De LIEBIG`s a SWIFT. Permanencia de Productos y Marcas.

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I SEMINARIO DE PATRIMONIO AGROINDUSTRIAL Paisajes Culturales del Vino, el Pan, el Azúcar y el Café.
13 al 15 de Mayo 2008 - Mendoza, ARGENTINA
De LIEBIG’s a SWIFT.
Permanencia de Productos y Marcas.
Arq. Adriana Ortea
Eric Evans 125, Pueblo Liebig, Entre Ríos, Argentina
011. 43015374
[email protected]
Carne es DINERO
Liebig, marca histórica de siempre, es protagonista de la alimentación y la cocina,
desde 1865 en Uruguay, 1903 en Argentina y 1923 en Paraguay; hasta hoy, cuando
sus marcas ofrecen productos con todo el sabor natural de la carne de vaca.
Extracto de carne y corned beef, caldos y sopas, llevan las marcas Oxo, Fray Bentos y
Liebig; aunque las empresas productoras actuales sean Swift, Agnesi o Campbell.
La Compañía Liebig’s Extract of Meat, de capitales ingleses, puso en marcha en
Sudamérica una eficiente estructura de empresa con un circuito productivo integral.
Desde las estancias de su propiedad, con ganado bovino incesantemente mejorado y
equipos de personal entrenado, abasteció sus tres fábricas conserveras o frigoríficos y
desde el río Uruguay embarcó sus productos alimenticios directamente al río Támesis,
en Inglaterra, desde donde dirigió su distribución y comercialización.
Se insertó en el litoral latinoamericano para aprovechar lo que en nuestros países del
Río de la Plata sobraba: la carne; y montó un sistema de organización y una técnica y
una tecnología para concentrar y reducir la carne vacuna; haciendo más fácil su
manejo, transporte, distribución y consumo. Los recursos agropecuarios se
convirtieron en más de 200 productos exportados a Europa para alimentar enfermos,
tropas de los ejércitos y a toda la población civil con déficit de alimentos.
El proceso de industrialización de la carne, surgido de investigaciones en el campo de
la química, generó polos de desarrollo industrial en Fray Bentos, Fábrica Colón,
Zeballos Cué y alrededores, dando trabajo a miles de personas por más de 100 años y
condicionando el desarrollo económico de éstas extensas áreas territoriales.
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El Patrimonio de la CARNE
La historia de la carne argentina es vieja. Para algunos, se remonta a cuando Juan de
Garay, fundador de Buenos Aires en 1580, trajo las primeras 500 cabezas de ganado
desde Paraguay y las soltó en la extensa pampa. Para otros, son los jesuitas desde
1608 hasta 1767, creadores de las vaquerías con ganado cimarrón. Para 1801, Félix
de Azara definía a la ganadería como el único tesoro del Río de la Plata, y para
aprovecharlo tanto Rosas como Urquiza se dedicaron a la industria del saladero.
El periodista Pepe Treviño en 1972, escribía en el libro La carne podrida: “Todo en la
Argentina, empieza en la carne, o termina en la carne, o pasa por la carne en algún
momento de su evolución. En siglos pasados ya éramos conocidos como el ‘país del
cuero’, ese cuero que es algo así como la envoltura de la carne; y cuando los ingleses
se lanzaron al negocio, pasamos a ser el ‘país de la carne’.”
En la Argentina tenemos 62 millones de vacas en tierras de 38 millones de humanos,
17 razas bovinas registradas, 23.000 carnicerías venden sus cortes y 50 mil vacas se
exterminan en los mataderos por día, o 15 millones por año. Durante las décadas de
las ‘vacas gordas’, han sido emblema, icono, escudo y motor del país. Hoy, el tema de
vacas, frigoríficos y carnicerías es eje del debate nacional: ¿el ingreso de 500 millones
de dólares por la exportación de carne a repartirse entre el estado y algunas cuentas
bancarias, o la felicidad de 35 millones para comer su asadito?.
La carne, cada tanto, es el gran conflicto argentino. ¿Cómo es que pese a las peores
crisis económicas, Argentina siga siendo su principal consumidor mundial? El
argentino necesita comer carne, es un bien imprescindible e insustituible en la dieta,
pues es una cuestión cultural. La carne vacuna es uno de los alimentos que mayor
penetración tiene en los hogares de nuestro país, y el asado es el corte más preciado.
Pocos sabemos cómo el asado argentino llegó a ser tan famoso, pero cada uno tiene
su secreto inconfensable o algún dato heredado del padre. No saber hacer un asado,
en este país, te puede dejar en el desamparo más absoluto. Si una de las gracias del
asado es la conversación entre amigos, como dijo Jorge Luis Borges; la carne y lo que
precede a cada una de esas reuniones es desde hace tiempo, parte inescindible del
ser argentino. “Comer asado en Argentina es más un homenaje a la cultura nacional
que una necesidad biológica”, define Juan José Becerra en La Vaca, viaje a la pampa
carnívora. Si no hay carne, no hay diálogo, no hay reunión, ni vino y tampoco hay
discusión. Si hay desabastecimiento la reemplazamos por pizza, si está más cara, no
importa, duele el bolsillo… pero goza todo el ser nacional.
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En la Liebig, el hábito productivo eran las vacas enlatadas, pero entre obreros el
producto no ganó mucha fama. ¿Porqué cambiar un asado o un bife por un frasco de
extracto de carne? Este simple acto era muy fuerte para hombres acostumbrados a
asar a escondidas las mejores mollejas. O para aquellos fieles a sus preferencias, no
alcanzándole las latas y achuras que regalaba ‘la Compañía’, se arriesgaban a salir
con un ‘matambre’ como faja, sin importar si se les caía frente al control de acceso.
El historiador René Boretto en Apropiación Indebida recopila estas historias: “En la
fábrica se tomaba mate a escondidas y se comían churrascos ‘a la plancha’, sobre los
conductos de aire caliente. El chirriar de la carne no se escuchaba, porque elegían las
horas en que la cinta transportadora de tarros marchaba desde la ‘conserva’ hacia la
‘pintada’. Cuando había mucho trabajo, los familiares les alcanzaban unas ‘viandas’.
Consumidos los alimentos, las viandas no regresaban vacías, algún riñón, algunas
lengüitas de cordero, algunas mollejas, hacían el viajecito de vuelta a la casa".
Del otro lado del Atlántico, los hábitos culinarios eran bien diferentes, recordaba una
vieja señora inglesa: “Abrir una lata de ‘corned beef Fray Bentos’ era una verdadera
ceremonia, como la del té para los japoneses”. Sobre gustos no hay nada escrito, otra
señora inglesa al recorrer Uruguay puso cara de asco al descubrir la ‘ciudad de Fray
Bentos’. Sus recuerdos regresaban a épocas de guerra: “Fray bentos, era la lata de
corned beef con que corríamos hacia los túneles bajo tierra en ataques aéreos o si nos
refugiábamos bajo la cama, llevábamos la latita junto al pecho.”
El ayer y el hoy, se unen entorno a un producto: el corned beef o la carne, o una
marca: Fray Bentos o Liebig, adquiriendo valor como patrimonio intangible.
En Carne de Cañón, René Boretto relaciona el producto con las vivencias en la guerra:
“En la I Guerra los muchachos definieron ‘Fribentos’ para definir coloquialmente a algo
insuperable o que no podía estar mejor; y en la II Guerra un tanque británico fue
bautizado Fray Bentos porque se sentían dentro del vehículo como carne enlatada.”
En Vida de una vaca, el escritor chileno Juan Pablo Meneses pone en evidencia las
asociaciones entre la carne de vaca y el cuerpo de los argentinos: “Las personas
puden tener ‘buen lomo’ o ser una ‘buena presa’, puedes ser una ‘ternerita’, si eres
guapa y joven, o convertida en ‘vaquillona’ si se te pasó la mano con el engorde.”
La marca Liebig está vinculada al menú gastronómico y la cocina europea. Ingleses,
franceses e italianos saborean los productos, interpretando una marca como
certificado de calidad y origen. Aunque muchos de quienes hoy día leen el nombre
Liebig, Oxo y Fray Bentos, lo asocian al producto consumido, pero sin saber el origen
y la historia de las fábricas de carne en conserva en Sudamérica.
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El paisaje cultural de la CARNE
El espacio geográfico del río Uruguay fue determinante para la implantación de
las fábricas de conserva de carne; dadas las buenas condiciones del suelo para la cría
del ganado, la presencia de puertos con adecuado calado para la exportación de los
productos y suficiente mano de obra para el desarrollo de la Liebig’ Extract of Meat.
La agricultura y la ganadería eran las actividades tradicionales de las pampas.
El ganado vacuno tuvo una importancia significativa en la vida económica. Primero,
la ‘civilización del cuero’ como la denominó Domingo Sarmiento, cuando exportar un
cuero costaba lo mismo o más que una res en pie. Antiguas industrias de la carne,
fueron la fabricación de sebo para velas y la grasa que servía de aceite para todo.
Luego, la explotación del tasajo, origen de saladeros como Santa Cándida, donde su
producción equivalía a una vez y media el presupuesto de la provincia de Entre Ríos y
a la cuarta parte de los ingresos nacionales. Y finalmente, la industria frigorífica de la
carne determinó la transformación social, económica y tecnológica para la región.
En su historia, la industrialización de la carne trajo consecuencias importantes en el
transporte: desde los barcos y el ferrocarril hasta los camiones; y los medios de
comunicación: el correo y el telégrafo hasta el teléfono; y fundamentalmente en la
radicación de la gente cerca de los centros de producción, acelerando el crecimiento
de las ciudades (Fray Bentos) o creando pueblos industriales (Fábrica Colón).
La nueva industria del extracto de carne requirió una maquinaria adecuada y
totalmente desconocida hasta el momento; así como la posterior reconversión en
frigoríficos, con cámaras de frío, demandó un equipamiento industrial de máximo nivel.
En los ámbitos rurales llevó a la adquisición constante de tierras para la cría de vacas,
obligó a mejorar las razas y su producción, e incorporar ovinos productores de carnes,
y trajo cambios en las estancias, introduciendo la agricultura a la par de lo ganadero.
La revolución de Liebig fue aprovechar los avances de la ciencia y la tecnología al
servicio de la producción de alimentos y contribuir al desarrollo económico en la edad
de la industrialización. En Liebig, la tecnología y la administración era inglesa; pero la
tierra y la carne era sudamericana. El hombre de campo y el hombre de fábrica
respondieron a políticas de desarrollo extranjeras, pero nunca dejaron de lado su
esencia basada en el trabajo. Horas y hombres tenían un propósito: cocinar vacas y
enlatarlas. Vacas con la mejor carne, carne sudamericana, transformadas en extracto:
“Puro jugo de carne convertido en una pasta espesa, oscura, envasada en potes de
cerámica o vidrio y latas. Una res da 4kg de extracto, esto es 40 frascos de 2 onzas.”
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El territorio de las Estancias
La compañía Liebig formó cinco sociedades anónimas propietarias de campos de cría
e invernada de ganado en Argentina, en Entre Ríos y Corrientes, y poseía doce
establecimientos rurales. La primer estancia y la principal, Itá Caabó fue comprada en
1898 y en 1925 fue visitada por el Príncipe de Gales en visita oficial. El espacio rural
abarcaba 140.000 hectáreas de campo y 80.000 cabezas de ganado.
La producción rural era la ganadera, para proveer a sus propias industrias. La región
subtropical era productora de vacunos criollos con una carne dura y magra destinada a
la elaboración de conservas y extracto, luego de Ia I Guerra comenzaron el
mejoramiento ganadero y a introducir toros de razas inglesas Shorthorn, Hereford y
Angus y a perfeccionar el sistema de producción. Estas razas no demostraron buena
capacidad de adaptación al terreno y el cebú o Brahman americano apareció como
opción, creando una nueva raza, la Bradford.
La vida rural y el hombre de campo tienen padrones propios, donde una de sus
cualidades, es saber observar las cosas; y dentro de ese territorio la Compañía formó
una organización que trabajaba con eficiencia y responsabilidad; los establecimientos
rurales eran manejados estilo empresa donde todo era ordenado, las tareas se hacen
un su tiempo y forma, y la gente sabe como se organiza.
Tenía un tipo de administración con mucha gente y en las estancias no había ni
teléfono, todo se basaba en la confianza y en una jerarquía estricta. Un administrador
general; un gerente general en Buenos Aires; un mayordomo por cada campo, mano
derecha del patrón; y los ‘segundos’, quienes no eran personal profesional, pero sólo
querían trabajar en el campo, donde aprendían todo lo necesario.
Los ‘segundos’ daban órdenes en guaraní a los peones y las recibían en inglés de los
mayordomos, y muchas veces ni sabían escribir los números. Muchos británicos se
convirtieron en gauchos y se quedaron aquí para levantarse a las 4 de la mañana y
tratar de quedar arriba de un caballo que no quería que uno estuviera arriba. Entre
todos formaron una cultura con un estilo particular y la noción de integrar una familia.
Para el trabajador de campo, hombres duros y avezados en dar ‘buena forma’ a vacas
destinadas al ‘cuchillo del desnucador’ en las fábricas, la Liebig fue el punto de
referencia y el orgullo de la pertenencia. Era estar asociados a privilegios como la
estabilidad y el valor de la palabra, era una garantía de cumplimiento y el énfasis en la
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capacitación, la permanencia del personal y la continuidad generacional. Cuando la
empresa se vendió estos valores perduraron, aún en la nueva empresa, Pilagá S. A.
El territorio de la Fábrica
La gran planta de producción es una imagen espacial donde vacas, hombres y
máquinas se aglutinaban en torno al fuego de una gigantesca cocina, con enormes
calderos y cucharones; de donde el sabor al puchero familiar subía y envolvía todo.
Paisaje y territorio queda saturado de mugidos de animales; del cansancio y sudor de
cuerpos humanos; del ruido constante y repetitivo de máquinas de enlatar; del bullicio
de voces de mujeres etiquetando latas; del penetrante aroma de la salmuera de
cueros y tripas; y del olor a tanta carne evaporando desde esas ollas de cocimiento.
El trabajador de la carne constituyó una mano de obra poco calificada; entraron siendo
menores de edad, para alguna changa o de ‘chapero’ en el portón de entrada. Todos,
desfilaban de sección en sección y se especializaban, aprendiendo un oficio en los
distintos departamentos: playa, ganchada, conservas, extracto, latería, empaque,
laboratorio o talleres. La mayoría, terminó sus días allí, y en el mejor de los casos llegó
a jubilarse, aunque en ese caso tuviera que buscar casa en la ciudad más cercana.
La esencia de la fábrica eran los espacios de la faena y la matanza. Es un rito
mecánico, una suerte de sacrificio en serie. Después de pasar los bretes y un baño,
cada vaca sube por una rampa. Allá arriba, un robusto hombre, da el golpe de gracia.
En la playa de matanza, hileras de hombres procedían a descuartizar las reses en la
‘noria’. Los desolladores, encargados de sacar el cuero, se cuidaban de hacer algún
tajo a riesgo de perder el jornal. El especialista más caro era el ‘matambrero’ y el más
sofisticado era el ‘quita lenguas’. No faltaban los ‘triperos’, con delicadas manos para
manipular, desgrasar, inflar y limpiar partes delicadas, secadas al aire y en salmuera.
El trabajo de la carne revelaba una sincronización perfecta, movimiento, calor y
cansancio. No podía haber ‘tiempos muertos’ para el trabajador; ni desperdicio en la
‘fuerza de su trabajo’: a veinte minutos de vaca degollada, la carne entra en cocción.
Si entraban 1200 vacas por la mañana, para la tarde ya estarían enlatadas. En la
‘ganchada’, separaban la carne gruesa hasta llegar al hueso, con rapidez y destreza
de barberos, aunque éstas fueran manos de mujeres, ‘las caranchas’.
Al departamento ‘extracto’ llegaban los huesos y eran descargados en grandes
calderos de ‘cocimiento’ para hacer el caldo; y la carne cortada en pedacitos se dejaba
cocer a fuego lento hora tras hora. Hervía y evaporaba, pasaba por unas serpentinas y
condensaba, revolvían y colaban el caldo, una y otra vez, hasta espesar, en total no
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menos de 70 horas. Convertido en extracto era envasado, en latas de 30 kilos para el
viaje a Europa en barco y en frascos de vidrio de 113 y 226 gramos de consumo local.
El territorio del Pueblo
Pueblo Liebig es claro testimonio del Patrimonio Alimentario heredado de la industria
de la carne. A pesar de la ruinosa construcción fabril y el paulatino desarme de la
sociedad del trabajo, se puede reconocer la planta de producción y un pueblo a su
alrededor, como capital cultural disponible entorno a una identidad regional.
La ubicación era estratégica: tenía fácil acceso para traer vacas de las mejores zonas
ganaderas del país y, fundamental, estaba justo en la ribera del río Uruguay,
conectado al Río de La Plata y conectado al Atlántico, conectado al puerto de Londres
y conectado a Europa, donde la carne de vaca transportada en latas llegaban al plato.
En Fábrica Colón, como se la conocía hacia 1903, antes de ser nombrado Pueblo
Liebig en 1970: “aquí, el pueblo vivía de la carne”. En su época de gloria, a mediados
del siglo pasado, la actividad era humeante: salía humo de las chimeneas de la
fábrica, de los buques de carga y, más adelante, de los camiones de transporte.
Directa o indirectamente, los habitantes del lugar vivieron por y para la explotación del
recurso y fueron testigos del progreso, y cuando la cosa se terminó definitivamente en
1980, por una u otra razón, la vida cambió en una larga agonía hacia la nada.
La estructura de Pueblo Liebig, en Entre Ríos, configuró un sistema de ocupación
territorial novedoso respecto de la tradición urbanística de la región. Todo fue iniciativa
de la compañía, estableciendo un orden social y de trabajo donde el poblador fue
engranaje del sistema. Se realizó para dar vivienda al personal gerencial y
administrativo, y al personal obrero, ante la necesidad de contar con una población
permanente para obtener una eficiencia mayor en la producción. El ordenamiento se
ajusta a un urbanismo funcional y la estratificación se manifiesta por la localización de
los elementos, su organización y el tipo de arquitectura utilizado para las distintas
funciones. La fábrica, centro de todo se instala en relación con el puerto por donde
ingresan los insumos y se exporta la producción. La manga, por donde se trasladaba a
las vacas a la playa de faena, separa físicamente el barrio de obreros y de empleados.
En el auge y caída de la compañía Liebig hay verdades irrefutables: el capital era
foráneo pero regionalmente fueron una fuente de trabajo genuina y valiosa, llegaron de
afuera para consolidar la industrialización y comercialización de la carne,
y cuando
desaparecieron, se llevaron tras de sí la vida misma de un pueblo entero, que guarda
por generaciones los recuerdos de los años de esplendor: inmensas moles vacías de
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mugidos vacunos y gritos humanos, desafiando el paso del tiempo y a la espera de
otra oportunidad. Todos sabemos que antes y ahora: la carne es dinero.
La producción de vacas concentradas
Muchos de los platos más conocidos y cocinados fueron creados cuando no había
para comer, y el hambre obliga a optimizar recursos naturales. La elaboración del
concentrado de carne fue una de las técnicas que cambiaron la cocina.
El químico alemán Justus von Liebig pensó en mejorar la alimentación a partir de la
carne concentrándola en forma de extracto y manteniendo sus valores nutritivos.
No fue el primero, porque Leonardo da Vinci hace referencia: “al método de los priores
para restaurar fuerzas durante la cuaresma a partir de unas pastillas de carne. En
cada una, hay sustancias nutritivas en cantidad suficiente para que una persona pueda
vivir por tres días sin tomar ningún otro alimento más que agua.” Tampoco fue el
último, porque en 1874 Lawson Johnston presentó la “carne de vaca fluida”, a base de
extracto de levadura, producto más ecónomico y luego patentado como Bovril.
La inspiración de Liebig fue poner la química al servicio del hombre y sus necesidades:
alimentación, aprovisionamiento y conservación. La química salió del laboratorio y se
abrió a la producción agroalimentaria: el abono mineral, el polvo de hornear, la
levadura y el extracto de carne fueron algunos de sus inventos.
En 1840, nace el Extracto de Carne Liebig. Al principio, fue vendido en potes de
cerámica con una etiqueta con la firma de Liebig en azul y luego en potes de vidrio
oscuros. Definido por el químico como “caldo de carne sólido, cuya agua se ha
evaporado”, necesita 30kg de carne de vaca para hacer 1kg de extracto.
Eran épocas bélicas y el producto se popularizó: 4 kilos de extracto con agua caliente,
unos trozos de pan, papas y sal, hacía una nutritiva sopa para 128 soldados. Solución
ideal: proteínas en abundancia, concentradas, fáciles de transportar y ágiles en su
consumo, desde expediciones hasta Viajes a la Luna: los astronautas de Julio Verne
desayunaban pastillas de extracto de carne fabricado en Fray Bentos!
Desde 1870 la compañía Liebig adoptó las nuevas estrategias de la publicidad para
promocionar su nuevo producto: con la compra de un pote de extracto de carne
regalaban una ‘figurita’, litografías de colección a todo color, con diversos temas y en
distintos idiomas y al dorso, la explicación de los productos y recetas.
En Europa, siempre llevaron adelante una fuerte campaña de propaganda de la
imagen empresarial, sus productos y sus marcas. Editaron menúes para restaurantes,
calendarios, afiches, publicidades en periódicos, autos y latitas Oxo, en 1908 fueron
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sponsors de los juegos olímpicos en Londres, de 1911 es el primer libro de cocina con
recetas con extracto de carne, y en 1955, apareció su publicidad en televisión.
Del ‘extractum carnis’ a los ‘cortes premium’
En 1889, empieza a producir el Corned Beef Fray Bentos, carne conservada, cocida
y curada, presentado en latas de hojalata, cuyo formato favorecía el estibarlas y
abrirlas con facilidad, con su llave pegada al envase.
En 1910, aparece el Oxo Cube, ‘el producto de un penique’, de igual calidad a mejor
precio, ofrecido en cubitos envueltos en papel de aluminio, envasados en cajas o latas.
La marca Liebig, Oxo y Fray Bentos formaron parte del ‘British way of eating’: como
sinónimo de la familia unida y una feliz comida familiar. En su lanzamiento al mercado
de la clase media fue promocionado “como el gran avance en la invención de
alimentos desde que el hombre comenzó a comer y la mujer aprendió a cocinar”.
La familia real y la Reina Victoria fueron protagonistas de objetos de colección Liebig
y hasta el Príncipe Carlos de Inglaterra contó a un empresario: “Yo recuerdo haber
sido criado alrededor de esos bifes, he comido ‘Fray Bentos beef’ hasta mis orejas.”
En la producción industrial de Liebig, se observaba todo detenidamente y se
estudiaban hasta los desechos, su tratamiento o industrialización y su presentación al
mercado como producto nuevo, para el que se buscaba y encontraba un consumidor.
Otros productos exportados fueron: pechos vacunos, lenguas en salmuera, lenguas
ahumadas, riñones envasados, menudencias congeladas, premier juice, grasa fina,
sebo, hígado para pate, cueros colas, tendones, guampas y pezuñas de los animales.
Se elaboraba harina de carne, con desechos de carne secada mezclado con fosfato;
polvo de huesos, desecado y triturado para combustible de las fábricas azucareras;
desechos de carne desecados y prensados para alimentos de aves y cabras; sangre,
huesos, rúmen y grasa para fertilizantes; venas para goma de pegar, etc.
Recién en 1965, llegó a la fábrica Liebig la transformación a la ‘era frigorífica’: grandes
espacios cerrados para ‘cámaras de frío’, mediante compresión de amoníaco.
Los sistemas a utilizarse son el de carne congelada o ‘frozen beef’, y el de carne
enfriada o ‘chilled beef’, de mejor calidad pero limitada a 45 días de conservación.
Finalmente, el supercongelado: carne deshuesada y troceada, envasada al vacío en
bolsas plásticas que la aislan del aire, se enfría suavemente y luego a un frío intenso
en forma rápida. Los cortes especiales de exportación eran: lomo, bola de lomo, colita
de cuadril, peceto, nalga, tortuguita, bife ancho y bife angosto.
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A esta altura de la industrialización de la carne, llegamos a los productos con marca,
como las ‘carnes Angus’ y otros ‘cortes premium’; espacio del mercado donde la
compañía Liebig no llegó, pero sí sus marcas son líderes en diversos segmentos.
De Liebig a Swift
A más de 25 años de cerrada, Liebig es marca registrada en el mercado actual.
En Italia, la marca Liebig es parte del grupo Agnesi/Colussi y sus productos:
el
extracto de carne y caldos de carne, son “saborizantes 100% natural con carne de
origen sudamericana”. La web del grupo anuncia: “Liebig es el mejor aliado del ama de
casa al acercar un producto práctico y adaptado a una alimentación correcta”.
En Francia, Liebig es una marca del grupo Campbell, para su línea de sopas
instantáneas; embaladas en sobres, cartones y ahora en envases pet a rosca.
En Inglaterra, la marca registrada Oxo, es del grupo Unilever desde 1984, y
comercializa: cubos de caldo de carne en cajitas y salsas granuladas, en sobres.
Desde 2001, Campbell posee la marca Oxo y Fray Bentos, en tradicionales tartas
enlatadas y ‘puddings’; salsas con carne bolognesa y al curry; y el corned beef.
Éste producto es producido en Argentina, por Swift, desde San José, Entre Ríos, a
muy pocos kilómetros de la ayer moderna y hoy obsoleta planta: Fábrica Colón.
La etiqueta de la clásica lata, traducida del inglés, dice: “El famoso corned beef, de
primera calidad, fue producido primero, hace casi un siglo, en un pequeño poblado
uruguayo llamado Fray Bentos. 100 años de experiencia aseguran que el Corned Beef
Fray Bentos, reúne los más altos standards establecidos por calificados especialistas”.
La empresa Swift, de capitales norteamericanos desde 1907, quebró en los ‘70 y
desde 2005, es parte del grupo brasileño Friboi-JBS; principal exportador de carnes y
alimentos de origen vacuno, sin transformar la naturaleza de la materia prima, a más
de 70 países. Nuevas inversiones y avances tecnológicos se utilizan en la producción
de la carne cocida y congelada, dándo un mayor valor agregado mediante el sistema
IQF (Individual Quick Frozen). Comercializa marcas propias o de terceros, y sus
productos son: carnes cocidas congeladas, hamburguesas y milanesas, salchichas y
fiambres, patés untables, corned beef, extracto y jugo de carne, caldos, roast beef,
carne con salsa; los cortes especiales y ‘premium’ de Cabaña Las Lilas.
Desde el inicio en 1865 o desde 1903 en la Argentina, los productos Liebig ganaron
fama por la calidad de las carnes: ‘Liebig, calidad de exportación’.
Hoy, ofrecemos productos de calidad y de alto valor agregado con ‘carne argentina’:
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‘Sol, pampa y Swift, la empresa que alimenta al mundo’.
De Liebig a Swift, la permanencia de sus productos y marcas, consolidan el concepto
del Patrimonio Industrial Agroalimentario de la Carne, en Entre Ríos.
Bibliografía
Pepe Treviño, Carne podrida. Quiebra Swift-Deltec
Juan José Becerra, La vaca. Viaje a la pampa carnívora
René Boretto, Apropiación indebida
René Boretto, Carne de Cañón
Juan Pablo Meneses, La vida de una vaca.
Magdalena Capurro, Pilagá
Adriana Ortea, El trabajo del extracto de carne.
Adriana Ortea, Clementina entre vacas cocidas y enlatadas
Adriana Ortea, Fotografía en Palabras. La Liebig de Martí.
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