S0160/02 Un año después, la visión Europea Publicado en ABC el

Anuncio
6
8QDxRGHVSXpVODYLVLyQ(XURSHD
3XEOLFDGRHQ$%&HOGHVHSWLHPEUHGH
JAVIER SOLANA, Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior
y de Seguridad Común
Un año después de la muerte de tantas personas inocentes limitarse a lamentar los
acontecimientos ocurridos o recordar a las víctimas ya no es suficiente. Desde Europa
debemos reflexionar sobre los cambios en el mundo, la respuesta que colectivamente
los europeos dimos a los trágicos sucesos en Estados Unidos y cómo nos planteamos
nuestras prioridades actuales.
El mundo entero, que ese día se convirtió en espectador horrorizado y despertó de
manera brutal a los peligros de una amenaza que combina el fanatismo con un
inmenso poder destructivo, ha cambiado: no hay lugar a dudas. Todos los días
cambia. Pero, doce meses son suficientes para analizar el impacto en la distancia no
para que emerja una nueva perspectiva histórica.
Tenemos la impresión de que se ha producido una transformación mucho mayor,
porque lo que sí ha cambiado es la percepción que EE.UU. tiene del mundo. La
seguridad que los océanos y el poder militar daban a millones de americanos ha sido
sustituida por un desconocido sentimiento de vulnerabilidad y fragilidad.
A los europeos lo que más nos impresionó fue la escala a la que se manifestó el
«mega-terror» y la profundidad del entramado en que se apoyaban los terroristas. No
tanto el hecho de que víctimas inocentes se encontraran con la muerte sin previo
aviso.
Más que una transformación o un cambio de rumbo lo que sí hemos vivido es una
aceleración de la historia. Episodios recientes hubiesen tardado en producirse mucho
más, sin el estallido de los aviones en las Torres Gemelas o sin que el Pentágono
hubiese volado por los aires. Un ejemplo de ello es la fuerza con que ha emergido la
coalición internacional contra el terrorismo superando definitivamente las líneas
divisorias entre el Este y el Oeste. De ello se ha beneficiado directamente España.
Tampoco habríamos sido testigos de episodios como el desmantelamiento sin el
menor revuelo de tratados, como el ABM, intocable piedra angular durante décadas
de la estabilidad en el mundo. Ello fue posible gracias a la nueva relación entre
EE.UU. y Rusia tras el 11-S.
El 11-S no fue sólo un ataque a los valores americanos, lo fue también a los europeos.
Todos defendemos la libertad individual, la democracia y la tolerancia. Las
expresiones emotivas, políticas y prácticas, de solidaridad desde este lado del
Atlántico demostraron que los europeos así lo entendieron.
Pero paradójicamente, las relaciones entre Europa y Estados Unidos, las más
sólidamente fundamentadas, han sufrido este año más dificultades de las que cabría
esperar entre aliados.
En ambos lados del océano existe el consenso de que, tras la desaparición de la
amenaza soviética, el peligro más importante para la seguridad de Occidente y sus
valores viene dado en forma de fanatismo y de armas de destrucción masiva. Esta
urgencia, no obstante, se siente más profundamente en Estados Unidos, tras el 11-S y
el extraño episodio del ántrax.
En Europa, el análisis de la situación es básicamente similar, pero las fricciones
transatlánticas han surgido cuando nos hemos puesto a trabajar en las respuestas a
estas amenazas. Los europeos apoyaron y participaron en los ataques militares en
Afganistán, pero siempre tuvieron en cuenta tres importantes lecciones sacadas de
nuestra propia historia: la lucha contra el terrorismo no puede tener como centro de
gravedad la respuesta militar, ya que el terrorismo no se combate sólo con la fuerza
militar. La segunda, que incluso el país más fuerte del mundo necesita socios y
aliados, no simplemente seguidores. Y la tercera, que al responder a las amenazas hay
que ser sumamente cuidadosos en no dañar los mismos valores que se tratan de
defender.
Estos tres claros mensajes se han trasladado a los americanos de manera sincera, pero
quizás a veces no con suficiente sensibilidad. De ahí que ellos a veces adviertan de
que en Europa nos entretenemos demasiado con las palabras y poco con las acciones.
¿Cuáles deberían ser las prioridades en Europa un año después del 11-S? Debemos
trabajar seria y rigurosamente en al menos tres ámbitos: Mejorar la vigilancia y la
alerta ante la amenaza terrorista. Abordar los problemas de seguridad de manera
global. Ampliar y legitimar nuestros esfuerzos a través de una profundísima
cooperación internacional, hay que trabajar juntos, entretejer el mundo.
Europa no puede descartar que algún día no será objeto de futuros ataques terroristas.
Hay evidencias de que células de Al Qaida han intentado atacar en Europa. Pueden
volver a hacerlo.
La Unión Europea reaccionó al 11-S con una velocidad inusitada. La cooperación
política, policial, judicial y de inteligencia se incrementaron hasta niveles inesperados,
tanto entre los Quince como con los países terceros. Pero ello no es suficiente. La
naturaleza del nuevo terrorismo ha sembrado confusión en las normas básicas del
orden internacional. Nos enfrentamos a un nuevo enemigo, impredecible,
multifacético, que opera a niveles que traspasan los Estados y que tiene una masiva
capacidad destructora. Las viejas normas de predicción y disuasión no funcionan.
Debemos pensar en una nueva doctrina de seguridad que combine estrategias de
prevención, protección y represión. Europa, con su cultura de seguridad basada en la
prevención de conflictos, su apego a los métodos del multilateralismo y su
sensibilidad por las raíces socioeconómicas de la violencia, tiene una importante
contribución que hacer.
Las fronteras entre la seguridad interior y exterior, entre lo policial y lo militar, entre
la prevención de crisis y la gestión de crisis, entre el combate a los crímenes
financieros y no financieros, entre detectar terroristas y gestionar Estados «fallidos»
se han difuminado. Precisamente, estos «Estados fallidos» y crisis regionales son
fuentes naturales de criminales internacionales y de actividades terroristas. Un
remedio a todo este grave entramado sólo puede venir con una postura global. La UE
está perfectamente situada para contribuir a darla.
Como parte de esta respuesta global, la UE debe dar prueba de que cumple con sus
palabras. No podemos fallar en nuestros compromisos de dotarnos de capacidades
militares necesarias para la gestión de crisis. Europa no puede ni quiere competir
militarmente con Estados Unidos. Europa no es una potencia militar, es una potencia
civil con medios militares. Por ello, lo que sí debe ser capaz de hacer es fijarse
objetivos políticos y ser capaz de cumplirlos. Habrá que tomar algunas difíciles
decisiones si queremos seguir viviendo de acuerdo con nuestras ambiciones de
seguridad. No hacer nada, evitar hacer frente a la realidad supondría una disminución
de nuestra capacidad de acción y haría mucho más difícil la cooperación con Estados
Unidos.
Pero, por encima de todo, debemos asegurar que las respuestas de seguridad no sólo
sean globales y multifacéticas, sino que gocen del máximo apoyo de todos. Las
esencias del multilateralismo, que Europa conoce tan bien, son básicas para entender
este punto. Sólo de esta manera conseguiremos que los valores rechazados por los
terroristas -el respeto a la ley, la libertad, la democracia- no sean las primeras víctimas
de nuestra lucha para vencer al terrorismo.
Defender y compartir nuestros valores, la paz y prosperidad no serán posibles en un
mundo de anarquía y caos, en un mundo donde hay que «pelear con uñas y dientes».
La lucha para defender un orden mundial será más legítima y eficaz si se basa en una
cooperación internacional y en el respeto de las normas globales y de las instituciones.
Descargar