ACERCA DEL “PAISAJE INDUSTRIAL FRAY BENTOS” Estimadas autoridades nacionales y departamentales, vecinos de Fray Bentos: En primer lugar quiero agradecer a los compañeros de la Comisión nacional por haberme convocado para compartir unas breves reflexiones con todos los presentes. Debo decirles que me siento casi como una “entrometida” en este tema, porque soy una recién llegada a la Comisión y porque no participé más que como espectadora, de todo el largo y complejo proceso para lograr la inclusión del paisaje cultural industrial de Fray Bentos en el patrimonio de la humanidad, proceso del cual, muchos de ustedes fueron y son los verdaderos protagonistas. Gracias entonces a todos los que hicieron posible que este tramo de historia del país y del mundo reciba esta categoría de patrimonio mundial. Ahora nos tocará a todos los uruguayos, asumir la responsabilidad que implica ser custodios de un paisaje que le pertenece al mundo y que debemos cuidar, preservar, mantener y mejorar. No voy a relatar la historia de este complejo industrial porque ustedes la conocen, porque aquí hay académicos que han estudiado más que yo esta historia, han investigado y han compartido con todos nosotros, a partir de sus escritos, los resultados de sus investigaciones. Solamente quiero compartir algunas reflexiones sobre el sentido o los sentidos que, me parece, puede tener este complejo industrial y cultural, desde una perspectiva de preservación histórica y de construcción de memoria colectiva, basándome en los aportes de los grandes historiadores que siempre acompañan cualquier relato que refiera al siglo XIX y XX, como son Eric Hobsbawm en lo que refiere a la historia europea y los profesores Barrán y Nahum para el caso uruguayo. Pero también, en los aportes de historiadores que conocí y disfruté a través de sus lecturas en anteriores recorridas por el Museo, como es el caso del trabajo de René Boretto, pionero de la historia local de este departamento y protagonista de este proceso. La Liebig fue una fábrica moderna en la acepción más compleja y global del término, con el significado que debemos atribuir a este término moderno en la segunda mitad del siglo XIX, es decir, eso que a los jóvenes hoy puede parecerles, con justa razón, una reliquia histórica de la época de los dinosaurios fue, hace 150 años, un ícono de la modernidad. Fue una empresa capitalista en el sentido más completo de esa concepción. Obtuvo el apoyo de grupos financistas internacionales y en todo su despliegue contó con técnicos, profesionales y obreros de diferentes partes del mundo, por eso podemos decir que fue una empresa transnacional en todo el sentido de la expresión. Se convirtió en una sociedad anónima trasnacional, concentración de capital típica de la segunda mitad del siglo XIX, con forma de trust, en este caso. Su directorio se instaló en Londres a donde se dirigían las abundantes ganancias que se producían en nuestro país, resultado del bajo precio al que pagaba la materia prima que consumía y la mano de obra que contrataba. Su poderío fue tal, que se permitía adelantar los precios del ganado a los estancieros, convirtiéndose de ese modo, en una especie de agente regulador de precios: “Tiemblen estancieros, que la fábrica Liebig ya ha fijado sus precios para este año”, decía el poderoso hacendado de esta región Carlos Young en 1889. En su primera época, la Liebig contribuyó a consolidar la estructura rural primitiva, al decir de Barrán y Nahum, porque no se interesó en mejorar la calidad del ganado, y por lo tanto no alentó la inversión en el proceso de mestizaje y la transformación de la estancia cimarrona en la estancia empresa. Los enormes recursos con los que contaba, así como las posibilidades de colocar toda su mercadería en Europa, directamente, la liberaron de dos obstáculos que tuvieron muchas otros emprendimientos industriales en esa época: no necesitó depender del crédito nacional ni de los intermediarios para realizar sus ventas. Sin embargo, el crecimiento de la Liebig trajo notables transformaciones tanto económicas como territoriales y sociales. Cada sector funcionaba como una pequeña fábrica con calles interiores, espacios abiertos, vías férreas, circulación de personas y materiales, que daban el aspecto de una ciudad en la que todo estaba pautado y cronometrado. Todos los avances técnicos tendrán como objetivo, reducir al mínimo los tiempos de cada labor. La revolución industrial generó en los dueños de las industrias, un interés particular por lograr una mayor sincronización y reestructuración de los hábitos de trabajo mediante el control del tiempo. “No será el quehacer el que domine, sino el valor del tiempo que se convierte en dinero”, nos dice Ma. Marta Lupano1. Al analizar el espacio fabril se puede ver cómo la lógica del capital estructura las relaciones sociales en el mundo del trabajo. La Liebig presenta una cuidadosa organización de las tareas, rigurosamente planificada, lo que la convierte en una empresa basada en una línea de montaje ininterrumpida. Con los últimos adelantos técnicos de su época, la materia prima pasaba por una serie de mecanismos y durante todo ese proceso, apenas si intervenía la mano del hombre; aparece así como un antecedente del fordismo… Como empresa moderna y, posiblemente imbuida por algunas ideas muy paternalistas de organización que circularon en el siglo XIX, desarrolló su propio entorno socio-económico. Así, construyó viviendas para los administradores y trabajadores, diseñó amplios parques, tuvo su propia clínica médica y hasta su policía interna pagada por la propia empresa. “Un verdadero Estado dentro del Estado uruguayo” dicen Barrán y Nahum, dos “Estados” que siempre se relacionaron de poder a poder, logrando la empresa, negociar el pago de muy bajos impuestos en relación a las enormes ganancias que cosechó. El complejo industrial Liebig es una conjunción, entonces, de elementos característicos del siglo XIX, identitarios, elementos que definen las grandes transformaciones de ese siglo y que anticipan lo que será el siglo XX con la afirmación del desarrollo capitalista financiero. Aquí están presentes la eclosión de la ciencia, particularmente la química con todo lo que implicará 1 Arquitecta y Doctora de la Universidad de Buenos Aires (área Antropología). en la transformación de la industria alimenticia, la tecnología de avanzada no solo en el proceso de producción con cadena de montaje sino en la energía utilizada. Recordemos, que fue aquí donde empezó a usarse la iluminación eléctrica en 1883, tres años antes que en Montevideo. Pero también están presentes los cambios sociales, el factor de las migraciones, esos movimientos multitudinarios que marcaron el fin de ese siglo, el tema de los avances en los medios de comunicación y transporte que tanto se desarrollarán en el siglo XX y que son los antecedentes de esta sociedad de la información y comunicación que vivimos hoy en día, como algunos gustan llamarla. Y finalmente, encontramos también el desarrollo de la publicidad, en su etapa casi primitiva pero con el mismo valor intrínseco que tiene hoy en día: fomentar el consumo a través del marketing. Por eso considero muy acertada la denominación de paisaje cultural industrial, porque aquí hay una especie de concentración de todas esas características, particularmente de la mundialización de la economía, que si bien no es lo mismo que la globalización de la que tanto se habla en la actualidad, es claramente el inicio del mismo proceso, lo que Hobsbawm denomina “una economía mundial de los estados marítimos europeos”. Estas características contribuyen a reflexionar sobre las implicancias de una economía global o de una globalización antes de la globalización, en el sentido de vislumbrar estos fenómenos, como procesos complejos, difícilmente encasillables en alguna categoría social o histórica. No son puramente económicos, ni sociales ni políticos ni tecnológicos sino que tienen elementos de todas esas categorías: en ese sentido son propiamente culturales, entendiendo el término en su acepción más amplia, como todo el quehacer de cualquier grupo humano. Y el declarar patrimonio este paisaje cultural industrial tiene que ver con el deber de preservar espacios de historia y memoria que trascienden las fronteras. En el seno de este frigorífico hay historias de las que nos gustan y de las que no tanto, pero así se construye la historia y también la memoria, con un conjunto de miradas sobre el pasado, miradas que a veces son conflictivas pero en las que siempre se puede encontrar un diálogo, un aporte para enriquecer el conocimiento. Ema Zaffaroni Comisión Nacional de Uruguay para la UNESCO Fray Bentos, julio 2015