El agridulcE sabor dE la victoria

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El agridulce sabor
de
la
victoria
Con Alex Camuñas
Por Fede Lafuente
Mi principal interés cuando acepté la preparación de Alex no estaba en lograr
ninguna gran proeza deportiva. No se trataba de reconducir el camino a la
victoria de ningún culturista desorientado, de hecho, mi máxima prioridad
se centraba en lograr que adquiriera el mínimo potencial necesario que le
permitiera afrontar su primera competición con las garantías suficientes de
no pasar completamente desapercibido, o cuando menos, que no llamara la
atención precisamente por su absoluta carencia de atributos musculares.
Vacaciones
de 2010.
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MMI 273 I www.musclemag-es.com
A un año vista, el objetivo estaba
claro, al menos para mí. No tanto para él. Partíamos de una estructura física discreta. Ochenta y
cinco kilos de masa corporal, con un generoso
porcentaje de grasa, acumulados en una altura
cercana al metro y ochenta centímetros.
Con semejantes cifras y con el absoluto desconocimiento de con quién trataba, mi predicción más optimista se situaba en unos generosos setenta kilos de músculo. Lo que ignoraba
en este caso, es que me enfrentaba a una persona decidida, con una voluntad de hierro y
un espíritu, que desearía haber observado en
muchos de los “grandes” culturistas que he llegado a conocer a lo largo de mi carrera.
Al poco de entablar conversación me expresó
su principal temor:
-“No quiero hacer el ridículo”- y acto seguido me
preguntó:
-“¿Crees que puedo estar listo para competir de aquí
a un año?”. No acerté a decirle que no. Acepté
llevar su preparación sin estar demasiado convencido de ello, lo reconozco. Aunque eso sí, fui
absolutamente sincero con él. Le dije que tendría que trabajar duro, que partíamos de cero,
que revisaríamos lo que había estado haciendo
hasta la fecha, y que llegado el momento yo
sería el primero en expresarle mi opinión sobre
la posibilidad de que ese temor pudiera convertirse en realidad.
Lo que sucedió después no será nada nuevo
para vosotros. Reestructurar el entrenamiento
un tanto errático, establecer unas sólidas pautas
nutricionales, acompañarlas de los suplementos
dietéticos adecuados, y confiar en que el tiempo
y la férrea voluntad de Alex hicieran el resto. Mi
trabajo fue el más sencillo, sólo tuve que supervisar el desarrollo del plan y realizar los ajustes
necesarios.
Corría el mes de junio, un caluroso verano
en ciernes, y la perspectiva de una hermética alimentación que se cernía sobre él. Ya en
aquellos días recuerdo que me comentó que se
había embarcado en una dieta de “recorte” que
debería llevarlo a las puertas de su sueño. Lo
primero que hice fue abortar ese plan y sugerirle que hasta final de año, debíamos procurar
ganar algo de músculo y reducir o mantener el
actual porcentaje de grasa. No puso objeción
ninguna, estaba convencido de que mis directrices serían las adecuadas, y se le veía dispuesto
a obedecer mis consignas. Su confianza en mi
argumentario era envidiable, máxime ni cuando
yo mismo consigo tenerla a veces.
La siguiente cuestión se me planteaba como
más controvertida: ¿dónde competir?... Con ese
punto de partida y la perspectiva más optimista,
yo me decantaba por una categoría tipo tallapeso, en la que pudiera llegar a subirse a la plataforma con siete u ocho kilos menos que su
altura en centímetros. Algo no muy competitivo, estoy de acuerdo, pero más ajustado a las
circunstancias. O al menos eso pensaba yo.
En este punto reconozco que Alex lo tenía
mucho más claro: -Yo quiero competir como culturista- me dijo. Punto final. Luego vino cuando
tuve que asegurarle que aunque la categoría en
que iba a inscribirse se llamaba “principiantes”,
éstos eran considerados tanto o más culturistas
que el resto. Sólo se trataba de definir a aquellos atletas que compiten por primera vez. Ese
era su caso.
Bien. El bote estaba listo para zarpar. Ahora
debíamos encontrar vientos favorables que nos
ayudaran a bogar en la buena dirección. Él tendría que remar con todas sus fuerzas, y yo debía
encargarme de que llegara a tierra firme y no
desfalleciera en la misma orilla. Estaréis conmigo en que su trabajo era mucho más difícil
que el mío.
Llegaron las fiestas navideñas y con ellas el
lógico relajo, relajo que no excedió de un par
de comidas a lo sumo. Alex seguía concentrado
en su objetivo.
Tras la festividad de Reyes llegó el cambio de
planteamiento, y con él la definición de la meta
a alcanzar, el Campeonato de Cataluña que se
iba a celebrar a primeros de junio. Disponíamos
de veintiuna semanas para alcanzar aquel punto
de inflexión en el que empiezas a pensar que ya
nada se puede torcer. Nos sobraron cinco.
La disciplina de Alex era encomiable. Estaba
muy motivado y terriblemente centrado, incapaz de desequilibrarse emocionalmente.
Aspecto este último, que para mí adquirió su
verdadera y dramática dimensión poco después
de la competición.
Con el generoso margen de tiempo con el
que contábamos, a cinco semanas del día D y
la hora H. Y dado que no contaba con referencias previas que pudieran ayudarme a conocer cómo le afectarían los cambios de los últimos días, decidí modificar su dieta empezando
a probar con la carga y descarga de hidratos, y
a manipular los porcentajes de sodio y los niveles de agua. Algo terriblemente delicado, lo sé.
Pero necesitaba una mayor información, y no
quería llegar a ciegas al campeonato.
Coincidió que esa semana no pude verlo
hasta casi finalizar la prueba, y cuando lo hice
me encontré un Alex desanimado, abatido y
descontento. Los resultados no fueron los esperados. Se le veía más pequeño y sin el grado de
definición anhelado. Yo seguramente me equivoqué en mis cálculos. Y él no habría fallado en
nada… o en casi nada.
Me explicó que estaba ayudando en unas
obras en casa de sus padres, y que se había
pasado todo el sábado trabajando bajo un sol
de justicia. El estado de su padre -enfermo
desde hace algún tiempo- había empeorado, y
eso le obligaba a desplazarse en silla de ruedas.
Lógicamente la vivienda no estaba acondicionada para cubrir esas nuevas necesidades. Eso
era algo con lo que no contábamos, y lógicamente iba a incrementar sus niveles de estrés.
Le sugerí que si podían permitírselo, el fin
de semana antes de la competición evitara esa
actividad extra. No podía imaginarme lo ingrata
que esa recomendación se volvería al cabo de
poco tiempo.
Superamos el bache. Pudimos reconvertir
la situación. Cambiando la dieta y ajustando el
entrenamiento, al cabo de apenas una semana
Durante la competición.
Con su
mujer y
sus hijos.
Junto a Divina, la mujer
de Fede, su preparador.
estábamos en el mismo punto de forma que
cuando empezamos la prueba. Nos habíamos adelantado de nuevo. A veinte días de la
fecha sólo nos quedaban los últimos ajustes y
dejar que el “estado de gracia” fuera llegando
de forma gradual. Y así fue. El nueve de junio
pasado, Alex subió al escenario pesando cerca
de setenta y cinco kilos y con un punto de
forma mucho más que aceptable.
El primer objetivo estaba cumplido. No iba a
hacer el ridículo. Pero para él no era suficiente.
Esa inquietud ya me la había expresado unos
días antes. Desaparecido el temor de no estar
a la altura, aparecía un nuevo miedo, el de no
quedar en una buena posición. Intenté convencerle de que la lucha era consigo mismo, que
el hecho de haber conseguido semejante trans-
formación física ya era todo un triunfo, que
si lograba subirse a la plataforma engranando
todas las poses de su rutina en el tempo adecuado, y no fallaba en ninguna de las obligatorias, podía darse por inmensamente satisfecho.
El resultado final sería entonces irrelevante.
Yo creí que lo había convencido, pero estaba
claro que no. Cada vez que anunciaban la clasificación de alguno de sus rivales, y él permanecía al fondo del escenario esperando la suya, su
rostro se debatía entre la incredulidad y la euforia. Al final la victoria pudo estar a su alcance.
No fue una decisión fácil, y los jueces fallaron
en su contra. Subcampeón de Cataluña en su
debut en competición. Podía haber sido distinto. No digo que mejor.
En la lógica vorágine del triunfo, sin apenas
creérselo todavía, Alex acertó a interrogarme
con la mirada, y la que yo le devolví fue un tanto
fría, poco dada a la exaltación. Reconozco que
suelo manejarme con los pies demasiado cerca
del suelo, y ahora me arrepiento de no haberme
dejado arrastrar más por su entusiasmo.
Los cumplimientos le llegaban a pares, su
gente lo animaba continuamente, y sumido en
ese festivo ambiente me dijo:
-Sé que todos me felicitan, y yo estoy contento por ello,
pero hay una opinión que me interesa más que cualquier
otra, y es la tuya-.
Está claro que mi frialdad había conseguido preocuparlo, así que me dispuse a alabar
su compromiso, su esfuerzo. Lo animé a que
siguiera trabajando duro. Había dado un paso
muy importante, pero habría que dar muchos
más si quería llegar a conseguir ese sueño del
que me habló cuando nos conocimos. Nunca
es suficiente.
Lo dejé compartiendo la alegría con su gente,
con su madre, con su mujer, con sus dos hijos,
con sus amigos del gimnasio, y seguramente
con la mente puesta en la única persona que no
podía compartir esos instantes con él.
Poco después acertaría a descubrir la verdadera dimensión del esfuerzo que había supuesto
para este muchacho de apenas treinta años prepararse para su primera competición. Cuando
tuvo que simultanear la enorme ilusión de su
meta personal con la tristeza de ver como su
padre languidecía en su enfermedad, para terminar perdiéndolo apenas quince días después
de haber sostenido en brazos su primer trofeo.
Descanse en paz.
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