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Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. Vol 23(1-2): 9-23, 2014
URL: http://www.revistas.una.ac.cr/index.php/mujer/index
El ámbito de las ciencias
¿una cuestión de género?
Olegaria Cuesta Ojeda
Universidad de La Laguna1
[email protected]
Primero nos enseñan a creer y luego a razonar sobre lo que hemos creído. La
libertad de pensamiento es justo al revés, es primero pensar y luego creer en
lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos. Si usted no tiene libertad de
pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor
J. L. SAMPEDRO
Resumen:
En el marco de una investigación sobre un estudio multidisciplinar
que se está desarrollando en la Universidad de La Laguna (TenerifeEspaña), se están considerando las implicaciones de la introducción de
la perspectiva de género en la construcción del conocimiento científico
y las tecnologías, así como el análisis de los mecanismos y barreras
que frenan la consecución de la igualdad en el ámbito de las ciencias y
tecnologías. Aunque el número de mujeres que ejercen en estos campos
no ha parado de crecer en las últimas décadas, siguen siendo una minoría.
Existen evidencias estadísticas de la infrarrepresentación de las mujeres
como docentes e investigadoras en las áreas científicas relacionadas
con la tecnología, así lo ha puesto de manifiesto el Libro blanco sobre
la situación de las mujeres en la ciencia española, en el cual se señala
que, en dichas áreas, las mujeres representan escasamente el 20% del
profesorado de las universidades españolas. Se trata de identificar las
barreras estructurales y culturales que impiden la participación en
condiciones de igualdad en el ámbito de las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación (en adelante TICs). También se persigue
analizar los retos y dificultades de las mujeres en carreras con una
alta asimetría de género, y la importancia de los contextos sociales y
personales en la elección de sus carreras profesionales. A la luz de estos
datos, se realizará una reflexión teórica que ayude a comprender la
1 Doctora en Sociología del Departamento de Sociología de la Universidad de La Laguna, España.
Académica e investigadora. Ha dirigido y participado en diversos proyectos de investigación. En
la actualidad participa en el proyecto de investigación Estudio multidisciplinar de la relación de
género y tecnología.
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Publicado: 30 de julio de 2015
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situación de la mujer en al ámbito de las ciencias y, de manera más general,
en aquellos campos de actuación donde las élites femeninas funcionan como
referente social; pero donde siguen estando escasamente representadas.
Palabras clave: Género, universidad, ciencias, discriminación, organización, TICs.
Abstract:
In the frame of a research on a multidisciplinary study carried out in the
University of La Laguna, it is being studied the implications of the introduction
of the perspective of gender in the construction of the scientific knowledge
and the technologies, as well as the analysis of the mechanisms and barriers
that stop the attainment of the equality in the area of the sciences and
technologies. Although the number of women who practise in these fields has
not stopped growing in the last decades, they are still being a minority. There
are statistical evidences of the underrepresentation of the women like teachers
and researchers in the scientific areas related to the technology, as it has been
explained in the White Book of the situation of women in the Spanish science,
in which it is indicated that in the above mentioned areas women represent
scantily 20 % of the academic staff. The aim is to identify the structural and
cultural barriers that prevent the participation in conditions of equality in
the field of the Technologies of Information and Communication (TIC) and
analyzing the challenges and difficulties of women in careers with a high
asymmetry of gender and the importance of the social and personal contexts
in the choice of their professional careers. In the light of this information,
there will be carried out a theoretical analysis that will help to understand
the situation of women in the area of the sciences and, in a more general way,
in those fields of action where the feminine elites work as social modal but
where, nevertheless, they remain being scantily represented.
Key words: Gender, university, sciences, discrimination, organization, ICTs.
Desde hace algunas décadas se ha venido constatando una entrada
masiva de mujeres en la universidad, pero es sobre todo en la década de los
90 cuando esta mayor presencia se traduce en una superioridad numérica
y en una mayor diversificación de los estudios elegidos. Sin embargo, el
peso específico del número de mujeres –bien como docentes, bien como
alumnas- no se reparte de manera equitativa por todas las carreras ni en
todos los escalafones docentes.
Así, si imaginamos la estructura del profesorado como una pirámide, la base
(ayudantes, colaboradores…) y los niveles intermedios (titulares de escuela y
universidad) es donde, de manera más numerosa, encontramos a las mujeres
docentes; mientras que en el nivel más alto (cátedras), su presencia es muy
reducida (Escolano, 2009; Alonso, 2002). Lo mismo ocurre en sus órganos de
gobierno donde, en su escalafón más alto, solo existen 5 rectoras por 65 rectores,
ninguna al frente de las universidades mayores (Escolano, 2009). Las cifras
muestran una distribución desigual dependiendo de los estudios.
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Porcentaje de estudiantes matriculados en Grado en 1er y 2º ciclo por rama
de enseñanza y sexo. Curso 12/13
RAMA DE ENSEÑANZA
CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS
INGENIERÍA Y ARQUITECTURA
ARTES Y HUMANIDADES
CIENCIAS DE LA SALUD
CIENCIAS
TOTAL
MUJERES
HOMBRES
60,9 %
39,1 %
26,1 %
61,6 %
70,1 %
52,6 %
54,3 %
Fuente: Datos y cifras del sistema universitario español (2013-14).
73,9 %
38,4 %
29,9 %
47,4 %
45,7 %
Parece indispensable clarificar el origen de este desequilibrio. Un primer
acercamiento debería centrarse en la propia institución universitaria. Esto es
así porque la propia burocracia interna de las universidades parece propiciar
la segregación o, al menos, ayuda a mantener la pervivencia de esa asimetría.
Pero las relaciones institucionales deben ubicarse dentro de un marco social
más amplio. No podemos olvidar que la universidad es una institución y como tal
define una estructura de relaciones sociales regidas por reglas de funcionamiento
relativamente estables. Recíprocamente, las instituciones sociales responden, a
su vez, a las necesidades de la sociedad en la que se insertan.
Las descripciones patriarcales pierden sentido explicativo si no se conectan,
en primer lugar, con las políticas de gobierno que sigue la institución dentro
y fuera de la universidad; y en segundo a la organización burocrática y su
nomenclatura de puestos, ya que a ésta le rige una racionalidad masculina
que mantiene el control de los procesos académicos y políticos, así como
los beneficios derivados del poder. (García, P., 2009, p. 39)
Un segundo acercamiento nos llevaría a dilucidar hasta qué punto
la elección de los estudios es simplemente una elección voluntaria o está
determinada por imposiciones de carácter estructural. Esta segunda
perspectiva es tanto más compleja en la medida en la que intervienen
decisiones de carácter aparentemente personal. La dificultad aumenta aún
más si se tiene en cuenta que son las propias mujeres las que no reconocen
estas decisiones como el resultado de expectativas determinadas
socialmente: Una fuerte presión social de influjo patriarcal que determina
la elección previamente. Parafraseando un conocido eslogan feminista, lo
personal entonces se convierte en público.
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Metodología
Se trata de un estudio exploratorio en el que se han realizado
entrevistas entre las docentes de la universidad que desarrollan su
carrera en facultades o departamentos altamente masculinizados, en
donde la presencia femenina no supera el 20%. Con el fin de obtener una
mayor representación de todos los escalafones jerárquicos, otro criterio
considerado ha sido la categoría profesional. En total se ha entrevistado,
hasta el momento, a 6 profesoras cuya distribución, atendiendo a las
variables consideradas, es la siguiente:
DEPARTAMENTO
CENTRO
CATEGORÍA
PROFESIONAL
Ingeniería de sistemas y
Automática, Arquitectura
y Tecnología de
Computadores
Escuela Técnica
Superior de Ingeniería
Informática
Titular de Universidad
(ETSII)
Profesora colaboradora
Expresión Gráfica en
Arquitectura e Ingeniería
Escuela Universitaria de Titular de Escuela
Arquitectura Técnica
Física Fundamental y
Experimental, Electrónica
y Sistemas
Facultad de Física
Ingeniería de la
Construcción.
Química Orgánica
(EUAT)
(FF)
Profesora Contratada
Dra
Escuela Universitaria de Catedrática de Escuela
Arquitectura Técnica
(EUAT)
Escuela Técnica
Superior de
Náutica, Máquinas y
Radioelectrónica Naval
Titular de Universidad
(ETSNMRN)
Estas entrevistas se formularon como historias de vida. Dicha técnica
de investigación nos ofrece la posibilidad de recoger información no solo
de la situación actual de las mujeres, sino remitirnos a los antecedentes
vitales que han dirigido a las docentes a esbozar su carrera profesional.
Como se ha indicado más arriba se trata de un estudio exploratorio en la
medida en que corresponde a un primer acercamiento a la problemática
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y realizar una reflexión teórica respecto a los primeros datos obtenidos.
El objetivo era analizar los retos y dificultades que las docentes han
encontrado en su trayectoria, como estudiantes y como trabajadoras, en
carreras con una alta asimetría de género. También se intentó valorar la
importancia de los contextos sociales y personales en la elección de sus
carreras profesionales causa de la decisión.
La universidad como organización
Una de las claves para poder entender la desigualdad existente en
la distribución de los estudios y la ocupación de cargos entre mujeres y
hombres en la universidad está en su propia estructura como organización.
Este sistema organizacional se asienta en una sólida estructura burocrática
que justifica su configuración con base en criterios de eficiencia académica
y que permiten su control efectivo.
Pero las estructuras burocráticas desarrollan, en su interior, una
estructura paralela, más informal, que frecuentemente determina la
entrada y promoción de los sujetos en dicha estructura. Esta red informal
no responde a los patrones de objetividad por los que la estructura
formal justifica su ordenamiento. De hecho, en muchas ocasiones,
su comportamiento se rige exactamente al contrario. Tal ocurre en la
universidad, donde los criterios aparentemente objetivos de entrada y
promoción a base de méritos se transforman, según otras consideraciones,
en una escalada de obstáculos para la mayoría de las mujeres que quieren
acceder a las posiciones más altas de su estructura.
No parece casual que los puestos más altos de la academia estén
ampliamente ocupados por varones ni la desigual distribución por sexos
en las carreras universitarias. En general, el diseño de la organización
burocrática y la jerarquía actúan como soportes de las desigualdades de
género en el acceso al poder. Son organizaciones en las que, tanto en su
acceso como en su promoción, rigen reglas aparentemente neutrales, pero
que funcionan, como canales de transmisión de las ideas dominantes.
Un ejemplo de lo dicho anteriormente se relata en un informe
publicado en 2012 sobre la universidad española. Según este informe, el
92,2% de los catedráticos han conseguido una media de 3,56 sexenios, (La
universidad en cifras, 2013). Si tenemos en cuenta el reducido número de
mujeres que ocupan este escalafón académico, tendremos como resultado
que la mayoría de estos sexenios han sido conseguidos por hombres. La
consecuencia es una mayor valoración de su capacidad investigadora, lo
que a su vez les proporciona una ventaja a la hora de conseguir nuevos
proyectos de investigación y seguir aumentando la capacidad investigadora
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y así sucesivamente… esto hace que las posiciones y privilegios se
perpetúen en el tiempo.
A la hora de enfocar nuestro análisis sobre las estructuras tomaremos
dos perspectivas. Una apunta al diseño de la propia estructura como
depositaria y transmisora de valores patriarcales. La otra hará referencia a
las personas que desarrollan su carrera en dichas organizaciones, teniendo
en cuenta tanto sus condicionamientos internos como externos.
De la estructura vertical
Si hacemos referencia a la estructura como depositaria y
transmisora de comportamientos normativizados, no podremos
obviar la referencia a los valores sociales predominantes. Aunque
sin duda la elección es amplia, la referencia será el concepto de
homo economicus, representante por excelencia de los valores que el
propio sistema enarbola como ventajosos, haciendo de lo económico
el referente social por excelencia.
La economía capitalista rige con mano férrea la dirección que deben
tomar los acontecimientos y los poderes políticos o morales quedan
sometidos a una sociedad que se ha vuelto tan rígida que el mero
hecho de pensar o renovar el orden está imposibilitado por su propia
inutilidad práctica. (Bauman, 2003)
La noción de homo economicus hace referencia no solo a una
concepción del mundo, sino de lo que es deseable. Si atendemos su
esencia, se define como hombre y si su cualidad se define como económico.
Una idea ampliamente difundida que hace referencia a una determinada
concepción de los sujetos y las instituciones sociales que poseen el
fin
–si no último, sí primordial– de resultar eficientes en un sentido
utilitarista muy determinado: la obtención de máximo beneficio al mínimo
coste. Por extensión, parece lógico que las estructuras organizacionales
se correspondan con esta forma de hacer y entender el mundo y que su
diseño esté planificado para la consecución de este objetivo.
Por lo tanto, las organizaciones académicas funcionan como
instituciones que pueden ser definidas como sistemas de disposiciones
duraderas que se conforman con los principios de continuidad y regularidad.
Estructuras estructuradas predispuestas a actuar como estructuras
estructurantes, en tanto que principios generadores y organizadores de
prácticas y representaciones individuales o colectivas. Son las encargadas
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de generar una correlación muy estrecha entre las probabilidades objetivas
y las esperanzas subjetivas, y suponen el dominio de las operaciones
necesarias para consecución de un propósito. Esta forma de proceder se
realiza de manera regulada y regular, sin ser para nada el producto de una
obediencia a reglas, porque, de hecho, ya es interiorizado como el mejor y
único modo de hacer (Bordieu, 1991).
En otras palabras, la universidad como institución genera –tanto
interna como externamente– una forma de hacer y concebir el éxito
social. Pero esta definición de éxito social toma cuerpo en los valores
considerados tradicionalmente masculinos y, en consecuencia, se enfrentan
a otras formas de hacer y pensar diferentes. Es una lucha desigual, porque
las prácticas cotidianas institucionalizadas triunfan sin ningún esfuerzo
mediante la interiorización naturalizada de dichos valores. Las relaciones
institucionales que establecen sus miembros se ven (de)limitadas por esta
idea y el desequilibrio generado por cuestión de género se obvia para ser
reinterpretado en clave de este es el modo porque es el más eficiente.
Otro de los atributos del concepto de homo economicus es su acentuada
tendencia a la individualización, a considerar el éxito o el fracaso como una
cuestión individual y no como resultado del funcionamiento colectivo. La
consecuencia más evidente de este axioma para el tema que nos ocupa
es la conclusión de que la posición de las mujeres dentro de la academia
depende de factores únicamente individuales. Por consiguiente, la
universidad queda libre de toda sospecha en el ejercicio de cualquier tipo
de discriminación. Se restaura, así, la imagen de una institución racionalobjetiva y, de paso, se la libera de toda suerte de prejuicios susceptibles de
ser visibilizados mediante un esfuerzo de reflexión colectiva. Lo que no se
visibiliza no existe.
Se procede, entonces, a una masiva adaptación individual de los sujetos
a los mecanismos institucionales. De tal forma que el resultado refuerza la
máxima de partida: el problema no reside en la estructura sino en sujetos
incapaces de adaptarse con éxito a una práctica que, al ser considerada
objetiva, termina por ser incuestionable.
Asociado con este fenómeno se encuentra el concepto de aculturación,
definido como el “proceso por el cual un individuo o un grupo adquiere
las características culturales de otro, a través del contacto directo y/o la
interacción. También puede definirse la aculturación como el proceso
de transformación de la cultura de un individuo o grupo en la de otros”
(García, 2002, p. 44).
Mantener una estructura normativa significa que los sujetos deben
asumir los comportamientos adecuados al estatus y posición de su grupo
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de pertenencia o bien –para aquellos sujetos que se encuentren fuera del
grupo dominante– asumir sus hábitos y formas de vida como garantía de
aceptación social. Los individuos o sectores sociales que no respondan a
las expectativas serán estigmatizados (Cuesta, 2011).
El reconocimiento social de los valores masculinos como eficientes,
frente al de las mujeres, más disociadas en cuanto a sus preocupaciones
y prioridades (la familia, el cuidado de los dependientes…) hace que la
concepción androcéntrica frente a la vida laboral sea la que prevalezca.
El ámbito universitario cada vez más enfocado a la medición de
méritos individuales se convierte así en un espacio altamente competitivo.
Esta competitividad puede degenerar en una suerte de prácticas
seguidas con el fin de alcanzar el nivel necesario para la conservación o
promoción del puesto de trabajo. El ejercicio de sobreadaptación a unas
determinadas formas de hacer sometidas a un dominio de lo masculino
puede equipararse como arquetipo de violencia simbólica. Entendiendo
por violencia simbólica “todo poder que logra imponer significaciones e
imponerlas como legítimas, disimulando las relaciones de fuerza en que
se funda su propia fuerza, en definitiva, añade la fuerza simbólica a las
relaciones de fuerza” (García, 2002, p. 33).
La jerarquía se convierte así en un medio que transmite y genera
violencia simbólica a través de prebendas institucionales. Como efecto
colateral debilita las fuentes de contestación. La debilidad de la respuesta
es sorprendente si se tiene en cuenta que se trata de un ámbito donde
supuestamente la reflexión, el porqué y el cómo de nuestras prácticas
estarían en el epicentro de su propia esencia.
De las estructuras horizontales
Una última consideración sobre este asunto lleva a preguntarse por
las relaciones que se establecen a nivel horizontal y que funcionan de
forma paralela a las jerárquicas. Entender sus códigos ayudaría bastante
a entender el nivel de solidaridad, de compromiso o de empatía que las
mujeres establecen dentro de la estructura para defenderse de un entorno
que, según todas las estadísticas, les resulta desfavorable.
Sin embargo, la identidad que como grupo pudiera derivarse
de esta situación queda diluida en un maremágnum de apuestas
individuales. Como se verá, en la mayoría de casos no existe conciencia,
como colectivo, de esta situación, de tal manera que la posibilidad de
reconocimiento se anula. En su lugar, esta circunstancia, en la medida
en que no se reconoce como tal, se va perpetuando en el tiempo. Si no
se visibiliza, no existe el conflicto.
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La estigmatización del feminismo –otro efecto del patriarcado- como
teoría no ha propiciado adhesiones masivas de los sectores afectados.
Es interesante detectar cómo la tenue inserción de mujeres en las élites
sociales no ha ayudado a la visibilización de esa gran mayoría de mujeres
que sigue sin poder acceder a ciertas áreas o estatus todavía ocupados de
forma mayoritaria por varones. Son las propias mujeres las que entienden
la conquista de su estatus como algo personal. Sin embargo, de la asunción
de esta premisa no puede derivarse que el resto de mujeres que no lo
consiguen no están a la altura de las circunstancias.
De hecho, en la mayoría de los casos, la discriminación deja de ser
considerada como una circunstancia que se desarrolla dentro del entorno
laboral o social. En su lugar, se apela a una serie de requisitos justificables por la
dinámica propia de la institución académica, como un afortunado resultado de
competencia individual. “No es posible reflexionar sobre la equidad en los roles
de género en la propia existencia cuando no existen recursos para el análisis, la
crítica y la autocrítica en el propio mundo de la vida” (Ocampo, 2009, p. 78).
La individualización del conflicto hace que las mujeres asuman una
doble estrategia: por un lado, una mayor autoexigencia personal que se
traduce en la asunción de las tareas domésticas y de las laborales –con
todos los obstáculos añadidos que por su condición de mujer sostienen–.
Por otro lado, las mujeres de su entorno laboral pasan a convertirse en sus
principales competidoras, puesto que son consideradas los eslabones más
débiles en la cadena (Cuesta, 2011).
Ambas estrategias tienen efectos asociados. Por una parte, el
sobreesfuerzo hace que la mujer se vea frecuentemente sobrepasada en su
trabajo, haciendo que su relación esfuerzo-resultado tenga un rendimiento
desfavorable. En términos de racionalidad instrumental es considerada
poco eficiente social y personalmente, lo que puede llevarla al desánimo o a
infravalorar el esfuerzo –no hacen lo suficiente- que otras mujeres realizan.
Las otras mujeres de su entorno laboral pasan, así, a ser consideradas como
competidoras directas por el efecto de la vulnerabilidad de su posición y,
de paso, liberan a sus compañeros varones de esta competencia. Al tiempo
se dificulta enormemente la solidaridad y la identidad como colectivo
de trabajadoras. De esta manera la posibilidad de presión como grupo
disminuye considerablemente, o bien, simplemente, desaparece.
La elección de los estudios
La dimensión social de género es consecuencia de la distinta
socialización recibida y conforma expectativas y formas de hacer
estereotipadas. Esta socialización incluye formas de percibir, actuar,
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clasificar y valorar que se consideran socialmente aceptables y hace
referencia a ese conjunto de esquemas que se generan socialmente a partir
de los cuales los individuos perciben el mundo y actúan en consecuencia.
Estos esquemas predisponen nuestras elecciones, de ahí que, en muchos
casos, las elecciones sobre las expectativas que se poseen para la vida
estén condicionadas previamente, intentando asegurar una cierta garantía
de éxito. Esto presupone una cierta racionalidad en las elecciones, pero
dada la diversidad de circunstancias estas racionalidades se entrecruzan
con las estrategias de reproducción de los grupos, las instituciones y las
clases sociales en la que los sujetos se hallan insertos. De esta manera,
el sexo se convierte en una variable que condiciona las respuestas de los
distintos miembros de una sociedad. El hecho de que exista una desigual
distribución por sexos en la elección de las carreras universitarias implica
reflexionar sobre la causalidad que lleva a tomar este tipo de decisiones,
qué factores intervienen y de qué modo lo hacen.
Existen al menos dos perspectivas a la hora de enfrentarnos a esta
cuestión. Por un lado, haciendo hincapié en aquellas circunstancias que
pueden influir en la elección del sujeto a la hora de decidir una u otra
carrera. Por otro lado, teniendo en cuenta las consecuencias que puedan
derivarse de esta elección cara a una posible entrada en el mercado laboral.
¿Una elección personal?
En nuestra investigación, en las entrevistas realizadas a las docentes,
todo parece apuntar a que la elección de la carrera se realiza por motivos
de índole personal, es decir, por afinidad con las asignaturas y facilidad en
los estudios previos del instituto. Pero a este respecto las cifras se muestran
contundentes, porque este hecho no puede explicar el porqué tantas
mujeres consideran que su afinidad está más cerca de las humanidades
que de las carreras técnicas.
Se podría apuntar una tendencia a la traslación de los roles que
tradicionalmente se han considerado femeninos y las carreras docentes
elegidas. Fruto de esta distribución de los roles sociales, las mujeres
tenderían a elegir aquellos estudios que le permitieran trasladar sus
atributos personales a sus prioridades sociales en terreno laboral. El
resultado es que la elección viene determinada por la interiorización de
estos roles e, inversamente, el mantenimiento de esta situación contribuye
a que estos roles sigan perpetuándose en el tiempo.
Si esta elección tiene que ver con algún tipo de categorización social, no
parece fácil que estas circunstancias aparezcan como explícitas a la hora de
justificar las preferencias de unos estudios sobre otros. La cuestión es de
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difícil solución porque, en todas las entrevistas realizadas a las docentes,
en ninguna se percibe un reconocimiento de algún tipo de actuación
discriminatoria.
El ejemplo que sigue ilustra este hecho. En una de las entrevistas y
casi cuando llegaba a su fin y al comentar los objetivos del proyecto, la
profesora apuntó que, su departamento no era muy representativo, puesto
que apenas existía diferencia numérica entre hombres y mujeres. De
hecho, y para comprobar la veracidad de su afirmación sacó el listado de
sus componentes:
“Mira, en mi departamento hay muchas mujeres y no notamos esa situación
…espera un momento que las cuento…, yo diría que había más…espera que
vuelvo a contar…pues es cierto, hay menos mujeres que hombres, así a un
vistazo rápido puede que no excedamos ni el 30%. La verdad, nunca me había
quedado, ¡ni me había dado cuenta!” (E2/ ETSNMRN)
Cuando se le preguntó si había alguna catedrática en su departamento
la respuesta se orientó en la misma dirección:
“Pues ahora que lo dices…espera que lo pienso…no, todos son catedráticos, ¡y
hay unos cuantos!...la verdad es que no me había fijado hasta hoy, pero no…
no…no hay ninguna mujer”.
El ejemplo anterior es paradigmático a la hora de poder valorar
el nivel de normalización que determinados comportamientos tienen
dentro de la universidad. Otros ejemplos fueron en esta dirección, aunque
fundamentalmente enfocados a los motivos de esta desigualdad de
representación entre mujeres y hombres. En esta entrevista realizada en
la Escuela de Ingeniería Informática se apunta a una cuestión de tradición
en proceso de superación:
“Yo creo que el tema de que estudien menos mujeres aquí es más bien una
cuestión de que antes no se usaba mucho que las mujeres hicieran este tipo de
carreras. Ahora, la verdad, yo he notado que se matriculan más alumnas que
antes. Son pocas todavía, pero hay más…no sé… igual es que no hay tradición,
no sé” (E1/ ETSII)
Si aplicamos este pensamiento a la noción de sociedad patriarcal,
podemos inferir que son, precisamente, las ideas más difusas, menos
evidentes, las más eficaces en la transmisión de juicios y comportamientos
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sociales. Esta aparente paradoja tiene que ver con el poder racionalizador
de las ideas, cuanto menos elaborada y menos taxativa sea, tanto más
difícil de identificar y rebatir racionalmente; pero más fácil de interiorizar
emocionalmente. Lo que supone que el sujeto asume una serie de premisas
ideológicas que permiten la reproducción del sistema.
Los actores permanecen insertos en la lógica de género dominantes
a través del mecanismo de la violencia simbólica que no requiere de
ninguna inculcación activa ni de ninguna labor de persuasión, ya que
en tanto en el ser social nace dentro de un mundo social, son aceptados
postulados y axiomas sin mediar cuestionamiento por lo que no requieren
ser inculcados, constituyéndose así en la más implacable de las diversas
formas de persuasión clandestina: ejercida por el simple orden de las
cosas. (Palomar, C., 2009, p. 59)
Al mismo tiempo que estos valores ayudan a conformar su identidad
como individuo, también lo configuran –o no–, como parte integrante de un
colectivo en la medida que existe –o no– una identificación o afinidad con otros.
La elección de los estudios y sus consecuencias
Una distribución desigual por sexos dentro de los estudios
universitarios posee una relevancia que va más allá de la propia institución,
ya que funciona como una rampa de lanzamiento que, a posteriori, será la
encargada de acentuar o mitigar las desigualdades laborales y sociales por
razón de sexo.
A la ya conocida discriminación salarial que sufren las mujeres, viene a
sumarse el hecho de que las mujeres se concentran en aquellas carreras menos
valoradas socialmente. A la postre, esto tiene como consecuencia un menor
prestigio social, pero también que sus ocupaciones se vean peor retribuidas.
Esta segmentación laboral tiene consecuencias en la toma de decisiones
del núcleo familiar, pues si los trabajos mejor remunerados están ocupados
en su mayoría por varones, el sueldo fundamental continuará siendo el
del varón. De tal manera que, en caso que deba decidirse el abandono del
mercado laboral por parte de uno de los cónyuges –como por ejemplo
por el cuidado de la descendencia o de personas dependientes– será el de
mayor cuantía el que tenga la mejor coartada para seguir en la vida laboral.
Justo es decir que en el caso contrario, esto es, que el varón gane
menos que la mujer, las consecuencias para la mujer suelen ser las mismas:
el abandono del mercado laboral. Prevalece la incuestionable aceptación
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de los roles sociales en el seno de la institución familiar. “Para los
varones, el matrimonio y la “carrera laboral” pueden considerarse como
complementarios; para las mujeres serían sustitutivos…en la mayoría de
las parejas el varón tendería a especializarse en el trabajo de mercado,
al tiempo que la esposa mostraría una especialización relativa en la
producción doméstica” (Rodríguez, 2006, p. 218).
Estas circunstancias ahondan la percepción de los empleadores a
la hora de ofrecer trabajos de responsabilidad a las mujeres, a las que
consideran menos comprometidas –laboralmente hablando–, y con otras
prioridades familiares. Esta suerte de especialización doméstica subyace al
hecho de que las mujeres ocupan, en muchas ocasiones, trabajos a tiempo
parcial, lo que redunda en un salario inferior y en una falta de continuidad
en su carrera profesional (Cuesta, 2009).
En resumen, la elección de una carrera es también una cuestión
social, cuyas consecuencias pueden y deben ser examinadas desde una
perspectiva que exceda las repercusiones que a nivel personal pueda tener.
No se trata solo de que sea una de las causas que puedan dar lugar a una
segregación ocupacional, sino que esta misma segregación puede generar,
a su vez, comportamientos, en el seno de la familia, que se transmiten de
generación en generación. Por ello, la introducción de la mujer en ciertos
ámbitos académicos reviste una importancia fundamental a la hora de
desarrollar mecanismos de autodefensa frente a la discriminación.
Conclusiones
En las entrevistas realizadas existe una llamativa falta de relación
entre lo que se percibe subjetivamente por parte de las docentes y lo
que objetivamente nos muestran las cifras en cuanto a la desigualdad
existente en la distribución y asunción de cargos dentro de la universidad.
El marco teórico que se ha desarrollado en estas páginas ha intentado
explicar esta aparente paradoja. Una institución marcadamente desigual,
que; sin embargo, funciona como si esta desigualdad no existiera, donde
las cualidades y capacidades personales se convierten en sustitutivas
de las diferencias de género. Este hecho hace de la universidad un
ejemplo paradigmático en la interiorización de determinadas pautas de
comportamiento institucional.
En una sociedad patriarcal, los valores masculinos son considerados los
patrones por excelencia del reconocimiento social. Estas pautas funcionan para
moldear los comportamientos y las trayectorias adecuadas en la consecución de
ese objetivo. Al mismo tiempo propician, por comparación, la infravaloración de
aquellos comportamientos que no se adaptan a estas expectativas.
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Esta distribución de los roles sociales supone desventajas añadidas para
las mujeres, que sienten como deben desdoblarse en el desempeño de sus
funciones. En la vida privada se les exige que su actuación se adecue a los roles
familiares, reproductivos. En la vida pública deben asumir los roles masculinos,
que se corresponden con los patrones de éxito social y que, en el imaginario de
una sociedad patriarcal, no se ajustan con la naturaleza femenina. Así que la
mujer debe hacer un doble esfuerzo de adaptación.
Por ello, la respuesta adaptativa de las mujeres debe ser muy eficaz si
quieren entrar en determinados ámbitos de reconocimiento social. Esto
puede conllevar, entre otras cosas, el abandono de cualquier manifestación,
personal o colectiva, contraria a los patrones socialmente aceptados.
En muchas ocasiones el problema se da por resuelto socialmente
proponiendo un discurso y una acción justificativa políticamente correcta;
pero estas acciones se han mostrado insuficientes, probablemente
porque se preocupan más por las formas que por el contenido. Por ello,
la reivindicación debería centrarse tanto en acciones políticas como en el
reconocimiento de las diferencias. Si seguimos aceptando que el patrón
del éxito social se corresponde con el que naturalmente juega el varón, la
situación de desventaja de la mujer estará condenada a perpetuarse. En la
medida en que las mujeres van escalando por la estructura institucional,
el problema se va diluyendo más y más en medio de una competencia
que alardea de fomentar méritos, cualidades y aptitudes personales. En
“las claves de su éxito social se dan las claves de un fracaso social casi
generalizado de las mujeres” (García, 2002, p. 17).
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