrificarle, era nada menos que la hermosa madrileña doña Catalina del Rincón, el sueño dorado de sus amores en la calle del Caballero de Gracia, y la que habia causado tan grande revolución en su alma que resolvió meterse fraile. ¡Dios mió! dijo, cubriéndose el rostro con las manos. ¿Qué es esto? ¡Yo que llegué á creer que esa mujer nunca habia existido en el mundo, y que tan solo se presentó á mí en forma de una sombra vaporosa! ¿Será posible que exista? ¿Seré yo víctima del mas horroroso sueño? No... no puede ser... Si así fuera, seria un sueño demasiado largo... sueño que daría fin de mi existencia. Y sin embargo... acabo de verla... sí, ella era... tan — .. — angelical como antes,., tan seductora... tan graciosa. Apartó en seguida las manos de su rostro porque el pecado renacía de nuevo en su corazón: aquella mujer, que tanto le habia seducido ; aquella vaporosa Catalina , en cuyos brazos habia pasado una noche deleitosa, acababa de presentársele, despertando en su alma sentimientos que estaban ya apagados. Pero como lo estaban tan solo por la convicción en que se hallaba de que en la vida podría volver á ver á la que desapareció de su vista de un modo tan estraño ; apenas pudo comprender que era una criatura viviente, vio brotar en su imaginación nuevas ideas, en su corazón nuevos impulsos, y se inclinó, como hemos dicho al pecado; pues si apartó las manos del rostro, fué tan solo por seguir á aquella deidad. Olvidóse de su carácter religioso, olvidóse de su contrición, y hasta se olvidó de sí mismo en aquellos momentos ; porque hay ocasiones en que la voz de la naturaleza, en una imaginación joven y propensa á la exaltación, habla mas fuerte que todas las consideraciones socíales. Cuando Margarita preguntó al P. Luis quién era , y este la contestó «soy un hombre... un humilde pecador... lo mismo que vos, aunque algo mas arrepentido,» quedó Margarita al marcharse el fraile en un estado bien deplorable; pero luego que hubo recobrado sus sentidos y convencídose de que no podia atinar quién fuese aquel religioso, dijo para sí: Sea quien quiera , acaba de darme la existencia , pues mi vida , á pesar del amor que me profesa Diego , era incompleta y llena de sobresaltos. Procuraré que mi marido no sepa nunca la importancia de ese talismán, que llevaré siempre conmigo para no perder la ocasión de recobrar á mi,hija. Ahora sí que trabajaré con ahinco por buscarla... sí... Buscaré á ese Alberto, á quien parece ha tragado la tierra , y si tengo la dicha de hallar viva á mi hija, ¡Dios mío! ¿de qué modo podrán mis torpes labios demostrarte mi agradecimiento?... Cojéré á mi niña en mis brazos, la estrecharé con frenesí, la besaré, haré que me cuente todos sus infortunios, y á fuerza de beneficios y de caricias, conocerá que soy su madre. Sí; porque los halagos de una madre no se parecen á los demás : son verdaderos ,son sagrados, y emanan del corazón... Pero ¿y si mi marido llegase á saber?... No... no... no lo sabrá jamás... Cabalmente no tenemos hijos, lo cual desde nuestra unión le trae no poco triste. Pues bien , yo le proporcionaré ese consuelo : haré que quiera á mi hija cual si fuera suya, y tendré bastante fuerza para lograr que mis votos de gratitud lleguen hasta el trono del Altísimo. Arrodillóse ante un reclinatorio, y después de una corta plegaria se presentó el médico , se dispuso el Viático para el enfermo, y al otro dia murió; pero el estuchito estaba en poder de Margarita. No era aquella ocasión la mas oportuna para que esta practicase diligencias en busca de su hija; así es que durante los — primeros meses del luto fueron pocas é infructuosas las que hizo. Salía constantemente en compañía de D. Diego de Mendoza , y como era natural , se dirigían siempre lejos del bullicio general. Habíase hecho Margarita una bolsita que pendía de su cintura por la parte interior del vestido , ydentro habia colocado el estuche con la cruz; de esta suerte lo llevaba siempre consigo, y evitaba al propio tiempo que su marido lo descubriese. D. Diego de Mendoza, como buen militar, era hombre de mundo y no tenia celos de su mujer; así es que no fijaba su atención en las muchas pequeneces que tanto danque hacer á los maridos celosos, é ignoraba por completo la existencia y el objeto del estuchito. Hemos dicho que Margarita de Castro y D. Diego de Mendoza, eran felices, y así es la verdad. Ibase ella consolando de la muerto de su padre, y ambos esposos continuaban en la ya coronada villa de Madrid; en esta población que, aunque vieja, ni tiene recuerdos, ni ruinas; opulenta con la riqueza ajena; hermosa con prestadas vestiduras , vampiro de la nación , mercado de intrigas, de recuerdos, de esperanzas y de ilusiones; amalgama de lo bueno y de lo malo , llena entonces de edificios sin concluir, hoy ya viejos ó aplicados á otros usos , cuajada de monumentos sencillos, sublimes, que los artistas solo comprenden y veneran, producto, en su mayor parte, del glorioso reinado de Carlos III;población, en suma, que es el epítome de la España poética, de la prosaica y material España. No era D. Diego uno de esos hombres cuya mirada fascina, cuyas razones convencen, cuyas palabras persuaden, ni menos una de esas criaturas mágicas que tienen el instinto de la dominación, que hablan como diputados y obran como amos. D. Diego era un joven sencillo, y admiraba, y amaba y creia en la sinceridad de las gentes, á quienes juzgaba tan verídicas y francas como él; que hablaba por necesidad, no por lujo; hombre bonachón y francote, que ni adulaba, ni deprimía; exajerado en el cumplimiento de sus obligaciones, y tolerante cual nadie... pero, ¡Dios nos libre de estos hombres tan francotes y bonachones I¡Dios nos libre de ellos si tenemos la desgracia de herir 145 su reputación, de herir su susceptibilidad ó de mancillar su honra! Porque esos hombres tan mansos y tolerantes, tan buenos y complacientes, suelen tener el alma muy bien puesta, y en un momento dado se sulfuran y enfurecen hasta el estremo de escederse ; toda la gran dosis de paciencia reunida en su pecho, se esconde, se evapora, y tan grande es su empuje, que no hay válvula que la resista, estalla, y su esplosion es tremenda y mortífera. Ya conocen nuestros lectores el estraño modo que tuvo de sentir inclinarse su corazón por Margarita, y puede decirse que antes de conocerla la amaba tanto como después; comprendió que gozando en el mundo de una posición ventajosa é independiente, debia escojer una esposa para que le acompañase , ya en los negocios domésticos , ya en la representación que el mundo exije de nosotros. ¡Quién sabe si la curiosidad, idea demasiado vulgar, habia hecho brotar de su corazón semejante pensamiento! Pues sabido es que ninguna institución humana ha engendrado mayor número de dislates que el matrimonio, y entre sus dos polos, que son Fr. Luis ele León y Balzac, quedan aun en el mundo de las pasiones un sinnúmero de tierras por descubrir Creyó D. Diego, como hemos dicho, en la sinceridad de la mujer, y robustecida su idea llegó á formarse la mas completa ilusión respecto de la pureza de su esposa, y sobre este punto ni la mas ligera nubécula enturviaba el horizonte de su felicidad doméstica ; creyó en la eternidad de un deseo sin echar de ver que el orden de la naturaleza tiene establecidas en todo las tres inmutables épocas de infancia, virilidad y muerte; que de la vida penden racimos de agraz , y que por el suelo yacen mas tarde esparcidos sus marchitos frutos; que el hombre sale de la estupidez de los primeros años para entrar en la estupidez de los últimos; y finalmente, que hasta el amor, único agente fuerte y poderoso en el corazón humano, muere también porque así lo decretó quien lo hizo. Adoptadas hasta cierto punto estas ideas, D. Diego no dejó á su corazón la elección de mujer, y confió tan solo á su imaDE LA TARDE ginacion, que confundió con la razón, tan delicado encargo, cual si lo que los hombres designan con el nombre de razón , fuese otra cosa que un estravío sistematizado, una aberración tan exigente como despótica. Y no entre las mujeres, que el oro y los encajes corrompen, ni entre aquellas que el incienso de la adulación ennegrece, ni entre las que el estudio marchita y aja, escogió una esposa; sino que la tomó de los brazos de la inocencia y del pudor, del santuario de la virtud sintetizado entre las paredes de un convento, y bajo tales auspicios su fácil credulidad y la bondad de su carácter, no podían menos de convencerle, de que su esposa conocía y poseía los principios sagrados del honor. Margarita, por otro lado, y ya lo sabemos, era un dechado de perfección: al contemplarla , se ignoraba qué cosa escedia en ella, si el corazón ó la frente, es decir, si las cualidades morales ó las sociales; si las bellezas del alma ó los encantos de ¡as formas estertores. Diríase que la naturaleza se habia propuesto formar de intento aquella criatura, reuniendo en ella todos sus dones; pero no reflexionaba D. Diego que aquellas bellezas y perfecciones, antes de encerrarse en el convento de las Palmas, se habian hallado espuestas al aire del mundo; aire mortífero á la virtud , como el viento destructor de Tobolsk á la flexible palma de Siria. La educación mundana que corrompe á la naturaleza mas privilegiada, que tiende á falsear los mas sólidos principios , ha arrojado á las mujeres á la sima de un precipicio, y está escrito que el hombre debe tender su mano protectora para levantar á ese sexo débil, v ponerle en el mundo un escalón inferior al suyo. Vicio de organización social que los siglos habrán de destruir, y que es el origen de los humanos infortunios; aunque á decir verdad, contando las mujeres con sus atractivos y con nuestra confianza, saben mas de cuatro veces pasar de aquel escalón , y aun dejarnos bien atrás en la Gradería de los puestos sociales; pero no es menos cierto que cual infeliz náufrago que, viendo una muerte cercana se abarra al primer objeto que encuentra, así la infeliz doncella repara poco en la elección de esposo. Huyen las unas de la tiranía do- aquellas5 méstica , y caen en otra mayor ; otras van en pos de la ficticia libertad del mundo, y jamás la encuentran, porque no existe tal cual ellas la soñaron. Margarita y D. Diego se casaron : él porque, tal vez, la novedad del monjío cautivó su corazón; ella porque era mujer, y porque los continuos embates de su alma, y la constante repulsa de su padre, la impelían á buscar otra situación mas despejada. Él contaba con la virtud de ella , como si la virtud de que podemos responder no fuese una cualidad estertor ; como si fuese otra cosa que la ausencia de la práctica del vicio ; como si del sentimiento íntimo de nuestro corazón, que es el pecado si hay pecado, que es el crimen si hay crimen, pudiese responder la criatura. Ella, por su parte, se habia entregado á la generosidad de él, como si la generosidad humana no fuese casi siempre una virtud relativa. Sucedió que durante los primeros años de aquel matrimonio reinó en él la felicidad; porque la novedad, la frescura de ideas, de sentimientos, de gustos, de estudio recíproco, y mas que todo la completa ignorancia del esposo respecto de la vida pasada de su esposa, halagaba á ambos consortes. Porque si el primer amor es para el hombre un episodio de su vida , para la mujer es la historia completa de su existencia ;y en cuanto á la credulidad de D. Diego, no debe estrañarnos, pues sabido es que los maridos se lo imaginan todo y no comprenden absolutamente nada. El ligero y paternal cetro de Carlos IIIgobernaba tranquilo al pueblo español, cansado de pasadas guerras ó infructuosas luchas. La capital de la monarquía entraba en su período de progreso material, levantábanse nuevos y suntuosos edificios que con su Carolo IHregnante, nos recuerdan todas las nobles aspiraciones de aquel gran monarca; construíanse nuevos paseos, y en el centro de ellos se colocaban preciosas fuentes , testimonios todos de la grandeza é ilustración de aquel reinado. Esto nos trae á la memoria una de las poesías que con aquel motivo 148 LA ORACIÓN corrían de mano en mano , la que á pesar de su o carencia de imágenes trascribimos, decia así: ü FUENTE DE LOS CUATRO TIEMPOS EN En tu cristal sereno y trasparente Deja que admire la natura bella , Y que en tu puro manantial , ¡oh fuente ! Cante ignorado mi fatal estrella. El globuloso mármol de Carra ra , Que un tiempo entre sus hojas te escondía Hoy deja libre tu corriente clara , Y el campo riegas de la patria mia. Tu abundante raudal da luz y vida , Rico matiz á las nacientes flores; Eleva el sauce su corona hundida , Respira el suelo y el ambiente, olores. Y so la fresca copa de las hayas Que á saludarte plácidas llegaron , Corres, ¡oh fuente! por las ricas playas, Que con dolor incultas se miraron. Deja que admire de dolor exento , Lejos del mundo tu corriente pura , Y al escuchar tu blando movimiento , Adore sin cesar á la natura. Por ella tú recibes mis miradas Llenas de inspiración y de tristeza; Tú alentarás mis sienes fatigadas ; Tú volverás al pecho la terneza. Si en mi penar del alma los suspiros Se exhalan por la brisa repetida , El eco tuyo en caprichosos giros , Sirve de alivio al alma dolorida. ¡Cuántas veces, absorto, contemplaba En esas aguas de cristal tallado , Su curso detener apresúraclbl^^^^B ¡Ay! los recuerdos de la edaeiprecios a En que gozaba de infantil contento , De la edad, que pasara presurosa , Mi mente agitan para atroz tormento. Huyó , y no volverá , y el llanto amai Solo me queda ya para consuelo : ¡Cuántas veces , en medio á mi letargo, Arrasé con mis lágrimas tu suelo ! ¡Cuántas veces turbaron, ¡ay! preñada El espejo sutil de tus corrientes , Y cuántas resonaron apagadas, De mi lira las cuerdas balbucientes ! Niun solo pensamiento , ni una idea Se presentó á mi mente entristecida , Sin que en tus aguas , que la brisa onde Llorada fuera , y cual mi bien perdida. Mis cabellos, que ayer eran lozanos, Blondos como los rayos del sol puro , Que ayer besaban tu cristal ufanos, Nunca empañado por aliento impuro, Hoy, al rigor de mi tristeza y llanto Solo el color presentan del armiño ; Ya no suena en mi lira dulce canto , Huyó del alma el corazón de niño. ¿Recuerdas tú que entonces reclinaba Mis juveniles sienes en tus flores , Y adormecido el aura respiraba Sin ilusión, sin mal y sin dolores? Pues mira hoy, ¡oh nítida corriente! En mi semblante el sello del destino; Cárdeno el labio y pálida la frente , Envidiando su espejo cristalino. Tal vez muy pronto me verás de un s Cortar un tronco con mis yertas manos , Para afirmar en él, ¡oh raudo cauce ! Mis débiles pisadas por tus llanos. Y cuando yo contemple silencioso, Cual huyen gota á gota tus raudales, Y cual desaparecen ,pesaroso En ellas miraré el finde mis males. Así mis años correrán pausados Hacia los bordes de la tumba fría , Y entonces, ¡ay! mis restos desdichados Espero, ¡oh fuente! regarás un dia. Pero no todos Jos poetas pulsaban Ja Jira para enaltecer el remado de Carlos III.Escritores habia que publicaban amargas sátiras contra Fioridablanca y contra Campomanes, con el título de Conversación entre ambos condes; escritos que calumniaban fuertemente á aquellos dos insignes magistrados. Asunto y comidilla de gente inclinada á paladearse, como dice muy bien un historiador, con todo lo que es zaherir altas reputaciones, vino también á ser una fábula, titulada El Raposo, que al poco tiempo se insertó en el Diario de Madrid (4 de agosto de 1788) en que pareció haberse querido retratar al primer ministro de os III,bajo ¿ar- la alegoría de un orgulloso y astuto raposo, ministro de un poderoso león, que envanecido con su privanza, traY & l0S demás hasta que a favor de una mudanza de fortuna, se le atrevieSmaSPeqUe5°S' ,0S en martiriPara SUfrÍr Una mU6rte P6n0sa o lenta P°r Pasado el año de luto de Margarita, en cuya época se vio pnvada de asistir á ninguna fiesta pública ni dand mayor espansion á su ánimo y procurando distraerse todo lo mas posible, no tanto porque su corazón no estuviese y c r do cuanto por el imperioso qué dirán, que fué por lo q u n tra heroína observó con todo u noor ri-or u el año dP hito ; pero una vez ano d« terminan terminado K»«. hacia sus escursiones sola, ¡o cual la proporcionaba el Placer de investigar noticias ™^ hastCanemenrPre7 zra°rle en? paL'fu hL acerca del -